El último secreto del Titanic

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El último secreto del Titanic
(Ángel Utrillas Novella)
SINOPSIS
Es el miércoles 10 de abril de 1912, el trasatlántico más moderno, lujoso y
confortable de la historia va a zarpar en su viaje inaugural. Un escritor fracasado en su
carrera literaria también fracasa en su última misión, en un desesperado intento de
impedir el viaje. Morgan Robertson había escrito años atrás una tragedia que se iba a
repetir muy pronto. El barco de los sueños se iba a hundir y él lo sabía.
¿Por qué en un barco equipado con el más insignificante detalle los vigías no
tenían binoculares? ¿Por qué conociendo el peligro el capitán ordenó navegar a la
máxima velocidad? ¿Es cierto que la sacerdotisa maldita viajaba en el barco y le lanzó
su maldición? ¿Por qué no se han encontrado grietas en el casco del Titanic y sí se
hallaron agujeros que además parecen hechos de dentro hacia fuera?
¿Cuántos secretos se hundieron con el barco y cuántos consiguieron
salvaguardar sus misterios?
En esta novela hay muchos enigmas y ninguna respuesta, cada lector sabrá si
quiere o no conocer la verdad y buscar sus propias conclusiones.
- El último secreto del Titanic · Ángel Utrillas -
Personajes por orden de aparición:
Joseph Bruce Ismay: Personaje histórico, presidente de la compañía naviera Withe Star
Line en el momento del viaje inaugural del Titanic. Al principio del naufragio se
comportó como un héroe, ayudando a salvar pasajeros, quizá por tener un sentimiento
de culpabilidad, en los momentos finales esa actitud cambió.
Morgan Robertson: Personaje histórico, escritor, en una de sus obras predijo la tragedia
del Titanic. No iba en el barco.
John Rowland: Personaje de ficción, aprendiz de escritor, sube al Titanic para escribir
su hundimiento, su nombre coincide, casualmente, con el del protagonista del libro de
Morgan Robertson.
Sandra Carleigster: Personaje de ficción, cantante contratada para amenizar las veladas
de lujo del trasatlántico.
Edward John Smith: Personaje histórico, capitán del Titanic. Murió en el hundimiento.
William Murdoch: Personaje histórico, primer oficial del Titanic. Murió en el naufragio.
Fran Dumont: Personaje de ficción, ocupante del camarote B-101, primera víctima
mortal del Titanic.
Alfred Wolfgang: Personaje de ficción, sospechoso de asesinato y de robar el puñal
Henry Wilde: Personaje histórico, jefe de oficiales del Titanic. Murió en el naufragio.
Thomas Drake Martínez Cardeza: Personaje histórico, uno de los hombres más ricos a
bordo del barco.
Charlotte Wardle Cardeza: Personaje histórico, madre de Thomas.
Dorothy Gibson: Personaje histórico, modelo y actriz con cierta fama en Europa, se
embarcó en el Titanic para acceder al nuevo mundo donde buscaría una oportunidad de
triunfar en su carrera. Sobrevivió y en el mismo año del Hundimiento protagonizó una
película en blanco y negro y muda titulada “Save from the Titanic”. Esta película se
considera perdida, se destruyó en un incendio en los estudios Eclaire en 1914.
James Paul Moody: Personaje histórico, sexto oficial del Titanic. Murió en el naufragio.
Manuel Uruchurtu Ramírez: Personaje histórico, diputado mejicano y único pasajero de
esa nacionalidad a bordo. Como diplomático tenía preferencia para abandonar el barco
durante el naufragio, una vez instalado en el bote salvavidas cedió su puesto a una
mujer desesperada. Elizabeth Ramell Nye.
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Harry Bishop: Personaje de ficción, ayudante del señor Uruchurtu era norteamericano.
Guillermo Padró: Personaje de ficción, secretario personal del diputado, era español.
Ramón Corral: Personaje histórico, no viajó en el Titanic, político mejicano exiliado en
Francia, amigo de don Manuel Uruchurtu.
Guillermo Obregón: Personaje histórico, no viajó en el Titanic, yerno del señor Corral,
presidente de la Gran Comisión y de la Cámara de Diputados.
Víctor Peñasco y Castellana; Josefina Pérez de Soto y Vallejo: Personajes históricos,
matrimonio en luna de miel, únicos pasajeros españoles en la clase A del Titanic.
Eulogio y Fermina: Personajes históricos. Es cierto que uno de los criados del
matrimonio Peñasco, quedó en Paris cuidando del equipaje de los recién casados y
aguardando la llegada de sus padres, esa misión que se le encomendó le impidió viajar
en el Titanic y salvó su vida. Fermina si viajó en el Titanic junto a Josefina y se salvó en
el mismo bote que su señora.
Isidor Straus e Ida Straus: Personajes históricos, propietarios de la famosa cadena de
tiendas Macy´s. Era una pareja inseparable, tanto que Ida rechazó su puesto en un bote
salvavidas diciendo: Juntos hemos vivido y si debemos morir, juntos lo haremos.
John Jacob Astor IV: Personaje histórico, el hombre más rico del barco, se ahogó, se
comportó como un caballero, su esposa, Madeleine, se salvó, se hallaba embarazada y
dio a luz a su hijo, John Jacob Astor V.
Violeta Jessop: Personaje histórico, camarera del Titanic. Sobrevivió, a lo largo de su
vida sufrió otros naufragios, el anterior del Olimpic y el posterior del Britanic y también
los superó.
Joseph Boxhall: Personaje histórico, cuarto oficial del Titanic. Sobrevivió, fue puesto al
mando del bote número 2
Herbert Pitman: Personaje histórico, el tercer oficial del Titanic. Sobrevivió al mando
del bote número 5.
Charles Lightoller: Personaje histórico, el segundo oficial del Titanic. Sobrevivió.
William Thomas Stead: Personaje histórico, periodista que había escrito artículos y
relatos en los cuales hacía predicciones sobre el hundimiento del Titanic, a pesar de ello
murió en el naufragio.
Matrimonio Vanderbilt, Alfred W Vanderbilt y Margaret Emerson: Dos personajes
históricos, en realidad no viajaron, cancelaron el pasaje en el último momento y no
subieron al Titanic aunque su equipaje y sus criados sí iban a bordo. Alfred se salvó de
la tragedia del Titanic pero pereció en el hundimiento del Lusitania.
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Thomas Andrews: Personaje histórico, ingeniero constructor del Titanic, fue el primero
en advertir la tragedia y en adivinar que el buque se hundía. Murió en el Titanic.
Harold J. Lowe: Personaje histórico, quinto oficial del Titanic. Sobrevivió al mando del
bote salvavidas número 14, fue el único que regresó a buscar más pasajeros.
Harold Sydney Bride: Personaje histórico, un joven operador de radio. Sobrevivió.
Jack Phillips: Personaje histórico, oficial y primer radio operador del buque. Murió en el
Titanic.
Elizabeth Leather: Personaje histórico, compañera de profesión y de camarote de la
señorita Violeta Jessop. Sobrevivió.
George Milton y Whitney: Personajes históricos, sirvientes del matrimonio Vanderbilt,
a pesar de que el matrimonio decidió en el último instante no viajar, su equipaje y sus
criados sí estaban a bordo del Titanic.
John Pierpont Morgan: Personaje histórico, presidente de la International Mercantile
Marine, no viajó en el Titanic, renunció a la travesía por causa desconocida en el último
momento.
Lord William James Pirrie: Personaje histórico, presidente de la Harland and Wolff y
responsable de la construcción del barco. En el último instante decidió no viajar, no se
conoce el motivo de su ausencia en el trayecto inaugural del Titanic.
Lord Canterville: Personaje histórico, parece que sí viajaba en el Titanic con diversas
obras de arte y falleció en el hundimiento.
Wallace H. Hartley: Personaje histórico, director de la orquesta del Titanic. Todos los
miembros de la orquesta fallecieron, tocaron en cubierta hasta el último suspiro.
Herbert Mcelroy: Personaje histórico, el jefe de sobrecargos del Titanic. Falleció.
Andrew Latimer; Personaje histórico, el jefe de camareros del Titanic. No sobrevivió.
Henry Watson: Personaje histórico, uno de los ingenieros del barco. Todos los
ingenieros murieron.
