Miguelico, el Garbancico, y el buey colorau El versionado de este cuento en nuestra parla se debe a Dña. Mª Amparo Garrigós Cerdán, filóloga y desinteresada colaboradora en lo relacionado, también, con nuestra parla. Una vez, en la caseta de Vito Conejo, vivía un campiñero con su mujer y un chiquet que tenían, tan pequeñico, tan pequeñico, que aunque se llamaba Miguel, tos le decían el Garbancico. El Garbancico era tan menudico que, cuando su madre lo llevaba a escuela, tenían que ponerle tres coixines en la caíra porque no allegaba bien a la tauleta y, pa escrebir, gastaba las puntas de lápices que les sobraban a los otros chiquetes. Pero, cuando en verano tancaban la escuela y Miguelico se quedaba en la caseta con su madre, venía lo peor: como no en tenía hermanicos, chugaba solo a los santos, a la escampilla, a boletas, y se distraía con otros pasatiempos inocentes como chafar hormigos, tirarle pedrás a los pajaricos o arrearles varás a las bochas y los balagres. Con to, el moñaco había ratos que s’alborría mucho y entonces li decía a su madre: - Mama, yo quiero ir al pueblo. Su madre, le contestaba: - Miguelico, tú ya sabes que no puedes ir solo al pueblo porque, como eres tan pequeñico, la gente no te ve bien y te puede chafar. Pero el chiquet no se cansaba de dar matraca: “Yo quiero ir al pueblo, yo quiero ir al pueblo…” Como ni su padre ni su madre cedían, un día va descurrir que si iba cantando una cancioneta por el camino, la gente lo sentiría, lo vería y no lo chafaría. Asina que, de buena mañanica, un día de Julio li va preguntar a su madre: - Mama, ¿hoy me dejarás abajar al pueblo? - Y ella, li va contestar otra vez que no. Entonces, el menudo li va embocar: Mira mama, pa que no me pueda chafar denguno, yo, por el camino y por la calle, iré cantando esta cancioneta: “Pachín, pachín, pachán, mucho cudiau con lo qu’hacéis, pachín, pachín, pachán, al Garbancico no chaféis” 1 La pobre madre, harta de tanta tabarra, y como lo de la cantaeta li va parecer una buena ocurrencia, va agarrar un chavo de la bolseta de los dineros y li va dir: - Toma, Miguelico. Con estas dos perras, t’en vas a ca la Teresita la de Pepet y le dices a Ricardo que te dé dos centimicos d’azafrán. Y el Garbancico blincando d’alegría y más ancho qu’un palloc, caminico alante, s’en va ir con su chavo a ca la Teresita. Al poco, va ver venir una burra con los cujones de la saria llenicos d’espigas d’adaza y el amo renegando: “¡Arreee, burra, que no allegamos, mecachis!” Y el Garbancico va entonar su cancioneta: “Pachin, pachín, pachán…” El hombre, to era dar vueltas, a ver onde estaba el arradio que sentía, hasta que por fin va acertar a ver al moñaquet y va charrarli asina: - Ché, si es el Garbancico, ¿onde vas, bonico, con esta basca? - A ca la Teresita, a comprar azafrán – li va contestar el chiquet. - Pos afáñate y torna pa casa ensiguida, porque en d’hay levantá y viene tormenta – li va alvertir el de la burra. Y asina, pachín aquí, pachán allá, va allegar Miguelín al colmau. - ¿Quién está aquí? – va dir con su voceta de flauta arrimaíco al mostraor na mas entrar. Ricardo, el hijo de la Teresita, qu’ estaba en aquel momento arriba d’una escalera, arreglando los anaqueles de la tienda, lo va sentir pero, como no va ver a denguno, se va pensar qu’eran fadrís que iban de chufla. - - ¿Quién está aquííí? – va chillar otra vez el chiquet. Y Ricardo, con su faena y sin hacer caso. Hasta que al Garbancico li va dar la idea de dir amotinando: Ricardo, ¡abaja de la escalera, qu’estoy aquí aunque tú no me veas! Entonces, Ricardo, en ca que llevaba la mosca detrás de la oreja, va abajar y, asomándose por encima el mostraor, lo va ver y li va dir: - Hombre, Miguelíco, si no te vía visto, ¿qué quieres, salau? - Que m’ha dicho mi mama que me dés dos perricas d’azafrán. - Espera, que te lo peso y te lo embolico en dos papelicos pa que no te taques la ropa – li va proponer Ricardo. 2 Y, en un bot, va despachar al moñaquet y en otro, el Garbancico estaba ya en las Cuatro Esquinas, enfilando pa la Barrereta. Por el camino del Santo iba cuando va ver el primer relámpago y va sentir el primer trueno de la borrascá y, en la Fuente Cañez, lo va pillar el primer arruixón de la tormenta. El Garbancico, chupaíco d’arriba abajo, como el agua no paraba, va entrar en un bancal de coles qu’en d’había al lau del camino. Y s’en va amagar bajo una col pa ver de no mojarse más. En esto, meneando las ancas, va pasar por allí un buey coloraenco que venía d’abrevar en la fuente y, puesto y bien mandau, se va zampar la col onde el chiquet estaba esperando qu’escampara. S’hacía de noche y el padre y la madre del Garbancico, lo buscaban por sendas, trochas y bancales, llamándolo: - ¡Migueliiiico!, ¿ande estaaaás? Y el menudallo no amanecía por ningún lau. Hasta que, cerca de Cáñez, los padres se van topar con el buey y cuando lo van volver a llamar, sintieron dir a una vocecica: - “Estoy en la pancha del buey, que se menea, ande ni llueve ni neva” El padre y la madre entonces, van empezar a arrancar coles y a dárselas a comer al buey que, cuando no pudo más, se dejó caer una caguerá igual de coloraenca qu’ él de tanto azafrán. Y d’enmedio la pandrojá, va salir el moñaco, contento y manchau como si na viera pasau. Ya en su casa, después de un buen arremojón en una cuba con agua y vinagre pa quitarle la pudentina, el Garbancico va prometer a su madre que nunca más le pediría volver a ir al pueblo solo. Y cuento, cuento, s’acabau, por la chimenera s’en va al tejau. Buenos días, buenas noches, corre sillas y corre coches. 3