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televisor: LA
SINo EL RoSTRo
el
CULPA
No
LA
TIENE
EL
ESPEJo,
Débora Madrid Brito
La primera vez que vi un televisor encendido fue en Brasil (1957). Me quedé
absolutamente encandilado [...] tenía que meterme en ese aparato que no conocía.1
NARCISO IBÁÑEZ SERRADOR
Y
precisamente eso fue lo que hizo
Narciso Ibáñez Serrador dieciséis años después de su primera
experiencia con un televisor, dejarse arrastrar de lleno por la misteriosa
seducción de aquel extraño aparato que desde entonces le había
acompañado, aventurándose a dirigir en 1974 El Televisor. El film,
protagonizado por su padre Narciso Ibáñez Menta, parte sin duda del
citado deseo de Serrador, pero no aclara al espectador si es éste quien
debe adentrase en el aparato o es la televisión la que le invade.
El Televisor, fue concebido como un capítulo más de la serie
televisiva Historias para no dormir, que dirigió Ibáñez Serrador y que
Televisión Española emitió desde 19662. Se trataba de una serie que
deambulaba entre el terror y el suspense. En ella, El Televisor, aunque
mantiene ese espíritu de tensión, intriga e incluso miedo, se muestra
como una especie de oasis reflexivo, una válvula de escape para el
equipo de la serie ya que “como prácticamente sólo hacíamos historias
de miedo, temíamos que el público pensara que sólo nos gustaban ese
tipo de guiones y que por haberle tomado la mano al terror ya éramos
incapaces de hacer nada más [...] Todos los años queríamos que
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en Historias para no dormir se colase una ‘Historia para pensar’.”3 Y
efectivamente, El Televisor, junto con otros episodios como El Asfalto, es
una puerta a la reflexión, en este caso una crítica hacia el medio
televisivo. Hay que reconocer la valentía de Serrador a la hora de
poner en tela de juicio los valores del propio medio donde él mismo se
movía y de sentenciarlo tan duramente.
El protagonista de nuestra historia - guión de Luis Peñafiel4 -es
Enrique, un hombre casado y con dos hijos que trabaja todo el día en
un banco y como administrador y contable de varios edificios para
poder ofrecer lo mejor a su familia. Tal y como describe la voz en off al
comienzo de la película, se trata de un hombre sencillo, bueno, simple
y gris. Y así lo vemos regresando del trabajo, como todos los días,
vestido con su traje gris, con un rostro igualmente apagado, que se
torna luminoso cuando pasa frente a un escaparate repleto de
televisores. Y es que la gran ilusión de Enrique es poder comprarse un
televisor a color. Durante años, se ha privado de tan deseado capricho
poniendo por delante otras necesidades de la casa, su mujer o sus hijos,
por lo que la definitiva compra del televisor supone todo un
acontecimiento. Tanto es así que la vida de Enrique y su familia
empieza a cambiar desde el momento en que se plantea realizar la
compra del aparato. La inexcusable puntualidad y eficiencia del
protagonista en su trabajo se ve dinamitada cuando le explica a su
mujer que no le importa llegar tarde para poder tratar con ella el
asunto durante el desayuno. En el transcurso de dicha escena, Enrique
dice a su mujer una frase que será premonitoria: “Tú me has dicho
tantas veces que la televisión no vale la pena”. Y es que la vida de
Enrique se detiene por completo al encender todos los días su televisor,
parece que el protagonista es absorbido sin remedio por el aparato y
por los programas que en él se emiten, que acabarán por asesinarlo
junto con su familia.
Narciso Ibáñez Serrador desarrolló un gran olfato para las
narraciones que, en medio del costumbrismo castizo o las series
extranjeras que se emitían en TVE por aquellos años, resultaban
insólitas e interesantes para el público5, adaptando para televisión
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historias y cuentos de escritores de la talla de Edgar Allan Poe o Ray
Bradbury. Dichas referencias se dejan notar en los trabajos de Serrador
por su cercanía a los géneros de terror y ciencia ficción, así como el
gusto por la narración de historias con propósitos moralizantes,
como de hecho ocurre en El Televisor. “Siempre he tenido buen olfato
para lo que puede interesar, en honor a la verdad hay que decir que
entonces era algo más fácil, pues al ser televisión única, al día siguiente
cuando ibas a comprar el periódico, cogías un taxi y el runrún te decía
lo que había gustado, y ese runrún entonces señalaba claramente que
era el género de terror y fantástico lo que más fascinaba y excitaba a la
gente y a ese género me dediqué. Y no creas que no intenté apartarme
y hacer otras cosas como una serie que se llamó Historias de Saint Michel,
era muy romántica, muy dulce, muy tierna, pero el ternurismo
entonces no funcionaba. Entonces me dije: ¿conque no funciona?...
