EDICIÓN ENERO 2016 pág. 1 RELATOS SOBRE CHELLA Y SUS GENTES Con Colaboraciones de: José Javier Albert “Picarin” Trinidad Aparicio Martínez Tomás Bellot Alfonso Maruja Costa Buil Elvira Costa Martínez Julián García Candau Joaquín Granero de Gracia José Granero Liberia “Pepe Liberia” José Grau Serrano Luis Martí Cuerpo Salvador Pallás Gargallo José Luis Ponce Palop Roberto Ponce Palop Recopilación y diseño: José Luis Ponce Palop Edición Enero 2016 Publicación exclusiva en www.fayos.org Foto portada: algunos de los protagonistas de la serie “Memorias de Trinidad” posando sentados en un banco de la Fuente durante el verano del año 1950. De izquierda a derecha: Daniel Aparicio (tío de Trinidad). Trinidad Aparicio con su primera hija en brazos. Laura “Florechat” esposa de Daniel con un niño. Los abuelos de Trinidad, José Aparicio “Pepe el Tremolores” y su esposa Isabel Ortiz “Encarnación la Royica”. Completa el grupo José Aparicio hijo (padre de Trinidad). pág. 2 RELATOS SOBRE CHELLA Y SUS GENTES En este libro pretendemos reunir los relatos que vayamos localizando o que se nos envíen desde cualquier sitio y por cualquier sistema, con la única condición de que lo que se narre en ellos tenga relación con nuestro pueblo de Chella y con sus gentes, gentes de todas las épocas, actuales o de antaño. Historias, recuerdos, anécdotas, curiosidades, hasta leyendas incluso. Todo vale con tal de que se escriba con respeto y con el cariño que nuestro pueblo se merece, con el amor que debemos mantener a nuestras raíces y a la gente con la que convivimos o hemos convivido en algún momento de nuestra vida. Es un libro abierto pues a la colaboración de todas las personas que tengan inquietudes literarias o simplemente un escaparate en que podamos enseñar aquello que nos gustaría escribir para compartir con otros y no habíamos tenido ocasión de hacerlo. José Luis Ponce – recopilador Foto: panorámica de Chella a finales de la década de los años cincuenta siglo XX. pág. 3 Índice RELATOS SOBRE CHELLA Y SUS GENTES LA OBRA CONSTA DE DOS PARTES: PRIMERA: relatos 1 a 28 forman “De Barcelona a Chella-Memorias de Trinidad”, siendo la autora de todos ellos Trinidad Aparicio Martínez. SEGUNDA: relatos 29 a 57 son “Otros Relatos”, escritos por diversos autores. ÍNDICE PRIMERA PARTE: DE BARCELONA A CHELLA Introducción del recopilador a la obra de Trinidad. Prólogo: la odisea del viaje a Chella. Relato 1: La Clavica. Relato 2: Historia vieja, tinta nueva. Relato 3: Macondo & Chella. Relato 4: Cuento de Navidad. Relato 5: El pan nuestro. Relato 6: El secreto susurrado. Relato 7: Simón el Cejas. Relato 8: El tío Simón en Barcelona. Relato 9: Me gusta contar. Relato 10: Nos vamos haciendo viejos. Relato 11: Del candil a internet/ Una jornalera precoz/ Mi ilusión aparcó en Enguera. Relato 12: De la Peña al Río. Relato 13: Tiempo pasado. Relato 14: Cuando el sol caía a plomo. Relato 15: Recordar para no olvidar. Relato 16: Una sanción merecida. Relato 17: Los amigos de mi padre. Relato 18: Carta para las hijas de mi amiga. Relato 19: Un abrazo de a cuatro. Relato 20: La Requisa. Relato 21: Personajes que el tiempo borró. Relato 22: Realidad y Fantasía. Relato 23: Hace tiempo…. Relato 24: Aquel verano de 1950. Relato 25: Pepa María o la memoria de los difuntos. Relato 26: Una historia de amor. Relato 27: Soliloquio para mi abuela. Relato 28: Soliloquio para mi abuelo /Chella la bella. Epílogo 62 años después. Más allá del epílogo: 71 años después. Evocación final: mis maestros y la escuela de la vida. Birlibirloque 2015. Anexo: sobre el pueblo de Chella. Génesis y agradecimientos. pág. 4 De BARCELONA a CHELLA MEMORIAS DE TRINIDAD Remenbranzas del pueblo de Chella pág. 5 MEMORIAS DE TRINIDAD Contamos con la inestimable colaboración especial de Trinidad Aparicio Martínez, que nos ha remitido desde Barcelona su bellísima colección “Memorias de Trinidad”, relatos cortos de la Chella de los años 37 al 42 del siglo pasado, con una incursión en el año 50 y otra en el 68. Trinidad, ha buscado y rescatado desde las profundidades del tiempo sus experiencias en los años que vivió en Chella, los de la azarosa guerra civil. Aunque sus raíces de padres y abuelos son de aquí, ella nació en la Ciudad Condal y vivió luego más de 45 años en Argentina donde desarrolló su pasión por la literatura pero nunca olvidó su querida Chella, pues “la sangre y el candil”, como leeremos en sus relatos, aún tiran mucho. Foto: cedida por Trinidad Aparicio. “Érase un día de Pascua en Chella hace setenta años”. Instantánea en la calle Libertad. De izquierda a derecha tenemos a Filomena hermana de Pepe el Tremolores, Encarnación la Royica, Gerónimo, Vicente el Clavico, Pepito el Segura, Amparito la Secundina, Maria de Chamarro, Pepita la Segura, Malvina la peluquera, María la Rita. Abajo, la juventud: Purita, Vicenta María la Navarresina, Conchita la Clavica, Pepito Aparicio, Asunción la Segura, Mercedes la Segura, Amparito la Segura, Salvadorito Navarresino y Trinidad Aparicio. Precisamente el primero de los relatos “La Clavica”, tiene de protagonistas a Conchita la Clavica y Trinidad Aparicio. pág. 6 LA AUTORA: TRINIDAD APARICIO MARTINEZ El RECOPILADOR: JOSE LUIS PONCE palop MEMORIAS DE TRINIDAD “Siempre llevaré a Chella en mi corazón” pág. 7 Introducción del Recopilador a la obra de Trinidad Un buen día, Trinidad descubrió casi de casualidad, que realmente su auténtica vocación era o hubiese sido ser escritora, para poder así transmitir en letra y papel lo que siempre ha estado dando vueltas por su mente. No siendo de letras ni teniendo estudios específicos creyó que nunca lo conseguiría, que sería una mera actividad como otras que se practican en los talleres para gente “mayor”. Pero hete aquí que este es ya su segundo libro, tras el conocido “De Barcelona a Buenos Aires” que reúne, en su mayoría, escritos de los inicios literarios en los años vividos en Argentina. Después le seguiría el presente “De Barcelona a Chella” dedicado íntegramente a su experiencia vivida en nuestro pueblo en una difícil época de nuestra historia. Ambos libros reúnen los escritos sobre recuerdos familiares y vivencias particulares, otros son de ensayo o ficción, pero en todos surge la emoción del universo “trinitario”. La obra conjunta ha sido publicada en el año 2012 por la editorial HakaBooks en un volumen con el título de “Huellas”. La gran virtud de Trinidad es la habilidad para traspasar al papel los pensamientos y lo que es más difícil aún, los sentimientos, que han pasado por su vida desde aquellos lejanos días de los años 30, cuando la vemos como una feliz niña, delgada y pizpireta, en su ciudad natal, la Barcelona anterior a la dolorosa guerra civil española, acompañada de su padre y su tío, sus “cómplices” de entonces; los difíciles años de la guerra buscando la protección en casa de sus abuelos en el pueblo valenciano de Chella, o más tarde, tras regresar a Barcelona, su posterior emigración y nueva vida en Argentina, donde permaneció 45 años y en donde descubrió, en las actividades del Taller Munro que realmente sentía algo dentro, como una nueva sensación, que la hacía feliz cuando conseguía completar un nuevo trabajo planteado en el mismo. Y no importa que ese descubrimiento fuese ya con setenta años de edad, pues como bien se dice, nunca es tarde si la dicha es buena. Y esa sensación aumentó cuando ya vio que sus trabajos se publicaban en la revista digital Literarte, una ventana abierta al mundo. Y ahora todo ello culmina con la satisfacción de dos libros que reúnen todos sus escritos. Trinidad siempre dice que no tiene dominio del lenguaje literario y duda de su capacidad para escribir con pulcritud según las normas gramaticales. Pero lo cierto es que leyendo sus dos obras de relatos, ello no se echa de menos, porque al final lo importante es que sus escritos siempre nos han transmitido un claro mensaje o un sentimiento, que puedo decir sin tapujos ni cortapisas, que en más de una ocasión personalmente me han emocionado. Dios bendiga a esta ama de casa, bisabuela y aunque sin pretenderlo...escritora. Foto familiar en los años 30: Papá Aparicio y la feliz parejita de tórtolos: Trini y Pepito pág. 8 PRÓLOGO A LAS MEMORIAS: Todo comenzó siendo un rumor y la odisea del viaje a Chella, el pueblo de mis abuelos Rumor alarmante, el que lamentablemente pronto pasó a ser realidad, una cruel realidad que duró más de lo que en un principio se suponía. Recuerdo que un día de ese año 1936, desde el balcón de nuestro piso en Barcelona, veíamos pasar caravanas de camiones repletos de jóvenes cantando y empuñando banderas republicanas con tanto fervor, que a mí, con la inocencia de mis ocho años me daba la sensación de que iban de fiesta. Salvo escuchar las noticias atentamente, de momento nuestra vida siguió con cierta normalidad. Como de costumbre, nuestros padres cada día a primera hora de la mañana marchaban a sus respectivos trabajos y un poco más tarde; siguiendo indicaciones de mamá, cuándo “la aguja larga del reloj estuviese en el número seis y la más corta llegando al número nueve” debía partir hacia la escuela en la calle Navas de Tolosa con mi pequeño hermano siempre a remolque. Al poco tiempo la noticia que con tanto temor se esperaba llegó. Habían comenzado los bombardeos en Barcelona. Entonces sí, en mi entorno todo comenzó a cambiar rápidamente. En mi casa, de la noche a la mañana en una de las paredes del comedor, apareció un gran mapa de España con pequeñas tachuelas de color rojo y azul a las que mi padre y mi tío luego de escuchar atentamente la radio iban cambiando de lugar como si de un juego se tratase. Ese era entonces mi punto de vista. Los hombres de mi barrio incluidos papá y tío, se turnaron noche y día construyendo refugios antiaéreos. Los colegios cerraron, algunos por falta de maestros y otros por falta de alumnos, ya que por miedo a que a sus hijos les pasase algo por la calle muchos padres incluyendo los nuestros dejaron de mandar a sus hijos al colegio, los creían más seguros en casa. Los alimentos comenzaron a escasear, en las tiendas y panaderías la gente formaba largas colas esperando rogando pág. 9 impacientes ser atendidos antes de que anunciaran: “No queda más, retírense por favor”. Con la esperanza de que fuese verdad aquello de que: “a quién madruga Dios le ayuda” cada día las colas se formaban cada día a hora más temprana. Y así de mal en peor. Las penurias iban en aumento. La harina comenzó a escasear, a las panaderías como plan de emergencia se les impuso la orden de que debían alternarse entre sí, y vender tan sólo un pan por persona. También por orden, las colas no podían formarse antes de las ocho de la mañana so pretexto de que causaban mala impresión... Ante el acecho del hambre recordando aquello de que al que madruga Dios le ayuda, la gente pasaba las noches escondida en las escaleras y al toque de las sirenas que anunciaba las ocho de la mañana, como si se abriera una compuerta una muchedumbre salía disparada de sus escondites a ver quién llegaba primero a la puesta de la panadería. Mi padre era el que pasaba la noche haciendo turno, mi madre una vez sonada la sirena corría a reunirse con él, así de tener suerte podían conseguir dos panes. Esa fue época en que floreció el estraperlo. Como dos estraperlistas más, mi padre José Aparicio y su hermano Daniel, ambos chellinos de nacimiento, montando en sendas bicicletas recorrían los pueblos aledaños a Barcelona en busca de comida. Cuando la suerte estaba de su parte, compraban hasta tanto el dinero les alcanzaba, y tampoco he olvidado nunca cuan contentos llegaban a casa a pesar del gran cansancio por el tanto pedalear cargados. Mi tío Daniel, compartía su pasión por la fotografía, con el estudio del esperanto y además era radio aficionado. Hasta tanto no fue prohibida esa afición, él captaba noticias procedentes de otros países de Europa, las que no eran nada tranquilizadoras ni nada tenían que ver con las noticias que difundía la prensa de Barcelona. Juan y Pepe, eran hermanos y a la vez vecinos nuestros; ellos al igual que mi hermano y yo, ya hacía varias semanas que habían dejado de asistir a la escuela; y también como mi hermano yo, quedaban solos en su casa, lo qué derivó en que nos hiciésemos mutua compañía. Llegamos a ser igual que cuatro hermanos y cierto es que como tales nos queríamos. Juan al ser el mayor era el jefe de la pandilla. Pepe había nacido el año 1927 el día de los Santos Inocentes. Puede decirse que Pepe y yo, teníamos la misma edad pero yo, para su fastidio era bastante más alta que él. pág. 10 Nuestros respectivos padres al darnos el acostumbrado beso antes de irse a trabajar, nunca se olvidaban de advertirnos o mejor dicho ordenarnos de que no fuésemos a jugar a la calle y en caso de aullar las sirenas anunciando peligro de bombardeo, la orden era correr y agruparnos debajo de la escalera. Muchos de los refugios habían quedado en desuso, pues al ser construidos con tanto apremio muchos de ellos tenían una boca de entrada al túnel, pero carecían de otra de salida. Se dieron casos en que bombas y derrumbes los convirtieron en una trampa por no decir en una sepultura colectiva. Así pues que ante tal panorama, la terraza se convirtió en nuestro campo de juegos y la escalera en nuestro refugio. Con Juan, excelente narrador de películas, pasábamos largos ratos escuchándolo mientras comíamos lo que había: boniatos hervidos. Otro modo de entretenernos era con sus colecciones completas de cromos, que había ido juntando a base de constancia y paciencia del chocolate Amatller. Hasta tanto la industria textil pudo seguir en funcionamiento, nuestros padres siguieron trabajando, venía a casa al medio día con el tiempo justo para comer y darnos un abrazo que tanto a ellos como a nosotros nos daba tranquilidad. En realidad, siempre habían venido a comer, y ahora viene aquello del antes y el después. Antes, cuando la situación no era tan apremiante, mamá de camino a casa compraba legumbres cocidas y bacalao, que disfrutábamos todos con gran pág. 11 deleite. Más después los boniatos hervidos pasaron a ser el almuerzo de cada día y más luego se comían a toda hora cuando el hambre apremiaba. A mi tío ya lo habían reclamado para enrolarse al ejército, lo destinaron en la zona del Montseny y en casa se notaba enormemente su ausencia. Papá y mamá, trataban de demostrarnos una calma que no sentían. Una noche escuché a mi padre hablar y a ni madre llorar, hasta que a la mañana siguiente, tras una larga noche de pensar y más penar, habiendo tomado una drástica decisión, al despertarnos nos contaron con mucho tacto, el viaje que mi hermano y yo, solos, debíamos emprender. Nos iríamos de “vacaciones” al pueblo con los abuelos, para protegernos de los bombardeos y del hambre que empezaba a acuciar en nuestra ciudad. El ogro de la guerra, que tanto daño causaba, no llegaría nunca al pueblo de Chella. En respuesta a mi llanto prometieron que pronto irían a reunirse con nosotros. Los abuelos nos querían mucho, estarían muy contentos de tenernos junto a ellos, no pasaríamos hambre. En respuesta a mi llanto, prometieron que ellos pronto irían a reunirse con nosotros. Yo contaba nueve años y mi hermano cuatro. Debo haber sido una niña precoz y con ángel. El viaje fue una odisea pero llegamos. No era común que dos niños de tan corta edad, viajasen solos y menos en tiempos de guerra. A los ocho y cuatro años se necesita el beso de buenas noches de papá y mamá. ¡Qué difícil debe de haber sido llegar a tomar esa decisión! Mi padre se movió lo más rápido posible. Se informó bien. Fuimos a la policía, nos sacaron una foto con papá, redactaron una carta creo que era una especie de salvo conducto. Compró los pasajes en tren hasta Valencia, empalmados con Játiva, conferenció varias veces al pueblo, mandó por encomienda nuestras pertenencias y llegó el día de las recomendaciones. “Trini, esto (papeles y dinero) no lo saques ni lo enseñes hasta tanto no te lo pidan. Lleva siempre de la mano a tu hermano, Pepito es muy pequeño, podría perderse. Valencia es la estación final, no te puedes pasar, no salgas de la estación, pregunta desde que anden sale el tren que va a Játiva, ese viaje es corto y también el tren termina allí. Al salir de la estación pregunta por el coche de Granero que va a Chella. ¿Te acordarás de todo? No tengas miedo mi mujercita querida, los abuelos ya os estarán esperando”. pág. 12 Registré todo palabra por palabra, menos... como fuimos de casa a la estación de Francia. ¡Qué misterio la mente! El andén de la estación, dónde debía entrar el tren procedente de Valencia era un oleaje de gente embravecida empujando de atrás hacia delante tratando de ubicarse lo más cerca posible al borde del andén. Y el tren, llegó, y la gente lo asaltó... Mi madre y yo, tuvimos un poco de miedo al ver a mi padre trepar por una ventanilla, saltar dentro el vagón, al momento lo oímos gritar: “¡Pepita alza a la nena!” Sin noción de cómo fue, de un tirón ya estaba yo ocupando un asiento del tren. “Pepita venga... “¡Pepita levanta al nene!” Los asientos ya estaban todos ocupados, recuerdo que mi padre preguntó si alguno de los pasajeros viajaba hasta Valencia. Un matrimonio sentado frente a nosotros prometió cuidarnos durante el trayecto. Mi madre, tan pronto le fue posible se reunió con nosotros. “Trini, llevas boniatos pan con chocolate para comer y la cantimplora llena de agua... Mamá y papá pronto irán a reunirse con vosotros, ya lo verás. Pórtate bien, ayuda a la abuela. No llores. El silbato de la locomotora anunciaba que el tren estaba pronto a partir. Y salió dejando atrás la estación de Francia. En un punto determinado del viaje, tuve el susto mayúsculo de mi corta vida. Unas estraperlistas, que viajaban sin billete al ver acercarse el revisor querían que escondiera a mi hermano bajo el asiento y usar una de ellas su billete. Por suerte el matrimonio con el cual compartíamos asiento fueron dos ángeles de la guarda: No dudaron en acudir a nuestra ayuda. Sin mayores contratiempos, luego de doce horas de viaje sentados en bancos de madera, llegamos a Valencia. Tal como mi papá me dijo, siempre con mi hermano de la mano, me acerqué a una ventanilla y pregunté. En breves minutos salía el tren de Játiva. Era un tren dos pisos lo recuerdo como el tren golondrina. Otro ángel estaba allí para protegerme ya que en un momento dado, pequeña al fin y más traviesa que pequeña debí liberarme de tantas responsabilidades, me pareció divertido subir para ver que se veía desde allí, y entonces apareció mi Ángel esta vez, fue un señor pasajero el que se acercó y me dijo: “Niña, que te puedes caer, no te muevas del lado de tu pequeño hermano” Todavía me parece estar escuchándolo. Avergonzada me senté y no me moví más También recuerdo claramente que al salir de la estación, seguro que debido para control, dos empleados pedían los billetes a todos los que habían bajado del tren y al ver de dónde veníamos uno no pudo dejar de pág. 13 exclamar con asombro: “¡Che, Vicente, mira de dónde vienen estos dos chiquillos!” El coche de Granero estaba esperando a los pasajeros del tren que llegaba de Valencia. Lo que nunca me quedó claro es como en aquella época tan lejos del Internet, el tal Granero sabía que nosotros teníamos que llegar en ese tren. En Chella mis abuelos y la mayoría de sus vecinos de la calle Libertad estaban en la carretera esperando el coche de la canal de Navarrés. Si me es difícil escribir estos recuerdos... ¡Dios mío! No puedo imaginar lo que debió ser vivir aquellos momentos. Trinidad 24/06/2.012 Foto: chellinos posando en la calle Libertad en 1931. La pequeña Trini aparece en los brazos de la tía Filomena. pág. 14 RELATO 1: La Clavica En algunos de los relatos de estas memorias mencionaré a Conchita "la Clavica" como a mi mejor amiga. Pero a decir verdad, y si quiero ser justa con ella y conmigo misma, debo reconocer que ella merece mucho más que el ser nombrada como al pasar. El caso es que me resulta más que difícil encontrar el modo de hilvanar todo lo que de ella podría contar. Conchita era la menor de cinco hermanos; y vivía a la vuelta de la casa de mis abuelos. Sus padres eran el tío Joaquín “el Clavico" y la tía Concepción la "Sénsia", y en el pueblo se los tenía y se los consideraba gente de buen pasar. Poseían buenas tierras fértiles de regadío, con naranjales y olivares, eran dueños de ocho vacas, una jaca y mataban un cerdo todos los años. Más no puedo decir lo mismo de mis abuelos, ellos tenían una borrica y con la cosecha de los olivos que poseían en la sierra, más las aves y conejos del corral, lograban vivir modestamente. Sin embargo, eso no fue impedimento para que mis padres decidieran mandarme, junto con mi hermano, a pasar una "temporada" con ellos. "Al menos en Chella, -nos dijeron al subirnos al tren-, estaréis protegidos de bombas y del acecho del hambre". No quiero desviarme contando lo doloroso que fue para nosotros tener que separarnos de nuestros padres. Contaré sí, que nuestra llegada a Chella fue una noticia sensacional. La voz de que habían llegado los "nieticos" de la tía Encarnación la "Royica" y del tío Pepet el "Tremolores" y que para más habían viajado solos, corrió de punta a punta del pueblo. La casa se llenó de vecinos ávidos de noticias, amigos y conocidos que venían para saludarnos y para ver cuánto habíamos crecido. Ella no se hizo esperar. “La Clavica" entró hecha un torbellino jadeante y emocionado. Así era ella de impetuosa. Recuerdo que lo primero que le escuché decir, fue: -Tía Encarnación, ¿es cierto que han venido sus "nieticos de Barcelona"?- Bastó que nuestras miradas se encontraran para que ambas intuyéramos que íbamos a ser amigas de por vida. Conchita era robusta y fuerte como pocas. Su gran belleza residía en su interior: era más buena que robusta y más generosa que fuerte. A sus hermanos mayores Joaquín y Salvador, ya los habían pág. 15 reclutado en el "frente". Al quedar su padre huérfano de brazos jóvenes y fuertes, no hubo otra alternativa: había que ayudar. Y a pesar de su corta edad, diez años a lo sumo, junto a su hermano Vicente unos años mayor, mi amiga trabajaba todo el día a la par que el mejor de los peones. Tan sólo por las noches, luego de cenar, tenía permiso para salir a jugar. Sin embargo, eso no impedía que pasáramos la mayor parte del día juntas. Éramos inseparables, aunque fui yo la que me convertí en su propia sombra. La seguía a todas partes: a la huerta a segar la hierba para los conejos, a llenar el cántaro o la botija con el agua de la Fuente, a lavar la ropa al río, y los cacharros de loza en la acequia. Al principio, todo lo que ella hacía eran hazañas para mí. Me asombraba ver con qué destreza manejaba la peligrosa hoz y sin rebanarse los dedos; la fuerza con la que se cargaba los pesados y grandes cántaros llenos de agua, o la habilidad con la que sabía hacer que el jabón sacara tanta espuma, etc. Su propósito era ser siempre la mejor y más rápida que las demás chicas y lo conseguía con facilidad y con mucha ventaja. Y nada le caía mal, así que siempre se la veía contenta y alegre. Alardeaba de saber cantar; tenía voz pero no sabía sostener ni una nota, pues terminaba ahogada y riéndose de sí misma. Nunca fue a la escuela y con los años logró poco más que saber escribir su nombre. Paulatinamente, poco a poco, mi asombro por todo cuanto ella hacía fue disminuyendo a medida en que algo iba yo aprendiendo. Tan solo hubo una cosa que no logré superar nunca, y fue el miedo terrorífico que me causaban los gruñidos del cerdo al pasar yo frente al chiquero; cosa además que no podía yo evitar para llegar al establo donde cada atardecer Conchita se arremangaba con brío y se ponía a ordeñar las vacas. Al término de ese arduo trabajo, acto seguido salíamos a dar la vuelta al pueblo para repartir la leche. Ella cargaba con brío el pesado bidón apoyándolo en su cadera izquierda. Y yo llevaba dos jarros para medir: uno de un cuarto y otro de medio litro. Día tras día pasaron tres años. Para cuando las campanas redoblaron anunciando la Paz, habíamos crecido. Nos habíamos convertido en dos coquetas chicas adolescentes, que para hacer el reparto, adornaban sus cabellos con un delicado ramillete de perfumados jazmines. Durante aquellos espinosos años de nuestra infancia, yo recibí de "los Clavicos" parte de la protección que fui a buscar allí, y de allí me llevé algo tan valioso como fue la amistad de mi gran amiga. A conciencia digo "fue", en tiempo pasado. Hace años que Conchita no está con nosotros; nuestras miradas no volverán a encontrarse, pero a través de su recuerdo yo seguiré guardando nuestra amistad. pág. 16 RELATO 2: Historia vieja, tinta nueva Desde el recuerdo, escribo pequeñas historias que a través de los años siguen atrapadas en mi memoria. Esta pretende ser un pequeño y merecido homenaje hacia dos personas que mucho quise y más me quisieron: mi padre y mi abuelo. Me ubico en Chella, un pequeño pueblo de Valencia, allá por la guerra “del 36”, cuando primero los jóvenes, y más tarde los más adultos, debieron incorporarse a filas y el pueblo quedó carente de brazos fuertes. Fue esa época muy difícil, tanto, que hasta los ancianos se vieron en la necesidad de asumir nuevamente el papel de jefes de familia y tratar en lo posible de que en el hogar no faltase el sustento diario. De hecho, ni las aves de corral ni los restos de cosechas eran suficientes para subsistir por tiempo indeterminado sin que el hambre apremiara. El dinero, ni lo había ni valía. Pero como la necesidad obliga, hete aquí, que entre los pobladores de la comarca se fomentó el mercado de intercambio: un pichel de harina por dos kilos de patatas, dos picheles de arroz por un litro de aceite o un huevo por un carretel de hilo y así sucesivamente. Mi abuelo, sin muchas alternativas en que pensar, desafiando a sus escasas fuerzas, fue de los pocos ancianos que se animaron a cruzar el monte camino a la ribera del río Júcar, zona fértil por su abundancia en agua. Era fácil allí canjear arroz o naranjas por el aceite que cosechábamos en casa. Recuerdo verlo llegar de regreso con las alforjas de su borrica cargadas. ¡Con qué alegría infantil lo recibía si el cargamento era de naranjas! ¿Le habré preguntado alguna vez cuán cansado estaba? A lo que voy es: durante uno de sus tantos caminares por los senderos del monte, un día, mi abuelo coincidió con otro anciano, padre también de un hijo en la guerra. Los dos llevaban sus borricas cargadas con vasijas llenas de aceite; los dos iban al mismo lugar pero a la inversa. Mi abuelo iba por naranjas y el otro en su caso ya las había canjeado por aceite. La cosa fue que caminando, caminando, fueron contándose sus cuitas y, cosa curiosa, resultó ser que sus hijos estaban los dos luchando en Extremadura y en el mismo destacamento. El circunstancial compañero de viaje de mi pág. 17 abuelo, era por demás comunicativo: ¡Señor qué tiempos! ¡Cuánta falta hace mi hijo en casa! Pero gracias a Dios tenemos noticias de él muy a menudo, y cada dos por tres nos arreglamos para poder mandarle algún paquete con comida. Pero mire usted si hay gente ruin en el mundo: A mi Vicente –seguía diciendo el buen padre-, cuando en la compañía estaba el cartero anterior, muy pocas veces le llegaban los paquetes y cuando le llegaban, nunca estaban completos; en unos faltaba el tabaco y en otros las magdalenas o el chocolate. Mi abuelo, hombre de pocas palabras, escuchaba, sonreía y asentía con un movimiento de cabeza, intuyendo ya el final de la historia. -¡Seguro que con lo apropiado, a pesar de llamarse Ángel, aquel cartero hacía su buen negocio! Tras un breve silencio, el padre del tal Vicente reanudó su monólogo: -Pero, como le iba diciendo, eso era antes. Ahora, dice mi Vicente, que con el nuevo cartero, un muchacho llamado Aparicio si no recuerdo mal, los paquetes le llegan enteros. Al llegar a este punto, la sonrisa de mi abuelo era de pura felicidad, asentía con su peculiar movimiento de cabeza y su acostumbrada expresión de ¡Ajá! Y seguía escuchando. -En agradecimiento por su don de gentes, una vez, mi Vicente le quiso obsequiar con una cajetilla pero no la aceptó porque dijo que no fumaba. Sí que le aceptó una tabla de chocolate. ¡Al parecer es un muchacho decente el tal Aparicio! -¡Ajá, y que lo diga! ¡Si lo sabré yo que soy su padre!, dijo mi abuelo con orgullo y plena convicción. ¡Menuda sorpresa! El padre de Vicente sólo atinó a decir: ¡Ché, recollons, mira que si llego a decir pestes de él! A lo que mi abuelo respondió: -Sin cuidado, buen hombre. Yo sé bien que de mi hijo nadie puede decir ni ¡ay! pág. 18 RELATO 3: Macondo & Chella Gabriel García Márquez adquirió fama mundial con su ejemplar novela, “Cien años de soledad”, en ella, un siglo de la estirpe Buendía, transcurre en Macondo. Ahora bien, todo lo que el autor cuenta que allí sucede… ¿Es fruto de su lúcida imaginación? ¿O acaso no será Macondo un fiel reflejo de Aracataca su pueblo natal? Digo yo, que por razones que no vienen a cuento contar, viví parte de la infancia en un pueblo cuyos habitantes y costumbres mucho se asemejaban a los que el autor describe en dicha obra. Ha pasado ya mucho tiempo, nadie es igual y todo es distinto. Sin embargo, a pesar de cuán lejos quedó mi infancia, guardo un claro recuerdo del pueblo al cual me refiero. Luego de haber leído “Cien años de soledad”, no me cabe la menor duda de que Chella y su gente, bien podrían figurar en la historia de Macondo. En aquellos tiempos, salvo el párroco, el doctor y las autoridades del lugar, la mayoría de los habitantes de Chella eran analfabetos. Quizás por esa razón, allí no existía la burocracia. La palabra era un aval y faltar a ella un delito. Calendario y reloj, se encontraban en el Ayuntamiento. Las campanas de la iglesia tañían el correr de las horas. Las fases de la luna indicaban el paso de semanas y el momento apropiado para la siembra o cosecha, según estación del año. A la vez, siembra y cosecha servían como punto de referencia de sucesos a recordar. Dos simples ejemplos son: cuando a una de mis mejores amigas le preguntaban cuándo había nacido, su respuesta era: “Durante la cosecha del maíz”. Otra recordaba qué su hermanito nació mientras su padre se hallaba sembrando arroz en la ribera del río Júcar. Empero la ignorancia, no era falta de inteligencia si no de formación; porque a pesar de no tener estudios, la mayoría poseía gran sapiencia. Mi abuela, sin conocer el centímetro era modista; y a lo que a mi abuelo concierne, debo decir que sin tener escuela, sacaba porcentajes de arrobas y decilitros como el mejor de los diplomados en materia. Tanto es así, que era muy común que para pagar al fisco, los vecinos recurrieran a su saber. Por apellido, difícil identificar a alguien; más fácil se conocían unos a otros mediante apodos que se sucedían de padres a hijos; y como emparentaban entre sí, con el correr de los años todos llegaron a ser: tíos, sobrino y primos. pág. 19 No recuerdo de haber leído si el pararrayos existía en Macondo. Sí sé, que en ese terruño de mis abuelos de dónde guardo tan gratos recuerdos, no lo tenían. Cuando una tormenta eléctrica amenazaba, rogaban a Santa Bárbara y substituían la invención de Benjamín Franklin, sacando a la calle los tres pies de hierro que servían de fogón. Por cábala o superstición, a fines de agosto los hombres por temor a la famosa tormenta de Santa Rosa, no arriesgaban a internarse en la sierra, quedaban en sus casas. Los recuerdo con un manojo de esparto bajo el brazo, aprovechando la espera remendando los arreos de sus caballerías. San Blas en febrero y la Virgen de Gracia en septiembre, son los Santos Patrones del pueblo. Infalibles para esas fechas llegaban los saltimbanquis y el pueblo se vestía de fiesta. Nadie se perdía el espectáculo; a la hora señalada, jóvenes, adultos y ancianos, cada cual con su “sillica” a cuestas, se encaminaban hacia el lugar de la cita. A falta de electricidad... luz de candil y plancha a carbón. A la de agua potable... el cántaro a la fuente, a lavar la ropa al río y la vajilla en la acequia. Por diario o transmisor... ¡El pregonero! Y... por aquello de que la palabra era un aval, una anécdota para terminar: En cierta oportunidad, estando mi abuelo trabajando en la sierra, su borrica pastando por los zarzales se perdió. Se pregonó por los pueblos aledaños, que se agradecería a quien hubiese encontrado un animal de tales características. No pasaron ni dos días cuando un habitante de un pueblo vecino se hizo presente en el Ayuntamiento, diciendo que había encontrado un animal, pero... que no lo iba a entregar así no más. ¿Cómo saber si el animal en cuestión era de quien lo reclamaba? Mi abuelo, conocedor de las tretas de su borrica se jugó diciendo: “escuche buen hombre, si al entrar yo en su casa, mi borrica no rebuzna, suyo será el animal.” Al habitante del pueblo vecino, le pareció muy a su favor la propuesta de mi abuelo y sin réplica, ni pérdida de tiempo, creyéndose ya dueño de la borrica, hacia el pueblo de Bolbaite se encaminaron. Pero hete aquí, que todavía no habían alcanzado a pisar el umbral de la casa, cuándo… para sorpresa del vecino y regocijo de mi abuelo, se escuchó un sonoro y prolongado rebuznar. Desde lo dicho, muchos años pasaron siempre albergando en mi interior el deseo de poder regresar algún día al pueblo de mis orígenes. Mi deseo se cumplió. He pasado unas mini vacaciones en Chella. Justo es decir que lo he pasado muy bien... ¿Y el infalible “pero”? ¿El “pero” infalible? Pues... que el progreso llegó a Chella. Nadie es igual y todo es distinto. Me pág. 20 sentí fuera de lugar. En la Plaza de la Iglesia, sentados en un banco al calor del sol, un grupo de ancianos se entretenían platicando. Me miraron con extrañeza ¿una forastera..? Me presenté: -Soy la nieta de la Tía Encarnación la Royica y del tío Pepe el Tremolores. -¡Hombre! ¡Cómo no! ¡Pues claro! Tú eres Trini. ¿No estabas por América?- Fue gratificante encontrar gente con recuerdos en común. Por largo rato formamos algo así como un grupo de veteranos del tiempo, cada cual con su historia a cuestas. Foto: Trinidad en su retorno a Chella posando, en el emblemático mirador del Salto. A su lado, Sebastiano Pagano, marido de su prima Laura Aparicio. Abajo, con Laura. pág. 21 RELATO 4: Cuento de Navidad Diciembre; y otra Navidad que se aproximaba y lo que Vicenta ansiaba fervientemente en ese momento era que Roque llamara a su puerta. Esta Navidad sería distinta a la de otros años; esta Navidad estaría sola. Recuerdos de otros años la llevaron a tiempos pasados, tiempos tan lejanos como lejanos estaban los tiempos en que sus padres, con días de anticipación elegían ya, en el corral, las aves y conejos destinados a ser el manjar familiar para las Fiestas de Navidad. Recordaba que en Navidad, año tras año, aumentaba el número de platos en la mesa, hasta que más tarde, cuando ya cada cual formó su propio hogar, la mesa volvió a quedar grande. Hasta aquí, los recuerdos eran gratos. No fueron tiempos de holgado bienestar económico, nunca lo fueron, pero sí fueron tiempos de armonía familiar. Los recuerdos más dolorosos fueron fruto de la guerra civil. Al principio el pueblo siguió su vida normal; las noticias de guerra casi se escuchaban con indiferencia: venían de lejos. Pero cuando paulatinamente la situación fue empeorando y cundió la noticia de que iban a llamar a formar filas a los hombres de Chella, Vicenta puso todo su fervor en sus plegarias pidiendo que la guerra terminara antes de que eso sucediera. Fervor que no alcanzó para que Dios escuchara sus ruegos. A ella junto con otros, se le llevaron primero a su Eugenio y más tarde a su marido. Muchos jamás volvieron; entre ellos su querido Eugenio. Salvador si regresó, pero regresó enfermo. Debieron mal vender las pocas tierras e hipotecar la casa, mas… el dinero se esfumó pero Salvador no sanó. La voz del cartero gritando: -¡Vicenta! ¡Que son noticias de Suiza!hizo que ella volviera al presente. Se persignó para ahuyentar malos presagios y corrió hacia la puerta. Allí estaba sonriente el buen cartero tendiéndole una considerable encomienda. Asió fuertemente el paquete y tanta era su alegría que sin importarle el qué dirán de las vecinas que curiosas observaban, en lugar de las gracias, obsequió al cartero con un sonoro beso en la mejilla. “En cada casa dieran tanto” - dijo Roque ladeando la cabeza sobre su hombro derecho. Vicenta sabía poco de letra, nunca había escrito una carta, pero se sentía con la necesidad de contestar a su abnegada hija, ella también pasaría sola la Navidad trabajando duro para levantar la hipoteca en ese lejano país de montañas nevadas pág. 22 Provista de papel y lápiz, puso manos a su obra prima... Qerida ija mía... Levantó la vista de lo escrito. Comenzar con lo de: “querida hija” le pareció absurdo. ¿Acaso no sabía su Amparito que para su mare ella era el sol de su vida? Presiosa ija de mi alma... volvió a mirar lo escrito. Así suena mejor pensó, y siguió: resibi lo que mandaste los chocolates los guarde para cuando se termine tu trabajo ai y buelvas a casa nome merques mas regalos ni memandes mas dinero conla tia Pepa Maria emos ido de jornaleras y con lo que saco remendando ropa ajena me arreglo tambien tetengo qe desir qe cuando la tia Consuelo amasa y ornea pasa por casa y me deja un par de panes la noche buena la pasare en casa de la tia Adoracion tocaran la sambomba y cantaremos villansicos al niño Jesus luego cuando termine la misa del gallo abra chocolate pa tos Amparito estas Navidades el regalo dela mare para ti son deseos deseo que no dejes nunca de reir ni de cantar pues cuando ries tus ermosos ojos negros adquieren el brillo de dos luceros y cuando cantas con esatu maravillosa voz qe Dios te a dao pareseria que cantaran los anjeles. Ten siempre presente aqello de qe el que canta su mal espanta y no olvides de resarle al Señor todas las noches pidele dulces sueños y un agradable despertar la mare te manda muchos vesos. Suspirando con satisfacción, puso el papel en un sobre y se dirigió orgullosa hacia la casa de Don Federico. El buen doctor sabría escribir con tinta la dirección de su Amparito. (nota del recopilador: esta narración fue escrita por Trinidad Aparicio en 2003 y es un hermoso homenaje a aquellos chellinos y chellinas de los años más “oscuros” de nuestra historia, a aquellos que sufrieron en sus carnes y vidas los años más duros del siglo pasado y de los que hemos salido todos sus descendientes, virtualmente, sobre sus lágrimas y a veces hasta su sangre, para vivir en un futuro mejor. Por eso jamás debemos juzgar o menospreciar a alguien por su nivel cultural o porque escriba mejor o peor, sino por aquello que salga de su corazón, por su actitud para los demás, por su entrega en busca del bien de los que le rodean, sean familiares o no. Por eso se nos medirá realmente, pues es lo que queda y perdura en el recuerdo de los tiempos, en la memoria de la gente. Lo demás se lo llevará el viento) pág. 23 RELATO 5: El pan nuestro Un gallo indio de muy brillante y hermoso plumaje de distintos tonos rojizos y verdes, se pavoneaba entre las gallinas que picoteaban tranquilas por el corral. Ni que decir que mi abuela cuidaba al animal igual a una reliquia, él, con su fama de ser el gallo con más porte del pueblo, era fuente de sustento ya que cuándo alguna vecina tenía una gallina clueca negociara con mi abuela los huevos para empollar. Cierto día, baratando huevos *, la abuela consiguió hacerse con unos kilos de trigo, que, de conseguir canjearlo por harina nos proveería del manjar más apreciado de aquel entonces: el pan. ¡Pero no el nuestro de cada día! Todos saboreábamos de antemano el olorcillo a pan recién horneado; pero... ¡Duró poco el ambiente festivo! Pronto surgió el primer contratiempo: por mucho que mi abuela intentó, no consiguió quién quisiera intercambiar el trigo por harina. No se vivían tiempos normales: nada era lo qué había sido ni mucho menos lo qué debía ser. Por restricción de suministro eléctrico, más escasez de agua, el viejo molino del pueblo de Chella dejó de trabajar. Privilegiado por la naturaleza, Anna, un pueblo vecino rico en agua, hacía lo posible para satisfacer la demanda de sus aledaños los que de distintos lugares acudían allí, para moler su cosecha de trigo. Armándose de fuerzas, pues la voluntad no le faltaba, mi abuelo cargó el trigo en las alforjas de su borrica, ladeo la cabeza en señal de invitación y los dos emprendimos el camino hacia el pueblo vecino. Era yo, muy compañera de mi abuelo, recuerdo muchas de nuestras andanzas y ese andar a moler el trigo fue una de ellas. Pero no fue “llegar y moler”. Todo lo contrario. Ya antes de llegar a destino, nos cruzamos con gente conocida que regresaba abatida: Había corte de luz en esa zona. -No siga tío Pepe, el molino no funciona. “¡Ajá, ver para creer!” Dijo por toda respuesta mi abuelo y arriando su borrica seguimos nuestro camino deseando que la suerte nos acompañara. Una multitud disconforme rodeaba al molinero. Nadie quería marcharse con el trigo de vuelta a casa. Mas, ante las suplicas del molinero y en vista pág. 24 de que la energía eléctrica no llegaba, poco a poco apremiados por el cansancio y el hambre, todos se fueron marchando y en el molino quedamos tan solo el abuelo y yo a la espera de misericordia. A mí, me vencía más el sueño que el hambre; porque mi abuelo siempre llevaba los bolsillos de su tabardo repletos de fruta seca que en aquel entonces eran un manjar nada despreciable. Me despertaron las campanadas de media noche y la misericordiosa voz del buen molinero gritando: “Che, recollins, si será cabezón, con una cría y a estas horas por el mundo. Pase viejo tozudo, pase por aquí.”