George Alexander Chisnall: Personaje histórico, un calderero del Titanic. Murió.
George D. Widener: Personaje histórico, pasajero del Titanic un empresario americano
muy rico gracias a la construcción de tranvías. Pereció en el naufragio.
Eleanor Widener: Personaje histórico, esposa de George. Sobrevivió.
Harry Widener: Personaje histórico, hijo de George. Falleció en el hundimiento.
William Carter: Personaje histórico, propietario de un Renault 19 de 35 caballos
valorado en cinco mil dólares que se hundió en el naufragio. El señor Carter demandó a
la compañía y le reclamó el valor de su vehículo.
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Hokan Bjornstrom Steffanson: Personaje histórico, un viajero propietario de algunas
obras de arte importantes.
Benjamin Guggenheim: Personaje histórico, propietario de obras de arte. No sobrevivió.
Stanley Lord: Personaje histórico, capitán del Californian, se le denomina “el hombre
que pudo salvar al Titanic”
Frederick Fleet: Personaje histórico, el vigía que detectó el iceberg.
Reginal Robinson Lee: Personaje histórico, el otro vigía que estaba de servicio cuando
se avistó el iceberg.
Cyril Evans: Personaje histórico, radio operador del Californian.
Hichens: Personaje histórico, timonel del Titanic en el momento del impacto.
J. H. Hesketh: Personaje histórico, segundo maquinista del barco.
Frederick Barret: Personaje histórico, el fogonero principal del Titanic. Murió.
John Hardy: Personaje histórico, camarero jefe de segunda clase. Sobrevivió.
Richard Norris Williams: Personaje histórico, viajaba en el Titanic en primera clase
junto a su padre, Duane Williams. Era un destacado jugador de tenis. Salvó a un
pasajero que se encontraba atrapado rompiendo una puerta y esto inspiró una escena de
la película de Cameron, la anécdota que se cuenta en la novela fue real. Estuvo a punto
de perder las piernas y sin embargo cuatro meses después ganó el abierto de EE. UU.
Margaret Hays: Personaje histórico, una superviviente de primera clase que se salvó en
el bote número siete junto a su perra Lady.
Cabo George Thomas Rowe: Personaje histórico, estaba de guardia en el sector de popa,
fue el último en percatarse de que el Titanic se hundía.
Condesa de Rothes: Personaje histórico, viajaba con su prima y su asistenta personal,
por falta de marineros fue puesta al timón de uno de los botes salvavidas.
Walter Clark: Personaje histórico, viajaba con su esposa, no pudo subir al bote con ella.
Virginia Clark: Personaje histórico, accedió al bote número cuatro.
Marinero Jones: Personaje histórico, fue puesto al mando del bote número ocho y él a
su vez puso al mando del timón a la condesa Rothes porque hablaba mucho.
Charles Groves: Personaje histórico, tercer oficial del Californian, estaba de guardia
mientras el Titanic se hundía.
Stone: Personaje histórico, segundo oficial del Californian, relevó a Groves en la
guardia.
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Sir Cosmo Duff Gordon: Personaje histórico, se salvó a bordo del polémico bote
número uno junto a su secretaria, su esposa y dos americanos. En ese bote iban ellos
cinco y siete miembros de la tripulación, contaba un total de 40 plazas.
Lucy Duff Gordon: Personaje histórico, esposa de sir Cosmo.
Laura Francatelli: Personaje histórico, secretaria de sir Cosmo.
Charles Emil Stengel: Personaje histórico, ocupante del bote número uno, su esposa se
había salvado en el bote número cinco.
Abraham Lincoll Salomon: Personaje histórico, accedió al bote número uno.
Encarnación Reynaldo: Personaje histórico, española viajera de segunda clase accedió
al bote número 9.
Julián Padrón Manent: Personaje histórico, viajero español de segunda clase, salvado en
el bote número 9.
Emilio Pallas y Castella: Personaje histórico, viajero español de clase B, salvado en el
bote número 9.
William Bell: Personaje histórico, maquinista principal del Titanic, junto a algunos de
sus hombres trabajó en las calderas 2 y 3 hasta el final, gracias a ellos hubo luz durante
las labores de evacuación de los botes salvavidas.
Hanna Abelson y Samson Abelson: Personajes históricos, ella se salvó en el bote
número diez mientras él, como muchos otros permaneció en cubierta.
Hilda Slayter: Personaje histórico, joven pasajera de segunda clase. Sobrevivió.
Elizabeth Ramell Nye: Personaje histórico, mujer que se salvo ocupando la plaza de don
Manuel Uruchurtu en el bote número 11 amparándose en una historia incierta.
Fred Clark, Theodore Brailey, Roger Bricoux, P.C. Taylor, G Krins, Jock Hume, J.W.
Woodward: Personajes históricos, los miembros de la orquesta del Titanic junto a
Wallace Hartley. Ninguno sobrevivió.
Thomas Byles: Personaje histórico, reverendo a bordo del Titanic, pereció en el
hundimiento.
Jack Thayer: Personaje histórico, pasajero que se salvó aferrándose al plegable B.
Robert Ballard: Personaje histórico, oceanógrafo americano que el 1 de septiembre de
1985 descubrió el lugar exacto donde estaban los restos del Titanic.
Millvina Dean: Personaje histórico, la pasajera más joven del Titanic y la última
superviviente, murió en mayo del año 2009.
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10 de abril de 1912, miércoles
Capítulo I: Un titán insumergible
Un símbolo de fuerza infinita, la esperanza de una vida mejor en un nuevo mundo, esa
era su imagen, un sueño hecho realidad, un lujoso palacio flotante, una verdadera obra
de arte que como todo buen cuadro, desde lejos se apreciaba mejor.
Visto desde cierta distancia parecía un barco, sin embargo, conforme la
proximidad al puerto era mayor, se apreciaba que en realidad era una ciudad, una gran
ciudad flotante e insumergible.
Los niños lo miraban con la boca abierta y sus rostros plenos de asombro; los
mayores lo admiraban con su alma abierta y los ojos desorbitados por la impresión.
Joseph Bruce Ismay, actual presidente de la compañía naviera, lo observaba con el
pecho henchido de orgullo y la frente muy altiva apuntando a su casco; Morgan
Robertson, ex marino y escritor especializado en relatos marítimos, lo miraba con
recelo, con miedo y con el corazón abatido por la angustia.
El escritor pronto divisó la figura del hombre a quien buscaba en el muelle;
asiéndose con intensidad a una mínima esperanza y aferrando con fuerza su libro en la
mano diestra, fue abriéndose paso entre la multitud con la siniestra, avanzó con enorme
decisión hasta la zona delimitada como únicamente accesible para el personal de la línea
de barcos y conteniendo el temblor de sus labios y su alma pronunció un nombre:
_ Señor Ismay- dijo cuando llegó a un par de metros del presidente-, tengo que
hablar con usted, se trata de una emergencia.
_ ¿Quién demonios es usted?- respondió con una pregunta y de manera airada el
interpelado, apuntando con sus ojos oscuros y su severo bigote a los labios de donde
partió la voz que le requería-, y ¿por qué se encuentra aquí, en una zona reservada al
personal de la compañía?
_ Disculpe mi atrevimiento señor Ismay, soy Morgan Robertson, aunque ahora
soy escritor, antes fui marino, trabajé en la compañía y sé como acceder a sus zonas
restringidas, me he introducido sin permiso, es cierto, pero sin ninguna maldad ni ánimo
de molestar, entre tanta confusión y expectación no ha sido difícil, me he colado en esta
zona solamente para hablar con usted. Señor Ismay debe cancelar el viaje del Titanic,
hágame caso y salvará muchas vidas, quizá también la suya, este barco se va a hundir.
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_ Está usted loco. Márchese de aquí si no quiere que avise a la policía.
_ Sabía que sería ésta su reacción y que no me creería, por eso me he permitido
traerle un regalo, la prueba que acredita mis palabras- adujo el escritor mostrando el
libro al cual se aferraba desesperadamente como un náufrago a un salvavidas que
constituye su única esperanza. Al elevar la obra impresa hasta la altura pertinente para
que los ojos del Señor Ismay la detectaran, un papel salió de sus páginas y voló con
suavidad cayendo a los pies del presidente. Bruce Ismay, tocado de un repentino
achaque de curiosidad, se agachó para recogerlo y lo observó un instante, era un pasaje
de embarque, un billete de clase B para el viaje inaugural de su trasatlántico.
