La ingenuidad del mal menor: Vagones del verdugo.

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La ingenuidad del mal menor: Vagones del verdugo.
Yo no sé quién se habrá inventado todo este asunto del mal menor, probablemente sea de la misma
asociación cristiana que creo los proverbios de no hay mal que por bien no venga, y a mal tiempo,
buena cara. De ese asociación o combo, recibimos todas las perfectas dosis para racionalmente
validar que hayan algunos que pasan por encima de nosotros, que hayan situaciones terribles que
debamos aceptar con humildad o que creamos, que no hay mal que dure cien años, ni cuerpo que
lo resista (por cierto, queridos, los cuerpos sociales, la media estadística, lleva males de siglos
encima). Esa mentalidad ha generado una resistencia pasiva, repito, pasiva de buena parte de
nuestro pueblo a las injusticias y a la explotación: un trago de aguardiente, dos madrazos, bendición
de Dios Padre, y a luchar en la selva de cemento o maleza que es Colombia.
De ahí a los libros de autoayuda y las claudicaciones políticas que se asumen como tragar sapos; es
decir, encontramos el eslabón perdido entre la sabiduría popular y el negocio de subir autoestimas
y aplicarnos altas dosis de optimismo a pesar de la adversidad. Con esto, y lo escribo porque como
estamos en la era de las sensibilidades, ya quien escribe tiene que cuidar que nada se malinterprete
ni se deforme, no se pretender criticar el ímpetu de nuestro pueblo ni su capacidad para superar la
adversidad. Me refiero específicamente a que creo que debemos si o si, romper con este estoicismo
que nos postra a aguantarnos toda la vida estar en la olla, o aceptar cualquier pegado de la olla para
evitar que la cosa se termine de joder.
Para nosotros, hablando de los sujetos que creemos que este país debe cambiar, ósea a la divina
población que es catalogada como mamertos (Que es como meter en un bulto de papas, a todos los
que no pensemos igual, desde comunistas, patriotas, religiosos, anarquistas, el tendero y el loco del
barrio); y que somos tildados así porque no estamos de acuerdo con los sagrados mandamientos de
nuestra podrida sociedad colombiana, este debate pareciera que todavía nos supera y nos hace caer
en los mismos círculos de siempre. Es decir, todavía seguimos pensando como si la historia
colombiana se limitara a momentos de sacrificio y de avance, y así hasta el fin de los tiempos, amén.
Para dejarlo más claro: todavía vastos sectores de izquierda y de gente “progre” sigue pensando
que apoyar a la derecha que parece blandita para que la derecha durita no llegue a barrernos a
plomo es un sacrificio válido y que está en la dirección de aliviar el sufrimiento de los oprimidos de
nuestro país. Pues no es así, desafortunadamente.
Esa tesis, de apoyar a los suaves del Partido Liberal (históricamente hablando) para evitar que
llegase otra derecha más reaccionaria (cómo si existiese un reaccionámetro) fue la causa de que la
incipiente izquierda colombiana, representada casi exclusivamente en los primeros 50 años del siglo
pasado por el Partido Comunista Colombiano, actuase como un vagón del Partido Liberal, llenando
las calles para sostener a los diferentes gobiernos de la revolución en marcha, y demás ilusiones que
a la postre, no cambiaron ni en un ápice la injusta propiedad de la tierra rural y urbana, la
dependencia económica y política y el bipartidismo en Colombia. Este apoyo, estuvo supeditado a
que los sectores de opinión más decididos por el cambio se tragaron el cuento completo, las
promesas, las indignaciones de los jefes liberales sobre las desigualdades en el país. Nos metieron
el cuento.
Como no pretendo hacer un recuento escueto e incompleto, porque quien escribe esta columna no
es un historiador, de la cronologia de entregas y de concesiones que como izquierda le hemos dado
a la derecha blandita, que nos ha engañado mil y una veces, quiero referirme a uno de los temas
más dolorosos de nuestra tradición de lucha: El genocidio de la Unión Patriótica.
