Entrada “Gaúcho platino”. Fuente: Zila Bernd (Organizadora): Dicionário de Figuras e Mitos Literários das Américas, Porto Alegre: Tomo Editorial/Editora de Universidade (UFRGS), 2007. pp. 296-301. Páginas totales del libro: 700. ISBN: 978-85-86225-51-2. Entrada traducida al portugués por Graciela Cariello. El gaucho (Argentina) Autora del artículo: Sandra Contreras / Traducción: Graciela Cariello Definición. Según las distintas aproximaciones historiográficas, el gaucho se define como una “clase social” antes que por sus cualidades de tipo étnico o racial. Si bien no puede haber dudas de que se trata del mestizo, hijo del blanco (español conquistador o colono) y la india, y si bien, por lo tanto, puede reconocerse en él un tipo auténtico diferenciado (un derivado del tipo colonial que había venido a constituir una raza distinta y característica), el gaucho se define como un actor en la sociedad y la economía rurales del Río de la Plata (principalmente en una zona que va del sur del Río Grande y norte del Uruguay, hasta el sur de Buenos Aires, norte y centro de Santa Fe, y las cuchillas de Entre Ríos) cuya vida histórica se extiende desde comienzos o mediados del siglo XVIII, cuando se lo define como sujeto “jurídico” en la red de leyes estatales, hasta su desaparición a fines del siglo XIX como clase social diferenciada. Se perfila como tipo social “cuando comienzan a constituirse las castas de los hacendados y los militares y a codificarse el rango de las personas por su estirpe o posición económica” y cuando, por lo tanto, queda desclasificada como “clase social desposeída y sin derechos” (Martínez Estrada, p. 635) Gauchos (como antes “moços perdidos”, cuereadotes, peones, bandidos, vagos, gauderios, gabuchos, etc.) fueron desde mediados del siglo XVIII o desde comienzos de esa centuria, todos aquellos que, excluidos de los centros de poder, no tuvieron posibilidades de llegar a ser propietarios, comerciantes, sacerdotes, militares, conchabados permanentes, artesanos (Rodríguez Molas). Tanto la inseguridad jurídica (el sometimiento del gaucho a (1) la ley de “vagos y malentretenidos” que en el siglo XVIII define la “delincuencia campesina”: el gaucho “vago”, no propietario y sin trabajo –sin papeleta de conchabo- ni domicilio fijos; y (2) a su corolario, la “ley de levas” que enrola compulsivamente a todo “desocupado” en las filas del ejército para integrar las fuerzas militares de frontera), como la consiguiente imposibilidad de acceder a la posesión de un mínimo de tierra, son las causas económicas y sociales más importantes de la aparición del gaucho, a las que suman las siguientes condiciones que cristalizan a mediados del siglo XVIII : alimentación asegurada por vacunos y yerba mate; cabalgadura y vestimenta, asegurada por caballos y vacas; libertad asegurada por las enormes extensiones sin alambrados y con muy poca vigilancia; la posibilidad concreta de lograr un mínimo necesario de subsistencia con el contrabando de cueros, trabajos temporarios en vaquerías. (Rodríguez Molas). A fines del siglo XVIII el término ya designa a un sector de la población rural rioplatense, sin recursos económicos, sin propiedad, que faenan por cuenta de otros ganado vacuno para cueros, diestro para subsistir en un medio primitivo, donde el orden técnico y cultural es prácticamente desconocido y se acentúa la presión de las tradiciones. (Rodríguez Molas, pp. 65-74). Si a partir de esta definición el concepto de gaucho queda asociado a la “población rebelde a todo sometimiento, resentida contra el poderoso”, caracterizada por la “la falta de arraigo y el instinto ambulatorio” (Martínez Estrada, p. 636, 638), a la clase social que se encontró “ante la alternativa o de acatar una estructura conservadora y ferozmente represiva, para condenarse a trabajar en su mantenimiento, o de rechazarla marginándose voluntariamente aún a costa de una vida dura y peligrosa pero que significaba –de alguna manera- el goce vicario de una libertad parcial y constantemente amenazada” (Rodríguez Molas, p. 84), es preciso incorporar también, a fin de complejizar debidamente sus límites, la noción de “pequeños labradores y pastores”, los campesinos que aún no han sido despojados o expropiados de sus medios de producción: los propietarios de