la muerte de sansón: ¿bendice dios el atentado suicida?

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JEAN-PIERRE SONNET – ANDRÉ WÉNIN
LA MUERTE DE SANSÓN:
¿BENDICE DIOS EL ATENTADO SUICIDA?
Sólo a costa de una lectura unilateral y simplista puede utilizarse los
textos de la Biblia para defender o atacar ideas o prácticas determinadas. La lectura más atenta muestra que el texto contiene una finura y una riqueza de sentido que impiden ideas simples. Requiere del
lector una reflexión, fuerte y matizada, respetuosa del texto y de la
realidad que evoca. A partir de una lectura narrativa de la muerte de
Sansón (Jc 16, 21-31), los autores del artículo muestran cómo el relato, lejos de justificar el atentado suicida, alimenta una reflexión en
profundidad sobre la violencia y sobre lo que la violencia pone en
juego en el hombre y en Dios.
La mort de Samson: Dieu bénit-il l’attentat suicide?, Revue théologique de Louvain 35 (2004) 372-381
INTRODUCCIÓN
La Biblia, libro religioso, es
ante todo una obra literaria. Y,
como toda obra literaria, está expuesta al riesgo de no ser bien leída. Recorrida rápidamente en búsqueda de un texto para legitimar
o condenar tal práctica, o contemplada como un texto muy antiguo,
en desuso, no hará otra cosa que
afianzar al lector en la idea que él
tenga de la Biblia. La Biblia se
merece más por parte de los cristianos, como de los demás lectores. Por su asombrosa actualidad
invita a la reflexión a quien acepta entrar en un discurso robusto
pero matizado. En todo caso, antes de instrumentalizar el Libro
para promover esto o rechazar
aquello, será mejor considerar
atentamente si los textos dicen lo
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que uno cree que dicen.
Este parece ser el caso en materia de violencia. Así, por ejemplo, cada día, la opresión de unos
por otros -fenómeno multiformese exhibe en los periódicos, junto
con los atentados kamikazes, tentativas desesperadas de combatir
lo que se vive como una opresión.
Si es difícil justificar ésta, basándose en la Biblia, ¿sería posible
que el suicidio de un kamikaze
revindicase el ejemplo bíblico de
Sansón que arrastra con su muerte una muchedumbre de filisteos,
los enemigos de su pueblo? ¿Acaso su muerte heroica -¡además en
Gaza!- no está bendecida por el
cielo? El Dios de la Biblia, ¿acreditará tales actos en los que se nie-
ga el valor sagrado de la vida, por
la ciega lógica de las represalias?
Es necesario leer este texto con
atención antes de sacar una conclusión tan fácil como precipi-
tada. El relato contiene elementos que invitan a una distancia
crítica y apartan al lector de juicios simplistas, sean positivos o
negativos.
UN HÉROE DUDOSO
El libro de los Jueces, que se
encuentra a continuación de la
grandiosa epopeya de la conquista de Canaán por parte de Israel,
nos ofrece la historia de una progresiva decadencia. El pueblo salvado por los jueces, enviados por
Dios cuando, por sus propias faltas, cae bajo la dominación de los
enemigos, vuelve a caer muy
pronto en la infidelidad a la alianza, una vez desaparecido el juez.
Y “todo sucede como si la perversión del pueblo, entre juez y juez
[...] alcanzara progresivamente a
los héroes de Dios” (J. Cazeaux).
En esta línea, Sansón, el último
juez antes de la anarquía final (Jc
13-16), roza la caricatura.
Revestido de la fuerza del Espíritu de Dios, Sansón no la utiliza para liberar a Israel, sino para
satisfacer su sed de venganza (15,
3.7.10-11 y 16, 28). La narración
de su vida es una escalada de violencia. Sansón sólo ve sus problemas personales: repetidas dificultades con las mujeres (14, 10-20;
15, 1-6; 16, 1. 4-21), provocacio-
nes del enemigo (15, 7-8; 16, 1-3)
y otras represalias personales (15,
1-8; 16, 22-30). El que se presenta como juez de Israel (15,20 y 16,
31) no muestra nunca la menor
preocupación por su pueblo y la
opresión que le imponen los filisteos. Incluso llega a levantar en su
contra la tribu de Judá, hasta el
punto de que los que él debía liberar son quienes lo entregan a los
filisteos (15, 9-17). Ninguna salvación colectiva aparece en esta
historia. El último juez no hace
absolutamente nada por los suyos.