_ ¿Es usted pasajero del Titanic?
_ Tengo billete, sí, lo compré con mis últimos ahorros, el dinero de toda mi vida
invertido en el escenario donde quitarme la vida, pero no sé si podré reunir valor
suficiente para subir a bordo, ya le digo y, estoy completamente seguro de ello, que el
barco se hundirá, existe una premonición, yo mismo la escribí, sin saberlo, hace tiempo
y, añado algo que usted ya sabe, en caso de hundimiento casi todos los pasajeros
morirán, no hay botes de salvamento suficientes para tanta gente, será un gravísimo
desastre en la historia de la navegación, un enorme sacrificio de personas inocentes y un
borrón en el historial de su compañía.
_ Sobran todas las barcas salvavidas que llevamos a bordo, si es cierto que en
algún momento de su existencia ha sido usted marino debería saber apreciarlo, este
barco es insumergible señor…
_ Robertson, Morgan Robertson. Insumergible sí, lo sé, eso mismo le ocurría a
este otro buque, el Titán, su tecnología avanzada y su diseño impecable lo garantizaban
y no obstante un desafortunado choque con un iceberg dio con su sueño en el fondo del
océano.- Golpeó con el dedo índice de su mano izquierda la novela que portaba en la
otra mientras hablaba atropelladamente. Bruce Ismay tomó el libro con gesto irascible
que casi arrancó sus páginas y leyó en voz alta los caracteres de la portada.
_ El naufragio del Titán, por Morgan Robertson.- Dio una rápida ojeada a la
publicación, en la portada se veía el naufragio de un barco que por su aspecto en verdad
parecía el Titanic, leyó unos fragmentos del final de la obra y después, más airado
todavía que al inicio de la conversación, añadió:
_ Me toma usted por loco sin duda, esto es una novela de ficción que usted
mismo escribió, es la absurda ensoñación de un borracho o un demente, una mera
invención, una patraña literaria.
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_ Lo que usted denomina de modo erróneo patraña literaria, yo lo llamo
profecía, se trata de una inspiración dictada por un colaborador astral. Como podrá
comprobar hasta el nombre del barco es muy similar, sus características son casi
idénticas, el número de pasajeros y de tripulantes, la cantidad de botes salvavidas, todo
coincide, son hermanos gemelos y correrán la misma suerte, su destino es chocar con un
iceberg y hundirse en las frías aguas del Atlántico.
_ Por última vez Morgan, no trate de tomarme el pelo con estas paparruchas ni
con sus fantasías astrales, el Titanic es un trasatlántico insumergible, confío ciegamente
en su tecnología.
_ Con cada palabra pronunciada afianza usted mi teoría y me da la razón, son las
mismas circunstancias que rodean al Titán en la novela, ¿no se da cuenta? Es una
profecía, la repetición de un desastre por exceso de confianza en la tecnología.
Ismay se cansó de discutir, la conversación era estéril e improductiva, sin ningún
interés para su persona y, él tenía mejores asuntos que atender. Guardó el pasaje dentro
de las páginas del libro y lo arrojó a varios metros de su posición, entre el gentío, fuera
del perímetro reservado a la compañía, mientras ponía el colofón con sus gritos.
_ Haga usted lo que crea conveniente con su pasaje y también con su absurdo
libro, pero a mí déjeme en paz, no quiero volver a verle por aquí.
Morgan dio la espalda al presidente para ir con premura en busca de sus
pertenencias arrojadas sin consideración al viento del puerto de Southampton y caídas
entre el deambular de la multitud, apenas había dado dos pasos cuando ya había sido
borrado del recuerdo, ya había sido olvidado por el presidente de la White Star Line y
sus palabras estaban perdidas para siempre en la inmensidad del océano de la
indiferencia. Buscó su libro, no lo vio por el suelo, era el último ejemplar que
conservaba y temió que se perdiera entre los pasos apresurados y nerviosos de los
pasajeros que llegaban con el tiempo justo de embarcar, al final lo vio, un joven lo tenía
en sus manos, cuando Robertson llegó al punto exacto donde el libro había caído, un
hombre lo estaba limpiando del polvo recogido en su breve permanencia en el suelo.
_ Disculpe amigo, ese libro es mío, soy su propietario y su autor por añadidura,
me llamo Morgan Robertson.
El joven, que había leído el nombre del escritor en la cubierta del libro, exclamó
ilusionado:
_ ¿Es usted escritor? ¡Santo cielo qué suerte la mía! Primero me cae un libro
llovido de la nada y después conozco a su autor. Yo quiero ser escritor, estoy aquí para
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intentar embarcarme en el Titanic aunque sea de polizón, quiero vivir aventuras y
escribirlas, ¿podría darme usted algún consejo literario?
_ ¡Por supuesto que sí! Mi consejo es que no tomes el barco, todos morirán, el
Titanic se va a hundir, será una catástrofe terrible que se recordará a lo largo de los
siglos, un infausto desastre que tardará miles de años en olvidarse.
_ ¿Cómo lo sabe? ¿Es usted adivino, profeta o algo similar?
_ Simplemente lo sé, yo lo escribí en ese libro en 1898, lo profeticé hace catorce
años y si el barco parte en su viaje inaugural naufragará, se lo garantizo.
_ Yo quiero ser escritor y necesito viajar en ese barco, contaré la aventura de su
travesía y si se hunde, contaré el naufragio, ¿no le parece brillante y emocionante a la
par?, el problema es económico, no tengo dinero suficiente ni para un pasaje de tercera
clase. Tampoco tengo ninguna experiencia como narrador, necesito un pasaje y un
consejo de un experto novelista.
_ No puedo ayudarte a escribir, nunca he sido un escritor de éxito, si lo fuera me
escucharían y cancelarían el viaje de inmediato, pero no lo soy, fui marino, estuve
nueve años enrolado en la marina mercante, me cansé de la vida en el mar y tuve suerte
al encontrar trabajo en una joyería, me iba muy bien, era feliz, conocí a una mujer…
entonces empezaron los problemas oculares. Mis ojos cansados se deterioraban a pasos
agigantados con el esfuerzo de mi trabajo en la joyería. Fue entonces cuando me hice
escritor, me especialicé en relatos marinos debido a mi experiencia en ese sector, pero
con la literatura llegó el hambre. Ella, la mujer de quien estaba enamorado, se fue; el
hambre se quedó, soy un marginado, un fracasado. Otro consejo puedo darte, olvida la
literatura como método de ingresos. Yo soy autodidacta, me considero culto y con la
suficiente capacidad literaria como para expresarme de forma correcta y amena por
escrito, pero mis novelas fracasan sistemáticamente. Me estoy quedando ciego por los
destellos de las joyas y la intensidad de las letras, moriré de pobreza, de anhelos de mar,
de recuerdos de amor, y sin embargo mientras mi ceguera avanza, más claro veo el
futuro, al menos el futuro inmediato, yo lo predije en mi novela antes de que este barco
gigantesco se construyera, antes incluso de ser diseñado, antes siquiera de que hubiera
sido soñado- alzó la voz y cerró los ojos con rabia incontenida-, el Titanic se hundirá
irremisiblemente antes de terminar su viaje inaugural.
_ He visto un pasaje de segunda clase entre las páginas del libro ¿va usted a
viajar en el barco a pesar de sus malos augurios?
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_ No, no voy a utilizar el billete, al menos tendré la satisfacción de haber salvado
una vida, la mía.
_ Regáleme el pasaje, si no lo va a usar usted, déjeme a mí correr esta aventura,
permítame escribir esta tragedia que ha profetizado, contaré cuanto suceda con detalle,
citaré su obra, el mundo entero conocerá su nombre y su premonición.
_ Quédatelo, si estás tan loco como para correr el riesgo de perder la vida por un
relato, mereces tener la oportunidad, te regalo el libro y tu pasaje a una tragedia segura.
Te lo advierto, no quiero tener remordimientos, ese papel es tu pasaporte a la muerte.
Se alejó caminando despacio, las manos en los bolsillos, la cabeza agachada
observando pasar el suelo bajo sus pies, derrotado, abatido..., indignado contra la
absurda y ciega sociedad que había conquistado aquella época y había construido, sin
importarle nada excepto el lujo desproporcionado, el barco de los millonarios.
