RIVERA, A. José Rizal. Un ilustrado filipino contra la España de la

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JOSÉ RIZAL, UN ILUSTRADO FILIPINO CONTRA LA ESPAÑA
DE LA RESTAURACIÓN
Antonio Rivera García
Universidad Complutense de Madrid
1. El enigma de José Rizal: reformista español o padre del nacionalismo filipino
Considerado el padre de la nación filipina, Rizal es ante todo un novelista, autor de las
dos obras más importantes de la literatura filipina, Noli me tangere y su continuación, El
filibusterismo. La BSF publica de este autor “Filipinas dentro de cien años”, escrito
perteneciente a otro de los géneros cultivados por este hombre de letras, el artículo de
contenido político. Este texto apareció en cuatro entregas en La Solidaridad, el periódico
fundado en la península que más importancia y repercusión alcanzara en la Filipinas de fin
de siglo. Se trata de un periódico que se erigió en portavoz de la denominada ilustración
filipina, la que, reunida en torno a la asociación La Propaganda y aun no siendo todavía
independentista o filibustera –término con el que los colonialistas tildaban
despectivamente a quienes deseaban la emancipación revolucionaria y violenta de
España–, deseaba profundas reformas para su país.
Aunque el presente ensayo tenga como motivo central el artículo de La Solidaridad,
debemos comenzar advirtiendo que la comprensión exacta del pensamiento de Rizal pasa
por el estudio de sus dos grandes novelas escritas en castellano. Dejaremos para otra
ocasión un estudio detenido de estas memorables obras, tan importantes para comprender
el nacimiento de una literatura nacional1. Novelas calificadas de realistas, con las que
Rizal pretende describir la situación de su país sometido a una administración colonial que
1
Véase a este respecto la utilización de Noli me tangere por B. Anderson en Imagined Communities:
reflections on the origin and Spreads of nationalism, Verso, Londres, 1983 (hay trad. en FCE, México,
1993).
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degrada o humilla a sus habitantes naturales. La primera, Noli me tangere, es
protagonizada por el reformista Crisóstomo Ibarra, que en la segunda se transforma ya en
el filibustero Simoun, en un hombre cuya máxima aspiración consiste en provocar la
revolución que acabe con el colonialismo español.
Las novelas no son una vulgar obra de propaganda de la que podamos extraer una clara
consigna política. Son libros complejos que cuentan la historia de un fracaso, y en las que
los jóvenes ilustrados filipinos –que, como el propio Rizal, han recibido una educación
universitaria, conocen varios idiomas y han viajado por Europa– se mueven entre el
autonomismo y el separatismo. El enigma de Rizal, el paradójico héroe del nacionalismo
filipino, tiene que ver con esta dificultad, la de no saber si era un simple reformista o un
revolucionario –aun pacifista– que deseaba la pronta emancipación nacional de la
provincia asiática. El gran filipinista Retana y el líder de la generación finisecular,
Unamuno, veían en él a un gran español que, a pesar de sus dudas e indecisiones, se
conformaba con mayor autonomía para su patria y la equiparación de filipinos y
peninsulares en libertades y derechos políticos. Muy distinta es la visión de los primeros
nacionalistas filipinos o la de algunos estudiosos contemporáneos de su obra, como Hélène
Goujat2.
Con independencia de cuáles fueran las pretensiones de Rizal con estas novelas, las
autoridades coloniales prohibieron su difusión y las consideraron una prueba del
filibusterismo que da nombre a la segunda de ellas. Aunque ahora no podamos desplegar
este tema, lo cierto es que son también un magnífico ejemplo de las complejas relaciones
entre estética y política que se dan en la novela romántica y realista decimonónica, la que
conecta –de acuerdo con Antonio Luna, compañero de La Solidaridad– con Hugo, Balzac,
Flaubert, Zola y Maupassant. Los enemigos del tagalo vieron en su obra literaria una
defensa de la anárquica democracia que prescinde de las diferencias naturales –las
mencionadas por quienes sostenían la inferioridad, también llamada indolencia, del indio–
y sociales. Pero al mismo tiempo sus novelas eran democráticas en el sentido estético, en
el de que se liberan de cánones, convenciones y autoridades. De ahí su complejidad y la
dificultad de reducirlas a un esquema pedagógico. De ahí la impresión de que nos
encontramos, como nos ha explicado Rancière a propósito de otros autores, ante una
2
Goujat interpreta las novelas de Rizal en el sentido de que su autor no ve otra salida que la independencia.
Véase de esta autora del libro Réforme ou révolution? Le projet national de José Rizal (1861-1896) pour les
Philippines, Connaissances et Savoirs, París, 2010.
2
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paradójica maestría: la actividad del buen novelista consiste en una cierta pasividad, en
autolimitarse y dejar ser a los personajes. Volveremos, no obstante, a este tema cuando
hagamos una breve referencia a la polémica de Rizal con Barrantes.
En este apartado introductorio también quisiera hacer referencia al paralelismo entre la
emancipación de Filipinas y la de la América hispana. Más allá de que sea habitual la
comparación de Rizal con su contemporáneo, el gran cubano José Martí, tal paralelismo
nos parece completamente pertinente, sobre todo si tenemos en cuenta que durante mucho
tiempo la colonia de Asia estuvo vinculada administrativamente a Nueva España, a
México. Así, muchos de los argumentos esgrimidos en Filipinas en contra y a favor de la
autonomía y, después, de la independencia son casi idénticos a los que encontramos en el
periodo americano de emancipación, a principios del siglo XIX. No debe entonces
extrañar que Leopoldo Zea, en su introducción a Noli me tangere para la editorial
Ayacucho, escriba que el mestizo José Rizal es en el fondo un hispanoamericano, y lo
coloque al lado de los grandes libertadores, los Bolívar, Bello, Sanmartín o Hidalgo3.
2. Rizal como héroe unamuniano: el Quijote, Hamlet y Cristo tagalo
Una hermosa caracterización, aunque muy discutible, de la compleja figura de Rizal la
encontramos en Unamuno; en concreto, en el epílogo que escribió para el gran libro de
Wenceslao E. Retana, Vida y escritos del Dr. José Rizal. Nuestro literato finisecular no ve
tanto en Rizal a un ilustrado y republicano tagalo, a un publicista que combate los males
del colonialismo español y pretende despertar el espíritu nacional filipino, cuanto a uno de
esos héroes idealistas con fino sentido propio, lleno de contradicciones, solitario, dispuesto
al sacrificio por su comunidad y con una concepción agónica de la existencia. Este místico
unamuniano que guía a su pueblo a la lucha desde su “torre de estilita” es al mismo tiempo
Quijote, Hamlet y Cristo tagalo. Sobre esta triple caracterización nos extenderemos
enseguida, pero antes deberíamos añadir que Unamuno considera al autor del Noli me
tangere un espíritu afín. Lo encuentra parecido a los vascos –él mismo– que reciben el
castellano como “un lenguaje adventicio y de reciente implantación”. El vasco y el tagalo
aprenden un castellano pobre y tímido, de forma que para expresar sus pensamientos y
sentimientos deben remodelarlo: “nuestra lengua –agrega Unamuno un poco más
3
L. Zea, “Prólogo”, en J. Rizal, Noli me tangere, Biblioteca Ayacucho, Caracas, 1982, p. XXX.
3
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adelante– no es algo que hemos recibido pasivamente, no es una rutina [palabra que
también utiliza Rizal contra la pereza intelectual], sino que es algo vivo y palpitante” 4. No
acaba aquí el parecido con los vascos: José Rizal, el libertador nacionalista, pertenece a la
estirpe de Sabino Arana. Ambos son románticos y siempre tienen presente, en relación con
sus futuras aspiraciones de liberación nacional, la leyenda del paraíso primigenio, la de
aquel mítico tiempo en el que las sanas costumbres del indómito malayo y del vasco aún
no habían sido corrompidas.
Vayamos a la triple caracterización antes mencionada. Es Retana quien habla de Rizal
como de un “Quijote oriental”, como de un idealista que desea a toda costa la redención de
su pueblo, si bien a menudo será acusado –incluso por sus propios compañeros de La
Solidaridad– de ser un iluso. Unamuno añade que es un Quijote doblado de Hamlet: no es
un hombre de acción –aunque los historiadores de los conceptos pensemos que a veces los
libros son las armas o los instrumentos de transformación social más peligrosos y
efectivos– sino “un Quijote del pensamiento, a quien le repugnaban las impurezas de la
realidad”. El catedrático español habla del Gran Tagalo como de un “soñador valiente”,
pero con una “voluntad débil e irresoluta para la acción y la vida”. O como de un héroe del
pensamiento que no es dueño de su acción, a quien el viento del Espíritu –recordemos el
evangélico “viento que sopla donde quiere”– le lleva adonde no pensaba ir. Unamuno
compara a José Rizal con la “mentalidad simple” del líder del Katipunan, Andrés
Bonifacio, es decir, compara al intelectual con el hombre de acción, y concluye que es
muy conveniente una cierta “pobreza imaginativa” para dominar “los actos externos de la
vida”. Como buen hamletiano, la estirpe de Rizal se remonta hasta Lutero, hasta “aquel
gigante del corazón que nunca pudo saber adónde le arrastraba su sino”, esto es, la
providencia5.
