La intención, ligeramente oblicua, de los críticos observadores sociales. Una moda pasajera, impertinente, provocadora Son gente especial. Les apetecería simpatizar con la despreocupación existencial; pero no lo consiguen. Tal vez, sus posibles beneplácitos los desarmen el espectacular aumento del consumo, o la apatía hacia la política de salón. Cada minuto sienten que se lanzan a la sociedad artefactos huecos de simulación ética o social, a través de redes y de los medios de comunicación. Se apenan por ello. Miran con curiosidad a sus conciudadanos, a la preocupación inactiva con la que estos acogen las sucesivas proclamas. Los observadores proactivos, que se enfadan a menudo con ellos mismos por la necia cordura con la que escrutan a los demás, se concentran en las plazas de las ciudades para gritar que: aprender a ser, de todas las artes, es la que más alto aprendizaje exige. Previenen, a quienes les escuchan, de que aunque el tiempo y la mirada sean consistentes, no dan garantía de estabilidad al ser siendo, ya sea individual o colectivo. Quieren ser indulgentes. Se dicen que esa sosegada intranquilidad ética, que se extiende sin control, estará motivada por la repeticiones mediáticas con las que son castigados sus conciudadanos. A la vez, se lamentan, en un epitafio que quieren reversible, de que lo que a todas luces parecería insólito, se nos ha hecho normal; se refieren al no ser. Elijan el país, o el continente, del que hablamos; la época no, es esta.