Sólo amontona muertos y más
muertos (16, 30) en su radical incapacidad para dominar su fuerza
y su violencia, y esto, hasta que le
acarree la muerte.
Esta visión global de la historia de Sansón, en el cuadro del libro de los Jueces, nos invita a coger distancia y a reconsiderar con
ojo crítico las circunstancias en las
que el narrador bíblico nos cuenta su muerte -su “atentado kamikaze”, podríamos decir.
La muerte de Sansón: ¿bendice Dios el atentado suicida?
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UNA AMBIGÜEDAD SABIAMENTE MANTENIDA
El secreto de la cabellera
La primera pista que se ofrece
al espíritu -y a la imaginación- de
quien busca explicar la fuerza que
Sansón ostenta para destruir el
templo en el que encuentra la
muerte es su cabellera. Ésta, en la
memoria del lector, está relacionada con la elección divina del
último de los jueces: ¿no es el ángel de Adonai quien, en la escena
de la anunciación, ha ordenado a
la madre de Sansón que preserve
la cabellera de su hijo? “No pasará la navaja por su cabeza -dijoporque el niño será nazir de Dios
desde el seno de su madre” (13,
5). La confesión que Sansón hace
a Dalila, en el otro extremo del
relato -“si me rasuraran mi fuerza
se retiraría de mí” (16, 17)- parece confirmar que Sansón debe la
fuerza que muestra en los momentos críticos de su existencia a sus
pesadas trenzas. Y, puesto que esta
cabellera, que Dalila se ha apresurado a rasurar después de la imprudente confidencia del héroe
(16, 19), ha vuelto a crecer durante el tiempo de su cautiverio (16,
22), Sansón puede desplegar una
fuerza sobrehumana en el acto de
destrucción que le cuesta la vida.
Pero estas deducciones ¿se imponen realmente -y se imponen
como exclusivas- a quien lea el
relato con más detención? ¿No
crea el relato, y a propósito, una
cierta confusión o desenfoque alrededor de la exuberante cabelle202
Jean-Pierre Sonnet – André Wénin
ra del héroe?
Releamos con atención el episodio de la confidencia de Sansón
a Dalila. Los filisteos le han ofrecido una suma fabulosa para que
descubra el secreto de la fuerza de
Sansón: “Sonsácale y entérate de
dónde le viene esta fuerza tan
enorme y cómo podríamos dominarle para amarrarle y tenerlo sujeto” (16, 5). Lejos de ocultar su
juego, la amante de Sansón es, de
entrada, asombrosamente explícita: “Anda, dime, ¿de dónde te viene esa fuerza tan grande y con qué
habría que atarte para tenerte sujeto?” (16, 6) ¿Habría una nota sadomasoquista en la relación que
tienen los amantes? Hay que constatar que, en sus respuestas, Sansón utiliza el mismo juego. Aparentemente no hay nada más excitante para él que una relación de
dominación y de sumisión frente
a Dalila. “Sansón y Dalila se disponen a jugar estando al borde del
precipicio, Sansón excitado por la
amenaza del peligro, del que cree
podrá guardarse en el momento
crítico” (Robert Alter). A lo largo
de su itinerario, Sansón juega con
fuego. Las falsas respuestas que
da a Dalila están todas relacionadas con el proyecto que ella le ha
revelado de atarlo (evocando cuerdas, cordeles, trenzas).
