AVATAR (ES)

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AVATAR (ES) DE UN FILM PARADÓJICO; PANFLETARIO, EXITOSO E
INCOMPRENDIDO
Por Susana Velleggia
Al igual que toda obra audiovisual de calidad, Avatar (James Cameron, EEUU, 2009,
162’, Twentieth Century Fox) tiene varios niveles interpretativos. El primario es la
peripecia que ilustra la lucha entre el bien y el mal, presente en muchos géneros de
Hollywood. También pueden inscribirse en este nivel la conversión del protagonista,
Jake y otros personajes, que pasarán de un bando al otro. Destinados a una base
interplanetaria, mezcla entre marines, CIA y laboratorio científico del futuro, algunos de
ellos son transformados de manera transitoria, y merced a la tecnología, en avatares.
Es decir son revestidos del cuerpo de otros seres, los Na´vi, para ingresar al planeta
Pandora donde éstos habitan, haciéndose pasar por ellos en calidad de agentes
secretos de una misión militar que procura conquistarlos.
La misión, manejada a distancia por el poder económico que gobierna -ya sin
máscaras- el desencantado mundo terráqueo del futuro, consiste en apropiarse de los
recursos materiales de Pandora. Esta tierra conjuga características de paraíso perdido
y territorio virtual de los sueños. La extraordinaria riqueza visual de los paisajes
selváticos de Pandora se despliega ante nuestros ojos como una fauna y una flora
prodigiosas que transmite la idea de un mundo natural espiritualizado. Entre estas
criaturas vegetales y animales inteligentes, los esbeltos Na´vis viven en comunidades
en las que existen relaciones sinérgicas con la naturaleza y entre ellos. La unidad
Na´vis-naturaleza se completa con el comunitarismo espiritualista que permite crear
redes simbióticas entre seres diversos, generando la circulación de una energía que
conforma una inteligencia de orden superior a la de los individuos. Alusión a las teorías
de la complejidad y de los sistemas, así como a las nuevas utopías de las que habla
Edgard Morin en “Por una reforma del pensamiento” y otras obras.
El planteo maniqueo del conflicto remite a la historia de la civilización occidental y el
pensamiento racionalista que ubica al mundo externo al individuo como un objeto a su
servicio, por entero cognoscible y manipulable. El pecado original de simplificación del
film, es mostrar las derivaciones fácticas de la línea filosófica divisoria entre civilización
y barbarie trazada por la cultura occidental, que da origen a una construcción
dicotómica de las identidades mediante la cual se justifica la concepción del otro como
objeto de dominio. Entre un nosotros virtuoso y un ellos concebido como alteridad
depositaria simbólica de la negatividad, el otro será tanto mas bárbaro o indigno de
considerarse humano, cuanto mas posea recursos materiales que los únicos capaces
de aprovechar son los autodesignados “civilizados”. Este es el drama de Pandora,
idéntico al de muchos países pertenecientes a los suburbios del mundo, plagados de
pobres pero ricos en recursos naturales. En este caso el botín es, en lugar del oro
negro líquido cuya posesión hoy provoca guerras, un mineral con la apariencia de
piedra gris, rústica e inofensiva, pero mas potente que el uranio. Ella permitiría fabricar
tecnologías y armas cada vez más sofisticadas que “la Empresa” -poder absoluto cuyo
rostro nunca se muestra- ambiciona vender a escala multigaláctica.
En el nivel temático, el futuro al que alude el film no es el de una globalización
capitalista imaginaria que nos esperaría al final del túnel de la historia. Aunque con
armamentos y artefactos menos sofisticados de los que muestra la película, el poder
económico y militar imperial al cual se subordinan cada vez más la política, la ciencia y
la tecnología, basa su avance en la expansión dirigida a poner bajo su dominio a los
otros –sociedades, países, culturas- que opongan vallas a la apropiación de sus
recursos. En la película el plan proviene de las usinas de “la Empresa” y su ejecución
es asignada a un militarismo heavy asociado a los negocios. En este game, el rol
atribuido a las instituciones políticas es el de gestoras y legitimadoras de los negocios
privados. ¿Suena conocido?