Estas últimas palabras de Unamuno no pueden ser más confusas, pues ya no sabemos si
Rizal es un héroe del pensamiento o un gigante del corazón. Quizá el literato español nos
quiere llevar aquí, a ver en el filipino una reencarnación del espíritu contradictorio de
Hamlet; aunque, seguramente, el tagalo, imbuido del espíritu ilustrado de la masonería, era
de esos hombres que soñaban con formar a un hombre completo y, por tanto, se creía
capaz de armonizar las facultades del intelecto y de la voluntad. Unamuno reconduce la
4
M. Unamuno, “Epílogo”, en W. E. Retana, Vida y escritos del Dr. José Rizal, Madrid, Librería Gral. de
Victoriano Suárez, 1907, p. 478.
5
Las citas de esta página pueden encontrarse en ibidem, pp. 476-477.
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dificultad de saber si nos encontramos ante un reformista o un revolucionario al mal
hamletiano de la contradicción e indecisión. Fue un hombre –leemos en el epílogo – “que
osciló entre el temor y la esperanza, entre la fe y la desesperación”. Esta oscilación se
refleja en una unamuniana oposición entre espíritu ilustrado y romántico. Ilustrado era su
“tema constante”, “el de hacer a los filipinos cultos e ilustrados, hacerlos hombres
completos”6; romántica, la revolución que debía emancipar inmediatamente a su pueblo.
Pues bien, Unamuno –y ello parece corresponderse con las críticas a la revolución que
formula el filipino en un manifiesto que reproduce Retana para demostrar el injusto
procesamiento y condena del autor del Noli me tangere7– opina que Rizal temía la
revolución porque podía poner en peligro la lenta obra de la redención ejecutada por la
cultura, pero en el fondo de sí deseaba la emancipación revolucionaria de su pueblo.
Este Rizal así caracterizado no es un “dogmático del racionalismo”. Por eso, Unamuno
le considera un “librecreyente”, y no un dogmático “librepensador” (“un teólogo al
revés”)8, que es como hablaríamos de él si le caracterizáramos como un ilustrado masón
que persigue el progreso y emancipación de su pueblo. Lo peculiar de la argumentación de
Unamuno consiste en que, para demostrar su actitud filosófica, tenga que hacer referencia
a la religión de Rizal, la propia de un agnóstico, aunque mezclada con ese cristianismo
sentimental que, en líneas generales, coincide con el catolicismo de su niñez, cuando fue
formado en el colegio de los jesuitas. Menéndez Pelayo había visto en ese escepticismo,
del que Retana nos proporciona un buen ejemplo en las cartas de Rizal, un rasgo muy
español, al menos de algunos relevantes filósofos como Francisco Sánchez, Juan Luis
Vives o Pedro de Valencia9.
En esas cartas aportadas por el filipinista español, el Gran Tagalo, aun señalando los
límites de la razón con respecto a “las cuestiones sociales, morales y políticas”, no
desespera tanto de ella como los pensadores y escritores que ama Unamuno. En una de las
misivas dirigida al jesuita P. Pastells, residente en Manila y superior de la Misión de
Filipinas10, Rizal comienza admitiendo que, fuera de las verdades matemáticas, “nuestra
inteligencia no puede abarcar todos los conocimientos ni todas las verdades, mayormente
6
Ibidem, p. 479.
J. Rizal, “Manifiesto a algunos Filipinos”, cit. en W. E. Retana, o. c., p. 374.
8
M. Unamuno, “Epílogo”, cit., p. 493.
9
M. Menéndez Pelayo, “De los orígenes del criticismo y del escepticismo y especialmente de los
precursores españoles de Kant”, Establecimiento tipográfico Ricardo Fe, Madrid, 1891.
10
Irónicamente, Unamuno (“Epílogo”, cit., p. 496) escribe que “sólo a un jesuita español como el P. Pastells
pudo ocurrírsele regalar a Rizal, para tratar de convertirle, las obras de Sardá y Salvany”.
7
5
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las que para darse a conocer necesitan de tiempo y múltiples experiencias”. Si se trata de
“cuestiones sociales, morales y políticas”, entonces “andamos tan a oscuras (hablo por
mí), que muchas veces confundimos la verdad con nuestras conveniencias, cuando no la
amordazamos para hacer hablar a nuestras pasiones”. Ahora bien, una vez dicho esto, el
ilustrado Rizal demuestra enseguida confiar en el progreso racional del ser humano: “sólo
la razón –añade– sabe corregirse de sus desaciertos; sólo ella sabe levantarse cada vez más
gloriosa de las caídas que tiene forzosamente que dar en su larga peregrinación por la
tierra. La Humanidad, en sus más grandes locuras, no ha podido apagar esa lámpara que le
dio la divinidad: su luz se ha enturbiado a veces, y el hombre ha errado su camino; pero tal
estado pasa, la luz brilla después más viva, más poderosa, y a sus rayos se reconocen los
yerros del pasado y se señalan los abismos del porvenir”11.
Alejándose de esta sensata vía que llega hasta el prudente escepticismo práctico de
Cicerón, el vasco insiste en la vertiente hamletiana de Rizal, y nos dice que pasaba por
protestante. Pero no estamos ante el protestantismo magisterial de un Lutero o Calvino,
sino ante el de Harnack o el de los unitarios, el que, partiendo del libre examen, destruye
todos los dogmas, empezando por los de la Trinidad y divinidad de Cristo, y deja “en pie
un cristianismo evangélico, bastante vago e indeterminado y sin dogmas positivos”12. En
cualquier caso, el tagalo tiene una concepción de la religión que se opone a la confusión de
Iglesia y patria que las autoridades coloniales practicaron hasta el despotismo más cruel y
ridículo13.
Si se desea –como, en tercer lugar, pretende Unamuno– comparar a Rizal con Jesucristo,
nada mejor que la cristología de los unitarios, la relativa a un Cristo muy humano, aunque
con clara conciencia de su “filialidad con respecto a Dios”. “Si Cristo –advierte
Unamuno– fue un hombre, cabe que lleguemos los demás hombres adonde él llegó; pero si
11
Cit. en W. E. Retana, o. c., p. 291.
M. Unamuno, “Epílogo”, cit., p. 493.
13
Retana (o. c., pp. 306-307) –y de ello también se hace eco Unamuno en su epílogo– cita el “ucase” del
gobernador de Pangasinán, Carlos Peñaranda, que obligaba a los padres de familia –si no querían pagar la
multa de un peso– a oír misa los días de precepto. Peñaranda, que en el pasado se había distinguido por ser
un masón con ideales democráticos, se transforma hasta tal punto en Filipinas que dirige a los
gobernadorcillos de su provincia otra circular que ordena a los indios descubrirse “en prueba de respeto”
cuando se encuentren “en la vía pública con funcionarios investidos de una autoridad”, o cuando pasen
delante de cualquier español peninsular. La unión de altar y trono es aún más clara si atendemos a otra
circular que un teniente coronel de artillería, al hacerse cargo de una de las provincias meridionales de
Luzón, dirige a sus gobernadorcillos. A través de ella, les ordenaba guardar “las mayores atenciones y
respetos con los reverendos curas párrocos, únicos a quienes podrán ustedes enseñar y consultar en las
órdenes que reciban de este gobierno, sin que nadie más deba enterarse de ellas”.
12
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fue un Dios, se nos hace imposible igualarle”14. Unamuno parece ignorar que ese Cristo es
el de Erasmo, el del humanismo cristiano, que, en contraste con el protestantismo unitario,
sí está unido a la tradición hispana. La cristología del holandés es propia del pensamiento
humanista que subraya las mediaciones entre criatura y divinidad. En cambio, la Reforma
magisterial, al tiempo que cuestiona las mediaciones entre lo temporal y lo celestial,
subraya la divinidad de Cristo –y Calvino es quien lleva esta cristología más lejos– y la
imposibilidad que tiene la criatura para imitarle. Finalmente, todo ello favorece la
aparición de un nuevo modelo unilateral de hombre, el marcado por aquella división de
esferas a la que tanta relevancia prestará Weber. La Ilustración unida a la filosofía de la
masonería, que en nuestra opinión es tan importante para comprender el pensamiento de
Rizal, se va a empeñar más bien en rescatar el viejo proyecto humanista que aspiraba a
lograr un hombre completo, y que, para Erasmo, pasaba por tener a Cristo como modelo.
Pues bien, el elemento mesiánico es el tercer rasgo con el que Unamuno caracteriza al
tagalo. José Rizal es el “hombre representativo” de toda una raza, como lo fue Benito
Juárez –el presidente que “sentía México como un poder divino”– para los indios de su
país15. Pero no sólo simboliza a los malayo-filipinos: también es un Cristo humillado que
sufre en sí todas las humillaciones que los suyos reciben de la raza blanca. A este respecto,
en la biografía de Rizal sobresale la ofensa recibida en 1880, cuando un teniente de la
Guardia Civil le agredió por no saludarle. Probablemente sea verdad, como apunta
Unamuno, que esta traumática experiencia se halla detrás del empeño de Rizal por traducir
al tagalo el Guillermo Tell del literato Schiller, la historia de otro libertador que es
apresado porque no saludó el bastón coronado con el sombrero del tirano Gessler.
El Unamuno más preciso aparece en la página donde –con un muy acertado término
griego– describe la sensación de superioridad de esos militares y frailes que humillaban a
los indios con el término de authadía16. Con él quiere expresar la satisfacción que
experimentan los rancios representantes del patriotismo español por ser quienes son. O en
otras palabras, authadía hace referencia a la asimpatía, o incapacidad para comprender el
alma de los demás y ponerse en el lugar del otro, que padecen las autoridades coloniales
que controlan los cuerpos y almas de los indios. Aunque esto sea poco unamuniano,
podríamos decir que la authadía es lo contrario del “pensar en el lugar del otro”, esto es,
14
M. Unamuno, “Epílogo”, cit., p. 480.
Ibidem.