Por lo demás, estas falsas respuestas proporcionan igualmente
otros tantos indicadores que llevan a descubrir lo que es “su” secreto: la relación entre la fuerza y
la cabellera. En efecto, primero se
trata de “siete cuerdas de arco todavía frescas, sin dejarlas secar”
(16, 7), que nos sitúan no sólo en
un contexto guerrero (el arco) sino
también orgánico (la vitalidad de
las cuerdas). Sansón evoca enseguida “cordeles nuevos sin usar”
(16, 11), en una referencia oblicua a lo que tiene de intacta su
cabellera de nazir. Finalmente, al
hablar de “siete trenzas de mi cabellera clavadas con la clavija del
tejedor” (16, 13), hace alusión a
su misma cabellera atada a un instrumento relacionado proverbialmente con la mujer. “El tejido representa el entrelazado de la cabellera de dos amantes en su sueño” (Mieke Bal). Pero las respuestas son otras tantas añagazas que
exasperan a la amante: “tres veces te has reído de mí” dice ella
en 16, 15.
Vencido por la astucia de Dalila, Sansón acaba por desvelarle
su juego. “Le abrió todo su corazón y le dijo: ‘la navaja no ha pasado jamás por mi cabeza porque
soy nazir de Dios desde el vientre
de mi madre. Si me rasuraran, mi
fuerza se retiraría de mí” (16, 17).
Sansón hace también referencia a
las palabras del ángel a su madre
en la escena de la anunciación.
Pero notemos que lo esencial de
la segunda frase -la fuerza de Sansón se retiraría de él si le rasuranno aparece en las instrucciones del
mensajero divino en el capítulo
13. Si la madre de Sansón debió
hablar a su hijo de ser nazir y de
la prohibición de rasurar ¿qué lazo
hay entre esta prohibición y la
fuerza de Sansón? “Es una cuestión abierta saber si la madre de
Sansón le dio consignas en este
sentido o se trata de una consecuencia que ha sacado él por sí
mismo, y quizás una falsa consecuencia, una proyección puramente mágica de su condición de nazir” (R. Alter). Hablando como ha
hablado, Sansón ha abierto todo
su “corazón” a Dalila (v. 17a). La
palabra traducida por “corazón”,
leb, puede significar el “espíritu”,
la “conciencia”, y el contenido del
espíritu o la conciencia. Es toda
su verdad, la suya, lo que ha comunicado a Dalila, la conciencia
que tiene de sí mismo y, quizás,
el mito que él se ha construido
respecto a las trenzas (fálicas) de
su cabellera –su narcisismo pudo
llegar hasta ahí.
“Dalila comprendió entonces
que le había abierto todo su corazón” (v. 18a). Ella llama enseguida a sus compatriotas: “Venid esta
vez, pues me ha abierto todo su
corazón” (v. 18b). ¿Cómo lo sabe?
¿Ha deducido esta certeza por la
acumulación de indicios dados en
las respuestas anteriores, que todos apuntan hacia su cabellera?
Sansón, por su parte, convencido
de que podrá, una vez más, deshacerse de una situación peligrosa se deja adormecer por su amante. “Ella hizo dormir a Sansón sobre sus rodillas”. Entonces llamó
a un cómplice que le cortó las siete trenzas (16, 19a): “entonces
comenzó a maltratarle y se retiró
de él su vigor” (16, 19b). El lector se pregunta: ¿sucederían las
cosas conforme a la versión de
La muerte de Sansón: ¿bendice Dios el atentado suicida?
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Sansón que dijo: “si me rasuraran
mi fuerza se retiraría de mí” (16,
17)? Pero también puede ser que
el narrador pretenda hacernos presentir otra cosa. Sansón había dicho “mi fuerza se retiraría de mí”;
el narrador establece: “su fuerza
se retiro de él”. Y acentúa su versión de las cosas cuando añade al
despertarse Sansón: “no sabía que
Yahvéh se había apartado de él”
(16, 20). Aparentemente, pues, se
trata menos de una fuerza mágica
contenida en su cabellera, y perdida con ella, que de la libertad
de Dios que se aparta “de” alguien, como puede establecerse
“sobre” él (cfr. 14, 6.9 y 15,14).
El lector debe, por lo menos,
cuestionar si la fuerza sobrehumana asociado por Sansón a su cabellera es un elemento objetivo de
su consagración divina, o no es
más que un mito subjetivo que se
ha construido el nazir, una forma
de autosugestión que le llevaría,
en su conciencia, a lo que nos
cuenta por otra parte el narrador.
