sólo de piel. Resulta que pese a muchos anacrónicos contrasentidos, incompati-" bIes ton una sociedad en cambio, el país se ha transfonnado y esta transfonnación ha incidido en los siguientes fenómenos: a] Creación de una sociedad in.dustrial de primer grado, con un proletanad? y una burguesía industrial, nivel de vId~ elevado y metidos de lleno en la sOCledad de consumo neocapitalista. b] Crisis ca~­ pesina emigración a Europa y "desertización;' del campo. c] Aparición en.}a vida española de una nueva generaclOn de jóvenes que nacieron ~ras la gu~rra civil, que desconocen no. ,solo su sentido, sino también su proyecclOn y que representan a la tercera parte del país. Éstos son los "nuevos hechos". Sería injusto si no admitiese que han ten~~o u~ reflejo determinado en la p.roducclOn 11teraría más reciente. Me reÍlero a las dos novelas de más cierto éxito, publicadas este año: Réquiem por todos nosotros de José María Sanju~n (Premio. ~adal) y Fauna de Héctor Vazquez Azpm. Aunque ambas siguen ~ncidien~~ en la te~~­ tica de la burguesIa postbehca, se adiVInan ya ciertos cambios. La primera de estas novelas traza con mano firme un retrato de la sociedad neocapitalista de consumo, humanizando la dolce vita española. En cuanto a Fauna, mezcla de collage literario y narración de corte clásico, es precisamente un aguafue~te del caos, de la violencia, de la autosatisfacción, y de la tragedia burguesa. Ambas, pese a todo, traen un regus~o novedoso al yermo de nuestra narrativa. Resumiendo: la narrativa contemporánea española puede enfrentarse desde muy diversas perspectivas. Puede analizarse fonnalmente, cronológicamente, o temáticamente. Puede estudiarse como se estudia un insecto o como se investiga el ácido nucleico. Pero cabe también preguntarse -yeso es lo que yo hagoen qué medida responde al humus social del que nació. La pregunta es fácil de responder porque nuestras novelas son, ni más ni menos, que el producto acabado (no perfecto) de la burguesía ilustrada, autosatisfecha, triunfalista y hermética, de la España de la segunda mitad de este siglo. La fidelidad de la literatura a su gennen ha sido, pues, total, y ahí radica tal vez su mayor pecado y más grande falta porque nuestro país, encerrado en el "ghetto" que el propio sistema se impuso a sí mismo, primero, lanzado después al vértigo del crecimiento económico con las secuelas de la emigración y del turismo es hoy un país transfonnado, que arrastra todavía los vicios de un pasado huero. Responsabilizarse con el pasado resulta imposible para la nueva generación. Inventar el futuro, es cuando menos, prematuro. Vivir el presente con coordenadas nuevas, con una "nueva conciencia" parece ser la gran tarea a desarrollar. Y parece ser también el camino de la narrativa para alcanzar no sólo el adecuado nivel artístico, sino también para llegar a convertirse en el testigo, anónimo o personalizado, que todos deseamos. la familia de pascual d. .rte a los veinticinco años" Por Federico Alvarez. Todavía hoy sigue diciéndose en la mayoría de los manuales de literatura" que la novela realista española moderna pace en 1849 con La Gaviota, de Femán CabaBero. Releer hoy La Gaviota -prueba de fuerza nada recomendable- pone, sin embargo, de manifiesto su perfecta ubicación en la corriente romántica de la época. El folklore que circula por muchas de sus páginas, lejos de ser una prueba de desgajamiento del romanticismo, lo sitúa aún con mayor fuerza en aquella corriente ya entonces periclitante. Identificar la aburrida novela de doña Cecilia BOhl de Faber con los albores del realimo peninsular carga a éste con un conservatismo de origen que está muy lejos de corresponderle, y adelanta, ingenuamente, en 20 años, el nacimiento de una tendencia ::verdaderamente renovadora que sólo Galdós, en 1870, daría a luz en España con La fontana de oro. La Gaviota mira hacia atrás y era, ya entonces, un camino cerrado; La fontana de oro, hacia adelante, abrió en más de un