Insurrecciones no armadas Autor: Kurt Schock Traductor: Freddy Cante Centro Editorial, Universidad del Rosario – 2008. ISBN: 978-958-8298-94-8 Prólogo Freddy CanteΨ La juventud de hoy vio, además, que los libertarios, los socialistas, los demócratas, ardiendo en amor por el pueblo, acabaron en el enfrentamiento y en el peculado, en el uso, en sus relaciones con el pueblo, de la policía y el ejército ... encuentro preferible defender, como algún día lo haré con la debida argumentación sociológica, que es legítimo que los políticos roben y despojen al pueblo, a que roben y despojen al pueblo llamando a eso “gobierno popular”, “democracia”, “libertad” y cosas por el estilo. Fernando Pessoa (1985) Son, pues, los propios pueblos los que se dejan, o mejor dicho se hacen encadenar, ya que con sólo dejar de servir, romperían sus cadenas. Es el pueblo el que se somete y se degüella a sí mismo; el que, teniendo la posibilidad de elegir entre ser siervo o libre, rechaza la libertad y elige el yugo; el que consiente su mal, o, peor aún, lo persigue. Etienne de la Boétie Ψ Ph. D. (c) en Ciencias Económicas de la Universidad Nacional de Colombia. Investigador afiliado al CEPI de la Facultad de Ciencia Política de la Universidad del Rosario, al igual que al ISES y a Corpovisionarios. Consultor y conferencista en los temas de acción colectiva, acción política noviolenta y reconciliación. Las opiniones expresadas aquí no comprometen a ninguna de las instituciones mencionadas. [email protected] 3 Para una crítica a ciertos autores institucionalistas (como Douglas North, Joseph Stiglitz, y aún Jon Elster), y para una explicación de ciertos fracasos en las políticas desarrollistas en países del tercer mundo, ver Portes (2007). 1 Una perspectiva general Las insurrecciones noviolentas se pueden explicar, en parte, porque surgen movimientos sociales que usan la acción noviolenta. Estas insurrecciones son formas de acción colectiva contenciosa, las cuales suponen coaliciones civiles pluralistas aunque efìmeras que se erigen gracias a la construcción de poder popular en los ámbitos locales, y a la presencia de algunas redes transnacionales, al igual que de ciertas oportunidades políticas. La acción noviolenta incluye estrategias y métodos de persuasión, no colaboración, coerción noviolenta y generación de instituciones alternativas, además de la noción de transformación de las armas. Estos movimientos han ayudado a promover transiciones hacia la democracia en más de sesenta países más que todo a finales del siglo pasado, y han contribuido al avance de la libertad (derechos civiles y políticos). Pero aún es largo el camino para avanzar en la lucha contra la violencia estructural (la ampliación de los derechos sociales, económicos y culturales), la construcción de una democracia más amplia, y la promoción de una noviolencia basada en principios. Esto último supondría, a mi juicio, una transformación profunda y de larga duración (intergeneracional) en el ámbito de la cultura y de las instituciones más arraigadas.3 Los cambios fundamentales (revoluciones sociales y culturales) no están ni en las variaciones del régimen político ni en los cambios de constituciones, sino, fundamentalmente, en las estructuras de poder y en la visión del mundo (en el sentido que Gramsci le otorgó al término). La historia que no hemos vivido En Colombia, y en otros lugares del mundo, hemos padecido insurrecciones armadas y, por tanto, hemos sido víctimas y, en cierto modo cómplices, de violentas minorías organizadas que, de izquierda a derecha, proponen diversas versiones del paraíso pero que, por su alto grado de destrucción y su pretensión del poder, terminan generando infiernos de terror. Por cierto, en Colombia existe una publicitada democracia formal que, en términos reales, es demasiado minimalista. Pese a la existencia de importantes instituciones de la democracia constitucional (división de poderes, elecciones periódicas, y considerables dósis de libertad de expresión y de información), parte del territorio nacional es escenario de lo que Tilly (2003) denomina como “tiranía fragmentada”: captura del Estado por parte de unas rapaces y violentas élites locales; asociación de algunos empresarios y gobernantes locales, y parte de la ciudadadanía, con grupos armados derechistas (paramilitares) o izquierdistas (guerrillas); privatización de la justicia, y últimamente emergencia de señores de la guerra y mafias, etc. No obstante, aquí como en otros lugares