hacienda (vacunos, yeguarizos y ovinos) y/o los dedicados a la agricultura que producen en los campos que arriendan bajo la forma del usufructo sin propiedad, caracterizados por el trabajo y la familia, que constituyen la mayor parte de la población rural en la primera mitad del siglo XIX (constantemente evocados en la mayor parte de la primera poesía gauchesca), y que desaparecen, como productores pecuarios, cuando los sistemas legales que rigen el proceso de apropiación jurídica de la tierra se perfecciona, hacia la década del 80, desde el punto de vista del resguardo del derecho de propiedad y ya no es posible utilizar productivamente una tierra sin pagar un canon (Garavaglia). Etimología. Campos de aplicación. Como lo diagnosticó Ezequiel Martínez Estrada en 1948 “ninguno de los poetas gauchescos ni de los novelistas argentinos (excepto Hudson) ha tomado el gaucho histórico por modelo. [...] Nos ha parececido [a los argentinos] que el de la leyenda era más interesante, y para muchísimos críticos, más real, más representativo” (Muerte y transfiguración de Martín Fierro, p.657). Esta transfiguración legendaria del gaucho, que Borges ya había calificado de “superstición” y hasta de “complot” en “La poesía gauchesca”, tiene su epicentro en la operación ideológica de mitificación del gaucho como cifra del “ser nacional” que, entre fines del siglo XIX y principios del siglo XX, realizó el nacionalismo cultural a través de los intelectuales y escritores ligados a la política estatal, y cuyo texto paradigmático es El payador (1913/1916) de Leopoldo Lugones. Para comprender este proceso de espiritualización y estetización del gaucho, en el que se consolida el mito, es preciso relevar tanto la parábola de la “imagen literaria” del gaucho, desde su constitución como “personaje” y como “tipo” en los textos de la cultura letrada del siglo XIX hasta su “reinvención” en la obra de Jorge Luis Borges en el siglo XX, como atender a las tensiones que atraviesan la constitución de esa imagen (en sus continuidades y rupturas) y a la guerra de sentido que la define. El proceso de constitución de la imagen está atravesado, en su genealogía, por la confrontación entre la imagen del gaucho como el “Otro” de la civilización (del gaucho bárbaro al gaucho malo y al caudillo) que instituye Facundo. Civilización y barbarie (1845) de Domingo F. Sarmiento, y la imagen del gaucho como personaje y cantor popular que la poesía gauchesca elabora, en sus distintas coyunturas históricas, desde los Cielitos (1814-1821) de Bartolomé Hidalgo a El gaucho Martín Fierro (1872) y La vuelta de Martín Fierro (1879) de José Hernández (en una parábola que va del “gaucho patriota” al gaucho perseguido víctima de la injusticia estatal). Los primeros cuatro capítulos de Facundo constituyen un pequeño tratado de definición de la figura del gaucho desde el sistema de interpretación hegemónico del siglo XIX (Civilización vs. Barbarie) y a la vez una muestra cabal de los conflictos y ambivalencias de los intelectuales en relación con ese Otro que se constituye, en su genealogía misma, como una figura en tensión. En primer lugar el gaucho es para Sarmiento la expresión –la manifestación- de la barbarie de la vida pastoril: el producto humano y social de una vida de campo brutal y primitiva que desarrolla las facultades físicas (temeridad, fuerza, sentimiento de importancia individual, valor, altísima capacidad de supervivencia) y ninguna de la inteligencia, y que, erradicando todo interés por la cosa pública, propicia tanto la indolencia y el aislamiento para el trabajo (lo que convierte al gaucho primitivo en una fuerza improductiva) como el afán de ostentar el valor y la destreza física (lo que convierte al “gaucho bárbaro” de la naturaleza en el “gaucho malo” que, asociado en las masas montoneras o convertido en caudillo, ejerce en la sociedad un poder despótico a través de medios violentos de represión y de terror). En la pasión instintiva, la irracionalidad, y la violencia de la barbarie que encarna el gaucho como forma de vida y manifiesta políticamente el caudillo, el libro de Sarmiento cifra las causas del drama de la historia argentina. Pero esta imagen hay que contraponerla, en el interior mismo del libro, con la elaboración de la figura poética del