_ Señor Robertson no le he dicho mi nombre- Morgan ya no oía al muchacho,
para él todo había terminado, no había conseguido impedir el viaje, la suerte estaba
echada, la muerte se reía frotando sus manos huesudas. Para el Titanic, por el contrario,
la aventura o desventura comenzaba, empezaba su final. No escuchó las palabras del
joven aprendiz de escritor, no llegó a oírle pronunciar su nombre y quizá fuera mejor
así. El cruel destino le reservó el regalo último de la ignorancia, si hubiera oído el
nombre del joven que alzaba su libro con inmensa felicidad, la sangre se le hubiera
helado en las venas, habría sabido con total certeza lo que estaba a punto de acontecer.
_ Señor Robertson ¿me oye? Soy John, mi nombre es John Rowland.
Era el mismo nombre. Aquel aspirante a escritor que desafiaba con valor
insensato a la profecía de la muerte, se llamaba John Rowland, exactamente igual que el
protagonista de la novela “El hundimiento del Titán” en la cual se vaticinaba la tragedia.
---------------------------Eran las once de la mañana del miércoles diez de abril de 1912, Ismay miró
nervioso su reloj, no era la primera vez que consultaba la hora, comprobaba que el
tiempo inexorable se le echaba encima, faltaban muchas personas todavía por embarcar
y apenas restaban 60 minutos para la hora prevista de partida. Llamó a un empleado de
la compañía con un gesto impaciente de su mano diestra y éste corrió hacia él sin
dilación, el presidente parecía nervioso, preocupado, no era cuestión de hacerlo esperar.
Cuando llegó a su lado y sin mediar saludo alguno ni cortesía innecesaria, le ordenó:
_ Diga al capitán del Titanic que adopte las medidas necesarias y dé las órdenes
precisas para efectuar con mayor celeridad el acceso de pasajeros al barco y agilizar el
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embarque, hay muchas personas todavía en las colas, sobre todo en las entradas de
tercera clase y en menos de una hora debemos zarpar.
_ Pero señor Ismay, si el capitán ordena acelerar el proceso disminuirán las
medidas de seguridad, podrían subir al Titanic polizones o incluso personas con pasaje
de tercera podrían acceder a clases superiores a la que en realidad les corresponde y, aún
peor, podrían subir al buque pasajeros enfermos afectados de infecciones y provocar
contagios…
_ ¡Obedezca rápido, limítese a hacer lo que le digo! Me da lo mismo si eso
sucede como usted presume, son pequeños detalles que solventaremos más tarde, ahora
lo primordial es partir a la hora prevista. Los únicos controles necesarios y obligatorios
son los pertinentes para descubrir enfermedades y evitar la propagación de epidemias en
tercera clase, esos se realizarán como hasta el momento, de forma exhaustiva y
concienzuda, el resto se hará con celeridad, este barco no puede comenzar su viaje
inaugural zarpando con retraso.
El empleado de la compañía se marchó raudo a cumplir con su obligación y
transmitir al capitán el mensaje urgente del presidente mientras murmuraba para sí
mismo:
_ Dos semanas, llevamos dos semanas de preparativos y una de embarque y aún
así llegan las prisas y las chapuzas de última hora, esto empieza a ser lo mismo de todas
las travesías, saldremos con demora, seguro.
En su prisa por alcanzar el puente donde se hallaba el capitán, el empleado
accedió por la pasarela mas próxima a su ubicación, la correspondiente a segunda clase.
Una mujer intentaba embarcar en ese mismo momento por el mismo espacio, ya
mostraba su pasaje al marinero encargado de comprobar los accesos a esa cubierta
cuando el alocado empleado la golpeó con su impetuosa urgencia. Casi la derriba del
empujón propinado y sí logró, aunque de forma absolutamente involuntaria, tirar por los
suelos la bolsa de mano que constituía todo el equipaje de la dama.
_ Tenga más cuidado- espetó la joven entre asustada y enfadada.
_ Perdone señorita- trató de disculparse el accidental agresor al tiempo que
recogía la bolsa y la entregaba a su legítima propietaria. Sólo entonces se percató de la
belleza de la mujer, unos preciosos ojos azules destacaban radiantes sobre una tez pálida
de perfecta construcción esférica, una larga cabellera rubia y ondulada hasta el pecado,
caía sobre unos hombros erguidos y suaves.
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_ Sandra Carleigster,- la voz del otro marinero leyendo el nombre de la pasajera
que figuraba en el documento de acceso al trasatlántico y en la lista de embarque, lo
sacó repentinamente de su obnubilada admiración-, ¿es usted la cantante que amenizará
las fiestas del salón común de primera clase?
_ Sí, en efecto- dijo la bella joven con una sonrisa de satisfacción provocada por
el detalle de que su nombre fuera reconocido.
_ En ese caso debo decirle que el capitán la aguarda para recibirla y darle la
bienvenida personalmente, tanto su equipaje al completo como el resto de los miembros
de la orquesta ya se hallan a bordo e instalados en sus camarotes.
_ Muy bien, muchas gracias, y ¿dónde puedo ver al capitán del barco?
_ Yo la acompañaré con mucho gusto señorita- dijo el otro empleado de la
compañía- me dirigía al encuentro del capitán cuando tuve la suerte de chocar con
usted, la conduciré al puente y de paso llevaré su equipaje si me lo permite, espero que
de ese modo pueda disculpar mi torpeza anterior.
_ Gracias, es usted muy amable y queda ya perdonado el incidente que en
realidad tan sólo fue un accidente.
Caminaron a buen ritmo hasta el puente donde se encontraba el capitán
supervisando a distancia, desde su elevada atalaya, el acceso de los viajeros a su
portentoso palacio flotante.
_ Capitán Smith, con su permiso, le presento a la señorita Carleigster, es la
artista encargada de protagonizar las actuaciones musicales del salón de la clase A,antes de permitir hablar al capitán que ya sonreía complacido ante la fulgurante belleza
de su cantante, el empleado, presintiendo la brevedad con la que su presencia se vería
eclipsada, añadió con rapidez-, además traigo un mensaje del presidente, manda que
transmita usted las órdenes pertinentes para agilizar los trámites de embarque y hacer
más rápido el acceso de viajeros, debemos partir a las doce en punto del mediodía y son
demasiadas las personas que todavía aguardan para acceder al Titanic.
_ Gracias, transmita las instrucciones del presidente a mi primer oficial- dijo
señalando al señor William Murdoch que se hallaba a escasa distancia de su posición- y
diga al presidente que sus deseos han sido cumplidos, yo acompañaré a la señorita
Carleigster a su camarote, ¿constituye esta bolsa de viaje todo su equipaje?- interrogó el
capitán tomando el bulto portado por el empleado de la compañía e ignorando ya su
presencia por completo.
- El último secreto del Titanic · Ángel Utrillas -
_ Sí, todo lo demás ya se embarcó la semana pasada junto al resto de bártulos de
mis compañeros y los instrumentos de la orquesta.
_ En ese caso reitero mi ofrecimiento, será un placer acompañarla y mostrarle su
alojamiento.
------------------------------Al mismo tiempo que el atolondrado empleado de la compañía naviera chocaba
involuntariamente con la artista, en tierra firme también se producía una colisión.
Morgan Robertson, en su depresiva abstracción e inherente carencia de atención al resto
del universo, chocaba con alguien que apresuraba sus movimientos para acceder al
barco con urgencia. No era un personaje común, no era como el resto de viajeros, su
rostro parecía compungido, temeroso. El golpe fue tan violento que ambos cayeron al
suelo con tan mala fortuna que el maletín del pasajero se abrió y varias prendas íntimas,
así como un objeto de aspecto amenazador y contundente, rodaron a sus pies.
Apenas los dos personajes recuperaron la noción del espacio y ahuyentaron el
leve dolor y la inmensa sorpresa, Morgan Robertson se apresuró a deshacerse en
sinceras disculpas mientras el desconocido, un viajero de aspecto tosco y serio,
misterioso y ataviado de riguroso negro, se apresuraba a recoger y tratar de ocultar el
objeto caído de su equipaje. Se trataba de un puñal, un arma bastante grande y aparatosa
con aspecto de joya antigua. Muy valiosa debía de resultar el arma a juzgar por la
precipitación y esmero puestos en ocultarlo de la vista del público y también por las
furtivas miradas preocupadas dirigidas a los transeúntes cercanos.
