MFrançoise Le Brizaut JE Misericordia y Reconc06

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D- La reconciliación: uno de los rostros de la
misericordia.
Por nuestro compromiso en el seguimiento de Cristo, todos somos “embajadores” de
la reconciliación. Una vez que se la recibe, la reconciliación es como la gracia y la
vida, una corriente que transforma a sus beneficiarios, impulsándolos a obrar por ella
y a transmitirla. Al hacerlo pueden comprender cada vez mejor lo que significa la
reconciliación, la inmensidad del amor que está en el origen de la iniciativa de Dios.
Fue esta la experiencia de Juan Eudes: a medida que avanzaba en su larga vida,
crecía en él la conciencia de ser un “embajador” de la reconciliación, eso era ser
“misionero de la misericordia”.
Su meditación, alimentada en las Escrituras y por la experiencia de la vida, le había
enseñado que la Encarnación del Hijo de Dios por la salvación de la humanidad, es
realmente el fruto de la misericordia de Dios, que llevó en su corazón todas nuestras
miserias y quiso librarnos de ellas.
Jesús es plena y totalmente el rostro humano de la misericordia de Dios, su
manifestación en plenitud. Es el icono perfecto de la misericordia, que encarnó en
toda su existencia humana. En él, en sus gestos, y actitudes, así como en sus
palabras “vemos” el amor sin límites del Padre, comenzamos a comprender que este
amor es incondicional, no se deja desalentar por ninguna de nuestras ingratitudes,
de nuestras traiciones, por ninguna de nuestras miserias…
Y es ese Dios “rico en misericordia”. (Ef. 2, 4), tomó la iniciativa de reconciliar a la
humanidad y al universo entero, estableciendo una Alianza eterna en la vida dada
por Cristo.
En adelante, cada uno de los que pertenecen a Cristo deben dejarse atravesar a la
vez por la corriente de la reconciliación y la misericordia.
1- La experiencia de la misericordia en la vida de Juan Eudes
Juan Eudes era muy consciente de haber sido unificado en el centro de su vida por la
misericordia: salvado del pecado, reconciliado con Dios, escogido para ser ministro
de la Nueva Alianza, conocía su propia miseria original: Le gustaba decir, “El abismo
de mi miseria atrajo el abismo de su misericordia”, consciente de su fragilidad, de
sus debilidades.
En sus relaciones con los otros, esta experiencia de ser « objeto de misericordia » lo
había conducido igualmente a esta humilde actitud que predicaba San Pablo:
“Considerad a los otros como vuestros superiores”
(Fil. 2, 3 ; ver también Rom. 12, 3).
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Con la convicción de que: « la misericordia de Dios se extiende de
generación en generación (Magnificat) él impregnó progresivamente de
compasión y misericordia todas sus relaciones. Sobre esta base, en todas las
dificultades de relaciones que él podía encontrar, bien sea en las relaciones interpersonales o de grupos, siempre buscó la reconciliación, prefirió perdonar más que
juzgar o condenar:
« Ayúdenme a orar mucho por mis bienhechores, a quienes estoy muy
obligado porque me dan preciosas ocasiones de practicar las más bellas
virtudes, especialmente la humildad, la sumisión a la divina voluntad, el amor
de Jesús y de su Santísima Madre, también crucificada con Él” (Voluntad de
Dios, p. 143) ;
Para él, lo que más contaba era marchar sobre las huellas de Jesús, quien no se
defendía frente a sus enemigos y a quienes le trataban injustamente. (id p.141).
2- La opción por la misericordia
En el centro de su vida misionera, en un período donde se interrogaba sobre la
actitud que debía privilegiar, cuando el jansenismo comenzaba a desarrollarse en
Francia, María de los Valles fue encargada de transmitirle un mensaje percibido como
venido de María la Madre del Salvador: en su predicación, debía anunciar la Palabra
de Dios en toda la fuerza de la “espada de doble filo” (He 4, 12); pero mientras que
él acogía a los pecadores, debía comportarse como un sabio médico, que acoge al
enfermo con dolor, lo ayuda a descubrir sus heridas, busca comprenderlo y jamás lo
trata con aspereza.
