LA COMUNIÓN ECLESIAL DON DEL ESPÍRITU SANTUARIOS Y PEREGRINACIONES, ESPACIOS Y CAMINOS DE COMUNIÓN ECLESIAL X ENCUENTRO DE SANTUARIOS DE ESPAÑA P. JOSEP-ENRIC PARELLADA RECTOR DEL SANTUARIO DE MONTSERRAT DIRECTOR DEL DPTO. DE TURISMO SANTUARIOS Y PEREGRINACIONES Santuario Ntra. Sra. De Covadonga (Asturias), 23-25 de octubre de 2007 CONFERENCIA EPISCOPAL ESPAÑOLA http://www.conferenciaepiscopal.es C/ Añastro, 1. 28033 MADRID (España) [email protected] Introducción Esta mañana D. José Valdavida ha situado brillantemente la comunión eclesial en el marco de nuestro ámbito pastoral como son los santuarios y las peregrinaciones. Más aún, en un aspecto que a mi personalmente me ha parecido muy interesante, es que la comunión es al mismo tiempo una oferta y un reto. Dos temas, dos aspectos que tienen mucho que ver con lo que ahora yo compartiré con ustedes, y que a mi parecer encuentran una expresión espléndida en la carta apostólica Novo Millenium Ineunte, en la que el papa Juan Pablo II afirma "Hacer de la Iglesia la casa y la escuela de la comunión: éste es el gran desafío que tenemos ante nosotros en el milenio que comienza, si queremos ser fieles al designio de Dios y responder también a las profundas esperanzas del mundo"1. Mi aportación en el conjunto de este Encuentro se centra en la vida teologal de los que tienen a su cargo la pastoral de los santuarios. Si se trata de la vida teologal lo que voy a hacer es compartir con ustedes una “reflexión teológica”, ya que siempre que el cristiano reflexiona, siempre que el hombre o la mujer se plantean los temas decisivos de su existencia personal o colectiva lo hacen, o deberían hacerlo, en referencia a Dios, pues no sólo todo procede de Él, sino que Él es la única clave de lectura de nuestra realidad presente, pasada y futura. No está de más afirmar, de nuevo, que Dios y el hombre son dos misterios que se interpelan mutuamente. Al hablar de Dios tenemos que hablar necesariamente del hombre, y al hablar del hombre tenemos que hablar necesariamente de Dios. El hombre nunca hace sombra a Dios, ni éste es un creador déspota… que mueve, como si fueran títeres, los seres de su creación. La relación entre Dios y el hombre consiste en un profundo diálogo que se prolongará durante toda la eternidad y que tiene como fundamento radical una llamada (vocatio) y una respuesta. “Dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza. (...) Y creó Dios al hombre a su imagen: a imagen de Dios lo creó”2 . Thomas Merton, monje trapista americano, afirma: “Contemplación es también respuesta a una llamada: una llamada de Aquel que no tiene voz, pero que habla en cada cosa que es, de Aquel que ante todo y sobre todo, habla en lo profundo de nuestro Ser, porque nosotros mismos somos Palabra por Él pronunciada. Nosotros somos palabras cuyo significado es responderle, hacer eco de su voz, significarle”.3 No obstante, debo decirles que mi reflexión escapa a la metodología de lo que comúnmente conocemos como Teología “stricto sensu”, pues intento reflexionar partiendo de la experiencia humana iluminada por la Palabra de Dios, y me sitúo en la dimensión conocida, en el terreno teológico, como “ortopraxis”, ya que toda reflexión teológica, por su misma naturaleza, implica al teólogo a vivir la comunión respondiendo al deseo ardiente de Jesús “Que todos sean uno como tú y yo somos uno”4. A lo largo del esquema que voy a presentar, podrán ver ustedes cómo la Palabra de Dios ilumina todo el itinerario que voy a desarrollar. El punto de partida y el final de la reflexión es siempre la Palabra de Dios, que ha de ser vivida y expresada, en este tiempo concreto, por unos hombres y mujeres que se esfuerzan por “con – vivir”, repito, en “comunión”. 