Reconocimiento de derechos Una reflexión ética Cecilia Tovar Los derechos humanos son indivisibles e interdependientes: a todos ellos se les debe dar igual protección y promoción, es decir, no se pueden usar unos derechos como excusa para negar otros. Sin embargo, de hecho es así: se sacrifican libertades aduciendo que esto se hace para asegurar condiciones mínimas de vida, o se afirma la libertad al costo de la extrema desigualdad y pobreza, como sucede en el neoliberalismo, o se limita la libertad por afán de seguridad, como ha ocurrido después de los atentados contra las torres gemelas en Nueva York. Libertad e igualdad entran en tensión. Es más, unos derechos (individuales, políticos, laborales) están plasmados en leyes u ordenamiento jurídico y son exigibles a los Estados, mientras otros (económicos, sociales, culturales) no lo están suficientemente o son vistos como problema individual; además, el neoliberalismo ha llevado a un retroceso en los derechos adquiridos, por ejemplo, los laborales. Sin embargo, los derechos humanos son exigibles éticamente aunque no estén normados por leyes, y de hecho es así como ha ido avanzando en la historia la conquista de los derechos. Por otra parte, la situación de pobreza en que se encuentra la mayoría de la humanidad es un serio desafío ético que pone en agenda los derechos económicos y sociales. La hipótesis que queremos proponer es que hay que superar una perspectiva individualista de los derechos para pasar a entenderlos intersubjetivamente, y que, al hacerlo, podremos encontrar algunas pistas sobre la relación entre libertad e igualdad que nos permitan tener algunos criterios para manejar la tensión entre ambas. Algunos conceptos de la filosofía actual nos pueden ayudar a fundamentar esta hipótesis. Recurriremos a Axel Honneth y Jürgen Habermas. UN CAMBIO DE PARADIGMA Honneth1, filósofo alemán contemporáneo, discípulo de Habermas, plantea que Hegel da un giro al modelo de lucha social de la modernidad, introducido por Hobbes y Maquiavelo y base de la teoría del contrato social, para plantear la lucha por el reconocimiento. Los modernos conciben la vida social como una relación de lucha por la autoconservación o concurrencia de intereses. Es el modelo darwinista o utilitarista de la competencia por la vida o por las oportunidades de sobrevivencia, modelo plasmado en Maquiavelo y Hobbes 2. Los modernos dejan de lado la teoría política de Aristóteles, que concebía al ser humano como un ser social o político, comunitario; lo consideran un ente egocéntrico, desconfiado, ocupado en su propio interés y que acepta subordinarse al Estado sólo por un cálculo racional; es decir, porque comprende que el Estado es el único medio para no ser víctima en la guerra de todos contra todos que significa el estado de naturaleza. El Estado garantiza sus derechos individuales contra la amenaza de los otros. Por el contrario, para Honneth, el concepto de lucha social no debe fundarse sólo en intereses sino también en sentimientos morales de injusticia, que surgen ante experiencias de menosprecio, es decir, de privación de reconocimiento. Él presenta esta tesis como un paradigma alternativo para explicar las luchas sociales: “En los sentimientos colectivos de injusticia, por el contrario, se asienta un modelo que remite el origen y el curso de las luchas sociales a experiencias morales que los grupos realizan acerca de la privación del reconocimiento social o de derechos” (Honneth: 199). Es una lucha por las condiciones intersubjetivas de la integridad personal, pues sin ellas ésta no puede existir. En este sentido, hay una lógica moral en los conflictos sociales, concebidos como luchas por el reconocimiento que parten de experiencias de menosprecio, es decir, son luchas por el reconocimiento de nuestros derechos, así como de nuestras formas de realización personal. Como dice Habermas, los derechos son relaciones, no cosas; son intersubjetivos3. Pero no todas las confrontaciones sociales y todos los tipos de conflicto se pueden ver de entrada como una lucha por el reconocimiento, sino que hay luchas sociales que obedecen a una lógica de intereses colectivos, como, por ejemplo, asegurarse la supervivencia económica. En los intereses colectivos se apoyan los modelos de conflicto que remiten el origen y el curso de las luchas sociales al intento de grupos sociales de conservar su poder de decisión sobre determinadas oportunidades de reproducción social, o a incrementarlo también en el terreno cultural o simbólico. Es una competencia por bienes escasos. Por lo tanto, el segundo modelo de conflicto no debe reemplazar al primero, sino sólo complementarlo y corregirlo. Sin embargo, es el segundo modelo el que explica mejor el cambio social, es decir, se encuentra en la lucha por el reconocimiento "el hilo conductor de una teoría social normativa plena de contenido" (Honneth: 114). Es un planteamiento sumamente ambicioso y sugerente. Hay cambios sociales impulsados por las luchas moralmente motivadas de grupos sociales, por el intento colectivo de lograr un mayor reconocimiento