ESPIRITUALIDAD Y PASTORAL DE LA MISERICORDIA, DEL

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Tema N° 9b
ESPIRITUALIDAD Y PASTORAL DE LA MISERICORDIA, DEL PERDÓN
Y DE LA RECONCILIACIÓN (2ª parte):
Entramos al segundo mandamiento de la acción pastoral. Ojalá logremos configurar nuestro diario
quehacer desde el estilo que nos dejó Jesús. Al igual que la anterior guía, ésta está tomada del libro
“Diez Mandamientos de la pastoral”, de Pedro Laín, complementadas con escritos de Anselm Grûn.
En esta ocasión, por lo extenso, la hemos dividido en dos documentos. Ambos se complementan. Queda
de ustedes, colocarle los pasos para su mejor provecho.
El Espíritu del perdón
Lo de perdonar y olvidar suena a claudicación.
El otro puede atropellarme. Como cristiano sólo me
queda perdonar. No puedo defenderme. Tengo que
perdonar a mi peor enemigo. El ángel del perdón no
te quiere humillado ni indefenso, quiere librarte del
poder de los que hieren y humillan. Una cosa es
acusar, inculpar, señalar a alguien: y otra muy
distinta no pedir cuentas, no reclamar la deuda a
otro.
No tienes por qué reprimir tus propios
sentimientos cuando perdonas. El perdón está
siempre al final de la cólera y no al principio. Para
poder perdonar tienes que permitirte expresar el
dolor que el otro te ha causado. Pero no debes
hurgar en la herida, de lo contrario te perjudicas. Por
eso, junto al dolor consciente, necesitas de la cólera.
Deja que la cólera se desate en ti contra aquel que
te ha herido: es la fuerza que necesitas para
distanciarte del agresor: te permite expulsar lejos de
ti al que te irrita y hiere. Sólo cuando lo has arrojado
puedes reflexionar: «Al fin y al cabo es humano: es
también un niño herido». O puedes orar como Jesús
en la cruz: «Padre, Perdónalos, que no saben lo que
hacen» (Lc 23, 34).
Quizá pienses que el otro sabe exactamente lo
que hace cuando te hiere, cuando provoca en ti
sentimientos de culpa, cuando descubre implacable
con su crítica tus puntos sensibles. Sí, sabe lo que
hace: pero no sabe lo que realmente te hace. Está
tan preso en su estructura, en su miedo, en su
desesperación, que no puede hacer otra cosa.
Necesita empequeñecerte porque no le queda otra
salida para creer en su grandeza. Por estar lleno de
complejos de inferioridad, tiene que devaluar, hacer
al otro más pequeño de lo que él se siente.
Si piensas de este modo, el otro no tendrá
ningún poder sobre ti. Y si te has librado, con tu
cólera, del poder del otro, podrás perdonarlo
realmente. Entonces sentirás que el perdón te
hace bien, te libra definitivamente del poder de
los que te han herido.
El paso del tiempo es, muchas veces,
condición necesaria para que podamos
realmente perdonar. No debemos precipitar
nuestros sentimientos. Si tu padre te hiere
constantemente, necesitas primero de la cólera
para poder distanciarte de él. Y quizá la cólera
tiene que potenciarse de forma que él no te
afecte ya con su condena, con su reprensión
autoritaria. Mientras tengas clavado el cuchillo
que te hirió, no puedes perdonar: hurgarías en la
herida: sería masoquismo. Has de sacarlo de ti.
Luego podrás perdonar realmente: perdonar
antes de tiempo sería darte por vencido,
entregarte a tu mal destino. Pero alguna vez
debe llegar la hora del perdón. Hay muchos que
nunca se desligan de los que los han herido
porque nunca han perdonado. El perdón te libra
de las humillaciones que has recibido y cura tus
heridas.
Las humillaciones no perdonadas me
paralizan. Me quitan la energía que necesito
para la vida. Y muchos no sanarán porque
nunca están dispuestos a perdonar. Pero el
espíritu del perdón te da tiempo; él no te agobia.
