Mesa Redonda: “Movimientos Eclesiales y las nuevas

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Mesa Redonda: “Movimientos Eclesiales y las nuevas comunidades:
un don para acoger y valorizar”
LA TAREA DE LOS MOVIMIENTOS ECLESIALES Y LAS
NUEVAS COMUNIDADES EN AMÉRICA LATINA
Eduardo Regal Villa
Coordinador General del
Movimiento de Vida Cristiana
UN CAMINO A RECORRER
Al aproximarnos a la tarea de los movimientos y nuevas comunidades en América Latina,
hemos de comenzar reconociendo la acción misteriosa de Dios en medio de la comunidad
eclesial que a través de su Santo Espíritu ha suscitado los diversos movimientos eclesiales y
nuevas comunidades, cuya respuesta y cooperación con el Espíritu están dando ya numerosos
frutos de vida cristiana y de acción evangelizadora. Sin embargo, la mayor parte de la tarea
aún espera su realización. El llamado del Papa Peregrino a «remar mar adentro»1 es también
una fuerte invitación a los movimientos para que se aboquen con entusiasmo renovado en esa
gran tarea de realizar una decidida acción evangelizadora para que presenten al Señor Jesús a
cada vez más personas, y así quienes han sido vivificados por el proceso de conversión
personal y fortalecidos por la gracia, sean capaces de evangelizar y transformar la faz del
continente latinoamericano.
En el contexto de esta reflexión quisiera traer a nuestra memoria unas palabras del mensaje
que el Papa Juan Pablo II dirigió a los movimientos en 1998: «Hoy ante vosotros se abre una
etapa nueva: la de la madurez eclesial. Esto no significa que todos los problemas hayan
quedado resueltos. Más bien, es un desafío, un camino por recorrer. La Iglesia espera de
vosotros frutos “maduros” de comunión y de compromiso»2. Pienso que estas palabras
mantienen toda su vigencia. En esta etapa de madurez que se ha iniciado quedan todavía
problemas por resolver, hay una gran senda por recorrer, y la Iglesia sigue teniendo
expectativas de mayores frutos de comunión y de compromiso por parte de los movimientos.
Es por ello que la primera misión que tenemos es seguir respondiendo y cooperando con la
iniciativa del Espíritu. Cada uno debe comprometerse de acuerdo al don recibido3, según el
máximo de sus capacidades y posibilidades. Esto exige de nuestra parte un compromiso de
1
S.S .Juan Pablo II, Novo millennio ineunte, n. 1.
S.S. Juan Pablo II, Discurso en el encuentro con los movimientos, 30/5/1998, n. 6.
3
«Que cada cual ponga al servicio de los demás la gracia que ha recibido, como buenos administradores de las
diversas gracias de Dios» (1Pe 4,10).
2
escucha reverente a las mociones del Espíritu de Amor, una obediencia fiel al Plan de Dios y
un obrar, en todo, en el marco de la comunión eclesial.
Así como la Iglesia es de Cristo4, los movimientos, porciones vivas de la Iglesia, son también
de Cristo pues es Él quien nos ha elegido y destinado para dar frutos abundantes5. El
reconocer la fuente del llamado y de la vocación apostólica de los movimientos nos apartará
de caer en la tentación de quedarnos en la mera contemplación gozosa de las gracias recibidas,
sin comprender ni actuar de acuerdo a la urgencia de la misión. También nos mantendrá
alertas ante la vana pretensión de creer que en esta gran tarea somos nosotros los principales
agentes evangelizadores, y no el Espíritu Santo6. En América Latina el horizonte es
apremiante. Sólo podremos enfrentarlo si reconocemos con humildad que el Espíritu Santo es
el protagonista de la evangelización.
ALGUNOS DESAFÍOS
Quisiera anotar a continuación algunos de los principales desafíos de la tarea evangelizadora
en Latinoamérica. Como marco general para esta aproximación me permito recordar una
pregunta que en 1941 formulara San Alberto Hurtado: «¿Es Chile un país católico?». Ante la
compleja realidad latinoamericana considero válido preguntarnos hoy, parafraseando al Santo:
¿Es América Latina un continente católico?
El agnosticismo funcional, que lleva a la prescindencia y banalización de Dios y a su
marginación en la vida cotidiana, es uno de los más graves problemas en América Latina.
