La Solidaridad en la Sagrada Escritura

Anuncio
LA SOLIDARIDAD
EN LA SAGRADA ESCRITURA
EN LOS DOCUMENTOS DE LA IGLESIA Y EN
LOS ESCRITOS DE S.A. GIANELLI
Lectura sugerida
“La Sagrada Escritura nos habla continuamente del compromiso activo en favor del hermano. Esta exigencia no se limita
a los confines de la propia familia y ni siquiera de la nación o del
estado, sino que afecta ordenadamente a toda la humanidad.”
(Comtesimus Annus)
En su Carta Apostólica “Ecclesia in América”, Juan Pablo II
expresa con claridad y firmeza, la convicción de que la presencia viva de Cristo es la que sustenta el dinamismo de la vida de
la Iglesia, así como el empeño de su misión. Fieles y Pastores
tenemos certeza de que es el Señor Jesús quien nos “une en
comunión” para después, abrirnos a la práctica Solidaria para
con todos.
La liturgia y los pobres son dos excelentes lugares de encuentro con Cristo. En la Liturgia el encuentro se hace diálogo a
partir de la Palabra proclamada y de la presencia real de Cristo
en la Eucaristía.
El Amor y la Compasión son la piedra de toque para descubrir el rostro de Cristo en los pobres. Podemos decir que la
atención caritativa de los fieles para con los pobres, enfermos,
niños, ancianos y excluidos, es la mejor señal del amor preferencial que la Iglesia nutre por ellos. La Palabra y los gestos de
Jesús nos inducen, no a una aproximación meramente filantrópica y sentimental, sino a buscar como Él, una verdadera “identificación con el pobre”, hasta el punto de aceptar su lugar social (
Mt. 25, 31-46).
Nos dice el Papa Juan Pablo II que la conversión lleva a la
persona a servir al prójimo en todas sus necesidades, tanto materiales como espirituales, porque en cada hombre resplandece
el rostro de Cristo.
A partir del Evangelio es necesario promover una cultura
de la Solidaridad que incentive oportunas iniciativas de apoyo a
los pobres y a los marginados. La Palabra es quien debe provocar el compromiso de la Solidaridad recíproca y base de la justicia social que es la que debe regular la conquista del bien común. “La Iglesia en América” está llamada a cultivar una auténtica cultura globalizada de la Solidaridad y esto a partir del Evangelio.
“Nadie puede sentirse eximido de esa exigencia social y
humana que es la solidaridad”. La indigencia de quienes viven
en un estado de extrema necesidad, requiere una extraordinaria
generosidad en el compartir. Sin embargo, la Solidaridad Cris-
tiana exige mucho más que
una asistencia elemental
material. Ha de ejercerse
también mediante esfuerzos
de promoción integral: creación y mantenimiento de
fuentes de trabajo; estímulo
a la laboriosidad productiva;
desarrollo de las economías
regionales; promoción eficaz
de los niveles de salud,
educación, cultura, nutrición
y posibilidades reales de
acceso a condiciones de
vida, trabajo y vivienda, humanamente dignas.
En una patria dotada
de todo tipo de recursos y
posibilidades, el pecado de
falta de Solidaridad, lo que
conocemos también como
pecado social, es en gran
medida causa de los niveles
de miseria. Para convertirnos, es necesario volver al
Evangelio y redescubrir el
sentido de la austeridad. Así
podremos asumir en nuestras vidas esa fecunda pobreza evangélica que, reteniendo solo lo necesario,
impulsa a compartir con
alegría lo que se es y lo que
se posee, enriqueciéndonos
al ser artífices de una justicia nueva, y liberadores fraternos del sufrimiento de
tantos.
Lc. 18, 18-26 / Hch. 20, 35-2
/ Cor. 9,7 / Lc. 19, 1-10
En 1969 los Obispos
argentinos señalaron que:
“No se puede vivir la caridad
y nadie puede sentirse verdaderamente cristiano si
mantiene actitudes que contribuyen a la marginación u
obstaculizan la participación
de todos los hombres en la
vida y en los bienes de la
comunidad”. Sgo. 2, 1-6
Solidaridad desde el Antiguo Testamento:
Dios se revela en la historia de la Salvación como Solidario
con su pueblo, pobre y oprimido, para formar con ellos una
alianza y liberarlos de la esclavitud (Gen. 4,9-10; Ex 3,7-20;
Dt.10, 17-18).
Los profetas bíblicos anuncian una Nueva Alianza (Jer.