La Unión Patriótica como es conocido por muchos, fue víctima de varios planes macabros diseñados
por una perversa alianza entre paramilitares, políticos y amplios, amplísimos sectores de las fuerzas
militares y de policía, que pretendían abortar por medio de la fuerza la ascendencia de la poderosa
fuerza política de izquierda en la población (quién crea que el genocidio se debió a que la UP fue
producto de unas negociaciones de paz, y que era porque habían, en su momento inicial miembros
de las FARC, está equivocado). Distintas cifras se han dado del total de militantes asesinados y
desaparecidos entre los años 1985 y 2000, sin embargo la cifra puede acercarse a las 5000 personas
Óigase bien, estos miles de militantes no fueron asesinados al mismo tiempo en un estadio, o en
una batalla, fue un asesinato uno a uno, masacre por masacre, mes tras mes. Desfilaban los mejores
hombres y mujeres de la izquierda colombiana a un matadero, como si la muerte les llevase a un
cielo revolucionario, a un martirio necesario para regar con sangre, un nuevo amanecer para nuestro
país. Esa táctica de persistir así cayeran uno tras otro, será una discusión futura, cuando la
fraternidad y la confianza entre todos nos alcance para hablar de nuestras heridas.
Sin embargo, entre otras cosas mientras la derecha durita asesinaba a la UP, una derecha blanda se
indignaba por lo que estaba pasando, sacaba comunicados, se expresaba por los micrófonos
matutinos sobre avances en las investigaciones, y se reunía todas las veces que se quieran imaginar
con los dirigentes próximos a ser inmolados, casi que para despedirlos. Esa derecha blanda, permitió
el genocidio, sin que renunciara un ministro, un general ante la “incapacidad” para detener el baile
rojo. Porque ante todo la derecha blanda es hipócrita y lambona.
Y existieron sectores de la izquierda que creyeron que el genocidio se interrumpiría con las cartas
del secretario de Estado de los Estados Unidos, con el apoyo internacional europeo, con las cartas
de solidaridad de todos los pueblos del mundo. La izquierda a pesar de la orgia, seguía pensando
que lo que decían en los micrófonos los dueños del país y del mundo, era realmente verdad. Tal
cual.
En la lógica del mal menor y de creerle todas las babosadas a la derecha, entró durísimo el
neoliberalismo e hizo la vida más dura para clases bajas y medias de nuestro país. La izquierda vivió
entre el miedo a ser asesinada, y la necesidad de pelearse en las calles los derechos cada vez más
reducidos por la ofensiva sin precedentes de los que mandan y la forma cómo se ensañaron con los
mandados.
Me saltaré buena parte de la historia. Hoy, nuevamente una derecha que posa de menos
reaccionaria que la extrema, le vendió a grandes sectores de izquierda que si llegase al gobierno iba
a generar las condiciones para que se terminase el conflicto armado y se estableciera una paz larga
y duradera, basada en la justicia social. Y cuando el Uribismo se veía amenazante, cundió el pánico.
La mayoría de la izquierda asustada, votó por Santos para evitar la oscura noche del uribismo (De
nada sirvió hablarles de los falsos positivos, del compromiso de Santos con la política de seguridad
democrática, etc.).
Desde aquella decisión, la izquierda sigue dividida entre quienes creen que para evitar el mal menor
debe aliarse con quienes dejan un pegado en la olla, y entre quienes pensamos que aliarnos con la
derecha, sea como sea, es la puerta para perder el respeto y la confianza de nuestro electorado,
que pequeño y complicado, no tiene un pelo de bobo ni de desmemoriado. Mientras Clara Lopez y
otros dirigentes de izquierda sigan planteando que para evitar que el uribismo gane diferentes
gobernaciones y alcaldías, se debe contemplar incluso aliarse con partidos de la Unidad Nacional
(¡!), en aras de la paz y del progreso del país, el cielo se nos pinta muy oscuro. Porque quiero
recordarles a todos que mientras nuestro pueblo ve al Uribismo y al Santismo agarrados por el tema
de la Paz, votan conjuntamente la reforma a la Salud, el ingreso de Colombia a la OTAN, la venta de
ISAGEN, y muy seguramente la reforma a la Educación. Como si fuera poco, es en el gobierno del
presidente de la Paz que se han disparado nuevamente las amenazas y asesinatos a defensores de
Derechos Humanos, indígenas, sindicalistas, estudiantes y demás. Las águilas negras vuelan sin
problema en este gobierno y las fuerzas militares y la insurgencia siguen violando los derechos
humanos (recordarles queridos, que no todo sale por RCN o Caracol).
Esto no es un llamado al purismo, ni a quedarnos mirándonos el ombligo mientras el mundo cambia.
Claro que la izquierda tiene que modernizarse, claro que tenemos que ser más propositivos, pero
claro que la izquierda tiene que ser izquierda. Que no se nos confunda con los políticos que se odian
hoy mañana se ven abrazados en la plaza.
Si no nos seguirán desplazando, matando, embobando y ganando hasta el fin de los tiempos, y eso
queda muy lejos para quienes queremos cambiar este país. Vamos por la izquierda, ni Santismo ni
Uribismo.
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