. A la luz de una vela más a tientas que otra cosa el molinero iba diciendo: “Tantas medidas de grano, por tantas medidas equivalentes en harina”. Deseoso de perdernos de vista, el molinero ayudó a cargar la borrica, y dijo escuetamente: “¡Vaya con Dios buen hombre! “¡Ajá! Perro importuno saca mendrugo”. Mi abuelo era de pocas palabras, pero en ese momento la expresión de su rostro hablaba de la satisfacción que sentía por haber logrado su propósito. La luna iluminaba el camino de nuestro regreso a casa. Al día siguiente la abuela tendría trabajo, y nosotros pan del día. *nota del recopilador: “baratando huevos”. Baratar, verbo valenciano equivalente a cambiar, permutar, en este caso huevos por otro bien de necesidad como trigo, harina, etc., práctica usual en los tiempos narrados por Trinidad. Es una de esas palabras adaptadas al chellino procedentes del valenciano. . pág. 25 RELATO 6: El secreto susurrado Donde la gente todavía se alumbraba con el candil, donde solo eran “señores” el cura, el alcalde y el conde; y al doctor se le daba el rango de Don, los demás habitantes de Chella, (pueblo de mis amores) todos pasaban a ser “tíos y tías”. Allí, en aquel entonces, hace ya más de siete décadas, la gente era simple, pero también sucedían cosas. ¡Débil es la carne! Obviaré nombres. Un cierto día en que el tío “A” estando trabajando en la sierra, vio por pura casualidad como la tía “B” y el tío “C” mirando cautelosos a sus alrededores para asegurarse de que nadie los veía, entraban apresuradamente en un refugio destinado a guardar herramientas de labriego. Mucho no tuvo que pensar el tío “A” para comprender de qué iba la cosa. Cuando al atardecer, el tío “A” llegó a su casa, cansado pero sonriente, cosa que por lo común sucedía muy rara vez, su mujer le dijo: -Hijo, ¿qué mosca te ha picau hoy? -Más bien te diré que han sido una pareja de moscardones. – ¡Venga hombre pues, cuenta! -Te cuento, pero lo que oigas por la oreja, ¡ojito que no te vaya a salir por la boca! –“¿Qué dices hombre? ¡Ni que fuese yo, una alcahueta! Esa fue la mecha que prendió un reguero de pólvora por todo el pueblo. De fulana a sultana y de sultana a mengana cuchicheo va, cuchicheo viene, las mujeres en el lavadero público, y los hombres en el café, seguían podando el árbol para echar más leña al fuego. Milagro fue que no se pregonara el secreto. Pero... ¿Quién levantó la perdiz? ¿Quién sacó del limbo a la mujer ultrajada? ¿Nadie? ¿Intuición femenina? Lo cierto es que ella sí supo sacar su temple. Al mediodía, cuando el sol cae perpendicular los labradores suspenden sus labores y acuden al yantar. pág. 26 Cuando el tío “C” entró en su casa y vio la mesa vestida de fiesta con el mantel blanco de la abuela donde una enorme cazuela de arroz al horno sazonada con los mejores manjares del terreno esperaba a los comensales. La gran sorpresa le hizo preguntar: - Chica, mante: ¿Qué festejamos hoy? A lo que presta su mujer poniendo los brazos en jarras le respondió con cara de pocos amigos: - Pues vaya: ¿Qué te parece si festejamos tus amores con la tía “B”? Por la tarde, estando toda la pandilla de chiquillos jugando en los olivares, mi amiga Teresita dijo ufana con toda la candidez infantil: -¿Sabéis? Mi “mare” a dau hoy una fiesta en casa. pág. 27 RELATO 7: Simón el Cejas (nombres figurados) Simón, era primo hermano de mi madre, por lo tanto también de mi tía. Eligió por esposa a mi tía Maruja y pasó a ser además de primo también cuñado de mi madre. Mucho se comentó en el ámbito familiar y en corrillos de vecinos, que atractivo pudo ver Maruja en Simón para rechazar el asedio de varios buenos mozos chellinos que la cortejaban con asedio rayando a lo importuno y elegir a Simón por esposo. En plan de chanza se decía por el pueblo que Cupido había errado la puntería, e incluso las malas lenguas llegaron a murmurar. De justos es ser equitativo. Verdad es que el tío Simón nada tenía de Adonis, era de fisico enclenque, de carácter reservado e insípido que, de no ser porque en su rotro de expresión inalterable, destacaban unas cejas frondosas lindando a la exageración y que para colmo sobresalían de ellas unos largos mechones, pues mi tío Simón hubiese podido pasar inadvertido aun estando solo. ¡Pero con esas cejas, por favor! Esas cejas llamaban la atención a todo transeúnte que se cruzara con él. ¡Las veces que mi tía, intentó cortarle esas greñas! Más... no hubo caso. Si equitativo, es ser justo, debo decir que mi tío a falta de atractivos tenía la capacidad de saber ahorrar centavo sobre centavo. Su lema era que para poder ahorrar no había que meter mano al bolsillo. Salvo alguna que otra salida al café, mataba las horas gastando la boga de la silla del pilar. Tan ahorrador era, que mi tía solía decir que su marido era devoto de la virgen del puño. Yo pasé algún tiempo pensando cual sería esa “virgen” hasta que alguien me aclaró que, lo que decía la tía Maruja, significaba que el tío Simón era un tacaño empedernido. Y vaya si lo era. Vean si no, lo que le pasó por no querer soltar una moneda. Cierta tarde de un domingo cualquiera, estando los hombres del lugar reunidos en el Café; hete aquí, que Iván, muchacho más conocido en Chella por el apodo de “barrabás” atinó a entrar en el café. Su sola presencia alertó a los allí presentes de que la fiesta terminaría con alguna escaramuza y así fue. Como si las cejas de Simón encandilaran a Iván, pág. 28 sorteó a todos los que allí se encontraban y fue directamente a mendigarle algunos “perricos” al tacaño del marido de mi tía. Por supuesto que el fiel devoto de la tacañería se lo negó. A continuación... ¿A qué no adivinan que pasó? Pues pasó que ante la negativa de lo pedido, Iván sacó unas tijeras del bolsillo y cortándole las mechas de las cejas a Simón dijo: “¡Che! Esas greñas ya me estaban molestando”. Es de suponer que en ese momento una vez pasado el susto, Simón se acordaría de Maruja, que Maruja al verlo sin las greñas batiría palmas. Pero lo cierto es que el pobre Simón, no pudo soportar ser el hazmerreír del café y por ande del pueblo entero. Buscó nuevos horizontes y se desplazó hacia Barcelona. En Barcelona se acrecentó su tacañería pero al poco tiempo Simón recuperó la frondosidad de sus cejas. Trinidad 5-4-2011 Foto: y el tío Cejas se fue a Barcelona. En la fábrica Damm encontró trabajo como leeremos en el siguiente relato, y en donde por tacaño, la suerte le fue esquiva. pág. 29 RELATO 8: El tío Simón en Barcelona Sabemos que mi tío Simón, apodado “el Cejas” era hombre de carácter apocado, chúcaro como el que más y para colmo, poco amigo de ser el centro de bromas. Tras sufrir una jocosa jugarreta en manos de Iván “El terrible,” avergonzado, el “tío Cejas” lió bártulos y junto con su familia, se despidió de Chella dirigiéndose hacia la Ciudad Condal, donde ya estaban establecidos mis padres. En Barcelona, mediante recomendaciones, el tío Simón pronto entró a trabajar en la famosa fábrica de la cerveza “DAMM.” Nada de madrugar, ni tener que doblar la espalda para cavar la tierra. Trabajar de lunes a viernes un jornal de ocho horas y un sueldo fijo, al tío le pareció haber sacado la lotería sin comprar ningún billete, mas... por aquellas rarezas del destino, mucho lamentaría a fin de año, no haber querido en su momento, participar del billete de lotería que compró “La DAMM” a compartir con todos sus empleados, por supuesto, que restándoles del sueldo el importe del número a jugar. Ese año, “El gordo de Navidad” fue a parar a la DAMM. Sí, todos contentos y felices menos el tacaño del tío Simón que se comió las uñas y derramó algún lagrimón. Si cuando vivía en Chella, mi tío Simón, llegó a desgastar la boga de la silla del pilar de tanto estar sentado en ella, en Barcelona, por el mismo motivo pronto hubo que cambiar el tapizado del sillón, aposento preferido y exclusivo de él, donde sentado pasaba horas y más horas haciendo cálculos de cuánto tendría que ahorrar por semana pensando que si seguía al pie de la letra su método de no meter mano en el bolsillo, quizás pronto podría comprarse un buen traje y un par de zapatos en “els Grans Magatzems can Jorba”. Al tío le gustaba vestir bien. Su otra debilidad, hubiese sido poder presenciar una corrida de toros, pero como decía mi tía Maruja: su devoción a la “virgen del puño” no le permite gastar la más mínima peseta. Sus paseos domingueros consistían en ir a la plaza de toros “Las Arenas”cuando el espectáculo estaba por terminar, se entremezclaba con la gente que salía, y escuchando los comentarios que hacían se convencía de que él, también había asistido a la fiesta. Transcurrido cierto tiempo, desde su llegada a Barcelona, no sé si fue por añoranza, o por querer lucir sus cejas ya restauradas de la mutilación causada por el “Terrible Iván”, con la excusa de visitar a su hermana, la tía Presentación, decidió viajar a Chella en compañía de su hija. Llegados a Valencia, padre e hija decidieron esperar la llegada del pág. 30 coche de Granero, sentados en la fonda que el tío “Peluso” tenía frente a la estación del tren. A la caza de algún cliente, los lustra botas abundaban por doquier con su sonsonete de: “¡Se lustra, se lustraaa!” Un “lustra”, se le acercó a mi tío, pero al percatarse del brillo de sus zapatos cambió el retintín de “se lustra”, diciendo: “Caballero, por dos pesetas le pongo chapitas en la punta y taco de sus zapatos.” Tanto machacaba el “lustra” que al final mi tío Simón accedió a gastarse dos pesetas. Al momento oye que el “lustra” le dice: “Caballero, por cinco pesetas, le cambio los talones a los zapatos” Que no, que si, mi pobre tío ya transpiraba de angustia; y ¡oh sorpresa! Cuando por fin el “lustra” en menos de diez minutos, dió por terminado su trabajo y mi tío le fue a pagar con cinco pesetas, el profesional lustra botas, le dijo que el trabajo valía diez pesetas porque también le había puesto medias suelas nuevas a los zapatos. Es de suponer que el portaligas que en aquel entonces se usaba para sujetar los calcetines evitó que el “Lustra” se le llevara el dinerillo que el tío llevaba allí escondido. Y, hay más, para esta historia que no termina aquí. Mi tío debió de maldecir mil veces al tramposo lustra botas, porque él, que quería presumir de Dandy en Chella, tuvo que comprarse urgente unas “espardeñas” para no llegar descalzo a la Calle del Castillo donde vivía la tía Presentación. Varias veces he contado este chascarrillo que le pasó en Valencia al pobre tío Simón “el Cejas” y otras tantas veces quienes me han escuchado me han mirado con expresión incrédula, sin embargo sin lugar para la duda, esto es tan cierto como dice la canción: Qué la Luna sale de noche y el Sol al amanecer. Foto: la antigua fábrica Damm de Barcelona. Trinidad 8-4-2011 pág. 31 RELATO 9: Me gusta contar Me gusta contar En los tiempos de mi niñez, Chella era un pequeño pueblo, que ocupaba poco espacio en el mapa de Valencia; más yo encontré allí, un manantial que fluye continuamente alimentando mi memoria. Me gusta contar los cuentos que escuché contar cuando en invierno, a la hora de la velada, vecinos y amigos se reunían adorando el fuego de la chimenea a contar cuentos saboreando cacahuetes y entonando la reunión pasando la “bota” de mano en mano. A los cuentos de aparecidos, fantasmas y bandoleros, tal como el vino de la “bota” surtía su efecto, las risas y carcajadas indicaban que los cuentos subían de tono. En ese punto, llegaba la hora de que los “muñacos” nos fuésemos a dormir. Yo tenía predilección por las historias de bandoleros, las escuchaba con suma atención deseando que el nombre del “Chato” se colara en la historia. Tenía mucha curiosidad por saber más, de lo que ya sabía sobre ese bandolero. Preciso es que aclare el porqué de mi interés. Lo que cuento a continuación, es verídico y lo escuché contar de primera persona: una hermana de mi abuelo. Veamos. La hermana de mi abuelo, la tía Filomena, viuda y con toda una triste historia en su haber, hacía lo que podía para subsistir medianamente bien. En esta oportunidad que nos concierne, la hermana de mi abuelo antes de que el día amaneciera ya casi estaba llegando a la sierra para ganarse el jornal del día replegando olivas; cuando... sin saber por dónde salió, se encontró frente a frente con el sujeto llamado el “Chato”. Decía la tía de mi padre, que el susto que se pegó al verlo y reconocerlo, fue mayúsculo, mas también decía que el Chato no la amenazó en ningún momento, aunque sí le hizo prometer guardar silencio. De ese encuentro inesperado, resultó que la hermana de mi abuelo, se encontrase comprometida con la obligación de proveerle la comida al Chato, cuando y donde él le indicara. Comprensible es, que al ser un fugitivo de la ley, para despistar a las autoridades o a la guardia civil, hacía rotar a la pobre mujer de las cuevas del Garisot al Muntot, o en algún otro lugar del barranco. pág. 32 Nunca le llevó la comida dos días seguidos en el mismo lugar. Esto duró hasta que cierto día la hermana de mi abuelo regresó con la comida de vuelta a casa. Nunca más la hermana de mi abuelo supo del Chato, pero por largo tiempo siguió guardando el secreto. Hoy, se bastante más sobre el tema. Leí por Internet en www.fayos.org una recopilación de la historia del Chato, obtenida de diarios españoles de esa época y que me ha llevado a rememorar mis recuerdos de antaño de un pueblo, esos recuerdos que siempre me han gustado contar. Foto: la tía Filomena, hermana del tío Pepe el Tremolores. pág. 33 RELATO 10: Nos vamos haciendo viejos Leí hace poco que alguien se refería al año 1.968 como “tiempos remotos” y me dije: ¡Dios mío de todos los tiempos! ¿Cuarenta y dos años han pasado ya desde que con dos de mis hijas estuve en Chella para las fiestas de San Blay? Pues sí. En ese “remoto” año 1.968, volví de vacaciones a España. Hacía ya diez años que residía en Buenos Aires, en la lejana Argentina. Mis hijas crecían y el recuerdo de sus abuelos se les iba desvaneciendo. A la vez mis padres envejecían penando por el temor de no volvernos a ver. No lo pensé dos veces, ni lo dudé un segundo: ese año 1968 volvimos a cruzar el Atlántico, en barco, con destino a Barcelona. Más, pasados los primeros días de euforia causados por nuestra llegada, me di cuenta con estupor que mis queridas hijas se aburrían. ¿Qué podían compartir ellas con unos abuelos que apenas sí recordaban, o con mi tía Maruja y su esposo “el tío Cejas” de permanente visita en casa? Yo tenía a Chella en la “golica” y las fiestas de San Blas me sirvieron de excusa para que las chicas cambiasen de ambiente. Fue lo mejor que pude hacer: sacar pasaje hacia Valencia. Ya en el coche de Granero, el autobús que cubría el viaje entre Valencia y la Canal de Navarrés, notaba yo, con creciente emoción, ése particular aroma chellino que tanto añoraba. Siempre he sido observadora. El más simple de los detalles que para muchos pasaba desapercibido, a mí me quedaba grabado, y más de una vez lo he contado como anécdota. Anécdota que aquí voy a repetir: A la primera curva de la carretera, un sombrero cayó de la red del portaequipajes. Su dueño lo volvió a dejar en la pág. 34 red y siguió conversando animadamente con su compañero de asiento. Segunda curva, y la misma escena se repitió de nuevo. Pero a la tercera curva, cuando el sombrero volvió a caer, su dueño lo agarró, lo miró casi podría decirse con cariño y muy formalmente le dijo: “¡Ché! ¿Qué no´stás bien ahí, mante?, ¡Pues, hála!”. Y en un arranque que me pareció genial se colocó el sombrero en su cabeza. Recordarán la canción chellina que decía: Caminito de la Fuente, van las chicas del lugar…. Pues como ellas iba yo. Con la cara sonriente y las ganas de llegar. El coche de Granero, paraba en la carretera a la altura de la esquina con la calle Libertad, junto al bar que por entonces llevaba Serafín. En aquellos “remotos” tiempos ir a presenciar la llegada del coche era el acontecimiento del día. Así pues, además de quienes nos esperaban había también un considerable grupo de personas. Debido quizás a que vestían pantalón, mis hijas fueron la sensación de los allí presentes, y un grupo de adolescentes que coreaban alegremente: “¡las chicas ye-yés, las chicas yeyés!” nos siguió calle Libertad arriba hasta llegar a la casa de Mercedes y Pedro “el Salerico”. Mercedes me había dicho de antemano que si no quería quedar mal con alguna de mis amistades, era conveniente que no aceptara invitaciones para ir a comer. Que, en todo caso, los que quisieran vernos que fuesen a su casa. ¡Y vaya si vinieron! Las noches fueron de fiesta. Incluso un tal Federico, amigo de mi padre, no faltó a ninguna velada; él y Pedro, con tal de hacernos reír, se desafiaban a ver cuál de los dos contaba la barbaridad o “animalá” más grande. Conchita “la Clavica” se ahogaba de tanto reir y pedía clemencia. Yo no recuerdo haber reido tanto nunca más en mi vida. ¿Y las chicas, motivo por el cual fue ese viaje a Chella? Pues para ellas fue una “ganguica” que los hijos de Mercedes: Eugenio, Vicentica y Merceditas, y los de “la Clavica”: Conchín, Pepita y Joaquín, de entrada hicieron buenas migas con ellas. Durante el día las perdía de vista. Con sus amigos chellinos hacían turismo arriesgado para ellas: bajaron por el Peñón de la Vieja hasta el Salto. Cuesta abajo por los olivares les mostraron la Cueva del Chato, las ruinas del molino Papelero, la Cueva de la LLuvia con su pág. 35 pequeño embalse que recogía las gotas de agua filtradas por las rocas y, bajando, bajando, llegaron al río. Para “las chicas ye-yés” todo resultaba nuevo y sorprendente, y regresaban fascinadas por haber participado en tales aventuras. Por las noches, mientras los mayores disfrutábamos de la tertulia y de alguna “charraeta”, la juventud se lo pasaba bien con los bailes. Vicentica presumía con vestidos de Esther y ésta, que ya pronosticaba iba a ser una bella joven, medio encandiló a un amigo de Eugenio llamado Paco. Total, que terminadas las fiestas de San Blas y debido a los ruegos de mis hijas, que pedían quedarse más días en Chella, Mercedes se compadeció de ellas y, como era de esperar, me convenció de ello. Tras lo cual exclamaron felices a dúo: ¡Que viva Chella y la tía Mercedes! Regresé sola a Barcelona al reclamo de mis padres. Después, pasado el “plazo de gracia”, Vicente “Faenes” y Mercedes, trajeron a mis hijas de vuelta a Barcelona, cuando faltaban escasos días para embarcar de regreso a Buenos Aires. Esther y Trini ya son ahora abuelas. Lo vivido en el año 1968 pasó a ser un “tiempo remoto”. El tiempo pasa, nos vamos haciendo viejos. Trinidad 22-12-2010 Foto: Los protagonistas de este relato en las fiestas de San Blas de 1.968 pág. 36 RELATO 11: Del candil a internet Del candil a Internet… y memoria para contarlo. En Chella, a lo lejos del tiempo, recuerdo que en casa de mis abuelos, el fuego de la chimenea permanecía encendido de la mañana a la noche. Unas matas de ardeviejas esperaban a un lado del fogón, a que el fuego decayera y un trozo de caña especial, (¿estufador?) chamuscado ya, en su extremo inferior por tantas veces de haber cumplido su función de aventar el fuego, cual fiel centinela permanecía apoyado en la pared. Al caer la noche, cuando los animales del corral se refugiaban en la cuadra a pasar la noche, era la hora de cerrar puertas y postigos y encender el candil que colgaba sobre la repisa de la chimenea. En esa época de la década de los años 30, cuando todavía los dedos de las manos me alcanzaban para contar mi edad, fui de gran ayuda para mi abuelo: entre los dos recolectamos la cosecha de aceitunas, más... ese trabajo, nos requirió mucha voluntad y un gran esfuerzo. Mi abuelo, anciano y cargando en su espalda reliquias de su luchar en Filipinas, y yo, una “muñaca” de capital poco ducha en esos haberes, llegábamos a casa no sé si más hambrientos que cansados o a viceversa. Por suerte la abuela nos esperaba con un perol de “arrós caldosico” hecho con caracoles y rosellas que nos sabía a gloria. Creo que fue durante ese ir y venir del Sapo cuando más añoré a mi mamá. A la luz fantasmal del candil me acostaba y a la luz del candil me levantaba. Caminábamos poco más de dos horas, para llegar a la cima de la sierra lindando ya con Bolbaite. De inmediato el abuelo encendía una fogata, pero no me dejaba que me acercara al fuego; primero debía calentar mis manos bajo los brazos hasta que los cinco dedos lograran juntarse haciendo “puñet” Para comer durante el día llevábamos “moniatos”, rollos de harina de maíz y nuestra buena porción de higos secos. Supongo que debería de haber una hora determinada para dejar de trabajar, cargar al animal y emprender el regreso a Chella, porque al salir del barranco ya un grupo de trabajadores se veía un poco más adelante. pág. 37 A nuestra borrica le gustaba caminar en grupo y aceleraba su paso, entonces mi abuelo para poder seguirla la agarraba de la cola hasta que las piernas no le daban para más trote. Entonces le decía a su borrica: “Toma morica”. Esa frase frenaba de inmediato al animal, sabía que su dueño le obsequiaba unos higos secos. Cierto día, en que a mitad camino nos sorprendió un aguacero, una mujer del grupo que nos aventajaba le gritaba a mi abuelo: “¡Chico corre que te enchoparás!”. Una y otra vez la mujer se daba la vuelta y seguía con su cantarella de: “¡Chico corre que te mojas!”. A lo que mi abuelo le gritó: “Mante, ¿qué ahí delante no llueve?”. Y... de los recuerdos de la época del candil, disfruto hoy del progreso: frente a mi ordenador he escrito este relato. Mandaré lo escrito vía Satelital y llegará a destino en el momento que dé la orden de “enviar” y al mismo tiempo se podrá leer desde cualquier parte del mundo. En verdad la vida ha cambiado mucho desde entonces pero nunca olvidaré el candil de mis abuelos. Sí, me gusta recordar y contar. Trinidad 3-1-2011 Foto: Isabel Ortiz Bellver “Encarnación La Royica” y su marido, José Aparicio Talón “El Tío Pepe el Tremolores”, abuelos paternos de Trinidad Aparicio. pág. 38 Relato 11 Anexo “A”: Una jornalera precoz Apremiaba el tiempo para cosechar las aceitunas y el tío Pepe “el Tremolores” por muchas noches que pasaba en vela, no encontraba salida para su preocupación y dolor de cabeza. Ese año no había brazos jóvenes para ir a “replegar” las olivas. De perderse la cosecha… ¡Cuán difícil sería la situación! -Pepet,-dijo la tía Encarnación la “Royica”- ¿Por qué no lo intentas llevándote a la chica? La chica en cuestión, era yo, una “muñaca” de nueve años y para colmo “niña de capital” refugiada en Chella en casa de mis abuelos. ¿Qué sabría yo en aquel entonces de ir a “replegar” olivas? Pero aprendí. El abuelo fue mi maestro: una aceituna entre pulgar e índice iba al centro de la mano hasta tener un “puñaico” que luego se tiraba a un capazo, o cómo extender las mantas bajo la olivera o “muñir” las ramas más bajas, etcétera, etcétera. Teníamos en aquel pedazo de secano además de las oliveras, dos algarrobos, dos almendros, dos higueras y unas pocas cepas de “uvica” negra y dulce. Para llegar a la cima de la sierra a primera hora del día, debíamos de levantarnos muy de madrugada ya que teníamos que recorrer un largo camino para, con esfuerzo y paciencia, llegar a lo que antaño era “el Garisot”, lugar hoy conocido como “El Sapo”. El abuelo y yo compartíamos la borrica: hasta tanto no clareaba el día, era yo quien caminaba pero, cuando ya otros grupos de personas nos daban alcance, la “Morica” cambiaba de pasajero. A mí me avergonzaba que me vieran tal como iba vestida. La abuela, con tal de que yo no pasara tanto frío me disfrazaba poco menos que de espantajo; pero aun así no podía evitar que yo llegara al destino titiritando y con mis dientes castañeando. Terminado el jornal y una vez desandado lo andado, yo solo quería comer e ir a dormir. Extrañaba horrores a mi mamá. Y así, día tras día, ese año y otro año más, un anciano con su borrica y una “muñaca” de capital con el cabello hecho un estropajo rojo, lograron llevar a su debido tiempo las olivas a la Almazara, que en Chella pronunciaban “Almásera”, y jamás encontré, en el resto de mi vida, un aceite tan puro y sabroso como el que salió de aquellas olivas “replegás” en pág. 39 unas duras jornadas serranas compartidas con mi abuelo “Tremolores” y una paciente “burrica”. Barcelona 01/09/2014 Relato 11 Anexo “B”: Mi ilusión aparcó en Enguera Muchas cosas suceden de improviso, sin embargo rara vez las cosas suceden tal como uno las ha proyectado de antemano. Este relato tiene cierta relación con “Una Jornalera Precoz” porque no dudo que a raíz de aquel “arreplegar” olivas con tanto esfuerzo, nació mi amor y más luego mi obsesión por ese terruño que fue de mi abuelo. Reconozco que soy una sentimental sin enmienda, tengo afecto a todas mis cosas sea cual sea su valor. Lo importante para mí es de parte de quién vienen. Chella siempre estuvo en mí; pero yo, estuve muy lejos de Chella. Luego de 45 años vividos en Buenos Aires, nadie iba a suponer que de “improviso”, la fuerza de mi destino un buen día 12 de abril del 2.002 me retornaría a Barcelona, claro que con la gran diferencia de que al marcharme había salido de casa de mis padres y regresaba a casa de mis hijas. Recuerdo que fue en agosto, mi hermano y su señora, iban de vacaciones a Chella y yo me invité. Mis deseos de volver a pisar aquel terruño, eran tan grandes que ya se habían convertido en obsesión. -Cuando quieras vamos, dijo mi hermano. Y fuimos. Ya me habían dicho que aquello de la Sierra se había perdido, que no valía “na” que aquello era pastoreo de culebras y alacranes. No esperaba encontrar un jardín, pero al llegar allí, recibí un tremendo impacto. Viendo tanto abandono, los recuerdos tomaron imagen: el abuelo encorvado, la “muñaca” pizpireta y desaseada, la borrica pastando, todo pasó por mi mente. ¡Qué pena! ¡Qué lloraba dentro de mí angustia y qué impotencia! La precoz jornalera pág. 40 Al día siguiente, me presenté en el Ayuntamiento, expuse mis deseos reclamando la titularidad de esa pequeña parcela que fue de mi abuelo, y como nobleza obliga, incluí también el nombre de mi hermano en el reclamo. El señor Adelino López Bellver me indicó los pasos a seguir y me derivó a Mariví Granero Granero. El reclamo fue aceptado, pero me llevó cinco largos años terminar con todo el papeleo necesario, papeles que hoy siguen en Enguera sin escriturar por falta de cierta voluntad, esperando, como en el sueño de los justos, que alguien apriete ya el botón que desencadene el trámite y desenlace final. Me ha pasado como aquel que por no tener padrinos no se lo pudo bautizar. Barcelona 16/09/2014 Foto: Trinidad en el “pedasico de la Sierra” de su abuelo “Pepe el Tremolores” pág. 41 RELATO 12: De la Peña al Río Mis abuelos paternos eran nacidos en Chella. Su cuna fue humilde, pero dentro de su humildad, su conducta ejemplar los engrandecía. Salvo un pedazo de secano en lo alto de la sierra y un pequeño trozo de tierra en el Muntot no poseían otros bienes que no fuese un pequeño rebaño de cabras que habían comprado con dinero prestado. Mi padre, con tan solo ocho años de edad, cumplía durante el día el rol de pastor lo que le restaba tiempo y energía para asistir junto con otros chicos de su edad a las clases de catecismo. Me contaron que cierto día en que mi padre regresó a casa llorando, porque el señor cura le había obsequiado con un sermón amedrentador por no saberse la lección, mi abuelo cogió de la mano a su pequeño hijo y, ni corto ni perezoso, hacia la parroquia se encaminó. Una vez en presencia del párroco, se le encaró diciéndole: - “Con todo respeto, ¿sabe usted señor cura, cuantos dientes tiene una cabra?” Por lo inesperado de la pregunta el párroco no atinó a responder y mi abuelo aprovechó el momento de titubeo para decirle: - “Pues ya ve, usted a lo suyo y nosotros a lo nuestro”. Por supuesto, como debía de ser, hubo perdón y también comunión. No tendría que pasar mucho tiempo cuando una calamidad golpeó fuerte el magro pasar de mis abuelos: el ganado enfermó de una peste tan tremenda, que no se salvó un solo animal. Pero dicen que Dios aprieta pero no ahorca, y también dicen que cuando una puerta se cierra en otro sitio se abre una ventana. Por aquel entonces en Barcelona se estaban construyendo las Fuentes de Montjuïc, y se necesitaba mano de obra. Arruinados y endeudados sin nada más que perder, hacia Barcelona partió toda la familia: el abuelo consiguió empleo de sereno y vivienda en la barraca de materiales, y mi padre comenzó trabajando en la construcción, aprendiendo el oficio de albañil. pág. 42 Llegada la edad del servicio militar, mi padre embarcó hacía Melilla a luchar contra los moros. Ese fue otro duro golpe para mis abuelos los que ya, con sus buenos duros ahorrados, decidieron regresar a Chella sin atender los ruegos de mi padre al que le gustaba bastante la vida de la ciudad pues habían mejores expectativas de trabajo y de futuro, y quería por ello que sus padres no se marcharan de Barcelona. Mi abuelo, con la sabiduría que sólo dan los años le dijo: -“Mira José, a Barcelona de por vida le voy a estar agradecido, pero soy valenciano y mis raíces las tengo en Chella. Bien es verdad que mis raíces son humildes, van de la Peña al Río, pero también es verdad que son raíces de buena ley.” Trinidad 10-1-2011 Foto: partiendo de la calle Libertad y adyacentes se puede bajar a estos parajes y acercarse a las Arenetas, el Matet, el Tejar o a los meandros que el río Sellent forma en esta zona tras su paso accidentado por la cascada del Salto. De la Peña al Río. pág. 43 RELATO 13: Tiempo pasado Se dice que todo tiempo pasado fue mejor. Se dice...más no tengo aptitudes para discernirlo, pues al final hay de todo en la viña del Señor y cada uno es cada cual. Allá por el año 1937, llegamos a Chella mi hermano y yo, huyendo de la difícil situación que ya se vivía en Barcelona. Recuerdo que mi abuela pretendía que yo tuviese el temple de las chicas del lugar, cosa que a mí, criada como niña de capital, me costó más de un llanto. Les cuento: El tío “Mamantón” vecino de la calle Libertad, se había convertido en el benefactor de la tía Filomena, que era hermana de mi abuelo, a la que muy a menudo la requería en dicha casa para algún quehacer de acuerdo a sus fuerzas, cosa por la que la tía le estuvo agradecida de por vida. ¿Le habrá hablado de mí? Le pongo la firma. Lo cierto es que el tío o señor “Mamantón” tenía una hija o algún familiar que vivía en la carretera. Acordaron que yo iría a ayudarles yendo a lavar al río los pañales de un bebé que había en la casa. ¡Ay Clavica, mante, cuánto te debo! De no ser por ti, ya al primer día la corriente del río se hubiese llevado los pañales. El pago era bueno: un buen pedazo de pan con un trozo de magro”pa mesclar”. Pero mi “empleo” duró hasta que un día me mandaron sacar agua del pozo. Recuerdo que deslicé la soga hasta oír el chasquido que hizo el cubo al contacto con el agua, pero al intentar izarlo con todas mis escasas fuerzas, eso fue una “misión imposible” para mí. El cubo pesaba más que yo y mis pies se alzaron del suelo. Me vinieron a la mente historias de gente que se había caído dentro un pozo, el miedo se apodero de mí y avergonzada no volví nunca más. Sacrifiqué el manjar de la merienda, y recibí una reprimenda. Mis abuelos vivían en el último tramo de la calle Libertad. Desde allí, la naturaleza regalaba un hermoso paisaje a la vista: los olivos en pendiente llegaban hasta el llano del Olivar del Señor, y como telón de fondo el colorido Muntot, cerraba el magnífico panorama. pág. 44 Por la tarde, siempre que el tiempo lo permitía, las mujeres tenían por costumbre reunirse en la calle, unas con su costurero a remendar ropa y otras con su cojín de bolillos a tejer encajes. En ese horario trabajábamos las muñacas niñeras: en la esquina de la calle Senda Peña, justo en el penal de la casa de la tía García, jugábamos a las “bolicas” mientras entreteníamos a sus pequeños hijos. La merienda que nos daban, si bien eran una rastra de rollos con un pedazo de bollo de chocolate, sabía a gloria. Sonriendo, hoy recuerdo esos tiempos pasados. ¿Mejores, o peores que los presentes? Simplemente eran distintos. Trinidad 14-1-2011 Foto: Grupo en la calle Libertad a finales de los años treinta del pasado siglo XX. Arriba, la primera chica a la izquierda es “la Clavica”. Abajo a la derecha, con sombrerito, Trinidad, la futura redactora de las memorias de esos tiempos. pág. 45 RELATO 14: Cuando el sol caía a plomo Luego de yantar, durante dos horas el sopor se adueñaba de Chella. Eran horas sagradas a respetar para el tan merecido descanso de nuestros mayores, que habían salido con los primeros frescores del alba para sus labores en el campo, retornando a casa cuando el sol tomaba cariz de fragua y axfisiaba los esfuerzos. Sin embargo las dos horas de la siesta, eran un castigo para la pandilla de amigos que debíamos contener nuestras ansias de “libertad” hasta tanto el pueblo no se desprendiera de la modorra y volviera a la normalidad. ¡Vaya penitencia la nuestra! Si huíamos hacia las huertas, nos corría el único habitante de Chella que trabajaba en ese horario: “el polisero” y si nos refugiábamos a jugar en los olivares del penal de la tía “Toneta” nos corría el tío Daniel. Teníamos la alternativa de refugiarnos en la cambra, y la mayoría de las veces “la Clavica” me invitaba a su casa para aliviar la penitencia allí. En su cambra además de tabaco colgado habían también rastras de uvas a secar, y entre otras cosas más, montañas de naranjas para nuestro deleite. Si bien es verdad, que nos movíamos a la “chita callando” yendo de un lado para el otro como si fuésemos ratones, pienso ahora que más de un ruido haríamos pero no recuerdo que alguna vez nos chistaran. Buena gente los “Clavicos”. Luego de cenar, a la luz del farol, tanto en verano como en invierno la pandilla de muñacas y muñacos terminábamos el día jugando en las cuatro esquinas de las calles Libertad y Senda Peña, esquinas donde vivían en aquel entonces las familias de “la Cuéllar”, el tío Teodoro, la tía García y la Boltaya. Teníamos por consigna que el que primero saliera reclamara a los demás cantando: Salir niñas, salir / que yo ya he senau / sardina y pescau / Y si no salis, me voy a dormir. ¡Qué atentos estábamos! Y es que ese cántico, para los que todavía estábamos cenando, nos causaba el efecto de un bando del Señor Alcalde. En ese horario en que no estaba prohibida la algarabía, hasta tanto no nos llamaran a dormir, terminábamos el día jugando bajo la luz opaca del farol. Trinidad 18-1-2011 pág. 46 RELATO 15: Recordar para no olvidar La guerra duraba más de lo que en un principio se suponía. Mi hermano y yo, seguíamos con los abuelos, pero a pesar del mucho cariño que de ellos recibíamos tal como pasaba el tiempo más añorábamos a mamá y papá. Nuestros padres, seguían en Barcelona tratando de conservar trabajo y piso, pero al vislumbrar que la paz se volvía esquiva, decidieron juntar sus pertenencias más indispensables, y dejar piso y trabajo a merced de la caótica situación que se vivía en la Ciudad Condal. Su viaje de Barcelona a Chella fue una odisea. A causa de los bombardeos, las vías férreas ya estaban interrumpidas, por lo que para llegar a Valencia tuvieron que cruzar el río Ebro en una balsa de ganado. Desde Valencia, caminando kilómetro, tras kilómetro a través de campos y naranjales y escondiéndose de grupos armados, fueron acortando camino. Nos contaron que en uno de sus descansos se llevaron un buen susto. Comiendo naranjas estaban cuando apareció el dueño del naranjal, pero al verlos tan confusos les dijo: - “Tranquilos, no pasa nada, mientras no se lleven los frutos, aquí pueden comer cuantas naranjas quieran”. Como pordioseros, maltrechos, hambrientos y con los pies magullados por fin una buena noche llegaron a Chella. Por lo sorpresivo, de su llegada entre lágrimas y risas, vivimos un feliz reencuentro. Por fin, tuvimos los tan deseados mimos de papá y mamá. Como es de suponer, hubo que hacer algunos cambios en casa. Cedimos la habitación a nuestros padres y la cambra pasó a ser nuestro dormitorio, cambio que me alegró, porque en la habitación donde hasta entonces dormíamos, yo tenía un miedo atroz. En esa habitación se guardaban las charras de aceite y se contaba que una vez tras las charras se había escondido una culebra. ¡Si habré sufrido pesadillas! Otra cosa a favor fue cambiar el colchón de borra al que costaba un enorme esfuerzo darle vuelta, por la márfega de palloque. A partir de ahí, mi abuelo, con la presencia de su hijo en casa sintió que sus fuerzas se aligeraban. No sucedió lo mismo con mi abuela y mi madre. Saltaba a la vista que entre ellas existía un encono difícil de salvar. Pienso que quizás la causa venía de lejos, de los tiempos que narro en el relato en que comparo Chella con el Macondo de García Márquez en donde los habitantes emparejaban entre sí. Resultado de ello fue que mi bisabuela paterna fuese hermana de mi abuela materna, a la vez ésta tía de mi abuela pág. 47 paterna terminando el embrollo siendo primas hermanas mi abuela y mi madre. Entonces pueden preguntarse ¿qué era mi madre del hijo de mi abuela? Perdón, pido disculpas es un lío de familia bastante difícil de entender. Pero que había un resquemor entre mi madre y mi abuela no cabe duda de ello ni se podía ocultar. Lo comprendí un día en que mi abuela al regañarme me dijo: - “¡Fargandana, tienes a quien salir!” ¡Vaya sorpresa me llevé! Porque cuando alguna vecina le decía: -“Chica, Encarnación, ¡vaya nietica maja que tienes!”. Mi abuela sin vacilar respondía siempre: - “¡Sí que es de veras mante, y que lo digas, es maja y trabajadora como su padre!” Trinidad 23-1-2011 Con agradecimiento a todos los que me animan a seguir contando. Foto: Autora y recopilador en el encuentro de Valencia en marzo de 2011 cambiando impresiones sobre la redacción de las Memorias y rememorando esos tiempos dificiles pág. 48 RELATO 16: Una sanción merecida Reconozco y debo decir, a modo de justificar mi conducta, que nunca fui líder. Yo seguía a donde fuera que fuese la pandilla a la cual me habían incorporado. Todo era nuevo para mí, disfrutaba como nunca, pero siempre apoyada o protegida por Conchita, mi gran amiga “La Clavica”. Ella no salía a jugar, salía siempre con alguna tarea que cumplir, pero los amigos jugando la ayudábamos a llenar el capazo de verdolagas para el cerdo y demás hierbas buenas para los conejos, así a ella le quedaba un rato libre. Por lo general correteábamos por los ribazos de las huertas; pero bien es verdad que si se presentaba la oportunidad, por donde pasábamos dejábamos nuestra huella. Una mata de cacahuete por aquí, un par de panochas por allá, eran un buen botín que por decisión unánime iba a parar a mi casa. Una vez, recuerdo que atacamos a un generoso albaricoquero cargado a más no poder con su fruto todavía verde. ¡Dios que mal sabían esos albaricoques que aquí llamaban “ambercoques”! Para colmo también nos dejaron sus secuelas gastrointestinales, comprendí así el sentido del sabio consejo “la fruta verde es mala pa la pancha”. De manera que nunca más comí albaricoques; supersticiosa, llegué a creer que a su modo el árbol frutal se había vengado de nosotros por nuestra osadía. Pero bueno, a fin de cuentas y por causa de nuestra joven naturaleza siempre salíamos al poco indemnes, por lo que volviamos a reincidir cuando se presentaba la menor oportunidad. Sabíamos también de un nogal a orillas del río, ya en territorio de Bolbaite y allí decidimos ir una tarde a comer de sus sabrosas nueces. Resultaba difícil sacar las nueces de su tierna corteza, y absortos estábamos en esa tarea tan delicada cuando unas voces provocadoras acompañadas de pedradas, nos hicieron comprender que estábamos en territorio ajeno. Pude demostrar ese día cuán rápido y capaz era yo de correr, si el asunto lo exigía. Esas travesuras eran como jugar al “Antón pirulero” comparadas a lo que tengo en mente contar. pág. 49 Un primo mío y cuatro chavales más, cierto día, solo por el placer de divertirse, destrozaron por completo un melonar. De hurtar un melón y echar a correr, otro hubiese sido el cantar; pero para cometer semejante barbaridad debieron de perder la noción del tiempo. Tiempo que dio lugar a que alguien los identificara denunciándolos a las autoridades de Chella. La tal fechoría fue notificada a los progenitores de los cinco pequeños “pandilleros” junto con una citación para presentarse en el juzgado. No sé si entonces el pueblo tenía juez de paz, pero alguien del pueblo por primera vez y en ese día cumplía ese cargo. La sanción del caso fue que cada implicado debía retribuir al dueño del melonar la cantidad de 60 melones. Justa sentencia. De esa sentencia, quedaron dos buenas anécdotas. Todavía debe de haber alguien en Chella que las debe de recordar. Se sabe, que uno de los deudores, si bien pagó con 60 melones, éstos eran para comida de cerdos. Al censurarlo por tal desfachatez, el sujeto fundamentó que el señor juez no había especificado de qué tamaño debían ser los melones. Ese mismo día, el señor juez le decía a un amigo: -¡Che! ¡En mi vida olvidaré el afronte que he pasado hoy, al entrar en la recepción y encontrar a mi hijo junto a ese grupo de brutos! Trinidad 26-1-2011 pág. 50 RELATO 17: Los amigos de mi padre Tengo una cámara incorporada en mí, que si bien tiene ya muchos años, sigue siéndome útil casi rayando a la perfección. Guardo en ella, instantáneas vividas suspendidas en el tiempo, que cuando lo requiero me devuelve imágenes con nítida claridad. Siempre ubicada en Chella, y en tiempos difíciles, que vaya si los hubo, en este momento por ejemplo, más que recordar cerrando los ojos y abriendo la mente, veo a mis mayores aparentar serenidad cuando en realidad la incertidumbre por el mañana debía de estar angustiándolos. Confiaban en que, de algún modo la presencia de mi padre en casa, aliviaría la situación, pero de momento hacer frente a la necesidades del día a día de un grupo formado por tres generaciones sin ingresos fijos no era nada halagüeño. Tengo presente también, que al día siguiente de la llegada de mis padres a Chella, sin necesidad de llamar a la puerta, porque en aquel entonces durante el día las puertas de las casas no se cerraban nunca, entraron en casa tres nobles amigos de mi padre, ellos eran: el tío Joaquín y su hermano Pedro, apodados los navarresinos, y el tío Antonio, que vivía en la calle “La Garrofera”. Vinieron a tenderle a mi padre, y por ande a todos nosotros, sus manos generosas. ¡Qué abrazos tan sinceros y cordiales presencié! ¡Y qué ofrecimientos más desinteresados le hicieron a su amigo! -¡Che, José, vaya gusto verte! Supimos de tu llegada esta mañanica y aquí nos tienes. -¿Tan mal está la situación? Pues qué te conste que nada más tienes que decir. -Yo tengo un pedazo de tierra en la Senia que si te atreves a despedregarlo tuyo es hasta tanto lo necesites. -Y el Barberá... ¿Cómo es que no ha venido? – Preguntó mi padre. -No le faltaban ganas de venir. Nos manda decir que para mañana nos espera en su casa, organiza una cena de camaradería. Mi abuelo sensible como pocos lloraba de emoción y gozo. Nada sospechaba entonces ese grupo de amigos que al poco tiempo el destino, los uniera en el infortunio. Pero dejo el tema para contarlo cronológicamente más adelante. Mientras tanto eso no llegara a suceder, las cosas en casa tomaban un ritmo más placentero: las oliveras recuperaron esplendor, la cantarera estaba siempre con los cántaros llenos de agua. En pág. 51 la cuadra, un considerable montón de leña acumulada daba tranquilidad para el invierno; incluso el barril de “terreta” que mis abuelos vendían por insignificantes “perricos”, mi padre lo mantenía siempre lleno para evitar esfuerzos al abuelo. Despedregar el pedazo de tierra de la Senia lo hicimos entre todos y en tiempo record tal fue el ahínco que pusimos, hasta mi madre que era más bien de naturaleza blanduzca, con orgullo formó parte del equipo. Era infalible, todo aquel que pasaba por allí, sonriendo nos saludaba diciendo a los gritos: -“¡Eh, José, vaya cuadrilla la tuya!” Trinidad 28/1/2011 Dedicado a la memoria de mi padre, José Aparicio, nacido en Chella el 28 de enero de 1901. José Aparicio soldado en Marruecos. En la primera foto con uniforme, y en la segunda, estando convaleciente de la malaria. pág. 52 RELATO 18: Carta para las hijas de mi amiga Barcelona 8 de Abril de 2.007 ¡Hola, Conchita y Pepita! : Os diré que, cuando se me presenta la ocasión de viajar a Chella, en lo posible no la dejo escapar. Chella es el pueblo de mis raíces, el pueblo de mis recuerdos entrañables e inolvidables. Recuerdos que a través del tiempo casi se han vuelto fantasiosos porque pasaron añares* y ya nada encaja en mis recuerdos. Entre ellos, figuraba un Olivar del Señor, tan bien trabajado que era digno de admirar; figuraba la calle Senda Peña donde vivían vuestros abuelos, que como bien dice su nombre era una senda angosta apta para caminar en “fila india” y transitada por caballerías que cuesta arriba, conducía a la Peña y al Barrio. El lavadero público, hoy bien cuidado pero fuera de servicio, daba lugar en tiempo de mis recuerdos, a que las mujeres que allí acudían a lavar cargadas con sus “ferrás” llenas de ropa, muy frecuentemente discutieran para ocupar el mejor lugar, es decir a ambos lados del pequeño canal de agua clara y cantarina que llenaba el lavadero. Y el abrevadero, donde antes de llegar a sus corrales saciaban la sed los animales. O la fuente de los tres caños y los tres chopos, remanso de frescura en verano, y tantas cosas más. A mi regreso a España y en mi primer viaje al pueblo, los recuerdos me llevaron a caminar con nostalgia por todos esos lugares que en otra época tan bien conocía. ¿Recordáis algo vosotras de todo esto que os cuento? Mi primera caminata fue la de acercarme a la calle Libertad, “mi calle”, para recrear la vista y revivir mis sentimientos de entonces mirando el Olivar del Señor, más un tractor estaba allí trabajando la tierra y ya no quedaba ni rastro del otrora hermoso y verde Olivar. La casa donde antes vivían la tía Gertrudis y el tío Pepico el “Polit” terminaba la calle. Esa esquina era un verdadero vertedero de basura. Hoy una hermosa reja cierra la calle. ¡Dios, cómo cambió todo! La Senda Peña, es hoy un camino de doble sentido, por donde modernos coches suben cómodamente y casi sin esfuerzo hasta llegar al Mirador del Salto. Sentí nostalgia por los tiempos idos de mi infancia, nostalgia de las personas que significaron tanto para mí entonces y que ahora ya no están, pág. 53 pero a la vez sentí una gran satisfacción al ver la evolución que llegó a Chella con el progreso. Debo añadir a todo esto, queridas mías, que de este último viaje, voy a guardar por siempre en mi interior, la emoción de haber podido reencontrarme con vosotras, dignas hijas de mi querida e inolvidable amiga Concha la Clavica. Nota del recopilador: “añares” es una bella palabra recogida en el diccionario de la lengua española como expresión usada en Rio de la Plata, significa “mucho tiempo, muchos años”. Clara reminiscencia de la más de media vida pasada por Trinidad en Argentina. Fotos: Trinidad Aparicio en un día por el pirineo Catalán. La foto de al lado es de setenta años atrás, la jovencita Trinidad en Chella. A través del tiempo un sombrerito une las fotos. pág. 54 RELATO 19: Un abrazo de a cuatro En un relato anterior con el título: “Los amigos de mi padre” dije que seguiría contando cómo en un futuro próximo el infortunio iba a unir más a ese grupo de amigos. Retomo ahora la historia. El tiempo transcurría con penurias pero sin hambruna. Para nuestro orgullo, las acelgas y las lechugas ya verdeaban en “nuestra huerta” de la Senia, y la tranquilidad de estar todos juntos nos reconfortaba y animaba, pero las noticias del desarrollo de la guerra eran nefastas y tal como ésta iba llegando a su fin, más mujeres vestían de negro en Chella. El día tan temido llegó. El gobierno Republicano, cuando ya estaba todo perdido y se acercaba su rendición, llamó a hombres rayando en los cuarenta años a luchar al frente. Al no estar mi padre empadronado en el Municipio de Chella, eso podía haberle servido para quedarse en casa, pero su sentido del deber le obligó a marchar a la guerra junto con sus amigos y demás hombres del pueblo. Hecho que fue la causa de que más tarde mi madre sufriera una gran y desesperada peregrinación. Contadas eran las familias que no tenían algún familiar en el frente, por lo que al anciano cartero se le esperaba cada día con ansiedad. En la última carta recibida de mi padre, nos decía que junto con un grupo de amigos, entre ellos el tío Antonio y el tío Joaquín el “navarresino”, se encontraba en Extremadura, en un pueblo llamado Cabeza del Buey, de la provincia de Badajoz, luchando entre dos frentes. Luego de eso todo fue un silencio total, incluso el cartero dejó de hacer su recorrido. Las mujeres, las que más, rezaban y las que menos, se reunían en grupos practicando toda clase de conjuros y brujerías. Creían por ese medio llegar a saber algo de sus seres queridos. Mientras tanto, los chicos, sin tener la obligación de asistir a la escuela por falta de maestros, íbamos creciendo a nuestro propio albedrío jugando por el río y los olivares, haciendo más de una travesura en los bancales de regadío sin tener plena noción de la difícil situación que vivían nuestros mayores. Cierto día, cuando al caer la tarde regresé a casa, vi que varios vecinos se agrupaban en el umbral cuchicheando entre si. Al presagiar que nada bueno había sucedido, temiendo lo peor eché a correr a refugiarme en los brazos de mi madre. La noticia apuntaba a mi tío: había llegado un parte del ejército dónde se informaba que el soldado Daniel pág. 55 Aparicio había sido herido durante la retirada del XV ejército republicano en la cruenta batalla del río Ebro. Así de escueto era el aviso. De mi padre seguíamos sin tener ninguna noticia, pero aún en la desesperación e inquietud que esto nos causaba, no desfallecíamos y alentábamos la esperanza de que estuviese vivo al ver que su nombre no figuraba en la lista de caídos. Llegó el mes de abril de 1939 y las campanas de la iglesia de Chella repiquetearon sin cesar anunciando la tan anhelada paz, más... nosotros no salimos a festejarlo, nosotros seguíamos esperando. Pero no habían pasado muchos días cuándo nos llegó la noticia de que mi padre, junto con otros siete hombres del pueblo, se encontraba prisionero en un campo de concentración de Extremadura. Se requería, para ser dejados en libertad, presentar un aval firmado por personas influyentes o de las autoridades del lugar de residencia. Ahí comenzó la desesperada peregrinación de mi madre: Nadie con poder para firmar un aval quiso comprometerse a ser garante de quien no tenían antecedentes en el Ayuntamiento de Chella. Implorando al señor párroco, mi madre pudo al fin conseguir los documentos que daban fe de la conducta sin tacha de mi padre y rubricaban el no estar comprometido con ningún partido político. Llorosa y agradecida, mi madre tenía ya en su poder la tan ansiada libertad de su esposo. El tiempo urgía, y esa documentación era necesario entregarla personalmente a los jefes del campo de concentración situado junto al pueblo de Castuera, en Badajoz, pueblo que era a su vez el partido judicial del de Cabeza del Buey, donde había sido apresado. Recuerdo que fueron muchas las conversaciones que las familias sostuvieron antes de que llegasen a decidir quiénes viajarían a entregar dichos avales. Teniendo en cuenta el estado tan deplorable en que se encontraba España, y lo difícil que era viajar, no creyeron prudente que fuesen las mujeres; tan solo tres, de los siete ancianos padres se atrevieron a emprender semejante compromiso y riesgo. ¿Si llevaban dinero? No sé qué tanto podían llevar, si sé que marcharon provistos de un salvoconducto y cargados prudencialmente con comida y tabaco. La ilusión de que pronto verían a sus hijos se desvaneció tan pronto llegaron a Castuera. Ni a los ancianos se les permitió ver a sus hijos; ni a sus hijos en ningún momento les llegó la comida y el tabaco. Afortunadamente, al poco tiempo y de uno a uno cada vez, como en un lento y angustioso cuentagotas, fueron dejando en libertad a los pág. 56 prisioneros. La llegada de mi padre, a pesar de nuestra impaciencia, no se hizo esperar demasiado. Cierta tarde la cortina de juncos que teníamos en la puerta, voló por los aires: había entrado “la Clavica” hecha un vendaval, sofocada y jadeante que por fin logró decir: - ¡Tía Pepica, venga, corra, que el tío José viene por el penal de las Seguras! Mi madre no escuchó más; tiró lo que tenía entre manos y echó a correr gritando con los brazos en alto: -¡Hoy se termina la guerra para mí! En ese momento comprendí más que nunca a mi madre. Por primera vez, no quise ganar la carrera, pues mi madre era la que merecía llegar antes que yo a los brazos de mi padre. Conchita y yo, cerramos un abrazo de a cuatro, un abrazo pleno de tanto amor que aún tiemblo de emoción cuando lo rememoro. Trinidad 04-02- 2011 Foto: Trinidad con el Montot al fondo visto desde la calle Libertad, el lugar y la calle donde ocurrió el emotivo desenlace final de “Un abrazo de a cuatro”. pág. 57 RELATO 20: La Requisa El período de posguerra fue también un período difícil de superar, pero paulatinamente, día a día y sin que se observaran grandes cambios, la calma volvía a España y, por ende, también Chella iba volviendo a su ritmo de vida normal. Siembras y cosechas se iban sucediendo. En las eras se trillaba y aireaba el trigo; la recolección del cacahuete y el trenzar los ajos en rastras eran trabajo adecuado para mujeres jornaleras. Los hombres esperaban la “temporá” del arroz o del trigo, para marchar de jornaleros a la Ribera, pues allí se pagaban bien los jornales y la retribución obtenida equilibraba los gastos del año. La fiesta de La Virgen de Gracia, coincidía con la fecha de la “temporá”, motivo por el cual, la celebración se postergaba hasta tanto no regresaran los hombres. Las mujeres, excelentes reposteras, habían amasado ya, gran surtido de pastas. Las llamadas “Cristinas” eran mis preferidas. Pues como iba diciendo, ese período de posguerra fue difícil: eran pocos los que tenían dinero, algunos tenían algo y muchos no tenían nada. Por otro lado, como las arcas del Ayuntamiento estaban tocando fondo, ese año se exigió a los contribuyentes pagar un cupo, en exceso elevado. ¿Y qué pasó? Pues que la mayoría de los pobladores alegó ser un año de mala cosecha y pagó sospechosos mínimos por la hacienda, en relación con lo que el gobierno pedía. Visto hoy, creo que esa fue una decisión pueril, ya que devino en funestas consecuencias: La requisa. ¿Cómo se infiltró la noticia de que habría requisa entre la gente del pueblo? No lo sé, pero cuchicheando de unos a otros cundió la voz: “van a requisar casa por casa”. El que más o el que menos, nadie había declarado con exactitud el total de lo cosechado. Todos tenían algo sin declarar en sus casas, por lo que al cundir la alarma de la requisa, cada cual se vio en la necesidad de elegir el lugar que le pareció más apropiado para resguardar sus haberes. Por la noche, los olivares se convirtieron en hormigueros, pues fueron pág. 58 muchos los vecinos que consideraron el lugar apto e idóneo para el escondite. La requisa pasó por las casas… y el pillaje por los olivares. En mi casa, enterraron en el corral una charra de considerable tamaño llena de aceite que, por desdicha, fermentó, se resquebrajó por la presión, y el aceite se perdió entre la tierra e incluso llegó a flotar por la superficie. Árduo trabajo tuvieron mi padre y mi tío para disimular lo mejor posible “la mancha del delito”. En definitiva se cumplió lo que dice el famoso refrán: “Al final ha sido peor el remedio que la enfermedad”. Lo acontecido me tuvo preocupada por varios días. Recordé, que en tiempo de trilla, en las eras, siempre quedaban granos de trigo esparcidos por doquier. Granos que las hormigas, como si estuvieran “espigolando” con infinita paciencia, cargaban uno a uno y los iban amontonando al borde del hormiguero, para asegurarse su sustento durante la fría estación invernal. Con la tía Filomena, más de una vez fuimos a recoger el trigo que, con tanto esfuerzo, las laboriosas hormigas se habían trajinado. Y al llevarnos este trigo fruto del sudor de los pequeños insectos, pensaba para mis adentros: lo que estábamos haciendo ahora nosotras ¿No sería también ir a requisar? Trinidad. 