Cuando, en los momentos críticos,
Sansón hace alarde de fuerza sobrehumana, se nos dice, en efecto, que el Espíritu de Dios le invade y lo penetra. Aparentemente, no es entonces en absoluto la
cabellera quien multiplica sus
fuerzas. Así fue cuando Sansón
despedazó al león que le salía al
encuentro (14, 6), cuando mató a
treinta filisteos para honrar su
apuesta perdida (14, 19) y cuando lo ataron para entregarlo a los
filisteos, justo antes del combate
con la quijada de asno (15, 14).
Sea lo que sea, al despertar, des204
Jean-Pierre Sonnet – André Wénin
pués que cortaron sus trenzas,
Sansón se distingue por su inconfundible seguridad: “Saldré como
las otras veces y me desembarazaré” (16, 20). Su engreimiento
“esta vez” no le sirve de ninguna
ayuda. Ahí está, amarrado, los
ojos vaciados, dando vueltas a la
muela en la prisión de Gaza.
Pronto -¿pero, es una sorpresa?- “el pelo de su cabeza, nada
más rapado, empezó a crecer” (16,
22). ¿Cuál es el sentido de esta
perogrullada? La constatación no
va acompañada de ningún comentario. ¿Se trata de una intervención
del narrador que indica, como de
pasada, el retorno de la gracia y la
fuerza de Sansón, fuerza de origen divino contenida mágicamente en su cabellera? Pero los cabellos que crecen no tienen nada de
virginal, y ahí estaba, parece, el
secreto de su poder. ¿Se trata pues
de un guiño por parte del narrador: los cabellos brotan, nada puede parar la naturaleza; el natural
de Sansón (el mito que él se construyó alrededor de esta cabellera),
¿volverá a galope?
¿Una plegaria atendida?
Ciertos comentaristas remarcan que, en realidad, Sansón debe
su arranque de fuerza final a su
oración en el templo de Dagón,
frente al delirio de la muchedumbre. En estos comentaristas, la hipótesis mágica (el rebrotar de cabellos y, ex opere operato, el retorno de la fuerza a Sansón) cede
el lugar a la explicación teológica
(Dios responde a la oración de su
juez). El simple hecho de que el
relato haga surgir una alternativa
en la relación de causalidad que
implica es significativo de la ambigüedad que pretende. Tratándose de la oración de Sansón, la indeterminación del texto, como se
verá, es todavía más rica que en
el caso de la cabellera.
Cuando exhiben a Sansón ante
la muchedumbre de filisteos, se
reproducen entre Sansón y ellos
comportamientos simétricos, reflejados como en un espejo, que
han caracterizado sus tribulaciones: “que nos divierta”, dicen (v.
27) y ellos “contemplando los juegos (diversiones) de Sansón” (v.
27) -se trata de un juego: “reirá
más el último que ría”. A la oración de los filisteos alabando a su
dios (v. 24), Sansón responde con
su oración a Dios “hazme fuerte
nada más que esta vez” (v.28).
“Sus palabras a Yahvéh antes de
desplomar los pilares del templo
encima de él y de los filisteos (16,
28) traicionan el olvido egocéntrico de la causa de Yahvéh y de
la seguridad de Israel que lo ha
caracterizado a lo largo de la historia” (Robert Polzin). “Muera yo
con los filisteos” (16, 30): Sansón
no podía ir más lejos en esta lógica de modelo de violencia; simetría final: su muerte y, como en un
espejo, la de los filisteos.
¿Responde Dios a esta plegaria? El narrador, es importante
notarlo, no dice que Adonai responda a la oración de Sansón,
como lo ha hecho explícitamente
en 15, 18-19. Cuando Sansón sediento llama a Dios en su ayuda,
Dios interviene personalmente, tal
como cuenta el narrador: “Dios
hendió la cavidad que hay en Lejí
y brotó agua” (15, 19). De esta
manera, Dios salva a Sansón que,
por fin, puede beber. En el relato
de la muerte, en cambio, no hay
mención de una intervención divina; ni se nos dice que Dios haya
escuchado la oración de Sansón.