16
Ibidem, p. 481.
15
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de la segunda máxima kantiana del sentido o entendimiento común humano. Tal máxima,
como diría Hannah Arendt, es propia del modo de pensar extensivo sin el cual no es
posible la genuina sociabilidad y, por ende, la verdadera comunidad política. Al servicio
de este ideal republicano se halla también la nueva ciencia de la etnografía, con la que
Rizal quería demostrar –en escritos como “Carta a las mujeres de Malolos”, “Etnografía
de Mindanao”, etc.– que los indígenas no eran esos menores de edad incapaces de
autogobernarse o de vivir en plena libertad.
Y el Unamuno más político sale a relucir en las páginas donde aborda el injusto proceso
y ejecución de Rizal. En ellas observa que la condena del filipino en un consejo de guerra
es una clara manifestación del odio y miedo a la inteligencia que, en la España de fin de
siglo, caracteriza a los estamentos militar y clerical. La más soberbia y miserable España
de la Restauración, precisamente la representada por frailes y militares, por los cuerpos
que administran la colonia asiática, es la que fusila a José Rizal. En esta injusta condena se
une el fraile reclutado entre las clases más incultas, zafias y rústicas, y el militar español
de “espada y tranca”, que, enemigo de toda inteligencia individual, se caracteriza antes por
su ciego y testicular arrojo que por su inteligente valor. Y tras ellos, los gobernantes y
políticos corruptos.
Quizá sea este el fragmento donde Unamuno reproduce con mayor intensidad el
sentimiento de profundo desprecio que sentía por aquella España que se atrevía a fusilar a
un literato (es –llega a decir el catedrático de Salamanca– como si Rusia fusilara a
Tolstoi): “La España del ¡viva España! sacrílego que se lanzó sobre el cadáver de Rizal es
la España de los explotadores, los brutos y los imbéciles; la España de los tiranuelos y de
sus esclavos; la España de los caciques y los dueños de grandes latifundios; la España de
los que sólo viven del presupuesto sin ideal alguno”17.
El Gran Tagalo, que expresa en sus cartas su disposición a “morir por su deber y sus
convicciones”18, adopta la figura de un Cristo malayo. A Unamuno parece interesarle
17
Ibidem, p. 488.
“El hombre –indica en una carta escrita en Hong-Kong el 20 de junio de 1892, donde advierte que ha de
publicarse después de su muerte– debe morir por su deber y sus convicciones. Sostengo todas las ideas que
he vertido respecto al Estado y al porvenir de mi patria, y moriré gustoso por ella y más aún por procuraros a
vosotros justicia y tranquilidad. Yo arriesgo con placer la vida para salvar a tantos inocentes, a tantos
sobrinos, a tantos niños de amigos y no amigos que sufren por mí […]. Si la suerte me es adversa, sepan
todos que me moriré feliz, pensando en que con mi muerte les he de procurar el cese de todas sus
amarguras.” (Cit. en W. E. Retana, o. c., pp. 242-243). Y en otro fragmento de una de esas cartas de 1892,
que nos permite comprender por qué es el padre de la patria filipina y por qué con su sacrificio quiere más la
independencia que la asimilación o integración en España: “Quiero, además, hacer ver a los que nos niegan
el patriotismo, que nosotros sabemos morir por nuestro deber y por nuestras convicciones. ¿Qué importa la
18
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sobre todo la agonía espiritual de sus últimos momentos, la de un hombre que se enfrenta
al abismo de la muerte después de haber cumplido con su deber. No es así de extrañar –
concluye el literato vasco– que se haya convertido en el primer santo de la extraña Iglesia
independiente de Filipinas. Unamuno, el lector de Retana, nos ha ofrecido, en suma, la
visión de un héroe finisecular. Quijote, Hamlet, Cristo… Todo apunta hacia una
concepción mesiánica de la vida de Rizal. Es verdad que las revoluciones modernas tienen
mucho de mesiánico, aunque al mismo tiempo entroncan con el republicanismo clásico y
el sentido común que se opone a este mesianismo. Junto a esta caracterización romántica
de Rizal que nos ofrece Unamuno, podemos encontrar otra caracterización más ilustrada y
republicana. Esta es al menos –como veremos en el siguiente apartado– la que se puede
deducir de una parte de sus escritos periodísticos.
3. Rizal, hombre público: sus escritos periodísticos
Unamuno tiene razón cuando señala que Rizal deseaba la redención del pueblo filipino a
través de la cultura. Para que sus compatriotas pudieran llegar a ser hombres cultivados y
completos, capaces de desarrollar todas sus facultades, el literato tagalo había seguido,
como buen ilustrado, dos vías distintas y complementarias: la secreta, con la fundación de
la Liga Filipina, cuyo modelo eran las logias masónicas; y la pública, con sus escritos
periodísticos. En este apartado exploraremos estas dos vías de actuación.
Inicialmente, el esfuerzo por lograr la ilustración del pueblo malayo-filipino coincide
con la lucha por conseguir reformas como la representación en el parlamento de Madrid o
el fin de la frailocracia, esto es, del poder desmesurado de las órdenes en Filipinas. Los
intelectuales filipinos que viajan y viven durante un tiempo en España (los Rizal, Graciano
López Jaena, Isabelo de los Reyes, Mariano Ponce o el aristócrata indígena Marcelo
Hilario del Pilar, apodado Plaridel, y autor del libelo anticlerical La soberanía monacal en
Filipinas) encontraron en la metrópoli el apoyo de una parte de la opinión pública, y en
particular, de muchos diarios españoles, así como la libertad de imprenta y de asociación
muerte, si se muere por lo que se ama, por la patria y por los seres que se adoran? […]. He amado siempre a
mi pobre patria y estoy seguro de que la amaré hasta el último momento, si acaso los hombres me son
injustos […]. Sea cualquiera mi suerte, moriré bendiciéndola y deseándole la aurora de su redención.” (Cit.
en Ibidem, pp. 243-244).
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de la que carecían en el Archipiélago19. Pudieron de este modo crear asociaciones y
publicar revistas o periódicos con los que lograr sus objetivos políticos y culturales.
Entre las asociaciones que fundan los filipinos en España podemos destacar el Círculo
Hispano-Filipino, de muy corta duración, ya que un año después de su nacimiento, en
1883, desaparece por desavenencias entre los mismos filipinos que vivían en España. O,
ya en 1888, la Asociación Hispano-Filipina, compuesta, como indica su nombre, por
españoles, entre los que destaca el masón Miguel Morayta, y filipinos. Por esta época se
forma en Madrid una logia masónica de filipinos denominada Solidaridad. Retana nos
informa que de esta logia, de “donde tiene su raíz la masonería netamente filipina”20, fue
su fundador Antonio Luna; aunque habrá que esperar hasta 1892 para que se cree en
Manila la primera logia, Nilad, formada exclusivamente por filipinos21. Como
apuntábamos antes, la masonería tendrá gran influencia sobre la sociedad secreta, la Liga
Filipina, que Rizal –iniciado, según Retana, en la masonería durante su estancia en
Londres– funda en 1892, una vez que vuelva a su tierra después de su estancia europea. La
Liga Filipina, cuyo lema era “Unus instar omnius”, se presentaba, a diferencia del
Katipunan de Andrés Bonifacio, como una sociedad pacifista que pretendía básicamente
tres cosas: la unión de los patriotas en una sociedad que les ofreciera mutua protección y
defensa contra las injusticias de la autoridad colonial; la lucha por las reformas que
necesitaba Filipinas; y, como buena asociación ilustrada de inspiración masónica, el
fomento de la más amplia instrucción o cultura de los filipinos.
3.1. El intenso desarrollo de la prensa filipina en el final de siglo. Aunque se conoce
sobre todo La Solidaridad, el diario –creado en la metrópoli– donde Rizal escribe sus
principales textos políticos, había otros muchos diarios filipinos. Según Glòria Cano, entre
1882, fecha en la que Rizal llega a España, y 1896, la fecha de su fusilamiento, se fundan
en Filipinas más de cien periódicos22. Lo cierto es que la censura fue relajándose con la
19
G. Cano, “La Solidaridad y el periodismo en Filipinas en tiempos de Rizal”, en Entre España y Filipinas:
José Rizal, escritor, ed. de M. D. Elizalde, AECID: BNE, Madrid, 2011, p. 178.
20
W. E. Retana, o. c., p. 159.
21
W. E. Retana, o. c., p. 158.
22
Sobre la prensa filipina, la referencia inexcusable sigue siendo el libro de Wenceslao E. Retana, El
Periodismo filipino. Noticias para su historia (1811-1894), publicado en 1895.
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denominada Ley “de policía de imprenta o Gullón”, aprobaba bajo el gobierno de
Sagasta23.
Entre las publicaciones de este periodo de esplendor de la prensa filipina cabe mencionar
el Diario Tagalog, que, fundado en Manila en 1882, se convierte en el primer periódico
bilingüe, en castellano y tagalog. Su director, Francisco Calvo y Muñoz, estaba empeñado
en que se pudiera “amar a Filipinas sin odiar a España”, y “amar a España sin odiar a
Filipinas”. La Opinión, que aparece en abril del 87 y que, según Retana, gozó de libertad
absoluta, fue el primer periódico, de contenido sobre todo político, que se atrevió a criticar
a las órdenes religiosas24. El Ilocano es un periódico bilingüe nacido en 1888, que fue
fundado y dirigido por uno de los grandes intelectuales filipinos, Isabelo de los Reyes,
quien le dio una impronta claramente progresista y reivindicativa de derechos políticos.
