Henry Fielding. Joseph Andrews En el que se narran varias aventuras nocturnas harto singulares, en las que míster Adams se vio expuesto a muchos peligros, en parte debido a su bondad y en parte a sus distracciones. Cerca de una hora después de finalizar la sobremesa (el reloj de la sala había dado ya las campanadas de las tres), Beau Didapper, cuya pasión por Fanny no le permitía cerrar los ojos, y llevaba todo aquel tiempo urdiendo planes para satisfacer sus deseos, creyó haber dado con un método seguro para triunfar en aquella empresa. Al informarle uno de sus criados de dónde estaba acostada Fanny, se levantó de la cama, se puso los pantalones y la bata y echó a andar con gran sigilo por el corredor que llevaba a la habitación de la muchacha. Al llegar a la puerta de la que creía alcoba de Fanny, la abrió sin hacer apenas ruido y se introdujo en el interior. El olor que llegó hasta su nariz no era precisamente el aroma que cabría esperar en el cuarto de una joven tan dulce, y quizá hubiera sido suficiente para enfriar el ardor de un amante menos apasionado. Sin embargo, aunque le costó trabajo encontrar el lecho, porque la oscuridad era absoluta, Beau Didapper se llegó hasta él y, abriendo las cortinas, hizo, reduciendo su voz a un susurro, una excelente imitación de la manera de hablar de Joseph: «Fanny, ángel mío, he venido a informarte de que la historia que oímos anoche es completamente falsa. No soy tu hermano, sino tu amante, y no estoy dispuesto a retrasar un momento más el gozar de ti. Tienes suficientes pruebas de mi fidelidad como para no poner en duda que me casaré contigo, y sería, por tanto, una falta de amor que me negaras la posesión de tus encantos.» Dicho esto, se quitó la poca ropa que llevaba encima y. saltando sobre la cama, abrazó a la que creía ser su ángel con grandes extremos de pasión. Si ya le había sorprendido agradablemente no recibir respuesta, aún se sintió más complacido al descubrir que sus abrazos le eran devueltos con igual ímpetu. Pero este dulce error no se prolongó mucho tiempo, porque tanto él como su amante descubrieron en seguida la equivocación que habían sufrido. Slipslop (pues no otra era la ocupante del lecho) reconoció inmediatamente al que había confundido con Ioseph; en cuanto a Didapper, aunque igualmente consciente de su error, no fue capaz de identificar a la falsa Fanny: el petimetre había visto tan pocas veces y prestado tan poca atención al ama de llaves, que la misma luz le hubiera sido de muy poca ayuda en aquella tarea. Tan pronto como Didappe advirtió su error, trató de abandonar la cama con mucha más celeridad de la que había empleado para entrar en ella; pero la vigilante Slipslop se lo impidió. Porque la prudente ama de llaves, al ver defraudadas sus esperanzas, decidió utilizar aquella oportunidad en provecho de su prestigio. A decir verdad, andaba necesitada de una ocasión para curar las heridas que contra su reputación pudiera haber causado su conducta durante los últimos tiempos; y como Sliplop gozaba de una admirable presencia de ánimo, se le ocurrió en seguida que el desafortunado petimetre había venido a parar sus manos precisamente para restablecer la buena opinión de su ama sobre su inexpugnable castidad. Por tanto, en el momento en que Didapper intentó abandonar el lecho Slipslop lo agarró por el faldón de la camisa mientras gritaba con toda la violencia que permitían sus pulmones: «iAh, villano, que has atentado contra mi castidad, deshonrándome quizá mientras dormía! Juraré que me has violado, y haré que te juzguen y que caiga sobre ti todo el peso de la ley.» Didaper trató de librarse antes de que acudiera alguien; pero el ama de llaves no lo dejó escapar. Al aumentar el forcejeo, Slipslop siguió gritando con más empeño: «iSocorro! iQue me asesinan! iViolación! iA mí, que