de América Latina, aunque en coordenadas distantes de la izquierda, existe un “salvador” que dice promover la democracia aunque, si nos dejamos, nos encamina hacia lo que el destacado sociólogo y profesor de Columbia University denomina como un “autoritarismo”. De fructificar la política de seguridad democrática podemos esperar una alta capacidad gubernamental y un mínimo control popular sobre los gobernantes, además de la ausencia de importantes derechos civiles y políticos que protejan a la ciudadanía contra la arbitraria intromisión de sus gobernantes. El mandato popular, la verdadera voluntad popular, no es caótico ni indeseable aunque, lamentablemente, es un acontecimiento extraño. Algunos compartimos la visión de que la movilización popular, incluso en forma de protesta e insurrección, no es perjudicial puesto que “... las reuniones contenciosas incluyen casi todos los sucesos que las autoridades, las clases dominantes y los investigadores incautos llaman 'revueltas', 'disturbios', 'desórdenes' o denominan en similares términos estigmatizantes...” (Tilly 1991, p. 151). Lo cuestionable no es que la acción colectiva popular llegue a ser insurreccional, o incluso revolucionaria, sino más bien que algunas de las masivas movilizaciones degeneren en violencia o, peor aún, que sean suplantadas por el accionar de ciertas minorías violentas organizadas. Lo que sí merece un énfasis es, justamente, el hecho de que la lucha armada por parte de minorías organizadas (guerrillas, paramilitares, terroristas, etc.) contribuye no sólo a imponer nuevos autoritarismos sobre los pueblos sino, además, a pervertir y demonizar gran parte de las movilizaciones sociales, dando así pretexto para que sean blanco de más violencia estatal. Por lo demás, aunque legítima y deseable, la acción colectiva popular es muy poco frecuente, entre otros factores, por los astronómicos costos de organización y comunicación de los grupos grandes (millares de personas) (Olson 1965, p. 22 y ss., 53 y ss.), y por la institución (la mala costumbre milenaria) de las “clases políticas”, minorías organizadas a las cuales los pueblos se suelen someter, aunque el poderío de éstas sea más infundado 2 más basado en las creencias infundadas) que en la realidad (capacidad de control absoluto) (Hardin 1995, p. 28 y ss.). La acción política noviolenta y algunos de sus límites El concepto y la práctica de la acción política noviolenta son bastante viejos, y forman una historia paralela a la de la violencia, esta última mucho más publicitada, conocida y aun glorificada por políticos y académicos. La acción política noviolenta no es resistencia pasiva, tampoco “resistencia ordinaria” –actos de comunidades agraristas y premodernas, con protestas de bajo perfil, sabotaje, evasión de tributos, y desobediencia localista estudiados por autores como Scott (1989)–. Tampoco se reduce a la participación en la política institucional (elecciones, cabildeo), no es evasión del conflicto, negociación o resolución tolerante de los conflictos, aunque puede ser una forma de ganar poder de negociación y buscar la paz. En términos generales, advirtiendo sobre la diversidad de enfoques, la acción política noviolenta es una forma de continuar el conflicto y defender o mantener una posición política hasta las últimas consecuencias, pero minimizando los daños al adversario y al medioambiente. El hecho de escribir unidas las dos palabras nonviolent es apenas natural en el ámbito anglosajón, pero merece explicación en Colombia y en otros países hispanoparlantes, más aún cuando esto ayuda al permanente proceso de actualización del idioma. La acción política “no violenta” evocaría un accionar político sin violencia, que seguramente no se diferenciaría de la política institucional o aun de la aquiescencia y la pasividad que son característicos de la “normalidad”; la acción política “no-violenta” es un término que evoca los matices y expresa una posición distinta a la resistencia pasiva y a la violencia, y que le sirvió a los ingleses para calificar la lucha de Gandhi; la acción política “noviolenta” es el término que mejor expresa un poder y una fuerza alternativos a la violencia. De acuerdo con Mario López (2004, p. 784), el término “noviolencia” recoge los planteamientos de autoridades académicas de talla mundial como Gene Sharp y Aldo Capitini, para hacer énfasis en que se alude a un conjunto de principios y de técnicas (métodos, estrategias y tácticas) que no sólo renuncia a la