Especial relevancia adquiere El Resumen, cuyo primer número aparece en julio de 1890.
Era, en palabras de Retana, un periódico “genuinamente indio”, que propugnaba el
incipiente nacionalismo filipino. Parece ser que se convirtió en medio de expresión de la
Compañía mercantil e industrial Hispano-Filipina25, que no era otra cosa que la tapadera
de la Liga fundada por Rizal. El periódico, de aspiraciones reformistas, exigía –como
leemos en un editorial de 10 de julio de 1892– “la españolizacion y equiparación en
derechos y deberes de esta provincia española a sus hermanas de la Península”; así como
la “justicia severa y recta para aquel que […] hace escarnio de los sentimientos más
arraigados en el corazón de este pueblo tan católico como el español”26.
Entre los periódicos conservadores o españolistas fundados en Filipinas debemos citar
La España Oriental, surgido en enero del 88, que contaba como redactor jefe a Wenceslao
Retana. Este diario españolista pretendía situarse en una falsa posición neutral. Con el
paso de los números fue transformándose en un periódico cada vez más filipino, hasta el
punto de editar en 1889 una edición bilingüe dedicada a los indígenas. La voz de España,
creada en Manila en julio de 1888, era un periódico muy conservador que rechazaba la
representación parlamentaria de las islas, y que más tarde se convertirá en La voz
23
Antes, en 1857, se había dado a la colonia un Reglamento de Asuntos de Imprenta que, entre otras cosas,
prohibía todo aquello que pudiera “debilitar el principio religioso, base principal en que descansa el edificio
social.” (Cit. en G. Cano, o. c., p. 179).
24
Ibidem, p. 182.
25
Según R. Cal es probable que esta Compañía creada en Manila fuera una filial de la Asociación HispanoFilipina que funcionaba en Madrid, “y así como en la península tenía La Solidaridad como órgano de
propaganda, en Manila aparece en 1890 El Resumen.” (“Propaganda revolucionaria en Filipinas: El Resumen
y la Liga Filipina”, en Historia y Comunicación Social, n.º 3, 1998, p. 33).
26
Cit. en G. Cano, o. c., p. 185.
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Española. Y en el 91 aparece La Política de España en Filipinas, un periódico
conservador, pro-clerical y anti-reformista que era la exacta antítesis del quincenario
donde colaboraba Rizal. Este diario político conservador, dirigido por Pablo Feced y que,
entre sus redactores, contaba también con Wenceslao Retana, se caracterizaba por
combatir “el antiespañolismo de la colonia filipina en España”; y por negar que el
Archipiélago hubiera alcanzado el grado de madurez suficiente para llevar una vida
autónoma o independiente de la colonia27.
A comienzos de los noventa, la prensa filipina estaba dividida en dos facciones: los
favorables a la representación parlamentaria (El Resumen, El Eco de Filipinas, El Ilocano,
etc.), y los contrarios porque pensaban que los filipinos todavía no estaban preparados para
gozar de plenos derechos políticos (La Voz Española, Diario de Manila, El Pabellón
Nacional, etc.). En el periodo final tenemos incluso diarios que defendían el nacionalismo
del país asiático como La Ilustración filipina y el periódico –redactado íntegramente en
tagalog– Ang Pliengong tagalog.
3.2. El principal órgano de propaganda de los ilustrados: La Solidaridad. Entre todos
esos periódicos filipinos destaca “La solidaridad. Quincenario democrático”. Durante el
banquete de fin de año organizado por la “Asociación Hispano-filipina” se funda en
Barcelona una nueva organización de signo autonomista y liberal llamada La solidaridad,
cuyo presidente honorario será José Rizal. A principios de 1889 nace como portavoz de la
asociación el periódico del mismo nombre, dirigido por Graciano López Jaena. Para
sostener el periódico y asociación La Solidaridad, se forma en Filipinas una sociedad
titulada La Propaganda28.
Se puede apreciar dos etapas en la corta vida de este diario, tan influyente en el joven
nacionalismo filipino: la primera comprende el periodo que va desde su fundación hasta su
traslado a Madrid, a la capital donde se hallaba el gobierno y donde pensaban que sería
más fácil encontrar eco a sus reivindicaciones. El traslado supone un cambio en la
dirección, que ahora pasa a manos de Marcelo Hilario del Pilar. La segunda etapa abarca
desde el 91 hasta su desaparición en el 95. Este periodo está marcado por las discrepancias
entre los intelectuales filipinos que viven en España, los Del Pilar, López Jaena y Rizal. El
desacuerdo llegó al extremo de que Rizal abandona el periódico y Marcelo H. del Pilar, en
27
28
Ibidem, p. 199.
Cit. en W. E. Retana, o. c., p. 158.
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el número de 15 de abril de 1892, acusa al autor del Noli me tangere de ser un iluso, un
soñador que no piensa en los medios prácticos de acción. Reproche que, por lo demás,
terminará triunfando, como pone de relieve el apelativo de “Quijote oriental” que utilizaba
Retana. También López Jaena abandona el periódico en el 93, y desde su nuevo periódico,
El látigo nacional, será muy crítico con La Solidaridad.
El periódico más influyente entre los filipinos fue una revista de signo progresista y
democrático29. Reivindicaba profundas reformas para la colonia y se oponía a todo
elemento reaccionario, empezando por las órdenes religiosas que dominaban la educación
en el Archipiélago. Insisto en que, para estos ilustrados, todo estaba perdido si no se
lograba cambiar, mediante la instrucción, al hombre filipino. Se comprende así su
anticlericalismo, pero, como señala Glòria Cano, no se trata de algo extraordinario en la
prensa republicana y liberal de la época30, la de periódicos como El Día, El Imparcial, El
Liberal, El Globo, La Justicia, El País, La Publicidad, La Vanguardia, etc.
En La Solidaridad, Rizal publica artículos como “Los Viajes”, escrito inicialmente para
el Dariong Tagalog con el seudónimo de Laong Laan. En este artículo explica que
mientras unos pueblos van envejeciendo, otros nuevos nacen y heredan lo mejor de los
primeros: “España, que un día había viajado y había descubierto nuevas tierras, ahora era
un país obsoleto incapaz de modernizar e implantar las reformas que necesitaba un país
joven, como Filipinas”31. Publica después, ya firmando con su nombre, el editorial
“Verdad para todos”, en el que, entre otras cosas, denuncia la frailocracia padecida por
Filipinas, y alude a la existencia de dos partidos en su tierra: el ilustrado o independiente,
el “sediento de justicia y de paz, el partido lleno de reproches para las demasías y tiranías
de ciertas clases, el partido en fin denunciado por sus enemigos como filibustero […], y
del que seguramente saldrán los verdaderos filibusteros, si se continúa con el funesto
sistema seguido hasta ahora”32; y el partido de los frailes e intrigantes, el partido
reaccionario que impide que el indio salga de su ignorancia.
Otras editoriales que salen de la pluma del Gran Tagalo son “Verdades Nuevas” y
“Diferencias”. También tiene gran relevancia para comprender el pensamiento de Rizal el
29
En la editorial del primer número se indicaba que el propósito del periódico era “combatir toda reacción,
impedir todo retroceso, aplaudir, aceptar toda idea liberal, defender todo progreso; e una palabra: un
propagandista más de todos los ideales de la democracia, aspirando que impere en todos los pueblos de
aquende y allende los mares.” (Cit. en G. Cano, o. c., p. 191).
30
Ibidem, p. 190.
31
Cit. en Ibidem, p. 192.
32
Cit. en Ibidem, p. 193.
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artículo “Sobre la indolencia del indio filipino”, un tema que, como reconocía el propio
Rizal, no era nuevo porque ya había sido tratado por otro filipino, el Dr. Sancianco, en su
obra El progreso de Filipinas (Madrid, 1881)33. En este artículo el autor de Noli analiza la
psicología de los pueblos malayos, y afirma que “la indolencia existe real y positivamente;
sólo que en vez de considerarla como la causa del atraso y del desconcierto, la
consideramos como el efecto del desconcierto y del atraso, favoreciendo el desarrollo de
una funesta predisposición”34. Rizal culpa “a los españoles por no motivar a los indígenas,
por considerar al filipino como un ser indescifrable, apático, servil y carente de talento”.
En “Filipinas en el Congreso” reclama la libertad de prensa y la representación
parlamentaria. En “Cosas de Filipinas” y “Más sobre el asunto de Negros” denuncia los
abusos de la Guardia Civil. En “Una esperanza” ironiza sobre la caída del partido liberal y
sobre el hecho de que, bajo su gobierno, se hubieran llevado a cabo pocas reformas en la
colonia, etc.
También publica en el año 1890 el artículo “Al Excmo. Señor Don Vicente Barrantes”,
en donde replica al autor de El teatro tagalo35, a quien había escrito que “no existe
propiamente en Filipinas literatura española, ni tagala, ni siquiera teatro español o teatro
tagalo”. Barrantes sostiene en su libro y artículos que, antes de la llegada de la potencia
colonial, no existe cultura filipina porque la raza tagala pertenece a los últimos grados de
la escala humana y está falta de virilidad y espontaneidad36. En su opinión, la obra de
ilustrados filipinos como Rizal es el resultado de “la lucha que existe entre sus indefinidos
ideales, hijos de su educación hostil a España y hostil al catolicismo”. Barrantes, aunque
rechaza como falso todo lo que aparece en las novelas de Rizal, reconoce –sin saber
cuánta verdad hay en ello– que practica un realismo fotográfico de sus pensamientos:
“usted llega en su naturalismo, en su conocimiento práctico del país y de la gentes, y en su
amor, no diré a la verdad, porque en algunas cosas no estamos conformes, sino en su amor
a la reproducción fotográfica de sus propios pensamientos, a pesimismos y negruras que
parecían reservadas al francés Zola”37. En su contestación publicada en La Solidaridad,
Rizal acusa a Barrantes de malinterpretar su obra porque confunde las opiniones de los
personajes de la novela con las del autor, porque, en realidad no sabe, que la maestría
33
W. E. Retana, o. c., p. 189.
Cit. en G. Cano, o. c., pp. 195-196.