recíproco institucional y cultural. La lucha por el reconocimiento es una fuerza moral que impulsa desarrollos y progresos. El motor del cambio social es la lucha por nuevas formas de reconocimiento, por un incremento de la autonomía personal. EL RECONOCIMIENTO La identidad humana necesita el reconocimiento de los otros y es vulnerable a la falta de este reconocimiento, de modo que la denegación del reconocimiento es una forma de opresión que perjudica no sólo el trato que se recibe sino la idea de uno mismo, la relación con uno mismo, la identidad. Para Honneth, quien se inspira en Hegel, el reconocimiento es un proceso conflictivo, por eso habla de una lucha por el reconocimiento, señalando que en cada etapa de la formación de su identidad los sujetos entran en conflictos intersubjetivos o luchas por el reconocimiento de su autonomía (p. 88). Hay tres formas de reconocimiento: el amor, el derecho y la valoración social. En la primera no hay lucha, mientras que en las dos últimas el sujeto lucha para que se le reconozca una libertad cada vez mayor: derechos y formas de realización personal. Veamos las tres. El amor. La autoconfianza El amor es la primera relación de reconocimiento de la autonomía individual. Son “todas las relaciones primarias, en la medida en que (…) estriban en fuertes lazos afectivos” (Honneth: 118). En las relaciones afectivas primarias hay un equilibrio precario entre autonomía y conexión, ya que hay una tensión entre la entrega simbiótica y la autoafirmación individual4, aunque no hay propiamente lucha. Al comienzo de la vida humana hay una simbiosis entre madre e hijo, y a partir de allí se va dando un proceso a través del cual se van diferenciando y “aprenden a amarse y aceptarse como personas independientes” (Honneth: 122). El amor consiste en reconocer al otro como una persona separada, pero a la cual uno está ligado emocionalmente y a la cual uno se dedica. Esta forma de reconocimiento da lugar a una relación positiva del sujeto consigo mismo, la autoconfianza, a la que Honneth considera básica, al punto de afirmar que “la autoconfianza individual es la base imprescindible para la participación autónoma en la vida pública” (Honneth: 133), ya que es la que hace surgir en el sujeto sentimientos morales de indignación ante la falta de reconocimiento de sus derechos, y da fuerzas internas para la lucha por el reconocimiento. El derecho. El autorrespeto La segunda forma de reconocimiento es el derecho, y lo que se reconoce en él es la responsabilidad moral de las personas. Es la idea kantiana de que las personas tienen dignidad porque son sujetos morales. A diferencia del amor, que es afectivo y particular, el derecho es racional y universal, debe estar desligado de los sentimientos de simpatía o antipatía y debe valer para cualquier sujeto en la misma medida, es decir, todo sujeto humano, sin diferencia alguna, debe valer como un fin en sí mismo y debe ser reconocido como tal; la equidad o igualdad es intrínseca al derecho. La reivindicación de derechos por parte de diversos grupos sociales da lugar a una lucha por el reconocimiento, lo que conduce a un proceso histórico que no se daba en el caso del amor. Este carácter histórico se verifica en el desarrollo que ha tenido el reconocimiento de los derechos subjetivos, ya que se ha ido dando un proceso de ampliación de derechos en las sociedades modernas. “Reconocerse recíprocamente como personas de derecho, hoy significa más de lo que podía significar al principio del desarrollo moderno del derecho…” (Honneth: 144). La lucha por el reconocimiento es la lucha porque a determinadas personas o grupos les sean reconocidos determinados derechos, y la lucha por la ampliación de los mismos, que va de los derechos individuales a los políticos y sociales. Por tanto, es una doble ampliación: de derechos y de miembros de la sociedad a los cuales se les reconocen estos derechos. Por eso la lucha por el reconocimiento continúa en la esfera del derecho. Honneth distingue tres tipos de derechos subjetivos que se han ido planteando en ese proceso histórico de ampliación: 1) los derechos liberales de libertad (o derechos negativos que protegen la libertad, vida y propiedad); 2) los derechos políticos de participación (derechos positivos de participar en los procesos públicos de decisión); 3) los derechos sociales al bienestar (derechos positivos que permiten participar en la distribución de los bienes fundamentales). La importancia de estos últimos es grande para Honneth, pues considera que “la participación política sólo es una concesión formal a la gran masa de la población mientras la oportunidad de su participación activa no se garantice mediante un cierto grado de nivel de vida y seguridad económica” (Honneth: 143); estos son los derechos que hoy se niegan a la gran mayoría de la humanidad. Cuando no se da el reconocimiento de derechos, imperan los privilegios y las influencias; por eso el fortalecimiento del Estado de derecho es parte fundamental de la construcción de una sociedad justa. La relación positiva consigo