NO HAY CONVIVENCIA HUMANA SIN
PERDÓN. PUES, QUERAMOS O NO, NOS HERIMOS
UNOS A OTROS. SI LLEVAMOS LA CUENTA DE
NUESTRAS LESIONES, SE PRODUCE UN
CÍRCULO DIABÓLICO DE AGRAVIOS.
Espiritualidad y pastoral de la Misericordia, perdón y reconciliación (2ª parte)
Diez mandamientos de la pastoral
Si nos saltamos las heridas, destilarán en
nosotros amargura y agresión que luego
drenaremos en forma de reproches, crítica o
resentimiento; de alguna manera se lo haremos
pagar al otro. Y una culpa producirá otra.
EL ESPÍRITU DEL PERDÓN ROMPE EL CÍRCULO
DIABÓLICO DE LA REVANCHA: PURIFICA LA
ATMÓSFERA Y NOS PERMITE A LOS HUMANOS,
SIEMPRE HERIDOS E HIRIENTES, UNA SANA
CONVIVENCIA.
El espíritu de la reconciliación
El espíritu de la reconciliación te ayudará a
hacer las paces, en primer lugar, contigo mismo.
Muchas personas viven hoy en la irreconciliación.
No pueden admitir que su vida no lleve el rumbo que
ellas habían planeado. Maldicen su destino, las
decepciones que la vida les ha deparado. Se pelean
consigo mismas. Son incapaces de aceptarse.
Quisieran ser de otro modo: más inteligentes, más
exitosas, más queridas, de mejor apariencia. Tienen
de sí mismas una imagen ideal muy determinada
que quisieran encarnar.
La palabra reconciliación suena a ajuste, paz,
beso. Y connota el significado de «apaciguar,
aplacar». Por tanto, reconciliarse con uno mismo
significa hacer las paces conmigo, estar de acuerdo
conmigo tal como he llegado a ser, solventar la
disputa entre las diversas necesidades y deseos que
me desgarran, colmar la fisura que se abre entre mi
imagen ideal y mi realidad, sosegar el alma irritada
que se subleva una y otra vez contra mi realidad. Y
significa besar lo que tanto me molesta, mis errores
y debilidades, tratarme con delicadeza, ser tierno
incluso con lo que contradice mi imagen ideal.
Entonces tiene que venir el Espíritu Santo en mi
ayuda para que se produzca la reconciliación
conmigo mismo, con mi carácter, con todo el lastre
que he añadido a mi vida.
Sólo si estoy reconciliado conmigo, puedo
pensar en reconciliarme con las personas de mi
entorno que litigan conmigo y con otros. Los que
están desgarrados e irreconciliados provocarán la
escisión en su entorno. Existen hoy muchas
personas de profesión religiosa y política que sacan
al exterior su escisión interna: al tener una imagen
ideal demasiado elevada de sí mismas, repudian
todo lo oscuro y tienen que proyectarlo en otros. Y
ven siempre el diablo o diferentes demonios en los
otros. Tienen que satanizar a los que no viven con
arreglo a las normas de la Iglesia, a los que no se
ajustan a sus ideas sobre la moral cristiana. Lo
mismo pasa en el ámbito político: satanizan a todos
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aquellos que no están con sus ideas, con su
proyecto político. Se creen la pureza hecha
persona. Alrededor de tales personas nace la
división. Unos se entusiasman ante la llegada,
por fin, de alguien que se atreve a decir la
verdad: otros sienten que algo patológico y
separador nace de esas personas, y se apartan.
El apóstol Pablo entiende la acción de los
cristianos como un servicio de reconciliación.
