Un Champagnat desconocido: su consagración a María UN CHAMPAGNAT DESCONOCIDO: SU CONSAGRACION A MARIA H. Francisco das Chagas, fms "Nova Aurora", Sao Paulo Diciembre de 1989, nº 4. Traducción Jaime Juaristi M. Para los Hermanos Maristas, la Consagración a Nuestra Señora, —práctica particularmente querida del Padre Champagnat—, es un acto de culto a la Buena Madre, para que, por su intercesión, nos obtenga de Dios, el don de la castidad. Así reza un Estatuto Marista. Es sabido que la Consagración a Nuestra Señora, aún dentro de la teología católica ha sido objeto de una revisión, contestación y objeciones. El Papa Juan Pablo II, sin lugar a duda, ha atraído de nuevo la atención sobre la Consagración Mariana. De hecho, el lema: "Totius Tuus" es elemento característico de su vida espiritual y de su servicio apostólico. Es regla general en sus peregrinaciones apostólicas, que siempre encuentre un espacio para visitar algún santuario Mariano y un acto de consagración a María Santísima. Sin pretensión de discutir sobre este tema, presentaremos algunas pistas con la idea de fundamentar esta práctica Mariana y colaborar, en parte, a que se proceda con "aquella diligente revisión..." con respecto a la tradición y con apertura para recibir las legítimas instancias de los hombres de nuestro tiempo, pedida por la "Marialis Cultus" referente a la Madre de Jesús. El contenido esencial de la Consagración a María es un encuentro personal, íntimo, perseverante con la Virgen, que implica confianza, pertenencia, don de sí mismo, disponibilidad y colaboración efectiva en su misión salvífica según el plan de Dios. En otras palabras, consagrarnos a Nuestra Señora es confiarnos por sus manos (esto es, poniéndonos a sus cuidados y siguiendo sus ejemplos) al Padre, por el Hijo en el Espíritu Santo. Analizando el pasado y las tendencias actuales, surgen algunas orientaciones fundamentales para abordar, de una manera teológica la consagración a la Madre de Dios. 1 — La Entrega filial a María inserta en la única consagración a Dios Para que la relación con Nuestra Señora asuma las debidas proporciones y objetivos, debe insertarse en la respuesta global dada por el hombre a la revelación divina bajo la acción de la gracia. Es muy clara en la Biblia la exigencia de consagración a Dios para que la propia existencia se transforme en ofrenda agradable al Padre. (Rom. 6,1113) y viviendo para Jesucristo. (2 Cor. 5, 15) Este culto espiritual a Dios en Cristo es un reconocimiento de su trascendencia como Creador, Redentor y fin último y se reviste en consecuencia, de las características de adoración y de amor a Dios sobre todas las cosas. (Dt. 6,5; Mc. 12,3; Lc. 10,27) La consagración a Dios y a Jesucristo es el contexto necesario de cualquier consagración, que siempre dependerá de ella y a ella se orientará como fin último. Con el Vaticano II, María es considerada en el único misterio de Cristo y de la Iglesia. De esta manera, la relación vital, consagración/entrega, con Nuestra Señora debe insertarse en el ámbito de consagración a la Santísima Trinidad como una consecuencia existencial en el plano de la salvación. Consecuencias La consagración a Nuestra Señora nunca debe ser autónoma ni aislada. Debe ser orgánicamente considerada en el aspecto de consagración operada por la gracia en y con el hombre. El bautismo es el sacramento de nuestra consagración. Es fundamental profundizar el sentido ontológico del bautismo como consagración que nos pone completamente al servicio filial a Dios y nos hace partícipes del carácter sacerdotal, profético y real de Cristo por medio de la unción del Espíritu Santo. (cf. C.L. ch422067.doc 1 cepam/chagasjuaristi Un Champagnat desconocido: su consagración a María 10-14) Valorizando ontológicamente el bautismo, la consagración a María es vista en analogía con la vida religiosa, presentada por el Vaticano II, como consagración especial que está íntimamente relacionada con la consagración del bautismo y la explícita de una manera singular. (P.C. 5) Tanto una como la otra, (y ésto es válido en cualquier consagración sacerdotal y matrimonial inclusive) está orientada a la obtención más abundante de los frutos de la gracia bautismal. (L.G. 44) Consagrarse a Nuestra Señora equivale a dejarse dirigir por su misión maternal y encontrar el verdadero sentido de la vida cristiana determinada por el bautismo. Es lo que confirma Juan Pablo II. ¿Cómo podremos vivir nuestro bautismo sin contemplar a María, la bendita entre todas las mujeres, tan acogedora del don de Dios? María nos fue dada como Madre por Cristo. Nos muestra el camino e intercede por nosotros. Todos confiamos en su intercesión y nos consagramos a Ella para, por su medio, consagrarnos a Dios. 2 — Consagración a María como reconocimiento