31,32; Ez. 36,16-38; Is. 55,3; 54,1-10) al mismo tiempo que denuncian la injusticia de los ricos y sus prácticas culturales en las
que divorcian la Fe y la Vida (Am 5,21-24; Is. 1,11-17; 58,3-11;
Mi. 6, 6-8; Jer. 7,4-7). En ellos, la justicia adquiere una importancia singular, equiparándose a la santidad. El Santo es el justo.
Nuevo Testamento:
Jesús es modelo de servicialidad y solidaridad, pues en su
encarnación, quiso tomar la condición de siervo (Fil. 2,6-11), en
Él se cumplen las profecías del profeta Isaías sobre el “Siervo
de Yahveh” (Is. 42,53 ss), su solidaridad se prolonga por toda la
vida y culmina con su muerte. Su servicio en la obra redentora lo
realiza en orden a la unidad y la reconciliación. (Mt. 20,28; Lc.
22,27; Fil. 2,7)
A Jesús se lo descubre precisamente, en la solidaridad
con los débiles y marginados: pasó su vida haciendo el bien. Lo
criticaron por juntarse con gente de mala vida, condenó la conducta de los fariseos que se creían buenos y eran injustos con
los demás (Lc. 19). Para los hombres y las autoridades del tiempo de Jesús, fue incómodo el mensaje de la Buena Nueva que
anunciaba y esto trajo como consecuencia su muerte en la cruz
(Mt. 10,42; 25,31-46;
Mc. 9,37; Lc. 10,25-37; 11,46; 19, 10).
*El Reino de Dios se hace presente, imperfecta pero realmente, ya desde aquí, en las realidades económicas, políticas,
religiosas, educativas, familiares y recreativas. En el establecimiento definitivo del derecho de los marginados, le realización
plena de la fraternidad entre los hombres, la reconciliación armoniosa con toda la creación, y la comunión final con Dios mismo, que será “todo en todas las cosas”. (Mt. 25-34).
María
María, al piè de la cruz tomó como hijos a todos los hombres. Ella es la madre Solidaria al pie de la cruz de todos sus
hijos: de nuestros hermanos enfermos, ancianos, inmigrantes,
víctimas del odio y de la violencia. Ella vivió los gozos y las
sombras de la existencia humana y supo permanecer fiel y firme
junto a la cruz. Ella es modelo de la Iglesia suplicante, acompaña con amor materno a la Iglesia peregrina, le muestra el fruto
bendito de su vientre y anticipa su suerte y su destino. Y ella es
bienaventurada por todas
las generaciones por ser la
humilde esclava del Señor y
por ofrendar su vida entera
a la Causa de Jesús y de su
Reino. Una vez más Marìa
es modelo: en esta oportunidad de solidaridad, ya que
su misma vida la ofrendó
para la redención y desde
allì su maternidad se universalizó-
Magisterio Actual
de la Iglesia
Anunciando el Evangelio con la fuerza del Espíritu, la Iglesia se constituye
en comunidad evangelizada
y evangelizadora y, precisamente por esto, se hace
SIERVA DE LOS HOMBRES. En ella los fieles laicos participan en la misión
de servir a las personas y a
la sociedad. Es cierto que la
Iglesia tiene como fin supremo el Reino de Dios, del
que “constituye en la tierra
el germen e inicio (Conc.
Ecum. Vat. II, Const. Dogm.
Sobre la Iglesia Lumen gentium, 5) y está, por tanto,
totalmente consagrada a la
glorificación del Padre. Pero
el Reino es fuente de plena
liberación y de salvación
total para los hombres: con
éstos, pues, la Iglesia camina y vive, real y enteramente solidaria con su historia.
Descubrir y hacer redescubrir la dignidad inviolable de cada persona humana constituye una tarea
esencial; es más, en cierto
sentido es la tarea central y
unificante del servicio que la
Iglesia, y con ella los fieles
laicos, están llamados a
prestar a la familia humana.
Toda la Iglesia como tal está directamente llamada al servicio de la CARIDAD: “La Santa Iglesia, como en sus orígenes,
uniendo el “ágape” con la Cena Eucarística se manifiesta unida
con el vínculo de la caridad en torno a Cristo, así, en nuestros
días, se reconoce por este distintivo y, mientras goza con las
iniciativas de los demás, revindica las obras de caridad como su
deber y derecho inalienable. Por eso la misericordia con los pobres y enfermos, así como las llamadas obras de caridad y de
ayuda mutua, dirigidas a aliviar las necesidades humanas de
todo género, la Iglesia las considera un especial honor”. (Con.
Ecum. Vat II, Dec: sobre el apostolado de los laicos Apostólicas
actuositatem, 8). La caridad con el prójimo, representa el contenido más inmediato, común y habitual de aquella animación cristiana del orden temporal, que constituye el compromiso específico de los fieles laicos.