sentido, toda una novelística española, realmente incorporada a su tiempo. Algo parecido pasa con La familia de Pascual Duarte. Para la inmensa mayoría de los críticos e historiadores de la literatura, la aparición de la primera novela de Camilo José Cela señala el nacimiento de la narrativa contemporánea en España. Mas, como en el caso de La Gaviota, fuerza es ir ya aceptando que, lejos de inaugurar tendencia alguna, La familia de Pascual Duarte es, en el marco de una calidad literaria excepcional, la cristalización póstuma de viejos casticismos, de españolidades estereotipadas, de flecos noventayochistas. El Pascual Duarte no abre ninguna etapa nueva; cierra -aunque, tal vez, por desgracia, no de una manera definitiva- la de una introspección española ahistórica que ya en él es supuesta, gratuita y artificiosa. Dos años después, la primera novela de Carmen Laforet, Nada, ponía de relieve con impresionante claridad, hasta qué punto lo contemporáneo era muy otra cosa. Lo cierto es que, en 1942, La familia de Pascual Duarte irrumpió en la literatura española como un meteoro deslumbrador. Pero se trataba de un fenómeno de sociología literaria más que de literatura propiamente dicha. España tenía a sus espaldas tres años terribles de guerra civil y otros tres años mudos, agobiadores, de dictadura militar. Además, desde los años veinte en que Ortega y Gasset había impuesto su concepción esteticista y deshumanizada del arte, hasta la víspera misma de la guerra civil, la novela había discurrido entre cánones estrechos que no habían permitido la apa· rición de ninguna figura definitiva ni de ninguna novela relevante. Un recuento de títulos y autores jóvenes refleja me· jor que nada esa si~ción durante los diez años anteriores al levantamiento mi· litar. Pájaro pinto" y Luna de copas, de Antonio Espina; Vísperas del. gozo, de Pedro Salinas; Teoría del zumbel, Viviana y Me-rUn, Paula" Paulita, Locu· ra y muerte de nadie y EufTosi1UZ o la gracia, de Benjamín Jarnés; La túnica de Neso, de Juan J. Domenchina; lA venus mecánica, de José Díaz Fernández (publicada después de su espléndido Blocao marroquí, golondrina que -aun junto a las primeras novelas de Sender- no hizo verano); Sin veÚls dtsvelada, Agor sin fin y Puerto de sombras, de Juan Chabás;GeogTafía y Es· pejo de avaricia, de Max Aub; El jardín de los frailes, de Manuel Azaña; EstaciOn ida y vuelta, de Rosa Chacel; La firafa sagrada, de Salvador Madariaga; Elllan. to de Venus, La isla de OTO, El imelec· tual y su carcoma, y El marido, la mujer y la sombra, de Mario Verdaguer; Los terribles amores de Agliberto , Celedo,w, de Mauricio Bacarisse; La decadencia de lo azul celeste, de Sáinz de Robles: Dos más cuatro y Te6filo, de VaIbuena Pral; Tragicomedia de un homb-re sin espíriJu, El boxeador" un ángel, Cazador en e/ alba y Medusa artificial, de Francisco Ayala ... No sé si el lector podrá imaginar la cantidad de esteticismo, deshumaniza· ción, narcisismo y petulancia que hay en toda esta novelería escrita, muchas veces con sorprendente pericia, por los mejores narradores jóvenes de la España de en· tonces. Nada tiene de particular, que, en esos años cruciales, se mantuviera hegemónicamente la novelística de Arorín, Baroja, ValIe-IncIán y Pérez de Aya· la, ni que surgiera Con éxito -extraño ese humorismo de triste fama: Jardie! pon· cela, Fernáridez-Flótez, Edgar Neville... La guerra civil no dio tiempo más que a una toma de conciencia "comprometi. da" de algunos de" esos escritores (la in· mensa mayoría de ellos paSó al exilio, terreno nada fértil para una novelística que tenía su nueva ~ón de ser en el paíJ que se abandonaba dramáticamente) y los tres primeros años de franquismo fue· ron años de ~spera' "tensa. De- repente, tras casi 'una década' SiR'"'" í\pvelas relevantes, apareció este Pascual Duarte: la historia fluida, aIl?ena, .irónica y tremen~a, de un campesIno extremeño; hosco Y tierno a la vez, que' sé hace justicia por su mano con una