violencia sino que, además, constituye un poder alternativo y un programa constructivo. Conocemos algo de la historia de la acción noviolenta gracias al brillo de algunos personajes como Jesús de Nazareth, Henry David Thoreau, Leon Tolstoi, Mohandas Gandhi, Martin Luther King, Juan Pablo II y Desmond Tutu. No obstante, existen cientos de movimientos noviolentos en el mundo, y algunas experiencias en Colombia, que resultan del accionar colectivo de cientos, millares o aún de millones de personas igual de falibles, vulnerables y de anónimas a cualquiera de nosotros. Parte de las definiciones y los métodos de la acción política noviolenta se encuentran en la trascendental obra de Gene Sharp (1973), quien fuera profesor en Harvard y miembro fundador de la Institución Albert Einstein. Sharp ha completado un registro y una propuesta de clasificación de cerca de 200 métodos de acción política noviolenta. Estos métodos se dividen en tres grandes subconjuntos que son: protesta, publicidad y persuasión; no colaboración (no obediencia) en los ámbitos social, económico, político y aún afectivo; y de intervención directa, los cuales se subdividen en ejercicios de obstrucción (intervención y coerción) noviolenta, y en promoción de instituciones noviolentas y en poder creativo. Gran parte de estos métodos, justamente, se implementan con el fin de suprimir o cortar las fuentes de poder del adversario (que por lo general son los gobiernos) y, por esa vía, mermar (socavar) su poder. Esto supone, de acuerdo con una de las ideas centrales de Kurt Schock en este libro, la generación de fuentes alternativas de poder político de contrapeso (leverage), pues la oposición es un gobierno en potencia. Las fuentes de poder, en general, son los factores intangibles (la ideología o visión del mundo dominantes), la autoridad (la legitimidad de los gobernantes), los factores humanos (la cantidad de gente que apoya a un gobierno, junto con sus habilidades y conocimientos específicos), los recursos económicos (los activos en poder de un gobierno) y los incentivos (garrote y zanahoria, premios y castigos, sobornos y amenazas que ejerce un gobierno sobre sus súbditos). 3 Los métodos de acción noviolenta son un conjunto de instrumentos que, según el contexto o la ideología de los activistas de un movimiento se pueden usar con diferentes sesgos e intensidades. Existen dos tipos de accionar noviolento, no necesariamente excluyentes, el uno más intensamente basado en principios (adoptado por un código moral y por un estilo de vida), y el otro más intensivo en estrategias (que hace uso de la noviolencia como un medio de contienda y puede llegar al punto de ejercer coerción noviolenta). No obstante, autores como Kurt Schock insisten en establecer la dicotomía. Algunos autores como el mismo Sharp (1973), Case (1972), Ackerman y Kruegler (1994) y Kurt Schock (2005) han argumentado que la noviolencia estratégica ha sido la fuerza principal en la mayoría de las más importantes insurrecciones no armadas. Han hecho más énfasis en la coerción y en la disrupción noviolentas, como medios efectivos, recursos de fuerza noviolenta, para proseguir en un conflicto y así suprimir las fuentes de poder de las tiranías para lograr importantes transformaciones sociales. Ellos insisten en el conflicto noviolento estratégico y aun en la guerra noviolenta. Otros personajes como Jesucristo, Tolstoi, Gandhi y King, más comprometidos con la acción noviolenta basada en principios, han propendido por trabajar más en la conversión, en la persuasión y en la creación de instituciones alternativas. Ellos nos han marcado la tortuosa y prolongada senda de las revoluciones sociales y culturales. Aunque, por cierto, cada uno a su manera, no ha renunciado a ciertas acciones estratégicas, como la desobediencia y la no colaboración con los adversarios. Existe una diversidad de acciones constructivas, las cuales podrían encajar en procesos de sinergia, en la economía de las donaciones (generosidad, transferencias unilaterales) y en negociaciones gana-gana, con enormes posibilidades para enfrentar problemas más complejos y graves que los de la violencia directa. La denominada “violencia estructural”, con problemáticas tan graves como la degradación ambiental y la pobreza, exige soluciones creativas que se podrían calificar como modalidades de acción noviolenta constructiva. La acción noviolenta no es una panacea, es imperfecta y presenta limitaciones. Autores como Schock, en este