1 Novo Millenium Ineunte, n. 43. 2 Gn. 1, 26a. 27a. 3 Thomas MERTON, New Seeds of Contemplation, Abbey of Gethsemani - New Directions Papers Books, New York, pp. 1-5. 4 Jn 17, 22. X Encuentro de Santuarios de España (octubre de 2007) ”La comunión eclesial, carisma y don” pág. 2 CONFERENCIA EPISCOPAL ESPAÑOLA http://www.conferenciaepiscopal.es C/ Añastro, 1. 28033 MADRID (España) [email protected] Dicho esto entremos en materia. Me ha parecido, sin embargo, importante que nos situemos, ustedes y yo mismo, en el núcleo de la palabra “comunión” y evitar, de esta forma, la tentación de una pura y simple reflexión que centre su acento en los instrumentos externos de la comunión, con el consiguiente peligro de convertirlos en medios sin vida y máscaras de comunión, más que modos de expresión y crecimiento de la misma.. 1. Algunas precisiones previas Al tratar del tema de la comunión, como bien ha apuntado D. José Valdavida, uno podría pensar que la comunión o la unidad, que sería uno de sus sinónimos, aunque no se ajuste a la totalidad del contenido de la palabra comunión, decía, uno podría pensar que la comunión es una especie de cajón de sastre donde cabe todo. O quizás, uno podría llegar a pensar que la comunión es la puerta abierta que lleva inevitablemente a la uniformización. Para evitar estos pensamientos, legítimos por otra parte, pero que nos conducen a unos callejones sin salida, comienzo diciendo que la comunión se mueve en una doble dimensión: Por una parte, es don del Espíritu, pues todo lo bueno que hay en el corazón humano es siempre don de Dios, es decir, don teologal. Esta faceta no la debemos olvidar nunca. Cristo promete el don del Espíritu a aquellos que lo buscan en la oración.5 Por otra parte, la comunión comporta una ascética, ya que todo don teologal reclama una ascesis por parte de los hombres. Ascética, en el sentido etimológico del término griego, significa entreno; toda la espiritualidad, que es vivir de una manera concreta, exige siempre un “entreno”, un “ejercitarse”, un “camino ascético”, en terminología clásica. El esfuerzo o el obrar del hombre tienen esencialmente por objeto acoger lo que Dios opera en lo más íntimo de nosotros y colaborar con ello.6 Dicho esto, me van a permitir que haga dos sencillas afirmaciones: La primera afirmación es que la comunión exige, ontológicamente, la diversidad y la diferencia. La creación misma se funda en la diversidad. Ser hombre o ser mujer no es simplemente fruto de la causalidad de las leyes físicas o de un cruce de cromosomas. La comunión desde la perspectiva creyente es, por naturaleza, un don y pertenece al terreno que es propio de Dios. Dios mismo es comunión en la unidad que nace de la diversidad. Esta afirmación es de fe: Tres personas distintas en un eterno diálogo de amor, siendo, sin embargo, un solo Dios verdadero. Afirmar lo contrario, lo saben ustedes, es una herejía, como por ejemplo la de los patripatianos. La comunión, repito, nace siempre de la diversidad. También en la vida del hombre la comunión nace de la diversidad, de la diferencia. El diálogo, que es el que la engendra, sólo es posible entre los que no son iguales. Los iguales, los clónicos, no tienen posibilidad de dialogar; y no la tienen porque se superponen y se anulan los unos a los otros. ¿Se acuerdan que al inicio de esta reflexión les decía que el misterio de Dios y el misterio del hombre se interpelan mutuamente? Ahora, afirmamos que el hombre y Dios pueden dialogar, pueden tener comunión, porque no son iguales. La diferencia es el único camino que hace posible la comunión y el diálogo fecundos. Lo que estoy diciendo se expresa de una manera muy gráfica y muy adecuada en el nº 42 de la Carta 5 Lafrance, Jean. Morar en Dios. Editorial San Pablo. 