08-02-2011 pág. 59 RELATO 21: Personajes que el tiempo borró Durante los años comprendidos entre 1937 y1942 viví en Chella parte de mi infancia. Con añoranza la he ido contando siempre que la ocasión ha sido propicia, relatando historias de los personajes y costumbres chellinas de aquellos años a mis hijas, luego a mis nietos y hoy ya también a mis bisnietos. Como me gusta escribir y tengo buena memoria, y además por la precaución de que a “las palabras no se las lleve el viento”, mi intención es reflejar en estos cortos relatos algo así como pequeños capítulos de la historia del lugar. Un personaje típico de la época era el pregonero, quien corneta en mano, aquí llamada “pita”, recorría diariamente todas las calles del pueblo deteniéndose en las cuatro esquinas anunciando ordenanzas municipales o eventos de menor importancia. Recuerdo que según las veces que sonaba su pita o corneta era de mayor o menor importancia el bando. Cuando eran tres toques sabiamos que iba a empezar con aquello de: “Por orden del Señor Alcalde…”, y entonces había que escuchar atentamente. Si por el contrario eran dos comenzaba el pregón “no oficial” diciendo cosas como: “Se hace saber…. que en la Placeta las Malvas… se vende sardina fresca” eso era otro cantar y “otro pitar”. Pero hete aquí, que un cualquier día sin previo aviso el pueblo entero se sorprendió: Amparito la “sastra”, vestida con pantalón que, lo más posible fuese de su marido, apareció corneta en mano, pregonando las noticias del día. Sobra decir que la escoltaban un séquito de “muñacos” entusiasmados ante tan novedosa situación. Foto: chellinos en el verano de 1950. En la segunda fila, a la izquierda, con un “muñaco” en brazos, Amparito “la sastra” la original pregonera del relato. pág. 60 Y ahora, por ejemplo: ¿alguien recuerda todavía al “Tío Pusa”? El “tío Pusa” era un vendedor que llevaba su tienda en un carro. Cuando llegaba al pueblo, una de las tantas paradas que hacía durante su recorrido por las calles de Chella, era “estacionar” su carro justo frente a la casa de mis abuelos. Recuerdo que el carro del “tío Pusa” se asemejaba a las carretas que veíamos en las películas del Oeste, aquellas en las que en su interior se alojaban familias enteras de granjeros que, como intrépidos pioneros, se trasladaban de un pueblo a otro buscando el lugar apto para establecerse. El carro del personaje en cuestión era un auténtico y variopinto bazar pues en su interior se hallaba una gran cantidad de vajilla de loza y cerámica típica de Valencia, artesanía que canjeaba por trapos y viejas alpargatas. Las mujeres, que para esa ocasión solían guardar todo desecho de ropa y demás trapos, cuando el tío Pusa llegaba, sacaban a relucir toda su gracia y habilidad para regatear con él; pero a éste, como gran experto y avezado en el negocio del intercambio, nunca le parecía suficiente lo que le ofrecían como trueque, para tanto y tan valioso como las mujeres querían llevarse de su bien surtido “almacén”. Cada cual defendía su parte, pero en esos pequeños altercados nunca llegó la sangre al río. Lo máximo que podía pasar era que, quizás añadiendo unos “perricos”, ambas partes quedasen conformes. Mientras eso sucedía, los “muñacos” y “muñacas” como una brigada bien adiestrada de expertos soldados buscadores de tesoros, asaltamos el basural. Una vez, con lo que logramos rescatar, nos valió para que el tío Pusa nos diera un “platico”. Más, hubo una vez, en que sufrí un pequeño accidente que pudo devenir en graves consecuencias. Atolondrada, no vi una botella rota que asomaba por donde yo estaba removiendo los escombros y la botella me propinó una considerable herida en el antebrazo derecho; la cicatriz todavía la conservo. También guardo como preciada reliquia uno de los tres jarros de nuestra cantarera que me regaló mi abuela cuando yo ya era mayorcita. Ella los había ido adquiriendo de uno en uno cada vez, a cambio de ropa de trabajo que ya no admitía más remiendos. El pellejero, era otro personaje típico que visitaba Chella de tanto en tanto, pero este no debía ser de la familia, ya que a este personaje no se lo nombraba por el ”tío pellejero” sino simplemente y a secas como el pellejero. A mí me resultaba simpático, hasta me atrevería a decir que lo admiraba, pues me gustaba el “cántico” con que se anunciaba, que entre otras cosas decía así: pág. 61 -“¡A capell de conill quina mandra que tinc y el pellaire!” Me gustaba además, porque a su paso por el pueblo, las paredes de la cuadra de mi casa quedaban limpias. Las pieles secas de conejos pegadas en las paredes siempre eran para mí una decoración bastante desagradable. El pellejero cotizaba las pieles de los conejos según el tamaño y la calidad del pelo. Recuerdo que tenía buena labia en el arte del regateo. Siempre terminaba convenciendo zalameramente a la dueña de las pieles de que había hecho un buen negocio, sin duda con mucha más ganancia que la de él. Tanta era la falta de dinero que con el ingenio del intercambio se llegaron a canjear cosas inverosímiles. Cierto individuo que por cierto para nada gozaba de mi simpatía, canjeaba... -“¡Agujas de coser barata pelo!” Otro personaje que solía pasar por Chella de tarde en tarde, era uno al que consideré como un excelente artesano. Recomponía el lebrillo en el cual cernía mi abuela la harina para amasar y que tras tantos años de soportar el traqueteo del cedazo al final se agrietó. Y ¡ah!, con qué arte y oficio este hábil artesano supo sujetar la grieta con tres grapas metálicas. Esta compostura la realizó tan bien que gracias a ella mi abuela pudo usar aún el lebrillo durante mucho tiempo más. Creo que de Navarrés llegaba a Chella otro comerciante, al que vamos a darle el nombre de “Don” Manuel. Su “tienda” era un primor: parecía una sucursal de los grandes almacenes de la capital valenciana. No canjeaba, todo era nuevo lo que traía en su tienda “sucursal”. A lo mejor de ahí venía el título de “Don”. “Don” Manuel vendía ropa para el hogar, ropa de vestir, zapatos, y lo que no traía en ese viaje, por encargo lo traía en el siguiente. Como daba crédito, o sea, que vendía a fiado, las mujeres se tentaban y engolosinaban. Mi madre fue una de ellas. Cansada de vernos a mi hermano y a mi, calzando albarcas, siempre con los tobillos lastimados, le encargó nos trajese un par de zapatos. Claro que tenían que ser un par de números más grandes de lo que calzábamos, pues como estábamos en edad de crecimiento había que prevenir que no se nos quedaran chicos a los cuatro días. Mi hermano y yo, esperábamos con ansiedad, a “Don” Manuel, o mejor dicho: esperábamos con mucha ilusión los zapatos nuevos. Y así, el pág. 62 día menos pensado “Don” Manuel apareció por casa a traer los zapatos y claro, también a cobrar por ellos la cuota correspondiente. Contentos, estrenamos los zapatos un domingo para ir a pasear por la carretera y mi madre estrenó...el crédito. De regreso, llegamos a casa descalzos, caminando en puntas de pié o puntillas, y con los zapatos en la mano. Teníamos los talones tan al rojo vivo que tardamos tiempo en poder calzar de nuevo las albarcas. Para colmo, al año siguiente habíamos crecido tanto que los zapatos nos quedaron chicos, y mientras, mi madre seguía pagando su crédito. En definitiva, con nosotros no se cumplió entonces el famoso dicho de “fueron tan felices como unos niños con zapatos nuevos”. Trinidad 12- 02- 2011. Foto: Trinidad junto a su ordenador personal, su inseparable amigo en la redacción de estos recuerdos y memorias de Chella. En la pared, una fotografía de la iglesia Virgen de Gracia bajo la luz de un castillo de fuegos artificiales, original de Rafael Fayos. pág. 63 RELATO 22: Realidad y fantasía Si alguien por casualidad me sigue, en parte con razón, es muy probable que se diga al leer mis relatos: ¡”Por Dios, se repite continuamente! ¿Es qué no tiene imaginación para escribir sobre diferentes temas?” No le discutiría, como máximo podría argumentar que en ese terreno que piso fuerte, muy difícil es que ahí pueda resbalar. Nunca me he jactado de ser escritora. ¡Qué más quisiera! Mis relatos son algo así como diapositivas de mi vida. En Chella, al igual que en otros muchos pueblos, no faltaban en el lugar algunos pobres personajes marcados por sus destinos. Celestino era uno de ellos: necio e inofensivo deambulaba por el pueblo siendo el hazmerreír de los mayores y la diversión de la chiquillada, incluida yo. Contaban que el chico, había nacido sano y hermoso como un querubín. Pero hete aquí, que cuando tenía más o menos unos diez años, la suerte le jugó una mala pasada. Jugando feliz estaba el niño, cuando atinó a pasar por allí, otro de los personajes marcados: Manuelica “la loca” del pueblo a quien de verdad todos temíamos. De haber atinado a correr huyendo del mal presagio, otra cosa hubiese sido el destino del muchacho, más el quedar paralizado por el miedo fue su perdición: sin perder un segundo la pobre perturbada lo agarró por las orejas y le pegó tal cabezazo que “casi” mata al pobre muchacho; su madre, la tía Matilde llena de dolor pasó años maldiciendo al “casi” por haber evitado que el cabezazo no matara a su hijo. A la “loca” tampoco le salió barato el cabezazo. El juez, la declaró peligro público; sentenciándola a permanecer en su casa sentada en la silla del pilar tanto en invierno como en verano. Imposible olvidar a Iván. Iván “Pecheta”, no era ni loco ni necio, simplemente era terrible. Sus barrabasadas eran de muy mal gusto; desafiaba el peligro y siempre salía ileso. Todos le temían y llegaron a creer que a Iván lo protegía el mismísimo demonio. Nadie, si no él, era capaz de subir al campanario de la iglesia, batir las campanas en señal de alarma y burlarse de la gente mientras él se deslizaba por la torre como un personaje de historieta. El río era otro campo de acción para sus desafíos acrobáticos. A decir verdad, el río no era muy caudaloso, sus aguas tranquilas surcaban las pág. 64 huertas del pueblo hasta llegar donde se iniciaba un barranco, allí, el río saltaba al vacío formando una bella cascada de considerable altura. El terrible Iván, nada sabía de Acapulco ni de quienes allí hacen el salto “del ángel,” él hacía su propio espectáculo: cuando anunciaba que iba a lanzarse desde “el Salto,” medio pueblo acudía a ver el resultado de tal proeza. Siempre existía la posibilidad de un error de cálculo y el protegido del diablo fuese a dar con sus huesos sobre las rocas del barranco o bien pereciese ahogado en las aguas del profundo golfo o “gorgo” que se formaba al pie de la cascada. Para decepción de muchos y alivio de pocos, Iván nunca fallaba y burlonamente saludaba a su público como pidiendo un caluroso aplauso. Dicho río no era el Mississippi pero seguramente Mark Twain hubiese encontrado allí inspiración para nuevas aventuras de Tom Sawyer. Trinidad 27-3-2010. Foto: el Salto de Chella. pág. 65 RELATO 23: Hace tiempo…. Hace tiempo, cuando todavía el Siglo XX no había despertado al mundo y por ende a España con sus prodigiosos adelantos tecnológicos y medios de comunicación modernos, en los pueblos los días transcurrían apaciblemente y las horas eran horas de verdad. En Chella, el pueblo en donde siempre ubico mi “baúl de los recuerdos”, el ritmo de la vida era el normal de la época: labriegos a trabajar la tierra, pastores al monte, los artesanos cada cual a su arte, etc, etc. Sin embargo, también sucedían en el lugar hechos de dispar naturaleza, hechos que hoy bien podrían ser publicados en la prensa del corazón o algunos hasta en la crónica policial. De vez en cuando, algún amorío clandestino saltaba a la luz, pues como bien dice la sentencia, “débil es la carne”. Quien descubría a los amantes, encubierto en el anonimato y protegido por la oscuridad de la noche, entrelazaba las casas de la pareja en cuestión, con un reguero de ceniza. Todos en el pueblo sabían lo que significaba esa “enrama” y obviando aquel refrán que dice: “El que esté libre de culpa que tire la primera piedra”, los amantes debían de soportar mofas hirientes durante un tiempo indeterminado. Sucesos trágicos, desafortunadamente tampoco faltaban. Como aquel caso de una pequeña niña que murió de un tiro perdido, tiro que se había escapado de la escopeta de cierto individuo que la estaba limpiando, cumpliéndose el mal augurio “las armas las carga el diablo”. Lamentablemente fue más un accidente que un crimen, pero el dueño de la escopeta, horrorizado por el hecho, huyó de Chella y nunca más se supo nada de él. No fue así el caso del “Chato” famoso prófugo chellino cuya biografía se puede leer completa en la web fayos.org. Podría seguir con los suicidas, que elegían los corrales para ahorcarse, pero ya estoy agobiada, prefiero cambiar de tema. Sí, no quiero dejar de contar el caso del “tío Genaro”. Ese tema es distinto, es más bien una anécdota graciosa. Cuentan, que el papá de mi mamá, al que no llegué a conocer, un determinado día salió de su casa para ir a comprar tabaco y nunca más regresó. La “hazaña” del “tío Genaro” fue de tal calibre que todavía en el pueblo, va de boca en boca. pág. 66 Actualmente, la juventud que intercambia comunicaciones vía Satelital, y que sus inseparables teléfonos móviles son ya pequeñas computadoras, se preguntan incrédulos como años ha, se las arreglaba la gente sin disponer de los más elementales medios de comunicación. Yo les diría: cierto es que poco sabían de lo que sucedía en el mundo, pero quien no ha conocido otra cosa más allá de lo que tiene, no echa en falta aquello que desconoce. Hubo personas con inquietudes, quienes sabedores de lejanos horizontes, optaban por emigrar a “las Américas” con el objetivo de hacer fortuna. Para algunos, a los que la suerte no favorecía, era esa una partida sin boleto de regreso. El medio de comunicación con estos audaces personajes, era muy incierto, primero porque pocos eran los que sabían escribir y segundo porque una carta mediante un buque carguero, podía tardar en llegar a destino alrededor de dos o tres meses. Pasó más de una vez, que cuando una carta llegaba portadora de buenas noticias diciendo: “as de saber ijo mio que vino al mudo el ijo de tu ermana”, al día siguiente era un telegrama el que informaba: “ijo mio, no sabes la desgrasia que amos padecido tu padre se cayó del pajar y se rompió la nuca si regresas ya no lo vas a encontrar.” Algunos, los menos, regresaban “afortunados”. Tal es el caso de un amigo de mis padres, Vicente Ribelles; éste, viajó a la Argentina en más de una oportunidad. Tanta fue su suerte, que al regresar al pueblo que lo vió nacer, pudo pagar sus deudas y saldar la hipoteca de la casa de sus padres. Contaba cosas maravillosas e increíbles, de su estadía por aquellos países de Sudamérica. Posteriormente, por ideas políticas lo apresaron y lo pasó muy mal en la cárcel. Yo le oí decir: “Lo pasé tan mal en mi propia tierra que llegué a pensar: ¡Cuánto mejor hubiese sido si a mi regreso a España el barco hubiese naufragado!” Y es que el mundo cambia paulatinamente, como cambian las costumbres y las modas según transcurren los años, y lo que hoy es lo último y más novedoso en unas décadas será ya materia de memorias y relatos que quizás también empezarán diciendo “hace tiempo…”. Trinidad. 04-03-2011. pág. 67 RELATO 24: Aquel verano de 1950 Durante años, el destino indiscutible para salir desde Barcelona de vacaciones era el pueblo de Chella. Poder estar unos días junto a los abuelos, disfrutar del paisaje y degustar aquellas sabrosas paellas y cazuelas de arroz al horno en compañía de amigos y vecinos era nuestra finalidad y la ilusión acumulada durante el resto del año. Pero todo cambió en el año 1948 cuando a causa de un doloroso y lamentable accidente laboral tuvieron que amputarle a mi padre parte de una pierna. Todo quedó interrumpido y ese año no hubo viaje a Chella. Dolor sobre dolor mi padre sufría en especial por sus ancianos padres a los que deseaba mantener al margen de lo sucedido. No obstante penaba tan sólo al pensar que se pudiesen enterar, a través de personas ajenas a la familia, de la dificil situación en que se encontraba. De común acuerdo decidimos entre todos hacer lo imposible para que la noticia no se expandiese. Mi padre les escribía regularmente, tal como tenía por costumbre y les mandaba también cada mes una cierta cantidad de dinero para aliviar su manutención. Sabía que a partir de ahí tendría que reorganizar sus costumbres adaptándose a la nueva y dificil situación, pero como hombre tenaz estaba dispuesto a presentar lucha a la vida para salir adelante. Así que tomó la decisión de ser él en persona el que les dijese la verdad a sus padres. Los cercanos a él no nos atreviamos a contradecirle, aunque casi teniamos la certeza de que eso no iba a poder ser, pero en esto todos nos equivocamos pues no conociamos cuán sano orgullo tenía mi padre y que grande era su amor propio. Al año siguiente, para el verano de 1949 hubo que inventar una buena excusa para justificar el motivo por el que se aplazaban las vacaciones a Chella. El tiempo comprendido entre los años 1948 a 1950 fue de altibajos pero, gracias a Dios que siempre nos deja un camino, un buen día se logró al fin encontrar una prótesis adecuada para mi padre, de modo que las muletas quedaron en un rincón sólo para emergencias. Sintiéndose ya con más confianza en sí mismo por fin pudimos volver de vacaciones al pueblo de mis abuelos, en el verano de 1950. A nuestra llegada a Chella nos dimos cuenta que, de forma inevitable y no sabemos por conducto de quién, el accidente de mi padre se había difundido por todo el pueblo. Pero a pesar de nuestros primeros temores, lo pág. 68 que fue admirable y de agradecer es que nadie se había atrevido a dar la mala noticia a mis abuelos. El día que llegamos a la calle Libertad, en la casa de mis ya ancianos abuelos bullía la felicidad y estaban tan contentos por nuestra llegada que no se dieron cuenta de que su querido hijo José caminaba con cierta dificultad. Al haber podido ganar su desafío y que sus padres supiesen de primera mano y por su propia confesión la nueva situación, mi padre, con mucha razón se sintió victorioso y por si eso fuese poco les pudo también presentar con orgullo a su pequeña biznieta, la primera niña de su querida “nietica Trinidad de Barcelona”. Y allí, en 1950 y en la foto de este relato seguimos en la Fuente como si no hubiese pasado el tiempo. De izquierda a derecha pueden distinguirnos: mi tío Daniel, yo con mi pequeña hija al brazo, la cría que iniciaba la cuarta generación; Laura “Florechat” esposa de mi tío Daniel con un niño al brazo; el abuelo Pepe el Tremolores, la abuela Encarnación la Royica, mi padre y sentados en el suelo cuatro “muñacos y muñacas” todos primos entre sí. Sí, éramos y seremos para siempre “gente de Chella”. Trinidad, agosto de 2011 pág. 69 RELATO 25: Pepa María o la memoria de los difuntos Cuando leí, en los “Relatos sobre Chella y sus gentes” uno en concreto titulado “El campico de la trilladora” (relato 31) escrito por José Luis Ponce Palop, lejos estaba yo de suponer que su lectura sería el principio de un sorpresivo resultado. Resultado que fue tomando cuerpo sucesivamente a través de intuiciones y consultas con el autor del relato, cada una de las cuales iba verificando que lo que me susurraba mi corazón era verdadero. El tema del “Campico de la trilladora”, es enternecedor por la triste realidad que encierra: la de un niño, de nombre Pepito, que presencia desconcertado el entierro de su mamá arropado por sus compañeros de juego. Me conmovió el relato y me quedó grabado el nombre de Pepito. Cierto día, mirando viejas fotografías con mi hermano y su señora, encontramos una muy bonita donde detenidos en el tiempo, un grupo de juventud celebraba La Pascua en Chella allá por el año 1940 del siglo pasado. En esa misma y muy entrañable foto estoy yo de jovencita de ciudad junto a mi abuela y con muchas de las personas, amigas o vecinos, que durante mis años vividos en este pueblo fueron como mi familia. Lamentablemente, varios de los presentes en el grupo, como Pepito Segura, Conchita la Clavica y Amparito Segura, hace años que ya no están entre nosotros. A todo esto mi cuñada comentó: Amparito era amiga mía, se casó con un “Petit” y a su hijo Pepito yo lo tuve en brazos. Mi mente captó: Amparito, “Petit” y Pepito. Siguiendo con esa bonita foto, recordé que José Luis me había dicho en un mail, que “las Seguras”, eran tías abuelas de Rafael Fayos el dueño de la página web www.fayos.org Entonces, si las Seguras de la foto son tías abuelas de Rafael, deduzco alborozada, que el papá de Rafael es el niño Pepito del “Campico de la trilladora”. Y por ello va correo a Valencia con pregunta: José Luis, el apodo de los Fayos, ¿Por casualidad no es “Petit?” Regresa raudo correo a Barcelona confirmando pregunta. ¡Oh! ¡Qué reflejos iluminan mi mente! Como en un repentino e instantáneo viaje en el tiempo me veo de pequeña, estoy con mi papá en casa de su amigo el tío Pedro el “navarresino”, tengo muchas verrugas en las manos y el amigo de mi papá dice que me las curará. Al salir, mi papá saluda pág. 70 a la tía Pepa María que vive frente a la casa del tío Pedro y me dice: “Sabes, esta guapa señora fue la primera noviecita que tuvo papá”. Con el tiempo la señora Pepa María, la “bella mujer”, sería la abuela de Pepito el niño del “Campico de la trilladora”; y ahora la hija del que fue su “noviecito” por esas “causalidades” o caminos invisibles pero reales de la vida, rescata del túnel del tiempo este bello sentimiento, pues siempre se ha dicho que nadie muere mientras se le recuerde ya que su memoria y el ejemplo de su vida nos sigue marcando y dirigiendo en la nuestra. De no creer. Esto es algo así como “La memoria de los difuntos” ¿Qué dices tú, José Luis de todo este entre tejido? ¿Son casualidades o más bien “causalidades” como a veces me has comentado? ¿Puede un caprichoso y frio azar hacer una tirada de dados tan sincronizada o la causa de todo, puede haber sido ese poder de la mente impregnada de profundo amor el que haya generado la energía que ha movido el cubilete con maestría? Trinidad 1-4-2011 “Contaban mis padres que, las verrugas que yo tenía en las manos, desaparecieron de la noche a la mañana”. Foto: La “vieja y entrañable” fotografía, que tras 70 años ha hecho reverdecer la memoria de los sentimientos y revivir para la historia el agradecimiento a este grupo de buenas y sencillas personas. Trinidad, abajo a la derecha sería la notaria designada para dar fe de las mismas a la posteridad. pág. 71 RELATO 26: Una historia de amor Luego de tanto recuerdo contado siento la imperiosa necesidad de introducir en estas mis memorias chellinas, un corto relato dedicado a mi madre y por añadidura a la historia de amor por la que estoy aquí. Mii madre, siendo aún adolescente se marchó de Chella para ir a Barcelona. Allí (o aquí) comenzó a trabajar de obrera en una fábrica textil, aprendiendo el oficio de tejedora. Pasados unos años, el amor le llegó personificado en la presencia de mi padre. Les cuento: La historia de amor de mis padres, en mucho se asemejó a la de los legendarios “amantes de Verona”. Bien al estilo de los Montescos, mi abuela Encarnación, cuando supo de esos amores, puso el grito en el cielo ante la sola idea de que la hija de su tía María Gracia y del tío Genaro, fuese la esposa de su José, dijo con mucha convicción: ¡Eso nunca! ¿Fue por despecho? Lo cierto es que la abuela María Gracia, no tardó en replicar, enarboló el estandarte de los Capuletos y afirmó rotundamente: ¡Eso nunca! ¡Prefiero ver a mi Pepita monja antes que tener por yerno al hijo de esa sobrina mía! Nunca digas nunca jamás. Por suerte, los enamorados, siendo ya mayores de edad, se juraron amor por siempre y aun contra la voluntad de sus mayores decidieron unirse en matrimonio ante la presencia de unos íntimos amigos. A su debido tiempo, y con mi llegada al mundo, se limaron algunas asperezas; pero el resentimiento que existía entre mi madre y mi abuela, es decir, entre dos primas hermanas convertidas en suegra y nuera, nunca dejó de existir. Poco sospechaban entonces que con el devenir del tiempo tendrían que convivir bajo el mismo techo. Y así fue. Cuándo debido al azote de la guerra, España entera era un caos, Chella estuvo ahí, cual madre protectora acogiendo a hijos y demás, que llegaban a ella desde lejos en busca de refugio huyendo del horror. Con ese propósito, primero llegamos a Chella mi hermano y yo, viajamos solos, él tenía tan sólo cuatro años y yo, ya había cumplido los nueve. Es comprensible que nuestros abuelos nos esperaran ansiosos. Nuestros padres, no tardaron en reunirse con nosotros, la situación en Barcelona era ya insostenible, y por miedo a quedar irremediablemente separados de nosotros, arriesgaron a viajar sin saber a ciencia cierta que medio de transporte iban a poder utilizar, ni cuánto tiempo iban a tardar en llegar. pág. 72 Y llegaron, y por un tiempo, hasta tanto no reclutaron a hombres de la edad de mi padre para ir a luchar al frente, fuimos felices. Mi madre apoyada por mi padre comenzaba a sentirse cómoda en casa. Mi pequeño hermano crecía contento jugando con sus amigos, y yo, todavía no tenía edad para intuir el significado o el alcance de algunas cosas. Mas... cuando llegó el momento en que mi padre debió partir, los lloros y abrazos de despedida me hicieron temer por algo desconocido. Ya de mayor comprendí que mi madre tenía motivos diversos por los cuales llorar con tanto desconsuelo. Foto: la familia reunida, junto a un porrón y una botella de anís del Mono, fotografiada por Daniel Aparicio, tío de Trinidad y hermano de su padre José Aparicio. Con la ausencia de mi padre, el grupo familiar volvió a quedar en la incertidumbre. Hubo que reorganizarse y unir esfuerzos. Mi abuela siempre lamentando la situación, conseguía alguna que otra “ayuda” de los vecinos. Mi abuelo, comenzó a cruzar el Montot con su borrica cargada de aceite que vendía o canjeaba por naranjas en Antella. A mi madre, el presente le exigía cambiar de hábitos. Ya los zapatos de tacón alto, las buenas medias de fina seda, más los cosméticos, y perfumes Myrurgia que mi padre tenía a orgullo de que nunca le faltaran a mi madre, eran ya, cosas del pasado. Sé que trató de ser más fuerte de lo que en realidad era, pero varias veces, no sabría decir cuántas, la sorprendí llorando. Qué congoja siento ahora al recordar aquel primer día en que, con la borrica cargada de naranjas, salimos mi madre y yo a venderlas dando la vuelta al pueblo. pág. 73 De antemano nos habían señalado un recorrido a seguir, la calle Higueral, la Placeta las Malvas... recorrido que seguimos un buen trecho antes que mi madre no se armó de valor para pregonar a media voz: “¡Naraaanjaaas chicas!” En ese momento su cara tomo el color de las amapolas, y creo que pestañeó para evitar llorar. Por suerte, estrenamos las ventas con una muy buena amiga de su infancia: María “la Perolica” la que al reconocer a mi madre dijo con mucha alegría: “¡Chica Pepica, hija mía, vaya alegría m´has dau mante!”. Ese encuentro, y hablar en común de la Papelera o la Santiaga animó a mi madre, y así al próximo reclamo su voz tenía ya mucha más seguridad. Compartir el dolor de tener seres queridos en la guerra, unió a suegra y nuera. Las dos cruzaban los dedos cuándo atisbaban la llegada del cartero, y cuándo había suerte, mi madre leía en alta voz la carta tanto si era de mi tío Daniel como de mi padre. Nuestras penurias tuvieron un final feliz: Gracias A Dios, no hubo que vestir de negro. Mis padres, no juraron en vano su amor. Se amaron y respetaron de por vida. Mi madre, siempre arropada por su esposo, se marchó primero, y el día que eso sucedió, yo, a 15.000 kilómetros de distancia lo presentí. Madre, escuché que me decías: “Trini cuida de papá.” Y debes de saber mamá, que lo cuidé, tal como me pediste y cómo él se merecía. Lo cuidé con tanto cariño que te confieso mamá, que tus nietas más de una vez me han acusado de quererlo más a él que a ti. No les replico, tú sabes bien que yo siempre os quise por igual. Trinidad. Barcelona 2011 En memoria del amor de mis padres. pág. 74 RELATO 27: Soliloquio para mi abuela Querida abuela “Royica”, sé que nos dejaste a cierta edad ya bastante avanzada, pero debo de confesar que nunca supe cuántos años tenías; como tampoco supe en qué fecha habías nacido. Haciendo conjeturas en base a la edad de mi padre, calculo que tuviste que haber llegado a este mundo allá por el año 1875. Mucho me esfuerzo en recordar, pero no guardo recuerdo de que alguna vez me hablaras de tu infancia. Tu historia para mí, querida abuela, comienza con tus pesares de madre. Recuerdo que más de una vez me contaste frente a grandes fotografías de marcos ovalados colgadas en las cuatro paredes de tu habitación, que tu Miguelito enfermó de sarampión y falleció a la temprana edad de tres años. Me contaste también que en Chella hubo una epidemia de la fiebre tifoidea y que a consecuencias de ella murieron en plena juventud, tus queridas hijas Trinidad y Pepita. En la foto de tu José, vestido con el uniforme del ejército, mi padre lucía espléndido, según tu decir, debió de ser el soldado más guapo y con más porte de todo el batallón; de lo cual a mi no me cabe la menor duda. ¡Si supieras abuela que esa foto y varias más de cuando estaba en la guerra de Melilla las conservo yo, como si fuesen reliquias entrañables! Te recuerdo querida abuela, siempre triste y vestida de negro. No recuerdo haber escuchado jamás que el sonido de una risa cantarina saliera de ti. Pensándolo bien, te diré que también recuerdo entre sonrisas, como me regañabas cuándo yo, niña “de capital” al fin, no rendía a la par de las otras chicas del pueblo. Para ir a buscar agua a la fuente, mi cántaro debía pág. 75 de ser más chico que el de ellas; al igual que cuándo me mandabas a lavar tenías que darme poca ropa ya que de otro modo, muy posiblemente más de una vez la luz de la luna me hubiese encontrado arrodillada a la orilla del río. Acomplejada, y por miedo a un posible reto, no te dije nunca abuela, que en más de una ocasión suerte tuve de tener a mi lado a mi gran amiga Conchita “la Clavica”, ella, con audacia se metía en el agua para rescatar alguna prenda que la corriente se me llevaba río abajo. No quiero que te sientas mal por estas travesuras inocentes que confieso ahora, ni creas tampoco que solo recuerde tus regaños. Tú fuiste siempre mi abuela consentidora. Sabías hacer los huevos fritos mejor que nadie, y si de “ir de cena” se trataba, el “mojete” con conejo que yo llevaba eran un deleite. Te cuento abuela querida, que ya de mayor, cuántas veces me he preguntado asombrada cómo te las arreglabas para planchar y manejar con soltura aquella pesada plancha metálica llena de tizones ardientes de carbón dejando perfectas las prendas, incluso las sábanas de hilo almidonadas; o cómo te las pudiste apañar con las largas y pesadas faenas del hogar antes de que fuese posible instalar agua potable y energía eléctrica en todas las casas de Chella. ¡Qué distintos esos tiempos a los de hoy, en que parece que llega el fin del mundo si nos quedamos un día sin luz o agua, y no digamos ya el ansia que nos embarga si se nos estropea el ordenador! Con nostalgia recuerdo qué agradables se pasaban las veladas. En verano, los vecinos luego de cenar se sentaban formando un círculo en medio de la calzada compartiendo melones y sandías disfrutando de alegres tertulias y aliviándose con el frescor de la noche de las altas temperaturas sufridas durante el día. En invierno, las veladas se pasaban sentados alrededor de la chimenea, tal como si adoráramos el fuego e iluminados por la tenue luz del candil, tu contabas abuela, un sin fin de historias de aparecidos y fantasmas. Muchas de tus historias perduran en mí. Llevo ya muchos años contando tus dichos y costumbres de Chella, al punto tal, que para muchos soy en una auténtica “romancera”. Yo sonrío, creo que tienen razón: Me gusta contar. Me parezco a ti querida abuela. Trinidad, 14-3-2011. pág. 76 RELATO 28: Soliloquio para mi abuelo Isabel, mi hija mayor, tiene la plena convicción de que cuando una persona termina su misión en la Tierra, su energía no se pierde, con Fe, en esa convicción establezco este soliloquio para mi abuelo. Abuelo, seguro que sabes cuánto te quise, y cuánto te recuerdo. Tus consejos dados con tanto cariño, nunca los olvidé. Hoy, tu nietica, la hija de tu José, ya es bisabuela, mis hijas son tus bisnietas, eres tatarabuelo de las hijas de mis hijas y tatararabuelo de mis bisnietos. ¡Casi nada! Sabes, en Chella hay un grupo de jóvenes inteligentes, con inquietudes e interés de que perduren en el recuerdo las costumbres del pueblo y su gente a través de los años. Creo que ni yo, te sé explicar, ni tú lograrás entender como les llegó a través de Internet algo que escribí recordando a Conchita la “Clavica.” ¡Ay la “Clavica”! ¡Cuánto la querías tú también! Recuerdo cómo nos tomabas el pelo, sin maldad, preguntándonos de qué color era el caballo blanco de Santiago o cómo te reías cuándo no sabíamos responder a tu pregunta de: “¿cuántos son diez y siete?”. Te cuento que José Luis Ponce, uno de los muchachos de que te hablo, está recopilando memorias chellinas; él me sugirió que con seis generaciones en mis recuerdos, bien podría escribir algo así como una saga desde los tiempos del candil, a la comunicación por Internet. Lo hice. Lo que no hice fue ir más allá. No me atreví a decirle lo que tú me contabas de tus padres y de tu infancia, de que ibais caminando a Enguera a vender ceniza. No vayas a creer que no lo conté por vergüenza, estoy muy orgullosa de venir de dónde vengo, no lo conté por dolor. ¡Dios! ¿Cuánto podíais cargar, y cuánto os podían dar por la ceniza? Punto y aparte. Otro de los jóvenes de que te hablo es Rafael Fayos, propietario de una Página Web a quien le apasiona recuperar y conocer las costumbres de la Chella del siglo pasado. Seguro que le interesará saber el valor de la ceniza. Como no hay dos sin tres, debo añadir que “Picarín” que busca noticias para la web chellina fue quién encontró el primer relato, el que le dedico a mi amiga “La Clavica” y que al final ha sido el origen de la redacción de estas memorias. pág. 77 Sé que poco antes de que comenzara la guerra, estuviste unos días en Barcelona, pero abuelo, mira que cosa más extraña, tanto alarde de memoria y no recuerdo tu presencia en casa, ni que hayamos ido a pasear. De tanto oírlo contar se, que con papá fuiste al teatro a ver una obra valenciana titulada: “Deixam la doma Pepet” y que te reíste a lo grande. Los años pasan y las costumbres cambian. Claro que no hay una regla general, las personas actuamos sobre criterios propios, pero en este presente, muchos de los matrimonios o parejas deciden ser padres a la edad que bien podrían ser abuelos. Te cuento una anécdota: En un cumpleaños de Kayla, una de mis bisnietas hija de tu tataranieto Hernán, hijo de mi hija tu biznieta Trini, ésta me presentó al papá de una compañera de la agasajada diciendo: “Te presento a mi mamá” . El señor se quedó pensando un instante y le dijo a mi hija: “Si tu eres la abuela de Kayla quiere decir”... sin decir nada se marchó para regresar al momento con su hija, y señalándome le dijo a la nena: “Mira esta señora, es la bisabuela de tu amiga”. Ya ves abuelo, aquella chiquilla pelirroja y pecosa que iba contigo a replegar olivas a la sierra o a moler trigo a Anna, hoy la presentan como si fuese un personaje de museo. Foto: Año 1935 en Barcelona, la saga de los Aparicio paseando felices por la Ciudad Condal ajenos a la tragedia nacional que iba a desencadenarse en poco tiempo. Dos años después, en 1937, Trinidad y su pequeño hermano tendrían que viajar sólos a Chella, buscando refugio y seguridad en la tierra de sus padres y abuelos por los tiempos de la desdichada guerra civil, permaneciendo en nuestro pueblo hasta 1942. pág. 78 Querido abuelo, como recordarás también, el año 1942, marcó para mi hermano y para mí, un cambio radical en nuestras infantiles vidas. Marcó el fin de nuestra estadía en Chella. Tan pronto como en España quedaron restauradas las rutas de transporte y los ferrocarriles volvieron a funcionar normalmente, nuestros padres decidieron que debían volver a Barcelona lo antes posible. De no ser así, a pesar de que las hermanas de mi madre iban continuamente a abrir el balcón y las ventanas, corrían el riesgo de encontrarse el piso ocupado por alguna de tantas y desafortunadas familias a las que los bombardeos habían dejado sin techo. Te cuento abuelo, que el reencuentro de mis tías y mi madre, fue patético: ellas llevaban impreso en sus semblantes el amargo sufrimiento producido por el rigor de la larga y cruenta guerra. Tu hijo y mi padre al llegar a Barcelona, aceptó el primer trabajo que le ofrecieron: peón en una fábrica de Industrias Sanitarias alemana. Lo de peón duró hasta que un día en la fábrica hubo un desperfecto, el albañil no se encontraba presente y mi padre, que era albañil de oficio, se ofreció para subsanar la avería. Su rapidez y eficacia para resolver el desperfecto le valió el puesto de albañil titular de las Industrias Mayer, donde siguió trabajando hasta la edad de jubilarse. Mi madre tuvo que esperar un poco más de tiempo para poder reincorporarse en la misma empresa textil donde había trabajado anteriormente. La fábrica había estado paralizada durante la larga contienda, pero una vez puesta en funcionamiento, de inmediato le mandaron un aviso para que volviera al trabajo. Mientras tanto, en Chella, nosotros seguíamos creciendo bajo tu protección y la de mi abuela Encarnación. Mi hermano contaba ya nueve años y yo, había dejado definitivamente en el pasado mis juegos por los olivares, las competencias de carreras callejeras, y los juegos de canicas en los penales de la calle Senda Peña y Libertad. La edad de la adolescencia me abría sus puertas. Era tiempo de pedir jazmines para lucir un ramillete en mi colorada melena e ir con el cántaro a la fuente hasta tanto la Clavica no terminara de ordeñar, que bien se apuraba, pues al regresar yo de la fuente, ya me estaba esperando para hacer el reparto de la leche y luego ir a pasear por la calle Higueral, calle elegida por la juventud para hacer el paseo vespertino una vez terminado el jornal del día. ¡Qué tiempo tan fugaz! Hoy, con la distancia del tiempo pienso con tristeza en esos años aciagos. Fueron años en los cuales Chella se vistió de luto, más por fortuna, los angustiosos aullidos de las sirenas presagiando bombardeos no pág. 79 llegaron allí. Los niños del pueblo fuimos afortunados. ¡Núnca tuvimos que correr a los refugios! Como recordarás bien, querido abuelo, llegó un día el momento de regresar a Barcelona con nuestros padres; mi hermano no sabía de letras y yo, ya en edad de trabajar, sabía lo poco que me había enseñado mi tío y lo que logré aprender con las hijas de la tía Tecles, dos monjas que lograron escapar del convento y se ganaban el sustento en Chella dando clases particulares. Un día de 1942 nos vinieron a buscar y nos fuimos. Nunca más participé de los cantos y bailes de la Tarana, ni de las “monas” de Pascua con sus huevos que teñíamos con papel de seda de varios colores. Nunca más crucé el río saltando de piedra en piedra. Si en un tiempo lloré, por añoranza de mi ciudad natal, llegado el momento lloré también al dejaros a vosotros, mis queridos abuelos, así como a todos los vecinos, de quienes recibí tanto cariño e invitaciones a participar de sus cazuelas de arroz al horno. Dejar a mis amigos y amigas también fue doloroso, en especial a mi querida Clavica. Aunque quizás con el paso de los años, muchos deben de haberme olvidado e incluso yo haber perdido en el tiempo sus rostros o sus nombres, puedo asegurar que de Chella y de sus gentes nunca me desprendí. No en vano mis raíces, de las que estoy muy feliz y orgullosa, raices que ahora se conocen como el origen de la larga “saga del candil”, nacieron allí. Trinidad 25-02-2011 pág. 80 Anexo a Soliloquio: Chella la bella. Mi orgullo es noble por venir de ti. Más allá, de los tiempos difíciles en que vivieron mis abuelos, salvo historias que me contaban nada se de ti. Cuando se es pequeño, hablo en primera persona, no entiendes de clases sociales, sabes que en el pueblo hay ricos y pobres que unos tienen mucho y otros poco, pero no sabes por qué ni te importa. Lo que importa es que te mimen y que digan: “Mante que lista eres” mientras aplauden tus monerías.” Mis abuelos fueron pobres, les debió costar abstenerse de mucho lograr ser propietarios de la hermosa casa en la cual recuerdo que vivían. De mayor comprendí con que resignada dignidad vivieron su situación o... ¿destino debo decir? Y ya de más mayor también comprendí cuanta afinidad tuve con mi abuelo y que tanto llegué a querer, al punto tal, que muy a menudo suelo entablar con él soliloquios como el que aquí sigue. Hoy te diré abuelo, que de tu Chella de senderos de mula, de rebaños de cabras u ovejas que con sus balidos anunciaban su caminar hacia el monte han desaparecido, al igual que desapareció el olivar del Señor y” el horno de la tía Feliciana de nuestra calle Libertad. Tampoco va nadie a la carretera a esperar la llegada del coche de Granero. Pero abuelo, de aquellos tiempos en los cuales yo era tu jornalera preferida, han pasado seis generaciones dejando a su paso cada una de ellas algo del progreso de su tiempo. ¿Recuerdas a la tía Pepa María nuestra vecina de la calle Senda Peña? Pues sus biznietos los “Petit” forman hoy parte de la élite del pueblo. José Miguel Fayos Jordán es un joven compositor de renombre internacional y de Rafael, no sabría decirte cuanto sabe, domina la electrónica a la perfección y se entiende muy bien con la informática y el satélite, él es el fundador de la web chellina “fayos.org” la que ya ha logrado cumplir, contra todo pronóstico, sus primeros 10 años. Eso de la web, viene a ser como una gran biblioteca donde se almacena toda clase de acontecimientos para que no se pierdan y perduren en el futuro. Allí guardadas, están escritas por tu nietica gran parte de las historias que tú me contabas. Si que Chella cambió, pero su gente sigue teniendo ingenio y mucho amor por su terruño. Hoy te puedo comparar a Chella, con una pequeña y bella urbe. De ahí el título de: Chella la bella. pág. 81 EPÍLOGO 62 AÑOS DESPUÉS En el año 2.004 fui a Chella con mi hermano y su señora. En este retorno al pueblo de mis padres tuve la fortuna de poder entregar en mano y personalmente el relato de “la Clavica" a su hija "Conchita", de la manera en que paso a relatar. Mi hermano sabía que yo llevaba ese escrito, siempre con la intención de dárselo a una de sus dos hijas pues ya sabía que Joaquín había fallecido a causa de un trágico accidente que tuvo. Me informaron en Chella que las dos chicas vivían ahora en el cercano pueblo de Anna. Al no disponer de medio de locomoción propio, siempre me da la sensación de que voy como a remolque, así que lamenté el contratiempo. Contratiempo que duró apenas lo que canta un gallo: -Trini, - dijo mi hermano- el marido de Vicentica va por agua a Navarrés. ¿Te parece bien que nos vayamos juntos y te entretienes? -Venga vamos, pues a eso vine, a pasear, me vendrá bien el aire y el sol. Al salir del pueblo ya sospeché que en todo caso el agua la iban a buscar a Anna pues el coche iba en dirección contraria a la que sería la del pretendido viaje a Navarrés. Mientras, mi hermano sonreía como deleitándose por adelantado de lo que estaba tramando. ¡Cómo me latió el corazón! ¡Cómo crucé los dedos para que mi sospecha se confirmara! Querido lector, te podrás imaginar o hacerte la idea de lo que fue ese encuentro. Entramos en una cafetería de la calle mayor de Anna, y allí estaba la hija mayor de mi amiga. Lloramos todos. Ese no fue un abrazo de a dos, fue “de a tres” pues sin duda "La Clavica", mi eterna amiga del alma estaba con nosotras, su espíritu y su energía nos abrazaba, pero ella no lloraba, sonreía feliz. ¿Sabéis? una vez –siempre hay una vez- alguien que tuvo a bien escucharme me dijo: -¿Usted es consciente de lo rica que es? -¿Rica yo? ¡Si siempre voy con las monedas contadas! -Pues mire, -me dijo- una vez, había un hombre tan pobre que solo tenía dinero. Tener el amor y el cariño de esas personas que le quieren y se lo demuestran, eso sí es ser rico, no hay mejor tesoro. Maravilloso. Siempre lo tengo presente. Querido lector, recibe saludos de Trinidad, y gracias por tu tiempo dedicado a estas Memorias y que Dios te bendiga. pág. 82 MÁS ALLÁ DEL EPÍLOGO: 71 AÑOS DESPUÉS Barcelona 07/08/2.013 Pasaron siete años desde mi anterior viaje a Chella. Siete años, qué según cuándo y para según quién, es mucho tiempo. Significa que de siete almanaques, mes a mes y sin remedio, se desprendieron hasta 28 estaciones, siete veranos, siete otoños, siete inviernos y siete primaveras, que todas juntas el viento se llevó. No estaba en mis planes poder volver a Chella. ¿Qué o Quién cambió mis planes? A saber. ¿Estaba escrito en las estrellas el que un día volvería? Yo digo qué fue un fugaz arranque de locura, casi un “pensat y fet” como se dice en los pueblos valencianos, lo que me impulsó a decirle a mi hija: “¿Me acompañas?” Isabel dudo un momento antes de decir “¿Pero es qué tú no sabes que en agosto Chella es un horno?” Mira qué…Piensa qué…, pero al final no escuché razones, o el corazón no me dejó oírlas. Y así fue cómo del brazo de mi hija, salvamos la larga distancia desde Barcelona a Chella, que se me hizo más corta al saber que estaba haciendo realidad un sueño, así que tomé la determinación de que ni el espeso calor ni los kilómetros, por mucho que se empeñaran, iban a ser capaces de romperlo; y así también, apoyada en mi hija, retorné una vez más a la tierra añorada de mis padres y abuelos, y volví a caminar como en “los viejos tiempos” hacia la fuente de los tres chorros, la de los caños de frías aguas que alegran, desde muy antaño, el cálido verano chellino. El camino es siempre en constante cuesta abajo, como si la misma fuente nos reclamara o nos vendiera sus encantos haciendo más