de su misión Quien nos consagra, es sin lugar a duda, el Padre (reserva para sí, nos santifica) por la unción del Espíritu Santo. El uso del término consagración referido a María, en el sentido de don total y perpetuo debe ser legitimado a la luz de la revelación y de la teología. Desde el punto de vista bíblico, además de los pasajes en los que María aparece como modelo de consagración (Lc. 1, 38) y guía para la alianza con Dios en Jesucristo (Jn. 2,5) el pasaje al que se debe referir como fundamento de nuestra consagración / entrega a María, es Juan 19,27: "Y a partir de ese momento, el discípulo la recibió en su casa". Acoger en el vocabulario de Juan, (lambáneim) es una palabra de fe: indica una actitud espiritual, implica disponibilidad de la persona y disposición de apertura Cuando se refiere a la persona de Jesús, como en el caso de Juan 1, 12, es prácticamente sinónimo de "pisteneim" (crecer). Acoger a Jesús y acoger a su Madre, son, en suma, dos actitudes equivalentes. Acoger a María se inserta en el acogimiento a Jesús por parte del discípulo. Juan, en efecto, acoge a la Madre de Jesús, ahora su Madre, entre sus pertenencias. (Eis ta idia). Esas pertenencias o bienes espirituales, son, ante todo y esencialmente, la fe en Jesucristo y la comunión con El. La expresión "Ta idia" en ningún lugar del Cuarto Evangelio se refiere a cosas inertes, ni siquiera materiales, por ejemplo, una casa. Siempre se trata de relaciones existenciales de pertenencia entre personas. El reciente Magisterio Pontificio propone la siguiente reflexión: "El Redentor confía María a Juan en la medida en que confió Juan a María. Al pie de la Cruz tuvo origen aquella singular entrega del hombre a la Madre de Cristo, que a lo largo de la historia de la Iglesia fue puesta en práctica y expresada de diferentes maneras. Cuando el mismo apóstol y evangelista, luego de señalar las palabras dirigidas por Jesús desde lo alto de la Cruz a María y a él mismo, añade: Y a partir de ese momento, el discípulo se la llevó a su casa. (Jn. 19, 27). Esta afirmación significa, con toda certeza, que al discípulo le fue conferido un papel de hijo y que tomó bajo su cuidado la Madre del amado Maestro. Y una vez que María le fue confiada a él personalmente como Madre, tal afirmación significa, aunque de una manera indirecta, todo lo que lleva consigo las relaciones íntimas de un hijo con su madre". Todo esto puede encerrar la palabra "entrega". La "entrega" es una respuesta de amor a una persona y en particular al amor de Madre. La dimensión Mariana en la vida de un discípulo de Cristo, se manifiesta precisamente mediante esa entrega filial en relación con la Madre de Cristo, señalada como el testamento del Redentor en el Gólgota. Confiada filialmente "entre sus cosas propias" la Madre de Cristo queda introducida en todo el espacio de la propia vida interior, esto es, en lo profundo del ser humano y cristiano: "Se la llevó a su casa". ch422067.doc 2 cepam/chagasjuaristi Un Champagnat desconocido: su consagración a María Esta relación filial, este entregarse de un hijo a su madre, no sólo tiene su origen en Cristo, sino que puede decirse que está definitivamente orientada hacia El. Es muy sabido que cuanto más perseveremos en nuestra actitud de entrega y más crezcamos en ella, tanto más María nos introduce en las "insondables riquezas de Cristo" (Ef. 3,8; R.M. 45-46) 3 — Dimensión eclesial de la Consagración / entrega a María. La consagración a Dios no es un acto de generosidad del individuo a título personal. Cada cristiano está consagrado por y para Dios como miembro de la Iglesia, pueblo de Dios que le pertenece y por El debe vivir. De hecho, "Cristo amó a la Iglesia y se entregó por ella, para purificarla (consagrarla) con el agua y santificarla (consagrarla) por la palabra. (Ef. 5, 25-26) El cristiano que se consagra a Jesucristo, bajo la inspiración maternal y a ejemplo de María sabe que este gesto manifiesta la naturaleza íntima de la Iglesia, pueblo consagrado al Señor (cf. Deut. 7,6; 1 Pedro 2,9). Este pueblo debe conservar la unidad del Espíritu y crecer como un solo cuerpo (Ef. 4, 3-6; 1 Cor. 12,13) y confiado por Cristo a su Madre en la persona de Juan. Ella es la Jerusalén-Madre que acoge a los hijos dispersos de Dios. (cf. Jn. 11,52) y que es recibido como don de Cristo para obedecer su voluntad (cf. Jn. 19, 27). Esta doble acogida de la que surge la comunidad mesiánica única e indivisa, es figura de la unidad de la Iglesia. Personalizar esta entrega hecha por Cristo, acogiendo a María en la propia vida, debe tener como finalidad el crecimiento en la unidad con todos los miembros del pueblo de Dios, excluyendo facciones y creciendo en el amor. La consagración como orientación a Dios, debe consolidar los vínculos de fraternidad y comunión con la Iglesia y con toda la humanidad. 