Tiene como consecuencia inmediata lo que el entonces Cardenal Ratzinger denominara una
«dictadura del relativismo»7 o crisis de la verdad que llega a todas las realidades sociales,
culturales o políticas. Éste es, tal vez, el problema central que debemos enfrentar, pues «la
exigencia de una base sobre la cual construir la existencia personal y social se siente de modo
notable sobre todo cuando se está obligado a constatar el carácter parcial de propuestas que
elevan lo efímero al rango de valor, creando ilusiones sobre la posibilidad de alcanzar el
verdadero sentido de la existencia»8 y muchas personas y la sociedad toda empiezan a vivir
enajenadas de sí mismas.
Este problema, lamentablemente, lo podemos percibir incluso en vastos sectores al interior del
Pueblo de Dios, restando vitalidad y energía para el trabajo que exige la parresía de la nueva
evangelización.
4
Ver LG 8.
«No me habéis elegido vosotros a mí -nos dice el Señor-, sino que yo os he elegido a vosotros, y os he destinado
para que vayáis y deis fruto, y que vuestro fruto permanezca» (Jn 15,16).
6
«Puede decirse que el Espíritu Santo es el agente principal de la evangelización: Él es quien impulsa a cada uno
a anunciar el Evangelio y quien en lo hondo de las conciencias hace aceptar y comprender la Palabra de
salvación» (S.S. Pablo VI, Evangelii nuntiandi, n. 75. Ver también Ad gentes, n. 4).
7
«Se va constituyendo una dictadura del relativismo que no reconoce nada como definitivo y que deja como
última medida sólo el propio yo y sus antojos» (Homilía del Decano del Colegio Cardenalicio, Cardenal Joseph
Ratzinger, en la Solemne Misa Pro eligendo pontifice, 18/4/2005).
8
S.S. Juan Pablo II, Fides et ratio, n. 6.
5
2
Enfrentamos un constante avance de la secularización, una pérdida de la propia identidad, el
olvido de los valores culturales y la influencia –muchas veces nociva– de otras culturas por la
globalización. La pobreza y toda su compleja realidad sigue siendo un flagelo terrible junto a
la reiterada violación de la dignidad humana (como es el caso del asesinato de niños no
nacidos o la promoción de políticas estatales de control de la natalidad para poder recibir
ayudas económicas a cambio). En paralelo, el espejismo de las ideologías parece ofrecerse
nuevamente como respuesta a dramas que son muy superiores a sus propuestas de solución. La
intensidad de las tensiones sociales no disminuye, y la crisis agravada de la familia no
promete, ciertamente, una pronta solución a aquellas.
Por otro lado, la presentación del Evangelio teñida de ideologías y la falta de respuesta de los
jóvenes a la llamada de Dios al sacerdocio o a la vida consagrada —entre otros problemas en
el seno de la Iglesia que peregrina en Latinoamérica—, llevan a que inmensas porciones de
este Continente estén desatendidos pastoralmente. Esta situación es aprovechada por las
sectas, que tienen un fuerte aparato económico y una prédica anticatólica, difundiendo un
Evangelio recortado o tergiversado. Somos testigos, además, de la desorientación de muchos
jóvenes que se ven afectados por esta situación y quieren abandonar sus países para forjar otro
futuro basado en lo económico o lo material, descuidando los valores esenciales. Asimismo, el
número de católicos disminuye dramáticamente en varios de América Latina, como es el caso
de Brasil o Chile.
En conclusión, estamos presenciando una acelerada descristianización y el crecimiento de un
“catolicismo incoherente” que nos llevaría a tener respuestas no muy prometedoras a la
paráfrasis de la pregunta de San Alberto Hurtado. Esto plantea un panorama realmente
desafiante a la tarea de los movimientos en América Latina.
UNA NUEVA EVANGELIZACIÓN
La preocupación constante de los pastores latinoamericanos por la evangelización de estas
tierras y por la pronta solución de sus problemas se percibe en las conclusiones y documentos
de las cuatro Conferencias Generales del Episcopado Latinoamericano. La recuperación y
plena aplicación de sus enseñanzas es una de las tareas a tener en cuenta. Como señalaba
Germán Doig, quien fue un tenaz promotor de esta tarea, «la conciencia de la necesidad de
profundizar en la evangelización del continente latinoamericano es clara y se irá haciendo cada
vez más imperiosa de documento a documento»9. La propuesta por una renovada
evangelización se va haciendo evidente en todo este peregrinar, hasta llegar a Santo Domingo,
donde «se asume y desarrolla en profundad la exigencia de una nueva evangelización. Así,
recogiendo la convocatoria del Papa Juan Pablo II pondrá como preocupación central el
compromiso de la nueva evangelización»10.
El primer esfuerzo evangelizador en este continente implicó hacer frente a nuevos paradigmas,
estar abiertos a las nuevas realidades que se presentaban y darse con entusiasmo a ese
9
Germán Doig Klinge, De Río a Santo Domingo, Vida y Espiritualidad, 1993, p. 80.