fáciles nuestros esfuerzos. También allí mismo nos esperaba la sombra y el sosiego que siempre han proporcionado al pueblo las acogedoras y amplias copas de sus tres robustos chopos, árboles tan añejos que es muy posible tengan la misma edad que el pueblo. Justo es decir que de vuelta y cuesta arriba ya era otro cantar o harina de otro costado, como se suele decir. Estábamos las dos tan “sofocás” que hicimos un alto agradecido en la avenida de la Constitución, en el bar de Gravi, en el mismo lugar donde paraba el autobús de Granero. Allí, un amable Joaquín nos sirvió de beber algo frio mientras, sentadas, intentábamos recuperar el resuello tras la “subidica” desde la fuente. Aun así, a poco de retornar a caminar tuvimos que hacer el segundo alto, en el cercano paseo de las palmeras; allí en lo de Matilde, una deliciosa y “fresquica” horchata aplacó definitivamente nuestra sed. pág. 83 Mi “locura” bien valió la pena vivirla. Tuve la enorme satisfacción de reencontrarme con amigas de nuestra lejana infancia rememorando los tiempos ya perdidos, pero imborrables, en que nuestras historias particulares coincidieron. Poder permitirme platicar o “charrar” en chellino, sin ningún freno ni cortapisa, jugando con los “mantes” y los “icos”, fue un deleite que sólo puedo gozar, sin que nadie me mire de forma rara, cuando estoy en Chella. Recordar hechos y anécdotas felices también es un ejercicio dulce para el alma, pero al recordar que algunas de esas personas con las que compartí muchos y gratos buenos momentos ya no están aquí, sentí una gran añoranza, algo como una nostalgia agridulce. De aquel entonces, quedamos pocos. Me dijeron que Asunción está en una residencia, Mercedes se deja ver muy de tarde en tarde; a Amparito a pesar de ayudarse con un bastón la encontré “muy” bien. Yo, lucí tipo del brazo de mi hija, claro que a nadie dije que mis rodillas vestían sendas rodilleras. De aquel entonces, quedamos pocos y a todos, sin excepción, el paso del tiempo, nos ha dejado su huella. Es Ley de vida. Foto: Trinidad apoyada en la reja de la fuente, al lado de uno de los chopos centenarios, mudo testigo de alguna de sus andanzas de juventud en los años que pasó en Chella. pág. 84 Evocación final: Mis maestros y la escuela de la vida A veces he pensado que la relación que tuve con mis maestros y maestras a lo largo de unos pocos años de mi vida, fue más bien pasajera, sin que me dejaran el profundo poso de afecto y cariño con el que muchas personas recuerdan a quienes fueron los maestros de sus primeros años de vida educacional, la de los primeros cimientos escolares que a la larga son los que más nos han marcado. Mi vida escolar estuvo repartida entre Barcelona primero, luego en el pueblo de Chella, en aquellos difíciles tiempos de nuestra contienda civil y de la posterior y dura posguerra, y después, a partir del año 1942, de nuevo en la Ciudad Condal tras el retorno a nuestro hogar desde la casa y la tierra de mis abuelos en aquel pueblo valenciano que nunca olvidaré. En realidad podríamos decir que en los primeros años tuve un maestro, que no fue otro que mi querido tío Daniel, mi maestro y “mi cómplice” para ser más exactos. Más tarde cuando ya contaba yo con siete años de edad y, sin haber asistido todavía a la escuela, mis padres pagaron un Plus para que aceptaran a mi pequeño hermano, así pude asistir a la escuelita de la maestra Juanita, que pasaría a ser mi primera maestra para la historia, llevando siempre de "pegote" a mi pequeño hermano. Eran tiempos de "palotes" y labores, el ganchillo era el fuerte y yo demostré ser muy hábil. Ya luego, cumplidos nueve años de edad y desplazada en Chella, le tocó a doña Nieves ser mi segunda maestra. Si mal no recuerdo, daba clases en su casa particular cerca la plaza la iglesia. Mi compañera era Concha “la García” y era ella la que tenía el libro que se usaba en la escuela. Mis abuelos no disponían de medios para comprar un libro para mí, pero entre ellos y la tía Concha, que le debía varios favores a mí abuela, acordaron que el libro lo compartiríamos. Yo no llegaba a comprender entonces, el porqué de su reticencia, en muchas ocasiones, para prestarme su libro del que no se quería desprender ni compartirlo. En la escuela de doña Nieves, gané un gato negro de cartón, por saber leer mejor que el resto de las demás pág. 85 alumnas. Mi abuela Isabel, le dio al gato negro de cartón tal valor cual si yo hubiese ganado un valioso trofeo. Las hijas de doña Tecles, dos monjas que pudieron llegar sanas a Chella desde el convento en esos aquellos delicados momentos, se dedicaron a la enseñanza. Fue una delicia tenerlas como maestras; tenían un modo de ser tan especial, que yo llegué a admirarlas. Una vez regresados a Barcelona, yo ya tenía catorce años de edad y junto a mi hermano, asistimos a la escuela del Ayuntamiento, el Fomento Martinense. Mi hermano ya era mayorcito, y como era despierto, también iba pisándome los talones. Ese era tiempo de catequesis. Un sacerdote nos enseñaba religión y nos obligaba a ir a misa todos los domingos. Al que no asistía le imponía una penitencia. A mí me gustaba estudiar Historia Sagrada, tanto que hasta me gané una imagen de Santa Teresita por mis buenas notas, aunque tengo que reconocer que tuvo una corta vida ya que sucumbió en una enaltecida batalla de almohadones. Mi hermano Pepito tomó la Primera Comunión vestido de falangista. A mi padre, habiendo luchado en el lado de los republicanos o "rojos", no le causó la menor gracia, hubiera preferido al menos el sencillo blanco del traje de marinero pero los tiempos no estaban para ser “neutro” y menos de “los otros”, sólo se podía ser o manifestar, al menos exteriormente, según las normas del bando ganador. La maestra de la escuela del Fomento Martinense se llamaba Conchita y era hija de un militar. Guardo un buen recuerdo de ella. Muchas veces yo lloraba en clase porque iba a la zaga de los demás alumnos y ella me consolaba. Habló con mis padres y les dijo algo así como que yo ya era mayor y no encajaba con chicas de menor edad. Su acertado consejo fue que asistiera a una academia nocturna, junto a alumnos más acordes a mis catorce años. La academia Balmes tenía por director al Sr. Garrofer, una persona amable que me tomó cariño y que me hizo sentir bien conmigo misma y con los demás durante el tiempo en que tuve la fortuna de acudir a clase, antes de pasar ya a mi siguiente destino, trabajar en una fábrica textil. pág. 86 Hago un “impasse” en este relato para una reflexión: a los setenta años de edad descubrí que mi auténtica vocación era ser literata, escribir para manifestar en papel mis sentimientos y mi visión del mundo. Siempre me quedará ese rescoldo de duda, o pequeña espina en mi interior, al pensar que esa vocación, latente ya en aquellos años, no tuvo la fortuna de encontrar un cauce adecuado para manifestarse. Pero también es cierto, como se dice, que nunca es tarde si la dicha es buena, así que acepto lo que la vida me ha deparado pues al final, lo que he llegado a ser, una bisabuela millonaria de amor, se lo debo a todo lo que he hecho antes. Y así fue la historia de mis maestros; en total seis y fueron para mí, casi como aves de paso que, aunque cada uno hizo lo que pudo por la vida y las circunstancias de entonces, no llegaron a dejarme esa admiración y en algunos casos, casi veneración, con la que otros hablan y recuerdan a sus maestros de escuela. A eso es a lo que me refería con el título de este relato, a que mi verdadera escuela fue realmente, como se suele decir, la escuela de la vida. Trinidad, Barcelona 2013 Foto: 70 años después de dejar la academia Balmes, Trinidad leyendo alguno de sus relatos en el local “la Bastarda” de Barcelona, lugar de encuentro de poetas y literatos. pág. 87 Birlibirloque 2015: Diez años dicen que no son nada, pero en este caso son un gran logro para Chella. Pasaron varios días desde que la web de Rafael Fayos, la web de los chellinos tuvo el inmenso orgullo de celebrar su 10º Aniversario el 28 de septiembre de 2015. Todo un logro. Durante estos “varios días” digo, he estado pensando en que tan bien o mal quedaría si mandara mi felicitación a modo de un relato. Me decido y cuento: Mi participación en www.fayos.org data de poco más o menos cinco años, pero por el modo tan casual y moderno que sucedió es digno de contar, pero mejor será contarlo al final del relato. Sabido es que viví en Argentina por más de 45 años, de los cuales gran parte de ellos los pasé suspirando por España, añorando Barcelona, y escribiendo en todo papel que se prestara mis inolvidables recuerdos de aquellos años tan aciagos vividos en Chella, mi querido pueblo valenciano. Un día, al escucharme decir a unos niños que peloteaban en mi jardín, “ ¡Che pibes, rajen de acá, esto no es una cancha!”, me percaté de que ya tenía mucho de “Porteña” (Porteños se les dice a los nacidos en Buenos Aires por ser ciudad de puerto). Observé, y caí en la cuenta de que tanto me gustaba la Milonga y la Samba, y de cuán fanática era de Julio Sosa, el gran cantor uruguayo de tangos, y de la argentina “La Negra Mercedes Sosa”. Del divino tesoro de mi juventud nada quedaba. La “Galleguita” que llegó a la Argentina con tan sólo 28 años era ya en aquel entonces una persona mayor integrante de un taller literario para jubilados, que cuando el tema a escribir era libre, mi tema preferido siempre iba dedicado a Chella. José Javier Albert Barrajón fue el primero en descubrir uno de mis relatos: “Conchita la Clavica”. Muy probable es que lo encontrara en la humilde y vieja revista “El ventanal”, la que salía del taller cada tres meses. El taller fue creciendo y como es lógico, sus integrantes íbamos envejeciendo. A principios del año 2.000 Graciela Pucci fundó la revista Literarte, revista que al poco de publicarse fue declarada Revista de interés Cultural...etc, etc. En la actualidad la revista sigue apareciendo con éxito todos los meses. El tiempo pasó por mi vida sin apenas darme cuenta, pero sí dejándome su huella. El 30 de octubre del 2001 falleció mi padre y el 20 de febrero del 2002 le siguió mi esposo. Alquilé mi casa, y dejé mi Buenos Aires querido el 11de abril del 2002. Por un tiempo me negué a seguir escribiendo más, pero fue tanta la insistencia de Graciela y compañeras, que al poco me pág. 88 encontré nuevamente sentada frente al ordenador mandando, vía Internet, uno de mis relatos desde Barcelona a Buenos Aires. Como prometí, al comienzo, ahora viene lo curioso que quería contar: En noviembre del 2010, mi asombro fue grande al encontrar al pié de Macondo & Chella, un relato publicado digitalmente en la revista Literarte y que recomiendo leer en este mismo libro, un comentario de alguien desconocido que decía así: Lo curioso, es que cuándo ese desconocido “José Luís el muñaco”, que decía para mi admiración que era de Chella, me buscaba mediante Internet a 16.000 km de distancia en algún lugar de Argentina, yo hacía años que estaba tan sólo a 400km., en Barcelona. Y así comencé queridos amigos cibernéticos, porque así estaba escrito que debía suceder, a formar parte poco tiempo después del equipo de la www.fayos.org , y como regalo añadido, a ser apodada cariñosamente más adelante como “La Duquesa”, título honorifico que empezó siendo un mero cumplido de un amigo argentino pero que ahora llevo hasta con orgullo, ya que después de ser ama de casa llegar a ser duquesa, aunque sea plebeya, ya es todo un logro, como lo es y mucho, el conseguido a fuerza de esfuerzo, perseverancia y amor a Chella, de mantener una década abierta al mundo una ventana tan amena del pueblo de mis ancestros. Trinidad. pág. 89 NOTA Recopilador: Trinidad contestó a este correo, que envié intrigado por averiguar quién era esa misteriosa “Trinidad” que comparaba Chella con Macondo, cosa que no se le habría ocurrido ni al mismo don Eugenio Granero, y que escribía nada menos que en una revista argentina. Al poco me contestó a este correo, igualmente intrigada de cómo alguien de Chella había localizado ese relato publicado en Argentina, y a partir de ahí empezó nuestra fluida comunicación por internet para ir construyendo lo que hoy es la realidad de su libro de memorias chellinas. Tal renombre fue adquiriendo por sus relatos que, como regalo añadido, adquirió el renombre de “la Duquesa”, tomado de uno de los comentarios de un admirador lector argentino sobre una de las fotos que le hice en la aclamada visita de Trinidad a las fallas de Valencia en 2011, para conocernos y cambiar impresiones sobre los futuros relatos y que publicamos aquí como cabecera de su obra. El admirador comentó en un correo electrónico que Trinidad posaba igual en las fotos que una conocida duquesa que aparecía en revistas del corazón. A partir de ese momento, ese tratamiento de “duquesa” además de gracioso me pareció muy acertado, refiriéndonos realmente a “duquesa de las letras chellinas”. Lo más curioso es que el origen de toda esta historia, cuasi increíble, fue la localización y publicación en el foro de la web de Fayos del relato de Trinidad localizado por Picarin, sin él nada de lo posterior hubiese pasado. Luego alguna energía me mandó la inspiración de que ese recuerdo escrito fuese el primero de un futuro libro de relatos sobre historias de gentes de Chella, ya que dejado en el foro al poco tiempo hubiese pasado al olvido, y poco a poco el relato primigenio fue enlazándose con otros, en principio de Trinidad y míos, y luego con otros colaboradores que se han ido sumando a este bello proyecto que hoy es ya una realidad. Al final todo ha sido, podemos resumir, como una inaudita “carambola de tres” que luego fue de cuatro al contar con la estupenda web creada por Rafael Fayos como el mejor soporte para la obra. Un auténtico trabajo en equipo. Foto: Duquesa con recopilador en las Fallas de 2011. pág. 90 ANEXO: SOBRE EL PUEBLO DE CHELLA Chella, el pueblo de las Memorias de Trinidad, es una población valenciana, sita en la comarca llamada “La Canal de Navarrés”, al suroeste de la capital Valencia y a una distancia de 74 kilómetros. Su población es de 2800 habitantes. Sus pueblos vecinos son Anna y Bolbaite, siendo Enguera la cabecera judicial. Esta comarca tiene la peculiaridad de que no se habla valenciano. Oficialmente el idioma es el castellano, aunque cada pueblo allí tiene su dialecto propio, formas de hablar derivadas de la convivencia desde hace siglos del castellano, el idioma oficial que figura en la Carta Puebla de 1611, y del valenciano y aragonés que trajeron las corrientes humanas que poblaron estas tierras desde hace más de 400 años, tras la expulsión de los moriscos y las posteriores repoblaciones. Es un pueblo agrícola, alternando en su término tierras de secano y de regadío, éstas últimas se desarrollaron en especial por el descubrimiento de un yacimiento natural de agua llamado “El Abrullador” que surte en abundancia al pueblo, así como de algunas fuentes y pozos. En el secano abundan las “oliveras” y las “garroferas”, y en las zonas de regadío, amén de frutales, sobresale el cultivo del tabaco, base de la economía chellina de los últimos cincuenta años, tabaco de afamada y reconocida calidad y con el que se elaboran los puros llamados “caliqueños”. El término es atravesado por el río Sellent, que en la parte este, llega a un profundo cañón modelado durante miles de años por la fuerza erosiva del agua, cayendo en tumultuosa cascada llamada “El Salto”. Este ímpetu acuoso fue utilizado durante parte del siglo XX para fábrica de luz surtiendo de energía a varios pueblos de la comarca hasta que una fuerte riada destruyó las instalaciones. Hoy el Salto y el vertiginoso mirador instalado en lo más alto del pueblo, con impresionantes vistas naturales, es un importante punto turístico. Las fiestas patronales son las más originales de la comarca ya que se celebran en el centro del invierno, a diferencia del resto de pueblos que lo hacen en el verano. El día 3 de febrero es San Blás y el 4 el Santísimo Cristo del Refugio. En estas fiestas son muy populares la elaboración de dulces caseros llamados “pasticas” y los suculentos yantares a base de “cosidicos”, ambrosías de pucheros surtidos de “pilotas”, que son unas exquisitas albóndigas de carne. En este pueblo, calle Libertad, la joven Trinidad vivió sus “Memorias”. pág. 91 GÉNESIS Y AGRADECIMIENTOS Durante los años nefastos de la guerra civil española, viví en Chella. De aquella lejana época en qué el candil alumbraba las veladas alrededor del hallar, atesoré infinidad de recuerdos. Recuerdos que, pasado un tiempo, ya residiendo en Argentina fueron convirtiéndose en relatos escritos a mano sobre hojas sueltas de papel sin remotamente pensar que en un futuro pasarían a ser el contenido de un libro. El tiempo pasaba, yo ya había llegado a lo que se dice “la tercera edad” y el mundo, con su constante rotar, nos incorporó la computadora en casa y el acceso a Internet. Me gustaba escribir, sabía de una vecina que participaba en un taller literario cerca de casa, ella, me dio a leer varios de sus trabajos y me instó a que la acompañara. Acepté, porque vanidosa yo, creí que lo escrito por mí, era más ameno que lo escrito por ella. ¿El resultado? El resultado fue que me integré con facilidad, además al ser la primera participante del grupo en entregar los trabajos escritos en el ordenador, fue todo un acontecimiento. Cuándo se trataba de escribir sobre un tema libre, Louisa May Alcott siempre me venía en mente: ella escribía sobre sus vivencias y yo decidí escribir sobre las mías. “Recuerdos Chellinos”, y es así como estos relatos o “Memorias” comenzaron a plasmarse en el papel. Tan solo pretendía yo, al recordar, agradecer, en lo posible, cuanto recibí de Chella y su gente durante los años tan espinosos que pasé allí, como fueron los años de la guerra civil española. El taller literario al cual me refiero, creció y nos hizo crecer. En noviembre del 2.001 Graciela Pucci, su creadora, editó el primer número de su revista electrónica Literarte, la que hoy se puede leer en la dirección: http://revistaliterartedigital.blogspot.com Ya de regreso a Barcelona, seguí escribiendo, colaborando a distancia, mes a mes, con relatos cortos de variados temas. La evolución y continuidad de esta historia literaria que, gracias a la Red trascendió barreras, permitieron que en noviembre del 2.010, un chellino residente en Valencia, José Luis Ponce Palop, que había ya escrito la primera versión de Filología Chellina y recopilaba datos históricos para la Página web de Chella “www.fayos.org”, descubriera mi versión o relato corto de “Macondo vs. Chella” publicado en Literarte y donde a través de su web pudo contactar conmigo para solicitar su inclusión en la obra “Relatos sobre Chella y sus gentes”, que precisamente se había comenzado a publicar dos años antes con el pág. 92 relato de “La Clavica” , encontrado por “Picarín” en internet, pero sin que pudiésemos contactar personalmente ni conocernos en aquel momento. Sin embargo, el destino, que de esto sabe más que nadie, había echado sus cartas en la partida y dispuesto que ya fuera el momento para desencadenar los acontecimientos que al final han dado forma a estas memorias. Desde entonces, nuestro contacto por correo electrónico fue fluido, incluso tuvimos un grato encuentro personal en fechas de San José y Las Fallas de Valencia 2011 donde revisamos aspectos de la obra en ciernes. Me resta agradecer a Rafael Fayos Jordán, que me alentó a seguir escribiendo ofreciéndome todas las facilidades en la estupenda web que comanda para honor de Chella; a “Picarín” que un día supe que su nombre “real” es José Javier Albert Barrajón, y que hace más de dos años encontró el relato de “La Clavica” en su incansable búsqueda de noticias sobre Chella investigando por internet, relato que al final ha sido la semilla de la que ha salido el árbol de las Memorias y, finalmente, mi agradecimiento especial para José Luis Ponce, quien me guió y ayudó en la recopilación y diseño de los relatos hasta completar Las “Memorias de Trinidad”, el particular legado sentimental que entrego con amor para mi querido pueblo de Chella, para la tierra de mis padres y mis abuelos, en donde recibí amor y cariño durante una difícil etapa de mi vida, que ahora correspondo de la mejor manera que sé, escribiendo con agradecimiento sobre el pueblo y las gentes que me dieron tanto. Barcelona, mayo 2011 pág. 93 MEMORIAS DE TRINIDAD La autora de los relatos, Trinidad Aparicio Martinez, junto a sus bisnietos que son los tatararanietos o nietos cuartos del tío Pepe el Tremolores y de la tía Encarnación la Royica. Retrato Trinitario Nací en 1928, el 8 de enero, en casa de mis padres. Casi como un regalo de Reyes… Ya conjugo el verbo “Ser” (y casi todos, ¡bah!) en distintos tiempos… Fui el primer “hijo” de una pareja que se amó “hasta que la muerte nos separe”. La muñeca de mi padre… Compañera infatigable de mi marido… Filatelista y modista sin modestia… Maga del tiempo y el dinero… Emigrante, inmigrante y retornada… Sería siempre única niña de la casa… delgada, vivaz, presumida… Soy la hermana mayor… Soy catalana, chellina, un poco argentina… Alérgica desde la radioterapia a las gambas ¡qué desgracia! Hubiera sido deportista, actriz, asesora de imagen, inspectora del bien y de las buenas costumbres, economista, maestra, anticuaria… Sigo siendo, a mis 87, pelirroja; madre, abuela y bisabuela orgullosa de serlo; fan de Nadal y del séptimo arte, del periodismo serio y de opinión; amiga de los que quiero y me quieren; perseverante (y terca, claro), observadora memoriosa, narradora…Seré yo misma hasta que la muerte se lleve las limitaciones del cuerpo y me permita ser-siendo, sutil e indeleble, El verbo en otros. pág. 94 PARTE SEGUNDA: OTROS RELATOS Relato Relato Relato Relato Relato Relato Relato Relato Relato Relato Relato Relato Relato Relato Relato Relato Relato Relato Relato Relato Relato Relato Relato Relato Relato Relato Relato Relato Relato 29: El pato. Autor: José Luis Ponce. 30: Los enemigos del alma. Autor: José Luis Ponce 31: El campico de la trilladora. Autor: José Luis Ponce 32: Volumetría chellina. Autor: José Luis Ponce. 33: El tío Pepe “el Garranchero”. Autor: José Luis Ponce. 34: Amor con amor se paga. Autor: José Luis Ponce 35: Cielo de verano. Autor: José Luis Ponce. 36: Los cañameros. Autor: José Luis Ponce. 37: Los melones de San Jaime. Autor: José Luis Ponce. 38: En veinte mil duros to pagau. Autor: Roberto Ponce. 39: Carta de la guerra. Autor: Joaquín Granero . 40: Don Julio y el plan Marshall. Autor: José Luis Ponce. 41: Don Eugenio tenía razón. Autor: Roberto Ponce. 42: Pepe “Tarana”, filósofo en rama. Autor: Roberto Ponce. 43: Un chellino inglés. Autor: Roberto Ponce. 44: Las raíces de Elvira. Autora: Elvira Costa. 45: Tradición de Chella. Autor: José Grau. 46: Estropajo de esparto. Autor: Roberto Ponce. 47: Un chellino en París. Autora: Maruja Costa Buil. 48: Chella, final de los años 50. Autor: Pepe Liberia. 49: Genialidad de un chellino. Autora: Trinidad Aparicio. 50: El amor en los tiempos de la Fira. Autor: Julián García Candau. 51: El cuento de “La Pajarica”. Autor: Pepe Liberia. 52: De Quesa a la Gran Muralla: homenaje a Frígols. Autor: José Luis Ponce. 53: Retornando a mis raíces. Autora: Elvira Costa. 54: Salvador Pallás, el pintor de Chella. Autor: Salvador Pallás Gargallo. 55: Remembranzas de un maestro en Chella. Autor:Luis Martí Cuerpo. 56: Nombres irrepetibles. Autor: Tomas Bellot Alfonso. 57: Tele Simicas en el recuerdo. Autor: José Javier Albert “Picarin”. pág. 95 RELATO 29: El pato Autor: José Luis Ponce / Valencia En aquellos años sesenta, en los cálidos veranos era costumbre salir a las puertas de los bares con sillas y mesas para aprovechar el frescor que empezaba desde el atardecer. En la calle Higueral, cruce con la calle de San Antón, las cuatro esquinas estaban formadas por la carnicería de la Cojantona, la tienda de comestibles de Asunción (“Sunsión”), el bar de Manolito y la tienda de ropas de Roberto el Pancho, mi padre, en la que entre otras cosas se vendían colchones. En la esquina de mi casa, en el primer piso se había puesto un luminoso fluorescente de forma cuadra de 1x1 metros, en el que destacaba un cisne blanco y en letras rojas el lema “FLEX distribuidor oficial”. Flex era por entonces la más importante marca y fábrica de colchones españoles, la más conocida fábrica de auténticos “sueños”, en especial desde aquel célebre anuncio de televisión, cuya tonadilla cantaba así: Trabajo alegremente / Sin miedo a la fatiga Porque sé que esta noche descansaré en un Flex. Flex, Flex, Flex / De lo bueno lo mejor. Empezaba a anochecer y se fueron encendiendo las luces de todos los comercios de la calle, desde la tienda de Carmelo a la de Milagros, a uno y otro extremo de la calle, lo que daba más alegría a la noche chellina ya que había escasas farolas y con poca potencia. Se sacaban algunas mesas del bar y algunos jugaban a la brisca o al dominó aprovechando las ráfagas de “frescorica”. En la esquina de mi casa se había puesto ese día una de las mesas y la luz no alumbraba suficientemente, y aún faltaba un rato para que encendiéramos el luminoso. Cuando ocurría eso, Pepe “Cabrica” del bar Manolito, me llamaba y me decía: ¡Pepe Luis “ensiende el pato”! Con ese suplemento de luz ya se podía jugar, y así ocurrió muchas veces, cada vez que había que dar algo más de luz en “el cantón” se oía lo de “ensiende el pato”, que se hizo popular. Este fue el origen y causa de que el lindo, delicado y altivo Cisne blanco, el bello ánade de Flex, fuese conocido desde entonces como “El Pato”. pág. 96 RELATO 30: Los enemigos del alma Autor: José Luis Ponce / Valencia Era un día de 1968 en el que teníamos clase de Catecismo en la escuela de Chella, un grupo de alumnos que estudiábamos bachiller por libre y que luego nos examinábamos en Játiva a final del curso. Yo compartía ese curso con María Rosa, Gloria, Titina, Cuenca y Manolo, y también estaba Vicente “Patatica” que estudiaba un curso más adelantado. Entre don Luis, don Aurelio y don José se repartían todas las asignaturas, igual nos daban matemáticas que gimnasia o geografía. En la asignatura de Religión se daba el Catecismo, que era el mismo para todos los niveles. Estudiábamos, o mejor memorizábamos, el conocido “Catecismo-Segundo Grado / Texto Nacional”, en concreto la lección 33 titulada “Los pecados”. El Catecismo estaba conformado en forma de preguntas y respuestas, y dentro de la lección estaba la pregunta numerada con el 199 y que rezaba así: - ¿Cuáles son los enemigos del alma? – Los enemigos del alma son tres: el mundo, el demonio y la carne. Era una de esas preguntas y respuestas abstractas que nunca entendimos bien, ¿La carne era mala? ¿Pero cuál: la de cerdo, la de cordero? ¿Entonces por qué la vendían en las carnicerías de Chella? El “pernil en cortadicas” y los “botifarronicos torraícos” estaban muy buenos, así que no terminábamos de comprender. ¿Y el mundo?, nosotros conocíamos poco más de nuestro término, salvo algún que otro esporádico viaje a Játiva o a Valencia y, hombre, pues no lo veíamos como para que fuera un pecado, pero en fin…. Lo del demonio sí que lo entendíamos bien, pues más de una vez de “muñacos” nos decían, cuando hacíamos alguna trastada: ¡mira que eres “dimonio”, mante, como me quite la espardeña te vas a enterar! Vicente había escrito en su catecismo, en la susodicha pregunta, con lápiz, tachando la respuesta original, una nueva y original respuesta: los enemigos del alma son tres: don Luis, don Aurelio y don José. El catecismo lo dejó encima de la mesa, que estaba en la primera fila, y acudimos todos alrededor de la mesa de don Luis, que aquel día iba a preguntarnos la lección. Como no tenía a mano su catecismo nos solicitó uno para las preguntas. Nuestra compañera Titina se giró rápidamente y sin darnos pág. 97 tiempo a reaccionar cogió el primer catecismo que vio, que como era de esperar, fue el de Vicente. Se oyó un murmullo de fondo que decía: ¡ché, ese no, ese no!, pero el catecismo ya estaba en las manos del maestro. Don Luis se quedó mirando la tachadura y la anotación de los nuevos pecados. Al llegar a la pregunta, no recuerdo a quién se la hizo, estábamos todos tensos y preocupados, pues no sabíamos qué catástrofe se podía avecinar con tamaña alevosía realizada. -Los enemigos del alma son tres: el mundo……el, el, el demonio y …esto… la carne. -Pues eso no es lo que dice este catecismo, ¿alguien sabe la respuesta correcta? El silencio imperó y la tensión fue en aumento, a más de uno le subían los sudores y los calores ¿A quién le iban a cortar la cabeza? Don Luis se levantó y salió de la clase llevando en sus manos “el arma del delito”, indudablemente iba a enseñárselo a los otros dos afectados, don Aurelio y don José. ¡Madre mía la que nos va a caer, pensamos todos! Finalmente volvió a la clase y la lección siguió como si nada hubiera pasado, y un suspiro de alivio corrió entre nosotros. Nuestros maestros se habían tomado, como debía de ser, deportivamente la broma, y fue un desenlace mejor del esperado y una demostración de que ellos también tuvieron sentido del humor y supieron encajar con una sonrisa ese repentino ascenso de sus personas desde maestros a, nada menos que “Enemigos del Alma”. Foto: La célebre trilogía de maestros , don Luis, don Aurelio y don José que tuvieron que pelear en aquellos tiempos con la enseñanza de aquellas generaciones de “borruchicos”. pág. 98 RELATO 31: El campico de la trilladora Autor: José Luis Ponce / Valencia Saliendo desde el paseo de las palmeras, yendo por la calle de don Federico Granero Peris se enlaza con el camino del cementerio mediante una doble curva. Traspasada la misma y a tiro de piedra, a mano derecha del camino, se encontraba el “campico de la trilladora”, un terreno en ligero desnivel y despejado, de unos cien metros de longitud y anchura poco más de cuarenta, y en cuyo centro una “caseta” separaba en dos partes. Este terreno se dividía pues en dos parcelas que en su parte central tenían una zona más llana. Para los chicos jóvenes de 9 a 14 años de entonces este terreno yermo fue transformado en dos campos de fútbol. El más cercano al pueblo era algo más corto pero más llano, y el más alejado era más largo y desnivelado, con riesgo de que en alguna jugada la pelota fuera al bancal que separaba el campico de la carretera. Las piedras más grandes que encontrábamos las utilizábamos como “postes” de las porterías, y el travesaño y las redes se ponían con la imaginación, y nunca las reglas arbitrales estuvieron tan claras, se decía “¡yé, eso es falta!, y ya está, se sacaba la falta sin peleas ni tumultos, bueno a veces había un pequeño escarceo pero nada pasaba a mayores. Este campico era la alternativa de los niños chellinos al campo de las eras donde jugaban los más mayores y a veces no había sitio para todos, algunas “cuadrillicas” hacían este doble campico como algo más íntimo que las eras. Aquél día de mediados de los años sesenta, un grupo de niños estábamos preparándonos para jugar “un partidico”. Se hacían dos grupos que formaban dos cabecillas eligiendo por turno un jugador cada vez: -Yo cojo a Manolo “vitirinario”, pues yo a Tantín, yo a Miguel, pues yo a Manolo “filiberto”, yo a Visente, pues yo a Cuenca, yo a Villalba, yo ahora cojo a Victor….. Y así se formaban los equipos. Yo solía jugar de portero, y por entonces todos queríamos imitar a Betancort el portero del Madrid ye-yé que había ganado la sexta copa de Europa, y los demás los regates de Amancio del Madrid, los cañonazos de Waldo del Valencia o de Reixach del Barcelona. Pero ése día había ocurrido un hecho importante, había muerto la madre de Pepito uno de los chicos y se iba a celebrar su entierro, por lo que había un pág. 99 extraño y desconocido halo de tristeza entre nosotros, ya que para nuestros jóvenes espíritus seguía siendo algo misterioso y que localizábamos muy lejano en nuestras aún breves historias, su concepto no lo podíamos asimilar ante la fuerte llamada de la vida, época en la que se vive realmente con la mente en el día a día, sin pensar en nada del mañana. Sólo sabíamos que cuando uno se moría iba al cielo enseguida, si se había sido una buena persona, como nos contaban en el catecismo o don Vicente en la iglesia. El chico al que se le había muerto su madre demasiado pronto, al que se le había quebrado parte de su vida demasiado pronto, acudió al campico necesitado de sentir el arropo de sus amigos y siguiendo la recomendación de sus tíos que le habían dicho que no se preocupara y que pensara en otra cosa, que la vida era así y que así había que aceptarla, que ya lo entendería cuando fuera mayor. Llevábamos un rato jugando al fútbol cuando vimos que desde las estribaciones del pueblo se acercaba una lenta comitiva portando un ataúd al hombro de cuatro hombres. Un silencio imponente reinó de pronto entre nosotros. Todos los chicos paramos de jugar y nos quedamos quietos, de pie, en silencioso respeto y al lado de Pepito, mientras el entierro pasaba por el camino que bordeaba el campico, rumbo a su destino final en el cercano cementerio. En aquel momento todos los niños nos sentimos un poco más mayores, como si de pronto un pedazo de madurez o un atisbo de descubrimiento se hubieran inculcado dentro de nosotros, con la aceptación de lo inevitable como un paso más en el camino de la vida. Aún recuerdo este momento con respeto y consideración. Años después el cielo compensó a nuestro compañero con una cariñosa mujer y unos hijos que devolvieron la dicha a su alma. pág. 100 RELATO 32: Volumetría chellina Autor: José Luis Ponce / Valencia Hará un cuarto de siglo, recién casado con mi mujer María Amparo, natural de Paterna y vecina de la llana y lisa ciudad de Valencia, la llevé a dar una vuelta por los sitios más populares de Chella. Aquel día de finales del verano, cuando los calores de la tarde empezaban a declinar, partimos desde la calle Higueral, pasando por las “plasetas” de Las Malvas y la Cárcel, y por la calle Mayor llegamos al comienzo de la calle de la Conquista, iniciando el ascenso por este empinado camino hacia la ansiada “cumbre” que comunicaba con el mirador del Salto, nuestra perla natural, orgullo del pueblo. Al llegar derrengados a lo alto de la calle le expliqué el mérito que tenían nuestras mujeres chellinas de subir y bajar cargadas con la compra, y en especial cuando el descenso era con las “casuelicas” de arroz para cocer en el horno que había en la calle Mayor. Aparte de nuestro peculiar léxico local que fue lo primero que le llamó la atención (¿Qué quiere decir eso de “mante”?), mi mujer se quedó un poco extrañada de que con tanto esfuerzo gimnástico veía algunas buenas mujeres que conservaban un tipo llamémosle “voluminosamente lozano”, o de forma eufemística “de estructura ósea grande”. Yo le expliqué que todo ese “volumen” se adquiría por la tranquilidad, y el sosiego que proporciona la vida en el pueblo, muy lejos de las prisas, las urgencias y el estrés de la capital, amén por supuesto de nuestra exquisita cocina local, platos apetitosos como el “arrós caldosico”, la “casoleta de pencas” o las “chullas u las botifarricas bien torraícas” ante los que nos hay régimen ni pamplinas similares que se resistan, con lo “bueno que está to”. Como decía Tarana, “la afisión de la gente del pueblo es arreplegar dineros”, y con una “casica”, un campico “y tener siempre pa yantar”, nuestros padres y abuelos ya se sentían satisfechos. Eso, y formar una familia, siempre han sido los ideales de sus vidas. Luego seguimos viendo toda la parte alta del pueblo, el Mirador sobre la Sotarraña, las partes altas de la calle Virgen de Gracia o Iglesia Vieja y la de la Morera, y finalmente la calle llana más alta del pueblo, conocida desde siempre como “el barrio”, desde donde se ve una bella perspectiva del Polvorín, el río y el comienzo del Salto. Tras este deleite de los sentidos, fuimos descendiendo de las alturas por la suave pendiente de la pág. 101 Senda Peña, con vistas del Muntot y los meandros del río Sellent, llegando hasta la parte posterior de las calles de San Roque y Libertad. Allí nos cruzamos con la tía Vitoriana que estaba dando una “arrujadica” a la calle, para refrescar el ambiente. La buena de la tía Vitoriana tenía una de las anatomías más acordes con lo que tratamos de explicar, y nos surgió una curiosa pregunta que nos tuvo dubitativos: ¿realmente se pueden encontrar bragas para estas tallas? Nos quedamos con esa duda, pero enseguida pensamos que siendo mi padre, Roberto el Pancho, vendedor de ropa y tejidos nos podría sacar de la duda con su experiencia y conocimientos. Tengo que puntualizar que mi padre siempre tuvo un sano sentido del humor. Ya cuando en la tienda hacía alguna campaña para vender algún producto, como por ejemplo una cama de somier y cabezales, se inventaba nombres graciosos, en contraposición a los anglicismos o americanismos imperantes. A la cama le puso el nombre de “modelo Segismunda”. Preguntamos pues a mi padre si realmente tenía bragas para personas de esta gran “voluminosidad”. Mi padre se quedó mirando a la puerta de entrada, que era de una sola hoja, no queremos ser exagerados, y nos dijo: -¿La persona que habéis visto puede entrar por la puerta? -Sí claro, eso sí, de hecho habrá venido algunas veces a comprar ropa. Mi padre subió a una escalera y cogió, de un estante alto, una caja de cartón, de esas altas color gris que se usaban para boinas y gorras, y la bajó. Llevaba un título puesto a mano que decía: Modelo Superbomba. Cogió una braga y se dirigió hacia la puerta. Puso un lado de la braga junto al lado izquierdo del dintel de la puerta y con la mano derecha fue extendiendo la braga, llegando sin problemas hasta la otra parte del dintel. Tras este portentoso despliegue de elasticidad nos dijo: -Si esa persona cabe por la puerta, tengo bragas. Y con este original experimento quedaron aclaradas nuestras dudas. pág. 102 RELATO 33: El tío Pepe “El garranchero” Autor: José Luis Ponce/ Valencia José Palop, conocido por Pepe “el Garranchero” y por Pepe “el Blaya”, en razón de los apodos con origen en sus ramas familiares, fue un chellino de los de antes, de los tiempos en que había que ser duro como la carrasca para poder tirar hacia adelante, para ganarse la vida “chavo a chavo” y con mucho sudor de la frente como reza La Biblia. Siempre he resaltado los méritos de todas esas generaciones que nos precedieron en el azaroso siglo XX, por cuyos sudores y valores tenemos hoy en día una vida mejor. Gentes que pelearon por tener lo imprescindible y básico para sus familias, concentrando en ello todas sus fuerzas, su espíritu y sus ilusiones. Su vida abarcó 86 años, desde 1.889 hasta 1.975. El tío Pepe era un amante de los animales, sus cordericos o su burrica eran sus compañeros de camino. Y digo bien, de camino, porque con una burra y mucho entusiasmo, salía de Chella para vender ropa y se encaminaba ¡andando hasta Millares!, hoy este camino ya con coche nos lo pensamos, así que imaginemos la odisea de andar con la única compañía de un jumento tantos kilómetros en la soledad de los montes para poder conseguir el sustento de cada día. Partía del pueblo en los primeros albores del amanecer y con paciencia y poco a poco iba consumiendo las etapas, Chella, Bolbaite, Navarrés, Quesa, Bicorp y tras un largo trayecto de constantes curvas y repechones llegaba a la lejana Millares, pueblo que pertenece realmente a la Canal de Navarrés, pero que parece que esté mucho más allá, en la lejanía, como puede verse en cualquier plano. En aquellos tiempos de antes y después de nuestra contienda civil, era peligroso andar sólo por esos largos y deshabitados caminos, pero nunca tuvo un percance ni asalto durante varios años pues el respeto a su persona se lo ganó a pulso. Allí montaba su “paraeta” y vendía sus mercancías. Se quedaba a dormir en una fonda y regresaba uno o dos días después. Otra inmensidad a pie y sin cobrar kilometrajes ni horas extras por ello. En el pueblo de Millares fue muy querido y he podido saber que durante los azarosos años de la desdichada guerra civil ayudó a gente del pueblo, que siempre le quedó agradecida por ello. Cuando falleció a finales del año 1.975 varias personas de Millares vinieron a su entierro. A mediados de los ochenta, acompañado de mi mujer, realicé un viaje Valencia-Chella, dando el rodeo por la carretera de Madrid y por el desvío pág. 103 de Buñol fuimos a Cortes de Pallás, desde allí nos permitieron pasar por una carretera privada de Iberdrola que acortaba mucho el trayecto a Millares. Habían pasado ya muchos años desde que el tío Pepe había dejado de ir a este pueblo, y tenía la curiosidad de saber si todavía se le recordaba. Entramos en la iglesia del pueblo, eran los días de la Pascua, recién terminadas las procesiones de la Semana Santa. Allí vi a unas mujeres mayores y directamente les pregunté: -¿Por casualidad se acuerdan de un señor que venía a vender ropa hace muchos años a la plaza del pueblo y que le llamaban el tío Pepe? -¡El tío Pepe, claro que me acuerdo, nos llamaba “¡chiquillas!”, era muy buena persona y lo querían mucho en el pueblo! ¿Es usted familia? Tengo que aclarar que el tío Pepe era mi abuelo, el padre de mi madre. Su mujer era Consuelo Vaello, que falleció con sesenta y tantos años y tras criar a cuatro hijos, un chico y tres chicas, “los Blayas” : Consuelito, Pepito, Isabelita y Maruja . En aquellos tiempos además se nacía en las casas del pueblo, no había tiempo ni dinero para hospitales, y en pleno invierno y de noche si hacía falta, sin comodidades, sin termo de agua caliente, sin pañales desechables y sin papel higiénico de doble capa, así que la propia naturaleza se encargó de endurecer el temple de estas generaciones de las que debemos sentirnos orgullosos. Gracias a ellos y ellas estamos aquí. Como persona criada en el trabajo y la escasez, sólo una enfermedad le impidió que cesara en su actividad. Era tan “cabesón” que siendo ya muy mayor seguía llevando a pasturar su “ganaico” y una vez se perdió en el monte buscando a unas ovejas descarriadas y tuvo que salir en su búsqueda la Guardia Civil, pues había perdido la orientación y pasó una noche al raso. Además, casi con ochenta años seguía cavando en su “bancalico” del Turco para cambiar una “calsá” que no le gustaba. ¿Pero güelo pa qué tiene que ir a cavar, qué falta l´hase a su edad? La falta era sencillamente que el trabajo era su vida, el oxígeno para vivir. Mi abuelo siempre nos habló con mucho cariño de Millares donde es recordado el nombre de Chella en parte gracias a su memoria. pág. 104 RELATO 34: Amor con amor se paga-Michel y Mari Autor: José Luis Ponce/ Valencia En un domingo de verano del ya lejano 1.961 se producía en Chella un acontecimiento que alteró ese día la vida en el pueblo: se casaba María Bellot, la hija de los estanqueros con un chico muy alto y con gafas que se comentaba que era cantante. El joven se llamaba Míchel y en ésa época empezaba a descollar en el mundo de la canción, pues su voz iba en consonancia con su cuerpo, voz grande y varonil, de perfecta vocalización, voz potente de un barítono pero a la vez dúctil y maleable para adaptarse a cualquier canción melódica, igual podía cantar clásicos como “O Sole mío” o “Granada”, que temas románticos como “Rosiña”, “Nosotros dos”, “Bésame mucho” o “Hasta el fin te buscaré” o canciones inspiradas en el espíritu ruso como “Spasiva” o “Kallinka”. Míchel (Miguel Samper Peiró) era natural de Pego y estaba actuando en una sala de Benidorm llamada “Bolero”, pero por esas casualidades de la vida, también actuaba allí una hermosa y vivaz joven que encandilaba al público con sus canciones y bailes, y que ya era muy conocida por entonces con el nombre artístico de “Mari Rosa de la Cruz”. La joven había destapado su vena artística con tan sólo catorce años por su habilidad con el violín. Luego como tonadillera recorrió con éxito parte de España y ya como vedette de revista actuó en lugares emblemáticos y reconocidos como el teatro Ruzafa o el Alkázar, codeándose con estrellas de la talla de Raquel Meyer. Pues bien, esa joven era una chellina, Mari, la hija de la tía Visantica la estanquera, que vivía en la calle San José, entre la plaza de las Malvas y la calle Nueva en la casa en la que también estaba el estanco que tenía el letrero de “Expenduría de Tabaco nº 1”. Una vez casados partieron para Barcelona, donde se establecieron y los contrataron para varias actuaciones, formando dúo artístico con el nombre de “Kati and Mitchel”. Allí Míchel grabó ya su primer disco y empezó a salir en televisión y a participar en varios festivales como los de Aranda de Duero, Mediterráneo, Benidorm y previos a Eurovisión ya como cantante en solitario. En el festival de Benidorm 1963, con la pág. 105 canción “De la mano” quedó segundo, pero fue el favorito del público y de la prensa por su gran interpretación muy superior al resto. Este mismo tema sería elegido luego por el también valenciano Bruno Lomas llegando a ser uno de sus temas más famosos. Ese mismo año deciden trasladarse a Madrid para poder desarrollar mejor su carrera artística y permanecieron allí hasta el año 1986. En 1965 fue telonero en Madrid y Barcelona de los dos conciertos que dieron los Beatles en España. Míchel tuvo también un gran éxito en las islas Canarias donde era muy querido desde su actuación el II Festival de la Canción del Atlántico, con la canciones “Operación Cariño” y “Verán”. Una vez más, a pesar de ser el favorito del público y la prensa quedó segundo, pero siempre era acogido como una figura cuando volvía a cantar a esas islas. También recibió el primer premio en el festival de Sopot, Polonia, en 1969. Un año antes había hecho su primer viaje a Rusia, nación en la que llegó a ser considerado como una gran figura. Míchel actuaba muchas veces por el norte de España y estando en Avilés en 1967 fue escuchado cantar por el capitán de un barco ruso. Esta persona le recomendó ante las autoridades de su país y en 1968 fue invitado a realizar una gira de dos meses por aquel frío y distante territorio, por aquel entonces casi en el fin del mundo y separado por el telón de acero y la guerra fría. Allí sin embargo triunfó Míchel en toda regla, pues su voz y su manera de interpretar llenaban de emoción a esas gentes y allí difundió la canción española y aprendió también a cantar algunas en ruso, entre otras, “Ojos negros”, “Spasiva” (Gracias, en ruso) o la bellísima “Dos guitarras”, un lamento en ruso acompañado de guitarra española y balalaika, que finalizaba con un brillante “do de pecho”, una auténtica joya. Los rusos se derretían y hasta lloraban escuchando temas como “Granada”, “Ojos de España”, “O Sole Mío”, “Valencia” o “Los gitanos”. En más de una ocasión dejaba de lado el micrófono y cantaba a pelo acompañado sólo con una guitarra, pues su torrente de voz era suficiente. También cantó en Bulgaria. Tras varios años de largas y agotadoras giras por Rusia, en 1984 decidió ya terminar su aventura en aquel país. pág. 106 En el año 1986 se trasladan desde Madrid a Pego, desde entonces estuvo por estas nuestras bellas tierras cantando ya con más sosiego en salas de nuestro levante, volviendo al punto de partida de su prolífica carrera, así también como para sus paisanos, estando siempre disponible para colaborar desinteresadamente en algunos eventos. También se dedicó a sus otras pasiones como la pintura, la escultura y el tiro de precisión con escopeta del que era un consumado maestro. Fotos: La familia al completo durante los años que pasaron en Madrid y una de las postales promocionales de Michel. En el álbum de su vida aparecen personajes como Salomé, Los Mismos, Tony Dallara, Alberto Cortez, Bernardino, El Dúo Dinámico, Marisol, Miguel Ríos, Conchita Bautista, Joaquín Prat, Luis García Berlanga, Perico Chicote, El Cordobés y hasta Fidel Castro con el que se hizo una foto en 1975 en una visita a La Habana. En alguna ocasión participó desinteresadamente en Chella durante las fiestas veraniegas de la presentación de la reina de las fiestas, acabando siempre su intervención con