Viernes, 5 de agosto de 2016 INTERVENCIÓN DEL PRESIDENTE DEL PRINCIPADO DE ASTURIAS, JAVIER FERNÁNDEZ Acto de inauguración de la 60 edición de la Feria Internacional de Muestras de Asturias La Feria Internacional de Muestras de Asturias cumple este año su sexagésima edición. Es un ordinal redondo, de esos a los que tan aficionados nos hemos vuelto y que ofrecen un buen pretexto para organizar una efeméride. Bienvenida sea esa iniciativa; no obstante, considero que hace ya mucho tiempo que la feria ha aprobado con holgura una doble reválida. Merece que lo reconozcamos. Una, que lógicamente es la que más preocupa a los organizadores, responde a los números anuales. El volumen de facturación, cuántos expositores y a cuántas empresas representan, cuántas entradas se compran, si acuden más o menos personas. Por los datos que se conocen, las previsiones son optimistas. Es probable que de nuevo se superen los 700.000 visitantes y que la actividad comercial mejore a la del ejercicio anterior. De mano, vaya la enhorabuena para la Cámara de Comercio por su labor. El éxito de la feria nos beneficia a todos. La segunda reválida, que me gusta subrayar, es que este certamen también se nos ha hecho querido, se ha sedimentado hasta formar casi un accidente geológico. Puede tener años buenos y regulares, pero aquí no se conciben Gijón ni Asturias ni el verano sin la feria internacional de muestras. Está ya incrustada en nuestra memoria colectiva. Por eso, ministra, hoy no sólo se inaugura un magnífico escaparate empresarial; hoy se regresa además a un paisaje propio para miles de asturianos. Es bueno que el Gobierno de España esté presente en un acto con tantos significados. Obviamente, las dos valoraciones a las que acabo de referirme están enlazadas. Sin el acierto continuado de las sucesivas ediciones de la feria a lo largo de las distintas etapas de su historia no se habría producido esa conexión, del mismo modo que el apego sentimental ha contribuido a la fortaleza del certamen. Es un doble vínculo. En realidad, los hechos nunca son unidimensionales. Debemos tenerlo en cuenta. Hoy se acostumbra la simpleza, que no la sencillez, y es cierto que la simpleza tiene una gran potencia expresiva, pero resulta una pobre herramienta para trabajar la realidad. Quienes nos dedicamos 1 a la política sabemos cuánto cuesta explicar lo complejo, y más cuando el lenguaje público suele achicarse, empequeñecido en una sarta de lemas publicitarios. En nuestra disculpa, en disculpa del discurso político público, puedo alegar que nos dicen que es una obligación de los tiempos. Si vamos a intervenir en un acto público o manifestar una opinión, siempre nos aconsejan: “Usa frases muy cortas, que se te entienda; da titulares rotundos, sin matices; habla como en un anuncio, piensa que estás vendiendo un coche usado”. La verdad es que a menudo se obra así, con un burdo manual de márquetin por delante. No es un error particular, sino un vicio generalizado y, todo hay que decirlo, muy celebrado por los medios de comunicación. Piensen ustedes, por ejemplo, si en una tertulia televisiva gana quien más razona o quien más recurre a la simpleza. El espectáculo impone su reglamento. ¿Dónde está la dificultad? En que la realidad no es simple, sino complicada, llena de recovecos y claroscuros. Por eso cuando renunciamos a explicar la complejidad regalamos cancha a los falsarios, a los buhoneros vendedores de crecepelo que solventan los problemas con eslóganes. No exagero: fíjense en que hay quienes sentencian que el repliegue del proyecto europeo es culpa de los inmigrantes, o que su mal se resumen en que España les roba, o que todo se soluciona con el abracadabra de la voluntad política, sin necesidad de capacidad técnica ni de respeto a la seguridad jurídica ni a los pactos de convivencia. Proclaman todo eso, se quedan tan anchos y lo peor es que muchos les creen, les aplauden y les votan. Deberíamos preguntarnos hasta qué punto todos, y no sólo los políticos, hemos contribuido y estamos contribuyendo a una cultura de la simplificación