_ Perdone señor- dijo Morgan levantándose con dificultad y tendiendo la mano
hacia el misterioso viajero- ha sido culpa mía, no sabe como lo lamento.
No vio su mano extendida en amistoso gesto, solamente tenía ojos para el puñal,
lo ocultó con una prenda escogida al azar y luego lo introdujo en el cobijo de su
chaqueta, miró en todas las direcciones escrutando los alrededores, parecía temeroso de
que alguien hubiera contemplado la existencia de su joya, de un arma secreta; recogió
apresuradamente las prendas y las devolvió al interior del maletín acoplándolas sin
orden ni concierto, se incorporó y salió corriendo, como alma perseguida por el diablo,
en dirección al barco.
El último secreto del Titanic estaba a punto de subir a bordo.
Detrás del hombre misterioso de negro que miraba asustado en todas las
direcciones y ocultaba un puñal con más aspecto de joya sagrada que de arma,
siguiéndole a una distancia prudencial, iba otro hombre, también misterioso, ataviado
- El último secreto del Titanic · Ángel Utrillas -
con un discreto terno gris marengo. Este otro pasajero sólo miraba en una dirección,
distaba mucho su aspecto de resultar asustado o simplemente preocupado. Estaba
concentrado, atento, absolutamente embebecido en no perder de vista su objetivo.
Ambos pasajeros accedieron, con un breve intervalo de tiempo, a la zona del
barco que daba acceso a la clase A, el hombre de negro, cuyo nombre era Fran Dumont,
fue directamente a su camarote sin detenerse ni hablar con nadie, una vez dentro se
encerró y tras la puerta atrancada respiró más tranquilo y pronunció unas palabras.
_ Esta tarde, o esta noche a más tardar, todo habrá terminado- murmuró entre
dientes aunque con alivio el ataviado de riguroso luto-, entregaré la mercancía a Manuel
y podré dormir tranquilo, yo estaré a salvo y libre de cargas, el mundo entero estará a
salvo y libre de amenazas.
El pasajero del traje gris, Alfred Wolfgang, lo siguió con perversa tenacidad no
exenta de discreción, vio como accedía a la habitación asignada y él por su parte se
instaló muy cerca de aquel lugar, en una barandilla desde la cual se dominaban la puerta
del camarote en cuestión y el puerto a la par.
_ Qué suerte he tenido- murmuró complacido-, voy a tener butaca de privilegio
para el espectáculo de la partida del Titanic en su viaje inaugural sin por ello descuidar
la vigilancia.
Sonrió, encendió un cigarro y tras exhalar el humo nocivo de éste, aspiró una
saludable y húmeda bocanada de la suave brisa marina. Después, con calma y podría
decirse que disfrutando el momento, rozó con los dedos índice y corazón de su mano
siniestra el arma, un cuchillo afilado oculto en su chaleco. Pronto, muy pronto, se
produciría la primera muerte en el Titanic, la primera de una larga lista de muertes.
----------------------------------Contra todo pronóstico los deseos de Joseph Bruce Ismay se habían cumplido,
todos los pasajeros se hallaban correctamente embarcados a la hora prevista, se habían
retirado ya las pasarelas de acceso a la nave, todas excepto una, precisamente aquella
que él debería atravesar, como último viajero en subir al trasatlántico. Atusó su bigote,
saludó a todos y cada uno de los miembros de la compañía que quedaban en tierra
dándoles las gracias por su trabajo, después se volvió ceremonioso hacia la
muchedumbre expectante, les sonrió altivo y feliz mientras comenzaba a pronunciar un
breve discurso plagado de palabras que hacía tiempo se encontraban aparcadas en su
cerebro y pugnaban por salir de sus labios:
- El último secreto del Titanic · Ángel Utrillas -
_ Señoras, señores, van a ser privilegiados testigos, en apenas unos minutos, de
un acontecimiento histórico, el mejor trasatlántico del mundo, el barco más poderoso de
la historia de la navegación, el buque más moderno jamás soñado por el hombre, va a
zarpar para cubrir en un tiempo record su viaje inaugural. Los periodistas hacían fotos
sin parar, tanto el barco, como los curiosos congregados que aplaudían alborozados,
como el propio presidente de la línea naviera en pleno desarrollo de su discurso, eran el
objetivo de sus cámaras.
_ El Titanic va a zarpar- adujo, para acto seguido, cruzar la pasarela que daba
acceso a la cubierta A, y desde allí llegar a su camarote de lujo, al B-52, precisamente
debajo de la gran escalera de primera clase.
_ Buen viaje- gritaron algunos periodistas siendo pronto imitados por gran parte
de los congregados en el puerto. Ismay se detuvo a media pasarela para salir de cara en
las últimas fotos y a su vez gritar al gentío:
_ Gracias caballeros, espero leer muy pronto sus crónicas plagadas de elogios
hacia este barco y también a nuestra sensacional compañía, la White Star Line.
Los aplausos eclipsaron las últimas palabras del señor Ismay, el eco de sus pasos
también cayó en el olvido cuando comenzaron los chirridos metálicos de los goznes al
subirse la última pasarela. El presidente alcanzó la cubierta donde le aguardaba el
capitán, se saludaron con prosopopeya en un ritual ensayado y tras esta ceremonia fue el
presidente quien dijo:
_ Señor Edward John Smith, es usted el capitán del barco, el Titanic es todo
suyo. Ahora, a toda máquina, quiero una salida del puerto sencillamente espectacular.
- El último secreto del Titanic · Ángel Utrillas -
Capítulo II: Primera muerte a bordo
Nunca había resultado tan fácil complacer al presidente como en aquella ocasión. El
Titanic era impresionante y ver el inicio de su desplazamiento suponía un espectáculo
indescriptible, una prodigiosa exaltación de la más avanzada tecnología. El capitán
transmitió la orden de zarpar al señor Henry Wilde, jefe de oficiales, quien hizo lo
propio repartiendo instrucciones entre sus seis oficiales de rango inferior. También eran
seis las anclas que mantenían al trasatlántico varado en el puerto y al unísono, como si
de una sola se tratara, fueron izadas; dos cohetes estallaron de forma inmediata, ese
estruendo era la señal convenida para que los remolcadores empezaran a tirar de la
mole, los carboneros y fogoneros llevaban ya tiempo trabajando cada cual en su
cometido, no obstante los silbatos de los remolcadores les indicaron que debían
intensificar su tarea y emplearse con el máximo esfuerzo. El cuarto de máquinas
empezó a rugir, se produjeron los primeros movimientos perezosos y estos fueron
recibidos con expresiones de estupor y admiración.
La botadura se estaba consumando, el sueño se había materializado, las cuatro
chimeneas expulsaban ya un humo negro que ganaba densidad, el viaje inaugural del
Titanic era un hecho irreversible.
Y próximo estuvo de ser el principio, también la conclusión del viaje. Apenas
iniciado el movimiento del gigante surgió un primer percance que estuvo a punto de
poner punto y final al recorrido inaugural. El trasatlántico Nueva York, permanecía
amarrado y anclado en el puerto, no obstante el agua que el Titanic desplazaba al
moverse era de un volumen tan elevado y brusco que consiguió romper sus amarras y
sin rumbo concreto, sólo el barco impulsado por el oleaje provocado, se puso en
movimiento y se desplazó peligrosamente hacia el Titanic. Su proa pasó a dos metros
escasos del barco, fue un milagro que no chocaran, una circunstancia cuya existencia
pasó desapercibida a casi todo el mundo, pero que pareció una más de las múltiples
señales, una más de las múltiples advertencias, de las muchas profecías que indicaban la
inminente tragedia, sin embargo el incidente fue olvidado muy pronto por sus escasos
conocedores, tanto tripulación como pasajeros sabían, tenían la seguridad de estar a
bordo del mejor y más seguro trasatlántico de la historia.
