Bonjour! Me llamo Natalia, tengo 27 años y acabo de terminar mi

Anuncio
Bonjour!
Me llamo Natalia, tengo 27 años y acabo de terminar mi Servicio Voluntario Europeo (SVE) de
12 meses en el Centro de Información Juvenil municipal ‘Le 4’ en una pequeña ciudad al suroeste
de Francia llamada Châtellerault. Y para saber un poco más sobre qué es esto del voluntariado y
qué es lo que he hecho este año, aquí va mi historia.
Mi primer día de voluntariado empezó cuando mi tutor vino a buscarme a la estación de
autobuses, bueno, a mí y a las mil maletas que llevaba, que yo creo que por la cara que me puso
el hombre al recogerme debió pensar que me quedaría allí toda la vida…
Lo siguiente que recuerdo es lo perdida que estaba los primeros días al no hablar nada de
francés, así como mi deseo por que la gente viniese con subtítulos incorporados. Pero recuerdo
también los esfuerzos de mi tutor y del resto de compañeros por hablarme en inglés, aunque a
veces fuese peor el remedio que la enfermedad, o de los más atrevidos intentando chapurrear
alguna frase en español para hacerme sentir como en casa.
Otra cosa que no olvidaré de esos días es de la originalidad para poder comunicarme con mi
compañera de voluntariado, una chica napolitana que sólo hablaba italiano. Al vivir en el mismo
piso y pasar gran parte del día juntas, la única solución que se nos ocurrió fue inventarnos
nuestro propio lenguaje. Así que con un par de palabras en italiano, otras en francés, otras en
inglés y muchos signos y onomatopeyas conseguimos romper la barrera del idioma. De hecho,
cuando íbamos por la calle era todo un espectáculo y la gente se nos quedaba mirando
extrañadísima cuando nos oía “hablar”.
En cuanto a la vida en Châtellerault, me bastó menos de una semana para darme cuenta de que
aunque Francia sea nuestro país vecino, las costumbres, horarios y comidas no podrían ser más
diferentes. Y a pesar de que intenté evitar los estereotipos en muchas ocasiones doy fe de que
si se dicen son por algo.
Las primeras cosas que pude comprobar, y que no echaré mucho en falta, son: que los franceses
fuman muchísimo y son muy besucones, que su café sabe fatal, que en las comidas nunca falta
el vino, el queso, la mítica baguette ni la salsa vinagreta y, que la vida social entre semana es
prácticamente nula, por no decir que los bares y las tiendas cierran a las 7 de la tarde. Pero lo
que peor llevaba era tener que comer a las 12 del mediodía… menos mal que los fines de semana
no tenía que ir al comedor social y podía hacerlo a un horario más español.
Sin embargo, no todo era malo, algunas de las cosas que voy a echar de menos son las tertulias
alrededor de la máquina de café con la gente de la oficina, moverme a todas partes en bici, las
barbacoas en casa de mi tutor, el barullo a la hora de comer en el comedor social y las bromas
de mis compañeros por mi acento bizarre al hablar francés.
Y en relación a mi proyecto, que se desarrollaba dentro del departamento de ‘Movilidad
Internacional’, algunas de mis tareas eran promover la movilidad europea entre los jóvenes y
enseñarles cuáles son los dispositivos que ofrece la Unión Europea para desarrollar sus
proyectos; hacer presentaciones y charlas en institutos y centros de formación; ayudar en
algunos temas burocráticos; colaborar en proyectos culturales y exposiciones, así como en otras
actividades y eventos; y, mi preferida, ser parte del equipo organizador y de realización del
festival musical ‘Jeunes Talents’ (‘Jóvenes Talentos’) que se celebra todos los años hacia el mes
de octubre para que bandas de jóvenes de la región se den a conocer.
Asimismo, tuve la oportunidad de poder participar en un intercambio juvenil en Alemania, en el
que dormimos en tiendas de campaña e hicimos actividades tan variadas como cetrería o buceo;
en un seminario sobre Erasmus+ en Irlanda en el que nos alojaron en un hotel/castillo de lujo
con spa y piscina; y en unas jornadas sobre la financiación de proyectos culturales para las
personas discapacitadas en Grecia donde las picaduras de mosquitos se sobrellevaban porque
hacíamos los talleres cerca de la playa.
Y por último, también asistí a los dos seminarios obligatorios para los voluntarios, uno al
principio y otro a mediados del SVE, en los que la Agencia Nacional del país de acogida te orienta
y resuelve las dudas, problemas y demás cuestiones que surjan durante el voluntariado. Fue
aquí donde conocí a otros voluntarios como yo de otras ciudades a los que pude visitar y explorar
así nuevos rincones de la geografía francesa.
La verdad es que, aunque ha sido un año bastante completo donde no he parado de currar, no
me puedo quejar, no sólo por todo lo que he hecho y aprendido en esta aventura, sino porque
desde el principio he tenido mucha suerte: en España, la asociación ACD La Hoya me ayudó con
todos los trámites de envío en un tiempo récord; y en Francia, la asociación de acogida ‘Le 4’,
me proporcionó todo lo necesario para hacer mi estancia lo más confortable posible, así como
el hecho de tocarme un tutor genial que me ha enseñado mogollón y unos compañeros de
oficina que han acabado convirtiéndose en mi segunda familia. Además, y por si fuera poco, he
podido compaginar mis tareas con mi tiempo libre para descubrir la cultura francesa desde
dentro, visitar el país y aprender el idioma.
Por eso cuando llegó el final me costó volver a hacer las maletas y despedirme de toda la gente
que había conocido y que en menor o mayor medida había contribuido a hacer de ésta una
experiencia increíble de la que guardaré siempre muy buenos recuerdos y sobre todo, muy
buenos amigos.
Descargar