Oración de confianza

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LA ORACIÓN DE CONFIANZA
Retiro del Seminario: 25 de agosto de 2011-09-17
Una actitud básica que debemos practicar en la oración es la confianza en la gracia de Dios y
en su amor providente que nunca nos abandona. Como siempre son los salmos los que ponen en
nuestros labios las palabras más hermosas para expresar esta confianza, este sentimiento básico de
seguridad que nos da el sabernos amados y el acogernos a la providencia de Dios. La oración se
confianza es la cura más eficaz para nuestros miedos.
El miedo anida en zonas muy profundas del corazón. Aflora allí e inunda nuestro cuerpo con
adrenalina y lo hace temblar. Las rodillas se entrechocan, las mandíbulas castañetean, nos empapa
un sudor frío, y el corazón traquetea en nuestro interior. ¿Quién no ha sentido miedo alguna vez?
El miedo puede llegar a ser tan intenso que uno prefiere morir a seguir sintiendo ese miedo.
En el miedo uno busca un lugar de refugio. Uno se esconde debajo de la cama, en el armario.
En Israel en todas las casas hay un “refugio” para caso de bombardeos, como los que ocurrieron en
la guerra del Golfo. Allí corre a guarecerse toda la familia cuando se escuchan las sirenas. En la
Edad Media, el refugio era la ciudadela amurallada, construida sobre la roca. Cuando desembarcaban los piratas y había “moros en la costa”, daban la alarma y todos corrían a ponerse a salvo tras
las murallas. Dios es el lugar de refugio para el salmista.
La Iglesia utiliza estos salmos sobre todo en la oración de Completas. Es la última oración
antes de irse a dormir y podemos rezarla ya en la misma cama una vez que la hemos memorizado.
De ese modo descansamos en el Señor.
La hora de la noche y de la oscuridad se presta a las pesadillas, los “espantos nocturnos”. El
salmo 91 cubre casi todos nuestros posibles temores: animales como áspides, víboras, leones y
dragones (13); enfermedades como la peste funesta, las epidemias, las plagas (3, 6 y 10), la violencia de los enemigos significada en las flechas o en las trampas del cazador (3 y 5), los accidentes y
caídas (12). Y finalmente el miedo mismo que es en el fondo a lo que más tememos (5). Hay miedos tan intensos que uno preferiría quitarse la vida antes que tener que sufrirlos.
Fíjate también en las metáforas para designar la protección divina: sombra protectora (1),
plumas que te cubren como las de un ave a sus polluelos (4), morada de refugio (v.9), palmas de
ángeles que te sostienen (v.11), torreón elevado (2,14), el escudo y la armadura de su brazo (v.7).
El salmo 4, mucho más breve, es muy adecuado para expresar también estos sentimientos.
“En paz me acuesto y en seguida me duermo, porque tú, Señor, me haces vivir tranquilo” (Salmo
4,9). Algunos lo titulan “Gratitud al final de la jornada”.
Otro precioso salmo de confianza es el salmo 23, el del Buen pastor. El salmista perseguido y
acosado por sus enemigos llega a refugiarse en la carpa del Señor, en recinto de su presencia. Al
atravesar el valle de tinieblas no tiene miedo, porque siente la compañía del Señor, y su vara y su
cayado le dan seguridad.
El salmo 121 es un salmo muy corto que expresa estos mismos sentimientos. Podemos dormir
tranquilos, porque no duerme ni reposa el guardián de Israel. Como en las películas de indios, los
colonos sitiados y a punto de rendirse, alzan sus ojos a los montes, esperando ver aparecer el regimiento de caballería que viene en su auxilio. Pero el salmista levanta su mirada a los montes y sabe que su único auxilio le viene del nombre del Señor que hizo el cielo y la tierra. No permitirá
que resbale nuestro pie, porque nuestro guardián no duerme
El salmo 27 es otro de nuestros preferidos para afianzar nuestra seguridad personal en el Señor. Aunque mi padre y mi madre me abandonen, el Señor me recogerá. Aunque acampe contra mí
todo un ejército, mi corazón no tiembla. Se repite el tema del lugar de refugio, y de la roca. Los
antiguos castillos elevaban sus torres sobre una Roca elevada inexpugnable. Allí se refugiaba la
población civil cuando los enemigos incursionaban en el territorio matando, violando y llevando
cautivos. “Los enemigos que se acercan para devorar mi carne sucumben y caen”. El salmista al
final irradia confianza y nos invita a todos los que le escuchamos a comulgar en sus sentimientos:
“Espera en el Señor, ten ánimo y firme corazón, espera en el Señor.
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Esta tranquilidad de reposar en Dios solo es posible cuando no hay en nuestra vida ambiciones ni montajes grandiosos. Por eso, en el salmo 131 el salmista descansa en Dios como un niño de
pecho en brazos de su madre. Su corazón no es ambicioso; sus ojos no son altaneros y no pretende
grandezas que superan su capacidad. Al acallar y moderar así los deseos de su corazón, alcanza la
verdadera paz; ya nada le turba y nada le espanta. Solo cuando no le queda a uno más que Dios,
llega a comprender que en realidad es lo único que necesita.
