Triduo Fiesta de María Auxiliadora Tercer Día: María, Virgen de la Caridad Terminamos estos tres días de preparación a la fiesta de nuestra madre Auxiliadora. Nos sentimos herederos de una tradición, miembros de una familia, la Familia Salesiana, que, desde sus orígenes ha sentido la protección de la Virgen, ha sentido su cariño, su amor hacia las obras que hemos emprendido. Así lo hemos visto en la vida de nuestros fundadores. Somos herederos de una tradición que mira a la Virgen, a la Auxiliadora, como modelo y guía. Estos días del triduo estamos realizando un camino de fe de la mano de María. Estos días deben ayudarnos a crecer como cristianos, para profundizar nuestra fe. Para esto debe ayudarnos celebrar la fiesta de la Virgen Auxiliadora. Siempre que acudimos a la Virgen, siempre que miramos a María, ella señala hacia Jesús, su Hijo, el Mesías Salvador. Permaneced en mi amor En el evangelio que hemos escuchado se ha repetido varias veces la palabra amor. Jesús nos muestra cuál es la raíz de su amor, porqué él nos ha amado tanto, hasta entregar su propia vida, y esta raíz es “como el Padre me ha amado”. Jesús reconoce que el fundamento, la razón, de su amor, no es otro que el sentirse amado por Dios Padre. De algo podemos estar seguros del actuar de Dios, y es que siempre lo hace por amor. Y además por un amor pleno, gratuito, como sólo un Dios es capaz de dar. Amor que se convierte en la razón, también, de la alegría. Nos lo dice Jesús; si nos sentimos amados por Dios, y amados de esta manera, nuestra alegría será plena. Una alegría que nace de sabernos queridos así por nuestro Dios. Jesús al comunicarnos el motivo de su amor por nosotros no sólo nos está diciendo cómo se relaciona Dios con nosotros, cómo quiere relacionarse él con cada uno de nosotros. Jesús nos está invitando a usar, también nosotros, ese mismo amor: “que os améis unos a otros como yo os he amado”. La revelación de Jesús se convierte, para cada uno de nosotros, en una tarea. Descubrir, como nos dice la segunda lectura de hoy, que “Dios es amor”, no es sólo para sentirnos mejor, porque nos sentimos queridos, con un amor de predilección, por el Dios que en Jesús nos enseñó hasta dónde puede llegar el 1 amor, sino que tiene que movernos a la acción, a ser también nosotros portadores de ese amor a los que están a nuestro lado. Igual que Jesús que al sentirse amado por Dios, ama a sus hermanos, nosotros, si hemos sentido el amor de Dios, no podemos actuar diversamente. Este es su mandamiento: “que os améis unos a otros como yo os he amado”; nos ha elegido (nos ha amado) para “que vayáis y deis fruto”. A este ejercicio del amor con los demás, con los hermanos, que se concreta en la vida de cada día, en cristiano le llamamos caridad, que se convierte en la dimensión social de nuestro amor, pues no sólo es una idea, sino una manera de actuar, de ser y de estar en el mundo, en la sociedad. María, modelo de caridad María, mujer de nuestro pueblo, creyente como nosotros, también experimentó en su vida el amor de Dios. Y siguiendo lo que Jesús nos dice en el evangelio, bien podemos decir que María, la mujer creyente, se sintió amada por Dios. Dios, que elige a las criaturas que más ama para encomendarles misiones especiales, eligió a María para que fuese madre de su Hijo. Podemos intuir lo que supuso para maría aceptar este encargo y colaborar, así, en el plan de salvación de Dios. Y de algo podemos estar bien seguros, y es que María de Nazaret fue querida, desde el principio por Dios, preservada del pecado, por amor, para ser la madre del Hijo de Dios. “Os he elegido para que vayáis y deis fruto”, dice Jesús en el evangelio; contemplemos a María como la mujer elegida-amada para dar fruto, en este caso el fruto bendito de su vientre. Y sintiéndose amada por Dios, portadora del Amor