35
V. Barrantes, El teatro tagalo, Tip. de Manuel Ginés Hernández, Madrid, 1890.
36
G. Cano, o. c., p. 194.
37
B. Álvarez Tardío, “El problemático lugar de José Rizal dentro de la literatura española”, en Entre España
y Filipinas: José Rizal, escritor, cit., p. 137.
34
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España de la Restauración.
moderna es una mezcla de actividad y pasividad, de intenso trabajo para dejar ser a las
cosas, a los personajes, con independencia de las convicciones del autor: “Yo me
contentaré –escribía el tagalo– con que me digan si mis personajes no tienen vida y
carácter propios, si no obran y hablan según sus circunstancias y sus diferentes maneras de
pensar, y que dejen aparte mis propias convicciones”38.
A todo ello cabe unir los cuatro artículos que, entre septiembre de 1889 y enero de 1890,
publica con el título de “Filipinas dentro de cien años”, y sobre los que nos extenderemos
en el siguiente apartado. Una vez resumidos los principales artículos que publica Rizal en
La Solidaridad, trataremos brevemente los factores que influyen en el fin del quincenario.
Al parecer son diversos, empezando por las disputas entre sus principales redactores, la
aparición de un periódico tan hostil como La Política de España en Filipinas39, los
problemas financieros o el abandono de Graciano López Jaena en 1893. También nos
parece reseñable la crítica que, en relación con este periódico, Glòria Cano hace a la
historiografía norteamericana. Nos dice la investigadora que, para justificar la ocupación
yanqui de Filipinas, dicha historiografía ha intentado “demostrar que La Solidaridad
abogaba por el reformismo y no por el independentismo”, y, por tanto, que no había sido
el “germen de la conciencia filipina”. Desde este punto de vista, los historiadores
norteamericanos habrían tratado de demostrar primero que los ilustrados deseaban
únicamente el autogobierno; segundo, que estos mismos intelectuales reconocían la
inmadurez del pueblo y la necesidad de tutela por una nación avanzada; y tercero, que
había una gran diferencia entre la liberal administración norteamericana y el despotismo
del gobierno colonial español. Con estos objetivos, los historiadores norteamericanos han
acentuado la censura de prensa impuesta en la colonia asiática, aparte de ocultar la
existencia de otros diarios surgidos en las mismas Islas Filipinas. Diarios que, como El
38
En una carta dirigida a Mariano Ponce, y en la que reacciona a la crítica que el agustino Font dirige a su
novela Noli me tangere, se expresa en los siguientes términos sobre la confusión entre autor y perosnajes:
“¡Qué Padre y qué critica! Si el autor de una novela tuviese que ser responsable de los dichos de sus
personajes, ¡santo Dios, a qué conclusión iríamos a parar! Porque siguiendo este sistema las opiniones de P.
Dámaso sería mías […]. El P. Font debía acordarse de un poco de Retórica en que se dice que novela es un
género mixto en que hablan personajes introducidos y además el autor: claro está que el autor sólo es
responsable de las palabras que él dice como suyas, y los hechos y las circunstancias justificarán los dichos
de los personajes.” (Cit. en Ibidem, p. 140).
39
La Solidaridad parecía hacer referencia a esta prensa en la editorial de su último número: “ante los
obstáculos que las persecuciones reaccionarias vienen oponiendo a la circulación de esta Revista en
Filipinas, hemos tenido que suspender por algún tiempo su publicación”.
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Resumen o La Opinión, se caracterizaban por ser nacionalistas y liberales, por reclamar
reformas y criticar a los frailes tanto como La Solidaridad 40.
4. “Filipinas dentro de cien años”: la alternativa entre asimilación e independencia
4.1. Filipinas desde hace trescientos años. Antes de comentar en sus artículos el
presente y porvenir del Archipiélago, Rizal se refiere al pasado y hace balance de la
dominación española. A este respecto es preciso tener en cuenta que un año antes de esta
publicación en la prensa, en mayo de 1888, a su llegada a Inglaterra después de su estancia
americana, encuentra en el Museo Británico la Historia de Filipinas del oidor Antonio de
Morga (México, 1609). Decide en ese momento volver a publicar esta obra en una edición
anotada y con un prólogo titulado “Sucesos de las Islas Filipinas” (París, 1890). En este
prólogo señala que en el Noli me tangere realizó un “bosquejo del estado actual de nuestra
patria”, y que entonces comprendió “la necesidad de dar primero a conocer el pasado, a fin
de poder juzgar mejor el presente y medir el camino recorrido durante tres siglos”41. Pues
bien, no es otra la metodología que sigue en esta serie de cuatro artículos.
Rizal comienza con la queja de que, durante los últimos tres siglos y medio, los indios
filipinos han perdido gran parte de sus tradiciones y cultura, y se han adaptado a otras que
no siempre se ajustaban a su clima y costumbres seculares. Lo cierto es que, a pesar de las
grandes dificultades, entre las cuales no son desdeñables ni la lejanía de la metrópoli ni, en
contraste con las colonias de América, la escasez de colonizadores, los españoles llevan en
Filipinas más de trescientos años. En buena parte, ello ha sucedido porque la dominación
no ha sido tan despótica como en los últimos tiempos. En el pasado, nos comenta Rizal, el
indio, a cambio de su fidelidad, pudo recibir honores, ser encomendero y hasta general.
Además, los religiosos españoles defendieron en muchas ocasiones al pueblo filipino
contra los encomenderos y abogaron por los derechos de los indios. Pero –se lamenta
amargamente– “todo esto ha desaparecido”.
Para comprender este balance histórico que nos propone Rizal, conviene hacer un breve
resumen de la evolución de la gran colonia asiática de España. La expedición que
conquista y coloniza las Filipinas fue enviada el 21 de noviembre de 1564 desde Nueva
España, lo cual explica la estrecha vinculación que siempre existió entre el Archipiélago y
40
41
G. Cano, o. c., p. 201.
L. Zea, o. c., p. XXI.
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México42. Manila fue fundada en 1571 por el vasco Legazpi, quien la declara capital del
Reino de la Nueva Castilla y se vincula administrativamente al virreinato de Nueva
España. A diferencia de América, se establece una administración colonial mínima43. Los
españoles, para gobernar la isla, contaron, por una parte, con la colaboración de las elites
locales, las cuales se ocuparon de la organización política, económica y social de sus
gentes. Por otra, dejaron la instrucción del pueblo filipino en manos de las órdenes
religiosas (agustinos, franciscanos, jesuitas, dominicos, recoletos de San Agustín), que
aprendieron el idioma de los indígenas para adoctrinarles en la nueva fe. Esta
evangelización en tagalo permitió, en primer lugar, que los frailes se convirtieran en los
intermediarios entre la autoridad colonial y unos indígenas que no necesitaban conocer el
idioma de la metrópoli. Y, en segundo lugar, influyó en que el castellano fuera
desconocido por la mayoría de la población, y en que tras el 98 pudiera desaparecer en
pocas generaciones, pues se calcula que sólo un diez por ciento de la población filipina
hablaba la lengua española cuando los estadounidenses ocuparon las islas. Los frailes, por
lo demás, se encargaron de la instrucción a todos los niveles, y por ello crearon diversos
colegios y universidades, como la Universidad de Santo Tomás, fundada por los
dominicos en 1611.
En los primeros tiempos, el sistema económico de la isla se basaba en el cultivo de la
tierra mediante encomiendas y en el denominado galeón de Manila. Este último consistía
en que una o dos veces al año un barco, que unía Acapulco con Manila, intercambiaba los
metales preciosos procedentes de América por especias, textiles y otros bienes de China,
Japón, India y Sudeste Asiático. Como los bienes intercambiados no eran productos de
Filipinas, el galeón no sirvió para desarrollar la economía de las islas. Los beneficiados
por este sistema apenas fueron unos pocos comerciantes, militares y religiosos
peninsulares44.
Con los Borbones, se inician las reformas que proseguirán en el siguiente siglo.
Fundamentalmente, se pretendió aumentar el poder de la autoridad colonial con la
concesión de mayores atribuciones al Gobernador General, o con la creación de nuevas
42
Una vez que México logra la independencia, se interrumpe el galeón de Manila y el contacto que existía
entre la América hispana y Asia. Poco después de la emancipación, Iturbide pedirá, desde luego sin ningún
éxito, a Filipinas y Cuba que se independicen de España y que sigan manteniendo relaciones con México, si
bien ahora bajo el signo de la libertad. Cf. Ibidem, p. XXIII.
43
M. D. Elizalde Pérez-Grueso, “El tiempo de José Rizal”, en Entre España y Filipinas: José Rizal, escritor,
cit., p. 32.
44
Ibidem, p. 45.
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instituciones como una intendencia que gestionaba la Hacienda. Por lo demás, se inaugura
una nueva ruta comercial que une directamente a España con Filipinas a través del Cabo
de Hornos o de Buena Esperanza; se crea en 1785 la Real Compañía de Filipinas; y se
establece, aunque con poco éxito económico45, el estanco sobre el tabaco y los alcoholes
indígenas.