Sabemos que en la Biblia, la representación del acto de escuchar
es tan importante como el acto de
decir. Si no hay una intervención
inmediata de Dios -“los israelitas
clamaron a Yahvéh, y Yahvéh suscitó a los israelitas un libertador
que los salvó” (3, 15; 6, 7; 10, 1011)- el relato registra la escucha y
la acogida de la oración, por parte
de Dios: “Manoaj invocó a Adonai [...] Dios escuchó a Manoaj, y
el ángel de Dios vino otra vez donde la mujer” (13, 8-9). Los dos elementos faltan en la última plegaria de Sansón. ¿Significa esto que
Adonai no se implica en la muerte de un héroe que muere abusando de su propia fuerza en su deseo
de una última venganza?
De hecho, el templo se derrumba sobre Sansón y sobre los tres
mil asistentes sin que haya una
implicación divina en el asunto:
ningún signo de una respuesta de
Dios a la oración o de una causalidad divina en el derrumbamiento del templo; y nada de confirmación, por parte del narrador,
sobre la relación del crecimiento
de los cabellos y la fuerza sobre-
La muerte de Sansón: ¿bendice Dios el atentado suicida?
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humana. Al contrario, por primera vez en la historia de Sansón,
tenemos derecho a la descripción
del esfuerzo que requiere la hercúlea hazaña: “Sansón palpó las
dos columnas centrales sobre las
que descansaba la casa, se apoyó
contra ellas, en una con su brazo
derecho, en la otra con el izquierdo, [...] Apretó con todas sus fuerzas y la casa se derrumbó sobre
los tiranos y sobre toda la gente
allí reunida” (16, 29-30). Sabemos
que el narrador bíblico es extremadamente parco; nunca “añade
nada” sin expresa intención. Sin
más pistas relacionadas con el crecimiento de la cabellera y con la
oración de Sansón, debemos pensar que el narrador, con esta descripción, abre una tercera pista:
¿será sólo la fuerza de Sansón, de
un Sansón psicológicamente dopado por el crecimiento de sus cabellos y por su deseo de venganza, la
que derriba el templo, por consi-
guiente sin ninguna ayuda divina?
Sería el colmo de lo burlesco en una
historia no exenta de ello.
La habilidad del narrador reside en la manera de privar al lector de toda información autorizada que vendría a entrelazar la interpretación de la hazaña. He ahí
al lector cogido por lo que Meir
Sternberg llama un hueco permanente (permanent gap), una elipse narrativa sabiamente entretenida: al ocultar elementos determinantes de la cadena secuencial y
causal, el narrador fuerza al lector a mantener hipótesis concurrentes una al lado de la otra. En
este caso, es particularmente eficaz lo que no se dice en el relato.
Así se refleja, además, cuanto hay
de confuso y anárquico en la articulación del obrar humano y del
divino -esta articulación liberadora que la persona del juez hubiera
tenido que ilustrar.
LA QUIEBRA DE UN SISTEMA
Los versos finales del capítulo 16 nos hacen meditar sobre la
esterilidad de la figura de Sansón.
Sin duda, a un cierto nivel, se puede registrar el marcador del campeón: “Los muertos que mató al
morir fueron más que los que había matado en vida” (16, 30). Pero,
una vez hechas las cuentas, el narrador revela que Sansón es un
hombre sin continuidad: Sansón
fue enterrado por sus hermanos
(16, 31). En otras palabras, nuestro hombre nunca tuvo hijos con
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Jean-Pierre Sonnet – André Wénin
sus mujeres. Y la esterilidad del
hombre acompaña a la esterilidad
del juez en su misión: “había juzgado a Israel por espacio de veinte años” (16, 31) dice el narrador,
pero a esta fórmula no sigue la que
acostumbra a sancionar la actividad de los jueces benéficos: “el
país quedó tranquilo cuarenta u
ochenta años” (3, 11.30; 5, 31; 8,
28). Además, la primera noticia,
en 15, 20, precisa que juzgó veinte años “en tiempo de los filisteos”, como si el narrador quisie-
ra notar que el juez Sansón se
mostró impotente frente al problema real de Israel, es decir, el dominio sobre sus enemigos. Al terminar el ciclo de Sansón, el narrador deja sin duda al lector en
libertad para apreciar la fórmula
“juzgó” (15, 20; 16, 31): a cuenta
del lector añadir las comillas o los
matices de ironía que se imponen.