moral natural sólo ce- esJa· de 110 ~e· los m· de zo, ,el, ¡U· 14 Ita La ID, do un :n0 es· m· EJ· ~¡n ión ~fa ~n· ee· JeT r,os 1Ul, de los al; tu, el ;co la za· en Ce! res :n0 le, fa :0- !ll' :se n· uc ti· m· io, CJ ~s y ,e· re, 1& la ny 01 t- losa de su honra. En el, medio'tradicional de la España negra (lOs viej?s puebl~s miserables: cacicazgo, parroqwas, rebotl.ca, y un centenar de -familias llenas de inhibiciones y rencores viejos; como ·en una zarzuela triste) Pliscual Duarte mata a su madre, a su mujer, al amante de su hermana, a la yegua, al perro. .. Este hombre arrebatado, envidioso y cruel, terco, iracundo, reservado. es también sobrio, tierno, sensible, orguIloso... j la raza! j España, otra vez, a remolque de sus mitos! Cela saltaba por encima de sus inmediatos predecesores esteticistas deshumanizantes, para encontrar la pasión, la españolidad irracionalista y el humanismo (aunque en él ya muy tibio) del 98. Es la ya vieja polémica sobre quién ha hecho más daño a España, si Unamuno u Ortega, el lector puede hacer sus posturas a la vista de esta nueva polarización de sus posiciones. Al frío esteticismo deshumanizado de los Jarnés y demás novelistas de la República, siguió la tensa introspección española de principios de siglo, exhumada y ablandada por Camilo José Cela con su grano' de humor negro. El lenguaje era también el de Azorín, Baroja, Valle. Y el de un Galdós adelgazado y pulido. Y el de un clasicismo en la linde, a menudo, del exceso barroco. Era una prosa henchida, sabrosa, rica, muy expresiva; había humor e ironía; se leía fácilmente. Incluso se podía relacionar, en un terreno existencial un tanlo alambicado -la imaginación todo lo puede-- con la tragedia nacional que acababa de vivirse. Nació, pues, con los zapatos puestos y, muy pronto, como dice Marañón, pasó "de la categoría de un libro juvenil y de batalla a la de un libro clásico".. . Camilo José Cela nació en 1916, en Galicia. Tenía veinte años cuando empezó la guerra civil (que pasó sirviendo en las filas franquistas) y sólo veintiséis cuando publicó La familia de Pascual Duarte. A fines de 1951 pudo ponerse a enumerar con divertida petulancia las ediciones y traducciones que había merecido su primera novela, e incluso el dinero percibido por eIlas. Y pocos meses después en 1952, decía de sí mismo: "Me considero el más importante novelista desde el 98 y me espanta 'el considerar lo fácil que me resultó. Pido perdón por no haberlo podido evitar."· . Las traducciones, efectivamente, proliferaron rápidamente. Y .es que Europa agradeció la aparición, por fin, de una 1I0véla ."española" después de tanto intento giraudouxiano, proustiano o d'annunziano en lengua castellana. Aquel Pascual Duarte era, sí señor, un español inconfundible. Se le' adivinaba la barba cerrada, el ceño desconfiado, la piel cetrina, el andar parsimonioso y el rencor altivo, apenas disimulado; Se le veía con media sonrisa, como se mira a una bestia sernidomésticada. A ratos, podía descubrírsele entre el vello espeso del pecho, la delgada' cinta del escapulario. Y 'en su relato, tan extrañamen- te .bien escrito ("mejor no sabría", le hace decir su autor en la carta inaugural) se traslucía un hombre sencillamente arrebatado, casi un delincuente sentimental. ¿No se había ya ido toda la España de ~erimée? Se le confundió -y todavía se le sigue confundiendo- con los pícaros de la novelística española de los siglos de oro, pero aquéllas eran gentes muy de su tiempo, a quienes a veces había que pedir que ocultaran más lo humano; su carácter delincuente más tenía que ver con las ansias de vivir (de comer, de vestir, de yacer) que con las de la honra o la ira. No eran soberbios como este Pascual Duarte. Ni truculentos. Y Lázaro, y Rinconete, y Pablos, y Guzmán de Alfarache no me dejarán mentir. Pascual Duarte va más allá; no se puede decir de él que sea ejemplo de un "salto atrás", que se le vean las facciones de sus tatarabuelos. Lo suyo es más que atávico: enlaza lo ibérico. Y más que humano. (Lo vio ~a­ rañón: "sobrehumanamente primitivo".) Acaso pudiera verse en él una versión española del "tipo criminoso" de Nietzsche, que supera, por el terreno de lo biológico, al delincuente "por la fuerza de las cosas". Al estudiar esa idea fundamental nietzscheana, Lukács recuerda los bandidos del joven Schiller, el ~i­ chael Kohlhaas de Kleist, el Dubrowsky de Pushkin, los Vautrin de Balzac: "hombres de un gran temple moral -dice Lukács- a quienes las injusticias de la sociedad absolutista-feudal empujaban a la delincuencia" pero en quienes "el análisis de sus delitos (es) un ataque dirigido contra aquella sociedad", No era de esta cuerda Pascual Duarte. El origen de sus delitos no es histórico sino biológico. Nietzsche lo hubiera admirado precisamente en su ahistoricidad natural. Decía nostálgicamente en El ocaso de los ídolos (citado por Lúkacs): "El tipo del delincuente es el tipo del hombre fuerte situado en condiciones desfavo- -Ráfols Casamada rabIes, un hombre fuerte convertido en un enfermo. Le falta el salvajismo, cierta forma más libre y más peligrosa de la naturaleza y de la existencia en la que actúa legítimamente (subraya Nietzche) cuanto en el instinto del hombre fuerte es arma y defensa." ¿No parece estar refiriéndose a nuestro Pascual Duarte? ¿ y no habla precisamente ~arañón, de su "instinto de. primitiva justicia"?, ¿de esa lejana, bárbara pero radical "vena de justicia"?, ¿ de ese "hombre-juez" o "juez elemental" que parece estar en la raíz misma de la especie?, ¿de ese "hombre bárbaro (que) sigue pensando que él sabe lo que es bueno y lo que es malo, y que puede distribuir el premio o el castigo, bendecir o matar"? Ahí está Pascual Duarte. Ni "pícaro" ni "bandido sentimental": primitivismo bárbaro, delincuencia visceral, instintiva, atávica ahistórica. ¿Yeso es lo español? Viriato nos resulta más cercano. Se mantenía así el mito de la España eterna, intemporal, del ser bárbaro de España que Ortega echara de menos en su España invertebrada, pero que salía a la superficie, brutal y espasmódicamente, cada vez que se tentaba no se sabe qué fibra misteriosa del ser íntimo de "la raza". Ferrater ~ora ha pensado lúcidamente sobre este tema de inexplicable y terca vigencia en el pensamiento y el arte españoles. "Unos denunciarán como 'bárbaro' -dice Ferrater- lo que otros saludarán como 'sincero'... Es probable, en todo caso, que el español lo llame sencillamente 'real'. Y que cuando se ponga teatral y marquiniano, lo que a veces pasa, sucumba a la tentación de engolletarse un poco y cacarear: 'España y yo somo así, señora .. " Después de lo cual -concluye Ferrater con su envidiable ironía- póngase usted a razonar." y ese "España y yo somos así señora", tan castizo, tan de Cela, ¿no hubiera acabado por soltarlo Pascual Duarte si hubiera tenido la cultura que su lenguaje a veces supone, y la socarronería que el autor de sus días afortunadamente no le dio? Porque de razonar .-la observación es inútil- hay pocos rastros en este español de ley. Cuando Pascual Duarte razona en su largo relato, surge de nuevo, quién lo iba a decir, el hiperracionalismo místico de otro tiempo: la sinrazón razonada. Santa Teresa, Don Quijote, Don Juan, Pascual Duarte ... De nuevo, pues, la ahistoricidad de lo supuestamente español, de. España misma. España sin historia, España fuera de la historia, España -a lo sumo- en su intrahistoria, o en su historia quieta. La pasión -la "furia española", ya se sabe- o la voluntad (la noluntad, más bien, como dijera Unamuno) toman el lugar de la reflexión. España no sale, por lo visto, de ese "perpetuo trance pasional" en que la ve ~arañón. ~adariaga hizo precisamente a los españoles "hombres de pasión" -a diferencia del francés, "hombre de razón", y del inglés, "hombre de acción"- y Ferrater sólo objeta el facilismo de esta triple carac- / terizaclOn. Con esa tendencia introspectiva -apuque con mucha mayor .