Cinco minutos más tarde y 500 metros más allá, el barco empezó a moverse sin
ayuda de los remolcadores, las tres hélices impulsaban ya con su poderoso movimiento
- El último secreto del Titanic · Ángel Utrillas -
todo el peso del trasatlántico, eran hélices de nuevo diseño, las dos laterales dotadas de
tres palas y la central construida con cuatro aspas, en realidad ese era el momento
exacto del inicio del viaje, el instante en que el buque más grande y lujoso de todos los
tiempos, comenzaba a desplazarse por sus propios e ilimitados recursos. De nuevo
sonaban silbatos, en esta ocasión eran señales de despedida, nada ni nadie, ninguna
fuerza de este mundo, podía detener al gigante, el trasatlántico mejor equipado de la
época estaba en alta mar. El nuevo mundo aguardaba al barco de los millonarios.
Pañuelos blancos se divisaban agitándose frenéticos en el puerto y, casualmente
la misma imagen se disfrutaba desde tierra firme, pues los viajeros, en señal de
despedida de familiares y conocidos, o bien como manifiesto de admiración, hacían
flamear no solamente pañuelos sino todo tipo de prendas. Los gritos de admiración de
los espectadores se percibían mar adentro por encima del oleaje, también era audible
para el nutrido grupo de curiosos del puerto el vocerío de alegría de los embarcados.
Todos los pasajeros sin excepción se repartían entre las nueve cubiertas del buque;
aunque para ser exactos y rigurosos en el desarrollo de la historia hay que detallar que sí
había una excepción, el señor Fran Dumont, el misterioso y oscuro pasajero del Titanic,
permanecía encerrado dentro de su camarote desde el momento en que embarcó.
Unos minutos más tarde la muchedumbre reunida en el puerto comenzó a
disolverse, el sueño hecho verdad se marchaba, navegaba a mar abierto el barco de los
sueños, el trasatlántico de los millonarios y, la rutina en tierra firme continuaba su
imparable devenir.
Morgan Robertson era el único de cuantos en tierra firme quedaron que no tenía
ya nada por hacer, había fracasado en la última misión de su vida, no había sido capaz
de salvar al gigante de acero de las profundidades abisales, incluso, en un arrebato de ira
o quizá de generosidad mal comprendida, había regalado a un joven aprendiz de escritor
su pasaporte al otro mundo. Morgan no tenía prisa, la virtud de la vista y el tesoro del
tiempo se le iban despacio entre remordimientos y maldiciones, permaneció en el puerto
de Southampton hasta que el Titanic fue tan sólo una molécula de polvo casi invisible y
perdida en el horizonte. Cuando el frío de primeros de abril empezó a barrer las calles y
trajo consigo la oscuridad de la noche, Morgan desapareció. No volvió a escribir sobre
mares ni barcos, acabó quedándose ciego y es lógico presumir que aunque pudo ver el
futuro, nunca pudo ver la felicidad o nunca pudo observarla de cerca ni con detalle.
La molécula de polvo del horizonte navegaba a 22 nudos, muy cercana a lo que
se suponía su velocidad máxima, 24 nudos, aunque lejos de los 26 nudos desarrollados
- El último secreto del Titanic · Ángel Utrillas -
por el Mauritania, trasatlántico de la compañía rival, la Cunard Line, en 1907. El
Mauritania atravesó el Atlántico en 4 días, 10 horas y 51 minutos, proeza que le sirvió
para lograr la preciada cinta azul y mantenerla en su propiedad hasta el año 1929.
Las treinta calderas de la sala de máquinas del Titanic trabajaban a pleno
rendimiento y los 860 miembros de la tripulación se hallaban todos de servicio, aunque
pronto, cuando el puerto desapareciera de la vista y el barco estuviera lanzado hacia su
primer destino, Cherburgo, comenzarían los turnos rotativos habituales. Lo que había
comenzado ya era la dispersión espontánea de los pasajeros, la distancia ya no permitía
ver puerto y no a todos los viajeros les atraía el paisaje marino, de modo que cada uno
siguió sus preferencias y dedicó su tiempo a las distracciones que más le apetecían
aprovechando las características de tan lujoso buque. El Titanic tenía absolutamente
todo lo necesario para una travesía agradable, el aburrimiento no era parte de su
equipaje, por el contrario, sí lo era la diversión y estaba especialmente pensado para
combatir los rigores de un largo y crudo viaje.
De ese modo, pocos fueron los pasajeros que permanecieron en las cubiertas
contemplando discurrir el océano a sus pies, sin embargo, algunos más fueron los que
decidieron disfrutar del gimnasio de estribor, o de la piscina de interior ubicada a babor.
Otros optaron por jugar al squash o por visitar los baños turcos, grupos numerosos de
damas visitaron la biblioteca y las diferentes salas de lectura mientras los caballeros,
preferían cobijarse en las tertulias surgidas dentro de los salones de fumadores y, por
supuesto se llenaron los cafés de primera clase, en especial el gran café de estribor que
fue habilitado como salón de juegos y se convirtió en el paraíso de los niños y, qué decir
del espectacular salón común, bajo la cúspide de cristal, donde una de las dos orquestas
contratadas ya había comenzado su actuación.
Cuando se cercioró de que el ritmo de trabajo en el trasatlántico era el previsto y
la satisfacción de los viajeros, sobre todo la satisfacción de los viajeros de primera clase,
era la idónea, Bruce Ismay se retiró a su camarote, la suite de lujo de babor. En la suite
gemela del lado de estribor se hospedó la familia Martínez Cardeza.
Thomas Drake Martínez Cardeza, tras instalar a su madre, Charlotte Wardle
Cardeza, en su lujoso y cómodo camarote con el fin de que reposara sus 58 años unidos
al trasiego de la jornada y de ese modo estuviera en forma para la hora de la cena, salió
a pasear. Le resultaba agradable caminar percibiendo el roce de la fresca brisa marina en
su piel, así pues, se dirigió a la cubierta A, más conocida como cubierta de paseo.
Deambuló por allí un buen rato, observaba con cierta admiración las olas impetuosas
- El último secreto del Titanic · Ángel Utrillas -
arremetiendo contra el indestructible casco del buque, pero sobre todo observaba a los
ocupantes de la cubierta.
Consultó su reloj en un par de ocasiones, además de estirar las piernas y respirar
el viento húmedo y salado, tenía otro objetivo, una misión importante por cumplir,
debía encontrarse allí con alguien a quien no conocía, aunque en realidad era todavía
demasiado pronto para la reunión. Iba a dirigirse hacia la magnífica y cercana sala de
lectura, cuando vio aparecer en cubierta al capitán paseando con una adorable criatura,
entonces, guiado por un impulso, repentinamente cambió de planes. Pospondría la
lectura por unos minutos o quizá la dejaría para mejor ocasión, preguntaría al capitán y
solicitaría informes sobre la identidad y ubicación de la persona desconocida con quien
tenía cita y de paso, a buen seguro, sería presentado a la adorable ninfa que acompañaba
al capitán iluminando con una espléndida sonrisa su camino.
_ Buenas tardes capitán Smith- saludó con confianza no exenta de cordialidad.
_ Señor Martínez, qué agradable sorpresa encontrarle disfrutando de nuestra
fantástica cubierta de paseo- dijo el capitán pareciendo complacido por el encuentro-.
¿No está su madre con usted?
_ No capitán, las jornadas tan ajetreadas como la de hoy la agotan, se encuentra
descansando, quiere estar en plena forma para la recepción, la cena de esta noche y
también para la fiesta y el baile posterior.
_ Pues ahora que menciona la cena de esta noche, me gustaría pedirles que
fueran parte de nuestros invitados en mi mesa, sería un honor que tanto usted como su
madre compartieran la primera reunión social del barco con nosotros. El señor Ismay,
presidente de la compañía también estará allí y esta bella dama que en este instante me
acompaña, también, además, tras la cena, esta misma joven nos deleitará con una
actuación musical en la cual podremos admirar su voz prodigiosa.
_ Por supuesto capitán, aceptamos encantados, cuente con nosotros, también
para mi madre será un placer compartir la mesa del capitán con el presidente y con la
señorita…
_ Disculpen mi despiste por favor. La señorita Carleigster, Sandra Carleigster, es
la cantante que nos hará las veladas de este viaje más agradables. Señorita Carleigster le
presento al señor Thomas Drake Martínez, uno de nuestros más ilustres pasajeros que
junto con su encantadora madre ocupan la suite de lujo de estribor.