Los cambios en la administración colonial se acentúan en el siglo XIX. Desde el punto
de vista de la administración se acaba con la secular delegación de funciones a las elites
locales indígenas y se centraliza todo el mando político y militar en el Gobernador General
y en sus delegados provinciales46. Tales medidas provocan un creciente descontento entre
las elites locales que se traduce inicialmente en deseos de mayor autonomía. Al mismo
tiempo se fomenta la emigración peninsular de población civil a las Filipinas. Ello es
favorecido por la apertura del canal de Suez y la creación de una nueva línea marítima que
reduce el viaje de España a Filipinas a un mes, en lugar de los tres que duraba la travesía
cuando se realizaba a través del Cabo de Buena Esperanza.
La modernización de la administración colonial también afectó a las poderosas órdenes
religiosas. Se intentó restarles poder estableciendo una mayor intervención del Estado
sobre la educación de la colonia. Cabe mencionar a este respecto que, entre 1863 y 1894,
se dictan algunas medidas que pretendían favorecer la enseñanza del castellano. Medidas
que iban encaminadas a suprimir la mediación de los frailes, y a facilitar la relación directa
entre la autoridad colonial y la población indígena.
Los cambios en el ámbito económico son también sustanciales47, sobre todo porque
empieza a desarrollarse la producción textil filipina, así como el cultivo de productos
agrícolas tropicales como azúcar, abacá, tabaco, etc., los cuales eran objeto de una gran
demanda internacional. Este desarrollo de los productos filipinos, junto a medidas de
índole librecambista, favorecieron el interés de las potencias extranjeras por comerciar en
Filipinas, hasta el punto de que fueron los mercados exteriores –y no la metrópoli– los que
controlaron la producción y exportación de aquellos bienes. España no consiguió ser el
mercado preferente de las exportaciones filipinas. Ocupó el quinto lugar, después de Gran
Bretaña, de las posesiones británicas en Asia, China, Estados Unidos y Australia. De otro
lado, con la nueva economía se enriquece una elite indígena que se encuentra en la raíz de
45
Ibidem, p. 46.
Ibidem, p. 36.
47
Ibidem, pp. 48-52.
46
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ese sentimiento nacional que de modo insuperable describe Rizal, el hijo del arrendatario
de una hacienda azucarera en Calamba. La metrópoli intentó compensar aquella
desventaja con respecto a los mercados extranjeros con medidas proteccionistas, con
nuevos aranceles y tributos, que no sólo motivaron la oposición de los comerciantes
foráneos, sino también la de hacendados indígenas que veían disminuir sus beneficios. De
ahí, como dice Elizalde, la “creciente divergencia entre los intereses económicos de la
metrópoli y los de la colonia”48.
4.2. La crisis moral de la colonia. Teniendo en cuenta esta evolución de la economía del
Archipiélago, Rizal admite que, a finales del siglo XIX, la situación de Filipinas ha
mejorado desde el punto de vista material. Sin embargo, ha empeorado desde el moral. El
“espíritu filipino” no ha desaparecido del todo, aunque las circunstancias han sido poco
propicias para su mantenimiento, pues los españoles, los hombres de la “raza dominante”,
han llegado al extremo de afrentar a toda la raza malayo-filipina, de insultarla por negar al
filipino hasta la capacidad para la virtud y el vicio. Todavía a finales del siglo XIX,
liberales y frailes tratan a este pueblo como un conjunto de niños que necesita de
permanente tutela. Y es que España, como una cruel nodriza –y no ya como la nodriza
espiritual a la que hacía referencia Unamuno49–, desea la eterna niñez de Filipinas. Crítica
que no puede dejar de recordar a otras similares que se levantaron a principios de aquel
siglo desde la América Hispana.
Lamenta Rizal que, después de tres siglos de dominación, el filipino se haya
acostumbrado al yugo y que quede poco del espíritu de los “indomables Kagayanes”. Pero
piensa que un día puede “saltar la chispa” de la insurrección si los españoles no
emprenden profundas reformas, si no atienden las justas y necesarias reclamaciones de
este pueblo. Es más, cree que ya está empezando a despertar el espíritu de la nación. Para
este amanecer nacionalista se cuenta con una “numerosa clase ilustrada dentro y fuera del
Archipiélago”. “Hoy –añade– no forma más que el cerebro del país, dentro de algunos
años formará todo su sistema nervioso y manifestará su existencia en todos sus actos”. El
nacimiento de esa clase ilustrada había sido en gran parte motivado por el desarrollo de
una nueva clase integrada por hacendados, industriales y comerciantes autóctonos. Rizal,
el ilustrado filipino por excelencia, es hijo de uno de esos hacendados. Estas elites
48
49
Ibidem, p. 52.
M. Unamuno, “Epílogo”, cit., p. 486.
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filipinas, integradas tanto por enriquecidos hombres de negocios como por intelectuales,
van a ser las que viajen al extranjero y las que mantengan estrechas relaciones con
influyentes círculos políticos y económicos de la península y del extranjero.
Es verdad que esas elites gozaban de una cierta participación en el régimen colonial50,
pero la consideraban completamente insuficiente. La reivindicación de una mayor
autonomía por esas clases ilustradas se va a manifestar en el aludido movimiento o
asociación de la Propaganda, que, si bien inicialmente se limita a reclamar derechos e
igualdad con la península, ya en la década del noventa se radicaliza y solicita el
autogobierno e incluso la independencia. Conforme avance el siglo, al descontento de las
elites, se unirá el de los campesinos, el de las nuevas clases urbanas o el del clero secular
filipino. Esta extensión del malestar social y político explica el nacimiento de una
asociación de bases más amplias que la Propaganda como el Katipunan, la organización
liderada por Andrés Bonifacio que inicia la revolución el 26 de agosto de 1896 con el
conocido “grito de Balintawak”.
Rizal prosigue su artículo señalando que sólo cabe dos alternativas en el futuro: la vía de
las reformas profundas que, emprendidas por “las clases superiores”, debería llevar a que
Filipinas fuera una provincia más de España, con los mismos derechos y libertades que los
territorios peninsulares; o la insurrección violenta que, partiendo de las esferas del pueblo,
podría conducir a la independencia después de una fatal guerra sangrienta. Únicamente se
puede imponer una de estas dos opciones porque ya no son posibles las vías utilizadas
tradicionalmente para atajar el progreso de un pueblo: embrutecimiento de las masas por
medio de una casta adicta al gobierno, el clero en el caso filipino; empobrecimiento del
país; destrucción paulatina de los habitantes; y fomento de la enemistad entre las razas o
provincias de la colonia. La paulatina extensión de la Ilustración en Filipinas –la tarea
esencial para Rizal– pone de relieve que la “negra plaga de frailes, en cuyas manos está en
Filipinas la enseñanza de la juventud”, ya no puede mantener por más tiempo a las islas en
la ignorancia. El empobrecimiento es una vía contraproducente porque, por un lado, de
nada sirve a la metrópoli una colonia pobre; y de otro, mientras la riqueza está unida al
espíritu de conservación, la pobreza inspira ideas aventureras y deseos de cambio. El
mismo Maquiavelo –escribe Rizal, demostrando conocer a los clásicos de la filosofía
50
Las elites filipinas eran miembros de la Real Sociedad Económica Filipina de Amigos del País y de la
Cámara Española de Comercio, vocales del Banco Español Filipino, de la Caja de Ahorros de Manila,
regidores del ayuntamiento y escuelas de Manila, consejeros del Consejo de Administración de Filipinas,
etc. Cf. M. D. Elizalde, o. c., p. 60.
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política– “encuentra peligroso este medio de sujetar a un pueblo, pues observa que la
pérdida del bienestar suscita más tenaces enemigos que la pérdida de la vida”. La tercera
vía es aún más improbable porque, a pesar de guerras y epidemias, el número de
habitantes de Filipinas sigue aumentando. Por último, el progreso de las comunicaciones
fomenta el intercambio de las opiniones y las relaciones de amistad entre los habitantes de
las islas: todos ellos ven que están amenazados “de un mismo peligro y heridos en unos
mismos sentimientos”.
4.3. La evolución pacífica, la única fórmula para que las Filipinas continúen bajo
bandera española. Rizal explica en los artículos reunidos bajo el título de “Filipinas
dentro de cien años” que España ha concedido a su colonia asiática muchas menos
libertades que Francia e Inglaterra a las suyas. Incluso le parece también hiriente la
comparación con Cuba y Puerto Rico, que al menos gozaban entonces de representación
en las Cortes. El articulista señala que el mantenimiento del vínculo entre el Archipiélago
y la metrópoli pasa por reformas de gran calado. Las de carácter paliativo ya no son más
que inútiles y perjudiciales. El médico Rizal acostumbra a utilizar metáforas orgánicas en
sus escritos, y por ello dice de estas reformas que se parecen a los “emplastos y pomadas”
utilizados por un doctor que no sabe curar un cáncer o no se atreve a extirpar un órgano
enfermo. La metáfora orgánica se enriquece con una analogía extraída del Quijote:
compara este sistema de reformas paliativas con el “régimen dietético” que padece Sancho
en la Ínsula Barataria. Es decir, Filipinas es Sancho, las reformas equivalen a los manjares
deseados por el escudero, y el médico Pedro Rezio coincide con todos los interesados en
seguir aprovechándose del Archipiélago.