~ene­ tración- escribió Unamuno tamblen su Abel Sánchei, "historia de una pasión" (la' de la envidia, que él quiso, con aquella su petulancia nacional masoquista, una pasión específicamente espanola). Pascual Duarte es un Joaquín Monegro que no reflexiona (más que en capilla), que no razona. Un astrólogo diría que ambos son del mismo signo, pero Duarte de nivel inferior. Lo que U namuno ve como pasión, Ortega lo ve como vitalidad. Y viene aquí a cuento lo del scheleriano "desbordamiento de la vida" término que España se ha apropiado también para ella sola y que a Ferrater le intranquiliza bastante porque, a la postre, como bien dice, en España, "esa famosa 'vida' se nos volatiliza muy pronto" . .. Y, si no, que lo diga Pascual Duarte. Y, del lado de la realidad, tantísimos españoles ... La solución para Marañón (y acaso para Cela) es la religión; que es como rizar el rizo de todo ese irracionalismo. "Con un rayo de luz mística -dice Marañón-, con un solo vislumbre de ese rayo, el caso moral de Duarte se hubiera aclarado y ordenado milagrosamente. Pero ese rayo -ese rayo tan españolle faltó a nuestro héroe infeliz. .. ¡Qué le vamos a haced" ¡ Pobre España!: la "vida" desbordada, la "pasión" indómita, el "instinto" primitivo, el "rayo de luz mística" (i tan español!), contra toda la historia. España parece hecha para un análisis sincrónico estructuralista, ni más ni menos que un totem. Y siempre descomunal, fuera de lo común; y siempre enorme; fuera de la norma -como dice gozosamente Unamuno-; y siempre ---como dice Ferrater- fuera de madre ... El lector latinoamericano transpondrá un poco este giro y, después de leída la novela, dirá que este Pascual Duarte "es de madre"... Con lo que no dirá nada nuevo: todos coinciden, críticos y lectores, en que el héroe de Cela es tremendo; más aún: que su novela es "tremendista". Si alguien toma las cosas "por la tremenda", ése es Pascual Duarte. Y aquí residen otros dos pecados del autor: el facilismo de lo violento, de lo truculento, de lo brutal, no siempre en la lógica del proceso épico; y el haber revivido esa forma de narcisismo español que hace de lo tremendo, una vez más, algo nacional distintivo, en que se trasluce una forma peculiar española de aristocratismo al revés, de pensamiento tercamente reaccionario. No es, pues, extraño, que esa suma de irracionalismo, tremendismo y "españolidad" vertida en una prosa de calidad indudable, gustara, en la oportunidad impar de 1942, como "apertura" de una nueva etapa en la narrativa peninsular. Ni que provoque desde hace algunos años no pocas impugnaciones. Es lo que va de la época de la penumbra (según definición de Juan Marichal) a la mucho más visible de hoy en la que, al parecer, España intenta de nuevo "acertar la mano con la herida". el ¡aroma es ..8 Por Jorge Arturo Ojeda -Ha preguntado por ti como "aquél que cantaba" -dice una' voz que podemos ignorar. Quien hace la referencia no es Lucio, el hostelero, ni Fernando. Es cualquiera: Paulina, que tiene una bicicleta, .o su novio Mauricio; Carmela o Santos, también cada uno con bicicleta; o el Dani, la Mely, o el hombre sobre el riel. Las personas se desdibujan más y más, pues nadie importa como carácter particular, como caso único. Todos pertenecen al conglomerado en que difícilmente se diferencian. Carmelo defiende y expone el cante jondo, y Felipe Ocaña llega con Petra, que él pronuncia exposa, con equis, como si ya no lo fuera. Aniano, el bachiller, discute largamente para que en la hostería, al fin, los mayores le recomienden que se dedique más a la vida. Atrapo casi todos los nombres antes de que se zambullan: Miguel, Tito, Alicia, Fernando, Santos, Carmen, Paulina, Sebastián. Sólo Mely y Lucita se quedan en la orilla, frente al estruendo de cuerpos y espuma. Todos son jóvenes pero ninguno es representativo de la juventud, ninguno es dechado de defectos o virtudes, ni tampoco es una expresión singular y novedosa que pretenda extenderse como paradigma. Gente