Crónicas de viaje: un paseo por el Golfo

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REVISTA UNIVERSIDAD DE SONORA
Crónicas de viaje: un
paseo por el Golfo
Elizabeth Moreno Rojas*
Desde el mar, La Paz ofrece un panorama encantador, con
su hemiciclo de montañas azules, sus verdes arboledas, sus
innúmeros molinos de viento, que prestan vida
y animación al cuadro.
Foto: Cruz Teros
E
n la Semana Santa del año de
1887, el periodista e intelectual
Francisco Gómez Flores1 abordaba en
el puerto de Mazatlán el buque “Sonora”. Este navío, que perteneció a
Joaquín Redo, prominente empresario azucarero, transportaba pasajeros
y mercancía a los puertos de Altata,
La Paz y San José de Guaymas.
El relato de este viaje apareció
publicado primeramente en la columna que Gómez escribía en el periódico El Correo de la Tarde, y dos
años después en el libro Narraciones y caprichos (primera parte), con
el título de “Una vuelta en el Golfo
de Cortés: motu proprio”. Escribió
en total nueve relatos. Realizaba los
viajes con diferentes fines, pero la mayoría, como el paseo en cuestión, por el simple
placer de viajar, o como él dice, motu proprio2.
El viaje se realiza de ida y vuelta por los puertos de Altata, La Paz y Guaymas. Todo el
texto se articula en torno a este recorrido, aunque narra únicamente, en cerca de ocho
páginas, el viaje de ida. Parte a las tres de la tarde y llega al puerto bajacaliforniano al
siguiente día, un “jueves santo”. Menciona su arribo a Guaymas el “sábado de gloria”; ahí
se queda dos días para retornar el lunes a Mazatlán.
En la introducción el autor confiesa que decide de pronto viajar “para salir de la rutina”(153); este comentario ubica al texto en la categoría de los viajes de paseo (según la
simplificada clasificación de Ruiz Doménech), cuya motivación es el solo placer de viajar.
El narrador advierte que durante el traslado no ocurrirán muchas cosas, sin embargo esa
ausencia de sucesos tendrá como consecuencia largos pasajes descriptivos de lo observado desde el navío, así como reflexiones y descripciones sobre las ciudades, hábitos y
personas, lo cual se proyecta en un estilo ampuloso y retórico, con uso de metáforas,
comparaciones, enumeraciones, hipérboles y léxico novedoso. Un ejemplo es su visión
de Mazatlán, casi al anochecer y cuando se alejaba del puerto:
La densa oscuridad cubrió el magnífico panorama de Mazatlán visto desde
el mar, y apenas si una multitud de luces, que parecían estrellas del cielo desprendidas sobre la costa, indicaba el sitio donde la ciudad principiaría quizás
a rendirse al sueño. El Cerro del Crestón, cual fantasma enorme, se erguía
enhiesto y lúgubre a nuestra derecha, y sobre su cumbre la luz del faro semejaba
el parpadeo de un gigante, como dice Núñez de Arce en su poema “La Pesca”.
(144)
El autor se detiene en la descripción desde el mar de los espacios geográficos, como
Mazatlán y el puerto de Altata. Posteriormente viene la imagen de la ciudad de La Paz,
que se irá “dibujando” desde el barco y que completará cuando arribe al puerto, como
ocurrirá con el caso de Guaymas.
Otros elementos que se convierten en objetos de descripción son los habitantes de
estos dos últimos puertos y muy particularmente las mujeres, a las cuales les dedica casi
* Profesora e investigadora de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Autónoma de Sinaloa. [email protected]
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Foto: Silvia Gómez. Panorámica exterior-III
Muestra una imagen del planisferio que se estaba
conformando por los intelectuales del siglo XIX, en la
búsqueda de una nueva representación de la nación a partir
de dos valores propios de la modernidad decimonónica: la
belleza de la nación mexicana y el progreso de sus ciudades.
Ruta Crítica
tanto espacio como a la descripción de lugares, pero a diferencia de la reflexión moral que acompaña a esta última la de las
pobladoras se acompaña de un tono más bien intimista.
Veamos las descripciones de La Paz y Guaymas:
La Paz desde el mar ofrece un panorama encantador,
con su hemiciclo de montañas azules, sus verdes arboledas, sus innúmeros molinos de viento, que prestan
vida y animación al cuadro, y su blanco y pintoresco
caserío, tendido blandamente en las laderas de aquellas colinas, que parecen inclinarse a contemplar en la
onda salobre su gallarda imagen. (146)
Después de este primer esbozo del espacio, viene un pasaje
narrativo para contarnos cómo es recibido por los paceños en
el muelle, no porque lo esperaran precisamente a él, dice, sino
“porque siempre esperan a alguien”. De cualquier modo es tratado “con feudal aparato y… a cuerpo de príncipe”.