Las dos reformas fundamentales consisten en la instauración de prensa libre y en el
reconocimiento de representación para las Islas Filipinas. Según el Gran Tagalo, sin
prensa libre, difícilmente podrán llegar las quejas de la provincia asiática hasta España.
Además, el poder “que gobierna desde lejos”, si no quiere hacerlo a tientas y desea
conocer la verdad y los hechos, no puede dejar de apoyarse sobre la prensa libre. Esta
reforma es aún más imperiosa en un país donde, como sucede en Filipinas, la mayoría de
los habitantes hablan una lengua desconocida para las autoridades. Rizal concluye el
apartado dedicado a esta libertad diciendo que sólo la “rutina”, un análisis superficial,
puede llevar a creer que el periodismo es un peligro. Al contrario, mientras las
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revoluciones tienen lugar en países tiranizados, las colonias ya no desean la independencia
cuando gozan de la básica libertad de imprenta.
La otra gran reforma necesaria para acallar el descontento de las islas consiste en el
reconocimiento de representantes filipinos en las Cortes nacionales. España –advierte
Rizal– no debería temerla en ninguna de las tres circunstancias que podrían darse: si todos
los diputados filipinos son separatistas –lo cual es un absurdo–, siempre podrá la mayoría
peninsular corregir esta tendencia en la arena parlamentaria; si, en segundo lugar, “salen
pasteleros, como es de esperar y probablemente han de ser, tanto mejor para el gobierno, y
tanto peor para sus electores”; y, por último, “si salen como deben ser, dignos, honrados y
fieles a sus misiones”, se convertirán en una inestimable ayuda para gobernar territorios
tan lejanos.
Sólo en tres momentos puntuales del siglo XIX se reconoció a los filipinos la
representación. La primera ocasión se dio en las Cortes Constituyentes de Cádiz51. Rizal
no olvida mencionar que Filipinas, a diferencia de otras colonias de América, no se
aprovechó de la guerra de la independencia porque en aquella época gozaba de
representación. La segunda ocasión tuvo lugar durante el trienio liberal. Y la última
después de la muerte de Fernando VII, en 1835, ya bajo el Estatuto Real. Entonces le
fueron reconocidos dos representantes52. Sin embargo, la Constitución de 1837 eliminó
esta representación y sancionó una estricta diferencia entre la metrópoli y las provincias
ultramarinas. Entonces se justificó tal medida con varios argumentos: su densa población
le permitiría contar con una elevada representación que podría desequilibrar las cortes; la
distancia entre Filipinas y la metrópoli retrasaba la llegada de los diputados o hacía muy
costosa la representación; la lengua castellana era dominada por tan pocos que podría
darse el caso de que los representantes desconocieran esta lengua; y las peculiares
costumbres de los filipinos impedían su asimilación y la adquisición de plenos derechos
políticos53. Más tarde volvería a reconocerse a Cuba y Puerto Rico la representación, pero
nunca más a Filipinas. Se comprende así que el descontento fuera en aumento conforme
avanzaba el siglo, y que, al final, no quedara otra salida que la independencia. Llegados a
la última década del siglo XIX sólo algunos españoles se levantaban contra esta injusta
51
La representación filipina estuvo en manos de Ventura de los Reyes, quien hasta su llegada a la península
fue suplido por Pedro Pérez de Table y José Manuel Couto. Cf. M. D. Elizalde, o. c., p. 54.
52
Fueron elegidos como diputados Andrés García Camba y Juan Francisco Lecaroz, los cuales tomaron
posesión en noviembre de 1835.
53
Cf. M. D. Elizalde, o. c., p. 56.
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situación de la colonia. Entre ellos sobresalía la voz del gran republicano federal Pi y
Margall –tan respetado por Rizal y los colaboradores de La Solidaridad–, que con
insistencia reclamaba representación y autonomía para todas las provincias ultramarinas54.
En unos términos muy semejantes a los insurgentes hispanoamericanos, el autor de
“Filipinas dentro de cien años” rechaza el argumento de la falta de ilustración o madurez
de su pueblo para acceder al fundamental derecho político de representación. En
consonancia con el ideario democrático del siglo XIX, señala que la cultura de la mayoría
de los filipinos no es tan defectuosa como dice la metrópoli; y que, si el filipino es
considerado ciudadano para pagar impuestos y defender la patria española, “debe serlo
también para elegir y tener quién vele por él y por sus intereses”. Y, en una línea menos
democrática, menos atenta a la igualdad de los cualquiera, indica que no se puede negar la
representación al ignorante o al desvalido, a aquellos que más la necesitan para no ser
atropellados en sus derechos. Por lo demás, Rizal insiste aquí, y en otros textos como el
escrito sobre la indolencia del indio filipino o un magnífico fragmento de su novela El
filibusterismo, en que la falta de ilustración y moralidad del pueblo no se debe a una falta
natural del indígena, sino a la defectuosa e inútil educación que han ofrecido en los
últimos tres siglos y medio la metrópoli y sus “Pedro Rezio”, los frailes55.
Junto a estas dos reformas fundamentales, Rizal reclama justicia (“la virtud primera de
las razas civilizadoras”) y efectiva aplicación de las leyes. Observa que, con la excusa de
la integridad de la patria y de la razón de Estado, se cometen numerosas injusticias, y por
54
Así se expresaba Pi y Margall en el nº 17 (enero de 1891) de Nuevo Régimen: “[…] ¿No nos han enseñado
nada las mal vencidas rebeliones de Cuba? Las tendremos pronto en Filipinas como no sigamos otra
conducta. Las Islas Filipinas no tienen siquiera representación en las Cortes. La tuvieron y se la quitamos en
el año 1837, como si no formasen parte de España. Nosotros, los federales, estamos dispuestos a dar a todas
las colonias, no sólo asiento en nuestras cámaras, sino también a declararlas autónomas en todo lo relativo a
sus especiales intereses”. (cit. en W. E. Retana, o. c., p. 199).
55
Tal es el sentido de este diálogo que mantienen el dominico Fernández, que pese a todo es partidario del
progreso de los filipinos, y el poeta Isagani:
“[El fraile]: ¡La instrucción no se da más que al que la merece! Dársela a hombres sin carácter y sin
moralidad, es prostituirla.
[Isagani]: Y ¿por qué hay hombres sin carácter y sin moralidad?
[El fraile]: Defectos que se maman en la leche, que se respiran en el seno de las familias; ¡qué se yo!
[Isagani]: ¡Ah, no, P. Fernández! Usted no ha querido profundizar el tema; usted no ha querido mirar el
abismo por temor de encontrarse allí la sombra de sus hermanos. Lo que somos, ustedes lo han hecho. Al
pueblo que se tiraniza, se le obliga a ser hipócrita; aquel a quien se le niega la verdad, se le da la mentira; el
que se hace tirano, engendra esclavos. No hay moralidad, dice usted, ¡sea!; aunque las estadísticas podrían
desmentirle, porque aquí no se cometen crímenes como los de muchos pueblos cegados por sus humos
moralizadores. Pero… convengo con usted en que somos defectuosos. ¿Quién tiene la culpa de ello: o
ustedes, que hace tres siglos y medio tienen en sus manos nuestra educación, o nosotros, que nos plegamos a
todo? Si después de tres siglos y medio el escultor no ha podido sacar más que una caricatura, ¡bien torpe
debe ser!”
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ello los “heridos y resentidos” van en aumento en la colonia. La prudencia, la cuidadosa
aplicación de las leyes, se hace aún más necesaria en los “países dominados por una raza
extranjera”, pues aquí “hasta el acto de severidad más justo se interpreta por injusticia y
opresión”. La justicia también debe conducir a que los indígenas, los originarios habitantes
de Filipinas, tengan los mismos derechos y oportunidades que los peninsulares. Por ello
reivindica, como hicieron los hispanoamericanos poco antes de seguir la vía de la
independencia, que se den por oposición todos los puestos y cargos.
Rizal dice, en principio, algo muy parecido a lo que escribían los liberales españoles, los
Flórez Estrada o Blanco White, para evitar que se consumara la emancipación de
Hispanoamérica. Sabían aquellos liberales que el vínculo con España sería imposible si los
pueblos americanos no encontraban ningún interés en la unión. El muy republicano Rizal
sostiene lo mismo, pero citando una vez más a Maquiavelo: Filipinas seguirá siendo
española si la metrópoli sirve a sus intereses, si no detiene el progreso y reconoce a sus
habitantes todos los derechos y libertades que poseen las naciones más avanzadas. Esto
significa en la práctica que debe dejar de ser una colonia. No es otra la enseñanza que
Rizal extrae de Bachelet: “las colonias fundadas para servir la política o el comercio de
una metrópoli, concluyen todas por hacerse independientes”.
4.4. La traumática senda de la revolución violenta. El Gran Tagalo no veía las cosas de
forma muy distinta a los republicanos liderados por Pi y Margall: si España no concedía a
los filipinos los mismos derechos políticos que gozaban los peninsulares y les quitaba “el
yugo de las órdenes monásticas”, no podría luego quejarse en caso de rebelión56. No había
otra alternativa: o se producía una reforma radical que debía llevar a la fusión de ambos
pueblos, o era irremediable la independencia. En el último artículo de esta serie, el de
enero de 1890, Rizal escribe que “es contra todas las leyes naturales y morales la
existencia de un cuerpo extraño dentro de otro dotado de fuerza y actividad. La ciencia nos
enseña que este cuerpo, o es asimilado, o destruye el organismo, o es eliminado, o queda
enquistado”. Está convencido de que la raza filipina no puede ser destruida, y de que, en
56
Sánchez de Toca, en una sesión del Congreso de diputados de 29 de abril de 1891, llegó a acusar a Pi y
Margall de “alentar y justificar la rebelión de Filipinas” por escribir estas palabras en Nuevo Régimen:
“Desgracia tienen nuestras colonias oceánicas. No se les otorga los derechos políticos, no se les da asiento en
nuestras Cortes, no se les quita el yugo que les pusieron las órdenes monásticas, y cuando se trata de sus
intereses materiales, se las olvida como si no fueran parte de España. ¿Qué cariño nos han de tener los que
las habitan? ¿Qué impaciencia no han de sentir por verse libres de un pueblo que las gobierna como en el
primer siglo de la conquista? Si un día se rebelan, ¿qué razón habrá para que nos quejemos?” (cit. W. E.
