Domingo XXIX, Tiempo Ordinario Octubre 18 del 2009. Jorge E. Campos Huamán, Pbro. Comisión Episcopal de Seminarios y Vocaciones. I.- La Palabra de Dios: Is. 53,10-11; Sal 32; Hb 4,14-16; Mc 10,35-45. II.- Contexto bíblico: Isaías, “el canto del siervo”, alberga la fatiga de su alma, de su dolor, y de su sufrimiento mostrando su paciencia en aquel que brilla su esperanza en que sólo la luz de Dios que le habla, le hará comprender que lo que pasa no es a causa de su faltas, sino a causa de los crímenes y la persecución desatada entre los hombres de su pueblo (1L). La Carta Hebreos, nos invita a acudir al trono de gracia de Nuestro Señor Jesucristo, para que nos ayude y podamos colmarnos de su bondad. Que El, como Sumo y Eterno Sacerdote, compasivo y misericordioso, carga con nuestras flaquezas y debilidades, se ofrece en sacrificio por la expiación de nuestros pecados (2L). En el Evangelio, escribe San Marcos, que Jesús tomando en cuenta la petición que le hacen los hijos del Zebedeo y la indignación mostrada por sus discípulos, subraya la prioridad del servicio a las preferencias y buenos deseos que uno pueda tener; e interioriza su mensaje, hablándonos del sacrificio y las renuncias que se deben asumir en rescate por todos (Ev). III.- Comentario vocacional: Toda persona, en el momento en que se dispone a llevar algo a cabo, tiene una o muchas ideas sobre las probabilidades de poder hacerlo. Hablando de nuestra vocación, como llamados de Dios, nos encontramos con esta realidad y aún más con las dificultades intrínsecas y extrínsecas que se van presentando, lo resultante después de sacrificios, vencer obstáculos objetivos y sobre todo subjetivos, podemos decir que estamos orientándonos a lo que nos hemos propuesto a la meta; llegar a ser ministro de Dios. Lo importante es no perder el hilo de la vida que se orienta a Dios, el verdadero sentido de nuestra existencia; el poder descubrir y reconocer la vocación a la que Dios nos ha llamado, el haber sido engendrado y llamado a la vida, el nacimiento de nuestra vocación; inquietarnos por saber para qué servimos; el reconocer como vamos enfrentando los desafíos y riesgos que se van presentando a lo largo de nuestra existencia; el como ir superándolos conforme vamos creciendo; el saber a qué tenemos miedo, a qué nos enfrentamos y que esperanza abrigamos. El Siervo doliente. Meditando y contemplando sobre nuestra propia vida con vocación, casi siempre nos ha abrazado el temor de sentirnos solos y a veces vacíos y sin fuerzas para afrontar situaciones y circunstancias presentadas y que exigen un respuesta eficaz; uno se siente poco impotente, fatigado, frente sus pocas y debilitadas fuerzas y por ello frente al misterio esperanzador. Tal es el caso de Isaías Profeta, quien asiente su fragilidad y su debilidad ante los crímenes y las persecuciones y no ve ni comprende con claridad su misión, ni comprende sus angustias y las causas de su problema, para asumir su llamado, sin pensar en misterio escondido que lo ha atraído y que es Dios, el mismo que le acompañará y le asistirá, quien le pueda abrir los ojos para entender con mucho esfuerzo para saber lo que tiene que hacer como hombre de su pueblo para enfrentar en conciencia y con valor, el peso que lleva por dentro por sus pecados, por asumir la rebeldía de los demás y tenga que justificar toda fragilidad e interceder por todos para darse en sacrificio expiatorio. “Concédenos que nos sentemos en tu gloria, uno a tu derecha y otro a tu izquierda”. En nuestro proceso de vida y formación al abrazar cada una de las posibilidades, es de exigencia nuestra renuncia y sacrificio, donación de si y entrega total, no hay otra salida. Veamos el mundo amplio y globalizado de hoy, como el que nos toca vivir, con cambios rápidos y profundos, con juicios y deseos individuales, seducido por la comodidad, el confort, ventajas sobre el modo de pensar y reaccionar frente a las cosas y a nuestra misma persona. Hoy, ya no cuenta el sacrificio, ni por uno mismo, ni por los demás, no nos gusta soportar y menos ser sensibles a las miserias de los demás, se huye y se omite el esfuerzo propio, se va disminuyendo la voluntad y la capacidad de servicio; nos gusta que nos sirvan y también sobrepasar barreras desplazando medios, modos y exigencias, lejos los deberes, lejos las obligaciones; se busca sólo contentos, preferencias, honores sin merecerlos, primeras ubicaciones, felicidades esfumantes, fugaces y espirituosas, lejos de lo que uno por su propia vocación debe ser y le corresponde hacer. Nuestro mundo se orienta a ser servido y no a servir; los hombres con vocación inmersos en El, a la poca entrega, al poco sacrificio. “¿Podéis beber la copa que yo voy a beber…”. Nos toca sondear las profanidades de nuestro propio corazón y debemos ser sinceros, hoy nos encontramos con el perfecto amor escondido; pero al mismo tiempo con el temor frente al dolor y al sufrimiento y peor todavía con el temor al total sacrificio; la muestra es nuestra tibieza que cada vez carcome nuestra alma. Siempre buscamos afectos, que nos quieran, que nos complazcan, que nos pongan en los mejores lugares y puestos, donde nadie nos moleste, donde el don dinero y su valor por una asistencia sea mejor; que sin llegar a la meta se motiva y se piensa en buscar la comodidad, el confort, como tener movilidad, honores, viajar y conocer el mundo, títulos y títulos aunque no hay esencia ni sustancia, confusos en la verdad y en el bien, ajenos a a la moral y a los valores; muchas y aparentes e impecables elegancias, cuellos y portes altos, comidas selectas, el esnobismo del momento, el usar palabras rebuscadas y estridentes; conceptos y opiniones sin cargas de vida y vivencia; estructuras y programas irrealizables, proyectos sin compromisos ni evaluaciones; evasión u omisión a enfrentar los problemas, a los desafíos, tristezas y angustias; más sensibles a las máquinas productos de la tecnología que a las personas; la música cargada de sonido y poca inspiración. Es la copa de vinagre que se bebe sólo para soportar o es la copa de vino que lentamente, gota a gota nos va consumiendo y nos va dejando morir con el gozo de haber dado felicidad; es el bautismo con que nos hemos de bautizar, ¿estamos dispuestos?. “Pues no, tenemos un Sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras flaquezas…”. Se debe turbar nuestro espíritu, nos estamos quedando con menos de Dios, cono menos de Cristo y de su espíritu; nos estamos dilatando y desintegrando paulatinamente, nos encontramos con un cáncer de prejuicios en nuestras relaciones, con Dios y con los demás, sin oración sincera, sin diálogo, sin bienaventuranzas, sin misericordia y el perdón no cuenta; la redención como que está sólo para los que creen. ¿Podré compadecerme de las flaquezas de los demás? IV.- Sugerencias pastorales: Oración ferviente y perseverante. “Vengan a mi, los que están fatigados y sobrecargados, y yo os daré descanso. Tomen sobre ustedes mi yugo y aprendan de mi que soy manso y humilde de corazón; y hallarán descanso para sus almas, porque mi yugo es suave y mi carga ligera” (Mt 11, 28-29). Sacrificio, sobreponernos a la tibieza del espíritu. Fortalecer nuestra voluntad.