1996. 6 Lafrance, Jean. El poder de la oración. Madrid 1982. Narcea. X Encuentro de Santuarios de España (octubre de 2007) ”La comunión eclesial, carisma y don” pág. 3 CONFERENCIA EPISCOPAL ESPAÑOLA http://www.conferenciaepiscopal.es C/ Añastro, 1. 28033 MADRID (España) [email protected] Apostólica “Novo Millenio Ineunte”: “La comunión es el fruto y la manifestación de aquel amor que, surgiendo del corazón del eterno Padre, se derrama en nosotros a través del Espíritu que Jesús nos da (cf. Rm 5,5), para hacer de todos nosotros “un solo corazón y una sola alma” (Hch 4,32)”. La segunda afirmación que quisiera proponerles, insiste todavía en el tema de la diferencia. Si la comunión es fruto siempre de la diversidad esto significa que la diferencia es también don de Dios, don del Espíritu. Es algo que nos cuesta comprender y aceptar, que la diferencia sea también don de Dios. Tener clara esta idea: creerla, afirmarla y vivirla, supone un cambio total de perspectiva en la vida cristiana. Les decía también que es don del Espíritu; del Espíritu que procede del Padre y del Hijo y que se manifiesta donde quiere, cuando quiere y como quiere; la diversidad y pluralidad son, por consiguiente, las características distintivas de los dones que la Trinidad continuamente concede a la humanidad y a la Iglesia. Desde esta perspectiva, la comunión y la espiritualidad que comporta, está íntimamente unida a la capacidad de acoger todos los dones del Espíritu: “La unidad de la Iglesia no es uniformidad, sino integración orgánica de las legítimas diversidades. Es la realidad de muchos miembros unidos en un sólo cuerpo, el único Cuerpo de Cristo (cf. 1 Co 12,12)” (TMI núm. 46) Para finalizar estas precisiones, diremos que la comunión de Dios mismo que es Trinidad, asume el “nosotros” disperso de la humanidad dividida. ¡Y esto es el misterio!: reúne diferenciando. El “micro comos” de cada hombre y de cada mujer es asumido en el “macroantropos” que es la Iglesia, según afirma Paul Endokimov, en su obra Teología de la Belleza. Con estas precisiones justifico el título de mi reflexión: la comunión, carisma y don, por lo tanto una espiritualidad. 2. El concepto de espiritualidad El concepto de espiritualidad, como bien saben, procede del adjetivo latino “spiritualis”, que es una creación propia del latín para traducir el término griego “pneumatikós”, que Pablo utiliza, sobre todo, en la Carta a los Corintios7 y a los Galatas8, y que podríamos traducirlo por: dejarse guiar por el Espíritu; vivir impulsados por el Espíritu o ser dóciles al Espíritu9. En el tema que hoy nos ocupa, el concepto de espiritualidad como las formas concretas de llevarla en la vida cotidiana en todos sus niveles, supone previamente la conciencia de que todos y cada uno de nosotros somos “acogidos por Dios y guiados por el Espíritu”10. Fíjense que acabo de introducir un concepto nuevo en el terreno de la comunión, el concepto de acogida. La comunión con Dios, la comunión con los hermanos, la comunión con uno mismo, se expresa en mi forma de acoger la Palabra de Dios, que esta hecha para el 7 1Co 2, 15; 3,1, 1Co 14, 37 8 Ga 6,1: Hermanos, si veis que alguien ha caído en algún pecado, vosotros, que sois espirituales, debéis ayudarle a corregirse. Pero hacedlo amablemente, y que cada cual tenga mucho cuidado, no suceda que también él sea puesto a prueba.. 9 Del Catecismo de la Iglesia Católica. 1830 La vida moral de los cristianos está sostenida por los dones del Espíritu Santo. Estos son disposiciones permanentes que hacen al hombre dócil para seguir los impulsos del Espíritu Santo. 