que conduce a la prohibición de la complejidad y empuja hacia los márgenes ideas sensatas, originales o simplemente ciertas. Les pongo otros ejemplos. Esta ocasión, el Gobierno de Asturias dedica su stand al turismo rural. Gracias a una iniciativa pionera, hace 30 años se inauguró en Taramundi el hotel La Rectoral, que abrió las ventanas de nuestro paraíso natural al turismo rural. Tres décadas después sobran motivos para conmemorarlo. Hoy esta modalidad está asentada, continúa en auge y explora caminos de diversificación, como el agroturismo. De enero a junio, este tipo de establecimientos habían recibido más de 70.000 visitantes, un 13% por encima del año pasado. Lo cierto es que, si las cosas no se tuercen, superaremos todas nuestras marcas turísticas. Es probable que rebasemos de nuevo los dos millones de visitantes (en junio ya sumaban 794.000), el número de viajeros de otros países crece y, muy importante para nuestro desarrollo, la aportación del turismo se consolida en torno al 10% del Producto Interior Bruto. Es una realidad impensable hace poco tiempo y además con horizontes de desarrollo. Destaco que tenemos un desafío colectivo: garantizar la calidad como un rasgo distintivo de la marca Asturias que 2 nos permita seguir siendo competitivos. Desde luego, el Gobierno del Principado se prepara para afrontarlo. No nos conformamos con un gran año ocasional. Queremos asegurar la excelencia turística. Esta buena coyuntura no es exclusiva de Asturias. En toda España estamos también ante un ejercicio turístico espléndido. No cabe duda de que son muy buenas noticias. Ahora bien, si yo me quedase en ese punto estaría simplificando la realidad y, hasta cierto punto, distorsionándola, porque esos excelentes datos son inseparables de la tensión social y la conflictividad que sufren destinos alternativos, llámense Turquía, Egipto u otros países. No hace falta extenderse con más nombres para asimilar que las circunstancias son excepcionales y, por tanto, es arriesgado considerarlas una referencia sólida. Lo mismo digo respecto a la situación económica. Conste que no estoy haciendo un reproche de tipo partidista, no quiero que se me malinterprete: estoy hablando de la importancia de considerar la complejidad. Por empezar por casa, en Asturias también acumulamos indicadores positivos sobre la evolución del empleo. La Encuesta de Población Activa 1 refleja un incremento en uno de los flancos más débiles de nuestra economía. Ese aumento es, de por sí, una noticia positiva y coherente con otros baremos. Si la referencia son las estadísticas de paro registrado, el Principado encadena 34 meses consecutivos de descensos interanuales. Con los datos de junio, muy favorables, la reducción interanual se sitúa en un 7.47%.2 De nuevo, la situación no es exclusiva de Asturias. La misma entrega de la EPA ha reducido la tasa nacional de paro al 20%, el porcentaje más bajo desde el verano de 2010. El Gobierno de España calcula que el próximo año acabará con una tasa inferior al 17%, gracias a la creación, entre este ejercicio y el próximo, de unos 900.000 empleos. El Ejecutivo también mantiene unas previsiones de crecimiento notables, con un 2,9% para 2016 y un 2,3% para 2017, vigorosos en comparación con ejercicios anteriores. La Autoridad Fiscal Independiente calcula que el desarrollo de Asturias llega, precisamente, al 2.9%.3 1 Los datos corresponden a la EPA del segundo trimestre de 2016. Paro registrado. Datos del mes de julio, publicados el 2 de agosto. 3 Informe de la Autoridad Fiscal Independiente difundido el 1 de agosto. 