Al acoger este mensaje, en su corazón y en su vida, Juan Eudes comprendió bien
que no podía ser un verdadero ministro de la reconciliación de los hombres con Dios
y entre ellos, sino en este clima de misericordia que es la expresión misma del
Corazón de Dios. Sería necesario introducir todos los que se aproximaran al
confesionario en un camino que debe nacer y desarrollarse dentro de un proceso de
curación profunda de todo el ser, en un encuentro con Aquél que es la fuente de la
misericordia que restaura y recrea. Dios no es primero un juez que condena, es un
Padre que espera a su hijo pródigo y se precipita a su encuentro:
« Dios no se contenta en sufrir de parte de los pecadores, y en esperarlos a la
penitencia; él los busca, él que está infinitamente sobre ellos y que no
depende de ellos; él los invita a reconciliarse con él; los invita a dejar su pecado
y a volver a Él…” (OC VII, pág. 22-23)
Es de este Dios que el misionero es testigo. Hacia este Dios él quisiera volver el
corazón de todos los que se le acercan, en el confesionario y en otras partes.
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3- Testigo e instrumento de la misericordia
Se puede decir que la experiencia permitida por el mensaje de María de los Valles,
preparada y acompañada por la oración de Juan Eudes, fue “fundadora” en su vida.
Durante casi 50 años, trató de ser un verdadero “misionero de la misericordia”. Quiso
ser su testigo e instrumento, y tuvo conciencia de serlo plenamente cada vez que se
daba a su Señor para ser un embajador de la reconciliación.
- Estas mujeres que venían a él, con frecuencia destrozadas en sí mismas por
la conciencia de su culpabilidad, se sentían también rechazadas por una
sociedad que excluía aquéllos y aquéllas que no entraban en sus normas. El
hecho de acogerlas con un inmenso respeto, como hijas amadas de Dios, de
escucharlas, de buscar con ellas como iban a poder reconciliarse consigo
mismas, “ponerse de pié”, cómo podrían comenzar de nuevo su vida, sobre
nuevas bases, era una obra de reconciliación, donde a cada instante estaba
presente la misericordia: amor incondicional y paciente, que restaura y recrea,
que se alegra con y por la oveja encontrada, el hijo perdido y vuelto a la vida…
« Pedir frecuentemente al Divino Corazón de Jesús, fuente de toda
santidad, la prudencia y la dulzura que necesitan, tanto para soportar con
paciencia todas las contradicciones, resistencias y oposiciones que se
encuentran en el ejercicio de este cargo, como para hacerles concebir y
practicar el bien. Por eso deben sobresalir en la virtud de la paciencia…”
(Directorio de la Hna. encargada de las Penitentes OC X, p.306)
Por tal actitud impregnada de misericordia y modelada por ella, permitirá poco
a poco que las mujeres acogidas se reconstruyan, establezcan relaciones
diferentes con el medio, unas relaciones ya no marcadas por el conflicto, sino
que surgen de una vida reconciliada.
- Podemos decir con fuerza respecto a las mujeres acogidas por Juan Eudes y
por las primeras Hermanas de Nuestra Señora de Caridad, también de cada
uno de los penitentes que él recibía en el confesionario: la misericordia
animaba todas esas actitudes hacia ellas, y eso porque primero y ante todo es
así que Dios se comporta hacia nosotros:
« Fue Dios quien nos amó primero, quien nos invita, exhorta y
apremia a buscarlo y a convertirnos a él. Este Dios de amor y misericordia
corre tras de nosotros cuando lo dejamos, nos persigue con un amor
indecible, y nos ruega que no nos separemos de aquél que nos busca con
tanta diligencia”. (OC VIII, p.55-56)
Y en consecuencia,
« La muy dulce mano de la misericordia de Dios es la que retira al
penitente de su pecado… La divina bondad, no se contenta con perdonarle
sus crímenes, lo pone en el rango de los amigos e hijos de Dios.” (id)
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Si Dios actúa así, su embajador debe hacerlo también. Juan Eudes
exhortaba a sus hermanos, cuando estaban en el confesionario, a
« No llevar consigo sino un corazón lleno de mansedumbre, y una boca llena de
leche y azúcar, jamás de vinagre, nada más que aceite y miel… Con la
dulzura se logra lo que se quiere, nadie puede resistirse; pero todo se malogra
con la aspereza…” (El Buen Confesor)
Y eso puede aplicarse en todos los aspectos de la vida del misionero, en cada
uno de sus procesos. La misericordia debe cantarse con unas notas de
paciencia, dulzura y ternura:
« Ser todo caridad para escuchar a cada uno, para hablar dulce y
amablemente a todos, para hacerse afable y benigno a todos aquéllos que
le abordan, para visitar cuidadosamente sus enfermos sin esperar que se
le llame allí, para consolar a los afligidos, para dar consejo a quienes
tienen necesidad de él, para corregir y advertir a los que falten, para
reconciliar a los que están en discordia, para tratar de pacificar los
diferendos y arreglar los procesos, para asistir a aquellos que tienen
necesidad, y para hacerse, según todo su poder, el procurador, el
abogado, el defensor y el padre de todos los pobres, y el refugio de todos
los miserables”. (El Buen Confesor p. 187)
Y al mismo tiempo exhortaba a sus penitentes a revestirse ellos también de
esta misma compasión y caridad:
« Si os han ofendido, o si habéis ofendido a alguien, no esperéis que
vengan a buscaros; para obedecer las palabras del Salvador (Mat 5, 2324), y también en honor de quien es el primero en buscarnos… id a buscar
a aquél que habéis ofendido o que os ha ofendido, para reconciliaros con
él, disponiéndoos a hablarle con toda dulzura, paz y humildad”. (OC
I 263)
- En la vida fraterna, con sus alegrías, pero también sus dificultades
cotidianas, donde tenemos la experiencia de que las tensiones y conflictos son
una realidad, la misericordia es como una llave de acceso al corazón del otro y
a una reconciliación vivida en verdad.