10 Rm 8, 14.17 - Todos los que son guiados por el Espíritu de Dios son hijos de Dios... Y, si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos de Cristo. X Encuentro de Santuarios de España (octubre de 2007) ”La comunión eclesial, carisma y don” pág. 4 CONFERENCIA EPISCOPAL ESPAÑOLA http://www.conferenciaepiscopal.es C/ Añastro, 1. 28033 MADRID (España) [email protected] corazón, y éste esta hecho para acoger la palabra”11; en mi manera de acoger a los demás y no sólo a ellos como personas, sino también en su realidad y en la manera en como yo acojo mi propio ser, tanto el físico – psicológico como el espiritual. Miremos más detenidamente. 3. ¿Acoger o recibir? En este apartado me referiré a una reflexión mía anterior sobre esta distinción12. Como ustedes saben, el lenguaje no es nunca neutro. El lenguaje, fundado en códigos lingüísticos, es siempre expresión de realidades más profundas. Por esto, llegados a este punto, permítaseme la libertad de “jugar”, un momento, con dos palabras que - en español y en catalán - dominan el campo de la acogida: recibir y acoger y, a partir de ellas, remarcar las líneas de la acogida tal como yo, modestamente, la concibo. Podemos recibir a alguien sin acogerlo, porque recibir es un simple fenómeno fáctico, mientras que acoger es una actitud del corazón. Recibir no comporta ningún compromiso, acoger supone exigencia. Podemos recibir y olvidar enseguida a aquel que hemos recibido; si acogemos tenemos que estar a la escucha y disposición de aquel que ha entrado en nuestro círculo. Podemos levantar defensas contra el recibir; el acoger, en cambio, nos deja inermes. Disponemos de aquello que recibimos; nos dejamos disponer por Aquel (aquellos) que acogemos. Podemos ilustrar lo dicho con un texto del Nuevo Testamento, que pone de manifiesto la existencia de ciertas acogidas que están radicalmente degradadas; nos referimos a las palabras del apóstol Santiago13, de sobra conocidas pero no siempre, ¿será por su claridad y dureza?, suficientemente comentadas: "Hermanos míos, no entre la acepción de personas en la fe que tenéis en nuestro Señor Jesucristo glorificado". Supongamos que entra en vuestra asamblea un hombre con un anillo de oro y un vestido espléndido y entra también un pobre con un vestido sucio; y que dirigís vuestra mirada al que lleva el vestido espléndido y le decís: "Tu siéntate aquí, en un buen lugar"; y en cambio al pobre le decís: "Tú, quédate ahí de pie", o "Siéntate a mis pies". ¿No seria esto hacer distinciones entre vosotros y ser jueces con criterios malos?" . Fíjense, en este caso, ni el rico ni el pobre han sido verdaderamente acogidos, han sido únicamente recibidos, sin establecer con ellos unos lazos de comunión. 4. Condiciones básicas para una espiritualidad de la comunión Hasta aquí nos hemos aproximado a los conceptos de espiritualidad y de comunión. Vamos a examinar, más detenidamente, las condiciones que reclama la espiritualidad de comunión. 11 La primera, es tomar conciencia de que somos hombres y mujeres, acogidos por Dios, no en abstracto sino en 1ª persona del singular. Es importantísimo este paso Lafrance, Jean. “El Poder de la oración”. Madrid 1982. Narcea. 12 Parellada, Josep-Enric, osb. “Lo vió pasar y lo acogió”. Atti del 3º Congresso Europeo sui Santuari e i Pellegrinaggi. Città del Vaticano 2002. 13 St 2, 1-4. X Encuentro de Santuarios de España (octubre de 2007) ”La comunión eclesial, carisma y don” pág. 5 CONFERENCIA EPISCOPAL ESPAÑOLA http://www.conferenciaepiscopal.es C/ Añastro, 1. 