Retana, o. c., p. 200).
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caso de conflicto con la española, la victoria filipina y la independencia será inevitable por
las siguientes razones: “por el número de sus habitantes”; “por el estado de su ejército y
marina”; “por la distancia a que se encuentran las islas”; “por los pocos conocimientos que
de ellas tiene”; “por luchar contra una población cuyo amor y voluntad se ha enajenado”;
porque si el español es “bravo y patriota, y lo sacrifica todo, en favorables momentos, al
bien de la patria”, no menos sucede con el filipino; y, por último, porque las islas, ante la
opresión española, se unirán contra la metrópoli, y ante el peligro de caer en otras manos
extranjeras, serán sensatas y prudentes.
Ciertamente Rizal no tenía las dotes proféticas del reaccionario Donoso Cortés, cuando
escribía que, tras la conquista de su independencia, Filipinas no volvería a caer en poder
de otra potencia colonizadora. La situación se parece una vez más a la de la América
hispana de principios del siglo XIX, la que, coincidiendo con las Cortes de Cádiz, iniciaba
la vía de la emancipación. Entonces los liberales españoles advertían a las provincias
americanas que su falta de madurez política les haría volver a caer en manos de grandes
Estados como Inglaterra. En nuestro caso, Rizal hace un repaso de todas las grandes
potencias de la época y explica por qué no será recolonizada Filipinas. Ante todo
considera probable que África absorba en los siguientes años toda la atención de las
naciones colonizadoras. De Inglaterra dice –y la historia de los dos últimos siglos le daba
la razón– que está más interesada en el comercio que en la expansión territorial. De
Alemania, que se limita a conquistar fáciles territorios que no pertenecen a nadie. En
Francia ve un afán poco colonizador. Piensa que “Holanda es sensata y se contentará con
conservar” las Molucas, Java y Sumatra. China no está en condiciones de emprender una
política colonizadora; ya es suficiente que pueda impedir ser colonizada por los europeos.
Reconoce que Japón tiene un exceso de población, pero cree que le atrae más Corea que
Filipinas. Por último se detiene en los Estados Unidos. Admite que “acaso la gran
República Americana, cuyos intereses se encuentran en el Pacífico y que no tiene
participación en los despojos de África, piense un día en posesiones ultramarinas”. No
obstante, opina que todavía no ha llegado su momento por cuatro razones: porque el canal
de Panamá no está abierto; porque sus Estados no tienen un exceso de población que les
haga pensar en colonizar otros continentes; porque, en caso de intentarlo, no se lo
permitirían las potencias europeas (“la América del Norte sería una rival demasiado
molesta, si una vez practica el oficio”); y, finalmente, porque la política imperialista o
colonizadora es “contra sus tradiciones”. Es bien sabido que aquí el ilustrado falló, aunque
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su amigo y gran filipinista Blumentritt le había dado una pista de lo que podría suceder57.
En diciembre de 1898, tras la firma del Tratado de París, Filipinas se convierte en una
colonia estadounidense. McKinley –usando el argumento de todos los colonizadores–
declaraba entonces que no tenían más remedio que tomar las Filipinas para educar y
cristianizar a los filipinos.
En cualquier caso, Rizal prevé que la independencia, y el progreso que le seguirá,
sucederá “dentro de cien años más o menos”. Concluye diciendo que “es necesario dar a
seis millones de filipinos sus derechos para que sean de hecho españoles, que se los dé el
gobierno libre y espontáneamente”. “Preferimos esta desagradable tarea a tener un día que
decir a la Madre Patria” que deseamos la independencia.
Forma parte del trabajo del intérprete decidir si realmente Rizal se tomaba en serio la vía
de las reformas. En apariencia se diría que se conforma con la evolución pacífica de
Filipinas hasta convertirse en una provincia española, pero cabe preguntarse si realmente
pensaba que era posible un cambio tan radical en la política de la metrópoli. El ilustrado
tagalo había conocido la España de fin de siglo, sus graves carencias y su corrupción
política, hasta el punto de que, como señala Goujat, la vida política de la metrópoli le
parecía un perfecto “contraejemplo”58. Los Retana y Unamuno veían en él a un español
íntegro y deseoso de permanecer unido a la metrópoli, siempre y cuando no fuera bajo la
humillante condición de colonia. Pero el ilustrado que vive bajo un régimen donde la
libertad está limitada y cree necesario adoptar el modelo de la masonería –la fundación de
la Liga Filipina–, difícilmente podía expresar con claridad su verdadera opinión. Quizá
debiéramos practicar aquí el straussiano método esotérico, y leer entre líneas, para explicar
el pensamiento de hombres que, sin embargo, ya han dejado atrás el Antiguo Régimen que
hizo del arcano uno de los núcleos del gobierno. El Koselleck de su libro de juventud, el
más schmittiano, pero también el de la Historik, nos ha enseñado que la tensión inherente
al par secreto/publicidad seguía estando presente en el discurso moderno de la Ilustración.
Si tenemos esto en cuenta, quizá la alternativa formulada por Rizal no lo sea. A ello
apuntan varios elementos, como su opinión sobre la política española; las frecuentes
referencias a Maquiavelo que, como se sabe, soñaba con la liberación de su patria; o la
57
En una de sus cartas, Blumentritt le advierte que, cuando una colonia se levanta contra la metrópoli, la
revolución no triunfa por su propia fuerza, que necesita el apoyo de fuerzas extranjeras: “la Unión
Americana se hizo libre porque Francia, España y Holanda se unieron a ella. Las repúblicas españolas
recobraron su libertad porque había guerra civil en la metrópoli.” (Cit. en L. Zea, o. c., p. XXVI).
58
H. Goujat, “José Rizal, o el hombre de letras al servicio de la reflexión política”, en Entre España y
Filipinas: José Rizal, escritor, cit., p. 118.
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opinión de que, probablemente, las Filipinas independientes establecerán el régimen más
libre, la república federal. Es decir, sancionarán el único régimen que podía adoptar la
España corrompida de la Restauración para cumplir las condiciones exigidas por Rizal, las
imprescindible para que la colonia permaneciera en el seno de la madre patria. Por otra
parte, la referencia a los cien años que faltan para conseguir la libertad absoluta no deja de
ser una ironía, pues cuando especula sobre las potencias extranjeras que podrían poner en
peligro dicha independencia, realiza un análisis de las relaciones internacionales del
presente.
Pensamos que Rizal no deseaba la sublevación violenta, la revolución armada, y que
prefería la más lenta vía ilustrada de la reforma cultural. Ahora bien, no nos cabe la menor
duda de que su aspiración última, la redención de su patria, suponía la autonomía
completa, la independencia. La estrategia preferida estaba relacionada con el elitismo clerc
de la masonería, que pasaba por la educación del pueblo y el desarrollo de las virtudes
cívicas. Por eso aconsejaba la transformación pacífica y fecunda realizada –como dice en
“Filipinas dentro de cien años”– por las clases superiores o –como señala en el
“Manifiesto a algunos filipinos”59– desde arriba. En cambio condenaba la que venía de las
esferas del pueblo o desde abajo, la que, aparte de utilizar métodos criminales o violentos,
prometía reformas “irregulares o inseguras”. Lo condenable de la revolución armada no
era su objetivo final, la independencia, sino –como demuestra Simoun en El
filibusterismo– el que estuviera motivada por los más bajos instintos, por el espíritu de
venganza y resentimiento que el colonizador había provocado en el colonizado60. Quizá,
como buen ilustrado, Rizal ansiaba una fundación virtuosa de la nación filipina, o al
menos tan virtuosa como lo había sido la de la república romana y la norteamericana. Y
quizá por ello se oponía a que fuera cierta la lección de Pascal, el origen místico, violento,
de todo nuevo poder.
59
Merece la pena transcribir este párrafo del breve manifiesto que escribe Rizal el 15 de diciembre de 1896
(cit. en W. E. Retana, o. c., p. 374), unos meses después del estallido de la revolución: “Paisanos: He dado
pruebas como el que más de querer libertades para nuestro país […]. Pero yo ponía como premisa la
educación del pueblo, para que por medio de la instrucción y del trabajo tuviese personalidad propia y se
hiciese digno de las mismas. He recomendado en mis escritos el estudio, las virtudes cívicas, sin las cuales
no existe redención. He escrito también […] que las reformas, para ser fructíferas, tenían que venir de
arriba, que las que venían de abajo eran sacudidas irregulares e inseguras. Nutrido de estas ideas, no puedo
menos de condenar y condeno esa sublevación absurda, salvaje, tramada a espaldas mías, que nos deshonra a
los filipinos y desacredita a los que pueden abogar por nosotros; abomino de sus procedimientos criminales,
y rechazo toda clase de participaciones […]”.
60
Cf. H. Goujat, “José Rizal, o el hombre de letras…”, cit., p. 122.
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