gaucho en el clásico capítulo II en el que Sarmiento cataloga, en clave de descripción y también de leyenda, los caracteres originales argentinos (el baqueano, el rastreador, el cantor, el gaucho malo) a partir de la hipótesis de que la vida pastoril tiene también sus “atractivos”, que de ella brota también un “fondo de poesía”. Son ahora el misterio y lo sublime, lo grandioso que va más allá de lo palpable, lo que define la singularidad de estos personajes “eminentes” cuya excepcionalidad se cifra en lo incomprensible y lo increíble de su poder y de su ciencia propia. Seguramente es este costado poético de la vida pastoril lo que convierte al tipo del “gaucho malo”, dentro de los límites del cuadro, en un personaje atractivo en su misterio, y lo que está en la base de la tendencia de Sarmiento a agrandar a su protagonista, el caudillo bárbaro Facundo Quiroga, como signo de una realidad más vasta, “procedimiento que termina por envolver al personaje en un aura mística” (Halperín Donghi). Facundo es aquí el genio bárbaro –pura alma rebelde, pura voluntad de insumisión, pura pasión de ejercer poder y violencia- y a la vez el genio grandioso en su misterio, que crece en la imaginación popular, y que a fuerza de acatar la propia ley de destrucción que impuso cumple finalmente con la ley del héroe mítico: muerte y supervivencia. De hecho, el libro comienza con la invocación de Facundo como fantasma y con su retorno como héroe mítico en la memoria popular. Esta, por lo tanto, es una de las imágenes del gaucho más potentes en la literatura argentina, en la medida en que articula magistralmente, desde la cultura letrada, la tensión entre el rechazo y la fascinación por el Otro, tensión que desde luego está en la génesis de su conversión en mito. El reverso de esta imagen está dado por la ficcionalización de la figura, y de la voz, del gaucho en la poesía gauchesca. El primer escándalo, literario y político, del género gauchesco es la postulación de un nuevo signo social, el “gaucho patriota” de los Cielitos de Hidalgo, que desde el registro escrito cambia sustancialmente el sentido de la palabra “gaucho” tal como venía circulando en documentos públicos y tal como la había definido la ley de vagos y malentretenidos: en los Cielitos de los años 10, las palabras que trae la Revolución iluminista (“patriota”, “valiente”) se añaden al sentido anterior de la ley escrita (vago=delincuente) produciendo un sintagma nuevo que es un oximoron. Este enfrentamiento verbal en el universo de sentidos asociados al concepto de “gaucho” (enfrentamiento que tiene lugar en el contexto de las guerras de independencia, como si las palabras se enfrentaran en guerra) muestra el modo en que el género gauchesco interviene, en su emergencia misma, en la definición de la palabra y la dramatiza. (Josefina Ludmer). En el cierre del género, y en la obra máxima de la poesía gauchesca, la definición del “gaucho” vuelve a dramatizarse, en tono de desafío desde la violencia popular antimilitarista en su primera parte, El gaucho Martín Fierro (1872), y en clave de asimilación y pedagogía desde la sabiduría oral de los refranes en la última, La Vuelta de Martín Fierro (1879). En la Ida, en una primera persona autobiográfica el gaucho se define, orgullosamente, en su libertad y omnipotencia desafiantes, pero a la vez, dramáticamente, como un sujeto escindido entre dos traducciones del mismo término: la traducción de la ley escrita que lo define como “bandido” (y sus corolarios: “vago”, “malentretenido”, “ladrón”, “bruto”, “gaucho malo”) / la traducción popular que lo define como “gaucho perseguido”, que ha sido trabajador y padre de familia (en un sentido que lo liga con la clase de los pequeños labradores y pastores), por lo tanto inocente, por lo tanto víctima de la arbitrariedad de la ley, y del despojo y la violencia estatales (en un sentido exactamente opuesto al postulado por Sarmiento en su Facundo). Es esa escisión trágica la que conduce al personaje a la deserción (el gaucho matrero), al crimen y al abandono de la civilización, y la que está en la base de una figura en la que se anudan la imagen del “gaucho malo” (el gaucho enfrentándose con violencia a la violencia del Estado) y la imagen del “gaucho bueno” (el gaucho víctima de la injusticia