El universo pandoriano está regido por un orden fundado en lo sagrado del cual la
naturaleza es parte central. Allí la ciencia procura el conocimiento que permita acceder
a relaciones de interconexión y empatía entre seres diferentes, así como al desarrollo
de las capacidades de observación y percepción sensorial para aprender a hacer con
aquella. Aunque no exentas de conflictos, la armonía de las relaciones entre entorno
natural y social, constituye el principio rector de la vida na´vi. La ruptura de esta
armonía implica la profanación del orden sagrado en el cual se funda la existencia de
la comunidad, fuera de la cual no se concibe al individuo. El objeto depositario de este
orden sagrado es un magnífico árbol en cuyas raíces se encuentra el mineral
codiciado por los terráqueos capitalistas.
Desde la autorreferencialidad del nosotros “civilizado”, la ausencia de voracidad por la
acumulación material y la cosmovisión mítica holística que rige la vida de este otro tan
radicalmente diferente, son interpretadas como pruebas irrefutables de su ignorancia e
inferioridad; es decir, de barbarie, en razón de lo cual se justifica que sea dominado.
Como se sabe, para la Ilustración el concepto de barbarie alude a un conglomerado
social ajeno al nosotros -no en el exacto sentido dado al término en la antigüedadporque no posee nuestros conocimientos, nuestras ideas, nuestra ciencia, nuestra
tecnología, nuestra cultura, nuestras creencias, etcétera.
La contradicción fundante que el racionalismo plantea es entre el ser y el no ser.
El ser es la mismidad absoluta del nosotros en la cúspide de la razón, por tanto está
destinado a “iluminar”, “civilizar”, gobernar, someter, doblegar, dominar, conquistar,
colonizar, explotar, destruir, etc. todo otro diferente por su categoría de no-ser; es decir
mero objeto en disponibilidad de ser conquistado, se trate de humanos o de la
naturaleza; de individuos o de sociedades. Desde esta perspectiva se denominó
misión civilizatoria a los procesos de conquista y colonización.
Avatar nos confronta a esta matriz de pensamiento y a los efectos devastadores de las
prácticas derivadas de ella. Ideología y prácticas que hoy vemos avanzar sobre
desdichados países bajo el manto de la globalización -término de relevo de “misión
civilizatoria”- que implica un cambio fenomenal de los modos de acumulación del
capitalismo bajo el control de una minúscula clase de terraqueos de este provinciano y
minúsculo planeta. Ellos marchan soberbios y felices, como robots metálicos
teledirigidos por el poder supremo del dios mercado, arrasando con todo lo que se
interponga en el logro de su objetivo circular: acumular riqueza para acumular poder
para acumular más riqueza, para acumular mas poder, etcétera.
La “guerra preventiva” para apropiarse de Pandora y sus recursos, propuesta por el
comandante militar y aceptada por el representante político de “la Empresa”, tiene
como primer blanco el árbol sagrado de los Na´vi, no tanto porque entre sus raíces se
encuentra la codiciada mina –en definitiva el plan es hacerse del planeta entero- sino
porque, según explica el milico que de este tema algo sabe, el hecho traumático del
derrumbe del árbol sagrado significa quebrar para siempre el orden simbólico que rige
la vida del pueblo a colonizar. Para lograr este fin es preciso, primero, destruir el
sentido del mundo y de la vida del otro; o sea su cultura, de modo de dinamitar su
autoestima y quebrar su voluntad al extremo que jamás pueda reconstruir su identidad
y abandone la loca idea de luchar por su libertad u ofrecer resistencia a la dominación.
Es la colonización del espacio simbólico, constituido por la mente y la cultura del otro,
la “operación” capaz de garantizar la apropiación de sus riquezas y recursos
materiales. Si el otro no adopta la imposición de la cultura, instituciones e intereses del
colonizador como propios, reconociendo su superioridad y no acepta someterse, no
puede ser dominado, por tanto ha de ser doblegado por la fuerza de las armas. Esta
es la lógica de hierro –maniquea- que subyace a la antinomia civilización-barbarie, de
la cual extrae aval el concepto, solo en apariencia paradójico, de “guerra preventiva”
que el film.