encarnado, esto es, de Jesús en su seno, María se convierte también en transmisora de ese amor. Sabe que ser la madre de Jesús no va a ser nada fácil para ella; Dios no la ha elegido para que ella sea más feliz, para que goce con su Hijo, como si fuera propiedad suya. A la anunciación, sigue la visita a su prima Isabel. María, ya desde el primer momento, se hace portadora del Amor, ya encarnado en ella, y se pone al servicio de quien la necesita. María vive ya, así de este modo, el mandato de Jesús de amar al prójimo, concretado en Isabel que la necesita. Quien tiene consigo a Dios no puede cerrarse a los demás. Quien tiene consigo al Dios de Jesús, que es el Dios de 2 los pobres, de los necesitados, de los excluidos, no puede darles la espalda. La vida de quien tiene consigo a un Dios así, se convierte en un continuo acto de amor, concretado en actos de caridad hacia los más débiles. Así actúa María. Así actúa en Caná cuando anticipa la hora de Jesús al darse cuenta de que estaba amenazada la alegría, la fiesta de aquellos novios. “Jesús no tienen vino”… Dándose cuenta de la necesidad de los otros, se puso a hacer algo para que se solucionara aquella situación. María es modelo de caridad, estando hasta el último momento al pie de la cruz para acompañar al hijo que agoniza y que, abandonado por todos, sigue viendo a su madre que le mira con amor, con ternura, soportando con él el tormento de la cruz, del abandono, de la muerte. María es modelo de caridad con la primera comunidad cristiana. Temerosos de los judíos, viven con miedo los primeros momentos de la vida de la Iglesia. Allí está María, acompañándolos en la oración, sosteniéndolos en la fe, compartiendo con ellos temores, miedos, angustias y desolación pues han perdido a su Señor. También con ellos recibirá el Espíritu y cambiará totalmente el actuar de aquellos primeros cristianos. ¿Qué tal andamos de caridad? Escuchar hoy a Jesús en el evangelio, mirar a María Auxiliadora y contemplarla como modelo de amor, de caridad, tiene que llevarnos a preguntarnos cómo andamos de amor, de caridad en nuestra vida. Reconocer al Dios de Jesús como el Dios que tanto nos quiere, que nos ha elegido, a cada uno de nosotros, por puro amor, tiene que llenarnos de alegría. Además la alegría es una característica de nuestro espíritu salesiano. Alegría, entonces, que no nace de la ausencia de problemas o de dificultades; o que es fruto de razones, elementos que están fuera de nosotros. La alegría de la que habla Jesús, la que nos recomendaba don Bosco, nace de lo profundo de nuestro ser, de la relación que tenemos con Dios. Podemos vivir alegres, estar alegres, cuando estamos convencidos de que no somos siervos, sino amigos de Jesucristo, que nos ha amado hasta el extremo. Sentíos amados por Dios; elegidos por él para ir y dar frutos. Conocemos la esencia de Dios, su secreto, cómo es él y como quiere relacionarse con cada uno de nosotros. Esto debe llenar nuestro corazón, hacernos vivir con más tranquilidad y paz la vida de cada día. 3 Y si Dios te ama, te quiere, lleva este amor a tu alrededor. Hermanos, aquí está la razón de nuestras buenas obras, de nuestra caridad. El amor que Dios nos tiene y nos ha mostrado debe ser el motor de nuestra caridad, pues debemos convertirnos en espejo, en transmisores de ese amor a nuestros hermanos. Como Jesús (“como el Padre me ha amado, así os he amado yo”), como María (que se pone en camino para ayudar a Isabel, o que permanece hasta el final al pie de la cruz), hoy nosotros estamos llamados a vivir la caridad. Igual que María, tenemos que estar atentos a las necesidades de los otros, no podemos pasar de lo que les sucede a los demás. Como ella, estamos invitados a hacer esa caridad operativa, a ponernos manos a la obra para remediar tantas situaciones de angustia, de dolor, de