libro, combaten algunos malos entendidos respecto a la acción noviolenta, y exponen algunas de sus deficiencias. Entre las limitantes de la acción noviolenta mencionadas por tal autor se destacan factores ideológicos (si las personas no poseen ideologías alternativas seguirán obedeciendo a tiranos e injustos); factores emocionales (básicamente el temor); y factores culturales e institucionales (el uso de la acción noviolenta no se adopta de la noche a la mañana, requiere prolongados procesos de formación y publicidad). Por cierto, Roger Petersen, profesor de ciencia política en MIT, y miembro del grupo de estudio sobre los microfundamentos de la guerra civil (liderado por el filósofo Jon Elster), ha estudiado el tema de las emociones y la acción colectiva.11 Aunque tal autor insiste en que algunas acciones colectivas son eficazmente coordinadas por factores emocionales, existen ciertas emociones negativas (rabia, odio, resentimiento, venganza, etc.) que nos hacen propensos a emprender acciones violentas e irracionales. Aunque emociones como las mencionadas son impulsadas por ciertos antecedentes cognitivos (historia, creencias), las acciones emocionales son viscerales (por fuera del control de la voluntad), y esto constituye un reto gigantesco si lo que se quiere promover es un accionar colectivo noviolento y, además, sujeto a cierto cálculo de estrategias. En este punto me interesa destacar también los factores institucionales de las sociedades capitalistas (hay evidencia empírica de insurrecciones noviolentas contra descarados dictadores, pero son escasos o inexistentes los movimientos noviolentos contra situaciones como la violencia estructural y el seductor poder del capitalismo) o, puesto en otras palabras, hay evidencia de luchas noviolentas en materia de derechos civiles y políticos, pero no tanta en materia de derechos económicos, sociales y culturales. También cabe resaltar los factores de mutua interdependencia (grupos como los desempleados, las personas más marginadas, o los reclusos difílmente pueden cortar las fuentes de poder de empleadores o carceleros; grupos marginales y desposeídos es difícil que causen perturbaciones económicas a los más poderosos económicamente). Y quizás es largo el camino para generar una cultura de la acción noviolenta 11 Ver, por ejemplo, su documento “Justicia, rabia, castigo y reconciliación”, en Cante y Ortiz (2006). 4 encaminada a promover unas relaciones de convivencia libres de violencia intrafamiliar y sexual, y de los aberrantes maltratos en las relaciones cotidianas en las fábricas, los vecindarios y las calles. Insurrecciones no armadas y construcción de poder popular En el presente texto, Kurt Schock sigue a Stephen Zunes (otro estudioso de la temática, quien ha investigado los movimientos sociales noviolentos desde una perspectiva geográfica) para definir a las insurrecciones no armadas como desafíos populares y organizados a la autoridad gubernamental, que dependen principalmente de los métodos de la acción noviolenta en lugar de los métodos armados. Tales insurrecciones son “populares” en el sentido de que están amplia y profundamente enraizadas en la población civil y, por lo mismo, son ejecutadas por una masiva acción colectiva popular. Esto significa que los civiles son los principales actores de la lucha en lugar de quedar relegados a la posición de meros proveedores de apoyo (retaguardias, bases para suministro de alimentos e informantes, etc.) a una vanguardia armada. Manteniendo cierta convergencia con Elster (2006),12 se podría afirmar que las guerras civiles se caracterizarían por relaciones verticales (unas minorías organizadas subyugan a las mayorías dispersas, mediante diversas estrategias de terror y dominación económica). Tales minorías, además de los gobiernos, son los grupos violentos al margen de la ley (guerrillas, paramilitares, mafias y señores de la guerra). En contraste, podríamos insistir en que las insurrecciones noviolentas o no armadas son más intensivas en relaciones horizontales (mínimas jerarquías, alta descentralización, delegación de poder) típicas de las acciones colectivas populares que, por cierto, se construyen desde las localidades y desde abajo. La expresión “poder popular” es usada por Kurt Schock para describir ese tipo de luchas, y se diferencia radicalmente de denominaciones maoístas como “poder del pueblo” o “ejército del pueblo” en que las últimas aluden a organizaciones centralizadas (salvadores del pueblo), las