Los caracteres dramáticos, por cierto estereotipados, cumplen la función de
arquetipos. El repertorio de guiños al espectador, remite tanto al patrimonio fílmico de
los géneros de Hollywood y a las culturas populares, como a la historia real. Esto se
verifica en el clissé del militar musculoso comandando desde su nave el bombardeo a
Pandora que, cínico y soberbio, con el jarro de café en la mano, insta a sus soldados a
“terminar rápido este asunto que quiero llegar a casa a cenar”, o en la sobreactuación
de la científica autoritaria, que vira a defensora del mundo cuando descubre la
inmensa originalidad del otro al cual desea conservar para conocer mas. Algo similar
sucede con el personaje de Jake y el remanido recurso de personalizar el relato
apelando a la voz en off del protagonista. Como ex soldado que arriba a la base
militar en su silla de ruedas por ser lisiado de guerra, para allí iniciarse como agente
secreto, es discriminado y tratado como una cosa, mientras que solo experimenta la
posibilidad de sentirse un sujeto pleno, libre y feliz en los momentos en que,
transformado en un avatar, habita el planeta encantado de los Na´vi como infiltrado y
pese al conflicto que esta situación le produce. Finalmente tendrá que optar entre un
mundo y el otro. Media en la resolución de este conflicto, además del amor, la toma de
conciencia de que existe en Pandora un modo de vida regido por valores superiores a
los de la bruta mercantilización cosificante que impera en su planeta de origen.
Esta lección de ética política se desencadena merced al acto supremo de libertad
humana, en función del cual no importa el riesgo: la elección del sentido a dar a la
propia vida. Acto liberador que, en la jerga del orden autoritario impuesto por el poder
militar terráqueo, es calificado de traición. A esta altura del film, el público ha devenido
cómplice de la subversión de Jack y reconoce en su decisión, que impulsa a los Na´vi
a enfrentar a los atacantes pese a la superioridad tecnológica de estos, una acción
heroica con la cual se identifica.
La película logra plasmar la esencia de los procesos colonizadores, la concepción del
mundo y el orden que los rige; no hay aquí posibilidad de relaciones que no sean
jerárquicas, ni espacio para la libertad y la diversidad; el disenso y la espiritualidad.
Todo es robusta materia para la destrucción y la acumulación. La lógica de este
mundo no puede ser sino binaria.
Muchos de los clissés y estereotipos cumplen la función de connotar el rostro siniestro
de un Imperio particular. Imposible no pensar en el conservadurismo cavernícola del
gran país del Norte, en los políticos-gerentes de Wall Street y de los complejos militarindustrial, petrolero, etc.; en las guerras contra los sucesivos “otros” de los confines del
mundo, en la destrucción de la petrolera Irak –no casualmente encarnizada con su rico
patrimonio cultural- en la invasión de la gasífera Afganistán; en Palestina convertida en
campo de concentración del país enclave estratégico del Medio Oriente; en la
catástrofe ambiental planetaria perpetrada con la bendición del dios mercado, todas
ellas cuestiones para nada virtuales. Esto lleva a pensar el peligro que implica para la
humanidad que la ciencia y la técnica estén subordinadas a semejante poder
económico-militar.
Sin embargo, el tecno-poder gigantesco adolece de un vacío ético deshumanizador,
propio de una civilización degradada y autorreferencial. El mismo orden que la rige
contiene en sí el germen de la decadencia que llevará a su autodestrucción. La fuerza
que, finalmente, logrará la victoria será la de los pueblos con una cultura y una utopía
sustentadas en valores humanizadores y en comunidades organizadas en torno a
prácticas solidarias.
El film introduce, asimismo, algunos interrogantes inquietantes: ¿todo esto mas que
suceder en la “realidad física” de la historia que la película narra, fue una construcción
virtual de la mente de Jack, mientras yacía acostado en el aparato-sarcófago que
debía operar la conversión de su cuerpo y trasladarlo a Pandora? ¿Quiso demostrar
Cameron la posibilidad humana de crear mundos virtuales y actuar en ellos
mentalmente? De ser así, ¿la frontera entre mundo imaginario y mundo natural sería
otro mito del racionalismo, al igual que muchas divisiones y clasificaciones ficticias
incorporadas a nuestra cultura como verdades incontrovertibles? ¿Si el mundo de los
objetos naturales no es ajeno al sujeto que los piensa y significa, ni objetivable y por
tanto no es enteramente conogscible ni dominable, podrá serlo el mundo de los
objetos virtuales creados por la imaginación humana, tecnología mediante?