me roban!» Mister Adams, instalado en la habitación contigua y todavía despierto meditando sobre las revelaciones del vendedor ambulante, al oír estas palabras saltó de la cama, y, sin detenerse a cubrir su desnudez, acudió presuroso al cuarto de donde procedían los gritos. Llegándose directamente a la cama a pesar de la oscuridad, tocó la piel del petimetre (porque Slipslopcasi le había arrancado la camisa), y al notarla extraordinariamente suave, y oírle al mismo tiempo suplicar a Slipslop con voz débil que le dejara marchar, no dudó un segundo que Didapper era la joven en peligro de ser violada, por lo que se dejó caer sobre el lecho. Al agarrar al ama de llaves por el mentón y encontrarlo adornado por una barba más bien áspera su certeza creció de punto. Acto seguido rescató a Didapper, que se esfumó instantáneamente; pero, al volverse Adams hacia Slipslop, recibió un puñetazo en las costillas, y, presa de la mayor indignación, trató de devolver el favor con tanta generosidad, que si la pobre Slipslop hubiera recibido el golpe (afortunadamente para ella, y debido a la oscuridad, fue a parar a la almohada), la buena mujer hubiera exhalado muy probablemente el último suspiro. El vicario, al fallar el impacto cayó directamente sobre Slipslop, que procuró golpearle y arañarle lo mejor que supo. Tampoco él se quedó atrás en sus esfuerzos; pero, afortunadamente, el ama de llaves se vio favorecida por la total oscuridad reinante. Slipslop empezó en seguida a gritar que era mujer; pero Adams respondió que más bien la creía demonio, y que estaba dispuesto a luchar a brazo partido. La cólera del vicario se despertó nuevamente al recibir otro puñetazo en las costillas, y respondió, haciendo blanco en el vientre de su antagonista, que comenzó a bramar con suficiente intensidad como para hacerse oír por toda la casa. Adams, agarrándola entonces por el cabello (porque durante la pelea a Slipslop se le había caído el pañuelo con que se lo recogía), le inmovilizó la cabeza contra un travesaño, mientras los dos pedían luz al mismo tiempo. Lady Booby, tan insomne como cualquiera de sus huéspedes, estaba alarmada desde el principio de la refriega, y siendo una mujer con mucha presencia de ánimo, poniéndose una enagua, la bata y las zapatillas, y empuñando una vela, que siempre quedaba encendida en su cámara, se dirigió intrépidamente hacia la habitación de Slipslop, en la que entró justo en el momento en que Adams había descubierto, gracias a los dos promontorios que adornaban el pecho de su rival, que se trataba de una representante del sexo femenino. El vicario concluyó inmediatamente que era una bruja, y afirmó estar seguro de que aquellas ubres daban alimento a una legión de demonios. Slipslop, al ver entrar a lady Booby en la habitación, gritó: «i Socorro, que me violan!», con voz perfectamente audible. Adams, al advertir la luz, se dio la vuelta en seguida, y vio a milady (como ella a él) cuando su señoría llegaba a los pies de la cama, si bien la modestia de lady Booby, al advertir la desnudez de Adams, le impidió acercarse más. Desde allí empezó a denostar al vicario, declarándole el más perverso de los hombres, y censurando, en particular, su cinismo al escoger su casa por escenario de sus orgías y a su ama de llaves como objeto de su bestial lujuria. El pobre Adams, que acababa de descubrir el sexo de su compañera de cama, y que por vez primera recordó también su desnudez, se sintió no menos confuso que rnilady, ocultándose inmediata- mente bajo la ropa de la cama, de donde Slipslop trató en vano de desalojarlo. Después, sacando fuera la cabeza, en la cual, a manera de ornamento, lucía un gorro de franela, protestó de su inocencia y pidió perdón mil veces a mistress Slipslop por los golpes que le había dado, jurando haberla confundido con una bruja…