Preguntas y respuestas educadoras del alma.

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Preguntas y respuestas educadoras del alma. Vivimos un presente generador de dolores en la antroposfera y la biosfera que surgen de nuestras cegueras culturales. Sin duda pareciera que vemos pues damos nombres y hacemos distinciones de cosas, entes, procesos, cumpliendo la recomendación bíblica a Adán en la que el creador le pide que de nombre a todo lo que ve o distingue en el Jardín del Edén. Pero Adán ya es grande cuando surge a la vida encontrándose con sustantivos sin ver sus fundamentos. No tuvo infancia, no tuvo madre que lo guiase a ver que lo fundamental del sustantivo es el verbo que oculta. Y cuando Eva aparece a su lado en ese mito, y lo invita a probar la fruta del árbol del conocimiento del bien y el mal y ambos comen, él y ella confunden el verse a sí mismos con el sexo, y sienten culpa pensando que algo hermoso, tierno e iluminador como el encuentro íntimo con el vivir es pecaminoso. En el miedo se ocultan, y pierden el Paraíso. Eva tampoco tuvo infancia. Ni Adán ni Eva tuvieron una madre y un padre que les enseñase a reflexionar para ver, o que los acogiesen en la ternura para no alejarse del amar, como sus hijos pudieron tener. El conversar con los adultos, con la mamá y el papá y con los otros miembros de la familia y la comunidad, es lo que nos guía en nuestra formación humana, y ese conversar ocurre como un juego de preguntas y respuestas que amplían nuestra visión de mundo, afinan nuestra sensibilidad y dan profundidad a nuestra comprensión de nuestro vivir y convivir … o a veces, al contrario, desde las exigencias, el castigo o la negación restringen nuestra inteligencia, opacan nuestra sensibilidad y nos alejan del amar. Es la ternura en el conversar con la mamá y el papá lo que nos conserva Homo sapiens-­‐amans amans. El conversar educador del alma es fácil, todo depende del querer que se quiere. Si amas escuchas pues el amar ocurre en el escuchar, si tocas con ternura amas pues el amar ocurre en el tocar con ternura, si miras y ves amas pues el amar ocurre en el ver. Y sin saberlo al contestar a los niños y niñas sus preguntas, ellos y nosotros aprendemos los caminos amorosos del alma. “Mamá, papá, ¿Cómo se hace?” En esa pregunta el niño o la niña muestra no sólo que quiere aprender un hacer, manual o relacional, sino que quiere aprender a hacerlo bien. Y hacerlo bien es hacerlo como la mamá o el papá. Todos queremos hacer bien lo que hacemos si podemos preguntar cómo se hace, y si no somos negados con una respuesta que no nos ve. Sin duda las mamás y los papás y los profesores y profesoras no lo sabemos todo, y no perdemos dignidad si decimos “no lo se, pero podemos buscar la respuesta”, y buscamos con los niños y niñas una respuesta de una manera que sea conmensurable con el presente de su vivir. Y cuando hacemos eso educamos y mostramos que el no saber es tan digno como el saber, porque la dignidad del saber esta en saber que no se sabe cuando no se sabe, y estar dispuesto a buscar y aprender. “Mamá, Papá, ¿qué es eso que veo allí?” “Ven mi pequeño vamos juntos a mirar.” “Juguemos a descubrir lo que es y lo que no es.” Y sin saberlo generamos el encanto del convivir escuchándonos, creando un mundo juntos, sí, de la mano, en brazos, caminando, cabalgando en las olas del amar-­‐ver, del amar-­‐oír, en el amar que hace el placer de hacer Página 1 de 3
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juntos lo que hacemos juntos con las flores, los insectos, los otros seres que nos guían en nuestro ser seres humanos. Pero el saber es también y sobre todo reflexionar, y esto se aprende conversando con la mamá o el papá, cuando ella o él lo acogen a uno niño-­‐niña en su infancia abierta a llegar a ser-­‐saber en su vivir amans, y le preguntan: “Mi pequeño, ¿te das cuenta de lo que estas haciendo?” Y esta pregunta abre el camino al mundo humano integro, al darse cuenta de que uno puede darse cuenta de que no quiere hacer lo que quiere hacer. En último término allí esta lo humano, lo que Adán y Eva descubrieron al perder el paraíso ganando en ese mismo instante la posibilidad de recuperarlo, si lograban escuchar en si mismos, al conversar el uno con el otro, el surgimiento de las preguntas fundamentales al amarse. Hay otras sin duda, pero estas no surgen solas en la soledad, no surgen en el sometimiento y negación de si mismo de la obediencia, surgen en la autonomía del querer saber, del querer hacerlo bien, del querer verse y querer ver al otro o lo otro en su legitimidad, sin disculpas, sin arrogancia, sin expectativas, sin prejuicios, en el encanto de descubrir que los mundos que vivimos son obra nuestra. Los dolores que generamos en nuestro vivir cultural, los dolores que generamos en nosotros, en otros, en la antroposfera y en la biosfera, vienen de nuestras cegueras, de nuestro no saber mirar, de no haber aprendido las preguntas fundamentales que liberan el alma del desamar y nos encontramos viviendo lo que hacemos como Homo sapiens-­‐
amans amans. Adán y Eva no tuvieron infancia, pero nosotros ahora podemos tenerla cada día siendo papás y mamás en la reflexión enseñándonos a nosotros mismos a mira y escuchar para así poder escoger que queremos hacer y que no queremos hacer. Vivimos un momento histórico en el que podemos hacer cualquier cosa que se nos ocurra, ¿pero tenemos que hacer cualquier cosa que se nos ocurra?, o podemos decirnos “Mira mi pequeño, ¿quieres hacer lo que quieres hacer por el sólo hecho de que lo puedes hacer?” “Puedes escoger, si quieres de verdad vivir tu vivir Homo sapiens-­‐amans amans.” Nuestra mamá nos lo mostró a mi hermano y a mí una vez cuando teníamos doce y once años diciéndonos: “El pecado no existe, las conductas no son buenas ni malas en sí, son adecuadas o inadecuadas, oportunas o inoportunas, respetables o no respetables, y es responsabilidad de cada uno saberlo y escoger lo uno o lo otro al actuar”. HMR Página 2 de 3
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