28033 MADRID (España) [email protected] para que “la unidad”, que exige Jesús a sus discípulos, sea fruto del corazón y no simplemente de unas teorías o ideas que a la larga no sirven para nada. La segunda es la acogida de uno mismo: yo soy el primer gran don que he de acoger14. El no acogerse uno a sí mismo es a menudo causa de problemas y de acciones pastorales erróneas, y desdibuja la relación de comunión entre Dios y el hombre o la mujer. La tercera es tener una mirada desde el corazón hacia el misterio de la Trinidad: Comunión de personas por excelencia, que nos permite percibir en el hermano la luz que emana de su corazón. La cuarta es crear conciencia, fomentar y vivir la comunión desde la común identidad bautismal. Se trata de ir a la raíz. Todo lo demás que hagamos sin ir a esa raíz, dejará en pie algunas distancias o divisiones. La "actitud básica para vivir la comunión eclesial" es tomar en serio ese amor con que el Espíritu nos injerta en la vida, muerte y resurrección de Jesucristo por el bautismo; amor que nos hace hijas e hijos del Dios de Jesús, y hermanas y hermanos (amor sin fronteras ni límites, insobornable y gratuito, que va primero a los últimos y ama también a los enemigos, con todas las consecuencias, “amaos los unos a los otros como yo os he amado”15 5. El don de la comunión, fruto de un camino espiritual Las actitudes que hemos descrito brevemente hasta este momento exigen ciertas cualidades; trabajarlas será para nosotros una “ascesis”, es decir, plantearnos, de nuevo y a fondo, nuestra situación personal a la luz de Dios e intentar discernir lo que Dios nos revela a cada uno en particular y a la humanidad. Describamos algunas cualidades. No estar cerrado en uno mismo. El que vive cerrado en si mismo, no puede acoger porque no deja que nadie entre “en su casa”. Existen mil maneras de poner obstáculos a la acogida del otro, como hay mil maneras de vivir encerrado en uno mismo. Tener un corazón disponible. Esto implica humildad, que es sinónimo de pobreza. Los ricos no pueden acoger. En su corazón no hay espacio para el Otro ni para los otros, porque está lleno… Siempre los temas, riqueza etc, vinculados a la experiencia espiritual – en un intento de pasar de la “ortodoxia a la “ortopraxis” – hemos de referirlos a nosotros en primera persona del singular. Y en concreto, como les decía en el apartado anterior, también existen múltiples formas de riqueza… El trabajo, la ascesis a realizar, tanto a nivel personal como eclesial, es enorme… No ser celoso de lo que uno tiene. El miedo a ser expoliado impide la acogida. Ver al “otro” como un enemigo, no predispone a la acogida. ¿Os imagináis que Dios contemplara al hombre, la mujer, como contrincantes? Llegados aquí, surge inevitable la pregunta: ¿cómo veo al otro?, ¿cuáles son mis temores respecto a él?, ¿es alguien que viene a perturbar mi paz?, ¿es alguien que me puede desinstalar?. Recordemos a este respecto, en sentido contrario, la afirmación de Sartre: “El infierno son los otros”… 6. Criterios prácticos 14 “Que tienes que no hayas recibido”. 1 Cor 8, 1. 15 Jn, 15, 12. X Encuentro de Santuarios de España (octubre de 2007) ”La comunión eclesial, carisma y don” pág. 6 CONFERENCIA EPISCOPAL ESPAÑOLA http://www.conferenciaepiscopal.es C/ Añastro, 1. 28033 MADRID (España) [email protected] La acogida de nuestra situación personal, el sabernos acogidos por Dios, comporta, por nuestra parte, unos gestos, una praxis que nos puede ayudar. Sin ninguna pretensión por mi parte, he preparado un elenco, que puede ser ampliado por cada uno dependiendo de su situación personal. "Una mirada al corazón desde el misterio trinitario que habita en nosotros. Reconocer su luz en el rostro de los hermanos. Sentir al hermano de fe en la unidad profunda del Cuerpo Místico, como alguien que me pertenece. Atender sus necesidades. El cristiano está llamado a ser el brazo del Señor