soledad, como hay en nuestro mundo, en nuestra sociedad. Cada uno desde nuestras posibilidades, pero siempre con corazón abierto para ser sensibles a la falta de amor que hay en nuestro mundo. Practicar la caridad, desde esta perspectiva, nos acerca también al mismo Dios pues, como dice San Juan en su carta, “el que ama conoce a Dios”. No podemos decir que le conocemos y no amar, es decir, no vivir la caridad. Acercarnos a Él, conocerle más, nos lleva a descubrir su esencia profunda y nos debe llevar a transformar nuestra vida para llegar a ser hombres y mujeres que siembran el amor de Dios en el mundo. Podemos estar orgullos de la familia a la que pertenecemos. Nuestros fundadores son santos porque amaron a Dios sobre todas las cosas, porque sintieron su amor y dedicaron su vida a llevarlo a los demás, especialmente a los jóvenes. Fundaron nuestras congregaciones para atender a los chicos y chicas más necesitados y querían que cada uno de nosotros fuésemos signos y portadores del amor de Dios a los jóvenes, especialmente a los que más lo necesitaban. Tras ellos, cuántos salesianos, salesianas, miembros de la familia salesiana han mostrado este amor de forma extraordinaria. Algunos de ellos están en los altares, son modelos para nosotros, recordamos a Versiglia, Caravario, Sor Eusebia, María Troncatti, Alexandrina da Costa o nuestros mártires. Pero también la entrega callada de tantos de nuestros hermanos y hermanas al trabajo en la misión salesiana que en cada momento han tenido que realizar. Pidamos esta tarde a María Auxiliadora, que nos ayude a comprender lo importante que es, para nuestra vida de cristianos, sentirnos amados, en profundidad, por Dios. Que Ella nos ilumine, también, para buscar los modos, 4 las ocasiones, las formas, para llevar este amor que Él nos regala a nuestro alrededor. Os decía al principio que somos herederos de una tradición que ha extendido por el mundo la devoción a la Virgen bajo la advocación de Auxiliadora. Mañana vamos a celebrar su fiesta. Desde que sale el sol por Australia, Japón, hasta que se oculte por Estados Unidos, todo el planeta, en 130 países en los que se celebrará la fiesta de la Virgen. Sintámonos orgullosos de la familia a la que pertenecemos y el amor que estamos llevando al mundo, las numerosas obras de caridad que animamos en todas partes y con las que estamos construyendo una sociedad distinta. Que mañana sea un día de recuerdo de todo lo que hemos vivido, en nuestra vida, con nuestra madre Auxiliadora. Que sea un día para volver, una vez más, a entregarnos a ella, como decimos en el himno, estar “rendidos a tus plantas”. Echémonos en los brazos de María. Don Bosco nos repetía que quien entraba en una obra salesiana, desde ese momento, la Virgen lo tomaba bajo su manto protector. Don Bosco nos quiso un monumento vivo de gratitud a la Virgen. Levantó la basílica de María Auxiliadora en Turín, pero quiso levantar tres monumentos vivos: la Asociación de Devotos de María Auxiliadora 1869, el Instituto de las Hijas de María Auxiliadora de 1872 y la Obra de María Auxiliadora para el cultivo de vocaciones tardías de 1876. Convirtamos la fiesta de mañana en un día importante para mostrarle nuestro cariño y nuestro amor. Pidámosle, a la Virgen de la Fe, Nuestra señora de la Esperanza, Virgen de la Caridad, que abramos nuestra vida a la acción del Espíritu y crezcamos en estas virtudes que nos hacen sentirnos mejores hijos de Dios, testigos de Cristo resucitado en nuestra vida. Os invito a rezar, dirigiendo los ojos de nuestro corazón hacia Ella: “Santa María, Madre de Dios, Madre nuestra, enséñanos a creer, esperar y amar contigo. Indícanos el camino hacia el reino de tu Hijo. Estrella de la mañana, faro de nuestra vida, Auxilio de los cristianos, brilla sobre nosotros y guíanos en nuestro camino”. 5