simple, confundida en la gente. Se hacen amigos de la mesa de junto, que pertenece a muchachos de otro barrio de Madrid, preguntan éstos si ellos conocen a un tal Eduardo, dan noticias de muchos Eduardos pero ninguno es conocido de ambos grupos, y es bueno aclarar que también hay muchos Pepes en el barrio de Legazpi. Se nos escapan los jóvenes, pero también los viejos en la hostería, y sólo nos quedan sus nombres como única diferencia entre los demás. Si acaso, la catalana se hace visible y sonora cuando su marido le aclara 'lue está en Castilla: "Di nosotros (ha dicho nosaltres) como Dios manda." Se distinguen por algo que portan consigo, como el hombre de los zapatos blancos, abreviado en z.b.; aún más, el ser humano se asemeja a los animales, para producir una impresión más certera, y son humanos los buitres que se ciernen en ronda sobre los espectadores; el perrito tiene las mismas maneras que su amo el Chamarís, la niña tiembla como un perrito, y el niño es un conejo; Aniano sale como un toro; junto a los niños que se pelean frente al heladero, una mujer grita: "¡ Y usted es igual que ellos! ¡ Otro animal!" Y la respuesta: "Animales lo somos todos." No solamente animales, también cosas parecen ser los personajes. El dueño del taxi no ha entablado una amistad mayor que la edad de su coche. La máquina personificada se asemeja al animal en aquel ..,.. > • "campo negro, donde el ojo de cíclope del tren brillaba CClIIlO el ojo de una fiera". No importa nada particular, ni que Santos ~uya casi sus funciones en sólo tener novia, ni que Schneider ven~a higos. La comunidad es importan. te, el conglomerado que se agolpa y <fu. . tiende, el grupo ~ constituido de grupos~ la ~ que se vuelca desde Madrid para pasar el fm de semana a la orilla del río, el Jarama que recibe al río de gente, los viajerps que son en SU! aguas el estrépito .vivo del propio río. Los personajes son el Jarama. Todo sucede en un día, una noche y un amanecer. El presente es la única verdad: "Cuando nos casemos será otro día. Lo de hoy vale por hoy." Solamente a Mely le imRDrta que pase el tiempo; a los demás, lo mismo que a la carretera mala: "-¿Cuándo la arreglarán defIni· tivo? -Nunca." Quien alardea que hizo más que el otro cuando era joven, ¿cuándo?, cuando era joven; el que cuenta l~ vagones, ~ por gusto; lQS que fueron a pasar el día, a pegarse un bañito. Todo es presente, aunque el hombre de los za· patos blancos tiene histo~ lo que aquí significa decir que no se cas6. Lucio, con aplomo, dueño de la hostería, piensa un poco en el pasado, y se queja del que afirme que nadie le quita lo bailado: "¡ Pues ahí está el asunto! ~ que yo digo es que me lo den, ¡ que me devuel· van lo bailadol" Todo es presente, todo, porque nadie tiene historia ni pretende futuro. Y el presente es banal. Se acen· túa el cuidado en la minucia, el detalle en la conversaci6n, a zonas tan mínimas que las vidas y las cosas se muestran en el corte más superficial, contradictoria· mente revelador: ce-Vamos a hablar de ·otra cosa'- -¿De qué? -No lo sé. De otra cosa." La conversaci6n sobre coches, repetidas después de varios periodos, sobre coches y la magnificencia dd Peugeot, es una muestra de la ocupación oral del mundo entero. El presente se suaviza, se alarga en los usuales copretéritos de las acotaciones que dan la sen· sación de estíraniiento. de longitud leJlo ta, en que todo estaba, se decía, pasaba. La hostería de Lucio es lugar obligado a parar; el otro es el río. El paisaje se repite una y otra vez desolador por SUl durezas, sus metáforas, su plasticidad: "Bajaba el sol. Si .tenía el tamaño de una bandeja de café, apenas unos seis o siete metros lo separaban ya del hori· zonte." O bien, antes: .ce ••• con la estridencia de las voces y eL eco, más arri· ba, de los gritos agigantados y metálicO! bajo las bóvedas del puente". En un interés por asir las cosas y la gente, d paisaje se esfuerza en la objetividad Y se recalca en la certeza geográfica.