de la ley escrita). En La Vuelta, en el contexto de la Conquista del Desierto y en vísperas de la unificación y organización del Estado liberal en el 80, la primera voz del cantor es ahora la voz de un gaucho que vuelve de la barbarie indígena a la civilización, a trabajar, y que se define básicamente por su sabiduría y destreza en el manejo de la palabra oral: se prueba como eximio cantor en la payada con el negro, y se muestra como padre sabio en la recitación de los consejos a los hijos, consejos en los que, en el reverso de la violencia popular de la Ida, se recita la ley escrita estatal (trabajar, no matar) en la voz de los proverbios orales. También en 1879 Eduardo Gutiérrez publica el folletín Juan Moreira, donde se narra en la prensa popular la vida del ya mítico gaucho que, en la realidad, en la década del 70, había enfrentado a las “partidas” hasta morir. Como un nuevo avatar del “gaucho malo” Moreira es, ya en la imaginación popular, el héroe de la violencia y la justicia popular que retoma y lleva al extremo, en su figura, la doble faz de Martín Fierro en la Ida de 1872: como Fierro es gaucho “bueno”, víctima de la injusticia y a la vez resiste la arbirtrariedad y la persecución del Estado, pero lleva esa resistencia al extremo de la violencia, en un crescendo de peleas y crímenes, convirtiéndose en héroe de la confrontación contra el Estado y la autoridad en el umbral de la modernización. Esto es lo que convierte a Moreira, típico en su carácter representativo de un estado generalizado de injusticia que conduce a los gauchos al crimen y a la ilegalidad, en un héroe excepcional que inmediatamente adquirió el carácter de un mito que se proyectó como paradigma de identificación: el “morerirismo”, término con el que se alude a los efectos de esta imagen prototípica en el imaginario social, en la conformación de un estilo de vida, de una cierta peculiar experiencia del mundo y de la vida, con su repertorio de gestos y actitudes, desde fines de la década del 80 y la década del 90. Héroe de la violencia popular, la figura de Moreira y su historia excitante funcionó seguramente como sublimación de humillaciones, catalizadora del descontento popular y de secretas rebeldías, y proveyó una imagen prototípica de la que los sectores populares se apropiaron para actuarla en público, que se hizo imprescindible en carnavales y caricaturas de la época sobre todo a partir de la representación teatral en 1886 y que fundó una “imaginería criollista” de larga proyección en el imaginario social y con más ascendencia popular que la misma figura de Martín Fierro. (Adolfo Prieto). Paralelamente a la proyección y circulación de este mito popular, las élites intelectuales ligadas a la política estatal fueron elaborando, entre fines del siglo XIX y principios del siglo XX, el proceso de “mitificación” del gaucho como paradigma de identificación del “ser nacional” para contrarrestar la disgregación babélica que traía aparejada la masiva inmigración de fin de siglo, el nuevo Otro objeto de la xenofobia. En una inversión de la dicotomía civilización, que convierte en refugio de valores positivos al sujeto que previamente fue objeto de rechazo y exclusión, la elaboración letrada del mito gaucho tuvo como soporte la figura del payador anónimo (ocasionalmente el personaje de Martín Fierro aunque depurado de sus ribetes violentos), y como condición de posibilidad la desaparición del gaucho como clase social reconocible, su muerte en la realidad. El payador de Leopoldo Lugones sintetiza la operación ideológica de estetización del gaucho al postularlo como el “héroe y civilizador de la pampa” (que por ser un el elemento genuino de la pampa y a la vez superior por su componente blanco pudo darle guerra a muerte al indio en una empresa heroica de liberación) y al entroncarlo con la tradición grecolatina portadora de los valores de libertad, justicia, bien y belleza. Elegante y bello en su porte, cantor amante de la música y la poesía, valiente con pasión caballeresca (no como cultor del coraje en el estilo de Moreira), el gaucho mítico de Lugones encarna la vida heroica de la raza, inmortalizada en el poema épico nacional a través del tipo más perfecto de justiciero y libertador -el Martín Fierro y condensa el antecedente del que