Pero no buscamos solo la seguridad personal, sino también la seguridad colectiva para las
comunidades con las que me identifico: mi familia, mi patria, mi diócesis, la Iglesia católica…
Hay algunos salmos especiales que articulan esta dimensión colectiva de confianza. La imagen es
la de una ciudad fuerte, Sión, que está fundada sobre los montes, y rodeada de montañas. Como las
montañas rodean a Jerusalén, así el Señor rodea a su pueblo (Salmo 125,1-2). “Tenemos una ciudad fuerte. Ha puesto Dios para defenderla murallas y antemuros… Confíen siempre en el Señor,
porque el Señor es una Roca perpetua” (Isaías 26.4).
Esta seguridad colectiva refuerza mi confianza individual. Todo el que confía en el Señor es
como el monte Sión y está fundado sobre Roca. Mi pertenencia al pueblo de Dios, a la ciudad de
Dios, me hace sentirme seguro. No vivo solo en un descampado, sino que vivo arropado por una
comunidad de fe que me rodea y me protege.
Los salmos de confianza repiten machaconamente la imagen del Señor situado a nuestra derecha (Salmo 121,5). “Con él a mi derecha no vacilaré” (Salmo 16,8). “Dios se puso a la derecha
de los pobres para salvar su vida de los jueces” (Salmo 109,31). Estamos sostenidos por la mano
derecha de Dios. Su mano no es un puño cerrado que nos aprieta asfixiándonos, sino una mano
tendida, ligeramente curvada, que nos sostiene formando un hueco para que no nos resbalemos ni
caigamos. En esa mano derecha de Dios encontramos un terreno firme en el que sentirnos seguros.
Abundan las metáforas bíblicas para este sentido de seguridad básica en la que consiste la fe:
Dios es roca, es fortaleza. Dice aún más nuestro salmo: Estamos “pegados” a él con un pegamento
que nunca se suelta. Más atrevido aún es Isaías cuando dice que estamos imborrablemente tatuados
en las manos de Dios (Is 49,16).
Una manera de ejercitar la confianza es repetir la jaculatoria: “Sagrado Corazón de Jesús, en
Vos confío”.La devoción al Corazón de Jesús fomenta esta actitud básica de confianza en el amor
que Jesús nos tiene.
Una forma de oración de confianza es la que mostraron las hermanas de Lázaro cuando le enviaron recado a Jesús diciéndole simplemente: “El que amas está enfermo” (Juan 11,3). O la oración
de María cuando se limitó a decir a su Hijo: “No tienen vino” (Juan 2,3).
En esta oración de confianza no se pide nada. Uno se limita a confiar el problema al amor de
Jesús que sabe mejor que nosotros lo que hay que hacer.
Hay una célebre “Novena de la confianza”, en la que durante nueve días seguidos se le confía al Corazón de Jesús una intención particular. El texto de esta oración no se pide nada, sino que
solamente se confía en el Señor para que él actúe como crea más conveniente. Podemos practicar
esta Novena por las diversas intenciones nuestras o de los seres queridos. El texto dice así:
Oh Jesús, a tu Corazón confío…………………………..
Mira y haz lo que tu Corazón te diga.
Deja obrar a tu Corazón.
Oh Jesús, yo cuento contigo,
yo me fío de ti,
yo me entrego a ti
Yo estoy seguro de ti.
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San Claudio de la Colombière fue un joven jesuita que ayudó a difundir la devoción al Corazón de Jesús. Es muy famosa su oración de la confianza, que podemos rezar en este segmento de
nuestra oración.
“Estoy tan convencido, Dios mío, de que velas sobre todos los que esperan en ti y de que no
puede faltar cosa alguna a quien de ti las aguarda todas, que he determinado vivir en adelante sin
ningún cuidado, descargando en ti todas mis preocupaciones.
Aunque me despojen los hombres de los bienes y de la honra, aunque las enfermedades me
priven de las fuerzas y medios de servirte, aunque pierda yo por mi mismo la gracia pecando; no
por eso perderé la esperanza, sino que la conservaré hasta el último suspiro de mi vida. Inútiles serán los esfuerzos de todos los demonios para arrancármela, porque con tu auxilio me levantaré de
la culpa.
Aguarden unos la felicidad de sus riquezas o talentos; descansen otros en la inocencia de su
vida, en la aspereza de su penitencia, en la multitud de sus buenas obras, o en el fervor de sus
oraciones. En cuanto a mí, toda mi confianza se funda en la seguridad con que espero ser ayudado de ti, y en el firme propósito que tengo de cooperar a tu gracia. Confianza como ésta jamás a
nadie le resultó fallida. Así que seguro estoy de ser eternamente bienaventurado, porque espero
firmemente serlo, y porque tú, Dios mío, eres de quien lo espero todo.
Bien conozco que de mí soy frágil y mudable; sé cuánto pueden las tentaciones contra las
virtudes más robustas; he visto caer las estrellas del cielo y las columnas del firmamento; pero
nada de eso logra acobardarme. Mientras yo espere, estoy a salvo de toda desgracia; y estoy cierto, de que esperaré siempre, porque espero también esta esperanza invariable.
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