«Dios nos ha confiado el ministerio de la
reconciliación» (cf. 2 Cor 5. 18). El Espíritu de la
reconciliación quiere hacer de ti un mensajero
de paz, no para que la vayas reclamando y
urgiendo por todas partes, sino para que la
realices. Reconciliación no significa cubrir con
un manto piadoso todos los conflictos que te
rodean, pretender armonizar todas las opiniones
y enfrentamientos. Muchos confunden esto con
la reconciliación: pero en realidad ellos no saben
soportar los conflictos, se angustian si no
discurre todo armoniosamente a su alrededor:
recuerdan situaciones de la infancia que los
volvieron inseguros: las disputas conyugales,
por ejemplo, que fueron amenaza para ellos al
arrebatarles el sentimiento de hogar y de
seguridad.
Reconciliar significa «volver a las amistades,
o atraer y acordar los ánimos desunidos»,
equivale a ajustar: y ajustar es allanar, despejar
el camino entre las diversas partes, lanzar un
puente entre los grupos contendientes. Pero no
equivale a laminarlo todo, armonizarlo todo. Las
opiniones pueden continuar: pero ya no se
combaten entre sí. Hay un puente por el que las
dos partes se comunican de nuevo, por el que
pueden acceder unos a otros.
Antes de ponerte a reconciliar a otros, antes
de poder resolver la pelea entre grupos hostiles
de tu entorno, has de estar reconciliado contigo
mismo. Y has de vivir reconciliado con las
personas cercanas. Tampoco esto significa
tener que sacrificar en aras de la unidad todos
tus sentimientos y apetencias. Al contrario, si
reprimes tu enfado por salvar la paz, nunca
estarás reconciliado con aquel que es objeto de
tu enfado. Debes tomar en serio tus propios
sentimientos: y no puedes devaluarlos: todos
tienen un sentido. El enfado es el impulso a
modificar algo, a ver algo de modo diferente. Si
me irrito conversando con otro y reprimo
virtuosamente la ira, eso envenena la atmósfera.
Si abordo la ira adecuadamente, sin entrar a
valorarla, puede aclarar algo. La ira indica a
menudo que el otro no dice realmente lo que
piensa y siente, que anda con rodeos. Si
exteriorizo mi enfado, ofrezco al otro la
Fe y Alegría Venezuela
Febrero 2006
Espiritualidad y pastoral de la Misericordia, perdón y reconciliación (2ª parte)
Diez mandamientos de la pastoral
posibilidad de mirarse con ojos críticos, le lanzo un
puente para poder comunicarnos de modo más
sincero y mejor. Pero importa sobremanera que yo
no quiera tener razón a toda costa, sino que respete
al otro y quiera la reconciliación con él.
Reconciliación significa tomar en serio al otro, pero
también tomarme en serio a mí mismo con mis
sentimimentos
La reconciliacion ofrece una dimension política.
Personas irreconciliadas no sólo dividen a los que
las rodean; la división va más lejos. Esas personas
marcan el talante social; confirman los prejuicios
contra los que piensan y viven de otro modo, y crean
un ambiente de hostilidad hacia los foráneos,
extranjeros y diferentes.
EL ESPÍRITU DE LA RECONCILIACIÓN QUIERE
HACER DE TI LEVADURA DE RECONCILIACIÓN PARA
NUESTRO MUNDO. SI ESTÁS RECONCILIADO EN TU
LENGUAJE, EMANARÁ DE TI LA RECONCILIACIÓN.
ENTONCES LOS EXTRANJEROS Y LOS GRUPOS
MARGINALES DE TU ENTORNO SE SENTIRÁN
ACEPTADOS.
ENTONCES
NO
SEMBRARÁS
GÉRMENES DE DIVISIÓN, SINO EL GRANO DE
MOSTAZA DE LA ESPERANZA Y LA PAZ.