2 3 Habría que ser muy rácano, o muy sectario, para desdeñar estos números. Es evidente que son buenos. Pero otra vez hay que reparar en más cuestiones. Sin entrar a valorar en este acto la calidad del empleo que se está creando -y recordemos que el exceso de temporalidad, los salarios reducidos y la baja productividad son hechos negativos en cualquier economía-, no podemos obviar el empuje de los vientos de cola. Hablo de unos tipos de interés mínimos que se sostienen con el respirador del Banco Central Europeo, de la caída del precio del crudo y un euro abaratado que ha favorecido las exportaciones. ¿Es previsible que continúen estos vientos de cola propulsores de nuestra actividad económica? Lo sensato es ponerse en guardia. Aún no podemos calibrar el impacto del Brexit -las estimaciones difieren mucho entre sí-, ni pronosticar el desenlace de la crisis turca, ni la repercusión de las presidenciales de noviembre en Estados Unidos ni las consecuencias de los problemas de la banca de Italia y Portugal, ni la incidencia sobre la política interna de la amenaza terrorista (me refiero, por ejemplo, al espacio Schengen). Sabemos, esto sí con certeza, que en España tenemos un problema serio de ingresos y que la Unión Europea reclama un ajuste de 10.000 millones en 2017 y 2018 para alcanzar el objetivo del 3% de déficit. Desde luego, el panorama puede calificarse con muchos adjetivos, pero en ningún caso encaja definirlo como simple. Esta realidad múltiple e imbricada no puede despacharse con eslóganes, con hallazgos de tertulia. He elegido dos casos relacionados entre sí -la evolución turística y la económica- que muestran hasta qué nivel alcanza la interdependencia. Ni la gestión autonómica ni la nacional, por sobresalientes que sean, se bastan para asegurar triunfos en construcciones tan complejas. Es necesario elevar el nivel de exigencia en todos los ámbitos. Llegados a este punto, déjenme preguntarles: ¿ustedes opinan que el debate que vivimos hoy en España alcanza el nivel mínimo necesario de complejidad? No aludo sólo a los líderes políticos, hablo del debate público, que incluye muchos otros actores. Repito. ¿Creen de veras que el debate alcanza el mínimo preciso? No se preocupen, puesto que la pregunta es retórica, no hace falta que me contesten. Aclaro que no me sitúo por encima del bien y del mal: también soy responsable de aquello que reprocho. Por lo tanto, estas afirmaciones conllevan la cuota parte correspondiente de autocrítica. Como es lógico, leo y escucho mucho sobre la situación, y constato que en general apenas se manejan argumentos de regate corto. Hay analistas que nos animan a los políticos a rendirnos a la politiquería: confunden la política con la intriga de palacio y el enredijo de mesa 4 camilla y todo lo reducen a fintas, amagos y zancadillas, al más puro oportunismo. Hablan mucho de política, pero poquísimo de políticas. Si el debate se achica y no se sitúa a la altura, será difícil que de él resulte una solución aceptable. Hay cuestiones que, por mínimo sentido común, deberían presidir hoy nuestro debate público. Por ejemplo: -¿Cómo se va a afrontar el desafío independentista? No hablo de las respuestas judiciales mecánicas ni de acción-reacción, sino de diseñar un encaje jurídico y político a medio plazo, si es que somos capaces. A propósito, claro que es posible llegar a acuerdos con los partidos nacionalistas, siempre lo ha sido: es preferible que estén dentro que fuera del sistema Ahora, parto de que ese entendimiento nunca puede pasar por reconocer el derecho a decidir, eufemismo del derecho a dividir (a dividir el Estado me refiero). Conste que en la categoría de partidos nacionalistas no sólo hay que incluir a las fuerzas clásicas, sino también a las de nuevo cuño que se han hecho abanderadas de ese derecho a decidir. No nos llamemos a engaño: quienes han medrado en Cataluña, el País Vasco y Galicia gracias a haber hecho causa electoral de esos planteamientos son tan deudores del derecho a dividir como cualquier partido soberanista. No tienen marcha atrás posible en sus compromisos. Para quienes defendemos al Estado como un espacio público compartido de derechos y obligaciones en el que la solidaridad es un valor angular, aceptar esos criterios se nos hace un imposible. -Creo que ésa es una cuestión obligada, de tan esencial y prioritaria para nuestro Estado. Otra imprescindible es el compromiso con el proyecto europeo. Después del resultado del referéndum británico, ¿debemos mantener nuestro apoyo nacional al desarrollo de la Unión, la