EL DÍA DE PENTECOSTÉS 17 El día de Pentecostés Hechos 2 «Así que, los que recibieron su palabra fueron bautizados; y se añadieron aquel día como tres mil personas» (Hechos 2.41). ¿Cómo podemos explicar lo que sucedió el día de Pentecostés (Hechos 2)? Fueron tres mil bautismos los que se realizaron ese día, bautismos de personas provenientes de todo el mundo conocido. ¡Qué asombroso! El orador, Pedro, era un predicador desconocido que ni siquiera era rabino. No sabía lo que iba a decir a la multitud. El Espíritu Santo puso las palabras acertadas en su boca. Explicó quién era Jesús y lo que Este había hecho. Esta fue la más grande respuesta a un sermón en toda la historia. Lo más maravilloso que alguna vez se produjo, la iglesia, fue logrado por la cruz y esta prédica. Dios no dejó nada al azar. Él lo organizó todo. Miles de judíos habían venido a Jerusalén para la Pascua. Para muchos, este era un importante peregrinaje religioso, tal vez una experiencia que solo tendrían una vez en la vida. Algunos de estos se quedaron en Jerusalén durante cincuenta días hasta el día de Pentecostés. Esta gente estaba apretujada estrechamente. No podían dejar de hablar sobre la Pascua, la cruz y el sepulcro vacío. ¡Nunca había habido una Pascua como esta! Dios dio 1 LA AGONÍA Y LA GLORIA DE LA CRUZ a Israel cincuenta días para que pensara en lo que había ocurrido. Había habido terremotos que hicieron «crujir los dientes de ellos» (vea Mateo 27.51–53). Desde la hora sexta hasta la novena, la tierra había estado cubierta de tinieblas (Mateo 27.45; Marcos 15.33; Lucas 23.44). Dios había permitido que el pueblo crucificara a Jesús, pero no les permitió que gozaran viéndolo morir. ¡Estas horas de las 12 a las 3 p.m. fueron lúgubres, extrañas y amenazantes! La gente estaba demasiado desconcertada para moverse, demasiado asustada para no moverse. «¿Qué hemos hecho?» era la pregunta que se hacían. Se partieron rocas. Se abrieron sepulcros. Algunos conocidos que habían salido de estos sepulcros abiertos, anduvieron por las calles después de la resurrección (Mateo 27.51–52). Cuando los sacerdotes servían en el templo (a la hora novena), el velo se partió de arriba abajo (Mateo 27.51; Marcos 15.38; Lucas 23.45b). El frenesí que los hizo gritar: «¡Crucifícalo!», se convirtió en histeria. Los participantes estaban tan perturbados que se golpeaban el pecho en la confusión. Hasta el centurión romano, uno de los soldados que habían ayudado a crucificar a Jesús, lo reconoció como «el Hijo de Dios» (vea Mateo 27.54; Marcos 15.39). Durante cincuenta días lo único que podían ver los que habían abarrotado Jerusalén, era un sepulcro vacío. Pilato y los dirigentes judíos sabían que Jesús había resucitado. No se enviaron brigadas de búsqueda. No se interrogó a los apóstoles. Los enemigos lo supieron antes que los discípulos. Jesús había sido resucitado. No volvió a morir; antes, después de aparecer a Sus discípulos durante un período de cuarenta días (Hechos 1.3), Él ascendió a Su Padre en los cielos. Fue llevado arriba en las nubes y ahora está sentado a la diestra de Dios (Efesios 1.20; Colosenses 3.1). Antes de ascender, Jesús dijo a Sus apóstoles: «… recibiréis poder, 2 EL DÍA DE PENTECOSTÉS cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra» (Hechos 1.8). Esta promesa se cumplió solo días después, en el día de Pentecostés. En aquella ocasión Dios vino con poderoso viento. El Espíritu Santo llenó a los apóstoles. Lenguas repartidas como de fuego se posaron sobre estos. Todos los apóstoles comenzaron a predicar en otras lenguas las maravillas de Dios. Luego, en el sermón principal ¡Pedro predicó acerca de lo que había sucedido cincuenta días atrás! Dijo que sus oyentes no solo fueron testigos, sino también autores responsables. Los tildó de asesinos, ¡homicidas del Hijo de Dios! Fueron compungidos de corazón. Clamaron aterrorizados. Se arrepintieron. Tres mil fueron bautizados para el perdón de sus pecados. Con la conversión de estos, la iglesia comenzó en Jerusalén en este día de Pentecostés. La historia nos revela que «todos los ejércitos que alguna vez marcharon, todos los parlamentos que alguna vez se reunieron, todos los reyes que alguna vez reinaron»1 no nos han influenciado tanto como lo ha hecho la única y solitaria vida de Jesucristo. Aquellos tres mil bautismos no fueron casualidad. Satanás no fue tan astuto como creyó. No subestime a Satanás; no sobreestime a Satanás. ¿Creyó él que podía matar a Dios? Sin duda sabía que, aun si mataba a Dios, no podía hacer que quedara muerto. Imaginando que había ganado, Satanás se derrotó a sí mismo. La cruz… ¡no hay otro camino! 1 James Allan Francis, “Arise, Sir Knight” («Levántese, Señor Knight»), en “The Real Jesus” and Other Sermons («El verdadero Jesús» y otros sermones) (Philadelphia: Judson Press, 1926), 123–24. 3 Autor: Charles B. Hodge, Jr. ©Copyright 2008, 2008, por LA VERDAD PARA HOY Todos los derechos reservados