en la vida diaria. Y brazo significa un hombre donde la gente pueda apoyarse; una mano dispuesta siempre a dar; un abrazo siempre dispuesto a acoger. Ver lo que hay de positivo en el otro. Valorarlo como don de Dios para mí. Llevar mutuamente las cargas. Rechazar tentaciones egoístas que engendran competitividad, desconfianzas y envidias. Sentir al hermano como “uno que me pertenece”, compartiendo alegrías y triunfos y fracasos, y ofreciendo, al mismo tiempo, una acogida de amigo. Saber “dar espacio” al hermano, llevar la carga de los otros, rechazar el egoísmo, la competitividad, la desconfianza y las envidias. En palabras de M. Heidegger: “dejar ser al otro”. Ante una persona, aunque sea tu esposa o esposo…, decía Pedro Lain Entralgo, hay que andar de puntillas y en silencio, pues es… otra persona. La espiritualidad de la comunión reclama, finalmente, disponibilidad, comprensión, solidaridad, inventiva creadora, improvisación, diálogo, sentido de la gratuidad y, ante todo, fuerte dosis de discreción, delicadeza, prudencia, tacto y, sobre todo, discernimiento espiritual. Reclama fundamental y radicalmente: conversión y oración. penas, 7. Conclusión Hemos llegado al final de esta reflexión. Al inicio de la misma les decía que toda reflexión teológica tiene que partir de la Palabra de Dios. También la meta ha de ser la Palabra, en forma de oración o de proclamación. Por esto, podemos concluir afirmando, sin ninguna duda, que la “comunión” es el ideal de unidad deseado por Jesús en su oración sacerdotal a sus discípulos de todos los tiempos. ¿Seremos capaces los cristianos de construir un mundo en el que la paz de Cristo habite, por lo menos, en nuestros los corazones?. Pidamos todos con Cristo al Padre: “Que todos sean uno, como tú Padre, estás en mi y yo en ti, a fin de que el mundo crea que tú me enviaste” (Jn 17,21). Se trata de una común-unión, esto es, de colocarse en común y de compartir el ser, el tener y el saber de Cristo. Para nosotros sacerdotes y también para todo cristiano, la Eucaristía es la fons et culmen de la comunión: “Quien come mi carne y bebe mi sangre permanece en mi y yo en él”.16 16 Jn 6, 56. X Encuentro de Santuarios de España (octubre de 2007) ”La comunión eclesial, carisma y don” pág. 7 CONFERENCIA EPISCOPAL ESPAÑOLA http://www.conferenciaepiscopal.es C/ Añastro, 1. 28033 MADRID (España) [email protected] Es en la Eucaristía donde nos identificamos con Cristo; por esto, a partir de nuestra fe común, debería realizarse entre nosotros la comunión: “Existe un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios y Padre de todos, que está por encima de todos, en medio de todo y en todos”17 Finalmente, como han podido ver, el sencillo planteamiento que les he expuesto sobre la comunión no existe por decreto, sino que es, ante todo, un proyecto de vida siendo, en palabras de Ireneo, “iconos del Nazareno”. Se trata de una disposición interior y de un ejercicio continuado de aprendizaje. La comunión exige una apertura incondicional al Otro y a los otros, aceptación de lo diferente, generosa disposición para descubrir los “signos de los tiempos”y adaptación a sus mensajes. Para lograr estos ideales es necesario: saber renunciar a convicciones arraigadas en nuestras mentalidades, coraje para romper con cómodas y antiguas posturas, abriendo con valentía nuestras mentes y corazones a lo nuevo y lo inusitado, ¡aunque no nos agrade!, ya que con el salmista cantamos: “envías tu aliento y los creas, y renuevas la faz de la tierra”18. Les agradezco la acogida que han dispensado a mis palabras. 17 Ef 4, 5-6. 18 Ps. 103, 30. X Encuentro de Santuarios de España (octubre de 2007) ”La comunión eclesial, carisma y don” pág. 8