la emblemática “Granada”, su tema más solicitado. En 1977 en el célebre programa de televisión española “Estudio Abierto” que presentaba el famoso bigotudo José María Iñigo fue entrevistado Míchel, y ese día, acompañado de su guitarra presentó su nueva canción “Amor con amor se paga”, que pág. 107 como explicó, era un tema que había compuesto expresamente para su mujer: Amor con amor se paga, no lo olvidaré. Amor con amor se paga, por eso yo de ti me enamoré. Míchel fue un artista íntegro, pues además de cantar como los ángeles, tocaba la guitarra, pintaba cuadros, y sabía modelar esculturas. Michel nos dejó un 14 de enero de 2009, y con el corazón en parte chellino pues su alma gemela fue Mari, su “chica de Chella”, que le dio tres hijos (Miguel, Mavi y Katia) y la energía para seguir siempre adelante. En Chella siempre fue tratado con cariño, como uno más del pueblo, cariño que se supo ganar por su carácter abierto y amable con todos. Míchel fue nombrado en el año 2.002 hijo predilecto de Pego, donde tiene un paseo a su nombre. En junio de 2010 se le hizo un homenaje póstumo con un recital en el que intervinieron varios cantantes que lo conocieron, y se presentó un libro con una excelente biografía titulada “Míchel: la voz que desgarró el telón de acero” y un disco cd con veintidós de sus mejores canciones. Es considerado el precursor de las grandes voces valencianas de los años 70 (Camilo Sesto, Nino Bravo, Juan Bau, Juan Camacho o Francisco). pág. 108 RELATO 35: Cielo de verano Autor: José Luis Ponce / Valencia Cuenta Trinidad Aparicio sus vivencias chellinas desde el epicentro emocional de la calle Libertad, y precisamente uno de esos recuerdos infantiles que tengo en mi memoria tuvo lugar allí, una cálida y hermosa noche de verano. Son precisamente esos pequeños detalles o anécdotas las que, sin saber por qué, quedan grabadas para siempre en nuestras neuronas cuando otros miles de acontecimientos más importantes se pierden para siempre, en especial los de nuestra época intermedia de la vida, los años “fuertes”, quizás la concentración en las responsabilidades nos hace ver demasiado seriamente la vida perdiendo parte de la facultad del continuo asombro por lo que nos rodea, como lo vemos y sentimos en la niñez, y perdemos la facultad de “grabación” al no considerar muchas cosas asombrosas, cuando en realidad sí lo son . En nuestros primeros años de existencia quizás por la novedad de cualquier mínimo acontecimiento éste nos deja una huella en nuestro “disco duro” interno recién estrenado. En aquellos tiempos la escasez de medios hacía despertar la imaginación y la iniciativa para crear juegos….y alguna que otra fechoría. Al final queda la impresión de que éramos algo brutos pero muy inocentes, todo nuestro arsenal de trastadas podrían ser cosas como tocar en las puertas y salir corriendo esperando ver alborozados las caras de los que las abrían. O también aquella otra que se solía hacer en la calle Nueva, aprovechando la semioscuridad de la calle con las pobres iluminaciones de entonces. Pensábamos ¿y si ponemos un hilo de coser, negro por supuesto, y lo atamos de una reja a otra de enfrente de la calle a cosa de un metro de altura? Pues dicho y hecho, lo que pasaba era que el viandante recibía un pequeño susto al romper el hilo y, me imagino acordándose de la madre de alguien, pero ahí quedaba todo. Bueno, también de vez en cuando había alguna pequeña reyerta de “lucha a pedrás”, práctica poco sutil ciertamente, que se hacía en algún campo cercano a la ermita y que acababa con la huida de uno o los dos bandos cuando llegaba el dueño mentando palabrotas. También teníamos las luchas con espadas de madera o imitábamos a los indios con arcos y flechas hechas de material cogido en las Arenetas corriendo como centauros del desierto por el Altico de las Saleras. Pero no crea el lector que todo eran prácticas tan arcaicas o primitivas, incluso había algún avanzado a su época, que seguramente llegaría a ingeniero años después, y que era capaz de hacer un pequeño submarino con un pedazo de madera y un contrapeso justo y exacto pág. 109 para que se sumergiera sólo un poco en el agua siguiendo el principio de Arquímedes que nos había contado don José en la escuela. También practicábamos las ciencias físicas como el lanzamiento de piedras con los “tiradores” o la de “sigrones” con cerbatana o “estufador”, y los misterios de las matemáticas con el juego del tres en raya con “piedresicas” en el que para ganar había que saber sumar por lo menos hasta tres y cálculo combinatorio para la siguiente jugada. El cálculo de probabilidades lo hacíamos con las apuestas a los “muntonicos” de cartones de “cajicas de mistos” y el cálculo mercantil y la contabilidad con las pequeñas tómbolas hechas con una caja grande de cartón y amañando los boletos, es decir, escondiendo los que tenian premio y racionarlos, para que al final el resultado fuera positivo en caja. Volviendo a la historia a contar, tengo que resaltar que una de las cosas más hermosas e impresionantes que podemos observar en la naturaleza es la profunda belleza de un cielo estrellado, sin luna, y sin apenas luces que difuminen la que llega del universo. Esto era lo usual en la Chella de aquellos tiempos en que las pocas y pobres luces en las calles creaban un aire de magia y misterio hacia ese espacio inmenso pleno de miles estrellas. Es una sensación única y que nos hace sentirnos más unidos al cosmos, quizás como una añoranza de otras vidas o de otros tiempos y siempre con un respeto reverencial. Cada zona de Chella solía tener algunas pandillas de chicos, pero que a su vez se relacionaban para jugar al fútbol, como los célebres partidos en el campico de la trilladora. Y esto es lo que ocurrió en aquel día de principios del verano de 1966. Tras uno de estos encarnizados partidos empezaba a anochecer y a alguien se le ocurrió la idea de concentrarnos en la calle Libertad, hacia la parte final que cae en declive hacia los barrancos que terminan a lo lejos en la cuenca del rio, y como fondo el Montot, la montaña que cierra el horizonte por el este. El motivo era que íbamos a hacer “una cosa muy bonica”. Teníamos que proveernos de palos que iban a hacer de rifles. Como inventiva no nos faltaba, cerca del campico encontramos un montón de palitroques, que es el palo que queda de la planta del tabaco tras quitar las hojas, así que en un momento quedamos “armados” y listos para la marcha. Visente tomó el mando como capitán, y por allí se juntaron Joaquín, Tantín, Paquito, Miguel, Manolín, Pepe Luis, Quique, Antonio y otros más, hasta completar casi una veintena de chavales. Llegados a la calle Libertad, nuestro capitan nos ordenó colocarnos en posición de tiro, apuntando hacia el Montot y con la supuesta mirilla centrada en su cumbre. Se formaron pelotones a izquierda y derecha de la parte final de la calle, en las “calsás” o aceras de cada puerta, que hacían como grandes escalones para salvar el pág. 110 desnivel. Estábamos todos tensos y expectantes, influenciados por las películas de yanquis o aquella de los rifles bengalíes que habíamos visto en el “sine de Verano” y que ahora había que emular con las enseñanzas recibidas. El capitán Visente levantó la mano con un palo: ¡atensión….apunten!, todos a una dirigimos la punta de nuestros palitroques hacía el punto indicado y en ese momento, como por arte de magia hizo su aparición, muy lentamente, por el borde del Montot una brillante y hermosa luna llena, grande y amarilla como sólo se ve en los veranos, y que había salido un rato antes por Valencia y ahora llegaba al horizonte chellino. Pasaron unos tensos segundos hasta que con un fuerte grito y bajando la mano exclamó: ¡y fuegoooooo….! En ese momento la calle estalló en una tremenda descarga vocal, imitando las balas de los Winchesteres de repetición: ¡¡bang, bang, ziuuuus, ziuus, bang, bang….!! En las puertas de las casas aparecieron algunas de las amas y abuelas, como la tía María la Rita, que sonreían complacidas de ver a tanto “muñaco” disfrutando con una cosa tan inocente. Al final, aquello fue una demostración de que, aunque algo bárbaros, teníamos realmente una parte de poetas y de románticos ¡A qué poeta se le hubiese ocurrido matar a la Luna! Muchos le han cantado, le han suspirado, han sido hechizados o le han contado sus cuitas, pero a nosotros no se nos ocurrió nada más que matarla aunque fuese “de mentiricas”. Debemos reconocer que aquello fue todo un acto de amor, aunque mal entendido. Quizás nuestra alma infantil fue feliz sabiendo que la Luna también estaría sonriendo de haberse visto amada de aquella manera tan peculiar. Foto: aspecto actual del final de la calle Libertad. Hace medio siglo era de tierra y contaba con menos protección. Allí se desarrolló la historia de “Cielo de Verano”. pág. 111 RELATO 36: Los Cañameros Autor: José Luis Ponce / Valencia En los años cincuenta y sesenta se produjo en Chella, como en tantos lugares, el fenómeno de la emigración. Casi todas las familias tenían alguna persona o amigo que había marchado del pueblo. Fue este un hecho doloroso en muchas ocasiones, y que dejaba a veces solos en el pueblo a los más mayores mientras los jóvenes tenían que partir para buscar un mejor sustento y expectativas de futuro. Francia o Alemania fueron los dos países con mayor emigración española. También se produjo el éxodo hacia la capital, años en los que se establecieron muchos chellinos en Valencia, principalmente en bares. Una de aquellas familias cuyos hijos marcharon a París fueron mis vecinos de la calle San Antón, número 24. Eran la familia de “Los Cañameros”. Los cabeza de familia eran el tipo Pepe y la tía Visenta. Sus tres hijos fueron Pepito, Visentica y Ernesto. Durante once meses al año el tío Pepe y la tía Visenta se quedaban solos en su casa de Chella, el tio Pepe con su burrica cuidando de sus campos o recogiendo las olivas y la tía Visenta con las labores de la casa. En invierno, antes de las fiestas de febrero, a veces se acercaba a mi casa y junto a mi madre preparaban las “pasticas” de San Blay, las suculentas “torticas de cacau”, los “pastisets de moniato” o “las malenetas y las biscochás”. Imaginemos cuán dura debía resultar aquella situación, con los medios de entonces en que la distancia a Paris era como ir a la otra parte del mundo, la tremenda sensación de angustia y desasosiego que tendrían estas personas por lo que la convivencia con resto de familia o vecinos era primordial. Ahora con internet en que puedes ver con una cámara a la persona con la que hablas, los móviles de última generación o los medios de transportes más rápidos y numerosos es otra cosa, pero entonces, pensemos en lo que se sentiría en cada despedida, cuando al marchar sus hijos sabían que no los volverían a ver en muchos meses o el sombrío pensamiento de que igual era la última vez que los verían porque uno ya se iba haciendo mayor. Viajar a París era como ahora irse a otro continente, en la otra parte del mundo. En aquellos años había muy pocos teléfonos en Chella y cuando sus hijos la llamaban desde París pág. 112 comunicaban con mi casa. Mi padre nos decía a mí o a mi hermano mayor Roberto: ¡Ves y díle a la tía Visenta que venga enseguida que la llaman desde Fransia! Saliamos a tocar raudos en la puerta de la tía Visenta, aunque casi siempre estaba abierta y comunicábamos excitados la buena nueva a la tía Visenta que dejaba su faena casera para venir corriendo para poder hablar con alguno de sus hijos. Por eso el mes de agosto, el mes en que volvían sus hijos y muchos de los otros chellinos esparcidos por el mundo, era un mes de fiesta y entusiasmo en el pueblo que veía incrementado en gran número sus habitantes, pasando de los tres mil, el pueblo recobraba gran parte de su vida con el retorno de muchos de sus hijos, algunos incluso criados fuera de nuestro país, como José Luis, el hijo de Pepito el hijo mayor de la tía Visenta, con el que hice amistad por ser de edad similar y del que nos llamaba la atención su acento francés. Los recién llegados llenaban el pueblo con sus noticias sobre todo lo pasado desde los meses desde su anterior visita, las buenas nuevas. Aquellas noches de “charreta” sentados todos a las puertas de las casas para soportar mejor el calor y aprovechar las pequeñas rachas de frescor eran muy populares. Como no habían televisiones ni coches la gente buscaba como primordial la compañía de amigos y vecinos para poder hablar y comunicarse tantas cosas, compartiendo, penas y alegrías, sonrisas y lágrimas. Pepito el cañamero, el hijo mayor de la familia, solía sentarse en las mesas de la calle del bar Manolito que se ponían por las noches para tomar café o jugar a las cartas y en especial para las conversaciones sobre agricultura o deportes. Pero a él lo que le gustaba era ponerse a hablar maravillas “de Fransia”. Que aquello era otra cosa, que él era casi un analfabeto y allí la gente tenía carreras, que allí la economía y las cosas del campo “estaban muy por d´alante de nusotros, aquí estamos muy atrasaus”. Todo era que si Fransia por aquí que si Fransia por allá y como aquí enseguida ponemos motes, y en este caso además con el casi herido orgullo de españoles, al suyo usual de “Cañamero” se le añadió el de “Pompidou” en alusión al primer ministro y luego presidente francés de aquellos tiempos. Pepito se casó con una chellina, por lo que la vuelta al pueblo era por doble motivo familiar. Visentica, su hermana se casó con Gonzalo del pueblo de Cuevas de Utiel, y el hermano menor Ernesto, con una chica gallega. Tanto pág. 113 Ernesto como Visentica se marchaban unos días antes para poder compartir algunos dias con las familias de sus cónyuges. En aquellos veranos inolvidables de los primeros años sesenta vinieron también a la casa de la tía Visenta un matrimonio francés con una niña llamada Nadine y que habían hecho amistad en Francia con los cañameros. Recuerdo que en uno de sus primeros viajes trajeron una cámara de cine, de esas en que el proyector llevaba dos bobinas y estuvieron filmando escenas por el pueblo. Una de ellas la recuerdo muy bien, estaba yo subido a la grupa de un “macho” delante del que llevaba las bridas que era mi primo Ricardo Talón “Repito”; también salían escenas cuando ellos se iban al gorgo Molino a nadar, el río, el Salto, o sencillamente gente que iba por la calle o con la compra. Las proyecciones las hacían poniendo la máquina en la puerta de mi casa en la calle San Antón y enfocando sobre la pared del fondo a unos cinco metros, unos se sentaban en sillas en la calle y los más pequeños en el suelo de la casa. Era tal el “comboy” de los que allí estábamos ante esta novedad “tan moderna” que se tenian que repetir varias veces estas películas “costumbristas” a petición popular, ¡Áiva, ahí salgo yo! ¡Chica, mante, mira, si es Visentica!, ¡Yo quió véme otra ves! , etc. Hicimos todos amistad con este matrimonio francés y su niña, con esa sencillez y bondad de la gente de pueblo afable con el visitante. Teníamos en mi casa por entonces un escaparate que daba a la calle San Antón, de esos que se cerraba por las noches con un tablón de dos hojas. Como había muy poca luz en la calle, se aprovechaba la del escaparate poniendo debajo una mesita y allí jugaba mi padre con la señora francesa unas disputadas partidas de ajedrez y, mientras ella se fumaba sus cigarrillos rubios, mi padre liaba con papel de fumar “Smoking” el tabaco llamado “caldo” de la marca ibérica “Ideales”. Para nosotros aquella familia francesa representaba la modernidad, lo que venía “d´afuera”, mientras aquí seguiamos en la época del “catre y del velo”. Estuvieron viniendo durante agosto por algunos años y como despedida nos regalaron un libro de fotos de París firmado por Nadine. La llegada de los cañameros desde Francia era todo un acontecimiento, ese día la tía Visenta estaba nerviosa esperando su llegada, saliendo continuamente a la puerta de la casa. Cuando pág. 114 aparecían por la carretera iniciando la subida a la calle San Antón, bajaba ella para abrazarlos, besarlos y dejar que las lágrimas de felicidad salieran con libertad, uno de aquellos momentos fue también grabados por la cámara del francés. Cogía en brazos a su nieto José Luis, el hijo de Pepito, o tiempo después a Gonzalito el hijo de Visentica. Después acudían todos los vecinos de alrededor, como la tía Severina o la tía Asunción, para saludarlos y darles la bienvenida, y por la noche, se sacaban “las sillicas u las mesedoricas” a la calle con gran deleite para dar rienda suelta a tanta emoción contenida y relatar todos los pormenores de lo acontecido en los últimos meses, ya un poco más relajados. El pueblo se llenaba de felicidad en este mágico mes con la buena nueva de la vuelta de los emigrantes y hasta la luna parecía más hermosa y grande que nunca contagiada por ella. De aquellos veranos calurosos siempre nos quedarán en la memoria el impresionante silencio de mediodía, cuando “entre las dos horas” el pueblo dormía y no se podía jugar ni hacer ruidos. Y por las noches, durmiendo con la ventana abierta para aprovechar algo de “frescorica” y soportar mejor el calor, se percibía de vez en cuando un fresco aroma de….estiércol que se sacaba vaciando los establos de las casas a primeras horas de la mañana para molestar lo menos posible y que se llevaba como exquisito abono a los campos, lo que presagiaba una buena cosecha. O aquellos bandos a viva voz que se anunciaban con “la pita” y pregonando a pleno pulmón en cada cantón con el prólogo “El señor alcalde hase saber” los mensajes del edil, las películas de los cines o las horas de los riegos de los bancales. O la tía Polita vendiendo “chambis” en la esquina de la calle San Antón, que era todavía de tierra con la parte media con un reguero para conducir el agua de las lluvias. También las “meriendas senas” que nos preparaban nuestras abuelas o madres, un buen bocadillo con tortilla francesa y longanizas, que se comía pronto para poder así ir con tiempo al “sine de Verano” o al de Chaves, los cines de sillas de boga y de obligatorio No-do donde se nos enseñaba lo bien que iba todo en nuestro país, casi un paraíso. O aquella campanilla de los muertos portada por niños a los que se les daba algunas perrillas para que hicieran la ronda por el pueblo avisando a su toque el nombre del vecino que había fallecido. pág. 115 Los más “muñacos” disfrutábamos con los “farolicos” hechos con una sandía con una vela dentro. Nuestros mayores, como catedráticos de la agricultura, sabían elegir una sandía dando sólo golpecitos con un dedo en la misma. Se cogía una aún verde con preferencia, se cortaba la parte superior en forma redonda, como “tapadora”, se vaciaba su contenido y en la parte interna inferior se ponía un pequeño cabo de vela. En la corteza se dibujaban, rascando con una navaja, estrellas o escaleras. Luego se hacían dos agujeros en la parte superior de la sandía y en la tapadera, se unían con una cuerda de esparto y se dejaba un poco de separación para que entrara aire y ardiera bien la vela. Con ello teníamos ya hecho un buen farol. Después lo llevábamos ufanos por las oscuras calles al grito de “¡sereno, la una!”, a imitación de lo que hacían los serenos del pueblo Columbo o Moragues. Día tras día, con las largas y apacibles siestas, las partidicas de cartas o dominó en los bares, los chapuzones en el gorgo Molino, las visitas a los bancalicos u oliveras y las largas “charraetas” nocturnas, se iba desgranando lentamente el mes de agosto. Ya se empezaba a notar su avance imparable cuando para ir al cine por la noche nos decían: “Mante, cógete una chaquetica que ya empiesa a sentíse frescorica”. Como se dice que el tiempo pasa volando cuando uno se encuentra bien, también volando se pasaba este feliz mes y con resignación ante lo inevitable llegaban los días de la última semana, a partir de ese momento empezaban los preparativos, las maletas y las ansias y angustias por el final que se acercaba, unos porque iban a alejarse de nuevo por muchos meses de algunos de sus seres queridos y otros además ante los nuevos retos de otro casi año lejos de sus orígenes. El momento más difícil siempre era la dura despedida, dándose ánimos mutuos y deseándose todos lo mejor para la nueva temporada; para muchos el cómputo de los años se hacía por cada agosto que llegaba y sin clemencia se terminaba: “Cuidáse mantes, y llamános de ves en cuando u enviános una cartica pa saber cómo estáis”. Estos recuerdos sobre los cañameros son una más de las historias que podrían escribir todos y cada uno de los chellinos que tuvieron que marchar a otros países. Sea como un homenaje de reconocimiento para todos los que se marcharon así como para los que se quedaron. pág. 116 RELATO 37: Los melones de San Jaime Autor: José Luis Ponce / Valencia Pasados algo más de treinta años del relato 16 de Trinidad, sucedió otra anécdota que podriamos clasificar dentro de la temática general de índole “melonar”. Sería allá por el estío de 1.970 cuando el mes de julio estaba en su parte final, y en el centro de lo que los romanos llamaban las calendas del verano, la época en que el calor más aprieta. Se celebraba ese 25 de julio la fiesta nacional de Santiago apóstol, conocido por aquí como “San Jaime”. Al día siguiente era Santa Ana, que era medio festivo por la tarde, de esa manera se tenían dos días para salir al campo; a estas fiestas se las conocían como “San Jaime y Santána” y a veces se mentaban para relacionar esa época con algún acontecimiento o cosecha agrícola. Época gloriosa para las frutas, “los melones d´arger, los de tó l´año, las bresquillas, los siriuelos, las seresas, los nispros y las bacoras” que tomaban sazón en estos meses estivales. Así como en las fiestas de la Pascua lo tradicional era ir a comerse la mona a “la Sequia Madre”, en el verano se buscaba algún sitio en que hubiese posibilidad de darse un baño o de hacer una paella, y siempre cobijados bajo las sombras de arboledas. Uno de estos sitios era el Tejar, lugar situado en el este de Chella, en el camino hacia el Matet y el Montot, paraje que venía a ser como un oasis frondoso tras el casi desértico camino que se hacía andando para llegar allí. Tenía un estanque de poca profundidad que recogía agua para el riego y una casa con un viejo almacén y las sabias raices de los árboles habían encontrado la suficiente humedad para mantener un pequeño bosquecillo, suficiente para hacer el lugar acogedor y fresco. Para llegar allí se salía del pueblo por el camino del Terrero y con contínua bajada, dejando a un lado los últimos “taroncheros” y el olivar del Señor, se pasaba por las misteriosas tierras rojas llamadas “las rochas”, por donde estaba la cueva del Chato y en las que abundaban unas piedrecitas llamadas “jacintos de compostela”, pequeños cuarzos granates que ahora son muy apreciados por los amantes de la minerología. Durante parte de este trayecto parecía que se retrocedía varios miles de años en el tiempo, como si estuvierámos pasando un desierto como el del Colorado que salía en las películas de vaqueros o recreando una parte del parque de Timanfaya en Lanzarote, un paraje de colinas de arcilla, seco y ardiente de rojo y ocre que sólo soportaban algunas matas y hierbas silvestres de esas que aguantan todo. Y ya al final de la bajada, justo en el camino antes del Matet, zona que un siglo antes fue de grandes viñedos, se tomaba el desvío a la derecha hasta el Tejar, hacia el lugar donde las copas de los árboles presagiaban un remanso verde entre tanta desolación. Si pág. 117 desde la Peña miramos al Montot, bajo a la derecha nos llamará la atención una pequeña aglomeración de árboles, junto a la cual se encuentra el Tejar. Muy cerca estaban los cañaverales y los baladres que indicaban que por allí había agua, y así era, pasaba el río y formaba un pequeño ensanche con profundidad suficiente para llamarse “gorgo” adecuado para el baño. Aquel día un grupo de muchachos entre catorce y dieciséis años nos habíamos agrupado a media mañana para preparar la excursión al monte, comprando en las tiendas de comestibles algunas botellas de bebida, por entonces eran de cristal y no desechables, aún no se había inventado la cultura del usar y tirar y había que devolver los cascos so pena de pagar un recargo. Eran refrescos ligeros o alguna cerveza como mucho, por entonces no sabíamos nada de cosas como las litronas y otros excesos etílicos similares, y las bebidas de alta graduación eran para gente mayor. Y cada uno llevaba su buen bocadillo, unos de pan “cardenal”, pan denso con mucha “molla” y otros “menos comedoricos” optaban por una “vienica”. Y por supuesto todos con el bañador bajo la ropa. Con alegre camaradería, cargando cada uno lo que podía, nos fuimos para el Tejar, tomando como punto de partida el final de la calle Higueral girando luego a la izquierda para enlazar con el camino del Terrero. Tras un buen rato de caminata cómoda, porque era cuesta abajo más que nada, comodidad que a su vez nos hacía pensar en que luego la vuelta sería otro cantar, llegamos al apacible remanso del Tejar, donde ya algunos grupos se nos habían adelantado y buscamos lugar fresco bajo dos frondosos árboles pues ya el calor empezaba a pasar factura. Una vez situados y marcado nuestro terreno, nada podía ser mejor que darse un buen baño en el cercano gorgo tras el esfuerzo realizado y allí que nos fuimos la mayoria, salvo un par que se quedaron “de guardia”, lanzándose los más atrevidos al río “de cabesa”, los más brutos “de panchotá” y los más timoratos con más tacto o algo más de “conosimiento”, tanteando el terreno y el agua. Tras más de una hora disfrutando del chapuzón y haciendo alguna que otra “animalá” propia del ardor juvenil, el hambre hizo presa en nosotros y tras “un ratico” secándonos empezamos a dar buena cuenta de los bocadillos y de las bebidas. Alguien nos hizo notar que no habíamos traído frutas para el postre, y teniamos tanta hambre que los bocadillos se nos habían quedado pequeños. Así que dos avezados exploradores, como en los tiempos de Josué se ofrecieron voluntarios a tantear el terreno para ver que podía haber por las tierras cercanas que nos pudiera ayudar a completar el menú del día. Al poco volvieron eufóricos: ¡Yé, veníse que hámos visto por aquí arriba serquetica un melonar de tó l`año! Todo el pelotón nos acercamos al ese campo, subiendo algunas pequeñas cuestas, y cerca pág. 118 de una pequeña caseta se encontraba la pequeña huerta del melonar. Cada uno fue eligiendo un melón a su gusto, no serían más de una decena los que pasaron a formar parte de nuestra selección, aunque con nuestro poco tacto y menos conocimiento agrícola es posible se hiciera un pequeño destrozo arrancando más que cortando los melones. Luego cada uno con su melón y corriendo como posesos triunfantes en alguna mítica odisea volvimos a nuestra zona del Tejar a saborear los dulces postres contándolos “a tajadicas” con nuestras navajas montañeras. Unos días después de esta “aventura” coincidimos algunos de los que habíamos participado en la misma, y la anécdota de la historia fue que uno de ellos, nos dijo consternado: -¿Sabéis qué? ¡Ayer va venir mi tío a mi casa y le va dir a mi padre que el día de San Jaime le van haser una estrosa en su melonar del Matet, el que está al lau del Tejar! Como se dice que en el remodimiento está la penitencia, ese fue el pago que recibimos. Nadie más lo supo ni nadie nos reclamó nada, pero cuarenta años después aún nos viene a la memoria, por algo será. Foto: Panorámica del Montot desde el mirador del Salto. En el centro, donde se ve una casita blanca, estaba la zona del histórico melonar y algo más a la derecha y abajo queda el Tejar. pág. 119 RELATO 38: En veinte mil duros to pagau Autor: Roberto Ponce / Chella Rememorando la historia de nuestra juventud, una de las muchas y agradables anécdotas de aquellos maravillosos años sesenta fue sin duda este suceso que ocurrió a gente de nuestro pueblo. Un grupo de jóvenes de Chella alquilaron un coche Seat Seiscientos; el “equipo” estaba formado por Juan Seguí de piloto, Jaime Vaello “Jaimico” de copiloto, y atrás “de palmeros” iban “el Bebu”, Vicente “el Pancho” y Guzmanín “el Sastre”. Por esos tiempos esto se consideraba un lujo, aún eran años de importantes carencias económicas. El utilitario venía a costar nuevo sobre unas noventa mil pesetas de entonces, que ahora contando en euros serían unos quinientos y pico, casi una bagatela podemos pensar, pero en los tiempos en que una peseta era una peseta y un duro un duro era todo un dineral al alcance todavía de poca gente. Conseguir alquilarlo y darse “el farde” de conducirlo ya era obtener un gran éxito entre la juventud. Juan Seguí, un magnífico conductor, como lo demostró a lo largo de su vida en los diversos trabajos que realizó subido sobre ruedas, fue el encargado de conducirlo ya que acababa de sacarse el codiciado carnet de conducir. Todo marchaba magníficamente en esa excursión que se suponía iba a ser inolvidable. La diversión iba a tope, pues ser joven y además con coche, en aquella época era ya el no va más, no se podía pedir más. Iban tan felices y confiados luciendo coche cuando, de repente, en la difícil bajada de la carretera que venía de la dirección de Alcudia de Crespins hacia Enguera, en una curva de fuerte peralte el coche derrapó porque Juan había calculado mal la velocidad y también por un cierto exceso de confianza propio de la juventud, entrando con excesiva aceleración en la peligrosa curva de tal manera que perdió el control del bólido y éste ya libre de dirección siguió escrupulosamente las leyes de la física cinética y acabó dando varias estrepitosas vueltas de campana hasta que quedó atascado en la cuneta. A pesar de lo aparatoso del accidente y después del enorme susto, los jóvenes salieron del coche y comprobaron que gracias a Dios no había nadie herido, salvo el sufrido Seiscientos que lo había pagado en sus “chapas” con numerosas abolladuras. Para tratar de calmar los ánimos, Jaime Vaello “Jaimico”, al bajar del coche y ver el panorama un tanto pág. 120 desolador, con una enorme retranca dio suelta a sus emociones exclamando estas célebres palabras que han quedado grabadas para la posteridad: - ¡Yé, tranquilos que no ha pasau na: en veinte mil duros tó pagau! Foto: Jaime Vaello ”Jaimico” Fotos inferiores: sobre cualquier máquina con ruedas, o sobre un balón de fútbol, Juan Seguí siempre ha sido un gran conductor, aunque, como se cuenta en el relato, un desliz lo tiene cualquiera, porque como bien se decía en la famosa frase final de la película “Con faldas y a lo loco”: nobody is perfect, o lo que es lo mismo “nadie es perfecto”, incluso aunque sea de Chella. pág. 121 RELATO 39: Carta de la guerra Autor: Joaquín Granero de Gracia / Chella Introducción del recopilador: buscando entre sus archivos familiares Joaquín Granero ha localizado, resguardada dentro de un libro antiguo, una valiosa carta de un familiar paterno escrita a finales del verano del año 1938 durante aquellos duros y difíciles tiempos de nuestra dolorosa guerra civil El texto está escrito en el chellino de la época por lo que, además de adjuntar copia de la carta de dos páginas y considerando que es un documento original y excepcional, hemos hecho dos transcripciones de la misma: la primera en versión en castellano y la segunda tal como se escribió, en chellino y respetando la gramática de redacción. Transcripción castellana: Campaña a 13 de 9 de 1938 Queridos padres me alegraré que al recibo de estas mis cortas letras se hallen bien. La mía bien, salud y ánimo. Padres, el motivo de escribirles sirve para decirles que ayer tuve carta de ustedes y en ella me mandaban una carta de Joaquín, pues tuve mucha alegría al ver la letra de él pues ahora ya estoy tranquilo porque ya he visto letra de él. Padres, de lo que me dicen que cuando cobre me quede más dinero, pues hemos cobrado un mes y me he quedado la mitad y les he mandado treinta duros. Cuando cobré el mes aún tenía dinero, así es que por eso no padezcan que a mí el dinero no me ha hecho falta. Padres, también tengo de participarles que anteayer fui adonde está Serafín y pasé por un pueblo que está entre medio del pueblo que estoy yo y el que está Serafín y vi a German y al primo Eugenio y al Gallo, y estuvimos un rato hablando y después me fui donde estaba Serafín y pasé el día con él y el hijo del tío LLorens y el hijo del tío Clavico y el hijo del tío Félix el Chirós, ése que tiene en la Senia al lado de lo nuestro. Padre, de lo que me dicen que han estado once días sin tener carta mía, pues yo nunca he estado más de cuatro días sin escribirles, así es que culpa mía no es, es que no van los correos tan bien como antes porque nosotros también las recibimos ahora más tarde que antes, así es que no se apuren por mí y no padezcan que yo estoy bien y todavía estamos en un pueblo que se llama Crama Casbel y estamos bien por ahora padres, y eso de los permisos, pues yo lo que quisiera es ir pero mientras vayamos conforme vamos no tengo prisa que ahora se está bien aquí. Sin nada más que decirle le darán recuerdos a las tías y a mi novia, a sus padres y a la novia de Joaquín y a sus padres, y a Pepito, y ustedes reciben el corazón de su hijo que les quiere y desea el verlos pronto y lo soy. (Firma con rúbrica): Vicente Granero. Padre, aquí en esta carta le mando la carta que me han mandado de Joaquín y le den muchos recuerdos míos y que tengo muchas ganas de verlos. pág. 122 Transcripción directa según texto en chellino: Campaña a 13 de 9 de 1938 Queridos padres me alegrare que al recibo de estas mis cortas letras se allen bien la mia bien Salud y animo. padres el motivo de escrivirles sirve para desirles que ayer tuve carta de ustedes y en ella me mandavan una carta de Joaquin pues tuve mucha alegria al ver letra de el pues aora ya estoi tranquilo porque ya ai visto letra de el. padres de lo que me disen que cuando cobre me quede mas dinero pues emos cobrado un mes y me ai quedau la mita y les ai mandau 30 duros cuando cobre el mes aun tenia dinero asi es que por eso no padescan que a mi el dinero no me a echo falta padres tan bien tengo de participarles que antayer fui a donde esta serafin y pase por un pueblo que esta entre medio del pueblo que estoi yo y el que esta serafin y vi a jerman y al primo ojenio y al gallo y estuvimos un rato ablando y despues me fui ande estava Serafin y pase el dia con el y el ijo del tio llorens y el ijo del tio clavico y el ijo del tio felis el chiros ese que tiene en la senia al lado de lo nuestro. pág. 123 padre de lo que me disen que an estau 11 dias sin tener carta mia pues yo nunca ai estau mas de cuatro dias sin escrivirles asi es que culpa mia no es es que no van los correos tan bien como antes por que nosotros tan bien las resibimos ahora mas tarde que antes asies que no se apuren por mi y no padescan que yo estoi bien y nincara estamos en un pueblo que se llama Crama Casbel y estamos bien por ahora padres y eso de los permisos pues yo lo que quisiera es ir pero mientras vayamos conforme vamos no tengo prisa que ahora se está bien aquí sinada mas que desirle le daran recuerdos a las tias y a mi novia a sus padres y a la novia de Joaquin y a sus padres y a pepito y ustedes reciben el corazon de su hijo que les quiere y desea el verlos pronto y lo soy Vicente Granero (Firma con rúbrica) Padre aquí en esta carta le mando la carta que me an mandau de Joaquin y le den muchos recuerdos mios y que tengo muchas ganas de verlos. pág. 124 Notas: En la carta, Vicente Granero cuenta que se encuentra en un pueblo llamado "Crama Casbel", sin embargo dicha localidad no existe, esto se debe a un error de comunicación. Según información de sus familiares, se encontraba en el frente de Teruel, en el bando nacional y por similitud fonética sabemos que el pueblo en cuestión es Tramacastiel situado a 20 Km al sur de Teruel que pocos meses antes había caído ante el ejército franquista al mando de los generales Varela y Aranda. Ilustración: mapa de las zonas controladas por cada bando en septiembre de 1938 y situación de Tramacastiel, en la provincia de Teruel, por aquellas fechas dentro de la parte bajo control nacionalista aunque muy cerca de la divisoria con la zona de control republicano. No obstante, y como detalla Vicente Granero en su carta, en esas fechas la zona estaba tranquila pues la guerra se estaba centrando en la dura Batalla del Ebro para tomar Cataluña. (plano y notas por Rafael Fayos) pág. 125 RELATO 40: Don Julio y el plan Marshall Autor: José Luis Ponce / Valencia Corrían los tiempos de la década de los años cincuenta del siglo XX, cuando a mitad de la misma se inauguraban en Chella las nuevas instalaciones de las escuelas públicas, con la presencia de las autoridades locales y la bendición de don Julio, nuestro cura de aquellos tiempos en blanco y negro, los tiempos del No-Do. Por supuesto nuestras escuelas se llamaron, sin que nadie lo pusiese en duda, Grupo escolar Francisco Franco, situadas en la avenida, lógicamente, del Caudillo, aunque popularmente se la conocía como “La Carretera”. Eran los tiempos de la España del plan Marshall, los años de la leche en polvo que nos traían los americanos a cambio de algunas bagatelas, vamos, por apenas unas cuantas bases militares en nuestra piel de toro ibérica. El marketing más moderno “made in Spain” eran los anuncios de la radio, que ahora nos resultan tiernos e inocentes, con aquellas cancioncillas de “Yo soy aquel negrito del África tropical que cultivaba cantando la canción del Cola-Cao” o la de aquella maravillosa lejía que dejaba todo impoluto “¡Lava, lava, lava con la lejía de Los Tres Ramos, siempre deja blanca como la nieve toda la ropa, los Tres Ramos, de todas las lejías es la mejor...chim púm! Pero a pesar del plan americano cada españolito se buscaba la vida y si no se podían comprar algunas cosas pues se hacían en casa, como el jabón de lavar, y quien tenía sitio criaba gallinas o conejos. Los primeros huevos pasados por agua que recuerdo, y los más sabrosos que he probado nunca, quizás también porque fueron los primeros, son los que recogía del gallinero que teníamos en la parte superior de mi casa, la cambra. Era usual que mi madre me dijera “sube al gallinero a ver si ya han puesto las gallinas y me traes un par de huevos”, más frescos imposibles, recién puestos y recién comidos. También se tenían en casa tinajas con el aceite de la temporada prensado en la “almásera”, sacado de las olivas que con mucha paciencia y soportando frío se habían recolectado en a veces lejanos olivares; era usual oír en los fríos días de invierno aquello de “mañana tempranico me voy pa la pág. 126 sierra ande tengo las oliveras a ver si arreplego unos saquicos”. En mi casa de vez en cuando me tocaba ir a las tinajas a traer “un setrilico de aseite”, era aceite que ahora se conoce como extra o virgen, sin refinamientos ni graduaciones, de intenso sabor, ideal para las ensaladas y superior para las meriendas; aquellas cortadas de pan regadas con este aceite y espolvoreadas de sal o azúcar fueron el alimento de muchos “muñacos” y el alivio de sus madres por un buen rato, cuando éstas, además de la merienda, les daban cada tarde el muy sabio consejo de: hala mante, veste un ratico a juar por ahí. Por entonces aún no existía la cultura actual del “usar y tirar”, más bien la de “usar y volver a usar” y todo se aprovechaba al máximo, y en la ropa se cosía, remendada y se parcheaba todo lo que hiciese falta, con la gran paciencia de las mujeres chellinas dedicadas en cuerpo y alma a su hogar. Los encajes de bolillos, los calcetines zurzidos, los numerosos remiendos en la ropa de trabajo, bordados diversos y hasta hacerse con lana bufandas y tocas caseras para sobrellevar los frios inviernos. Lo que sí nos sonaba del plan Marshall era que venía de América, ese lejano país del que sabíamos cosas por las películas del cine, un país de indios y vaqueros, que había ganado la segunda guerra mundial como se nos contaba en los tebeos de “Hazañas Bélicas” y que se llevaban muy mal con los rusos. Un país cuyas costumbres, a pesar de la censura y los cortes en las películas, nos parecían disolutas, vamos, de ir de cabeza al infierno. Esas películas se conocían con el sobrenombre de “americanadas”, por lo chocante que eran para nosotros aquellas formas de ser. Allí la gente se casaba y se separaba como el que cambia de detergente, los padres y abuelos mayores no vivían con los hijos, “allí ca uno va por su lau y los viejos que se apañen”. Y encima allí todo el mundo tenía coches cuando nosotros teníamos bicicletas, alguna destartalada motocicleta, y eso sí, el autobús de Granero. Y en religión nos extrañaba ver esas raras iglesias sin figuras, ni crucifijos, ni tomaban la comunión ni nada y los curas o algo parecido no llevaban sotanas negras, y encima cuando se pasaba al lado de ellos no había que besarles la mano, como aquí en Chella se hacía siempre que nos cruzábamos con don Julio y más tarde con don Vicente Bertomeu, ¡Pero qué poco respeto tenían esos americanos y qué raros que eran! ¡Menos pág. 127 mal que nosotros éramos una unidad de destino en lo universal y no como otros! Mi padre decía que a tenor de esas películas, para un americano se consideraba como elegante y considerado invitar a una mujer, a la que se acababa de conocer, a bailar, luego a cenar, y se llegaba al máximo de elegancia invitándola a acostarse juntos, todo un detalle. Asi que era también muy bien visto casarse y cambiar de marido o mujer al menor problema, con un caprichoso sentido del amor, cuando aquí si nos casábamos era para siempre y como Dios manda, hasta que la muerte nos separe, no hasta que tengamos el primer enfado o un buen “marmulón”. Y una de las actrices más representativas de ese extraño mundo americano era Julia Jean Turner, conocida en el celuloide como Lana Turner, el sex-simbol de los años cuarenta y cincuenta, lo que se conocía en el cine como “mujer fatal”, la que volvía loco a cualquier hombre, y cuya mayor fama, más allá de sus mediocres películas, fue casarse y descasarse más de una docena de veces lo que le dio mucha más fama que si hubiese ganado varios óscares. Precisamente esos tiempos fueron recogidos con maestría en nuestro cine hispano por el director valenciano Luis García Berlanga en sus memorables películas “Bienvenido míster Marshall” y “Calabuch”. En la primera todos los habitantes de un pequeño y destartalado pueblo sueñan con tener las cosas que iban a traer los americanos y que luego se quedan en agua de borrajas, concluyendo que el avance y el desarrollo es cosa nuestra y no debemos depender de los demás. Y en la segunda, en la que un sabio americano se refugia en un pueblecito de la costa valenciana huyendo de la angustiosa vida de su país (este pueblo era en la realidad Peñiscola), se ofrecen unos brillantes detalles de lo que eran ambas culturas. En una escena en el viejo cine, el sabio está con el que maneja la máquina de proyección y le pregunta: -¿Aquí usáis corriente monofásica o trifásica? A lo que el operador le contesta anonadado: -¡Aquí no perdemos el tiempo con esas tonterías, tú dale a la manivela esa que te he dicho y ya está! pág. 128 En otra escena el cura del pueblecito le dice un tanto apenado al americano, al ver que no sigue los ritos religiosos católicos, o que se extraña de ver el desfile de una procesión el día del patrón del pueblo: -¿Pero hijo, y a ti quien te manda ser protestante? Pues al hilo de todo esto, teníamos como hemos dicho, de cura en Chella a don Julio, el que llegó a ser el sacerdote con más años de permanencia en nuestra parroquia. Como veremos en este pequeño relato anecdótico, a pesar de los años todavía oscuros, tirando a color sepia, que fueron los años cincuenta, y de que en la iglesia aún se seguía con los latines y la condena para la eternidad a quien llevase las vidas disipadas que empezaban a vislumbrarse en aquellas películas americanas, no nos faltaba también sentido del humor, el mejor antídoto para los males y para hacer menos seria la realidad, como así demostró don Julio con una de sus “salidas” ingeniosas. Era muy usual comprar ropa a medida, y se iba al sastre para hacerse faldas, vestidos, pantalones o un buen traje si uno se casaba pues había que ir “bien mudau”. Aquí aún no habían llegado los tiempos del “pret a porter”, eso era para la gente de afuera, de París o por allí, para las gentes que se pasaban todo el día corriendo para arriba y para abajo como locos y no tenían tiempo para ir a un sastre, ni paciencia para esperar a la confección de su ropa ¡con lo tranquilicos que vivimos en el pueblo! Y en plan casero también se cosía y tricotaba a mano la lana, para hacerse bufandas o “toquicas”. Madejas de lana y piezas de tela eran los productos que más se vendían en los comercios. Aconteció que un día una señora chellina fue a comprar a la tienda de mis padres unas cuantas madejas de lana. Mi padre le enseñó algunas de las que tenía, pero no encontraba la que la señora le estaba pidiendo, una marca llamada Turner o parecido. Abrió varias cajas, buscó y rebuscó, sacó las dos que se vendían más por entonces, por si le parecían bien al no tener la otra. Todo era buscar y pensar, hasta que mi padre le preguntó ya dándose por vencido: -¿Ande has visto esa marca de lana Turner, mante? A mí no me suena entre las que vendo y tampoco la veo en este muestrario que tengo de las pág. 129 fábricas y almasenes donde las compro. ¿No la habrás sentido en algún programa de radio entre novela y novela? -Que vá Roberto, mante, es que ayer vamos estar en la iglesia limpiando. María, Visentica y yo, y vamos estar de palique un ratico, hablando de unas toquicas y unas bufandicas que nos queremos coser cuando nos ajuntamos por las tardes y habiamos pensau mercar algunas madejicas de lana amarrones y otras verdesicas, y resulta que estaba por alli don Julio que nos va sentir y se va poner a hablar con nusotras, y nos va dir: -Si queréis lana de calidad, me han dicho que la mejor de las lanas es la Lana Turner. Ir a la tienda de Roberto y se la pedís y veréis que bien os queda lo que hagáis, hay oído que es la que más calienta y no pasa nada si se lava muchas veces, sigue calentando igual. -Así, que Roberto, mante, a ver si me puedes encontrar esa lana de la marca Turner, seguro que la tendrás por algún sitio. En ese momento mi padre estalló en una gran carcajada cuando se percató de la pequeña “diablura” que le había gastado don Julio, ante la mirada atónita de la clienta que no veía la gracia de no encontrar la dichosa lana con lo buena que decían que era, aunque luego la cambió por otra casi lacrimógena de la buena risa que le entró cuando mi padre le aclaró que el origen de la infructuosa búsqueda de la dichosa Turner había sido la treta de nuestro querido cura. Y es que todo es más fácil con buen humor. Don Julio demostró que hasta un cura podía permitirse tenerlo y no pasaba nada, pues a nadie hace daño y a muchos alivia, y más si era para poner en solfa aquellos modelos de vida libertina que nos querían vender con el plan Marshall. pág. 130 RELATO 41: Don Eugenio tenía razón Autor: Roberto Ponce / Chella En el transcurso del final de los años cincuenta, ocurrió en Chella esta anécdota: una tarde de primavera, al salir los niños de la escuela, muchos de ellos alumnos de don Eugenio, y tras la alegre algarabía producida por tan joven estampida de sangre joven en las calles aún de tierra de nuestro pueblo, era de ley ponerse a “berendar” y jugar con los amigos, con gran descanso para las madres que tras alimentar a sus hambrientos vástagos disponían de otro rato libre para seguir con las laboriosas faenas caseras. Aquel día iba a ser distinto y especial ya que apareció por el fondo de la calle Higueral, a la altura de lo que entonces era “la tienda de Carmelo”, y caminando en dirección a la “plaseta de las Malvas”, Paco “el Polisero ”, la máxima autoridad en la seguridad de nuestro pueblo, el hombre que nos causaba siempre impresión y respeto por su porte y prestancia, vestido con su traje azul oscuro y especialmente…. por la