apuesta política más ilusionante en décadas, o nos sumamos al escepticismo que se expande como una mancha de aceite? Si sostenemos la apuesta, ¿consideramos que el desarrollo de la UE es compatible con el mantenimiento de la austeridad fiscal, tal y como ha sido entendida hasta ahora? Relacionada con ella, ¿cómo nos planteamos hacer realidad ese ajuste adicional de 10.000 millones del que habla el comisario Moscovici? ¿A costa de qué administraciones, a costa de qué servicios? -Sigo con las preguntas obligadas. ¿Con qué criterios se va a abordar la revisión de la financiación autonómica, que será ineludible en la próxima legislatura? ¿La abrimos como una negociación a la carta, dispuestos a contentar a las comunidades con mayores problemas, asumimos esa palabra horrible de la ordinalidad, o partimos de que es imprescindible garantizar la equidad en la prestación de los servicios públicos? ¿Consideramos que ya ha llegado la hora de buscar una solución estatal para asegurar la sostenibilidad del sistema sanitario, una solución que también debería ir ligada a la distribución de recursos para las autonomías, o permitimos que se continúe embalsando un problema que puede provocar el colapso de las administraciones regionales ? La lista de cuestiones puede hacerse mucho más extensa. Deberíamos estar hablando también de la sostenibilidad del sistema de pensiones, de 5 solucionar el problema de ingresos de la hacienda pública, de acotar la competencia fiscal entre comunidades, de salvaguardar la unidad de mercado, de mejorar la imagen de marca del país. La creación de intangibles en torno a una marca es una labor larga, esforzada y frágil. Hace años Renfe colocaba en las ventanas de los viejos trenes un “es peligroso asomarse al exterior”. Hoy asomarse es imprescindible, pero ¿qué valores, qué realidades, qué intangibles facilitan a las empresas de un país vender sus mercancías mejor que sus competidores extranjeros en los mercados mundiales o colocar su deuda a un más bajo interés? Sin duda la seguridad jurídica vinculada a una justicia rápida y fiable, un sistema educativo solvente, una mano de obra cualificada, unas infraestructuras modernas, unas administraciones eficientes, una universidad que investigue… son el cimiento imprescindible del prestigio de un país. Eso y algunas cosas más, entre ellas un Gobierno en ejercicio, este es un asunto capital, aunque algunos empiecen a pensar que si con un Ejecutivo en funciones desde hace ocho meses cada día amanece con la prima de riesgo en los 100 puntos y el país crece de manera razonable, a lo mejor ya no lo necesitamos. Reitero la argumentación. Con semejante catálogo de urgencias pendiente, ¿sería sensato derivar por tercera vez la responsabilidad al electorado? Equivaldría a constatar una crisis de capacidad política que desacreditaría nuestras instituciones, incentivaría la desafección, multiplicaría la desconfianza internacional y, en suma, dañaría nuestra imagen de marca como país. En el acto inaugural de la Feria Internacional de Muestras no procede que me dedique a proponer mi receta particular. Si me he extendido sobre la situación nacional es por una razón práctica: de cómo se resuelva dependerá en muy buena medida la evolución de Asturias y de España en los próximos años. Es un problema que nos concierne y nos atañe a todos y al que nadie debe presumirse ajeno. Cuando tanto se predica la calidad democrática, ahora enfrentamos una prueba real, no un simulacro: o somos capaces de dar con una salida seria que evite la repetición de las elecciones o provocaremos un roto en la evolución de España. Hoy, acordar una solución es un deber de calidad democrática que nos implica a todos. La seriedad y la complejidad pueden resultar aburridas, pero son imprescindibles. Disculpen que me haya alargado. Felicito de nuevo a los organizadores de este certamen y les deseo el mejor de los éxitos. Muchas gracias por haberme invitado. Declaro oficialmente inaugurada la sexagésima edición de la Feria Internacional de Muestras de Asturias. Se levanta la sesión. 6