Con la caridad hacia el prójimo, los fieles laicos viven y
manifiestan su participación en la realeza de Jesucristo, esto es,
en el poder del Hijo del Hombre que “no ha venido a ser servido,
sino a servir” (Mc 10,45). La caridad, en efecto, anima y sostiene
una activa solidaridad, atenta a todas las necesidades del ser
humano.
La Iglesia alaba y estima la labor de quienes, al servicio
del hombre, se consagran al bien de la cosa pública y aceptan el
peso de las correspondientes responsabilidades (Gaudium et
spes, 75). La solidaridad es el estilo y el medio para la realización de una política que quiera mirar al verdadero desarrollo
humano. Esta reclama la participación activa y responsable de
todos en la vida política, desde cada uno de los ciudadanos a
los diversos grupos, desde los sindicatos a los partidos. En este
ámbito, como reza en la Encíclica Sollicitudo Rei Socialis la
solidaridad “no es un sentimiento de vaga compasión o de superficial enternecimiento por los males de tantas personas, cercanas o lejanas. Al contrario, es la determinación firme y perseverante de empeñarse por el bien común; es decir, por el bien
de todos y cada uno, para que todos seamos verdaderamente
responsables de todos. (Sollicitudo rei socialis, 38)
La solidaridad política exige hoy un horizonte de actuación
que, superando la nación o el bloque de naciones, se configure
como continental y mundial.
El fruto de la actividad política solidaria tan deseado por
todos y, sin embargo, siempre tan inmaduro es la PAZ. Como
discípulos de Jesucristo “Príncipe de la Paz” (Is 9,5) y “Nuestra
Paz” (Ef 2,14), los fieles laicos han de asumir la tarea de ser
“sembradores de la Paz” (Mt 5,9), tanto mediante la conversión
del “corazón”, como mediante la acción a favor de la verdad, de
la libertad, de la justicia y de la CARIDAD, que son los fundamentos irrenunciables de la Paz. La solidaridad “es camino hacia la paz y, a la vez hacia el desarrollo” (En. Sollicitudo rei socialis, 39) Con ese fin, los files laicos han de cumplir su trabajo
con competencia profesional, con honestidad humana, con espíritu cristiano, como camino de la propia satisfacción (Gaudium et
spers. 63), según la explícita
invitación del Concilio: “Con
el trabajo, el hombre provee
ordinariamente a la propia
vida y a la de sus familiares;
se une a sus hermanos los
hombres y les hace un servicio; puede practicar la verdadera caridad y cooperar
con la propia actividad al
perfeccionamiento de la
creación divina. Sabemos
que, con la oblación de su
trabajo a Dios, los hombres
se asocian a la propia obra
redentora de Jesucristo,
quien dio al trabajo una dignidad sobre eminente, trabajando con sus propias manos en Nazaret”. (Gaudium
et spers, 67. CF. J. P. II Enc.
Laborem exercens, 24-27).
Elevemos nuestras súplicas,
guiados por la fe, la esperanza, la caridad que Cristo
ha injertado en nuestros
corazones. Esta actitud es
asimismo amor hacia Dios,
a quien a veces el hombre
contemporáneo ha alejado
de sí, ha hecho ajeno a sí,
proclamando de diversas
maneras que es algo “superfluo”. Esto es pues AMOR a
DIOS, cuya ofensa-rechazo
por parte del hombre contemporáneo sentimos profundamente, dispuestos a
gritar con Cristo en la cruz:
“Padre, perdónalos porque
no saben lo que hacen” (Lc.
23,34).
Esto es al mismo
tiempo Amor a los Hombres,
a todos los hombres sin excepción y división alguna:
sin diferencia de raza, cultura, lengua, concepción del
mundo, sin distinción entre
amigos y enemigos. Esto es
AMOR a los hombres que
desea todo bien verdadero a
cada uno y a toda la comunidad humana, a toda la familia, nación, grupo social; a los jóvenes, los adultos, los padres, los ancianos, los enfermos: es Amor a todos sin excepción.
Pensamiento de S.A.M ª. Gianelli,
sobre la solidaridad.
“Ser Misionero únicamente de nombre, NO BASTA. Hay
que tener el espíritu, el cual, siendo CARIDAD, debe ser, OPERATIVO”. S.A.M. Gianelli
.
Gianelli predicaba la fe y conmovía en la celebración de
los Divinos Misterios; predicaba la CARIDAD, la pobreza, se
alimentaba modestamente y daba a los “pobres” hasta lo que él
necesitaba llegando al punto de contraer deudas y obligar a los
herederos vender los pocos muebles que tenía, para saldarlas.
Decía: Recuerden lo que dice el Señor en el Evangelio
“Que quien sirve a los enfermos, a Él mismo sirve”.