pistola al cinto que portaba como los héroes que veíamos en las películas. Nombrar a “el polisero” era en aquellos tiempos sinónimo de orden y control. A los críos nos lo mentaban cuando, por ejemplo, armábamos ruidos o estropicios en las calles y especialmente en aquellas célebres “entre las dos horas” de los veranos; la gente mayor sabía que con decirnos “u os calláis u llamo al polisero” se terminaba la cuestión, chitón todos y se restablecía la paz en un santiamén, y es que con cariño se arregla todo. Pero aquel día el motivo de la expectación era doble ya que Paco apareció acompañado de otra persona, un “forastero”, un hombre vestido con uniforme de militar, totalmente de blanco. El primer pensamiento lógico para nuestras mentes infantiles fue: - “ ¡Áiva mira, lo más sierto es que sea un marinero, va de blanco como cuando se toma la comunión de marinerico, pero tié que ser seguro de los que mandan, lo menos será capitán u almirante con lo mudau que va! ”. Como en esos tiempos cualquier cosa poco usual se convertía en un acontecimiento, tras estos dos importantes y llamativos personajes se fueron incorporando varios críos, “comboyaus” unos a otros por la pág. 131 novedad y en cada esquina aumentaba el número de ellos, nadie quería perderse lo que de ahí en adelante pudiera pasar. Yo me encontraba en ese momento en la esquina de la calle San Antón, deleitándome con un bollo de chocolate, con una dulce barra de “Lingotín” y una rosca de “aseite con sal”, las sabrosas meriendas de aquellos tiempos, y como es lógico, hice lo mismo que los demás: “arrear d´atrás” de la comitiva, a ver en qué finalizaba aquella odisea. Recuerdo que al iniciar el duro ascenso, no recuerdo bien si fue por la calle de la Garrofera o por la siguiente de la Abadía, la “prosesión” y algarabía infantil y juvenil que se había formado era ya numerosa. Resulta que este militar era nieto de un señor de Chella que allá por los principios del siglo XX había emigrado a la lejana tierra de Argentina. En alguna ocasión, en que por su profesión había llegado al puerto de Valencia, intentó localizar nuestro pueblo, pero por falta de tiempo no lo pudo hacer. Afortunadamente en este nuevo intento lo consiguió y acudió para ver el pueblo de sus ancestros, de donde salió su rama española, valenciana y chellina en concreto. Paco “el polisero”, gran conocedor de la historia y de la sociedad de Chella, se ofreció para acompañarle en su visita a nuestro pueblo, y además se daba la coincidencia de que él era el que le podía indicar, mejor que nadie, los lugares en que se desarrolló la vida de su abuelo, ya que recordaba muy bien a su familia pues vivieron cerca de su casa. Subiendo por la empinada calle, casi llegando ya a la parte superior, a la zona que se conoce con el nombre de “La Peña”, Paco le iba señalando la casa de su abuelo y rememorando alguna anécdota. El militar cambiaba impresiones y recuerdos con Paco, contándole historias que le había transmitido su abuelo, y se quedaba feliz y casi “cayéndole la baba” con lo que Paco le iba diciendo, abriendo para él la caja de los recuerdos entrañables, de la nostalgia de la tierra tan añorada. Al llegar a la Peña, el militar de pronto cambió el semblante y se puso serio, como buscando con ojo avizor algo en concreto. Paco, un tanto extrañado le preguntó si le podía ayudar, a lo que el militar dijo: pág. 132 -Busco “El Peñón de la Vieja”, pues mi abuelo me contaba que en verano se sacaba una “sillica d´esparto” y se sentaba enfrente del peñón para tomar el fresco y liarse un “sigarrico”. Cuando Paco se lo señaló, el hombre tuvo tal acceso de emoción y de tal manera se puso a temblar y a sollozar que llegó a asustarnos. Lloraba como un niño y con fuertes convulsiones. Al final se arrodilló y besó el suelo. Luego, algo más calmado se levantó y exclamó con su peculiar acento argentino: -¡Llevo a Chella dentro de mi corazón! La emoción también corrió entre nosotros como la pólvora, fue un momento entrañable para todos, e inusual por sus formas. Todos los “muñacos” nos quedamos con la boca abierta, sin saber que decir ante aquella escena, casi de película, que nos había tocado vivir. De pronto, uno de los más “mayoricos”, y por lo tanto es de suponer con algo más de “trellat y conosimiento” que el resto, exclamó con seguridad y convencimiento: -¡ Ché, cuánta rasón tiene don Eugenio cuándo nos dise que Chella es algo muy grande en el mundo! pág. 133 RELATO 42: Pepe “Tarana”, filósofo en rama Autor: Roberto Ponce / Chella Hay personas que marcan la historia y el vivir cotidiano de un pueblo. Uno de ellos fue “Pepe Tarana”. Pepe, es considerado por los estudiosos como un filósofo innato y un chellino auténtico que dominaba como nadie la peculiar lengua de nuestro pueblo. Era también un gran seguidor del equipo de fútbol, nuestro C.D.Chella, siendo en ocasiones el terror de algún árbitro por sus precisas y aceradas críticas ante algún desmán o tergiversación del reglamento del señor con silbato. Estaba casado con Remedios, a la que cariñosamente llamaba con el apelativo de “la Sofía Loren”. Ya de pequeño se interesó por los profundos principios de la filosofía, siendo discípulo y seguidor de los famosos filósofos “de Peña”. Después, en su juventud, fue seguidor de los filósofos “de Cambra” y tuvo sus profundas discusiones existenciales con algún que otro “abogau de secano”. De mayor, ya pertrechado con una marcada personalidad, desarrollada por su experiencia en la vida, logró la plenitud de su pensamiento y sus más encumbradas frases para la historia. Tarana, como buen hijo de su pueblo, era “grasioso” y “punchonico”, con una gran ironía en sus afirmaciones y razonamientos, y como reconocíamos la gran mayoría, diciendo grandes verdades de la vida. Siempre fue considerado un filósofo del terreno pero muy vanguardista y adelantado a su tiempo, él decía que unos veinte años, pero yo creo que por lo menos de treinta a cuarenta, como veremos en el par de pensamientos que nos dejó sobre la política y el deporte, que siguen siendo de rabiosa actualidad. Su elaborada teoría sobre la política la resumía gráficamente de la siguiente manera: pág. 134 -La política nos la podemos imaginar asina: supongamos que una serda pare catorse serdicos, pero va y resulta que cuando tiene que dales de mamar se da cuenta de que tiene na más que trese tetas. ¿Qué es lo que pasa entonses?, pues que el que no tiene teta llora, grita y protesta, y ese serdico sin teta es “la oposisión”. En cuanto al mundo del deporte, como veremos, Tarana dedujo en sus pensamientos lo que hoy son las escuelas deportivas que tienen muchos clubes de fútbol, en donde, pagando por supuesto, se enseña a los niños a perfeccionar sus cualidades balompédicas. Pepe colaboró en la directiva del equipo de fútbol de Chella y era costumbre que a los que empezaban a jugar se les comprase botas, balones, equipación, etc., pero, como no había espíritu de compromiso alguno, muchos abandonaban el club y en algunos casos además protestando o criticando contra todos. Sin haber aportado ni ayudado nada encima cargaban contra quien había sido generoso. Pepe, tras profunda meditación, nos dejó esta forma de actuar al respecto. Se llamaba al presunto interesado en entrar en el club a practicar fútbol y se le decía lo siguiente: -¿Tú quieres juar de verdad al fúrbol? Pues si dises que sí y vas en serio, llama a tu padre u a tu tío y que vengan y se comprometan a colaborar con el equipo, y ayudar con la mano en el bolsillo. Pasados los años el tiempo le dio la razón a nuestro filósofo: quien hoy quiere llevar a su hijo a una escuela de fútbol, lo primero que hace es pagar, como forma de comprometerse en un objetivo. Si filósofo es aquel que busca la verdad de los principios de la vida, sin duda Pepe “Tarana” puede considerarse ciertamente uno de ellos, y quizás la cumbre de su pensamiento se pueda resumir en una precisa frase, entre otras muchas, que nos dejó para la posteridad: -Lo mejor pa vivir muchos años y ser felis es tener pocos males de cabesa. Ahora a ello se le llama “encontrar la paz interior”, la fuente de la que mana la salud y el bienestar. Pepe lo dijo a su manera, como le gustaba, de forma gráfica y al alcance de todos, y sin haber sido graduado por ninguna universidad, salvo la de la vida. pág. 135 RELATO 43: Un chellino inglés Autor: Roberto Ponce / Chella Esta es la anécdota verídica ocurrida a don Eugenio, al que en una ocasión confundieron con un excéntrico turista inglés. En los meses de verano, en que los fuertes calores de las calendas cerraban las escuelas durante varias semanas, eran las fechas en que don Eugenio hacía alguna escapada vacacional por las tierras de nuestra piel de toro ibérica. En esta ocasión sería sobre el mes de septiembre, cercano ya el inicio del nuevo curso. Don Eugenio eligió Andalucía como lugar de destino, y en concreto la ciudad de Córdoba, la de la famosa mezquita, centro de las reminiscencias árabes que enlazan en el tiempo con su conocida teoría sobre el origen del nombre de nuestro pueblo. Don Eugenio tenía una habilidad innata para “redondear” cualquier episodio de nuestra historia que quedase incompleto, localizaba, fuese cierto o en caso necesario añadiendo un poco de imaginación, la pieza que faltaba para cuadrarlo, y encima lo contaba con tal lujo de detalles y seguridad que forzosamente nos convencía aun pareciendo algo inverosímil. Don Eugenio siempre gustaba de vestir bien y con estilo moderno si hacía falta, y en esta ocasión, para sobrellevar los intensos calores del verano andaluz, se compró una atrevida camisa de manga corta, de esos modelos que son para llevar por encima del pantalón, y con la particularidad de que el estampado estaba compuesto de reproducciones de varios periódicos internacionales como: The Times, Le Monde, Washington Post, Wall Street Journal, Los Angeles Times, The Observer, etc. Recodamos que además de ser de buena estatura, don Eugenio era rubio. Si a eso unimos su porte y elegancia con cualquier prenda, que lo hacían destacar de la “normalidad” al uso de entonces, podemos imaginarnos el aspecto que presentaba pues debemos recordar que hablamos de los principios de los años sesenta, cuando estaba empezando el “boom” del turismo en España, los tiempos en que estábamos descubriendo que en la vida, según lo que hacían las personas que venían de otros países, existían más cosas que las que aquí veíamos o nos contaban por el NO-DO o la incipiente pág. 136 televisión. En principio nos decían que eso era porque esas gentes eran muy raras, pero la curiosidad por saber algo más no nos la quitaba nadie. Don Eugenio no se encogía por ello ni tenía complejo por salirse de la norma. Como ejemplo, cuando ya era mayor no tuvo inconveniente en ponerse peluca, de color rubio por supuesto, porque pensaba que cumplir años no está reñido con intentar seguir sintiéndose joven de espíritu, y que si hasta las plantas se renuevan para seguir vivas, él también. La anécdota de esta historia es que a la vuelta a Chella, don Eugenio entró un día eufórico a la escuela, con un periódico en la mano, en concreto el que se publicaba como diario local en la ciudad de Córdoba. Fue a donde estaban reunidos el resto de los maestros y con una gran sonrisa les dijo: -¡Mirad si soy famoso que salgo en la primera página de este periódico y dicen que soy un turista inglés…ja, ja, ja!, ¡Si supieran que soy de Chella…ja, ja, ja! Y así era en efecto, en la portada del periódico apareció una fotografía con varios turistas y en primer plano nuestro don Eugenio sonriente con su indumentaria periodística. Al pie de la foto venía un comentario que decía escandalizado: -¡Hasta qué extremo estamos llegando con las costumbres tan extravagantes de estos turistas que nos visitan, como el inglés que aparece en la foto! ¡Adónde iremos a parar! Y de esta forma tan peculiar fue como don Eugenio pasó a figurar para siempre en las hemerotecas de Córdoba. En la Gran Bretaña es posible que aún lo sigan buscando y sea allí algo como “el inglés desconocido”. pág. 137 RELATO 44: Las raíces de Elvira Autora: Elvira Costa Martínez / Llagostera-Chella Me llamo Elvira Costa Martínez y durante muchos años he estado soñando con encontrar de nuevo mis raíces chellinas pues en Chella es donde empezó mi vida, donde mi semilla fue plantada y empezó a crecer. Mis primeros recuerdos y por lo tanto los más lejanos que mi mente puede recordar, rebuscando en lo más profundo de mi ser, fueron precisamente en las calles y con las gentes de Chella, y debo admitir que han habido de todos los colores, unos buenos y otros no tanto, incluso algunos dolorosos o amargos, pero incluso de ellos me siento orgullosa pues al fin y al cabo, fueron superados y por ellos estoy hoy aquí y con la familia que me rodea y conforta. Al final somos el resultado de todas nuestras vivencias y sentimientos que vamos sumando a nuestra mochila de la vida y nuestro destino es superar todos los obstáculos para salir airosos y más maduros. Fotos: La calle Morera. La joven que aparece sentada es Amandine, nieta de Elvira, y tataranieta de “Paquita la Cuéllar”. En la otra, Elvira rememorando los tiempos pasados. Ahora mirando a mis seres queridos, a mis hijos y a mis nietos, o a mi madre que sigue viviendo aceptando con sosiego lo que la vida le depare, lo que “el Señor quiera”, no puedo más que sentir agradecimiento a mis orígenes. Con el transcurso de los años es curioso como esos recuerdos, y en especial los más antiguos, emergen a la superficie con toda nitidez como pág. 138 negándose a ser relegados al olvido, por eso me siento en la necesidad de escribirlos aprovechando la oportunidad que nos ofrece este libro de Relatos sobre Chella y sus gentes, pues de alguna manera sé que así quedarán para la posteridad y mis “ramas” podrán saber cómo o de donde salieron sus “raíces” maternas. Mi madre vivió en la calle Libertad, en el número 46, que hace esquina con la calle Senda Peña y casualmente muy cerca de la casa de los abuelos de Trinidad Aparicio, cuyas “Memorias” narradas en este libro de Relatos me han ayudado y animado para abrir mi particular baúl de los recuerdos ¿Qué tendrá de mágico esta calle chellina, en especial su tramo final, que por lo que he leído a tantos ha embrujado, la calle de la saga del candil, de emotivas historias como “Un abrazo de a cuatro” o añoranzas como en “Cielo de verano” y tantas otras vivencias? Lo cierto es que yo nací en la calle Morera, una de las más empinadas calles de la parte antigua del pueblo, la que partiendo desde el final de la calle Mayor va ascendiendo hasta la calle más alta del pueblo, conocida como “El Barrio”, y fue un 23 de diciembre del año 1949, cuando apenas habían pasado diez años de aquella dolorosa guerra que asoló nuestro país, podríamos decir pues que salí a la luz en los finales de la larga posguerra. En mi partida de nacimiento se inscribió mi nombre “Elvira” como hija de Vicente Costa y de Francisca Martínez Cuéllar. Me casé en 1966 y he tenido cuatro hijos los cuales a su vez me han hecho abuela de seis nietos, en total pues, diez vástagos han surgido por la generación que podríamos llamar de “Las raíces de Elvira”. Recuerdo con pesar, que el tiempo nunca podrá aliviar, que mis padres se separaron cuando yo tenía tan sólo seis meses y mi madre, con dos criaturas a su cargo, tuvo que marcharse a rehacer su vida en Barcelona. Durante mi niñez viví pues en la Ciudad Condal, en la que años antes había nacido Trinidad Aparicio, catalana de raíces chellinas, y residí en la calle Juan de Peguera nº127, cerca de la calle Navas de Tolosa, donde estaban las escuelas públicas a las que ella también había asistido tiempo atrás. Se agolpan en mi memoria escenas en que de pequeña yo estaba en la casa de mis abuelos, en Chella. Mi abuelo era conocido en el lugar como José “El Pomito” y mi abuela como Paquita “La Cuéllar”. También en Chella yo tenía dos buenas amigas. Una era Clarita, que vivía en la calle de la Senda Peña, y digo era porque por desgracia ya murió. Yo, siempre que podía salir de casa, bien porque me daban permiso o en pág. 139 algunos casos, lo confieso ahora, porque me escapaba, me iba a la suya. Su padre se ocupaba, como jornalero, de mantener productivos los huertos del Hondo que pertenecían a mis tíos Elvira y Ricardo Chaves. Recuerdo que un día Clarita y yo nos fuimos a jugar cerca del Salto, en un lugar peligroso y nos resbalamos. De no ser por un hermano de Clarita que nos vio desde abajo y acudió raudo en nuestra ayuda y socorro no sé cómo habría terminado esta “aventura” de dos niñas traviesas ¡Dios mío que susto pasamos, tanto que ahora mismo aún se me pone la carne de gallina al revivir esa imagen! En otra ocasión, mi amiguita Clarita y yo nos fuimos a jugar a las simas. Ella se trajo ese día a su mascota, un bonito perrito muy cariñoso y juguetón que le hacía mucha compañía. Estábamos “escuadriñando” por esa hendidura natural, que en el pueblo se usaba para tirar basuras, cuando de pronto surgió desde el aire un horripilante animal que intentó coger a mi amiga por un brazo con su largo pico. Era un cuervo o grajo, negro como el carbón, de aspecto tan tenebroso como los que salían en las películas de miedo. Llenas de terror, “vamos espantar” como pudimos a la bestia y volvimos corriendo a nuestras casas. Cuando conté a mi abuela nuestra peripecia me “marmuló” y me impuso el correspondiente castigo por haber tenido la mala idea de haber ido a las simas, sitio impropio para unas “muñacas”, sentenciando con el mismo rigor de un juez: -¡Las chicas no van a juar a esos sitios. Hála, ahí castigá y sin merienda a ver si asina aprendes! No obstante, y a pesar o quizás a causa de este tipo de peripecias, debo reconocer que en aquellos lejanos tiempos vivíamos más tranquilos. Los niños éramos felices con cualquier cosa, por poco que fuese, y además teníamos una desbordante imaginación para crear juegos de la nada, como haría el mejor de los ilusionistas. Apenas teníamos juguetes pero lo cierto es que con ese poco y un mucho de fantasía se llenaba con creces todo nuestro mundo infantil. Por ejemplo, un día encontré en la Peña dos viejas tapaderas que yo hacía sonar como si fueran unos relucientes platillos de una banda de música, tratando de imitar lo que hacía mi abuelo José en la procesión de las fiestas del pueblo. A todo esto, salió a la calle la “tía Brialeta” y me propuso cambiar mis instrumentos de música por un “puñaíco de cacáus”, yo acepté la propuesta y le di mis apreciados platillos, pero como vi que pasaban los días y la tía Brialeta se olvidaba de su promesa y no me daba los cacahuetes del trueque pactado, decidí, cansada ya de esperar en vano, servirme yo misma, pág. 140 por lo que un buen día subí a su cambra, lugar donde supuse guardaría los sacos de cacahuetes pues es el sitio mejor para resguardarlos de los ratones, roedores que son entusiastas de estos manjares. Pero me salió el tiro por la culata ya que allí solo había patatas, hojas de tabaco y hasta un gallinero con algunas altivas gallinas que habían puesto varios huevos. Decidí, aún no sé por qué lo hice, coger dos huevos, que eran tan hermosos que apenas cabían en mis pequeñas manitas. Corrí cargados con ellos como pude, pues la tía me había pillado como se dice ahora “in fraganti”. Asustada corrí como lo más rápido que mis pequeñas piernas me permitían, pero ella me siguió y me alcanzó a los pocos metros, en la esquina de la casa de la tía Pepita. En ese “cantón” había entonces una gran piedra y con gran decisión rompí en ella los dos huevos. La tía gritó entonces: -¿Pero mante que has hecho? ¡Eso es de tener poco conosimiento! Yo apenas tenía por aquel entonces tres o cuatro años a lo sumo, por lo que lo del “conosimiento” es posible que así fuera, aún no atinábamos por entonces a saber qué quería decir ese concepto tan nebuloso. Os podéis imaginar también cómo “me va marmular” mi abuela Paquita. Con los criterios de entonces mi abuela indemnizó a la tía Brialeta con más huevos que los dos rotos, como diríamos ahora, pagó capital más los intereses, y me castigó, una vez más, a no salir a cenar a la fresca de la calle ¡para que os imaginéis el valor que tenían entonces cosas tan simples como salir a cenar a la calle con los amigos o vecinos, no poder jugar ese rato era una penitencia muy ardua para nosotras, y sin poder “charrar” con las amiguicas, menudo suplicio! Estas fueron algunas de las muchas travesuras que llenaron mi niñez en Chella, y que mantengo con cariño en mis alforjas internas como un preciado tesoro. Ahora a veces cuando mis nietos hacen alguna pequeña trastada pienso para mis adentros “¡pues si supierais las que hacía vuestra abuela de “muñaca”!, pero también es cierto que a la vez aparece la imagen de mi abuela que me hace situarme en la realidad y asumir que mi papel ahora es el de velar por su buen desarrollo como personas. Cuando vuelvo a Chella, contemplo el pueblo desde la bella panorámica de la Sotarraña, otero privilegiado adonde subo con frecuencia, y siento como si desde allí mis raíces chellinas me susurraran al oido: -“¡Elvira, mante, has caso a la güela!”. pág. 141 RELATO 45: Tradición de Chella Autor: José Grau Serrano / Chella, Sueca…desde el cielo. Nota del recopilador: en los años cincuenta y sesenta don José Grau Serrano fue maestro en Chella. En el año 1963 colaboró en el libro de fiestas con este relato. Don José falleció ya hace años en Sueca, su pueblo natal, pero revive ahora para nosotros con este relato, escrito como era su estilo, con carácter didáctico, casi como si estuviese dictando a sus alumnos una redacción sobre las costumbres culinarias chellinas en los días de nuestras fiestas patronales. La fiesta también es vida. El regocijo y el esparcimiento llenan muchos estadios de nuestro cotidiano vivir. Tanto poetas como filósofos, de antes y de ahora, han contado y escrito sobre las fiestas. La misma historia nos documenta sobre el particular. Desde los grandes imperios antiguos se vienen turnando, a periodos fijos o movibles, ciertos acontecimientos, ciertas jornadas, en el transcurso del año, que reciben el nombre de fiestas. Desde Asiria y la Caldea, el imperio Meda, Egipto, Grecia y Roma, nos ofrecen sus fiestas. Que no otra cosa eran las bacanales, las olimpiadas, las saturnales, las naumaquias, etc. Eran fiestas en Egipto, la subida al trono de un Faraón, el nacimiento de un primogénito o el desbordamiento del Nilo fecundando las resecas y cálidas arenas del desierto. Esto daba lugar a festejos innumerables. pág. 142 En los tiempos modernos también se sigue festejando. Se festeja un suceso, una noticia, una óptima cosecha, un resultado de fútbol o el cumpleaños del vecino. Todo se festeja. Todo tiene su fiesta. Es en la Edad Media, cuando la gente valoriza el derecho natural de reunión. Se asocia. Forman cofradías y gremios bajo el patrocinio de un Santo. De estas reuniones, de estos esparcimientos en comunidad es cuando principia a tener solera, arraigo y fuerza social la palabra fiesta. Y como todos los años, Chella celebra sus fiestas patronales. Son fiestas ruidosas. Fiestas que al celebrarse en el corazón del invierno, obran como válvulas de escape para el entusiasmo de los jóvenes. Fiestas alegres y religiosas. Y fiestas tradicionales. No sólo es la devoción a su Patrón San Blas, sino por la otra tradición: La pantagruélica, el bien comer, el buen yantar. Quizás esto último sea tan secular y tradicional como su devoción. Días antes de San Blas, el pueblo se convierte en colosal hervidero. De un extremo a otro del lugar, a cualquier hora del día y de la noche, todo es actividad. De todas las casas salen los ruidosos “toc-toc” de las batidoras. Hay ruidos de vajillas y carraspeo de “llandas” por las mesas. Un tufillo a vainilla y canela hiende el aire en calles y callejas. El pueblo es como un incensario enorme, colosal, que con muchos días de antelación satura el ambiente de exquisiteces de dulces y pastas. Cuchichean las vecinas entre sí sobres las “midas” o mezclas que han de integrar los ricos bocados de hojaldre o los pasteles de cabello de ángel. Discuten sobre la bondad de una pasta con azúcar o con miel. Se ayudan unas a otras en estos menesteres de pastelería mientras comentan la última noticia en boga o el aumento del precio del tabaco. Alrededor de las mesas, formando verdaderos racimos, la chiquillería, acodada sobre el tablero, espera el momento de “atacar” los restos de los lebrillos y cazuelas, con los dedos, que al introducirlos en la boca sucesivas veces, dan lugar a ligeros chasquido formando una improvisada orquesta dedo-bucal de altisonantes notas. Después son las caravanas, las idas y venidas de mujeres, mozas, jóvenes, niños y algún viejo que recalan en el horno. Todas quieren cocer a la vez. Gritos y chanzas. En este maremágnum de “llandas”, platos y cazuelas, risas, gritos y donaires. La voz del hornero u hornera impone pág. 143 condiciones, tregua, una especie de paz momentánea, hasta que en los tableros del horno se van amontonando las pastas: “torticas de cacahuet”, con su dulzón olor a turrón; los “rollitos” de San Blas; las finas “bizcochás”; las selectas “almendrás”; algún que otro bizcocho; los “pastisicos” con su capa de canela; las galletas variadas; los aristocráticos hojaldres, etc. Todo este conjunto de especies tan halagador y el prólogo no menos prometedor y abigarrado, suculento y nutritivo: el “pucherot”. Esto acontece el día de San Blas. Salida de misa. Traca larga. Explosiones secas. Humo acre. Olor a azufre. La gente corre delante de “la cordá”. Otros van detrás. Don Eugenio impregna su artificio de pólvora de salvas morunas. Pasacalle con festeros y autoridades. Animación desbordada. La gente ansía comer. Tiene hambre. Piensa en la cocina de casa y un estremecimiento de placer principia a bullir en sus entrañas. Y llega la yanta. El puchero abarca los cuatro costados de la mesa. Montañas de carne, pollo, ternera, cerdo, pedazos de tocino, algún “blanquet” desperdigado y “pilotas”, gruesas, repletas, sabrosas. En grandes cantidades. Más que puchero se puede decir lo que Cervantes dijo de las bodas de Camacho: ollas podridas. También aquí, en la tradición de Chella, Sancho Panza se regodearía. pág. 144 RELATO 46: Estropajo de esparto Autor: Roberto Ponce / Chella Según el diccionario de la lengua española se define el “estropajo” como “planta de la familia de las cucurbitáceas, cuyo fruto desecado se usa como cepillo de aseo para fricciones” y también es definido como “porción de esparto machacado, que sirve principalmente para fregar”. Pero también lo define como “desecho, persona o cosa inútil o despreciable”. E incluso existen las acepciones de “lengua de estropajo” o “servir de estropajo” que significa servir en los oficios más bajos o, de forma figurada, ser tratado sin miramiento. No crea el lector que el escrito se trata de una clase de ciencias naturales, es sólo una introducción léxica semántica que nos ayudará a la comprensión de la anécdota que ahora paso a relatar sin más dilación. Recordamos además que en los tiempos que se relatan el estropajo de esparto se usaba con la “terreta” con lo que la aspereza, raspado, o falta de miramiento en su aplicación, todavía era mayor que con los actuales estropajos sintéticos y los mágicos “fairys” que hacen suave el fregado. En el comienzo de este relato imaginémonos que estamos en algún año intermedio de la década de los años cincuenta del siglo XX. Nos situamos en los comienzos del verano, recién terminado el curso escolar, sobre las nueve y cuarto de la mañana, y nos ubicamos en la calle Mayor, por entonces de tierra, como estaba todo el pueblo. En una casa cercana a la plaza que forma la calle Iglesia Vieja vemos salir a un hombre, que en un principio, por su apariencia no parece de Chella. Alto y rubio, vestido impecablemente, llevando con soltura un traje nuevo, color claro, sombrero de alas anchas y calzado con zapatos modernos, de dos colores combinando marrón y blanco, tan característicos de aquellos años entre la gente de buen gusto. Saborea un puro caliqueño y avanza con pasos firmes y tranquilos bajando por la calle Mayor hasta llegar, a mano izquierda, al “carreonico” que de forma acodada, pasando junto a la calle de Santo Domingo, desemboca en la plaza de la Iglesia. Nos fijamos un poco más en él y por fin nos damos cuenta de que, como no podía ser de otra manera, se trata de don Eugenio Granero, el chellino al que una vez confundieron con un inglés, y que habrá salido tan “mudau” posiblemente para ir de viaje y está haciendo la ruta, vía calle Nueva, para coger el autobús de Granero que para en la carretera junto al bar de Serafín. Don Eugenio era por entonces maestro en Chella, ya más de quince años, y como se dice que, nadie es perfecto, a pesar de su buena sintonía con la gente tenía sin embargo cierta desarmonía en su relación con una de las pág. 145 maestras nacionales de nuestra escuela, en concreto con doña María Sornosa, por motivos que se escapan a nuestro análisis, pero podríamos resumir la cuestión diciendo que existía un choque de caracteres entre dos marcadas personalidades o que uno no era para el otro santo de devoción. Don Eugenio pasó por la plaza de la Iglesia y enfiló la calle Nueva a la altura del convento, a continuación venía la farmacia de Fajarí y después la casa de Vicente Pareja “El Mono” y de su esposa Vicenta Granero, al lado estaba la vivienda de María “la Heredia”, esposa de Paco Heredia y enfrente la de doña María Sornosa. Esta anécdota verídica me fue contada por Vicenta Granero como testigo presencial de la misma. Vicenta y María “Heredia” estaban barriendo y regando la calle, aprovechando el todavía frescor de la recién estrenada mañana, y de paso comentando animadas los avatares de la vida diaria en el pueblo. Nuestro maestro llegó cerca de ellas y en ese momento, al ver tan elegante a don Eugenio, María exclamó con admiración: -¿Ándde va tan bien “mudau”, don Eugenio? - Buenos días, María. Salgo de viaje, voy a coger el autobús de Granero. En ese momento se abrió la puerta de enfrente y salió, casualidades de la vida, María Sornosa que quedó enfrente de don Eugenio, y presa de una gran curiosidad al verlo vestido como un gentleman, preguntó: -¿Dónde vas tan acicalado Eugenio? Nuestro peculiar maestro debió pensar en ese momento en el refrán que dice “a palabras necias oídos sordos” y fiel al mismo lo aplicó no contestando a la pregunta, como si no fuera con él, ante lo que doña María insistió, también tozuda ella, faltaría más, de nuevo inquiriéndole: -Eugenio: ¿qué dónde vas tan trajeado? En ese momento, don Eugenio se paró y con tono firme y convincente dijo: - ¡Voy a visitar a su Excelencia el Jefe del Estado! Doña María, con tono mezcla de asombro, incredulidad y sorna, exclamó: -¿Túúúúú…….? Y don Eugenio, afilando y agudizando la respuesta, dijo, en una de esas frases digna de quedar grabada con buril en las piedras de la historia: -¡Calla!…… ¡Estropajo! pág. 146 RELATO 47: Un chellino en París Autora: Maruja Costa Buil / Chella Creo que todos conocemos, o al menos hemos oído mencionar la película “Un americano en París”, el gran musical interpretado y coreografiado por Gene Kelly. Pues bien, Pepe “Chaves” fue un chellino en París. Nació en Chella en los albores del verano de 1943, concretamente el día 16 de junio. A los 18 años, comenzando la década de los años sesenta, tuvo que abandonar su adorada Chella en busca de oportunidades, de igual manera como también tuvieron que hacerlo otros chellinos y muchas gentes de toda la geografía española pues eran tiempos duros. Una vez en París Pepe hizo de todo; lo que sabía y lo que no. Era muy rápido aprendiendo. Con la ayuda de un profesor, al que acudía una vez terminaba su jornada de trabajo, aprendió a desenvolverse con educación y respeto, a los que añadió su natural don de gentes para hacer frente con garantías a un mundo nuevo, a idioma y costumbres diferentes, a una visión distinta de la vida. Y así, con mucho esfuerzo, fundó su propia empresa de coches de lujo. En ellos desplazaron a lo largo y ancho de París, e incluso del resto de Francia, a distinguidas personalidades de la cultura, la política, el mundo empresarial, el arte, la moda, el cine, la música, etc. Por increíble que parezca, los servicios de su empresa fueron utilizados en más de una ocasión por Marlon Brando, Helena Benarroch, Isabel Presley, la señora de Emilio Botín, Alicia Klopowitch o Julio Iglesias, entre otros muchos. Él les hablaba de Chella como si estuviese al lado de París, siempre estuvo orgulloso de su pueblo y a la menor ocasión que se le presentaba alardeaba de él. Cuando marchó a París se le quedó grabado en su mente, a modo de negativo fotográfico, el retrato indeleble de la Chella que dejaba atrás; lo recordaba todo y lo contaba todo como si estuviese sucediendo en ese momento. Cada verano, fiel a su cita, volvía a Chella. Al principio sólo, luego con su esposa Rosita, la alemana más “templá” y simpática que Chella ha pág. 147 conocido. Con ella tuvo cuatro hijos como cuatro soles y con ellos venía de París todos los veranos. Pepe, este es el segundo verano que ya no estás físicamente entre nosotros, pero siempre estarás, junto con tu querida alemana, en el recuerdo de los que te conocimos y además tuvimos la suerte de compartir y gozar de tu amistad, porque era la cosa más preciada para ti; la amistad, el ser amigo de tus amigos, era una de tus muchas virtudes y por todo ello el pueblo que te vio nacer guardará para siempre la imagen de un Chellino universal que, por encima de todo lo demás, amó a su pueblo y siempre pregonó, allá donde estuviera, que era de Chella, el mejor “lugarico” del mundo. Hace siglos se decía que los españoles habían puesto “una pica en Flandes”, ahora diríamos que Pepe Chaves puso, y muy bien, “una pica chellina en París”. Va por ti Chella, otoño de 2013 pág. 148 RELATO 48: CHELLA: FINAL DE LOS AÑOS 50 “Vida y costumbres de mediados del siglo XX” Autor: José Granero Liberia “Pepe Liberia” / Chella INTRODUCCIÓN “Es un sueño la vida / Pero un sueño febril que dura un punto” Estos dos primeros versos de un poema de Gustavo Adolfo Bécquer nos pueden hacer reflexionar sobre lo corta que es la vida de cualquiera de nosotros y, aún parece más si se calcula que la formación de la Tierra empezó hace unos dos mil millones de años, traducido en cifras 2.000.000.000 de años ¡Casi nada! Si comparamos desde que se formó la Tierra hasta nuestros días, y lo asimilamos a un año sideral o cósmico de 365 días, el “Homo Sapiens” – que, aunque en muchas ocasiones, lo de “Sapiens” parezca mentira por nuestras actuaciones, somos nosotros- existiríamos tan sólo desde hace media hora, unos míseros 30 minutos si los comparamos con los más de treinta millones de segundos -¡30.000.000!- que tiene un año. Los hombres llevamos pues existiendo en el seno de nuestra madre Tierra apenas mil ochocientos segundos -1800- dentro de tan vasta magnitud temporal. Entonces nos podemos preguntar ¿Cuántas milésimas de segundo vivimos cada uno de nosotros en esta comparación? No vale la pena contarlas, sin embargo son nuestra vida y nuestro bien más preciado, por algo se dice atinadamente que “el tiempo es oro”, más aún cuando uno llega a cierta edad y recuerda –a veces como en un sueño- épocas vividas anteriormente, y que aunque ya no están físicamente, sí que forman parte muy importante de nuestro mundo interior, pues al final somos ahora el resultado de todo lo que hemos hecho en nuestras “milésimas” pasadas y en base a ellas tenemos cada uno nuestra personal visión de la vida. Hoy quiero centrarme, tras este vértigo vital con el que he iniciado este escrito, y relatar parte de mi existencia, la vivida concretamente a finales de los años 50 en Chella, en los años que podríamos denominar de mi pág. 149 “segunda infancia”, ese tiempo en que uno empieza a tener los primeros contactos sociales. Vayan de antemano mis disculpas porque seguramente faltará o quedará por el camino algún dato o algún nombre, o quizás algún apodo siente mal “al mismo” o a sus familiares, pero bien es cierto que siempre se han aplicado sin ningún carácter peyorativo, siempre se han dicho igual que se diría el nombre o los apellidos oficiales, como se suele decir “con el debido respeto”. RECUERDOS A finales de los años 50 la manera de vivir –a pesar de que había escasez de muchas cosas- era sencilla, era más tranquila y no se conocía el estrés ni el “surmenaje” tan en boga hoy. Se trabajaba hasta deslomarse como algo “normal” que se asumía como de ley, recordando el “ganarás el pan con el sudor de tu frente”. Todo se hacía de forma artesanal, no existían máquinas agrícolas. Por entonces se empezaron a conocer los primeros vehículos (coches, camiones, tractores, etc.). Se había terminado la postguerra, el estraperlo y las cartillas de racionamiento. Mi generación, salvo excepciones, no conoció el “rollo”. Ya se comía pan; los almuerzos y meriendas nos los hacían nuestras madres con roscas de aceite y sal, de miel, de vino con canela y azúcar, etc. Recuerdo que vendían un chocolate “redondico” envuelto en un papel blanco y que estaba algo “dulsico” y “terroso”, creo que se llamaba “Piulo”. También entre el pan nos ponían, sobre todo en las casas que mataban el cerdo, “sobrasá”, “botifarrones”, “pasta de perrico” y de los “charronets” del frito: longanizas, lomo, magro, etc. ¡Qué bueno que estaba! También era normal en las meriendas y postres comer cosas tan sanas como “moniatos”, “carabasas”, patatas, “cacagüet”, todas estas delicias torradas al horno y horno de leña. Los hombres se levantaban muy temprano. Aparejaban el animal (machos, ácas, burros, burras, etc.) y se iban a la huerta o al secano a trabajar las tierras o a pág. 150 traer las cosechas. Casi todos se iban y venían a la misma hora. Las mujeres se levantaban igual de temprano, para aviar el hato de comida a los hombres. Ponían la fiambrera con mucho “mojete” y poca mezcla. El postre, la mayoría de las veces, estaba en el mismo campo de trabajo: uva, melones de “argel” y de “tol año”, higos, bacoras, manzanas, etc. Luego hacían las faenas domésticas, se iban a lavar y “escurar” al lavadero, a alguno de los dos, que aún hoy existen como testigos: uno en la bajada al rio a mano izquierda, junto a la “sequia” de abajo cerca del “puente de don Fedrico” y el otro, mucho más alto, situado en la “garita” del privilegiado mirador del Salto, en la parte más elevada de “la Peña”. Foto: inicio años 60, en la escuela de Chella con el maestro don Luis Martí Cuerpo. Nosotros, al salir de la escuela o cuando no la había, ayudábamos a nuestros padres, en especial a la madre, en los “recaus”: ir a la tienda, al estanco, al almacén de vinos, etc. A llevar al horno la pasta sin cocer del pan. Allí se amasaba en una máquina o rodillo, después de ponerse bueno con la levadura se metía al horno y luego, ya cocido, se traía a casa. Y todo lo que se torraba -¡qué olor más agradable recuerdo de los hornos! A nuestro padre le ayudábamos en todas las faenas agrícolas, principalmente en la recogida de olivas, “garrofas”, “cacagüet”, etc. En aquel entonces ayudaban todos los de casa, la familia era una piña, con los roles del padre y de la madre muy claros y definidos. pág. 151 En verano de las dos a las cuatro de la tarde, tiempo conocido por todos como “mientras las dos horas”, se hacía la siesta, nadie salía de casa, el pueblo se sumergía en un silencio sepulcral para que los hombres, que habían salido a trabajar en el amanecer y volvían a casa para la “yanta” y descanso, escapando sabiamente de los ardientes rayos solares, pudieran recuperar las fuerzas. Ya se encargaba “el Polisero” de turno para que así fuera. Después nos íbamos a nadar al “Gorgo Molino” o a alguna balsa de riego. Otro sitio de solaz era la Fuente de los tres chopos, donde se podía jugar y refrescarse. Por la noche se cenaba al fresco, bien en la calle o en el corral. Se traía para tal menester una “botija” de agua “fresquica” de la fuente y, para los mayores, vino de los distintos almacenes. Nuestras madres preparaban en la cocina la cena con los “fogueres” de serrín, de petróleo y de carbón. En invierno se encendía el “foc” y se hacía la cena en él, luego se cenaba calenticos todos alrededor del fuego que a la vez servía para calentarse y pasar la”verlá”. Como no habían televisiones y las radios eran escasas, el tiempo se llenaba con el deporte de “charrar” o contar cuentos, y mientras tanto, como las lenguas estaban ocupadas pero las manos libres, se aprovechaba para pelar “cacagüet”, “adasa” (maíz), “pulsar” higos, etc. Y las madres a remendar la ropa, que era escasa. En casi todas las casas había un corral donde estaba la cuadra para el animal, el gallinero para las gallinas (¡qué huevos aquellos!), la “porquera” para el cerdo y las cajoneras para los conejos. A veces también se criaban patos. Algunas casas tenían vacas y vendían la leche de su ordeño. Y también cabras. Con la leche también se hacían queso para venderlo, sobretodo el llamado “de servilleta”. El pajar estaba situado arriba para almacenar la comida de todos ellos. Estaba la “cambra” para almacenar las cosechas, las “garrofas”, las olivas, etc. Allí también se colgaba el tabaco para que se secara y luego “manillarlo” y embalarlo con destino al centro de Albal, dependiente del Estado, ya que este producto era monopolio estatal. Las olivas se molduraban y se hacía aceite “virgen extra” en las “almárseras” (en castellano “almazaras”). En aquella época funcionaban cuatro: La Guita, La de “Fava”, La de “Terol” y La de “La Jaimica”. En la Sanjuana se segaba el trigo, se llevaba en garbas por los animales y se amontonaba por partidas en los campos de las trilladoras. Allí, las trilladoras estáticas separaban el trigo de la paja. Habían dos: la de José pág. 152 Gimeno “Mingoinasio” situada en su “bancal” al final de las calles Libertad y Coronel Cirujeda, donde hoy está la Ronda. La otra era de “La Guita” que empezaba en el “campico de la trilladora”, en lo que hoy es Aceites la Canal y las casas nuevas de enfrente, y luego se pasaba al campo de fútbol. Los burros se encargaban de traer la paja a granel en mantas a la puerta de las casas y se empezaba a subirla y a almacenarla en el pajar. En general las mujeres preparaban con agua “fresquica” un refresco para los porteadores de la paja. El trigo se traía a casa para luego molerlo convirtiéndolo en harina. En la época de la vendimia la uva se llevaba a los distintos almacenes para venderla o bien, mediante trueque, asegurarse el vino para consumo diario de ese año. El centro de Chella estaba situado en la calle Higueral, desde la “plaseta” de Las Malvas (calle San José) hasta la calle San Roque, y es donde se jugaban todas las tardes del estío disputadas y emocionantes partidas de “raspallot”. En invierno se jugaban sólo en domingos y festivos. Al finalizar las partidas en verano las mujeres “arrujaban” las calle, que aún eran de tierra, refrescando el ambiente. A esas horas empezaba también el paseo en dicho lugar hasta la hora de la cena. Era entonces el tiempo de la relación y encuentro de la gente, de los jóvenes y de los festeos. A los “muñacos” nos daban “suelta” y nos íbamos a correr y a dar faena hasta que “Paco el Polisero” nos ponía en orden. pág. 153 La tía “Polita” vendía “chambis”, helados de vainilla con galletas, y se ponía al lado del estanco de “Pepito el Cartero”. Los tenía de real, de dos reales y de peseta. Guardando las distancias del tiempo, si pensamos que un euro de hoy son más de 166 pesetas de los años cincuenta ¡quién hubiera tenido un euro entonces para chambis! Los domingos y días festivos el paseo se hacía en la carretera desde la calle Alegría hasta “Los Palos”, más o menos a la altura de la actual calle Doctor Honorio Pallás. También se jugaban partidas de “raspallot” en la carretera desde la calle Libertad a la calle Coronel Cirujeda, el tráfico era por entonces tan escaso que sólo había que hacer alguna eventual parada del juego si pasaba el autobús de Granero o “la carraquica” del tío “Juanet de Anna”. Los jugadores de aquella época eran: Manolete, los Choas, el tío Serilo, etc. El casco urbano era mucho más reducido. Entre la Senda Peña y el final de la calle Hermanos García Candau había una “sima” y todo alrededor estaba por construir, así como también la plaza del Párroco Don Julio Martínez. Sólo se encontraba la “Erica Roya”, última casa bajando a la “Agüica”. La calle Alegría, subiendo desde el Paseo todavía tenía muchos solares, no tenía salida a la calle Carlos Fabra, que entonces no existía, y en toda la parte de arriba sólo estaba la ermita y el cementerio viejo, lo demás eran huertas. El Paseo era de tierra, no había palmeras ni bancos. En las fiestas de San Blas se montaba la feria. Cuando era tiempo del “cacagüet” se llenaba por completo con lonas sobre las que se ponía a secar y luego para aventarlo y limpiarlo. Si había ofertas se vendía, sobretodo el bueno, y el que salía “fallau” se ponía en sacos para consumo casero y se decía que realmente estaba más gustoso. La calle Don Federico Granero, mirando desde el Paseo hacia Anna o Mariola, como se quiera, llegaba en su parte derecha hasta el número 20, casa entonces propiedad de “los Picarines” y donde pág. 154 ahora vive Roberto “Pochet” y familia. En la parte izquierda hasta el número 5, la casa de Valeriano, y desde dichos números, a izquierda y derecha, hasta el final del pueblo todo estaba sin construir. La carretera llegaba hasta la calle Pintor Pallás. Por la derecha hasta la casa de “los Mateteros” y por la izquierda hasta la casa “de los Maestros”, lugar donde hoy está el Auditorio. Detrás estaba la casa del médico, hoy Centro de Salud. En aquellos años empezaron a construir las casas que se llamaban “baratas”, situadas en las calles Pintor Pallás y Joaquín Navarro, desde la carretera hasta la calle Don Federico Granero. En la carretera, en el número 121, hoy casa de los hermanos Vayá, había una casa que, al estar sola y lejos del pueblo, le decíamos “el chalet”, vivían allí el tío Florencio, su mujer Paquita “La Patita” y sus hijos Pepito y Florencio. Todas las calles de la parte de debajo de la carretera estaban, más de la mitad, sin construir, no tenían salida o si la tenían era a algún camino o a la huerta, aún estaba muy lejana la actual Ronda. En las Eras, subiendo al campo de fútbol, que estaba sin vallar y era de tierra y piedras, sólo había casas en la parte derecha. En la primera se encontraba la fábrica y venta de yesos del tío “Florechat”. En la Fuente había tres casas, éstas estaban situadas en el llano encima de los tres chorros, al lado del Matadero Municipal. Bajando al Salto también había una casa, allí vivía Pablo con su familia. ESTABLECIMIENTOS PÚBLICOS Subiendo del río, por el Camino Real y enlazando con la calle Mayor, a la altura del número 28 estaba el horno de “Los Panacs”, en el número 43 la tienda de Petra, en el 31 la tienda de la tía Elvira, en el 27 se entraba al horno de la Plaza –siempre nos dijeron que era una calle- que por entonces llevaba la tía Vicenta María “La Jampuncha” y su marido Blas “El Taca”. En el número 20, entre las calles Castillo y Horno Viejo estaba el almacén de la tía Remedios. Agustín, el zapatero que apañaba toda clase de calzado, trabajaba en el número 12 de la calle Horno Viejo. En el número 7 de la calle Mayor estaba el “tío Tomaset”, que era albardonero, alborguero y, casi rimando, daba clases de solfeo. La tienda de Adrianica y Juan Payá estaba en el número 5. En la calle En Medio había dos barberías: la de Mañán y la del “tío Ezequiel”. En la calle Mayor número 14 la tienda de ropa y telas de María Gracia “la de Teodorico”. El “tío Marchena” vendía carbón en el número 12. En la plaza de la Cárcel número 1 se ubicaba la pág. 155 tienda de Consuelo “La Lechera” y “Flairanet”. En el número 4, hoy “bar de Perry”, el señor Majin, que era catalán, fabricaba y vendía calcetines. En el número 5 la carnicería de la “tía María la Roya y el tío Ismael”. En la calle San José número 11 la taberna del