_ Encantada de conocerle señor Martínez.
- El último secreto del Titanic · Ángel Utrillas -
_ El placer es mío señorita Carleigster, y como ya he dicho será un gran honor
poder compartir mesa con tan agradable compañía, por eso mismo le ruego que
prescinda de las formalidades, mi nombre es Thomas pero para usted simplemente Tom.
Se sonrieron muy complacidos ambos, Tom había descubierto a una mujer
bellísima a la que quizá, durante la cena y a lo largo de la travesía, podría conocer
mejor, mucho más a fondo. Sandra por su parte había conocido a un apuesto caballero,
además, si viajaba a solas con su madre, debería tener una razón, sin duda su condición
de soltero y, si ocupaba una suite de lujo, sería por otro evidente motivo, por su
condición de millonario, quizá durante la velada e incluso durante la larga travesía
conseguiría conocerlo mejor y obtener información cierta de ambas suposiciones.
_ Por cierto capitán, antes de que la belleza sin límite de esta dama me haga
olvidar otros asuntos.- De forma repentina había recordado su misión que por unos
instantes había quedado postergada, absolutamente eclipsada por la atractiva cantante-.
Tenía yo en mente solicitar su ayuda y preguntar por cierto pasajero con quien debo
encontrarme aquí, en cubierta, dentro de unas horas. Mi problema consiste en que
conozco su nombre sí, pero no su aspecto, pues jamás nos hemos visto. ¿Sería usted tan
amable de informarme si ha subido a bordo y, de ser así, en qué camarote se aloja el
señor Fran Dumont?
_ No dispongo de esa información ahora mismo puesto que no tengo a mano la
lista de embarque, sin embargo, tratándose de usted, en cuanto me resulte posible
consultarla y comprobarlo le enviaré a algún miembro de mi tripulación para que le
transmita esos detalles.
_ Muchas gracias capitán Smith, me facilita usted mucho mi labor, deseo
agilizar el trámite visitando directamente el aposento del señor Dumont, de esa forma
me evito aguardar en cubierta arriesgándome a no reconocerlo ni ser reconocido. Y
ahora si me disculpan quiero pasar un tiempo en la sala de lectura, me han dicho que es
realmente magnífica.
_ Lo es, no le quepa a usted la más mínima duda.
_ ¡Y vaya casualidad!- exclamó la señorita Carleigster-, nosotros también nos
dirigíamos allí, ¿verdad capitán? Tal vez a Tom le gustaría acompañarnos.
_ ¡Por supuesto! Les acompaño encantado, pero, no me digas Sandra que te
gusta la lectura siendo tu profesión la música.
_ Sí, me apasiona, me encantan los libros, sobre todo los de aventuras y viajes
marinos, admiro las publicaciones de Julio Verne.
- El último secreto del Titanic · Ángel Utrillas -
_ Tengo una idea entonces- interrumpió el capitán lo que ya era un indiscutible
reguero de complicidad entre sus invitados-, vayan ustedes dos hacia la sala de lectura
mientras yo voy en busca de la información que precisa Thomas. Señorita Carleigster la
dejo en muy buena compañía, pero le prometo regresar pronto.
Desapareció raudo el capitán con la molesta sospecha de que no iba a ser echado
demasiado en falta y dirigió sus pasos veloces en dirección al puente, la cantante
sustituyó con elegancia no exenta de celeridad, el brazo del capitán del Titanic por el
más sólido de uno de los más ricos de sus pasajeros; ella y su nuevo acompañante
pasearon despacio, ajenos al resto del universo, encaminándose a la sala de lectura.
El Titanic navegaba a muy buen ritmo, desarrollaba una velocidad por encima de
las previsiones y sin pretensiones de aminorar la marcha. La sala de lectura de primera
clase, a la cual por cierto Sandra no hubiera tenido acceso de no haber sido invitada
personal del capitán, debido a que su pasaje era de segunda clase y la escalinata de ésta
no tenía acceso a esa zona exclusiva, estaba pensada de forma especial para uso de las
damas, tanto por su ubicación en el lado opuesto al salón de fumadores, lugar éste
diseñado para asistencia masculina, como por su decoración. La sala, con clara
influencia gregoriana, estaba ornamentada con paneles de madera en color blanco y una
acogedora chimenea, no obstante, lo que más cautivaba la atención era la espléndida
iluminación proporcionada por amplios ventanales que se extendían sin fin hasta la
cubierta de botes.
Prácticamente todos los lectores de aquel instante en que Sandra y Tom
recorrían el lujoso corredor cuya desembocadura era la puerta giratoria de acceso a la
biblioteca, eran lectoras y, casi todas ellas observaron su llegada y miraron a la señorita
Carleigster con envidia; envidiando su belleza incomparable y su compañía inaccesible,
¿cómo era posible que una simple cantante de orquesta con pasaje de segunda categoría
fuera colgada del brazo del soltero más codiciado y uno de los más ricos de la clase A?
Entre quienes se hacían esa pregunta estaba la modelo Dorothy Gibson, que tras triunfar
en Europa se había embarcado en el viaje inaugural del Titanic rumbo al nuevo mundo,
a un nuevo y definitivo mundo de éxito.
Ajenos los jóvenes a la expectación suscitada por su llegada, comenzaron a ojear
libros. Como quiera que Sandra se hubiera confesado una apasionada de la literatura
marítima, en la sección de aventuras navales se instalaron. Había títulos clásicos que
ambos habían leído, algunos los comentaron entre susurros confidentes y a la par
- El último secreto del Titanic · Ángel Utrillas -
discretos. Llevaban ya un pasillo completo recorrido cuando un título casi oculto en una
estantería desapercibida, capturó la atención de la joven.
_ Mira Tom, ¡qué curioso! ¿Conoces este libro?
_ El hundimiento del Titán- leyó en un murmullo-, no, no lo he leído y el
autor… Morgan Robertson, tampoco me resulta conocido, y tú ¿lo conoces?
_ En realidad no, me ha llamado la atención por el título, se parece tanto al
nombre de este barco, incluso el dibujo de la portada parece una réplica exacta del
Titanic. Creo que voy a leerlo, me ha despertado curiosidad, ¿sabes si puedo cogerlo
prestado durante el tiempo que dure el viaje?
_ Supongo que sí, claro, para eso están, ¿por qué no ibas a poder llevártelo al
camarote?
_ Pues porque yo tengo pasaje de segunda clase cedido por la compañía, en
teoría no puedo estar aquí, he venido invitada por el capitán.
_ ¡Ah es por eso! No te preocupes, si te pusieran algún impedimento, cosa
improbable viniendo conmigo, decimos que es para mí y asunto arreglado.
En ese instante un oficial impecablemente uniformado a quien Tom no conocía,
apareció en la sala de lectura. Era el señor James Paul Moody, el sexto oficial de a
bordo y se dirigió hacía donde ellos se encontraban tras un par de nerviosas ojeadas a la
sala. El marino sí parecía conocerlos a ellos pues se encaminó sin dudarlo, sin titubeos,
hacia su posición para una vez en presencia de la pareja decir:
_ Sr. Martínez, soy el señor Moody, me envía el capitán, traigo un mensaje suyo
para usted, ¿preferiría que le fuera comunicado en privado?
_ No, ni el capitán Smith ni yo mismo tenemos secretos para Sandra, la señorita
Carleigster puede escuchar la conversación sin ningún tipo de problema.
_ En ese caso, me indica el capitán que el señor Fran Dumont embarcó en el
puerto de Southampton como estaba previsto, consta en la lista definitiva de pasajeros,
su camarote está en la zona de primera clase, es el B-101.
_ De acuerdo, transmita al capitán mi gratitud, su información es de gran utilidad
para mí.
_ Así lo haré señor, de todos modos hay más.- El sexto oficial miró ahora a los
ojos azules de Sandra en los cuales parecía reflejarse el mar, o el cielo o un zafiro
formado por ambos a la par y añadió-: también tengo un mensaje para la señorita
Carleigster.
- El último secreto del Titanic · Ángel Utrillas -
_ Transmítalo señor Moody, yo tampoco tengo secretos para Tom- arguyó la
joven artista sonriendo a su acompañante con encantadora complicidad.