A las Hermanas se les exige además del ejercicio continuo
de las virtudes comunes a todas las Hermanas, también aquellas otras “grandes y nobilísimas virtudes”: la paciencia, la calma
interna y externa, el semblante dulce, afable y además alegre, el
disimulo, las buenas maneras, una grandísima confianza en
Dios y en María, pero sobre todo una grande e incansable Caridad.
A la hermanas enfermeras, para quienes el Fundador tiene
particular cuidado. Exige una formación continuada y cuidadosa,
“porque son llamadas por Dios a uno de los más santos pero de
los más difíciles misterios”.
En el enfermo está la persona misma de Jesucristo, a
Quien la Hermana ha de SERVIR con el espíritu de Santa Catalina de Génova y de San Camilo de Lelis.
El moribundo será el objeto primordial de sus cuidados:
para él toda la diligencia, solidaridad (caridad), la solicitud posible y la asistencia amorosa en el plano externo. Que el alma se
sabe y el cuerpo sea tratado con respeto y se le de sepultura
cristiana.
Se había formado según el Evangelio, y de esta misma
inagotable sacaba consejo, máximas, ejemplos adoptándolos a
la necesidad de cada alma. A unas planteaba directamente el
dilema: “O servir a Dios o servir al amor propio”; a las otras recomendaba tener “el espíritu alegre, alegrísimo en el Señor”.
Receta siempre segura para todas: “Hacer siempre y bien al
menos de buen grado, la voluntad de Dios; obedecer aun a costa de la vida”, porque “a Cristo se encuentra ciertamente negándose a sí mismo”.
* Ejemplos de papá Santiago.
Si a la puerta de Gianelli llamaba el pobre, siempre habrá un pedazo de pan
para él, porque decía papá:
“También los pobres tienen
boca”, aunque pobre era él
mismo. Ejemplos que fueron
calando hondo en el corazón del pequeño.
Así en la escuela de
su madre y de su padre,
entraron en el corazón del
niño la Caridad y la Piedad.
Padre de los niños,
consuelo de los ancianos y
enfermos, fuerte defensor
de la fe, hombre de oración
y de penitencia, trabajador
incansable hasta el agotamiento de sus fuerzas: “el
hombre de todos”.
A Gianelli sacerdote,
nadie lo detenía; como a
San Pablo: “La Caridad de
Cristo lo urge”.
En todo momento: Sacerdote, Maestro, Amigo,
Padre... Se hizo todo para
todos para ganarlos a todos
para Dios. Los jóvenes lo
atraen; a ellos les da lo mejor de su alma sacerdotal.
No se limita a ilustrar
sus mentes, sino que forma
sus corazones en las sólidas
virtudes.
Induce a los jóvenes a
descubrir en el Evangelio,
los criterios de vida de Jesús, y la vivencia de los valores que propone.
En la homilía dice a los
fieles, que su único modelo
es el “Buen Pastor” sobre
cuyas huellas quiere caminar, agregando:
“Cuando sea necesario expondré también la
vida... yo no debo ahorrarla,
no puedo huir como mercenario”.
Donde sea necesario... debo derramar la sangre y morir: “El buen pastor da la vida por sus
ovejas”.
No tiene descanso ni horario: conforta a los enfermos, visita a los presos, consuela a los
afligidos, se hace todo para todos.
Cuando le sugieren prudencia dice:
“El sacerdote tiene solo dos lugares de descanso: para el cuerpo el sepulcro, para el alma
el cielo”. Le decían el Santo de Hierro. Cuando el cólera invade Chiávari le dice al Padre: Señor,
hiere al Pastor, pero salva a las ovejas”.
12 jóvenes dirigidas por él espiritualmente, responden a su invitación de ser las bases de un
Instituto Religioso que se llamará Hijas de Mª Sмª. Del Huerto.
Gianelli les habla del espíritu que los debe animar y les traza un breve pero austero programa
de vida:
“Amar y Servir, Trabajar y Orar y siempre en todo obedecer a imitación de Jesús obediente
hasta la muerte de cruz”.
Antonio María no ha muerto porque vive en sus Hijas, que siguen siendo su corazón, su boca y
sus brazos, ellas son las “Hermanas de Caridad”.
El carisma de “Caridad Evangélica Vigilante”, que inspira el accionar de todas las Instituciones
Gianellinas, nace de la experiencia espiritual de San Antonio María Gianelli que vio, especialmente
en la educación, un camino para que los hombres y las mujeres de su tiempo, y de todos los tiempos, descubrieran la voluntad de Dios sobre sus vidas y encontraran así su propia vocación y su
realización personal.
Colaboración Prof. Viviana Ramíres
[email protected]
Descargar