tío Antonino, en el 7 la peluquería de las hermanas Bellver o “Las Amalias”. En el número 5 teníamos el estanco de “la tía Vicentica”, madre de Mari Bellot, (de nombre artístico “María Rosa de la Cruz”) y suegra del famoso cantante Michel. En el número 3 la ebanistería del “tío Alfredo”. Enfrente del número 8 estaba la tienda de “la Sardinera” y en el 16 el horno que por entonces llevaba Salvador “El Sensio” y Paquita “La Pichacha”. En la calle Garrofera número 2 se ubicaba la tienda del “tío Dominguet” y Rosario “la Macoca”. En el 6 la barbería de Pepe “El Cojo”. Ya en la calle Higueral, empezábamos en el número 2 con la tienda del “tío Juan el Moreno” padre de “Pecheta”. En el 3 la “tabernica de Vicente el Pocaganica”. En el 5 la carnicería de la “tía Jerónima” y el “tío Ximo”. A continuación venía el número 7 con la tienda de Amparo “La Chacola”. En la calle Bonaire número 2 la “central telefónica” de “Aidica” (madre del “Mudico”). En el número 6 de la calle Higueral estaba el bar “La Gran Peña” cuya dueña era Vicenta María “La Poma”. En el 8 la tienda de “Vinsas”, en el 11 la barbería de “Faenes”, en el número 13 abría el bar de “Manolito”. Enfrente, en el número 16 haciendo esquina con San Antón, la tienda de ropa de Roberto “El Pancho” En la esquina de enfrente la carnicería de Pepica “La Cojantona” y de Prudencio, la casa pág. 156 tenía la entrada por el número 28 de la calle San Antón y la carnicería tenía puerta a la calle Higueral. Arriba de la calle San Antón, en el 30, vendía y arreglaba relojes Casimiro “de Bolbaite”, que venía con un coche de los que arrancaban con manivela, uno de los primeros que ví. En el número 17 de San Antón abría la carnicería de Pepito “El Blaya” y enfrente, en el 16 operaba el horno de la “tía Dolores” y luego también panadería de su hijo Eladio. Volviendo a la calle Higueral, en el número 20 la barbería de “Mentirola”, en el número 17 la zapatería de la “tía María la Serila”, viuda del “tío Esmeraldo”. A continuación en el número 21 el estanco de “Pepito el Cartero” ya que José Hernández, su auténtico nombre, además de llevar el estanco era el encargado de repartir el correo en el pueblo. Enfrente, en el número 24 se encontraba la barbería de Román (Fernando), en el 23 la sastrería de Guzmán, casa que hacía esquina con la calle San Roque. En esta calle y número 39 vendía harina el “tío Tomasico” que empezó con un carro y llegó a tener un camión. Siguiendo con la calle Higueral, en el 27 abría la tienda de “Adrianica” y Salvador Costa. En la calle Libertad número 22 el horno de Dolores “La Alcudiana”, madre de “Los Botifarras”. En la calle Higueral 40 la tienda de “Boludica”, en el 35 la tienda de Carmelo con su lema “viajes a la luna gratuitos con paraguas”. A continuación en el número 37 la carnicería de Vicente “El Barberico” y María. En la calle Coronel Cirujeda número 36 estaba la panadería de “Rosegó” y la tía Adelina. En el Paseo, número 4 el bar Los Arcos de Consuelo y del “tío Miguel el de Amalia”, local donde años antes vendía cantaros y botijas el “tío Salvador el Chamonico”. En el número 7 ofrecía sus servicios la barbería de “Chamaco”. En la calle Hermanos García Candau número 27 el horno que llevaban Paco y Encarna. En el número 5 de la calle don pág. 157 Federico Granero se ubicaba la carpintería del tío Valeriano. Volviendo al paseo, el cine “La Paz” del “tío Ismael el Carnicero” estaba situado donde ahora está Charter y al principio de los años sesenta se renovó cambiando la pantalla de lado. En el 16 teníamos la sastrería del “tío Pepico”, al lado, en el 14 la “tabernica de Juanito” y “Vicentica la Perriola”. Donde ahora está Bankia, esquina Paseo con calle Nueva, abría al público el bar “El Cajón” que regentaba Alvarito “El Pancho”. En la calle Nueva número 60 podíamos comprar en la panadería de Salvador “El Rosegó”. En el 52 vendía vino la “tía Dolores”, que era la mujer del “tío Pedronovella”. En el 22 se hallaba el almacén de vinos del “tío Bartolomet” y unos pasos más adelante, en el 18 la farmacia de Fajarí, quien además fue alcalde de Chella hasta el año 1955 en el que fue sustituido en la alcaldía por Julián “El Moreno”. En la plaza de la Iglesia número 7 estaba el taller de bicicletas de Teodoro, que también ejercía de fontanero. En la avenida de la Constitución, número 10, con fragua y martillo veíamos la herrería de Cayetano. En el número 12 encontrábamos la carpintería de los hermanos “Mansios”, En el 28 junto a las escuelas, el cine de verano “de Chávez” que lo llevaba Villaplana de Navarrés. Enfrente, un bajo era el taller de bicicletas, y alguna moto, del “tío Churrero” y de “Pijorrilla”. En la calle San José número 2, con puerta que daba a la carretera, el “tío Cañamero el maestro” hacía las famosas “alborgas” y llevaba cuadrillas de gente a la planta y siega del arroz en Sueca. En el 60 de la avenida de la Constitución había otra herrería, la del “tío Salvador” y en el 69 el bar “La Guindalerica” de Serafín y Teresita “La Mansia”. Enfrente estaba la posada de “Las Musilarias” y la barbería de Vicente “El Barberico” y Vicente “El Roch”. En el número 74 podíamos comprar en la tienda de las hermanas Ponce. En el número 14 de la calle Hermanos García Candau, que hoy es la carnicería de “Boludica”, el tío “Andregüet” fabricaba y vendía baldosas, pilas, escaleras de granito, tapones de riego, etc. En la calle de doña Liduvina número 10 abría bajo las estrellas el “Cine de Verano” del “tío Ismael el carnicero”, que ocupaba pág. 158 también algunos números de la actual avenida de la Constitución, como el número 101 que hoy es el bar “La Martina”, la perfumería y artículos de regalo “Detalls” en el 103, “Nerodent” en el 105 y hasta el 107 de la casa de “Vicentica”. En el número 6-A de la calle Doña Liduvina abría al público la pista de baile en invierno y verano, y cine en verano, llamada “Alegría de la Huerta” aunque era más conocida como “la del tío Pepico el Charrón”. En la avenida de la Constitución s/nº, al lado del mesón Florencio, se encontraba la destilería “Hilario Botella Vila” de Xátiva, vendían toda clase de licores y estaba de dependienta Paquita “La Gorgonia”, mujer de Celestino “Panac”. Por aquella época se iban terminando los carros y empezaron los primeros coches y camionetas que surtían los diferentes establecimientos. José “El Ordinario a Valencia”, tenía una camioneta a la que llamaba “La Rubia”. Mascarell “Perol”, ordinario a Játiva, compró en el año 1957, en el puerto de Valencia, un camión marca Ford, modelo “María de la O”, véase en la foto adjunta el modelito. PARAETAS DE GOLOSINAS Y TEBEOS Para finalizar no podía faltar, y sobre todo en esa edad, las cosas que nos hacían tremendamente felices: las golosinas. De normal las comprábamos en las “paraetas” –dos caballetes y un tablero- que varias mujeres del pueblo vendían sobre todo los domingos y días festivos generalmente alrededor de los cines, en la puerta del campo de fútbol… y en cualquier evento festivo que se producía. Recuerdo: la ya nombrada “tía Polita”, la “tía Vicenta María madre de Chimín”, la “tía Leonor” bisabuela de Jordi y la “tía Dominga”, mujer del “tío Reig” que vendía dentro del cine. En estas paraetas vendían caramelos, “tramusos” y “cacagüet”, “torrats”, chufas y hasta “mardajones” y, sobretodo el famoso “pirulí” –como el chupachup, pág. 159 pero de forma cónica y envuelto en galleta-. Anecdotario de la compra de un “pirulí”: un señor comprando un “pirulí”: ¡Vicenta María, Vicenta María! ¿Te quedan “pirulís”?... ¿te quedan “pirulís”?. Es que la “muñaca” está toda la tarde ¡¡Yo quiero un “pirulííí...” ¡¡Yo quiero un “pirulííí ¡! Los tebeos los comprábamos semanalmente en la tienda de Salvador y “Adrianica”, los chicos coleccionábamos El Capitán Trueno, El Jabato, Hazañas Bélicas, Roberto Alcázar y Pedrín (de la que es la famosa expresión ¡Ostras Pedrín!), El Guerrero del Antifaz, el TBO, Pulgarcito, El Pequeño Héroe (colección que conservo entera en casa) y otros muchos, una larga lista con la que llenaríamos una página completa, todos tebeos de acción donde se exaltaban los valores viriles de los hombres, junto a la caballerosidad con las mujeres a las que había que defender de pérfidos malvados. Las chicas tenían colecciones como Azucena, Claro de Luna, Esther y su mundo, Serenata, Sissí o Florita, en donde se destacaban los valores románticos de las historias, casi siempre en la búsqueda del amor ideal. Vamos, que hasta en los tebeos cada uno por su lado, como en la escuela. Los tebeos y las colecciones de cromos nos trasladaban a mundos fantásticos, parecidos a los que veíamos en el cine, y que tratábamos luego de emular en nuestros juegos como cuando nos poníamos “a juar a riña” o de una forma más sutil “a pedrás”, o a pelear con espadas de madera. pág. 160 Tiempos ya lejanos, de calles de tierra, aromas de leña ardiendo en cada hogar, de efluvios de suculentas comidas caseras recién sacadas en “casuelas” del horno, del frescor de las calles recién regadas, de cines de verano con jazmines y geranios, de olor a recreo de escuela de pinos y azahares. Si primero he empezado este relato divagando sobre la brevedad de nuestra vida respecto a la de la Tierra ahora acabo concluyendo que como dicen que lo bueno y breve es dos veces bueno hay que estar satisfecho de la vida y de poder tener y guardar tantos buenos recuerdos. ¡Y si la vida ha sido o aún es viviendo en Chella mejor todavía! pág. 161 RELATO 49: Genialidad de un chellino Autora: Trinidad Aparicio Martínez / Barcelona Transcurrieron los primeros días de agosto de 1951. Yo ya era por aquel entonces la señora de Torner, y San Genís de Vilassar, el pueblo natal de mi esposo a escasos kilómetros de Barcelona, era un bonito lugar para ir a pasar las vacaciones, pero Chella era como destino obligatorio que yo no iba a cambiar así no más. Ese año Isabel ya me acompañaría. Como buen catalán de la barretina, al señor Torner le costó digerir mi decisión e impuso su condición. ¡Cómo no! Con tal de que “la nena” viajara lo mejor posible… Desde Barcelona a Valencia, vía ferrocarril viajábamos de día, pasamos la noche en una fonda que en aquel entonces tenía Antonio “Peluso” frente a la estación de tren y al día siguiente directo a Chella con el coche de Granero. Total unas 24 horas de viaje. 20 horas más de lo que se tarda actualmente. Ya en Chella, mimadas por mis abuelos y vecinos, todos los días eran de fiesta para mí; más un día, sin previo aviso mi esposo se presentó en la casa de mis abuelos más contento que unas pascuas, por haber logrado darnos la gran sorpresa. Su inesperada llegada, fue como un broche de oro para cerrar el día. De esas vacaciones guardo un sinfín de lindos recuerdos. Guapetón como era el catalán, y más vestido al estilo del mejor Dandy de película, se compró a todas las vecinas de la calle Libertad. Y… para más que decir, mi gran amiga Conchita, la “Clavica” le obsequió al señor Torner un puro tan enorme, que ahí, sí, el sorprendido fue el guapetón de mi marido, que al día siguiente ya debía emprender su regreso al trabajo. ¡Ah! Olvidaba comentar que incluido en su equipaje, llevaba el mejor puro que jamás soñó tener. También para mí, junto con mi pequeña hija, llegó el fin de nuestras vacaciones. Por motivo de horarios y comodidad, quedamos en que el joven Vicente “Faenes” nos llevaría en coche hasta Valencia, y así lo hizo. pág. 162 Recuerdo que ya en la ruta, un coche que venía tras nosotros pisándonos los talones pedía incesantemente que le cedieran el paso. Para mi asombro, Faenes seguía inmutable a una velocidad y un carril que seguramente no era el adecuado. ¡Ay! ¡Ay! ¡Ay! iba diciéndome en silencio. Pero nada, hasta que Vicente no se cansó de escuchar los bocinazos pidiéndole paso, no dio su brazo a torcer; entonces sin el menor sofoco cambió de carril, sacó el brazo por la ventanilla haciendo señas de que se adelantara y le dijo al tío que venía tras nuestro echando leches: -¡Pasa “mante” que tienes “rasón”! ¡Genialidad Chellina! P.D. El gran puro, tuvo larga vida; por tiempo indeterminado lució como un trofeo sobre la repisa de la chimenea. pág. 163 RELATO 50: El amor en los tiempos de la Fira Autor: Julián García Candau / Madrid Le conocían por Sardinilla más que por Vicente. Allí lo que valía, más que el carné de identidad era el apodo. Todas las familias lo tenían. Vicente no lo heredó. Se lo pusieron porque de niño era escuálido y nadaba en el gorgo del molino como un pez. Tenía apodo, pero no oficio. Desde que tuvo el primer síntoma de esquizofrenia que le diagnosticó don Federico, su padre se hizo a la idea de dejarle vivir a su aire. A él no le gustaba trabajar, pero tenía dos ocupaciones con las que se justificaba. Durante todo el año ayudaba al pirotécnico a disparar los castillos de fuegos artificiales y tracas en los pueblos de la comarca durante las fiestas patronales. El otro trabajo consistía en cargar en hombros a los muertos desde casa a la iglesia y de allí, tras la misa corpore insepulto, al cementerio. Al párroco, don Julio, le ayudaba en las fiestas mayores en el volteo general de campanas, que era anterior al disparo del castillo. Por su participación por San Blas y la Virgen de Gracia no cobraba, pero se garantizaba un par de pitillos a la semana que le daba a liar el cura con papel “Bambú” y picadura selecta. Lo de ir a moler trigo fue la única labor hogareña que durante un tiempo hizo con gran contento. Por lo de la pirotecnia percibía en tres y cinco duros diarios, según el presupuesto total y por lo de los entierros de dos a cinco pesetas. Dependía de la generosidad o los posibles de la familia del difunto. Aquel verano se había tomado un año sabático y se había ido de vacaciones a París. Al Sardinilla solamente le preocupaba el paro por la proximidad de la Fira de Xátiva. La Fira era la excusa para que la mayoría de los jóvenes del pueblo fueran varias tardes hasta la capital de la comarca. Xátiva era plaza fuerte. Tenía regimiento de infantería. De Otumba se llamaba. Contaba con sucursal del Banco de España, cuartel de Policía Armada, además del de la Guardia Civil, y casas de putición. En la Alameda estaban los grandes almacenes que abastecían a los pequeños comerciantes de la zona tanto en cuestión de pág. 164 telas como en lo tocante a alimentos que se vendían al por mayor y al detall. En los años del racionamiento también habían vendido, bajo cuerda, aceite de oliva de la zona, azúcar y bacalao inglés que llevaba fama. En un anterior año de apuros económicos Vicente fue vaciando las tinajas de aceite de la cosecha de su padre rellenando con agua la cantidad que extraía. El aceite se cotizaba a cincuenta pesetas el litro, toda una fortuna. Pero aquel verano ya no podía hacer la misma faena. Parado en lo pirotécnico se topó con que la salud de los viejos había sido mejor que en años anteriores. El entierro más sonado fue el de un soldado que murió en la mili. Llevando el ataúd del fallecido pasó por delante de su casa y al oír los gritos de desesperación de su madre, su hermana y su novia decidió no cobrar por su labor. El pueblo mostró su dolor por aquella muerte y él no quiso mostrar menos condolencia. Y eso que en la vidriola, la hucha, que compraba cada año en los puestos de alfarería y que rompía doce meses después para ir a la Fira, no había esta vez suficientes dineros para celebrar tres tardes en los prostíbulos, que era la ilusión de año en año. A veces, durante el entierro se preguntaba qué diría don Julio, el cura, que iba unos pasos tras él entonando responsos, si supiera que tres entierros eran un orgasmo. Vicente descubrió el placer del sexo con la viuda del molinero. En aquellos años no estaba permitida la molienda libremente. La Fiscalía de Tasas solía jugar a la sorpresa. Cuando se presentaba, para incautarse el trigo y la harina y multar al atrevido molinero, difícilmente tenía éxito. El automóvil no podía llegar hasta el molino y en el puente siempre había alguien vigilando. El avisador tenía buenas piernas y cuando los funcionarios llegaban no había nadie en los alrededores, todos habían salido por detrás del edificio, cruzado el río y desaparecido en la oscuridad. En una de las noches plácidas, Vicente fue el último en la molturación. Era ya un muchacho alto, bien plantado, que aún no había entrado en quintas ni había manifestado con agresividad su esquizofrenia. Al acabar la molienda, ella le invitó a un café de malta, que era el café que había. Eran las cinco de la mañana. -¿Estás cansado, mante? Le preguntó. -No señora, no. -Si esperas un poco me lavo la cara y desayunamos juntos. Tengo tortas de chicharrones. pág. 165 El muchacho engulló sin dejar de mirar a su anfitriona. Los ojos se le iban hacia el escote que ella, descuidadamente, había ampliado desabotonándose la blusa hasta dejar ver el angosto de sus pechos. -Me miras como si nunca hubieras catado a una mujer. -Nunca, respondió él con voz temblorosa. -¿Te gustaría? -Mucho. A partir de aquella madrugada, casi todos los días se presentaba en el molino, mañana, tarde o noche. La tía Maximina le fue ilustrando en las técnicas amatorias. Ella, viuda joven, no estaba dispuesta a contener sus calenturas. Con tal secreta pasión llegó hasta el año de la mili. Cuando volvió se había acabado el chollo. Maximina había vendido el molino y se había ido a vivir a Barcelona. Dijeron que se había amigado, lo que le enfureció. A partir de entonces, sus ansias las acallaba con el vicio al alcance de la mano y la Fira. Cada vez que en alguna fiesta se pasaba de vino pregonaba las noches de pan candeal. Como amante despechado disfrutaba narrando las efusiones de Maximina de quien, antes, nadie habría sospechado., Eran ya casi ´vísperas de la Fira y solamente cabía la posibilidad de que muriera el tío Cojolabota. Le decían así porque a causa de su deficiencia física siempre tuvo que usar una bota especial para equilibrar la diferencia de longitud de sus piernas. Estaba más allá que aquí, pero el día de los santos Abdón y Senén, patronos de la agricultura y a quienes se invocaba para evitar el pedrisco, su familia y algunas vecinas rezaron un rosario por su mejoría. La invocación a “los santos de la piedra” tuvo que ver con la creencia de que el estado del enfermo estaba agravado por la litiasis renal, los cálculos. No pudo comprobarse científicamente que Abdón y Senén intervinieses en la mejoría, pero al paciente, un día después, lo pudieron levantar de la cama y lo acomodaron en un sillón de asiento de enea, macizo y de alto respaldo, casi como un trono. Después de la puerta de la casa, siempre abierta, se veía al doliente. Vicente, todos los atardeceres, se pasaba por delante de la casa del agonizante que seguía sentado. Se iba enfurecido al comprobar que no había visos de entierro. Pero no perdía la esperanza. Del tío Cojolabota pág. 166 dependía la tercera jornada de holganza. Una noche, desesperanzado por la terquedad del viejo, que no daba su cuello a torcer, no se pudo contener y desde el umbral le gritó: -Tío Cojolabota, se muere ¿o qué? Tuvo que salir corriendo para escapar del hijo del viejo que se fue tras él. No lo alcanzó y fue mejor así. Pero su acción le privó de un cliente. Dos meses después no se atrevió a formar parte del cortejo fúnebre. No completó ahorros suficientes para tres tardes de gloria sexual, pero en la primera, cuando el camión del tío Payá apareció en la puerta de la Guindalera, el bar en el que se cruzaban las apuestas sobre las partidas de “raspall”, se colocó el primero para saltar a la caja del vehículo. Aquella tarde había más gentes que de costumbre porque se estaba disputando una reñida partida. Choa, Choeta y Hornerico, tres hermanos, se estaban enfrentando a Perico y Manolete y la cosa no llevaba visos de terminar pronto porque los juegos eran muy igualados y del “val” se volvía frecuentemente al “iguales a treinta”. Las apuestas estuvieron a favor del dúo que acabó ganando. Al acabar la partida, el camión fue tomado al asalto. Había quien tenía el encargo de comprar cazuelas de barro y quien tenía que adquirir orzas para conservar en adobo el lomo de la matanza. Pero eran los menos. La mayoría buscaba los prostíbulos de la calle Tomás. Cuando él llegó a la Alameda vio que la cola llegaba hasta allí. Se llenó de impaciencia. En tales condiciones era imposible escoger pareja. A él le gustaba Olga, morena fornida que había sido almacenera y que poseía espléndida delantera. Era la única que no temía complacerle porque, cuando se sobrepasaba, le daba un apretón testicular que lo amansaba. Se puso en lo peor e imaginó que tendría que ocuparse con una “mistiguette”, una moza escurrida en carnes de las que siempre acababan contando que estaban allí porque las embarazó el novio que no quiso dar la cara. A él le gustaban las redondas, curvilíneas. La cola se le hizo eterna. Al fin entró en “Casa la francesa”. Ocupó el último asiento del banco corrido en el que se guardaba el turno. Algún mozo nervioso estrujaba la boina con ambas manos. Se miraban todos avergonzados como no queriéndose ver. Cuando le llegó la vez, la chica que le cupo en suerte era a su estilo, maciza, de prietas carnes y pecho robusto. Pagó las doce pesetas de la ocupación y se fue a la habitación con Presentación, joven que no pertenecía a la nómina de la casa. Estaba allí de refuerzo para las fiestas. pág. 167 Antes de que ella se desabrochara la blusa él ya estaba en taparrabos. Fue desnudándose por el pasillo. No tenía espera. Pero tan solos unos instantes después se le vio salir con los pantalones en la mano y a Presentación desnuda tras él, llorando y maldiciéndole. Llevaba el pecho derecho sangrando por el pezón y no dejaba de gritarle: -¡Hijo de puta, hijo de puta! El echó a correr sin tiempo para cubrirse y en la misma esquina fue detenido por un guardia. Pasó el resto de la Fira en los calabozos acusado de escándalo público. Le sobró medio presupuesto. Foto: Fira de Xátiva a mediados de siglo XX pág. 168 RELATO 51: El cuento de “La Pajarica” Autor: José Granero Liberia “Pepe Liberia” / Chella Si el significado es el modo en que ocurren las cosas, y el propósito es el fin que se le quiere alcanzar, contar el cuento de “La Pajarica” es la forma que significa el modo y el alcance de un propósito. Si recordar es volver a vivir, recuerdo en las noches frías del invierno, alrededor del fuego después de cenar, cómo mi padre nos contaba el cuento de “La Pajarica” a mi hermano Salvador y a mí. Una vez uno, otra vez otro, caíamos en la trampa del final del cuento, y así era más gratificante para el contador, que con el significado alcanzaba el propósito. Desde muy corta edad lo aprendí de memoria, y el cuento vivía acomodado en mi cerebro, siempre a la espera de presentarse a la escena más conveniente para contarlo, vistiéndolo con la palabra. ¡Y llegó la hora! El escenario era el idóneo, los escuchantes fenomenales mis compañeros de clase - , destacando uno por encima de todos: mi querido y recordado maestro don José Grau. Así, el cuento de “La Pajarica” ya tendría su significado y su propósito final. En la escuela, con don José, las mañanas que llovía, durante el recreo no salíamos al patio, nos quedábamos dentro de la clase y formando un ruedo le gustaba a don José contarnos alguna historia o cuentos. Cuando acababa nos invitaba a nosotros a que contáramos alguna historia o cuento. La mañana en que se dieron todas las circunstancias que ya se han relatado, después de reflexionar un poco me animé a contar el cuento de “La Pajarica”, queriendo con el significado alcanzar el propósito, que no era otro que cayera al final don José. -¡Don José, don José, voy a contar el cuento de “La Pajarica”! –exclaméHe de decir que es un cuento bastante largo, requiere mucha memoria, hay que estar al tanto y me tenéis que ayudar, simplemente en saber dónde me he quedado y decírmelo ¿vale?, y así seguir contándolo. Don José asintió con la cabeza y empecé a contarlo. Añado al lector actual que lo voy a narrar tal como lo aprendí, en chellino: -Aunquevá y era una pajarica que se rompe una pata en el yelo. -¡Yelo! ¿Por qué eres tan malo que rompes la pata a la pajarica? -¡Aún hay otra cosa más mala que yo! pág. 169 -¿Quién? – ¡El sol que me derrite! -¡Sol! ¿Por qué eres tan malo que derrites el yelo y el yelo rompe la pata a la pajarica? – ¡Aún hay otra cosa más mala que yo! -¿Quién? – ¡Los nuglos que me tapan! -¡Nuglos! ¿Por qué sois tan malos que tapáis al sol? ¡el sol derrite el yelo, y el yelo rompe la pata a la pajarica! -Aún hay otra cosa más mala que yo. -¿Quién? – ¡El aire que se nos lleva! -¡Aire! ¿Por qué eres tan malo que te llevas los nuglos? ¡Los nuglos tapan el sol, el sol derrite el yelo y el yelo rompe la pata a la pajarica! -¡Aún hay otra cosa más mala que yo! -¿Quién? – ¡La pared que me detiene! -¡Pared! ¿Por qué eres tan mala que detienes el aire? ¡El aire se lleva los nuglos, los nuglos tapan el sol, el sol derrite el yelo, y el yelo rompe la pata a la pajarica! -¡Aún hay otra cosa más mala que yo! -¿Quién? -¡La rata que me ujera! -¡Rata! ¿Por qué eres tan mala que ujeras la pared? ¡La pared detiene el aire, el aire se lleva los nuglos, los nuglos tapan el sol, el sol derrite el yelo y el yelo rompe la pata a la pajarica! -¡Aún hay otra cosa más mala que yo! -¿Quién? -¡El gato que me come! pág. 170 -¡¡Gato!! (A la altura ya del cuento conviene recalcarlo para decir luego: ¿en qué nos hemos quedado?) ¿Por qué eres tan malo que te comes a la rata? ¡La rata ujera la pared, la pared sostiene el aire, el aire se lleva a los nuglos, los nuglos tapan el sol, el sol derrite el yelo y el yelo rompe la pata a la pajarica! Ahora es cuando se pregunta ¿En quién nos hemos quedado? Siempre habrá alguien que te lo diga. En el caso que nos ocupa fue don José: -Nos hemos quedado en el gato. -Gracias, don José. Seguimos ahora con la contestación del gato: -¡Aún hay otra cosa más mala que yo! -¿Quién? -¡El palo que me pega! -¡Palo! ¿Por qué eres tan malo que pegas al gato? ¡El gato se come a la rata, la rata ujera la pared, la pared detiene el aire, el aire se lleva los nuglos, los nuglos tapan el sol, el sol derrite el yelo, y el yelo rompe la pata a la pajarica! -¡Aún hay otra cosa más mala que yo! -¿Quién? -¡El fuego que me quema! -¡Fuego! ¿Por qué eres tan malo que quemas el palo? ¡El palo le pega al gato, el gato se come a la rata, la rata ujera la pared, la pared sostiene el aire, el aire se lleva los nuglos, los nuglos tapan el sol, el sol derrite el yelo y el yelo rompe la pata a la pajarica! -¡Aún hay otra cosa más mala que yo! -¿Quién? -¡El agua que me apaga! -¡Agua! ¿Por qué eres tan mala que apagas el fuego? ¡El fuego quema el palo, el palo le pega al gato, el gato se come a la rata, la rata ujera la pared, la pared detiene el aire, el aire se lleva a los nuglos, los nuglos tapan el sol, el sol derrite el yelo, y el yelo rompe la pata a la pajarica! -¡Aún hay otra cosa más mala que yo! -¿Quién? pág. 171 -¡El burro que me bebe! -¡¡¡Burro!!! (Conviene recalcarlo bien, porque es el final del cuento y el alcance del propósito) -¿Por qué eres tan malo que te bebes el agua? ¡El agua apaga el fuego, el fuego quema el palo, el palo le pega al gato, el gato se come a la rata, la rata ujera la pared, la pared detiene al aire, el aire se lleva a los nuglos, los nuglos tapan el sol, el sol derrite al yelo, y el yelo rompe la pata a la pajarica! Ahora quedamos unos segundos pensativos y se vuelve a preguntar: ¿En quién nos hemos quedado? De nuevo don José, con ese aire de superioridad como era normal siendo el maestro, contestó: -“Babieca”, nos hemos quedado ¡¡en el burro!! A lo que le contesté, y sin salirme del guion del cuento: -¡¡Pues le levante el rabo y le bese el culo!! Al unísono sonó una estruendosa carcajada en toda la clase. Don José, con el mosqueo detrás de la oreja, pensativo y dudoso se quedó inmóvil por un momento. Menos mal que empezó pidiendo explicaciones, a lo que le dije que la gracia del cuento era ese final y, que por favor, me perdonara. Respondiendo don José: -¡”Babieca”, ven aquí! Mirándome a los ojos con una leve sonrisa me pegó una pequeña “bascollá”, acompañada de una caricia, y así zanjó el asunto, no sin quedar el resto de la mañana pensativo, y de vez en cuando mirándome con una leve sonrisa. Fotos: don José, el más alto y corpulento junto a otros maestros de Chella. Abajo, más joven, en sus primeros años en nuestra escuela. pág. 172 RELATO 52: De Quesa a la Gran Muralla: Homenaje a Paco Frígols Autor: José Luis Ponce / Valencia Quizás pueda sonar a disparatado un título como el “De Quesa a la Gran Muralla” para hacer un pequeño homenaje al recién desaparecido Paco Frígols ¿Acaso se va a narrar algún viaje alrededor del mundo partiendo de Quesa, donde además se sabe de forma fehaciente que no hay aeropuerto? ¿Es un acertijo para mentes privilegiadas? Nada de eso, es todo mucho más sencillo, se trata sólo de darle un giro a la manera lineal de contar un pequeño resumen de una trayectoria deportiva. Y me ha parecido un buen momento empezar con un histórico partido de fútbol que, un grupo variopinto de futbolistas formado en unas horas en el bar de Manolito, a mediados de la década de los setenta del pasado siglo XX, tuvo que desplazarse a Quesa, invitados por la junta de fiestas, en plena canícula para cubrir la oferta deportiva con un partido entre los locales y un equipo del famoso pueblo de Chella, y como “por Chella lo que haga falta” era un lema y algo honroso para nosotros, aceptamos el reto aun sabiendo que a más de uno nos pasaría factura una buena dosis de agujetas por la falta de práctica y en mi caso fue la uña del dedo gordo del pie morada por largo tiempo por ponerme unas botas dos números más pequeños de mi talla, pero no habían otras. Además tuve que jugar de portero, sin gafas y con una ya desarrollada miopía, eso sí que era un reto añadido. Pero en aquel equipo tuve la suerte de tener delante de mí una defensa que ya quisieran haber tenido otros. Por la derecha mi amigo Quique, del bar Manolito y el que me dejó las botas, brioso y del estilo “pasará el balón pero no el jugador”. Por la izquierda un mito del fútbol chellino como Tantín, que igual jugada de defensa izquierdo o interior, de fútbol más elegante y técnico pero que sabía sacar la pierna cuando hacía falta. Y en el centro de la defensa estaban la dupla formada por Payali, sólido y seguro, y a su lado comandando la nave Paco Frígols, curtido en mil batallas defensivas contra grandes del fútbol nacional. “Asina” cualquiera estaría tranquilo como portero, y a la postre sólo recuerdo tres o cuatro veces que se acercaron a puerta, aunque en honor a la verdad hice una gran parada salvando nuestra portería, levantando instintivamente las manos y cerrando los ojos ante un fuerte disparo pero conseguí desviarlo a córner. En nuestro equipo dirigía la batuta, en la zona media, un joven habilidoso apodado “El argentino”. El partido estaba acabando con una victoria nuestra de uno a cero y aquí, en los minutos finales, para evitar problemas ante el apretón último de los quesinos salió la experiencia de Paco. El campo estaba emplazado en una pág. 173 zona alta de Quesa con lo que en una jugada sin peligro, haciéndose el tonto dio un fuerte patadón al balón en dirección a las rampas de bajada del campo y se tardó cinco minutos en recuperarla, pues por entonces no había balón de reserva, hasta eso había previsto Paco, y así acabó el partido al poco, por agotamiento del equipo local en recogida de balones. Cero a uno y yo pasé al libro Guinness de los records como portero de Chella imbatido en toda su carrera deportiva, claro que ya nunca más volví a jugar. Tras el partido nos llevaron al ayuntamiento, donde en un patio interior nos dieron una refrescante ducha ¡con una manguera de mano dirigida gentilmente por el “polisero”del pueblo! Pero luego nos resarcimos de tamaña aventura con una estupenda “torrá” de carne y embutidos con que nos obsequiaron las acogedoras gentes de Quesa. Aún hoy, cuarenta años después rememoramos con alegría tan gran y venturosa odisea futbolística. Paco empezó a jugar al fútbol en nuestro flamante y pedregoso campo de las Eras, donde él y otras muchas figuras se fueron forjando. En la primera foto de arriba, lo vemos siendo un chaval de 17 o 18 años, en el Chella de Rosegó, con compañeros como Robert, Botifarra, Joaquín, Juan Antonio o el portero Seguí. Sus facultades fueron observadas por el Olímpico de Játiva, su siguiente destino. De allí pasó al Mestalla, jugando también en equipos como el Torrent y especialmente en el Gandía. Con ficha en el Mestalla. Pasieguito, antiguo jugador del Valencia y luego entrenador del Sabadell lo reclama para el equipo catalán y para allí que se fue junto a otro valenciano como el portero Martínez, que tiempo después vendría a Chella paras asistir a la boda de Paco. Eso era por el año 1967, y el salto fue importante al pasar a una primera división nacional. Allí estaría hasta el 1969, dos temporadas y su especialidad ya por entonces fue el marcaje al hombre, nada de teorías raras como el marcaje por zonas que se puso luego de moda. Cualquier jugador contrario hábil debía ser marcado como su propia sombra. Paco fue un modelo en esta especialidad, calificándosele como un defensa “expeditivo y enérgico”, cosa normal habiéndose criado deportivamente en el terruño de las Eras. pág. 174 El siguiente paso en su carrera fue el fichaje por el Real Betis Balompié, una institución en Andalucía, allí jugó en segunda y luego consiguió subir a primera. Allí jugó sus mejores partidos y consolidó sus cualidades como jugador. Marcó varios goles, dos de ellos, los más recordados fueron uno al Atlético de Madrid y uno más importante, al Español de Barcelona, en un duelo jugado el 15-4-1973 que acabó con empate a dos, marcando Paco el empate definitivo en el minuto 76 y privando al Español de la victoria que le hubiese aupado a la cabeza de la liga. El Español tenía por entonces un gran equipo en el que además jugaba otro chellino, Rafael Granero “Maxemina” como lateral derecho. Aquel partido tuvo por lo tanto un chellino en cada equipo y acabó en empate. También se recordó el partido por la expulsión de Roberto Martínez, jugador del Español, tras un pequeño choque con Paco. Paco pues logró dos cosas, que el Español jugara con inferioridad numérica y encima les marcó un gol, éxito doble. Años después, Rafael y Paco se volvieron a ver en un amistoso en Chella entre nuestro equipo y un combinado del Español, jugando además media parte juntos en el Chella. En el Betis coincidió con jugadores como Del Sol o el portero Pesudo, natural de Almassora (Castellón) y que antes había sido portero del Valencia y del Barcelona. El padre de Paco, el tío Marianico, compraba todos los lunes, en el estanco de “Pepito el Cartero”, el semanario “La Hoja del Lunes” que estaba dedicado en gran parte a las crónicas de los partidos jugados el fin de semana, para leer los comentarios de los partidos de los equipos por los que fue jugando Paco a lo largo de su vida deportiva. Los lunes en los periódicos no se hablaba de otra cosa que no fuera deportes. El tío pág. 175 Marianico y mi hermano, gran aficionado al fútbol, departían animadas “charraetas” en la calle Higueral sobre los resultados del domingo. En Sevilla estará hasta el año 1973 en que es traspasado al Mallorca, él y un portero del Betis fueron cambiados por un jugador del Mallorca, equipo por entonces en segunda división. Allí la experiencia ya no fue tan buena, no por Paco, sino por la estructura y el nivel del equipo que no consiguió llegar a los objetivos previstos. Aun así, allí se le siguió considerando un gran jugador. Dos años en la isla ya fueron suficientes y Paco se volvió al final de la temporada de 1975 para su terruño chellino y su bar Manolito, fichando de nuevo por el Olimpic, como manera natural de ir cerrando su camino deportivo como una ida y vuelta a sus orígenes. En esta época final las crónicas de los partidos en la Murta las realizaba para radio y prensa don Luis Martí Cuerpo, años atrás maestro en Chella, y que siempre finalizaba sus crónicas con lo de “por el Olimpic han destacado fulano, fulano….y Paco Frígols”, a don Luis siempre le quedó grabado el amor a Chella. Jugar en el Olimpic era ya como estar en casa, así que por entonces volvió a ser un cliente habitual en el bar de Manolito, y de allí enlazaríamos con la aventura del partido de Quesa ya comentado. Paco también jugó algunos partidos y entrenó al Chella en donde también se le hizo un partido homenaje a su carrera deportiva, pero su auténtico colofón futbolístico fue en el año 1981. En aquel verano se organizó en nuestro pueblo un campeonato de futbito, deporte que se había puesto de moda, y con base en el bar de Manolito se formó un memorable equipo, bautizado como “Coco-Loco´81”con jugadores de la talla de Carmelo “Blumer”, hábil y exquisito con el balón, hasta que se asfixiaba. Jugadores del Chella como el portero Fran, el espigado Talala, el extremo Boluda, o Tantín el más grande de los suplentes. Jugadores correosos como Rabosa o Diego y en la defensa, se repetía lo de Quesa, Payali y Paco Frígols. Aquel equipo además tenía un asesor técnico (mi hermano Roberto), un entrenador pág. 176 (Columbo), un tesorero (yo) y hasta un cubatero mayor (mi primo Pepito el Pancho) o un presidente tan emblemático como Lucho, en definitiva una estructura digna de admiración. Enfrente hubo grandes formaciones, con jugadores como José Carlos Granero “Poché”, flamante defensa derecho del Valencia C.F., o del gran goleador del Chella, Tomás Prieto, alias “Macuín” comandando el temido equipo “Tecnhafú”, resumen o acróstico de “técnica, habilidad y furia”, que con su latiguillo célebre de “Tuita…miita…piu…cui…y gol” trataron de intimidarnos pero el gran Coco-Loco´81 contrarrestó con maestría dicha maniobra con otra mejor que hizo escuela: “Tuita…miita…cui…piu…y gol…..de Coco Loco”. En la gran final Coco Loco goleó a Tecnhafú alcanzando la gloria aún mantenida en el olimpo y que será recordada por luengos años venideros. En aquel equipo Paco concentró toda su sabiduría balompédica, en el pequeño campo formado en el patio de las escuelas, con el rasposo suelo de cemento, en el que no dudaba de lanzarse a cortar una internada del equipo contrario como si estuviera en un campo de césped jugándose el tipo en más de una ocasión para salvar algún gol casi cantado. De esos partidos fue de donde salió su último apodo de “La gran muralla”, por razones obvias, con su altura de 1,83 cm. y 80 kilos de peso cualquiera se le arrimaba. Así se cerró definitivamente el círculo de su carrera futbolística, con el cariño y la admiración de las gentes de su pueblo. Paco siempre fue muy profesional en su vida deportiva y contaba que uno tiene que entregarse y cuidarse al máximo en cada partido, dejando la diversión o las copas para cuando terminen, pero nunca antes. Ahora ya por fin entendemos el sentido del extraño título del relato “De Quesa a la Gran Muralla”. Como cliente del bar Manolito, enfrente de mi casa, coincidí muchas veces con él. En verano de vez en cuando nos invitaba a alguno del grupo habitual, de sus amigos o de los más jóvenes que habíamos hecho amistad a dar una vuelta, por ejemplo por Játiva, pero siempre de forma apacible sin ningún tipo de exceso, ni de alcohol ni similar. Una noche nos fuimos un grupito con él a dar una vuelta por la Fira de Xátiva, y entre que hacía calor y se estaba muy a gusto paseando por las casetas y tomando algunas bebidas frías, “charrando” animadamente de fútbol o de otras cosas cuasi inocentes, cuando nos dimos cuenta empezaban a cantar los primeros gallos del amanecer y llegábamos a Chella cuando la tía Severina, mi vecina de la calle San Antón, la más pág. 177 madrugadora, después de Eladio el del horno, había salido a “pegar una barridica” y a dar una buena “arrujadica” para refrescar el aún cálido ambiente. En Xátiva se le quería mucho por su historial en el equipo local, y una vez fuimos con él a una discoteca de allí y pasamos todos gratis porque “íbamos acompañando a Paco”. Paco nació en Chella el 5 de diciembre de 1944 y falleció el 20 de marzo de 2015 de forma sorpresiva de un infarto. Lo que no pudieron hacer las fuertes entradas y choques con sus rivales lo hizo finalmente su propio corazón tras algo más de 70 años de buena marcha. Se fue un gran jugador y un buen amigo para muchas personas, aún con su peculiar carácter con el que a veces prolongaba en la vida diaria el que manifestaba en los campos de juego, pero el que lo conocía un poco sabía que eso era sólo en el exterior, el fondo era otra cosa mucho mejor. Varios de los equipos en que militó le dedicaron homenajes, destacando el comportamiento del Real Betis guardando un emotivo minuto de silencio con música de fondo en el siguiente partido tras su muerte, que además fue televisado, y poniendo en el video marcador unas grandes fotos suyas. Además el club remitió a su familia en Chella una nota de pésame, que adjuntamos, recordando la gran labor de Paco en ese equipo y ofreciéndose además para cualquier cosa que hiciera falta, un gran detalle de señorío deportivo del equipo andaluz. Como siempre se dice que una persona no muere mientras se le recuerde sirva este pequeño relato-homenaje como recuerdo de un buen chellino. Descanse en paz. Foto adjunta: carta del Betis a la familia Frigols-Lila, cedida para este relato por Mariano Frígols, sobrino de Paco. Fotos anteriores: -Paco con el Chella en 1962. -Posando Sabadell. con el equipaje del -Con el Betis con la copa del ascenso a primera división. -En una jugada con el Mallorca. -Formación del Olimpic en 1976 -Escuadra del Coco-Loco´81 pág. 178 RELATO 53: Retornando a mis raíces Autora: Elvira Costa Martínez / Llagostera Anteriormente en el capítulo 44 hablé de una de mis amigas, Clarita, que en paz descanse. La otra es mi mejor amiga. Elvira Granero, casada con Manuel “el Farruco”. Su madre era prima de mi abuelo materno José Martínez. En realidad yo jugaba con las “muñacas” de la calle Libertad, ya que las demás eran todas mayores que yo, más cercanas a la edad de mi hermana Paquitin o de Consuelo, Visantica, y tantas otras de esta querida calle. Recuerdo con tristeza, que a veces me alejaba a jugar con Elvira a casa de sus padres, cuya vivienda estaba en aquel tiempo al lado de la de “Garbancito” que en paz descanse. Digo con tristeza, porque en esa esquina calle Cirujeda vivían los suegros de mi madre, y en consecuencia mis abuelos paternos, abuelos a los que nunca pude darles un beso, ya que a mí no me aceptaron. Mi madre se separó siendo yo un bebé, así que crecí sin conocer a esos abuelos que estaban tan cerca, solo a 100 metros de casa de mis abuelos maternos, con los que tengo los mejores recuerdos de mi niñez. Ellos y mi tía madrina Teresita son los que me cuidaron estando yo en Chella, y los que me han trasmitido el amor y el respeto a la tierra en que nací. ¡Cuántas veces he acompañado a mi abuelo José, a “la Senia”! Alli había una higuera, “la higuera del Pomico” ¡Qué buenas que estaban aquellas “bacoras” que cogíamos a finales del verano! Aún me parece oír la voz de mi abuelo, que me dice: -¡Hale Elvirita, sube ensima de la burrica que nos vamos a la güerta de la Senia a regar! Y también aún recuerdo el aroma de su tabaco, el que sacaba de su vieja petaca y liaba con un “librico” de papel de fumar. Como iba diciendo, mis abuelos paternos vivían en la esquina enfrente de mi tía Carmen Cuéllar. Yo iba muchas veces a su casa, ella nos quería mucho y siempre tenía la merienda para nosotras. Hoy en esa casa vive mi prima Isabel Ponce Cuéllar. pág. 179 Los adultos no se dan cuenta del dolor que han podido causarnos. Cosas de familia, cosas de la vida. Padre es aquel que nos ha criado, quien ha velado por nosotras y nos ha educado, quien te ha dado cariño, quien ha velado siempre por nuestro bienestar, y soy lo que soy gracias a estos dos hombres: mi abuelo José y a quien he considerado mi padre, Ernesto, al que he adorado y quién me ha transmitido el amor a la tierra chellina. Sé que ellos dos estarán contentos de sabernos de nuevo aquí en su tierra, en mi tierra, en mis raíces que también fueron las suyas. En el trascurso de los años todo cambia, pero lo que no cambia es el cariño que uno tiene por su pueblo y sus gentes, por Chella ya que en él perviven nuestros recuerdos unos mejores o alegres y otros tristes, pero de todo se aprende ya que son los recuerdos de nuestra infancia, la base de nuestra vida actual. Al regresar al pueblo, después de una larga ausencia la primera impresión que percibí con intensidad fue el perfume, un profundo aroma mezcla de tabaco y de azahar, la flor de los naranjos, en chellino “taroncheros”. Luego la alegría de encontrar a mi querida amiga Elvira que con cariño me abrió sus brazos y su casa, ella más que amiga se ha comportado conmigo como una hermana, siempre dispuesta para echar una mano. En la Senda Peña, tenemos buenos vecinos. En el verano, en las horas en que ya amainan los calores, sacamos las sillas en el “penal” de la calle formando nuestro particular “corrico”, y cada uno aporta algo de comer: Dora nos viene con sus famosas “habas sapatás”. Dora “la brialeta” siempre está dispuesta a echar una mano y además nos hace reír mucho con sus salidas y ocurrencias. Allí nos hemos encontrado muchas tardes a merendar; yo llevo mis “famosas” pizzas caseras. Visantica trae su sabroso pastel de café. Allí cada uno trae algo así que siempre estamos bien surtidos. Y Fina y mi prima Isabel nos deleitan contando chistes y anécdotas del pasado. Durante todo el tiempo que mi madre ha estado sola en Chella, los vecinos han venido a hacerle visita procurando que nunca se sintiese sola. María Jesús le compraba el pan, Dora le traía los medicamentos de la farmacia y a su nieta le encargaba hacer las compras. Mi prima Isabel ha estado todas las tardes haciéndole compañía. Mi tía Teresita le traía sus famosos pasteles. A todos estos vecinos y otros que también han ayudado les estoy agradecida de todo corazón, por la amabilidad y cariño hacia mi madre. Nosotros, mi marido y yo, pasamos parte de nuestro tiempo en “La Sotarraña” rodeados de “oliveras” y “garroferos”. Mi marido Georges pasa su tiempo intentando darles vida a estos olivos que nuestros antecesores plantaron con tanto cariño, esos fuertes y venerados árboles que les permitieron sobrevivir en aquellos duros tiempos de la posguerra. pág. 180 Desde la sierra, en el excepcional mirador natural que es “la Sotarraña”, miro con arrobo y extasiada la belleza que nos rodea. Desde aquí puedo contemplar cuatro pueblos de nuestra Canal de Navarrés. Poseo además el privilegio de tener como vecina a Milagros, siempre sonriente y paciente, ahora en su caseta de la montaña, cerca de la mía, sobrelleva lo mejor posible la ausencia de su marido Domingo. Todos los chellinos son bienvenidos. Un Recuerdo y una Carta abierta a mi abuelo José Estamos en 1955 y ya oigo la voz del abuelo José llamándome para que me despierte. Realmente no tengo ganas de levantarme porque tengo aun el sopor en la cabeza de alguien que tiene sueño. En verdad, estuve soñando con “las simas”, con el dragón oculto en la profundidad de ellas, camuflado bajo un montón de escombros. Al final es mi abuelo quién me salva de este animal sacándome de los brazos de Morfeo al hacerme volver a la realidad. -¡Hale Elvirita mante, dispierta y p´arriba que tenemos que ir a la güerta pa regar los taroncheros! Al llegar allí ¡Qué delicias, qué perfume! ¡El agradable perfume de los naranjos atiborrados de flores de azahar! “Gracias abuelo por aquellos momentos compartidos, gracias por tu cariño, gracias por haberme dado el gusto para amar la tierra, por esos recuerdos profundos que quedan en mi mente y en mi corazón. Ahora, estoy aquí escribiéndote estas palabras para ti, abuelo, porque te quiero. Sé que desde dónde estás, que seguro es allí arriba en el cielo, nos proteges, y estarás contento de ver que tu “nietica” Elvirita ha regresado a Chella y ha plantado sus raíces junto a las tuyas”. pág. 181 