En la dimensión de la construcción artística y estética, Avatar constituye una bisagra
en la historia del cine mundial.
El film pone sobre el tapete el gran debate inconcluso acerca del realismo que
atraviesa la historia de la literatura, las artes plásticas y el teatro del siglo XIX, al que
se incorporan la fotografía y el cine, reactualizado en este siglo XXI cuando la
factibilidad de crear mundos virtuales mediante las tecnologías digitales alcanza
madurez. ¿Son menos reales las imágenes del planeta Pandora que las de “Napoleón”
de Abel Gance (Francia, 1915), cuya desmesurada apetencia de realismo lo llevó a
pergeñar innovaciones insólitas para su época? Apetencia que, paradójicamente,
anticipa el cine en 3 D.
Cameron nos remite, por un lado a “Napoleón”, por el carácter anticipatorio de su
construcción técnica y, por el otro a la naïf “Metrópolis” (Fritz Lang, EE.UU, 1926) por
su dimensión alegórica acerca de un futuro gobernado por la razón instrumental,
donde la asociación entre poder político, economía y técnica, a la par de destruir la
naturaleza, transforma a los seres humanos en esclavos-robots sin alma. Pero, a
diferencia del film de Fritz Lang -de una unidad estética monolíticamente
expresionista- Avatar compone un gran palimpsesto; clara alusión a la esencia de la
industria cultural. En él se combinan el relato maravilloso tradicional con las
tecnologías de punta; la actuación dramática con la construcción digital de personajes
y animales insólitos mediante captura de movimiento y animación en 3D; escenarios
virtuales con escenografías y maquetas construidas con inigualable detallismo; el
impresionismo con el expresionismo y el surrealismo; la ciencia con el arte; el mundo
de la fantasía y el sueño con la ficción realista; lo arcaico con lo hipermoderno; la
estilización y el misterio del gótico, que aluden a la espiritualidad, con el gigantismo
orwelliano de edificios y aparatos, que sugieren un futuro donde la función de
propaganda representariva de los totalitarismos del pasado es multiplicada por las
tecnologías. En este juego de contrastes reside la fuerza de la película, cuya
verosimilitud se apoya en la típica peripecia del “camino del héroe” presente en el
cuento popular.
El film evidencia la capacidad de mezcla y resemantización de una industria que no se
agota en la repetición -estigma que pesa sobre la “industria cultural” desde que los
análisis de la Escuela de Frankfurt acuñaran el término- sino que también puede
innovar y hasta revolucionar si esto abre nuevos nichos de mercado. Si bien genera
incomodidad en los círculos cinéfilos, Avatar convoca multitudes con un discurso
crítico, prácticamente un panfleto político y una realización espectacular que interpela
al espectador a partir de su sensibilidad, pero abriendo interrogantes que motivan a la
reflexión. Incita a identificarse con un otro absolutamente diferente, más que con los
humanos terráqueos integrantes del “nosotros” al que perteneceríamos en cuanto
especie. Se trata no ya de “tolerar”, sino de comprender al otro y sus particularidades
para establecer con él relaciones de diálogo e intercambio mutuamente
enriquecedoras.
Como si lo anterior no bastara, también pone sobre el tapete la necesidad de
reflexionar sobre los nuevos fenómenos emergentes de la articulación entre las
industrias culturales, la creación artística y las TIC. Tema complejo que merece un
análisis superador de los condenatorios o celebratorios que vienen circulando.
Quizá lo paradójico de Avatar es el desafío y los interrogantes que plantea desde las
profundidades de “la fortaleza”, como denominara Jean Luc Godard a la industria del
cine hegemónica. No es con los lugares comunes, a los que es tan afecta cierta crítica
cinematográfica presuntamente erudita, que se podrá responder a ellos.
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