Germán Doig Klinge, Diccionario Río – Medellín – Puebla – Santo Domingo, Ed. San Pablo, Bogotá 1994, p.
17.
10
3
horizonte que se abría. Hoy, la gran tarea de la Iglesia en América Latina, y particularmente de
los movimientos eclesiales, es la nueva evangelización, «que tiene como finalidad formar
hombres y comunidades maduras en la fe y dar respuesta a la nueva situación que vivimos,
provocada por los cambios sociales y culturales de la modernidad»11.
En esa perspectiva, podríamos mencionar algunos rasgos más urgentes en las tareas a las que
los movimientos hemos de abocarnos. Tal vez la que mayor extensión tiene es la
evangelización de la cultura, de modo que, como decía Pablo VI, no se ofrezca un barniz
superficial, sino que el trabajo evangelizador penetre hasta las raíces de la cultura y las
culturas del ser humano12. Ello exige a los movimientos eclesiales análisis agudos de la
problemática actual de la cultura latinoamericana y un compromiso serio por no ceder
espacios a la anti-cultura de muerte. Debemos realizar significativos y muy concretos
esfuerzos por llevar la fe a aquellos ámbitos en donde se configura la cultura para buscar
iluminarlos con la luz del Evangelio; recuperar espacios particularmente sensibles y
apremiantes como el mundo intelectual –en el que debe hacerse presente el pensamiento
católico–, las ciencias, el vasto mundo de la escuela y la universidad, las artes. Una renovación
de la cultura tiene que lograr que toda actividad humana se oriente a una mayor humanización
del propio ser humano13. «La evangelización de la cultura –diría el Papa Juan Pablo II en Lima
– supone un esfuerzo por salir al encuentro del hombre contemporáneo, buscando con él
caminos de acercamiento y diálogo para promocionar su condición […]. Es la voluntad de
llegar a todos los niveles de la vida humana para hacerla más digna. De esa manera dignifica
los modelos de comportamiento, los criterios de juicio, los valores dominantes, los intereses
mayores, los hábitos y costumbres que sellan el trabajo, la vida familiar, social, económica y
política»14.
Los movimientos eclesiales y las nuevas comunidades aportan la riqueza de un laicado que
busca ser coherente con las exigencias y responsabilidades propias de la vida cristiana. En este
sentido es tarea de los movimientos el ayudar a sus miembros, a aquellos a quienes llegan a
través de sus múltiples vínculos de pertenencia y al Pueblo de Dios todo a reconocer una de
las categorías esenciales de todo laico: la de ser apóstol. De esta manera responderemos a uno
de los principales desafíos del tiempo presente: que cada cristiano asuma su identidad y se
lance por los caminos de una renovada y ardorosa evangelización del Continente.
Todo apóstol necesita de un proceso de conversión permanente. Luis Fernando Figari señala
que «las tareas del laico empiezan consigo mismo. El laico es su primer campo de apostolado,
siendo ésa una tarea fundamental de repercusión social. Hay que decir que es su primera tarea
social»15. Ésta es además, la garantía de un anuncio firme y decido de la Buena Nueva del
Señor Jesús, anunciándolo como quien se ha encontrado con Él16.
11
IV Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, Santo Domingo, Octubre de 1992, n. 26.
Ver S.S. Pablo VI, Evangelii nuntiandi, n. 20.
13
Ver GS 35.
14
S.S. Juan Pablo II, Mensaje al mundo de la cultura y a los empresarios, Lima 15/5/1988, 5.
15
Luis Fernando Figari, Horizontes de reconciliación, Vida y Espiritualidad, Lima 2004, 2da. ed., p. 73.
16
Ver S.S. Juan Pablo II, Homilía en la Catedral de Santo Domingo durante la Misa para el clero, religiosos y
seminaristas, 26/1/1979; ver también Ecclesia in America, nn. 8-12.
12
4
Desde este encuentro personal con el Señor Jesús brotará un apostolado personal y
personalizante, orientado a la persona humana concreta. El apostolado surge de la experiencia
viva y se dirige a la realidad del ser humano de América Latina, enraizado en una historia, con
una experiencia propia de sufrimiento y dolor, de alegría y esperanza. Se dirige a una persona
invitada a participar de la vida divina17 desde una situación muy concreta: el lugar geográfico
que habita, el tiempo en el que vive.