RELATO 54: Salvador Pallás, el pintor de Chella Autor: Salvador Pallás Gargallo / Chella El 5 de mayo del año 1.888 en la calle de Abajo de Chella, hoy Rafael Giménez del Río, casa de sus abuelos, nace Salvador Pallás Martínez, hijo único de una familia de arraigo campesino. Su padre, José Ramón Pallás Sarrión, era labrador propietario de varias fincas agrarias en Chella. Y su madre, Vicenta Martínez Ferrando. La familia Pallás-Martínez estaba domiciliada “en las afueras de la población, más allá de la actual calle de San Roque”, las calles y caminos eran de tierra, no había alcantarillado ni alumbrado público, salvo alguna lámpara de petróleo en algún portal. Las casas eran, en general, modestas y de una sola planta. Para viajar a Valencia había que desplazarse en tartana o a lomos de caballería desde Chella a Játiva, a la estación de San Felipe. Es la época en la que se forja la figura del chellino Agustín Granero Sarrión, más conocido como “El Chato”. Pese a la aparente aridez del terreno, en Chella fluyen numerosos pozos. En el siglo anterior se descubrió un nuevo manantial “El Abrullador” lo que supuso un crecimiento muy importante al transformar secanos en huertas. En 1900 Chella cuenta ya con 2700 habitantes, con una economía basada en el cultivo del trigo, cebada, maíz y producción de vino, aceite y seda. Los padres de Salvador Pallás eran mayores cuando éste nació, el padre tenía 54 años y la madre 36 y, pese a ser propietarios de tierras, en su mayoría dedicadas al cultivo de la viña, no disfrutaron de una posición desahoga. Su madre Vicenta Martínez había trabajado muchos años, hasta que se casó, en la casa de la familia Ramón Rubio en Valencia, unos comerciantes de productos de droguería. Salvador Pallás, tras terminar la enseñanza primaria en Chella se traslada a Valencia a esa casa para iniciarse en el mundo del arte. Por mediación de esta familia ingresa en la pág. 182 Asociación de Católicos de Valencia en la que Salvador está dos cursos en los que sobresalió en sus estudios con varios premios. Con 15 años de edad aprueba el examen para ingresar en la Real Academia de Bellas Artes de San Carlos en Valencia. De 1903 a 1908 realiza varios cursos de dibujo, anatomía, etc. y en 1909 siendo aún estudiante participa en la Exposición Regional Valenciana organizada por el Ateneo Mercantil. Salvador es premiado con medalla de plata en la sección de Enseñanzas Artísticas. Allí es premiado también otro chellino, Pedro Granero Navarro (padre de don Eugenio Granero) en el apartado de pirotecnia. Ese mismo año cumple 21 años y tras varias revisiones y alegaciones queda libre del servicio militar. En los siguientes años sigue estudiando y perfeccionando su arte y en 1914 realiza una exposición en el Círculo de Bellas Artes de Valencia en donde expone más de 50 obras de las que aparecen varios comentarios en prensa como el del Diario Valencia: “Una de las causas del éxito de Salvador Pallás se debe de un modo particular a su apasionamiento por el natural, al concienzudo estudio, siempre dentro de los límites de la discreción, ya que una copia servil de la naturaleza no sería el verdadero camino que conduciría a Pallás a la realización de sus más caras aspiraciones”. También destaca la crítica del periódico “La Voz de Valencia”: “Salvador Pallás es un joven trabajador infatigable, que estudia y prospera, recibiendo lJuva recompensa a su trabajo, con el elogio del público inteligente y la venta de muchas de sus obras, porque todas ellas merecen los tales honores” En 1915 pinta los retratos de los condes de Buñol. En 1916 Salvador participa en la exposición de la Juventud Artística Valenciana y la prensa recoge el evento: “Indudablemente este joven es el que más amor y sentimiento pone en sus estudios, y por ello los paisajes que ha llevado a la exposición constituyen la nota sobresaliente y , brillante de la misma. Pinta con sinceridad y ve el color prodigiosamente, prometiendo mucho sus pinceles que laboran con provecho y éxito. Tiene, aparte de otras obras, un paisaje montañoso a la luz del sol, tan divinamente trasladado a la tela, que admira y llama la atención”. En 1917 se celebra la segunda exposición en la que Salvador expone varias obras obras siendo galardonado con la Medalla de Plata. pág. 183 En 1924 decide trasladarse a Chella, aquí se dedicaría a pintar por encargo, en especial retratos. En cuanto a las tierras heredadas de su padre, la mayor parte eran administradas por José Granero Moragues “Marula”. Foto: escena en “La Peña” de Chella. En 1925, el ayuntamiento de Ayora, con el chellino don Godofredo Talón Granero como secretario municipal, nombra a los Reyes de España, Alfonso XIII y Victoria Eugenia, alcalde y alcaldesa honorarios de la villa y encarga al pintor Salvador Pallás la confección de un pergamino artístico que fue llegado a la Corte por una comisión del ayuntamiento. En 1928 la revista local “Juventud Enguerina” publica una pequeña entrevista a Salvador Pallás e incluye dos retratos de los ilustres Garnelos dibujador por el artista. Escribía el entrevistador: “Quedé extasiado en la contemplación de los retratos y estudios de color con que este maestro tiene decorados los muros de su morada. Pallás es modesto y humilde, no como los que triunfan, sino como los que valen”. Salvador, según sus propias palabras por entonces “me encontraba contento y tranquilo: tengo mi familia y estoy en mi pueblo”. En 1929 se instala en la calle de La Luna, 33 (actual San Roque) con su mujer Purificación y su suegra Angelina. En 1930 nace su primer hijo, una niña que fallecería siendo bebé. En 1932 nace su hija Carmen. En 1933 participa en una exposición en el Ateneo Mercantil en Valencia. En 1934, esperando “besones” se traslada la familia al número 21 de la calle, esquina con la calle Nueva y en junio nacen los mellizos Salvador y Manuel. En octubre participa en una exposición en los Jardines de los Viveros y la prensa destaca su obra: “Salvador Pallás demuestra ser uno de nuestros mejores paisajistas; sus notas, suaves, muy agradables y llenas de sentimiento, seducen intensamente. “Piteras”, “Calle de Chella”, “Amanecer” y “Paisaje” tienen detalles de gran belleza”. pág. 184 En 1935 participa en la Exposición Regional de Pintura y expone 30 cuadros en el Ateneo. La prensa vuelve a destacar su arte:”En el Ateneo Mercantil se inauguró ayer una exposición de paisajes de Salvador Pallás. Este pintor ha escogido como tema de sus cuadros los lugares más sugestivos de los pueblos de la Canal de Navarrés, y este pueblo y Chella, y Anna y Bolbaite nos descubren, por la interpretación pictórica de Salvador Pallás una serie de aspectos bellos y característicos. Pallás es un impresionista de nuestra estirpe; un impresionista vibrante que capta con energía o delicadeza los matices y el ambiente del paisaje. Pero las impresiones de Pallás no son obras en las que sólo se señala el técnico, sino también el artista de espíritu sensible y todos los cuadros de la exposición actual en el Ateneo lo confirman plenamente”. Hasta 1936 participa en otras exposiciones. Ese año José María Bayarri publica un libro titulado “Pintura y Escultura en Valencia actual”. De Salvador Pallás dice: “Se alejó un día de nuestros medios artísticos. Allá en Chella lo sabíamos pintando. Han venido después unas exposiciones y en ellas cuadros de Pallás. Todos aplaudimos, porque siempre el pintor valenciano había triunfado. Una exposición de pintura del amigo ausente y vuelta la consideración hacia él. Paisajes de oro de Chella, bodegones bien entonados. El Pallás de la primera juventud”. SALVADOR EN CHELLA Salvador Pallás tenía dos aficiones: pasear por el pueblo y alrededores, y mantener tertulias con sus amigos. En sus paseos solía pararse a hablar con los viejos del lugar sobre las cuestiones del campo, ya que, aunque él no se dedicara a tales labores, siempre se interesaba por todo lo relativo a la agricultura sin olvidar sus raíces. Fue amigo de personajes como Federico Granero Peris, Juan Lacomba Guillot, Vicente Ponce, Eugenio Granero o los condes de Buñol, con los que gustaba tener tertulias. Federico Granero fue médico de Chella desde 1919 hasta 1969. Juan Lacomba fue maestro en Chella en los años de la República y era gran apasionado de la pintura y un gran poeta. Vicente Ponce fue compositor y gran apasionado de la música, director de las primeras bandas de música de Chella. Eugenio Granero fue maestro en Chella desde los años 40 y también pirotécnico, oficio que heredó de su padre Pedro Granero. También fue amigo de los condes de Buñol que vivieron en la casa señorial de la calle Nueva, para ellos pág. 185 Salvador hizo varios retratos de ellos o el gran lienzo “El martirio de San Bartolomé”. En los años de la guerra civil, Salvador permaneció en Chella. En 1938 empieza a pintar el interior de la iglesia de Chella: el paisaje que hay en la capilla del Cristo con las vistas nocturnas desde el Monte de los Olivos; el Manifestador del ábside del altar mayor, copia de Juan de Juanes; las pinturas del interior de la cúpula que representan a Jesús del Sagrado Corazón con una serie de ángeles con motivos eucarísticos, restauradas en 2004; y Los Evangelistas de las pechinas de la cúpula que, debido al deterioro causado por las goteras de la cúpula fueron sustituidos por lienzos superpuestos sobre los originales. La cúpula fu restaurada en 2010. En 1939 nace su cuarto y último hijo, José Ramón. Fotos: pintando a S.Francisco para la iglesia de Bolbaite y cuadro de calle San Roque. pág. 186 LOS AÑOS DE LA POSGUERRA En los años 40 realiza obras para las parroquias de Carcaixent y Bolbaite y varias exposiciones en Valencia de las que la prensa destaca: “Salvador Pallás es un paisajista con facultades y sensibilidad que para ellos quisieran otros pintores de más cartel y mayores pretensiones. Pero Pallás es un artista que tan sólo aspira a vivir, ni envidiado ni envidioso, en su pintoresco retiro de Chella, copiando los agrestes paisajes de aquellos contornos. En su obra se refleja un alma sencilla, apacible y abierta a la emoción. Y una formación pictórica que no es de primerísima orden, aunque sí suficiente y certera, sobre todo en los óleos de asuntos paisajísticos”. En septiembre de 1947 muere su suegra Angelina Catalá Plá. En su casa de la calle San Roque, aparte de su incansable trabajo en la pintura, por las noches se dedicaba a enseñar a leer y escribir a los jóvenes que no habían tenido la oportunidad de ir a la escuela por tener que ayudar a la economía familiar trabajando en el campo, y tenían que ir al servicio militar. Según el relato de su hija Carmen, cobraba una peseta al mes, y ella se encargaba de ir por las casas para cobrarle esa peseta al que podía pagarla, ya que el que no podía, no pagaba. LOS ÚLTIMOS AÑOS EN VALENCIA-BARRIO DE RUZAFA Foto: Salvador Pallás junto a su esposa Purificación y sus hijos José y Carmen en su residencia de Valencia en 1958. En 1958, debido a la falta de oportunidades que ofrecía Chella para sus hijos, la familia se traslada a Valencia y alquilan un piso en el barrio de Ruzafa. En esos años Salvador colabora con artistas falleros realizando delicados trabajos de pintura sobre los ninots de cabezas y manos de cera. En 1957, el año de la gran riada de Valencia, Salvador recibe una pág. 187 carta de Salvador Granero “Marula” desde París, en la que comenta la próspera vida que allí disfrutaban los exiliados económicos de Chella, en parte gracias a la ayuda de Carlos Fabra que los empleaba en Chistofle, la empresa en la que trabajaba su hijo político Jean-Louis. Esa fue “la suerte” que corrió si hijo Salvador a finales de ese año, el cual tuvo que abandonar sus estudios, en los que destacaba como su padre, para emigrar a París para ganarse la vida. Por otra parte Manuel se traslada ese año a Cádiz para progresar en su carrera de futbolista. En 1959 nuestro pintor viaja a París junto a su esposa para visitar a su hijo Salvador. Allí estuvieron dos semanas, visitando todos los museos de la ciudad, quedando fascinado Salvador con las pinturas de los impresionistas franceses a los que admiraba, y algo desconcertado después de ver las obras del Museo de Arte Moderno con sus estilos extraños a sus ideales artísticos. Allí vería a muchos paisanos chellinos que habían emigrado, como Vicente Albert “Picarín” en la “chambra” del cual dormirían Salvador y Purificación; o Salvador Granero y Vicenta Bellot que acompañaron a Salvador y Purificación a visitar el Palacio de Versalles, símbolo de la Revolución francesa y de la Ilustración, y según el relato de éstos chellinos, Salvador Pallás al contemplarlo dijo: “Ya me puedo morir tranquilo”. Y, como si sus palabras hubiesen sido premonitorias, Salvador falleció poco tiempo después, en su domicilio de Valencia, el 22 de febrero de 1960 a los 72 años de edad. A su entierro, en el Cementerio Municipal de Valencia, acudieron numerosos vecinos de Chella y amigos del artista como Juan Lacomba, José Prat o el escultor Victorino Gómez el cuál recibiría el encargo de realizar la placa conmemorativa para la calle que le dedicaron en Chella en1961. En 1985 su familia traslada sus restos a Chella, el pueblo que lo vio nacer, el pueblo que lo inspiraba y cuyos paisajes representó con asiduidad en sus obras. En el tomo III del “Diccionario de los artistas valencianos del siglo XX” de Francisco Agramunt quedará siempre para la historia una reseña de nuestro gran artista chellino. Foto: cuadro autorretrato de Salvador Pallás. pág. 188 RELATO 55: Remembranzas de un maestro en Chella Autor: Luis Martí Cuerpo / Xátiva (adaptación de J.L.Ponce) Nota/Introducción del recopilador: este relato es una adaptación de parte de la autobiografía de don Luis Martí Cuerpo, de la que hicimos un prólogo para la edición especial de 2013, rememorando nuestros tiempos de alumno suyo en la década de los sesenta. En concreto se centra en los ocho años (1960 a 1968, los de “la década prodigiosa”) en que don Luis marcó una época inolvidable en la enseñanza de nuestro pueblo. Esta es la historia breve de sus ocho años “chellinos”, sus vivencias y recuerdos en nuestro pueblo, que fue de gran beneficio para ambas partes. Las notas breves que intercalamos en el relato de don Luis las indicamos como “NR” (nota recopilador). En el año de gracia de 1934, a las 22 horas de un 22 de diciembre, como un premio de lotería, vienen al mundo en un pueblo de la isla de La Palma (Canarias) los hermanos gemelos Luis y Segundo Martí Cuerpo, hijos de un valenciano de Xátiva y de una andaluza de Huelva, que eran maestros destinados en aquellas tierras isleñas. Años después los encontramos establecidos en la localidad valenciana de Puebla Larga. Tras estudiar medicina y enseñanza, Luis, con 25 años consigue su primera plaza en propiedad como maestro, dispuesto a ir donde “Dios me tenga reservado”, pues cuando uno es joven y con la ilusión del primer trabajo acepta con determinación cualquier reto. Y quiso el destino que esa plaza en propiedad fuera en el pueblo de Chella, por aquel entonces con unos 3000 habitantes, con calles de tierra, con pocos lujos, pero con muchas y muy buenas personas, el “caldo de cultivo” ideal para el joven Luis, lleno de fuerza, dinamismo y de un cajón repleto con muchas ideas que dieron vitalidad a nuestra escuela. Pero vayamos ahora a sus propias palabras: ¡Tomo posesión en Chella en septiembre de 1960 de mi primera plaza de escuela en propiedad! Encuentro un magnífico pueblo ¡qué gente más sociable y agradable con todo aquel que se daba un poco a ellos y los trataba con amabilidad, sin engreimiento! Allí busqué una casa particular para hospedarme y la encontré en el matrimonio formado por el sr. Andrés “Mancio”, que en el curioso léxico del pueblo se pronunciaba “Mansio”, y la sra. María, él era trabajador de Hidroeléctrica, tenían dos hijos, uno de ellos estudiaba en Valencia, esa fue mi habitación y con mi prestación económica, ellos se ayudaban en los gastos de estudios de los hijos. pág. 189 En el grupo escolar me encontré unos magníficos compañeros: D.Aurelio Carrión que ejercía de director, D.José Grau, muy afamado y querido en el pueblo, campechanote, natural de Sueca, y D.Eugenio Granero, maestro de carácter bohemio, natural del pueblo y con una industria pirotécnica, de una simpatía y mundología arrolladora, pero que, como ocurre siempre, no era profeta en su tierra. Los primeros alumnos que me dejaron fueron los mayores de 12 a 14 años, eran los incontrolados, los difíciles, pero no fue así; ellos lo que necesitaban era un maestro joven, un maestro que fuera a la vez amigo, la disciplina llegó enseguida. Todo consistía en que si se portaban bien, en el recreo jugaba con ellos al fútbol y al otro día había revancha. En aquel entonces a ellos les parecía que su maestro era un mago del balón. Hubieron alumnos díscolos, sobre todo uno de ellos, Eduardo “Picarín”, no quería pisar la escuela, prefería irse con las cabras del padre o perderse en los campos o el río, pero también supe ganármelo y se convirtió en uno de los más cumplidores. Recuerdo como los primeros días lo traía la madre a pescozones. Qué curso más bueno el 60/61: Pedro Arellano, Matías, Pallás, Liberia, Talón, etc., y cuántas actividades realicé con ellos, sobre todo extraescolares y cómo ha seguido la amistad con ellos a través del tiempo en mis visitas espaciadas a Chella y, rememorando en casuales encuentros aquellos tiempos pasados inolvidables, aquellas excursiones en bicicleta a la pág. 190 Albufera de Anna, al Salto, al Muntot, a las Simicas, al río. Con ellos fui conociendo todo el término municipal. Hice profunda amistad con la sra.Blasa, su marido Adelino y toda su familia, su hija Paquita, su yerno José, nietas Trini y Ma.José y su otro hijo Adelino, con dotes para el dibujo, amistades que aún perduran. También empecé a colaborar con la Parroquia en donde estaba el sacerdote D.Vicente Bertomeu. Hicimos muchas actividades en común para beneficio de la juventud, para inculcarles valores humanos de todo tipo. También puse en marcha la Mutualidad y Coto escolar, los alumnos abrían sus cartillas de ahorro para guardar las ganancias de una chopera en el margen del rio plantada por ellos mismos. En Chella había ya viviendas para los maestros, un bloque construido a la derecha de la entrada del pueblo. Eso me hizo pensar en casarme. El día que mi novia Rosita vino a verlas se enteró todo el pueblo pues entonces había una sola centralita en todo el pueblo y las noticias corrían más rápidas que la pólvora que prendía D.Eugenio. Así que cuando llegó con el autobús de Granero medio pueblo estaba en la calle. A ella le gustó el pueblo, el piso y la gente que yo ya conocía y a estos también les gustó ella por sencilla y cariñosa. El Ayuntamiento pintó y adecentó la vivienda y los muebles los compré a Vicente Prieto, hermano de Andrés “Mansio”. pág. 191 En noviembre en la escuela, por Todos los Santos, era la costumbre regalar a los maestros productos del campo, sobre todo aceite (entonces sólo existía el virgen extra, el que salía directamente de la almazara del pueblo) y a los alumnos se les obsequiaba con tebeos, cuentos o libros, según la edad y ese día no se daba clase NR: ¡y qué bien nos lo pasábamos ese día, toda la mañana jugando en el recreo, cambiando tebeos y chupando caramelos y por la tarde ”nos daban suelta” para ir a jugar al fútbol, al churro mediamanga, a los muntonicos o al chavo negro! Las fiestas de San Blas, en invierno, y Ntra.Sra.de Gracia en verano (que aquí, con gracia, pronunciaban “de Grasia”), fueron otra prueba de estima pues se me invitó a ocupar presidencia con el Ayuntamiento y autoridades vivas de la población. Fui invitado por muchos padres de alumnos a entrar en sus casas y de todas salía cargado con paquetes de las célebres “pasticas” y de alguna inevitable “copica” de licor que acompañaba su degustación. Pero ya cuando Chella se volcaba de todo con el magisterio era el Viernes de Dolores, último día antes de las vacaciones de Pascua. Entonces los alumnos rivalizaban en llevarnos docenas de huevos en lo que se llamaba “La Cruz”, nosotros los volvíamos a obsequiar y los llevábamos de excursión. Finalizado el curso, el 24 de julio de 1961 me casé en la parroquia de Puebla Larga, con asistencia de todos los pág. 192 maestros de Chella, y vinieron también el matrimonio “Mansio” y la sra.Blasa. El nuevo curso 61/62 fue una época muy bonita por el agrado del pueblo para con mi mujer y la integración de lleno en la vida de Chella. En lo profesional, a la actividad propia del magisterio se unió el ser nombrado practicante en Navarrés, porque en Chella los inyectables los ponía el médico don Federico. También entre los tres maestros: D.Aurelio, D.José y yo, formamos una academia de preparación para el Bachiller, tuvimos un gran éxito llevándolos a examinar a Xátiva y consiguiendo algunos de ellos becas para Bachillerato o Formación Profesional, nunca se había visto cosa igual en el pueblo y eso nos dio gran cartel, al igual que la preparación de adultos para la consecución del certificado de Estudios Primarios. NR: estos tres famosos y queridos maestros pasaron años después a la historia como “Los enemigos del alma”, véase la divertida anécdota que lo rememora en el relato 30 de este libro, acaecida en el último curso de don Luis en Chella. Por entonces fui nombrado Delegado de Juventudes y comencé a, promover actividades en el pueblo, tanto de orden deportivo como recreativas y culturales. Se formó un equipo de fútbol que tomó parte en competiciones provinciales de la O.J.E., se tomó parte en juegos escolares, en atletismo, etc., el pueblo tuvo lo que nunca había tenido para felicidad de su alcalde D.Julián. pág. 193 En abril de 1962 nace mi primer hijo y fue un acontecimiento en el pueblo, pasaron a verlo todos los vecinos. Se organizó también la carroza para el Domund y el día de San Fernando la juventud, con banda de cornetas y tambores, lo llevó en procesión por todo el pueblo. El año 63 fue muy agridulce y difícil a pesar del gran éxito de la escenificación por todo el pueblo de la letanía del Santo Rosario con la participación de numerosos alumnos caracterizados. Pero por desgracia se agravó la enfermedad que le habían detectado a mi hermano gemelo, un angiosarcoma de Kaposis en la mano que resultó ser incurable. Falleció al poco tiempo con tan sólo 28 años de edad. ¡Cómo se portó Chella el día de su entierro en la Puebla Larga! Dos autobuses llenos llegaron allí un ya lejano 30 de julio para acompañarme en los momentos hasta entonces más amargos de mi vida. Si ya antes yo me había entregado a Chella, aquel gesto que nunca he olvidado me hizo volcarme aún más, aquel golpe me hizo tal vez más cristiano, me hizo comprender el poco valor que tiene todo lo material, pues nada sirvió para salvar la vida del ser querido y pensé que mi hermano estaba en el Cielo por aquella frase de Jesús “Quién a un niño acoge en mi nombre a mi me acoge” y mi hermano había sido un maestro ejemplar. pág. 194 NR: yo y muchos de sus alumnos recordamos aún consternados aquellos hechos porque, poco tiempo antes de morir, el hermano de don Luis vino a vernos a la clase, y a pesar de llevar un brazo vendado, que no hacía sospechar su gravedad, no dejaba de sonreír, se sentía feliz de estar con su hermano y con sus alumnos. A don Luis le costó tiempo asimilar esta tan dura pérdida. Esto me hizo también ser más caritativo y centrarme con más pasión en la formación de mis alumnos. Empecé también con mi segunda profesión, la de practicante, prestando los servicios que me solicitaban y si veía que en las familias había penuria o necesidad no les cobraba, el dinero siempre tuvo para mí un valor relativo, prefería hacer el mayor bien posible. En el curso 63/64 un inspector de enseñanza me sugiere prepararme a Director escolar lo que fue un aliciente más para reparar mi herida interior. Nace mi segundo hijo y también por entonces pude comprar un televisor y mi casa servía de reunión para todo el magisterio joven que iba llegando a Chella (Julia, Maria Luisa, Aurora) y ese año me compré un Seat 600 y me saqué el carnet de conducir. En el año 1965, tras el verano y las últimas pruebas, aprobé las oposiciones a director escolar, en principio eso suponía tener que abandonar el pueblo e ir a uno donde hubiese vacante. En Chella estaba de director D.Aurelio. Pero quiso el destino que hablando con él me manifestara su idea de trasladarse a Valencia en un futuro cercano, así que finalmente con pág. 195 esta circunstancia fue en Chella donde pude elegir mi plaza de director escolar y D.Aurelio a su vez pudo realizar su deseo. En la vida particular, desde que había comprado el 600, y con José Talón y Joaquín Calabuig como acompañantes, me aficioné a la búsqueda en la sierra de “pebrazos” (pebrachos en Chella) o setas y con ellos recorrí la serranía de Chella, Enguera, Bicorp, Cortes de Pallás, y me aficioné de tal manera que si algún año no podía salir parecía que me faltaba algo ¡qué agradables recuerdos tengo de ello! En la vida ciudadana del pueblo cada vez estaba más liado. Resulta que no salían festeros para preparar el programa de fiestas de febrero. Entonces tuve la idea de que fueran los festeros los quintos de ese año. Hablé con el alcalde D.Julián y con el cura párroco D.Vicente Bertomeu. Citamos a los jóvenes y éstos se encontraron dispuestos, y de paso recurrieron a mí para el acto de exaltación de la reina, por lo que me tocó de hacer de mantenedor. Todo salió bien y cada cosa o actividad nueva me unía más a este bendito pueblo. También por entonces conseguimos para el pueblo un Tele-Club que se dotaba de un televisor y una biblioteca de 100 libros. El alcalde y yo nos trasladamos a Valencia donde Fraga Iribarne nos hizo entrega del material. Fue un éxito para el pueblo. También organicé en ese año el homenaje para la jubilación de D.Eugenio Granero, para que saliera por la puerta grande. Con mi paso a la dirección y sin curso llegaron al pueblo dos jóvenes maestros para cubrir las plazas vacantes, D.Esteban y D.Joaquín que se integraron perfectamente. Durante dos años fui también presidente del Centro de Colaboración Pedagógica de la zona, con base en Enguera. En 1966 en Chella las actividades escolares llevaban un orden “in crescendo”. El buen hacer de todo el equipo docente se convertía en pág. 196 orden disciplina. La Navidad llevó consigo la escenificación de un Belén viviente por los alumnos del Centro en el cine-teatro La Paz. Ese mismo día nace mi tercer hijo, era el 21 de diciembre, y tuve que dejar aprisa y corriendo el acto para ir a Xátiva. Tras las fiestas y entrado ya en 1967 pensé en dar un día grande a Chella y propuse a todos los centros de la Canal de Navarrés hacer una olimpiada deportiva escolar, organizando diversos juegos, pruebas atléticas y deportes: para cada equipo se preparó su cartel anunciador de la población, que desfilaba en cabeza de cada una de ellas entrando desde el punto de concentración –la plaza del pueblo-. En el patio del Grupo escolar se celebró una misa y después hubo una comida de hermandad. Por la tarde, tras los partidos de fútbol se procedió a la entrega de trofeos. Estas actividades nos valieron la concesión de un premio Nacional de Educación Física y otro premio a los murales presentados. Con motivo de la fiesta del Libro, el 23 de abril, se consiguió la colaboración de la Caja de Ahorros de Valencia, con sucursal en Chella, y se celebró con la entrega de cuentos y libros a todos los escolares y se puso como ejemplo de persona que se había hecho con una vasta cultura a un vecino de la localidad, el sr.Vayá, que asistió al acto y les dedicó unas palabras sobre el beneficio de la lectura; y el mes de Mayo, mes de María, mes de las flores, nos reuníamos en el largo pasillo del Centro, alumnos y alumnas, y se dedicaban poesías y pág. 197 canciones a la excelsa Madre de Dios para no descuidad la formación espiritual del alumnado. Llegada la época estival con los alumnos que terminaban la escolaridad se hizo un viaje fin de curso cultural que nos llevó a visitar el palacio Ducal de Gandía, Benidorm y los cabos de San Antonio y La Nao. Al comienzo del curso 1967/68 llegaron destinados a Chella D.Javier Costa, que se casó y se quedó ya en el pueblo, y D.Bartolomé Albuixech, hijo de la población. Con ellos y con el Seat 600 hicimos una excursión que jamás he olvidado, una visita a la Cueva de la Araña de Bicorp, estación prehistórica donde el hombre había dejado plasmadas un cúmulo de pinturas rupestres. También por esas fechas se unió a las amistades Vicente Jordán “Faenes” que tenía hijos de edad parecida a la de los míos. Con él y su familia y Bartolomé hicimos también un bonito viaje para visitar el Salto de Millares y también se formó un grupo estupendo integrado por el médico titular llegado ante la jubilación de D.Federico, Ricardo García y su esposa Vicenta, también Ramón Palop, perito aparejador y su mujer Marita, maestra e hija de don Eugenio, Luis Llorens y su esposa Carmen, él director de la Caja de Ahorros. La vida discurría por cauces muy gratos y llegó febrero de 1968 y con él los concursos de traslados con la oportunidad de tres plazas de director escolar en Játiva, ello significaba el mejor futuro para los hijos. Al final me presenté a las pruebas y gané una de las plazas. El saber que me marchaba fue un jarro de agua fría en Chella. Empezaron los comentarios de que ya les extrañaba de que con mi valía estuviese allí, que ya se había marchado D.Ricardo el médico, que también se marchaba D.José de maestro a su pueblo de Sueca…en fin los comentarios propios de pueblo que te aprecia. Ese último verano en Chella lo aprovechamos para hacer un viaje con Vicente Jordán “Faenes” y su familia al Monasterio de Piedra y Zaragoza. El viaje fue maravilloso y el regreso lo hicimos por Requena, Cofrentes y Ayora. Cerca de Enguera, y ya oscureciendo, derrapé con mi coche por la gravilla suelta de una carretera recién asfaltada. Rosa recibió un golpe en la frente que se le inflamó y yo sangraba por la boca y perdí un diente. Faenes nos llevó en su coche a Chella donde nos hicieron las curas. Los amigos fueron los que se preocuparon de volver al coche para recoger los enseres y llamar a la grúa. pág. 198 Repuestos días después de este accidente y estando el curso a punto de comenzar quedaba el asunto del traslado de los muebles a Xátiva y una vez más comprobamos el maravilloso comportamiento de los vecinos de Chella; los hermanos Payá, dueños de una empresa de transportes de camiones se ofrecieron para realizarlo y además lo hicieron gratuitamente. Nos marchamos al final de ese verano de 1968 pero no dijimos adiós a Chella ya que allí quedaron, y quedan aún hoy, casi medio siglo después, muchos y gratos recuerdos y en especial grandes amigos. NR: el cariño de don Luis por Chella ha permanecido siempre vivo a lo largo de los años, sirvan como ejemplo estos platos de cerámica decorados a mano por él, con nuestro escudo y el Salto de motivos. Abajo: postal extraída de un cuadro pintado por don Luis para celebrar la Navidad en sus primeros años en la escuela de Chella. pág. 199 RELATO 56: Nombres irrepetibles Autor: Tomás Bellot Alfonso / Chella Y no, no me refiero a nombres irrepetibles como sinónimos de nombres difíciles de pronunciar, sino a nombres propios, antaño usuales, cuando era normal poner el nombre en la pila bautismal a un nuevo vástago familiar según el santoral del día, con el evidente riesgo de llamarse con un nombre poco común que acarreaba tan, en principio, piadosa costumbre. Así existieron nombres que, aún siendo hasta santos, hoy son casi inconcebibles de oír y menos de seleccionar para un futuro hijo. Pero existieron ciertamente en Chella, aunque hace más de 180 años, siendo los nominados con esos rimbombantes nombres personas casadas y padres de familia, a veces muy numerosa, que optaron porque a ninguno de sus descendientes les pusieran sus nombres, dado que los suyos, con los que cargaron durante toda su vida fueron los de: GORGONIO, CELEDONIA E HIPOLITA. 1- Gorgonio Alfonso Ortíz, era hijo de Vicente y de Vta. María, nació en Chella, c/. Garrofera nº. 15 el día 9 Septiembre de 1834. Tuvo 5 hijos y 14 nietos, todos casados y 30 biznietos, de los cuales uno soy yo. Que sepa hasta ahora, a ninguno de nosotros nos pusieron ese nombre, tampoco a sus tataranietos ni a sus trastataranietos, sin embargo, un elevado número de ellos son de apodo “las Gorgonias y los Gorgonios”. 2.- Celedonia Bellver Tormo, hija de Antonio y de Jacinta, nacida en 1825, casada con José Ribelles Bellver, tuvo una hija llamada como ella y 4 hijos varones casados. El apodo “Selidonias” (con “s” debido a la pronunciación local), nace con sus nietos Juan José casado con Julia y de Jaime con Severina, a partir de ellos a la mayoría de sus descendientes se les refieren con el mismo apodo. 3.- Hipólita Ordiñaga Navarro nacida en 1851 y fallecida en 1940, hija de Vicente Ordiñaga Plá o Prats (nacido posiblemente en Luchente) y de Vicenta Navarro, tuvo 2 hijas, 2 hijos y 15 nietos, de los cuales todos eran casados. Ni a éstos ni a sus descendientes les pusieron Hipólita ó Hipólito, pero sí apodados: Carmen, Teresa ó Vicenta María “la Polita”, pág. 200 y Pepico y Salvador “el Polit”, entre otros. Y continúan con el mismo apodo muchos de los descendientes de estos últimos que ya son biznietos de la primera y única Hipólita habida en Chella como en los anteriores casos. Por lo tanto, lo que en sus orígenes fueron nombres de santos o mártires, castos pero extraños al oído, fueron modificados con la gracia usual de los chellinos, en apodos comunes para sus descendientes ya que como sobrenombre, apodo o mote todo parece más “normal” e incluso “original” para distinguir a cada persona o familia. . Chella, Noviembre de 2015 Foto inferior: calle Garrofera en la actualidad, bajando en fuerte pendiente desde la Peña hasta la plaza de Las Malvas. Calle en la que nació Gorgonio y por tanto la del origen de “los Gorgonios y las Gorgonias” de Chella. pág. 201 RELATO 57: Tele Simicas en el recuerdo Autor: José Javier Albert “Picarin” / Chella Que en Chella, con más o menos acierto siempre hemos sido unos emprendedores es una realidad más que constatable, desde el futbol hasta los cines, las verbenas, las orquestas, etc. etc., cualquier época siempre ha tenido una variedad por encima del resto de pueblo de “la contorná”, quizás por ese carácter que tenemos los chellinos de, con más o menos acierto, no saber estarnos quietos. Somos un pueblo luchador y trabajador, pero que no dejamos de lado, a veces excesivamente, las ganas de fiesta y de celebrar cualquier evento o emprender cualquier aventura laboral o empresarial; ahí están las hemerotecas para ver la cantidad de comercios y negocios que vecinos emprendedores siempre han tenido el ánimo de sacar adelante, así como el anecdotario de fiestas y actos celebres de nuestro vecindario. Uno de ellos, que ya casi se pierde en el olvido, fue la puesta en marcha sobre las cenizas de lo que antes había sido Tele Chella, a su vez extensión de lo que había sido Radio Rabuda, de Tele Simicas, más que un proyecto, una realidad de buscar un medio de comunicación ajeno a política y programación estándar de películas o repetición de canales para darle un contenido autóctono, es decir, de “el lugarico”. pág. 202 Meses antes habíamos formado la Asociación Cultural “Las Simicas de los Burros”, el grupo de amigos que formábamos, Felipe “el de Alejos”, Mari Ángeles, su mujer, Eliseo y Sissi, José Antonio Boluda y un servidor, bajo la tutela de Jorge Domingo y Mari, su mujer, a los que buscamos como “mayores” para que pusieran “una miaja de conocimiento” ante el ímpetu de nuestra juventud, y con las colaboraciones de muchísima gente entre las que estaban Mariano “El de la Sardinera” o Pepito “ el de El Kiosko “. La idea de la Asociación era, en lo estrictamente cultural, llenar de actos culturales el “lugarico” y así lo hicimos con los premios de Poesía “Valeriano Bellver”, el premio de Narrativa “Antonio Bolbaite”, la puesta en marcha de la Biblioteca Municipal tanto años cerrada y como obra cumbre la puesta en marcha de la Tele de Chella, no al uso, sino con programación propia. Las primeras reuniones con Vicente Coloma, en su momento alcalde, surgieron su efecto y nos vimos con el apoyo suficiente para oemprender el proyecto. Recordar que entonces, fue sobre todo gracias al apoyo personal de Coloma por lo que pudimos tirar adelante, ya que para optar a subvenciones teníamos que darnos de alta en Conselleria y presentar facturas al ayuntamiento para poder justificar estas ayudas, y ni teníamos un duro para invertir de nuestros bolsillos ni el ánimo para burocratizar nada, redactamos eso sí, unos estatutos y un acta de constitución que al presentarlas en Conselleria nos indicaron que no eran ni por asomo acordes a ley, así que salió el carácter “semenfot” valenciano y pasamos de seguir por esa línea, queríamos divertirnos y hacer que la gente se divirtiera sin más, no empezar con papeleos y trabas burocráticas, por lo que si Coloma no hubiese puesto de su bolsillo una pequeña cantidad de dinero no habría sido posible el inicio de nuestro proyecto. Con ese dinero, dado que no era mucho, nos pateamos las tiendas de segunda mano que habían en Valencia y que localizamos en el “Trajin”, publicación de referencia antes de la era internet para ventas de pág. 203 segunda mano, a fin de optimizar al máximo la inversión y consiguiendo material que nos permitió, junto a lo heredado de Tele Chella poder arrancar el proyecto. Empezamos por mantener la repetición de algún canal de música o entretenimiento en las horas que no había programación en directo, así como, aunque a día de hoy asombre, la peli porno de los viernes, ya que entonces solo estaba la del plus y a rayitas si no eras abonado, por lo cual queríamos que nuestros vecinos a fin de no tener que hacer una inversión económica en este canal , tampoco se dejaran la vista intentando imaginar entre las rayitas y por consiguiente tuviesen que invertir parte de su sueldo en oculistas, era además un “clásico de la época “ ya heredado y a pesar de las críticas se mantuvo. Lo teníamos programado con un video “JVC “, entonces nada era digital ni había DVD. El video llegada su hora soltaba la señal, siempre a las doce de la noche y, una vez finalizada la película volvía a enlazar con la repetición del canal que habíamos programado, salvo un día en que lo dejamos en repetición continua y casi nos cuesta un disgusto, ya que a las ocho de la mañana del sábado los actores aún seguían “dándole que te pego” en Tele Simicas y los “muñacos” que se habían levantado a ver dibujos al hacer zapping se habían quedado “ojiplaticos”, no era para menos y nos costó más de una bronca y enfados de vecinos, con más razón que un santo, por lo que para evitar problemas siempre quedaba alguno de guardia los viernes “por si acaso”, avizor y preparado para la desconexión manual. Grabábamos los partidos del CD Chella y los repetíamos al día siguiente. Muchas veces, si el tiempo lo permitía, iban con comentarios y narración al uso de los mismos, con entrevistas a pie de campo como cualquier televisión de prestigio. Los lunes se emitía un programa centrado en la marcha de nuestro equipo. Hacíamos algún pequeño documental de rutas del pueblo, con especial recuerdo a uno que quisimos hacer sobre el deplorable estado de “El Salto” y que nos costó otra “bronca”, en esta ocasión por parte de Vicente Coloma, que sabiamente nos advirtió que, por encima de todo y aún compartiendo nuestra opinión, era un lugar privado y un tema un tanto peliagudo, ya que había iniciado el ayuntamiento los trámites de expropiación y andaba el ambiente algo raro, y nuestra postura que era en plan “a saco” no era la correcta, por lo que aunque nos fastidió pág. 204 mucho no lo hicimos. Hubo otro también sobre las panaderías y cómo trabajaban de noche, se grabó en el horno de la Plaza de la Iglesia. Se filmó una entrada hasta el fondo de “ El Abrullador” aprovechando que la manguera se había soltado y la brigada forestal tenía que entrar, etc. Pusimos en marcha otros programas muchas veces copiados de las televisiones estatales, como “Esta Noche Cruzamos La Balsa el Hondo”, en clara referencia a “Esta Noche Cruzamos el Mississippi” que se emitía entonces en Telecinco, éste incluía concursos y pruebas a parejas del pueblo que se prestaban a nuestras “jugarretas”. O aquel en que íbamos a los bares y uno de nosotros se escondía con el móvil, de reciente aparición, y nos chivaba qué hacían en ese momento en el bar los clientes, por lo cual, mientras hacíamos el programa, por ejemplo si estaban jugando a las cartas con Tele Simicas de fondo, decíamos: -“¡A ver Vicente, deja de discutir con Paco y mira el programa que te estoy viendo! ” O esto otro si estaban jugando al dominó: -“¡Antonio, pon el pito doble ya que te quedaras con él!“ Lo que puede parecer hoy trivial con los móviles de última generación por entonces era para muchos aún algo casi de ciencia ficción, y cundía la sorpresa entre los implicados que, como tampoco veían a nuestro “topo”, se quedaban alucinados ya que si decían algo, nuestro enlace nos repetía lo dicho y permitía contestarle desde la tele entre el sarcasmo general de televidentes e implicados. Ya teníamos el objetivo cubierto y era un no parar en el “lugarico” y aun así pusimos en marcha otra temeridad del momento, y era que cuando se estrenaba una película en video, nos hacíamos con ella en algún videoclub y la lanzábamos en primicia en abierto, con el consiguiente perjuicio a los videoclubs del pueblo, del que no éramos conscientes y siendo a todas las luces hoy en día, y seguro que en esa época también, algo ilegal, lo cual y aun sin ánimo de ello, generó también tensiones que no llegaron a más porque se notaba que el ánimo era hacer disfrutar al global del pueblo y disfrutar nosotros de ello sin obtener nada más a cambio, por lo que no nos costó más de un disgusto nuestra osadía quizás por ello, porque la gente veía esa pág. 205 inocencia reflejada en cada acto y que al final era el pueblo quien lo disfrutaba. Así pasábamos los días, después de trabajar subíamos corriendo a la Peña, al local de Tele Simicas, y aún sin cambiarnos de venir de pintar, de la obra, de la “calsá” o de donde fuese, nos poníamos a programar un documental, hacíamos el directo, luego una peli y vuelta a repetir cualquier canal del satélite. Eran tiempos en donde tampoco había tanta oferta de canales: Canal9, TVE 1, TVE 2, Telecinco, Antena3 y el Plus. Estoy convencido de que con nuestro programa “Adivínalo, Adivínalo“ conseguimos desbancarlos a todos en el ranking de tele audiencia chellina. Era un programa muy blanco, recopilamos tantas anécdotas y preguntas sobre la historia, seria o popular del pueblo, como pudimos y nos lanzamos a un concurso telefónico en el cual cada día un comercio o vecino nos donaba un regalo que a su vez sorteábamos ese día o los viernes en el programa final de la semana; los regalos en sí eran lo de menos, colaboraron casi todos los comercios de Chella con productos, cenas o detalles,. porque el programa rescataba anécdotas populares e incluso olvidadas de nuestra cultura e historia, están recogidas algunas en un escrito que publiqué hace años en www.fayos.org con el título de “Aquellos Tiempos de Telesimicas”, y eran del tipo: “¿Cuál fue la primera televisión que entró en Chella”, “¿Quién era el cura en una época determinada?”, “¿Quién dijo alguna célebre frase?”, “¿Cómo ocurrieron determinados hechos?”, “Jugadores de algún equipo local concreto”, etc., etc... todo muy del pueblo y a veces de tan grato recuerdo, que a la hora del programa todas las casas sintonizaban Tele Simicas a esperar las preguntas e intentar concursar para demostrar su saber del pueblo, preguntando a abuelos, padres, vecinos, etc. y que a veces nos descubrían más anécdotas que ni conocíamos, participando casi todo el pueblo proporcionándonos más preguntas o anécdotas que reproducíamos en nuestro programa, con una aceptación que bloqueaba el teléfono. Nos llamaron hasta de Telefónica preguntando que qué pasaba y por qué ese número tenia esta incidencia y ofreciéndonos incluso un 902 de entonces que, por supuesto, rechazamos porque el objetivo no era el lucro, sino pasárnoslo bien como lo hacíamos y hacer disfrutar al pueblo como creemos lo hicimos. pág. 206 Las obligaciones del día a día, la falta de recursos, esto sobre todo, ya que teníamos que regrabar en VHS cinta sobre cinta lo que hacíamos al no disponer de material y de hecho a ninguno de los componentes, por desgracia, nos queda un solo programa grabado para el recuerdo, y el cansancio también, ya que estuvimos muchos meses en directo todos los días, y aunque hicimos un par de rifas tampoco teníamos el ánimo ni el tiempo para salir a venderlas ya que todos trabajábamos, hizo que un día sin darnos ni cuenta casi desatendiéramos el proyecto y lo dejáramos morir por sí solo, yéndonos de comida con lo poco que quedaba de saldo, y dando por finalizada una época de gran recuerdo que hacía que cuando cualquiera de los componentes del programa íbamos por la calle, nunca nos faltase el ánimo y el reconocimiento de los vecinos por la labor, y también algún “marmulón” por los fallos, y que los más pequeños nos gritaran “ ese es el de la tele” como si fuésemos comparados con estrellas mediáticas de hoy, que en su día y en su medida lo fuimos, para orgullo nuestro y disfrute de los vecinos que nos ayudaron a poner en pie nuestro sueño para bien del pueblo y disfrutaron tanto como nosotros con él, y que solo tuvo continuidad en forma diferente, pero no menos loable, de la labor que sigue realizando “Lolo” en mantener Tele Chella en pie, aunque sea sin una programación tan “local” como la que pusimos en su día nosotros, una lástima y que ojalá algún día algún nuevo grupo de vecinos se sume a Lolo o quien sea y pueda resucitarla. pág. 207 Algunas preguntas y respuestas de “Adivínalo, Adivínalo” -¿Quién se subió al “campanar” y se quería tirar? –Pecheta -¿Cuál es el meandro más grande de Chella? –La vuelta de Roses. -¿Quiénes fueron los últimos serenos que cantaban aquello de: ¡las doce, sereeenoooo!? –Moragues y Columbo. -¿Cuál es el punto geográfico más alto de Chella? –La cruz del Gallinero. -¿Quién fue el último alguacil que hacía el bando en las esquinas a viva voz y avisaba con “la pita”? –El tío Blay. -¿Qué vaca volcó la “paraeta” de “la tía Polita”? –La vaca pinta “Violeta”. ¿Dónde estuvo en Chella la primera pista de patinaje? –En el local de Charrón. -¿Qué escalón de la fuente se llama “el trenca botijos”? –El penúltimo. -¿Quién plantó los chopos que hay en el “gorgo Molino”? –Rafael “Rosegó”. -¿Quién tuvo la primera radio en Chella? –Lola “la Musilaria”. -¿Qué mujer fue la última en llevar la “mesica” de los muertos? –La “tía Bonifasia”. -¿Quién vendía “terreta” a peseta? –El “tío Litri” y “Alagaria”. -¿Quién tuvo la primera televisión en Chella? –Don Vicente “el farmacéutico”. -¿Quién era el alcalde de Chella cuando se hizo el Paseo? -Julían Moreno “el tío Sisi”. -¿Quiénes fueron los tres últimos chellinos que jugaron a fútbol en equipos de primera división? –Rafael Granero en el Español, Paco Frigols en el Betis y José Carlos Granero “Poché” en el Valencia. -¿Por qué la plaza de la Cárcel se llama así? –Porque allí se encerraba a la gente en el día de los Inocentes, ese día el alcalde era el “tío Cucala”. -¿En qué casa pusieron el primer estanco? –En la plaza de la Iglesia, en la casa de Pedro Novella. -¿Cómo se llamaba el perro de “la Carbonera”? –Innorante. pág. 208 Chella, es nuestro pueblo y nuestra gente pág. 209 RELATOS sobre chella y sus gentes Relatos sobre Chella y sus gentes es una recopilación de pequeñas historias y vivencias, de recuerdos y anécdotas de otros tiempos, que de alguna manera marcaron a los que las vivieron y a los que ahora las rememoran. Son escritos pequeños por su tamaño pero grandes por su corazón y afecto hacia nuestro pueblo. pág. 210