Pues vamos a sacarnos de aquí monstruos, extraterrestres y demás. Así
empecé con Mañana puede ser verdad primero y posteriormente
con Historias para no dormir.”6
Pero el gusto por el género del terror le viene a Ibáñez Serrador
directamente de la mano de su padre, Ibáñez Menta, quien en su
juventud se codeó en Estados Unidos con grandes figuras del género
como Lon Chaney y Boris Karloff.7 De ellos, Menta aprendió técnicas
de maquillaje, disfraz e interpretación, que tuvo siempre en cuenta y
que adaptó a un estilo personal, proveniente del teatro. No es de
extrañar por tanto que Serrador recuperase a su padre como actor en
sus creaciones dentro del género. En nuestro episodio, Menta se
presenta de manera brillante, como un actor carismático, fascinando
con su enorme presencia ante la cámara y además considerablemente
versátil, capaz de mostrarse tierno, humorístico o dramático según el
caso.
A la experiencia dentro del género del terror se une la personalidad
de un ambiente narrativo propio. Sin duda Narciso Ibáñez Serrador
tiene una forma inconfundible de narrar, que se basa en sus amplios
gustos y conocimientos literarios. En este sentido, cobra relevancia la
construcción de los guiones en sus historias, para la cual el director
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adopta una forma que parte de un sorprendente desenlace,
construyendo luego sus argumentos. Serrador afirma inspirarse en el
estilo narrativo de O’Henry, un escritor norteamericano popular por
ser uno de los maestros del relato breve y destacado precisamente por
los finales sorpresivos. “Uno de los autores que más ha influido sobre
mí ha sido O’Henry, el popular cuentista norteamericano. O’Henry da
en todos sus cuentos una importancia fundamental a los finales
sorpresivos con los que remata sus narraciones. Un buen final, un final
inesperado, es garantía de éxito en toda narración corta […]
Prácticamente todos mis guiones originales están elaborados sobre la
plantilla de O´Henry. Tanto es así que cuando escribo un guión lo
hago siempre al revés, es decir, busco primero la pirueta, la sorpresa
final, y una vez hallada desarrollo el argumento.”8 En el caso de El
Televisor, es tras ver el desenlace y repetir al instante todo el argumento
en su cabeza cuando el espectador es consciente de estar ante una gran
historia. No se puede poner en duda la fuerza que adquiere el
desarrollo del argumento con un final tan potente y extraordinariamente inesperado como éste.
Las críticas que recibió El Televisor tras ser emitido por primera vez
fueron terriblemente negativas9. Nadie aceptó el ataque que suponía
para el medio televisivo una historia en la que un televisor es tratado
como asesino de toda una familia, así que Narciso Ibáñez Serrador fue
tomado casi por loco. La repuesta ante la historia contada en el
episodio fue la misma que tuvieron los policías al encontrar los cuerpos
al final de la película: “Si tan sólo es un televisor... y ¿qué daño puede
hacer un televisor?”
Para Enrique, el protagonista, la adquisición del aparato sí que
causó evidentes daños, especialmente en su entorno familiar. Desde un
primer momento Enrique comienza a olvidarse de comer, abandona su
trabajo y da de lado a su familia por no perderse ni uno solo de los
programas. Sus únicas conversaciones con su mujer o sus hijos se
reducen a la hora en que finaliza la emisión, y se limitan a sus
reflexiones y debates sobre las series, películas o concursos que ha visto
durante la jornada; y de nuevo, al día siguiente, se despierta
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emocionado y se arregla concienzuda y apresuradamente para estar a
punto cuando empieza la carta de ajuste10.