_ El capitán le ruega sepa usted disculparle, tiene trabajo en el puente de mando,
no podrá reunirse de nuevo con usted para proseguir su visita al barco. Añadió que si
desea continuar acompañada del señor Martínez no habrá inconveniente, si no desea
seguir el paseo, me encomendó escoltarla a su camarote.
Sandra y Tom se miraron indecisos, fue él quien tomó la palabra para, muy a
pesar suyo, renunciar a la presencia de la joven:
_ Será mejor que el señor Moody te acompañe al camarote, yo debo ir al
encuentro del señor Dumont, es preciso que contacte con él antes de llegar a Cherburgo,
allí subirá un pasajero, una persona a quien yo conozco y a quien debo presentarle. Lo
siento Sandra pero muy a mi pesar la obligación me reclama, yo también debo rogarle
que me disculpe.
_ No hay nada que disculpar, usted tiene una tarea y yo no puedo robar su
tiempo, nos veremos esta noche.
_ No faltaré a esa cita por nada del mundo, será un gran placer compartir parte
de la velada con usted.
_ Bien señor Moody, pues acompáñeme a formalizar el préstamo de este libro y
después rumbo a mi camarote. Hasta luego Tom.
--------------------------------A aquellas alturas de la travesía todos los viajeros curioseaban por los recovecos
del magnífico trasatlántico que los transportaba, todos menos uno, solamente un hombre
había permanecido todo el tiempo encerrado en su camarote de primera clase, en el
camarote B-101. Solamente una persona no disfrutaba, por el contrario padecía el viaje.
Fran Dumont permanecía arrodillado junto a su cama, rezaba, imploraba que
llegaran pronto a Cherburgo y terminara su pesadilla, pedía al cielo que le liberara
pronto de aquel objeto sagrado y maldito que brillaba sobre las sábanas del catre que sus
lágrimas mojaban.
Era la primera y la última vez que tendría en su poder aquella daga. Su belleza
impresionaba y, también impresionaba y asustaba el frío que desprendía, la muerte que
transmitía; el mango era de oro, tenía tres filos de plata, pues era un arma de las
llamadas de disco, en la empuñadura, se apreciaba una imagen grabada: la de una
ciudad fortificada; en cada una de las hojas, en ataujía de oro, tres grabados; sólo pudo
- El último secreto del Titanic · Ángel Utrillas -
prestar atención a uno de ellos, la escena del sacrificio de Isaac. Era el puñal del Dios,
un arma fabricada en la mismísima fragua de Vulcano.
También se daba el caso contrario, había un pasajero que no había tomado aún
posesión de su alojamiento. Alfred Wolfgang, había permanecido todo el tiempo que
duraba el viaje acodado en una barandilla muy cerca del camarote B-101, sin perderlo
de vista. Consultó su reloj y debió estimar llegada ya la hora correcta, puesto que
comenzó a avanzar hacia el camarote que con tanto celo custodiaba.
Tres golpes secos y rápidos en la puerta sobresaltaron al viajero del interior en
cuyo rostro se dibujó un rictus de miedo, mientras los ojos del que los había causado,
miraban a ambos lados del pasillo cerciorándose de la ausencia de curiosos inoportunos.
_ ¿Quién es?
_ Servicio de habitaciones señor Dumont.
_ ¿Servicio de habitaciones? Debe tratarse de un error, yo no he pedido nada.
_ No es un error señor, es un detalle de la compañía, todos los viajeros de
primera clase reciben un regalo en los primeros instantes del viaje, un recuerdo de la
travesía.
_ No quiero recuerdos, puede llevárselo.
_ Si no desea recogerlo debe firmar su renuncia, de lo contrario me crea un
problema en mi trabajo señor, mis superiores pueden pensar que no he intentado
efectuar la entrega.
_ Está bien, un momento, ya abro.
Recogió el puñal de Vulcano, lo introdujo en su maletín y guardó éste bajo la
cama; retiró los restos de una lágrima restregándose los ojos enrojecidos con la manga
de la chaqueta y se dispuso a franquear la entrada al empleado de la compañía.
Pronto, muy pronto, la sorpresa impregnó su rostro, después, fue un súbito terror
y, de repente, percibió la impresión, la certeza, de haber fracasado por completo en su
misión y, de que el mal volvía a ganar la partida mientras él estaba a punto de perder la
vida.
_ Usted no es del servicio de habitaciones- dijo sabiendo que había caído en una
emboscada y no existía ya marcha atrás.
_ No, pero sí es cierto que tengo un recuerdo para entregarle- adujo sarcástico
Alfred.
La mano siniestra de quien permanecía fuera del camarote empuñó un arma y la
manejó con habilidad y rapidez. Dumont abandonó este mundo sin sufrir ningún dolor,
- El último secreto del Titanic · Ángel Utrillas -
apenas un leve pinchazo a la altura de la garganta. Unas gotas de sangre salpicaron el
impecable traje gris, causando cierto disgusto al elegante asesino. Alfred arrastró a su
víctima al interior de su aposento, cerró y atrancó la puerta, abrió una de las dos
claraboyas y arrojó por ella el arma homicida. Se limpió, en la medida de lo posible
acuciado por la prisa y limitado por la ausencia de medios, las manchas malvas y,
comenzó la búsqueda.
En los armarios no estaba, bajo el escritorio tampoco, ni por supuesto encima de
la mesa, sólo podía hallarse en un sitio, las personas son tan poco imaginativas a la hora
de ocultar joyas y objetos valiosos, seguro que estaba debajo de la cama.
Tomó el maletín, lo puso sobre la mesa del escritorio y lo abrió.
_ Aquí está- dijo con expresión de triunfo-, por fin es nuestro, Vulcano sabrá
recompensarme como merezco.
Escondió el puñal en el sitio exacto donde había llevado oculto el que acababa
de acabar con la vida de Fran y salió del camarote. No había nadie en el pasillo…
_ Mejor así- pensó mientras se encaminaba despacio hacia el suyo, necesitaba un
buen baño caliente y sobre todo precisaba cambiarse de ropa pues alguna gota de sangre
rebelde, aún brillaba sobre la tela de su terno.
Iba, precisamente, frotando con rabia y algo de asco uno de los vestigios de su
crimen, intentando hacerlo desaparecer de sus prendas, cuando de improviso alguien
apareció en su camino. Se sobresaltaron, podría incluso aventurarse que Alfred se había
asustado cuando ambos estuvieron a punto de colisionar.
_ Disculpe caballero, ¿le he asustado?- preguntó Thomas ante la reacción casi
temerosa de Alfred.
_ No, no. Ha sido la sorpresa, iba ensimismado en mis asuntos… despistado, ya
sabe…
_ Yo iba pendiente de los números de los camarotes, busco el B-101, por
casualidad no sabrá si está por esta zona.
_ No lo sé con certeza- mintió Alfred aliviado porque el encuentro con aquel
hombre se hubiera producido ya a cierta distancia del dichoso compartimiento B-101 y
no cerca de éste o incluso en el mismo camarote-, pero supongo que sí, estará por aquel
lado- dijo indicando el lugar del cual él mismo procedía-, ¿Eso que es babor o estribor?
_ Lo ignoro, de todas formas gracias.- Continuó Tom con la búsqueda de su
destino, aunque no pudo impedir que en su pensamiento volara y dejara residuos el
susto propinado a aquel personaje de traje gris y nervios a flor de piel.
- El último secreto del Titanic · Ángel Utrillas -
_ ¡Qué hombre tan extraño! ¡Quién se asusta algo teme!
Encontró finalmente el camarote buscado y se olvidó de todo lo demás. Golpeó
la puerta en repetidas ocasiones sin obtener respuesta, incluso llamó a viva voz:
_ Señor Dumont, ¿está usted ahí?
El señor Fran Dumont no estaba en situación favorable para responder a su
reclamo, por tanto, la puerta continuó cerrada, ocultando tras su lujosa madera arcanos
secretos y eternos silencios teñidos de sangre y muerte.
Thomas se dirigió a la cubierta de paseo, si no se hallaba en su camarote, el
señor Dumont solamente podía hallarse en el lugar de la cita aguardándole, ignoraba
Tom que su encuentro no iba ya a producirse, la reunión era imposible, la primera
muerte del Titanic ya se había producido.
El primer acto de la tragedia estaba ya escrito y representado.
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