Heridas del corazón Por el Profesor Dr, FERNANDO CUADRADO C A REZON CATEDRATICO DE PATOLOGIA QUIRURGICA DISCURSO L E I D O E N L A I N A U G U R A C I O N D E L C U R S O D E L A UNIVERSIDAD D E S A L A M A N C A 1959 - 6 0 v SALAMANCA 195 9 D e p ó s i t o L e g a l . S. 77.-1Q5Q. Talleres Gráficos Imprenta N ú ñ e z - Ramos del Manzano, 36 - Salamanca E X C E L E N T I S I M O Y M A G N I F I C O S E Ñ O R RECTiOR, RESPETADAS AUTORIDADES, ILUSTRE CLAUST R O U N I V E R S I T A R I O , Q U E R I D O S A L U M N O S , SEÑORAS, S E Ñ O R E S : Hace exactamente cuarenta a ñ o s que, en tal día como hoy, c o n m e n z á b a m o s nuestros estudios de la Licenciatura de Medicina. Desde entonces nuestra ocupación fundamental ha sido el estudio de esta rama de la Biología y la docencia de su doctrina, orientada principalmente hacia aquellas disciplinas que estudian las enfermedades en el hombre, capaces de ser curadas por el arte quirúrgico. A nadie e x t r a ñ a r á que al ocupar este sitial, cumpliendo un deber reglamentario e ineludible, si quisiéramos poner algo personal en nuestra exposición, hayamos elegido para ello un tema perteneciente a aquellas materias que han sido objeto de nuestros afanes y de nuestras inquietudes. Nos hubiera gustado m á s haber traído a este lugar y para esta ocasión una cuestión de horizontes m á s amplios y carácter m á s universal, m á s en consonancia con este selecto auditorio que representa todas las ramas del saber. Pero temimos que nuestras limitadas posibilidades para desarrollarla no alcanzasen la altura que vosotros merecéis y que exige esta cátedra, cargada de gloria y sabiduría. Disculpadme. El enunciado del tema que vamos a desarrollar, dice: "Heridas del c o r a z ó n " . HERIDAS DEL CORAZON HISTORIA El estudio de las heridas del corazón siempre ha sido, y todavía es, apasionante, a pesar de que estamos ya muy lejos de aquellos tiempos en los que se creía que toda herida c a r d í a c a era instantánea e irremisiblemente mortal. Ya a mediados del siglo X V I descubrió A M B R O S I O PARE una herida de corazón, cuando hacía la autopsia a un hombre que, d e s p u é s de ser herido en duelo, pudo correr m á s de 600 pies tras de su adversario. ¡Poco d e s p u é s , M U L L E R encontró en la autopsia de un hombre muerto, a los dieciséis días de ser herido, una perforación del ventrículo derecho. Por la misma época, demuestra S A N C T O R I U S , experimentalmente, la inocuidad de las picaduras con agujas sobre el corazón del conejo. A principios del siglo X I X , O L L I V I E R , D ' A N G E R S y L A R R E Y observaron heridas de corazón que h a b í a n curado. A partir de entonces, con el convencimiento ya de que los heridos en el c ora zón pueden sobrevivir, se presta m á s interés a estas lesiones, investigando las causas de muerte, estudiando su a n a t o m í a p a t o l ó g i c a y su fisiopatología, al mismo tiempo que se practican numerosos trabajos experimentales y se inicia el tratamiento de las mismas. En 1819 un médico español, ROMERO, presentó a la Facultad de Medicina de P a r í s una memoria en la que dió a conocer la técnica de la pericardiotomía, que hasta él nadie h a b í a practicado con éxito, logrando la curación de dos h i d r o p e r i c a r d í a s . En 1829 L A R R E Y practica por primera vez la punción del pericardio, que ya h a b í a aconsejado IRIOiLANO en 1649. Es en 1868 cuando aparece la magnifica m o n o g r a f í a de FISCHER, recopilando todo lo que entonces se conocía sobre heridas del corazón y dando a conocer una documentada estadística, en la que se recogen 452 casos que h a b í a reunido, la m a y o r í a de los cuales fueron observados en la mesa de autopsias. Durante todo el siglo X I X , muchos cirujanos ( C H A S S A I G NAC, D U P U Y T R E N , Z A N E T T 1 , J A M A Y N , etc., etc.) publican numerosas observaciones y se esfuerzan por conocer la a n a t o m í a patológica y las causas de muerte en estas heridas, al mismo 8 F E R N A N D O C U A D R A D O tiempo que proponen numerosos medios de tratamiento para a l canzar su curación ( s a n g r í a , balneación, oclusión de la herida torácica, punción del pericardio, drenaje del mismo por medio de catéteres, etc.) Por entonces también intentan otros experimentalmente la cirugía cardíaca, d e m o s t r á n d o s e la tolerancia del corazón a las maniobras quirúrgicas. R O S E N T H A L , D E L V E C C H I O y S A L O M O N I obtienen curaciones en perros, taponando y suturando las heridas de corazón que previamente h a b í a n practicado. BLOC, en 1882, es el p r i mero en demostrar, experimentalmente,, la eficacia de la sutura c a r d í a c a para el tratamiento de las heridas y en proponerla, resueltamente, como recurso quirúrgico en la clínica humana. A l mismo tiempo confirman los estudios ya antiguos de M O R G A G N l , s e ñ a l a n d o dos causas distintas de muerte en las heridas card í a c a s : 1.° Acumulación de sangre en el pericardio. 2.