La entrada del televisor en la casa se nos presenta de un modo casi
mesiánico. Enrique acaba de llegar de trabajar y su mujer lo conduce
a la sala donde lo han colocado, que se encuentra con la puerta
cerrada. Se crea un ambiente de tensión, pues Enrique está a punto de
ver realizada la mayor ilusión de su vida. La situación resulta
magnificada por la banda sonora, que en esta escena sustituye la obra
original que Waldo de los Ríos crea para el episodio, por Así habló
Zatatustra de Richard Strauss, una música que inevitablemente nos
remite a 2001: Una odisea en el espacio (1968) de Stanley Kubrick. El uso
del poema sinfónico de Strauss en la secuencia inicial de la película de
Kubrick, está relacionado con el origen de la humanidad, por abordar
el momento en que un grupo de primates adquiere cierto grado de
conciencia sobre los recursos de que dispone para sobrevivir. La fama
de esta secuencia hace que el espectador, al escuchar la misma música
justo en el momento en que Enrique abre lentamente la puerta tras la
que podrá ver por fin su televisor, entienda el acontecimiento no sólo
como algo verdaderamente grandioso para Enrique, sino para la
humanidad. Y es que realmente la irrupción de la televisión ha sido
una de las grandes revoluciones sociales del siglo XX.
Ciertamente hay diversas evidencias del cambio que supone en la
relación de Enrique con su familia la llegada del televisor. Uno de ellos
es aquella secuencia en la que Enrique rechaza una invitación a comer
a casa de su cuñada para poder quedarse viendo la televisión. Durante
el diálogo con su mujer el plano muestra una ingeniosa puesta en
escena en la que el matrimonio se encuentra físicamente separado por
el televisor, que metafóricamente se interpondrá en la relación entre
ambos. La familia empezará a distanciarse cada vez más del
protagonista, que si bien es cierto que ha salido de la aburrida y pesada
rutina de trabajo que no le dejaba apenas tiempo libre, ha entrado en
otra nueva.
Absorbido y alienado por la programación televisiva Enrique cree
estar disfrutando por fin su sueño, pero éste ha terminado por
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convertirse en una rutina más dura, que lo aísla dentro de su propia
casa. Hasta tal punto es así que Enrique, su mujer y sus hijos son
incapaces de comprenderse. Cuando el padre se opone a que su hija
vaya al cine pudiendo ver películas en casa, o insta a su mujer a que se
arregle para ver el teatro en la televisión, entendemos hasta qué punto
el nuevo medio se ha convertido en el centro único de la vida de
nuestro protagonista. Esto se evidencia al espectador desde la escena en
la que Enrique pide a su familia que se quede en casa el domingo a ver
la misa en lugar de ir a la iglesia. Para Enrique, la televisión misma se
transforma en iglesia: “¿para qué ir? si ya la tenemos en casa”. Lo
mismo ocurre mientras conversa en la habitación con su mujer sobre
un documental: “Si os hubieseis quedado en casa hubieseis ido
conmigo a Castellón, o lo hubieseis visto, que es lo mismo”. Para
Enrique tener en casa un televisor supone tenerlo todo.
Esta confusión realidad-ficción que se produce en la mente de
Enrique hace que podamos calificar El Televisor como un episodio
próximo al género de ciencia ficción. Sin embargo, no se trata de un
fenómeno ajeno a la realidad. Incluso hoy en día la mayoría de las
personas siguen convencidas de la veracidad del medio televisivo, y
seguimos afirmando que algo ha ocurrido realmente porque lo hemos
visto en televisión. Pero lo mismo pasa con otros medios de
comunicación como la radio, los periódicos o Internet. Esa fe ciega en
las nuevas tecnologías y los mass media, que en El Televisor se representa
de manera muy clara en el plano en que vemos a Enrique arrodillado
ante el aparato, es un fenómeno que sin duda sigue completamente
vigente en nuestra sociedad. Es por lo tanto la credibilidad que
Enrique otorga a lo que ve en la televisión lo que le da el valor para
modificar sus hábitos y los de su familia; ya sea dejar de ir al trabajo,
dejar de salir de casa o aconsejar a su mujer a que compre
determinados productos que ha visto anunciar en la pantalla.
Efectivamente, la televisión puede ser peligrosa, especialmente si
establecemos con ella una relación en diagonal en la que todo lo que
ella nos “diga” está por encima de nuestras propias ideas,
pensamientos, y de nuestro criterio. Enrique dice en una ocasión a su
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mujer: “no es un aparato cualquiera, esto estimula la imaginación”. Y
es cierto, la televisión, al igual que la literatura o el cine, son puertas
que se nos abren al mundo, al conocimiento y a la imaginación; pero
como bien sabemos, no sólo son medios que no tienen por qué hablar
acerca de la verdad de las cosas, sino que además sus contenidos son
fácilmente manipulables, y en ocasiones hay que relativizar y
comprender en su justa medida la información que se nos transmite.