4 — Consagración a María en la espiritualidad de Marcelino. Es por demás significativo que el primer acto oficial de los candidatos a la Sociedad de María haya sido precisamente una consagración a la Virgen de Fourvière el 23 de julio de 1816, considerada esta fecha como la fundación de dicha Sociedad. La consagración inicial no fue de ninguna manera un acto aislado. El final del retiro anual siempre preveía una Consagración comunitaria a la Santísima Virgen que era firmada por todos los presentes. Entre los Hermanos Maristas, hasta el Vaticano II, la Consagración a Nuestra Señora formaba parte de lo cotidiano, sea en la oración de la mañana y de la noche, o en la Visita al Santísimo Sacramento. Las fiestas de la Virgen siempre incluían la Consagración a la Buena Madre. A título de ejemplo, transcribimos la Consagración hecha en 1831 y renovada en 1834, 1837 y 1839. El Padre Champagnat estaba presente y lo confirma con su firma. Consagración a la Santísima Virgen Virgen Santa, he aquí a los hijos que tu divino Hijo te dio y que tú acogiste para que trabajaran en tu Sociedad. Se reconocen indignos de tal gracia, y postrados a tus pies, suplican aceptes el homenaje de su gratitud. ¡Ah! Tierna y amable Madre nuestra Ponemos ahora y para siempre en tus manos nuestros corazones, voluntades, personas, bienes y todo nuestro ser Prometemos cooperar con todos los medios a nuestro alcance en la realización y extensión de tu Sociedad; trabajar durante toda nuestra vida por la gloria de tu divino Hijo y la tuya extender tu culto cuanto nos sea posible y nunca emprender ni hacer nada sin pedir tu ayuda. Virgen Santa, Sé siempre para nosotros una Madre llena de ternura y misericordia. Sé nuestra abogada y protectora ante Dios. Aparta de nosotros todo espíritu de discordia y desunión. ch422067.doc 3 cepam/chagasjuaristi Un Champagnat desconocido: su consagración a María Concédenos ser fieles hasta la muerte a la gracia de nuestra vocación y que un día nos reunamos en el cielo junto al trono de tu gloria del mismo modo que estamos ahora a los pies de tu imagen. Así sea. Hecha en Belley, después del retiro de ocho días, 8 de septiembre de 1831. Los miembros de la Sociedad de María que estaban presentes. (firmas) El sentido de Consagración a Nuestra Señora en la vida del Padre Champagnat y de los primeros Hermanos es un compromiso que engloba las personas, los bienes y las actividades en cualquier circunstancia. Esto es lo que deja ver muy claro el mismo Padre Champagnat en esta oración compuesta por él: Oración a Nuestra Señora al llegar a un establecimiento. Virgen Santísima, Madre mía fui enviado aquí para hacer el bien pero sabes muy bien que no puedo nada sin tu asistencia y la de tu Divino Hijo; por eso te pido que me ayudes, o mejor, que lo hagas todo en lugar mío. Al recitar el "Veni Sancte Spiritu" o el "Ave María" al comienzo de la clase, tengo el deseo de decirte que vivas conmigo que dirijas mis manos, mis pies, mis labios y toda mi persona de modo que yo no sea más que un instrumento en tus manos. Y cuando tenga algún alumno rebelde, te lo confiaré, Buena Madre, para que tú lo corrijas haciendo de mi parte cuanto de mí dependa. Virgen Santa, ser devoto tuyo es tener las armas más adecuadas para el combate y la victoria. Ten compasión de tu hijo que se arroja en tus brazos con inmensa confianza. No lo abandones. Te ofrezco y encomiendo todos los niños que me serán confiados. En los dos textos que hemos presentado, podemos ver sin dificultad, que la consagración 7 entrega a Nuestra Señora: Está siempre asociada al Hijo, es claro el reconocimiento de su Maternidad, encierra una dimensión apostólica y eclesial. Los Hermanos Maristas, que tenemos como misión, hacer que María sea más conocida y amada, estamos llamados a revitalizar la dimensión Mariana de nuestro apostolado como respuesta de fidelidad a la Iglesia y a Champagnat. En este contexto, debemos profundizar y actualizar el sentido de la Consagración Mariana para que el hombre moderno, interpelado por el Espíritu, pueda entregarse a la acción materna de Nuestra Señora que existe para que se conozca mejor el Espíritu Santo, como lo afirmaba San Maximiliano Kolbe. Todos podemos profundizar la consagración / entrega a Nuestra Señora, en la dimensión de asemejarnos a Nuestro Señor, como lo ha dicho recientemente Juan Pablo II: "Podemos afirmar con verdad: en el corazón de Cristo resplandece la obra admirable del Espíritu Santo, en él están también los reflejos del Corazón de la Madre. Sea el corazón de cada cristiano como el corazón de Cristo: dócil a la acción del Espíritu Santo, dócil a la voz de la Madre". (Angelus, 2-VII-1989) ch422067.doc 4 cepam/chagasjuaristi