mismo que se logra con el reconocimiento jurídico es el autorrespeto, porque en la capacidad de reclamar derechos la persona ve una muestra objetiva y pública de que se le reconoce como responsable moralmente. Honneth dice muy agudamente que “tolerar una inferioridad jurídica debe llevar a un sentimiento paralizante de vergüenza social del que sólo la protesta activa y la resistencia pueden liberar” (Honneth: 148). En efecto, quienes trabajan cerca de los sectores sumidos en pobreza extrema perciben muchas veces que la gente se avergüenza de su pobreza, no quieren salir a la calle ni relacionarse con los vecinos; al mismo tiempo, las organizaciones permiten a esos sectores no sólo logros materiales importantes, sino una afirmación de su dignidad. La valoración social. La autoestima La tercera forma de reconocimiento es la valoración social de las particulares cualidades que diferencian a las personas. En las sociedades modernas se hacen posibles modos diferenciados de autorrealización personal. En la sociedad civil pueden desarrollarse libremente diversas asociaciones, como las religiosas, académicas, etc. La valoración social, el prestigio o consideración es el grado de reconocimiento social que merece un individuo por la forma de su autorrealización, dentro de un horizonte común de valores, por ejemplo, dentro de una cultura, nación o colectividad. Hoy observamos en el mundo una lucha por el reconocimiento no sólo de las individualidades originales, sino también de ciertos colectivos: de las culturas dominadas, de las “razas” menospreciadas, de las mujeres, etc. El valor de lo particular y propio resurge en un mundo globalizado, al mismo tiempo que crece la relación entre los pueblos. El tipo de relación positiva con uno mismo que permite la valoración social es la autoestima, que es un sentirse seguro de poder hacer cosas o de tener capacidades que son reconocidas por los demás miembros de la sociedad como valiosas (Honneth: 158). A esta forma de reconocimiento también se la puede llamar solidaridad, entendida como la participación activa y recíproca en la autorrealización del otro. En efecto, toda forma de reconocimiento es recíproca, es intersubjetiva, y por lo tanto la realización del otro no puede serme indiferente. Pero, además, la relación de mutuo reconocimiento supone una simetría de ambas partes, y no tolera situaciones de exclusión, dominación y subordinación. Juan Pablo II habla de una globalización de la solidaridad. Honneth plantea la necesidad de “transformaciones culturales que traigan consigo una ampliación radical de las relaciones de solidaridad” (Honneth: 215). Allí hay que incluir la solidaridad con los que sufren los diversos modos de menosprecio, que veremos a continuación. LAS TRES FORMAS DE MENOSPRECIO El falso reconocimiento o la falta de reconocimiento puede causar daño, puede ser una forma de opresión que aprisione a alguien en un modo de ser falso, deformado o reducido. Para Honneth, a las tres formas de reconocimiento arriba analizadas, corresponden a su vez tres formas de menosprecio o denegación del reconocimiento, que son comportamientos que lesionan a las personas en el entendimiento positivo de sí mismas que deben ganar intersubjetivamente. Es justamente porque existe una conexión indisoluble entre la intangibilidad y la integridad del ser humano y la aquiescencia de los demás, entre individualización y reconocimiento, que aparece el peligro de una lesión que puede sacudir la identidad de la persona en su totalidad. El maltrato físico El primer modo de menosprecio concierne a la integridad corporal, es el maltrato, como, por ejemplo, retirar violentamente a una persona todas las posibilidades de disponer libremente de su cuerpo, o cualquier intento de apoderarse del cuerpo de una persona contra su voluntad, la tortura, el maltrato físico, la violación. El maltrato provoca humillación, y es más profundamente destructivo de la relación consigo mismo que las demás formas de menosprecio, ya que lesiona la confianza en sí mismo y en el mundo aprendida en el amor y puede producir, en caso extremo, una muerte psíquica. La negación de derechos El segundo modo de menosprecio es la privación de derechos o la exclusión social de un sujeto de determinados derechos dentro de una sociedad que, como vimos, son variables históricamente. Este menosprecio significa implícitamente que no se le considera responsable como los demás. Lo específico de la negación de derechos o la exclusión social es el sentimiento de no poseer el estatus de un sujeto de interacción moralmente igual y plenamente valioso, capaz de formar juicios morales, y por eso acarrea una pérdida del autorrespeto. Podemos considerar que cuando se lesionan los derechos al bienestar se produce también una forma diferente de daño, más bien semejante al maltrato físico: el hambre, la enfermedad, el desamparo pueden ser casi tan destructivos como la violación o la tortura. Por eso, además del sentimiento de vergüenza que acompaña a la privación de derechos, provocan desesperanza y violencia. La injuria o deshonra