El problema de Enrique, es que convierte al televisor en el único
elemento mediador entre él y la realidad. Este hecho supone que
paulatinamente se vaya obsesionando no sólo con lo que el aparato le
cuenta, sino con los personajes que en él aparecen. Terminando por
implicarse en sus historias, dialoga con ellos e incluso se enfrenta
contra ellos. Estas luchas de Enrique con los criminales de las películas
simbolizan esa pugna que ha de suponer para el espectador el
enfrentamiento diario con aquellos mensajes que constantemente
recibe de los medios que le rodean, y contra los cuales el único arma
defensiva ha de ser la formación y la cultura. Y es que no parece algo
aleatorio que Enrique comience a sufrir estos enfrentamientos
esquizofrénicos a partir de la colocación de revistas de programación
televisiva en el lugar que antes ocupaban en su despacho la música y
los libros, la metáfora es bastante clara.
Y esta metáfora permite poner en relación a El Televisor, con
Farenhait 451 de François Truffaut, película de 1966, basada en la
novela homónima de Ray Bradbury, y que Narciso Ibáñez Serrador
parece haber tenido en cuenta como referente o al menos debía
conocer muy bien. Ambas películas comienzan introduciendo los
títulos de crédito iniciales del mismo modo, con planos de las antenas
de televisión en las azoteas de las casas.
En la película francesa, se cuenta la historia de una población en la
que el cuerpo de bomberos es el encargado no de sofocar incendios,
sino de quemar libros, ya que suponen la infelicidad del hombre, quien
al leer desarrolla un pensamiento reflexivo que le hace ser consciente
de la angustiosa realidad en la que vive. “Los libros desasosiegan a las
personas y las vuelven insociables” dice Clarisse, una muchacha cuya
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familia es tachada de antisocial por pensar por sí mismos.
Curiosamente la casa de Clarisse es la única en la ciudad que no tiene
antena de televisión, y es que la población es alienada y controlada por
el gobierno diariamente por medio de las pantallas en las salas de los
hogares, a través de una especie de programa al que paradójicamente
denominan “La familia”. Es la televisión el medio de mando que
adopta el gobierno para controlar a los ciudadanos, que resultan, al
igual que Enrique en El Televisor, completamente absorbidos. Así, la
mujer de Montag (el bombero protagonista de Farenhait 451) apenas
escucha a su marido cuando éste le habla mientras está frente a la
pantalla; del mismo modo que la mujer de Enrique es incapaz de
comunicarse con él cuando éste se encuentra delante del televisor.
Todo cambia para Montag cuando por primera vez comienza a leer
un libro, como todo cambió para Enrique al encender el televisor. Las
primeras frases que lee el bombero son realmente significativas: “… si
llegaré a ser el héroe de mi propia vida, o ese rol lo asumirá algún
otro.” En el caso de Enrique ese rol había sido depositado en manos de
la televisión, y no puede dejar de verla porque: “ya no sé pensar, los
libros me hacían imaginar, pero ya no se imaginar, porque allí me lo
ofrecen todo imaginado, imaginado por otros”. Parece como si la
televisión hubiera hecho a Enrique olvidarlo todo, hasta su capacidad
de pensar e imaginar, esa capacidad que sí le permitían los libros. Y
bien lo dice una de las amigas de la mujer de Montag, llorando tras
escuchar un párrafo de un libro: “no podía soportarlo, era todo aquello
que ya había olvidado”.
Finalmente, en Farenhait 451 un grupo de personas ha huido de la
ley para conservar el contenido de los libros. Para ello cada uno
memoriza un libro y pasa a identificarse con él. Cuando Montag
termina por unirse al mencionado grupo, el libro cuya identidad pasa
a tomar no es otro que Historias Extraordinarias de Edgar Allan Poe, de
quien Narciso Ibáñez Serrador adaptó numerosos cuentos en Historias
para no dormir.