El Espíritu de la misericordia
Misericordioso es el que tiene un corazón para
los pobres, los huérfanos y los desdichados, para
los solitarios y dignos de compasión. Pero antes de
poder tener un corazón para los pobres, debe tener
un corazón para lo pobre y desdichado que hay en
él. Debemos aprender primero a tratarnos con
misericordia a nosotros mismos. La palabra
misericordia equivale a «corazón abierto a las
miserias». Cuando los judíos hablan de misericordia,
piensan en el regazo materno. El Dios
misericordioso nos lleva, amoroso, en su regazo
como una madre, hasta que crezcamos más y más
en la imagen que ha diseñado para nosotros. Para
expresar la compasión de Jesús, la Biblia utiliza a
menudo la palabra griega splanghnizomai: significa
«ser acogido en las entrañas». Las entrañas eran
para los griegos la sede de los sentimientos
vulnerables. Ser misericordioso significa entonces
hacer entrar al otro allí donde yo mismo soy
vulnerable. Y la Biblia tiene además otra palabra
para la misericordia: eleos, que significa ternura,
empatía, compasión.
Tratarse a sí mismo con misericordia significa,
por tanto, ser delicado consigo mismo, tratarse bien,
no enfadarse contra sí mismo, no sobreexigirse con
propósitos, sino comenzar teniendo corazón para mí
3
tal y como he llegado a ser, corazón para lo
débil y huerfano que hay en mí. Muchas veces
nos tratamos a nosotros mismos en forma
inmisericorde. Nos condenamos a nosotros
mismos cuando cometemos una falta. Nos
recriminamos a nosotros mismos si nos
desviamos en algo. Tenemos en nosotros un
juez implacable, un superyó cruel que juzga
todos nuestros pensamientos y afectos, que nos
castiga si no respondemos a sus exigencias.
Muchas veces no podemos hacer nada contra
este superyó implacable. Entonces necesitamos
de las palabras de Jesús; él nos presenta al
Padre misericordioso que no rechaza al hijo
pródigo, sino que celebra fiesta con él, pues el
que estaba perdido fue reencontrado, el que
estaba muerto fue despertado a la vida.
Necesitamos de un espíritu de la misericordia
que desarme al juez interior y llene nuestro
corazón de amor misericordioso. No basta
apostar por la misericordia con el entendimiento
y la voluntad. En nuestro inconsciente anida la
inmisericordia de un duro superyó. Para
superarlo necesitamos del espíritu de la
misericordia en nosotros.
Y si nos tratamos con misericordia a
nosotros mismos, podremos aprender a tratar
con misericordia a los demás. Si quiero amar al
otro de corazón, si quiero tener corazón para él
o ella, debo entrar primero en contacto con mi
corazón, debo orientar primero mi corazón a lo
pobre y desdichado que hay en mí. Entonces
podré ser misericordioso. Entonces no
condenaré a otros, sino que los acogeré en mi
corazón junto con todo lo infeliz, desgarrado,
miserable e indeseable que hay en mi corazón.
Entonces mi ayuda no les trasmitirá una mala
conciencia; encontrarán sitio y hogar en mi
corazón.
TE DESEO QUE EL ESPÍRITU DE LA
MISERICORDIA TE ENSEÑE A ABRIR TU
CORAZÓN A LO POBRE QUE HAY EN TI Y EN LOS
HUMANOS. TU CORAZÓN SERÁ ENTONCES
COMO UN REGAZO MATERNAL DONDE PUEDAS
CRECER TÚ Y LOS OTROS. ENTONCES OTROS,
EN TU CERCANÍA, ENTRARÁN TAMBIÉN EN
CONTACTO CON SU CORAZÓN Y DEJARÁN DE
CONDENARSE CRUELMENTE.
«EL
QUE
TIENE
CORAZÓN
PUEDE
SALVARSE», DICE UN PADRE DEL DESIERTO DEL
SIGLO IV. SI TIENES CORAZÓN PARA LO POBRE Y
DÉBIL, TU VIDA SE LOGRARÁ. ENTONCES EL
ESPÍRITU QUE HAY EN TI SE ALEGRARÁ DE LA
MISERICORDIA QUE HABITA TU CORAZÓN.
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Fe y Alegría Venezuela
Febrero 2006
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