cuales ejercen un manejo vertical (un despotismo centralizado). En las insurrecciones de tipo marxista-leninista-estalinista-maoísta, la participación popular queda marginada, y la voluntad del pueblo es manipulada y sujeta a las orientaciones incuestionables de un puñado de líderes “iluminados”, es decir, a la cúpula dirigente que, además, es una minoría organizada violenta. En un ejercicio de contraste más amplio, el poder popular es una forma de hacer política que se diferencia de la fuerza militar y de la dominación de las minorías organizadas. El poder político, desde el enfoque de la acción política noviolenta –resaltado por autores como Thoreau, Gandhi y Sharp–, es una relación de interdependencia. Convergiendo considerablemente con pensadores clásicos como Etienne de la Boétie, Mahatma Gandhi, Hannah Arendt y Max Weber, estudiosos como Sharp (1973)13 proponen una noción relacional del poder: los poderosos dependen del consentimiento (aceptación o aquiescencia) de los subordinados para tener un poder efectivo. Esta noción es muy semejante a la lógica de la interdependencia estratégica que se da, por ejemplo, en juegos como el del ultimátum: el poder de los poderosos para llevar a cabo una propuesta (u orden) depende de que los sectores populares adopten la estrategia de aceptar, es decir, que no resistan y que no hagan contra ofertas antagónicas pues, si así fuera, entonces se llegaría a una situación de caos (desorden) y mutuas pérdidas. Sin el apoyo o soporte de los pueblos, sin su obediencia, consentimiento y aquiescencia, las clases gobernantes se derrumban como edificios a los que les socavan sus pilares de soporte. El poder popular es básicamente el ejercicio de autonomía, disenso y, en últimas, desobediencia de los sectores subordinados frente a las clases dominantes o políticas. Este poder, ejercido desde las periferias contra los centros, desde las bases contra las cúpulas, y desde la mayorías populares contra las minorías privilegiadas, es una opción factible (infortunadamente al parecer efímera, y comenzando el siglo XXI aún está en ciernes). Por lo demás, compite con otros ejercicios tradicionales como el poderío de las armas y la dominación de la “clase política” que tanto preocupó a autores como Gaetano Mosca y Norberto Bobbio14. El poderío militar es la fórmula maoísta del poder que nace del cañón del fusíl, y es también la lógica de la amenaza creíble y de la retaliación, las cuales le funcionan por igual a los atracadores, a los terroristas, a las fuerzas armadas de izquierda a derecha, y a los imperios. El poder de las minorías organizadas que 12 En la página www.prio.no se pueden consultar las ponencias y los comentarios de Elster, en el seminario sobre “firts movers” organizado por Roger Petersen en agosto de 2005. 13 Ver volumen I. 14 Además del contenido ver el prólogo de N. Bobbio. 5 subyugan a las mayorías dispersas (pueblo raso, meros votantes del montón) ha sido explicado por autores de izquierda como Marx y, recientemente, de la derecha liberal como Buchanan y Tullock (1962). Estos últimos, pioneros en la teoría de la elección pública, han entendido la política como un club exclusivo, con acceso privilegiado para quienes tienen u ostentan el poder de las relaciones públicas (políticos), del conocimiento (tecnócratas) y el dinero (grupos económicos de presión). Por cierto, aún en la democracia representativa (el menos peor de los regímenes políticos) las mayorías dispersas y desorganizadas son subyugadas por las minorías organizadas, y cuentan más las preferencias electorales más intensas de políticos y tecnócratas aliados con los poderosos grupos económicos. Mientras el poder popular –entendido como una masiva acción colectiva popular– sea efímero y ocasional, la democracia indirecta (representativa) será más factible que la democracia directa. Insurrecciones estratégicas con otro tipo de armamentos Las insurrecciones no armadas, ejercicios ocasionales y de corta duración del poder popular, deberían definirse con más precisión como insurrecciones “noviolentas” puesto que la población popular, como el mismo profesor Schock lo insinúa, no está literalmente desarmada. Las personas que participan en estos movimientos hacen uso de otro tipo de armas y tecnologías más apropiadas para la comunicación que para la destrucción. Además, tales armas comunicativas permiten un uso más democrático debido a sus bajos o irrisorios precios (si se las compara con los precios de pistolas y