Ambas películas suponen una reivindicación de la cultura para una
humanidad que cada vez se relaciona más con el mundo a través de
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medios técnicos como la Televisión. Una sociedad de personas que
cada vez leen menos, y que desarrolla cada vez menos el pensamiento
crítico. Ante esta situación, debemos plantearnos seriamente si es la
televisión (o por extensión cualquier otro medio de comunicación) la
portadora de ese mal o peligro que acecha a nuestra sociedad, y que en
El televisor causa la destrucción de la familia de Enrique, o si el daño lo
cometen las personas. Serrador no tiene ninguna duda: “el cutrelook
actual de la televisión pública refleja la miseria moral de la sociedad en
que se sustenta. La televisión es un espejo de lo que queremos. De lo
que nos demanda el público. Y quizás se atenúe la violencia, el sexo,
pero el mal gusto no, porque eso no se puede prohibir, ni juzgar, ni
censurar. Y se produce la terrible paradoja de que cuando la televisión
produce programas de gran calidad cultural, estos programas los ven
la gente que no los necesita, los cultos. Y hay que enseñarle las cosas
buenas a los analfabetos, pero a éstos les priva otro género.”11
Por lo tanto, si por algo debe ser reconocido El Televisor es por la
indiscutible vigencia que sigue teniendo la enorme crítica que en su
momento supuso el guión para el medio televisivo. A pesar de que éste
parece haber sido superado por medios como Internet, no podemos
olvidar la importancia que a nivel social sigue teniendo la televisión y
la influencia que todavía ejerce sobre los espectadores. El episodio
entonces, aborda una problemática que ha existido siempre y sigue
existiendo en todos los medios de comunicación, y que no es otra que
la de la alienación que se produce en el espectador cuando éste asume
sin ningún tipo de criterio la información e ideas que se le transmiten. La actualidad de la historia es recalcada por el director en la nueva
introducción al episodio que filmó a principios del presente siglo con
motivo de la edición en dvd de una selección de capítulos de Historias
para no dormir. En ella, el propio Serrador, caracterizado como anciano
afirma: “Tengo miedo de que cualquier cosa que pueda hacer hoy
huela a viejo, a trasnochado, la televisión actual es tan innovadora, tan
llena de talento y de cosas que nunca se habían visto antes”. Pero como
hemos visto, el argumento no resulta para nada trasnochado en la
actualidad, y Narciso Ibáñez Serrador era consciente de ello cuando en
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dicha introducción comenta mientras introduce un plano de un
televisor de pantalla plana moderno: “no lo entiendo… y me da mucha
rabia no entenderlo”. Algunos, cómo él, no entendemos cómo es
posible que las cosas poco hayan cambiado. Cuánta razón tiene al
afirmar que “la culpa no la tiene el espejo, sino el rostro.”12
N O TA S
1Narciso Ibáñez Serrador, citado en: DíAZ, Lorenzo, La Televisión en
España 1949-1995, Alianza Editorial, Madrid, 1994, p.344
2DíAZ, Lorenzo, La Televisión en España 1949-1995, Alianza
Editorial, Madrid, 1994, p.340
3Narciso Ibáñez Serrador, citado en: AGUIAR, Carlos (Cor.), Cine
fantástico y de terror español 1900-1983, Donostia Kultura, Gupuzkoa,
1999, p.239-240
4Pseudónimo utilizado habitualmente por Narciso Ibáñez Serrador
en sus guiones.
5AGUIAR, Carlos (Cor.), Cine fantástico y de terror español 1900-1983,
Donostia Kultura, Gupuzkoa, 1999, p.194-195
6Narciso Ibáñez Serrador, citado en: AGUIAR, Carlos (Cor.), Cine
fantástico y de terror español 1900-1983, Donostia Kultura, Gupuzkoa,
1999, p.235
7AGUIAR, Carlos (Cor.), Cine fantástico y de terror español 1900-1983,
Donostia Kultura, Gupuzkoa, 1999, p.232
8Narciso Ibáñez Serrador, citado en: AGUIAR, Carlos (Cor.), Cine
fantástico y de terror español 1900-1983, Donostia Kultura, Gupuzkoa,
1999, p.237
9AGUIAR, Carlos (Cor.), Cine fantástico y de terror español 1900-1983,
Donostia Kultura, Gupuzkoa, 1999, p.253-54
10La Carta de ajuste servía de guía para sintonizar tonos, brillos y
la propia señal. Precedía el comienzo de cada una de las emisiones.
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Con el paso del tiempo aquella pantalla se popularizó, aunque muy
pocos sabían realmente su utilidad. Normalmente, aparecía en cada
emisión diaria una hora antes de comenzar las transmisiones. Iba
acompañada de una música, generalmente clásica, con la que se podía
adecuar el volumen de los receptores. Hoy en día, al ser las emisiones
continuas la Carta de ajuste ha desaparecido para los ojos de
espectador y tan solo la utilizan los profesionales técnicos.
11Narciso Ibáñez Serrador, cietado en: DíAZ, Lorenzo, La Televisión
en España 1949-1995, Alianza Editorial, Madrid, 1994, p.351
12DíAZ, Lorenzo, La Televisión en España 1949-1995, Alianza
Editorial, Madrid, 1994, p.350
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