Por otro lado, es tarea de los movimientos eclesiales vivir, profundizar y compartir con toda la
comunidad eclesial los dones que han recibido del Espíritu. «No olvidéis –afirmaba Juan
Pablo II– que cada carisma es otorgado para el bien común, es decir, en beneficio de toda la
Iglesia»18. De esto se sigue que la comunidad eclesial debe tener presente que el aporte de los
movimientos muchas veces ofrece nuevas maneras, nuevos estilos de vivir la fe de siempre.
Los movimientos son portadores de una dimensión de renovación. Ésta, sin embargo, no se
debe realizar acríticamente, sucumbiendo ante el cambio por el cambio, sino que siempre se
debe realizar en sintonía con el Evangelio y las enseñanzas del Magisterio. Como ha
recordado recientemente el Papa Benedicto XVI, se trata de una «renovación dentro de la
continuidad del único sujeto-Iglesia, que el Señor nos ha dado»19.
Asimismo, los métodos de evangelización que reclama la nueva evangelización deben abrirse
a la creatividad para ofrecer a las personas nuevas ocasiones de encuentro y comunión eclesial,
ocasiones que serán instancias propicias para suscitar una vinculación creciente a la
comunidad eclesial conducente a un compromiso de vida cristiana cada vez mayor.
Es también tarea de los movimientos el ofrecer una sólida formación cristiana e integral al
Pueblo de Dios buscando que la vida cristiana nutrida y formada se haga vida cotidiana.
Hemos de alentar a todos los bautizados a procurar alcanzar el horizonte de la santidad en la
cotidianeidad de sus existencias, obrando en medio del mundo de manera tal que su quehacer
se convierta en obras que den realmente gloria a Dios. Al mismo tiempo, es importante que
alentemos a todos a cultivar los momentos fuertes de oración, la vida sacramental y litúrgica, y
a aprender a celebrar el domingo, el Dies Domini20. Con todo esto, se camina a superar las
tendencias que buscan relegar la experiencia de fe al ámbito de lo privado, así como a evitar el
error de vivir desencarnados de la realidad o del compromiso con el hermano por atender sólo
la vida espiritual.
América Latina está convulsionada por múltiples tensiones sociales, políticas y económicas.
Estas realidades son ámbitos en los que la tarea evangelizadora será de largo aliento pues el
camino a recorrer empieza por acoger la reconciliación del Señor Jesús y la conversión
personal. El ofrecer el don de la Buena Nueva a las personas involucradas con el gobierno de
los pueblos y la política, el mundo de la empresa y las finanzas y el liderazgo en sus múltiples
17
Ver 2 Pe 1,4.
S.S. Juan Pablo II, Discurso en el encuentro con los movimientos eclesiales y las nuevas comunidades,
30/05/98.
19
S.S. Benedicto XVI, Discurso a la Curia Romana, 22/12/2005.
20
Ver S.S. Juan Pablo II, Carta apostólica Dies Domini, n. 4.
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5
dimensiones es tarea irrenunciable e impostergable de los movimientos, con la esperanza de
ver un día una América Latina más justa y reconciliada.
Este Continente, sumido en condiciones de gran pobreza espiritual y material requiere el no
quedarse en la mera denuncia de estas graves situaciones. Desde el pensamiento social
católico debemos dar paso a la capacidad creativa del Espíritu del Señor, generando muchas y
muy variadas iniciativas concretas como obras de solidaridad eficaz y de gran envergadura
encaminadas a aliviar las necesidades más urgentes de quienes viven situaciones dramáticas de
pobreza y, también, servir a la promoción humana de quienes más lo necesitan. Así también,
se hacen necesarias nuevas formas de aproximación al trabajo, a la empresa y a todo quehacer
productivo inspiradas en los valores del Evangelio y sus aplicaciones en la rica doctrina social
de la Iglesia. Todas estas obras de servicio y solidaridad social serán consecuencias naturales
del seguimiento fiel del Señor Jesús.
Finalmente, otra dimensión urgente de la solidaridad en América Latina es la de llevar el
anuncio de la Buena Nueva del Señor Jesús a muchos pueblos y personas que aún no lo han
recibido o que lo han perdido. Por eso, nuestra sed apostólica debe ser la misma tanto en las
grandes ciudades como en los pueblos más apartados: en las sierras, selvas o costas de
nuestros países. La nuestra es una tarea misionera, infundida del mismo valor y espíritu con el
que nuestros padres en la fe nos transmitieron el gran don de la fe. No podemos retrasar el
anuncio misionero. Con mayor urgencia aún, nos esperan los pueblos o culturas que todavía
no conocen a Jesucristo.
Santa María, Nuestra Señora de Guadalupe, fue la gran misionera de la primera evangelización
de América. Encomendemos a sus delicados cuidados maternales las tareas de los
movimientos al servicio de la nueva evangelización.
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