proviene todo lo que es propiamente nacional. Esta transustanciación del gaucho real en un gaucho mítico, que Lugones lleva al extremo al asignarle una ascendencia helénica, es el punto culminante de un largo proceso de espiritualización y estetización del tipo gaucho que las élites intelectuales venían elaborando desde fines de la década del 80 a fin de contraponer un paradigma de identidad nacional, de carácter espiritual y aristocrático, frente a la masiva inmigración de fin de siglo, babélica y cosmopolita, democratizada y vulgar. La condición de posibilidad de este proceso es la muerte del gaucho en la realidad: la muerte, “la gran poetizadora”, que al depurar al gaucho de las impurezas de la realidad le abre las puertas de la leyenda y permite por lo tanto la transustanciación de la materialidad imperfecta en la pureza estética del espíritu. La mitificación del gaucho en este sentido supone la construcción de un paradigma de identidad nacional que mora en el cielo platónico de las esencias espirituales y que se presenta como inalcanzable para los recién llegados. Las vanguardias trabajaron en la materia de lo que ya en los años 20 conforma una imaginería criolla y elaboraron dos imágenes literarias del mito gaucho de larga proyección en el siglo XX: la pastoral moderna de Ricardo Güiraldes, Don Segundo Sombra (1926), en la que Don Segundo encarna el tardío arquetipo del gaucho genérico, ahora como síntesis estético ideológica de una continuidad con el saber práctico y la comunidad de experiencias y valores rurales (un padre maestro que transmite una sabiduría gnómica del mundo rural) y como cifra de un “gauchismo” a la vez esencial (espiritual y natural) y perfeccionable por la iniciación y el aprendizaje (Beatriz Sarlo); y el mito del compadrito que Jorge Luis Borges reinventa en sus cuentos de coraje: situándose en el imaginario provisto por el moreirismo, y desde las orillas de la institución literaria, Borges inicia el proceso de desmitificación del Martín Fierro del nacionalismo cultural y acomete la creación del género del coraje (que comprende su momento prototípico en relatos como “Juan Muraña” o “El encuentro” pero que comprende también su clausura y desmitificación en “Hombre de la esquina rosada” y en “Historia de Rosendo Juárez”) con el que inventa un mito donde ya estaba (el desde siempre mítico compadrito) y con el que provee a la ciudad moderna, y más específicamente al suburbio y al arrabal, de los “fantasmas” literarios que estaban necesitando en su versión moderna. (Astutti-Contreras) Síntesis crítica. Sintetizar los valores que aún hoy representa la imagen del gaucho no haría más que seguir mostrando las disputas político-ideológicas que la atravesaron desde su génesis y que aún hoy la constituyen: o la nostalgia por una supuesta esencia nacional, arraigada en la naturaleza de la tierra y en los valores de la tradición, apta para los pintoresquismos románticos y para los usos nacionalistas y populistas más retrógrados, o la supervivencia de una imagen de rebelión y resistencia que abreva bien en el mito de la vida errante y libre del gaucho insumiso o que, en sus variaciones moreiristas, reaparece periódicamente para contar una historia literaria de la violencia en Argentina desde fines del siglo XIX hasta hoy. Bibliografía Astutti, Adriana y Contreras, Sandra: “...De esa otra voz”, en Discusión, Suplemento de Crítica Literaria de la Revista de Letras, Año I, Número I. Borges, Jorge Luis: Obras completas. Buenos Aires, Emecé, 1974. Garavaglia, Juan Carlos: “El Martín Fierro y la vida rural en la campaña de Buenos Aires” en Martín Fierro, Edición crítica de Elida Lois y Angel Núñez, Barcelona, Colección Archivos, 2001. Ludmer, Josefina: El género gauchesco. Un tratado sobre la patria. Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 1988. Martínez Estrada, Ezequiel: Muerte y transfiguración de Martín Fierro. México, Fondo de Cultura Económica, 1948. Prieto, Adolfo: El discurso criollista en la formación de la Argentina moderna. Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 1988. Rodríguez Molas, Ricardo E.: Historia social del gaucho, Buenos Aires, Ediciones Marú, 1968. Sarlo, Beatriz: Una modernidad periférica: Buenos Aires 1920 y 1930, Buenos Aires, Nueva Visión, 1988.