granadas), algunas de ellas son: teléfonos celulares, diversas formas de computadores personales, Internet, correos electrónicos, filmadoras, fax, etc. En este punto cabe destacar la noción de transarmamento, la cual difiere del desarme (simple abandono o reducción de la capacidad militar) y que, de acuerdo con Boulding (1937) y Sharp (1997) requiere, respectivamente, de una transición hacia unas “fuerzas de buena voluntad” o a una “defensa basada en los civiles”. Este desplazamiento hacia otro tipo de armas corresponde a la lógica microeconómica del efecto de sustitución: en este caso las armas destructivas son sustituidas por armas de la información, el conocimiento y la conectividad informática. Obviamente, esto exige una organización y una intensa formación y capacitación de la población civil. Las personas no permanecen desarmadas ni indefensas, simplemente adoptan modalidades alternativas, y no destructivas, de armamento y defensa. Algunos autores como Ackerman y Kruegler (1994) sugieren que la expresión “poder popular” es más evocativa que precisa, y ven a estos movimientos contemporáneos como parte de una sorprendentemente larga y robusta tradición de librar guerras y conflictos por medios noviolentos. Ellos hacen quizás más énfasis que Kurt Schock en que en el “conflicto noviolento estratégico” la variable crítica es la calidad de la escogencia estratégica, ya que ésta marca de manera apreciable la diferencia entre el éxito y la derrota. Para ellos no basta con las mencionadas armas y los más de 200 métodos de accionar noviolento, las estrategias juegan un papel decisivo. El tipo de conflicto que implican las transiciones hacia la democracia –para autores como los mencionados–, es de carácter extremo o de pura conflictividad (todo o nada), y es cercano a lo que técnicamente se denomina como un “juego de suma cero”, el cual consiste en un intercambio de sanciones (violentas o noviolentas) encaminadas a infligir costes a los adversarios. El común denominador de quienes emprenden acciones violentas o noviolentas contiene dos elementos clave, a saber: primero, los contendores han desbordado los canales de la acción política legal, de los procesos de construcción de consenso y de resolución de conflictos, cada parte busca mantener su posición hasta las últimas consecuencias; segundo, la estrategia hace más énfasis en la dimensión competitiva y calculadora (guerrerista, conflictiva y mercantil) del ser humano. Obedece a una acción 6 racional de fines y medios (minimizar los costos y maximizar los beneficios, hacer el mejor uso de los medios limitados), y está orientada al éxito. De acuerdo con Kruegler (1997), la estrategia es: ... la actividad, proceso, o plan mediante el cual las partes de un conflicto despliegan sus recursos y acciones disponibles con el fin de lograr sus objetivos tan eficientemente como sea posible y a expensas de los oponentes quienes están comprometidos en un proceso similar. La lógica de la estrategia moldea el uso de todos los tipos de acción directa, y es fundamentalmente la misma para conflictos violentos, noviolentos y mixtos. Acción noviolenta y movimientos sociales Un aporte significativo de Kurt Schock en este texto es el de juntar los estudios sobre los movimientos sociales (en los últimos lustros muy limitados al tema de las oportunidades políticas) y la acción noviolenta (en enfoques recientes muy concentrada en los estudios estratégicos). Cita a conocidos estudiosos de la acción colectiva popular como Doug McAdam, John McCarthy y Mayer Zald, quienes afirman enfáticamente que: “Los movimientos pueden haber sido engendrados en grado considerable por oportunidades de su entorno, pero su destino está fuertemente marcado por sus propias acciones” (McAdam et al. 1996, p. 15), y busca un complemento entre dos enfoques explicativos de las insurrecciones no armadas, a saber: el enfoque de la acción política noviolenta (que explica el papel de la organización, las estrategias y las tácticas de los pueblos para reconfigurar las condiciones políticas), y el de los procesos políticos basados en movimientos sociales (que se ha limitado a explicar el papel de las oportunidades exógenas a los movimientos, pero da cuenta también del origen y las trayectorias de las acciones colectivas populares). El enfoque de los movimientos sociales es importante pues da cuenta de las oportunidades políticas; los aliados influyentes; la división al interior de las élites; la sociedad civil globalizada; las