El relato de las aventuras de
Sansón es el último ensayo de
Dios de la fórmula del juez -antes
de la anarquía de los capítulos finales-, en una época todavía apta
para producir esta caricatura de
juez, que es Sansón. Sin embargo, Dios se implica más al lado
de Sansón que al lado de los otros
jueces. Pero Sansón es una persona que sólo piensa en solucionar
sus propios problemas. Cuando la
intención divina era precisamente hacer de estos problemas la ocasión de una liberación colectiva
(14, 4), Sansón no cesa de fallar a
Dios, incluso cuando éste le reviste con su Espíritu. Asistimos,
pues, a los fracasos de la articulación de lo humano con lo divino.
El derrumbamiento del templo sobre Sansón y los filisteos, en un
relato en el que nada se da por seguro en cuanto a la responsabilidad respectiva de Dios y de su
juez, constituye el derrumbamiento de un sistema en el que todos
pierden, incluso Dios.
CONCLUSIÓN
La lectura atenta de un texto,
siempre tiene un aspecto saludable. Impide permanecer en ideas
simplistas cuya única ventaja es
que se pueden utilizar con facilidad para justificar esto o condenar aquello con un juicio precipitado. La complejidad del relato de
la muerte de Sansón está sobre
todo en la evocación de sus circunstancias y, en particular, en el
sutil tratamiento del motivo de la
fuerza en el origen del golpe de
fuerza que pone un final sangriento a la carrera del héroe. ¿Es la inmanencia de la fuerza divina en
su cabellera la que hace que Sansón lleve a cabo este último acto
de venganza? ¿Es que Dios ha escuchado su oración de juez? No
hay nada explícito al respecto.
¿No será entonces que la triste
hazaña de Sansón se explicaría
más por su fuerza de coloso dopado por los sarcasmos de los enemigos que por su cabellera reencontrada, fuerza de la que el narrador describe, por una vez, la
laboriosa puesta en obra?
Está claro: este relato, por su
misma complejidad, anula la imagen simplista de una muerte heroica bendecida por Dios porque
inflige al enemigo del pueblo una
corrección ejemplar. Más bien
obliga al lector a considerar seriamente la hipótesis de una parodia
de hazaña salvadora que parece la
implosión de un dispositivo de salvación querido por Dios, pero que
La muerte de Sansón: ¿bendice Dios el atentado suicida?
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se convierte aquí -al término de
una serie de rechazos: los del pueblo de generación en generación
y los de Sansón a lo largo de su
vida de Juez- en su caricatura, violenta hasta el absurdo. La Biblia
no ofrece sólo modelos a imitar o
admirar. Presenta también al lector un cierto número de falsificaciones de humanismo, de deformaciones de la obra divina, contándolas de tal manera que el lector -atento a los textos y a la vidaaprenda a reconocerlas y analizarlas y desarrolle una especie de olfato que le permita desenmascararlas cuando se presenten en su
realidad. Narrando los atolladeros
en los que se encuentran los personajes bíblicos, el lector es invitado a mantenerse atento a la manera que tiene Dios de superarlos,
dejando a los humanos libres en
sus elecciones -aunque no sean
juiciosas- pero descubriendo así
con ellos caminos para que la
muerte no tenga la última palabra.
En este sentido, la Biblia ofrece sus relatos al lector como un
lugar para educar sus pensamientos, sus juicios y sus elecciones
humanas y espirituales. Con tal
que sea una lectura atenta. Y que
esté convencido de la necesidad
de leer mejor.
Tradujo y condensó: CARLES PORTABELLA
La intolerancia nace del intento de identificación total y sin fisuras de
unas determinadas visiones del mundo y de la vida, de unas conductas individuales y unas instituciones sociales/políticas concretas con la voluntad divina,
identificación sancionada y legitimada por una autoridad religiosa no cuestionable en absoluto, así como del intento de imponer, frecuentemente por la
fuerza, dichas conductas e instituciones universalmente.
JOSÉ A. ZAMORA, Monoteísmo, intolerancia y violencia.
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