El tercer modo de menosprecio es la injuria o deshonra, es decir, la desvalorización social de modos de vida individuales o colectivos, y también está sujeto a un proceso de cambios históricos. Con ellas se le arrebata a la persona la aprobación social de una forma de autorrealización que debe encontrar difícilmente con ayuda del aliento y de las solidaridades de grupo. Esto acarrea una pérdida de la autoestima personal. Desde los menospreciados Es interesante notar que Honneth toma el punto de vista de los que sufren los modos de menosprecio: los maltratados, excluidos o despreciados. Es interesante que desde un horizonte filosófico se puedan plantear tesis tan cercanas a las de la teología de la liberación y a la opción por los pobres surgida en la Iglesia latinoamericana. En efecto, Honneth no sólo llama la atención sobre el daño que se les hace a los que sufren menosprecio sino que además subraya el hecho de que el menosprecio produce sentimientos que pueden motivar afectivamente la lucha por el reconocimiento. Es decir, los grupos que experimentan estas formas de menosprecio son los sujetos de las luchas por el reconocimiento. El valor de la lucha por el reconocimiento es doble, porque no sólo permite reivindicar formas más amplias de reconocimiento, sino que arranca a los sujetos de la pasividad, los saca de la vergüenza social que trae el sufrimiento pasivo de la humillación y el daño, y les devuelve el autorrespeto (Honneth: 198). Esto es reforzado por la solidaridad del grupo. Ejemplos de este doble valor de la lucha y organización los encontramos en las experiencias de mujeres que participan en comedores populares, y que expresan cómo esto les ha permitido crecer como personas. CONCLUSIÓN Lo que hemos visto nos permite plantear algunas pistas en relación con los derechos económicos, sociales y culturales, y su relación con los llamados derechos liberales o de libertad. En primer lugar, el motor del cambio social es la lucha por nuevas formas de reconocimiento, es decir, por un incremento de la autonomía personal. Es un proceso de liberación de la individualidad, de crecimiento de la autonomía de la persona y de la relación positiva de la persona consigo misma, y esto es lo que permite explicar el desarrollo moral, la transformación del sistema social. Pero esta afirmación del individuo no cae en el individualismo, puesto que se da en una perspectiva intersubjetiva, como es la de la lucha por el reconocimiento. Además, no basta con la autonomía formal de la persona, sino que hay que asegurar las condiciones de su autorrealización, lo que nos lleva al terreno de los derechos económicos y sociales. En segundo lugar, si vemos los derechos en esta perspectiva intersubjetiva, la simetría o igualdad es una exigencia muy importante e implica el reconocimiento de los tres tipos de derechos, incluidos los derechos económicos, sociales y culturales, cuya negación debe impulsar hoy las luchas por el reconocimiento de la mayoría de la humanidad. Como dice Habermas, “el derecho general de libertad implica un derecho general de igualdad, el derecho a un trato igual conforme a normas que garanticen la igualdad jurídico-material. Si de ello, para una de las partes, se siguen restricciones efectivas frente al statu quo ante, se trata no de restricciones normativas del principio, sino de la eliminación de aquellos privilegios que son incompatibles con la igual distribución de libertades subjetivas, exigida por ese principio” (p. 483). “En una comunidad jurídica nadie es libre mientras la libertad de unos haya de pagarse al precio de la opresión de los otros” (p. 502). Por tanto es necesario compensar las “asimetrías en las posiciones económicas o de poder” (p. 487) y dejar de lado la ficción de que los mecanismos espontáneos del mercado establecerían la justicia social, o de que los contratos se dan entre sujetos iguales. Esto también refuerza la exigencia de garantizar los derechos económicos, sociales y culturales, y previene además contra la oposición entre estos derechos y las libertades individuales y políticas. Un nuevo paradigma se va abriendo paso en la conciencia de la humanidad, desde una perspectiva ética que subraya los lazos que nos unen y que exige formas cada vez mayores de solidaridad. Este texto se basa en una ponencia en el Encuentro de Países Bolivarianos del DEPAS – CELAM, Lima, del 21 al 25 de abril del 2003. * Honneth, Axel, La lucha por el reconocimiento. Por una gramática moral de los conflictos sociales, Ed. Crítica Grijalbo Mondadori, Barcelona, trad. Manuel Ballesteros, 1997 (edición original en alemán en 1992). 2 Incluso en el planteamiento de Kant sobre la insociable sociabilidad se expresa la misma concepción (Idea de una historia universal desde un punto de vista cosmopolita). 3 Habermas, Jürgen, Facticidad y validez. Sobre el derecho y el Estado democrático de derecho en términos de teoría del discurso, Madrid, Ed. Trotta, 1998-2000, trad. de Manuel Jiménez Redondo (original en alemán en 1992 y 1994). 1 4 Ibid. p. 118. Honneth se basa aquí en Spitz y Winnicott.