virtudes de los movimientos sociales estructurados en redes descentralizadas que conectan nodos locales con gran autonomía y flexibilidad organizativa; la virtud de los movimientos paraguas (que aglutinan a muchas organizaciones permitiendo la descentralización, el pluralismo, la diversidad y la delegación de poder);19 y el nada deleznable papel de los marcos de referencia (la formación de creencias e ideologías contrahegemónicas que permitan que la gente tome conciencia de las injusticias y se movilice buscando un cambio social). Pero al tiempo que reconoce la importancia del contexto político, también considera importante el hecho de que los menos poderosos tienen un inherente potencial para reconfigurar tal ambiente al retirar la cooperación a los poderosos y causar disrupción en el normal funcionamiento del sistema. En el modelo de insurrección no armada sugerido por Schock deben confluir dos condiciones básicas para que el desafío (acción colectiva popular contenciosa) contribuya a las transformaciones políticas: 1) debe ser capaz de oponerse exitosamente a la represión, es decir, debe tener capacidad de resiliencia, y 2) debe contar con suficiente poder de contrapeso para socavar el poder del Estado. Las dos últimas décadas del siglo pasado legaron decenas de insurrecciones populares noviolentas, entre las que se destacan el movimiento Solidaridad en Polonia, la caída del Muro de Berlín y el desplome del imperio soviético gracias a los movimientos sociales noviolentos de la Europa del este. Para explicar esas exitosas oleadas de democratización, Kurt Schock se vale de algunas evidencias empíricas que dan cuenta del uso de estrategias y tácticas de acción noviolenta por parte de movimientos como los mencionados, y el fenómeno mismo de los movimientos sociales (puesto que, en su mayoría, tales insurrecciones no fueron obra de élites sino que se promovieron desde abajo). Gracias a esto puede comparar y brindar importantes explicaciones acerca de casos exitosos como los movimientos anti-apartheid en Sudáfrica, el del poder popular en Filipinas, el pro democracia en Nepal y el antimilitarista en Tailandia, así como también de los fracasos del movimiento pro democracia en China y del movimiento antirrégimen en Burma. 19 Aunque Kurt Schock argumenta que los movimientos paraguas han sido decisivos en los procesos de insurrección no armada, éstos, a mi juicio, son demasiado pluralistas (en el sentido de laxos) y muy efímeros como para promover estructuras de poder popular a nivel nacional y procesos de revolución cultural y social. 7 Transiciones noviolentas a la democracia Un reciente estudio de Karatnycky y Ackerman (2005), desde una perspectiva más global y enfocada en el conflicto noviolento estratégico, da cuenta de las transiciones hacia la democracia ocurridas durante las últimas tres décadas en 67 países (una tercera parte de los 192 que hay en el mundo). Las transiciones políticas, de acuerdo con tales autores, se entienden como el establecimiento de un nuevo gobierno; como resultado de la fragmentación de grandes Estados (URSS, Checoslovaquia, etc.); el derrocamiento de dictadores, dictaduras militares y sistemas monopartidistas, y el quiebre de sistemas dominados por partidos autoritarios. No incluyen las transferencias de poder (cambio de dictadores de turno) ni los golpes de Estado. El estudio valora tres características previas a la transición: a) las fuentes de violencia previas a la apertura política; b) el grado de influencia cívica (desde abajo) frente a la influencia elitista (desde arriba) en el proceso; y c) la fuerza y cohesión de las coaliciones civiles noviolentas. Las mencionadas características de tales transiciones guardan mucha similitud con las insurrecciones noviolentas, por lo que podríamos hablar de cómo se puede transitar del autoritarismo hacia la democracia mediante procesos insurreccionales y estratégicos noviolentos. Un atributo adicional del mencionado estudio es el de correlacionar las tres características mencionadas con el grado de libertad (limitado a los derechos civiles y políticos) existente antes de las respectivas transiciones y del año 2005, en los países considerados (unos años luego de las transiciones), para lo cual hace uso de las amplias categorías del reporte anual de la Freedom House, y que son las siguientes: • • • Países libres (que cumplen un amplio rango de derechos políticos y libertades civiles). Países parcialmente libres (con algunas limitaciones significativas en tales derechos y libertades). Países no libres (tales derechos y libertades básicas son sistemáticamente negados). Los hallazgos de estos autores son los siguientes: 1. 