Ver Constitución Nº 37 de Nuestra Señora de Caridad: « Nuestra manera de
vivir juntas debe expresar visiblemente la misericordia de Cristo, recibida y
compartida”.
Cfr. también la Const. 19, de la caridad (OC X), que expresa muy bien lo que
ella podía significar para Juan Eudes:
« No tener ojos para ver las faltas del prójimo, ni oídos para oír hablar
mal, ni boca para acusarlo, ni entendimiento para juzgarlo, ni voluntad
para condenarlo, ni memoria para acordarse de sus flaquezas, sino un
corazón misericordioso para tenerle compasión, una lengua caritativa para
excusarlo y un espíritu paciente para soportarlo, estos son los efectos de
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la verdadera caridad que las Hijas de Nuestra Señora de Caridad deben
practicar cuidadosamente”.
Y como él sabe que ese es un ideal jamás alcanzado, no olvida la invitación a la
reconciliación, en la misma tonalidad de la misericordia:
« Si se presentase algún diferendo o disensión entre algunos, que se
acuerden de estas palabras del Apóstol: ‘que el sol no se ponga sobre
vuestro enojo, y que no dejen pasar el día sin reconciliarse.
Si no lo hacen, que el Superior les haga la corrección, y les obligue con
caridad y dulzura a hacerlo lo más pronto posible.
Si se resisten y endurecen en su discordia, que se advierta al Superior de
la Congregación…”. (OC IX, 4/1, 213)
Aquí vemos la puesta en acción de todas las mediaciones humanas indicadas
por el mismo Jesús (Mat. 18, 15-18), para avanzar hacia la reconciliación:
porque un conflicto interpersonal siempre afecta a todo el cuerpo, y es normal
que el cuerpo sienta la responsabilidad de trabajar en la reconciliación. Pero, es
la misericordia la que debe ‘dar el tono’ a todo el proceso, porque ella es a la
vez compasión por la miseria y participación al amor incondicional de Dios por
cada uno de sus hijos.
Conclusión
Al término de este recorrido con Juan Eudes sobre el camino de la reconciliación,
tenemos en nuestras manos un bello ramillete, que nos dice de nuevo la urgencia de
convertirnos también nosotros en embajadoras de la reconciliación, presencia y
acción de Dios, quien, en Cristo, reconcilia el mundo:
* Abrirnos a Dios que es « rico en misericordia » y acoger en nuestra vida, al
que nos salva gratuitamente;
* Dejar vivir y reinar en nosotros a Jesús reconciliador, darle libre campo para
que libere plenamente nuestro corazón y nos revista de sus actitudes;
* Impregnar con su misericordia todos los gestos de nuestra vida fraterna,
hasta en las tensiones y conflictos que puedan surgir, para que florezca entre
nosotras la reconciliación;
* En lo cotidiano, ayudarnos mutuamente como Iglesia, para ser artesanas de
reconciliación para un mundo dividido, donde Jesús quiere vivir y reinar;
* Anunciar por una vida reconciliada y reconciliante que es posible un mundo
nuevo, que ya está en germen (cfr. Is 43, 18-19), que el universo entero
encontrará su plenitud en Cristo (Ef. 1, 10).
Juan Eudes no dijo todo! Nosotras vivimos de su espíritu en el seguimiento de Jesús,
vamos a proseguir la ruta, a desplegar toda la riqueza del Misterio del que somos
llamadas a participar (cfr. Ef. 3, 5-12).
Marie-Françoise Le Brizault
Angers, Junio2006
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