Una vez que se encuentra en la ciudad, va completando las
imágenes con breves comentarios de los edificios que conforman el centro, particularmente la iglesia, y muy especialmente
de la “muchedumbre de muchachas bonitas… que invadían
con su múltiple hermosura el espacioso ámbito del sagrado
recinto”, y acto seguido las compara con un “grupo celestial,
digno del pincel de Murillo”; sin embargo, es interrumpido en
este acto de percepción por la sirena del navío que lo obliga
a regresar. Después de esta evaluación tan positiva de la geografía y de las mujeres de La Paz, es desconcertante leer las
siguientes líneas:
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La Paz, llamada así por antonomasia, es el asiento de
la discordia; el lugar nato de la desavenencia y el litigio: allí el que no es Capuleto es Montesco; se heredan
y transmiten las rencillas heráldicas; y en semejante
estado de confusión social y perenne desequilibrio, la
vara de la justicia anda en constante trajín y los ministros de Astrea en perpetuo laberinto. Imagen viva
de los tiempos feudales en pleno régimen republicano,
La Paz es patrimonio de algunas familias de abolengo,
que después de desgarrarse impíamente la reputación,
quieren las unas despedazar la propiedad de las otras.
Y termina sentenciando: “Tal estado anómalo de cosas es
justo que termine, y que la oliva reverdezca y brille el iris, allí
donde mora la elegancia y refulge la hermosura”, (pp. 146-148).
En la configuración de este espacio hay una mirada antitética entre la geografía y el ambiente social. En la primera hay
una evaluación positiva basada en la belleza del lugar, mientras
que en el segundo una serie de descalificaciones a partir de los
atributos negativos de la ciudad. Y es que para la mentalidad
positivista y reformadora de Gómez Flores —que tantos problemas le causó en Sinaloa—, las actitudes de las familias de
abolengo y sobre todo el ambiente colonial, anacrónico para su
mentalidad liberal y cientificista, debieron haber representado
un choque ideológico.
En cuanto a la descripción del puerto de Guaymas, hay también una primera desde la cubierta del barco donde divisa “la
famosa bahía de Guaymas, una de las mejores del Pacífico, aun
incluyendo la de Acapulco, que lo es del orbe”, pero después:
REVISTA UNIVERSIDAD DE SONORA
Pero así como La Paz es el asiento
de la discordia privada, Guaymas
es el santuario de la desunión
pública; el coliseo de la rivalidad
y de la lucha: allí el que no es
güelfo es gibelino; quien no está
con César está con Pompeyo; y se
propagan los rencores políticos
más rápida y perniciosamente
que una epidemia. (149)
ción de la nación a partir de dos valores
propios de la modernidad decimonónica: la belleza de la nación mexicana y el
progreso de sus ciudades.
El autor cierra con una sentencia moral e ideológica: “Tal estado candente de
existencia social es justo que desaparezca
en bien de todos, y para siempre”. (149)
Como todo relato de viaje, la narración de Gómez Flores pone en contacto
distintos ámbitos humanos y socioculturales, geográficos, históricos y arquitectónicos. Además del valor literario, contiene un valor histórico porque muestra
una imagen de los pueblos que se desarrollaron a partir del beneficio de las
aguas generosas y míticas del Golfo de
California. Muestra también una imagen
del planisferio que se estaba conformando por los intelectuales del siglo XIX, en
la búsqueda de una nueva representa-
Referencia
Francisco Gómez Flores. “Una vuelta en el Golfo
de Cortés: motu proprio”. Narraciones y caprichos I, Culiacán, Tip. Ignacio M. Gastélum, 1889,
pp. 143-151.
San Luis Potosí (1856-1892). Fue llevado desde
muy pequeño al puerto de Mazatlán. Historiador,
político, educador y poeta.
2
En su relato “Concordia, Copala y Pánuco”, agrega un subtítulo muy ilustrativo de la función del
viaje: señala que lo hace “por amor al arte”.
1
Foto: Silvia Gómez. Panorámica submarina-II
Es interesante cómo con los mismos
elementos con que configura el espacio
paceño, describe en sentido opuesto a
Guaymas. Contrastan los colores azul,
verde y blanco de uno con el pardo y
terroso del otro; la verde arboleda con
la ausencia de vegetación; el animado
cuadro y los molinos que se mueven al
viento con la inmovilidad de un esqueleto y de la muerte; la metáfora del caserío
que como un cuerpo se recuesta blandamente en las laderas de las colinas, con
la imagen del caserío embutido en las
rocas hirsutas entre cerros bruscamente
perfilados.
Ya en la ciudad, una multitud de vehículos que circulan por todas partes y otra
multitud de cantinas en las que circulan
muchos parroquianos, le hacen comprender que se encuentra en una ciudad
viva y rodeado de prósperas condiciones
de bienestar y locomoción (pp. 148-149),
y así, las mismas razones que orientan la
evaluación negativa de La Paz —su visión
positivista del mundo– le permiten una
valoración positiva de Guaymas, a la que
califica como “viva” y “próspera”, con
bienestar y movimiento. Sin embargo, al
igual que con La Paz, completa esta imagen de las características geográficas con
una descripción contradictoria de la vida
social:
Foto: Silvia Gómez. Panorámica exterior-IV
Guaymas presenta al viajero acuático un espectáculo desolador: parece una población muerta, un
esqueleto de ciudad asesinada,
cuyos despojos yacen al pie de
unas montañas áridas y rojizas.
La falta total de vegetación, la
proximidad de aquellos cerros tan
bruscamente perfilados, el pardo
y terroso caserío, embutido en las
rocas hirsutas, dan la idea de que
va uno a desembarcar en una necrópolis, aquello es un Josafat a la
orilla del mar. (148)
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