2. 3. 4. Los movimientos de poder popular noviolentos fueron la fuente principal de presión en la mayor parte de las transiciones. La resistencia cívica fue el factor clave en 50 de las 67 transiciones. Comparativamente, hubo pocos efectos positivos para la libertad, allí donde las transiciones se hicieron “de arriba hacia abajo” por parte de las élites. Por ejemplo, del total de las 67 transiciones, hoy existen 35 países libres postransición, 32 de los cuales tuvieron una resistencia cívica “desde abajo hacia arriba”, 22 una transición mixta (combinación de fuerzas de la resistencia cívica con segmentos de la élite gobernante), y tan sólo dos fueron obra de las élites dirigentes (de las cuales una fue resultado de intervención militar externa). La presencia de fuertes y cohesionadas coaliciones cívicas noviolentas es el más importante de los factores que contribuyen a la libertad. En 32 de los 67 países las organizaciones cívicas fueron importantes o aún capitales para lograr los cambios. Hoy el 75% de estos países son libres, y el 25% parcialmente libres. Los prospectos para la libertad son significativamente más prometedores cuando la oposición no hace uso de la violencia. Entre los 35 países postransición que hoy son libres, un 69% tenían fuertes coaliciones cívicas noviolentas, un 23% tenían moderadas coaliciones cívicas noviolentas, y sólo un 8% tenían movimientos sociales noviolentos débiles o carecían de éstos. Hacia una democracia más amplia El sendero hacia una significativa democracia aún es demasiado largo. No podemos conformarnos con las escenas de júbilo seguidas de instauración de elecciones e imposición de las conocidas fórmulas de la democracia delegativa o representativa que, en verdad, constituyen una forma muy estrecha de democracia. Una noción más amplia de la democracia, como la que ha propuesto Tilly (2003, cap. 2), parte de cuya definición se cita enseguida, supone dos dimensiones que son: capacidad gubernamental y democracia. La primera significa “... el grado en el cual los agentes gubernamentales controlan recursos, actividades y poblaciones dentro de su territorio. Esto varía, en principio, desde algún grado de control hasta un control absoluto. Un gobierno que no ejerce control significativo no sobrevivirá; colapsará debido a presiones internas o de gobiernos adyacentes”. La segunda, que podríamos entender como una sociedad civil organizada y, por lo mismo, como un ejercicio del poder popular significa “... el grado en el cual los ciudadanos mantienen unas relaciones políticas amplias y en pie de igualdad con los agentes 8 gubernamentales, ejerciendo así un control ciudadano sobre los funcionarios del gobierno y los recursos públicos y, además, gozando de protección frente a la intervención arbitraria de los gobernantes”. Por cierto, el autor insiste en que la democracia (en su sentido amplio) ofrece oportunidades políticas no deleznables como: la ampliación de la participación política, la extensión y democratización de los derechos políticos, la regulación de los medios noviolentos para ejercer la movilización en pro de reivindicaciones, y la presencia de terceras partes aguzadas para intervenir contra la resolución violenta de disputas reivindicativas. Contenido Agradecimientos 9 Agradecimientos del traductor 11 Abreviaturas 12 Prólogo 15 Introducción 32 ¿De la “guerra del pueblo” al “poder popular”? 47 La contienda política examinada desde los enfoques de los procesos políticos y la acción noviolenta77 Poder popular liberado: Sudáfrica y Filipinas 122 Poder popular suprimido: Burma y China 169 El desafío a monarcas y militares: poder popular en Nepal y Tailandia 207 Trayectorias de las insurrecciones no armadas 236 Referencias bibliográficas 276 Índice analítico 306 Referencias bibliográficas Ackerman, P. and Kruegler, K. 1994. Strategic Nonviolent Conflict, the Dynamics of People Power in the Twentieth Century. Westport, Connecticut, London: Praeger. Boétie, E. de la. 2003. El discurso de la servidumbre voluntaria, o el contra uno. Bogotá: Universidad Nacional de Colombia. Cante y Ortiz. 2006. Umbrales de reconciliación, perspectivas de acción política noviolenta en Colombia. Bogotá: Universidad del Rosario. Case, C. M. 1972. 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