° Desangramiento. ROSE, en 1884, estudia fundamentalmente el bloqueo cardíaco, y basado en los frecuentes casos de muerte imputables al mismo, se muestra partidario de operar a estos heridos para evitarlo. iPese a todos estos estudios, no existe unanimidad entre los cirujanos de la época sobre si se debe o no intervenir quirúrgicamente a los heridos de corazón. Mientras que K o N I G y D E L O R M E afirman que la sutura es difícil pero posible, en el último cuarto de siglo pasado otros tan eminentes como L E G O U E S T , RIED1NGER y T 1 L L M A N se obstinan en sostener que las heridas de corazón están por encima de los recursos quirúrgicos. Y B I L R O T H , que tanto se distinguió y tan radical y atrevido se mostró en otros problemas quirúrgicos, decía que el cirujano que intentase la práctica de una sutura cardíaca, perdería el respeto de sus colegas. Bien pronto q u e d a r í a solventada esta cuestión cuando en 1896 REHÍN sutura con éxito una herida penetrante de ventrículo derecho que tenía centímetro y medio de extensión, logrando, después de un postoperatorio accidentado, la curación del herido. Antes que R E H N , y en el mismo año 1896, había practicado F A R I Ñ A , por primera vez en la clínica humana, la sutura de una herida de ventrículo izquierdo, sobreviviendo el herido algunos d í a s . Y C A P E L L E N había practicado, t a m b i é a en el mismo a ñ o , la sutura de una herida cardíaca por arma de fuego, no perforante, sucumbiendo el herido dos días y medio d e s p u é s por hemorragia secundaria de la arteria coronaria y pericarditis. Desde entonces son muchos los cirujanos que han suturado corazones heridos, publicando sus observaciones, ya aisladamente, ya englobando a los operados en un mismo hospital o reuniendo H E R I D A S D E L C O R A Z O N 9 todos los casos publicados en la literatura mundial. Así, en el a ñ o 1905 recoge G.U1BAL los cincuenta y seis casos publicados; en 1907, R E H N , ciento siete; en 1909, >PECK, ciento sesenta; en 1911, HESSE, doscientos diecinueve. En 1920 publica E. H O R F M A N N nueve casos tratados en la clínica universitaria de Viena que d i rige el profesor H O C H E N E G G ; en 1923, E. HESSE hace un estudio muy minucioso de los cuarenta y ocho operados desde 1901 en el Obuchow-Krankenhaus de San Petesburgo, y este mismo autor, en el a ñ o 1925, da a conocer los resultados lejanos en los ciento diecinueve casos operados y curados que h a b í a podido recoger en la literatura mundial. En 1924, D S H A N E L I D Z E se ocupa de los resultados duraderos de la sutura cardíaca, y, sumando todas las estadísticas, reúne 535 casos operados. En 1932, K M E N T a ñ a d e a esta estadística 84 casos operados hasta entonces, haciendo un total de 619. Posteriormente a estas publicaciones no conocemos ninguna otra estadística global. En 1939, FREY, en su magnífico libro sobre Cirugía del Corazón de la Newue Deutsche Chirurgie, recoge los 191 casos de heridas de corazón operados y publicados durante los diez últimos a ñ o s en la bibliografía universal. M á s tarde son los cirujanos americanos los que m á s casos publican, reuniendo casos operados en los mismos hospitales o por los mismos equipos. En 1944 L I N D E R y HODO se refieren a 23 casos; en 1948, S A N S O N , a 75; en 1949, B L A L O C K y R A V I T , a 11; en 1951, E L K I N y ROY recopilan dos series que hacen un total de 6 1 ; en 1953, N A C L E R I O , ME1NER y CORDICE, 10; en 1954, OR1SWOL y D R I G E , 108 operados en el mismo hospital; en 1955, FARR1NGBR y CARR, 65 observados entre 1933 y 1953; en 1956, M E I N E R , A V E C I L L A y N A C L E R I O , 43, y en 1957, L I O N y P E R K I N S , 14. En E s p a ñ a , el primer caso de herida de corazón suturada fué e>] que el Dr. O ^ T I Z D E L A T O R R E comunicó al I I Congreso Español de Cirugía en el a ñ o 1908. Se trataba de un joven herido en la aurícula derecha por fragmentos de un vaso de cristal que, después de operado convenientemente, presentó un derrame pleural, terminando por curar. Después el Profesor D . J U L I A N DE LA V I L L A operó tres casos: uno con herida de aurícula y ventrículo derechos, que murió a la hora de terminar la intervención, y dos de punciones por agujas que quedaron enclavadas en el corazón, los cuales curaron completamente. PULGAR tiene publicado un caso de extracción de metralla del miocardio con éxito. Sabemos que G O M E Z M A R O T O operó con el mismo 10 F E R N A N D O C U A D R A D O resultado otro de características parecidas. SANCHEZ D E V E G A operó, en nuestro servicio, una herida de pericardio, obteniendo, también, la curación del herido. Nosotros hemos tenido ocasión de observar y tratar, aparte de este último caso de SANCHEZ D E VEGA, 10 heridos de corazón o pericardio, a los cuales haremos referencia en esta exposición. G E N E R A L I D A D E S SOBlRE E T I O L O G I A , A N A T O M I A LOGICA Y CLASIFICACION PATO- A juzgar por las cifras que antes hemos dado, p o d r í a deducirse que las heridas de corazón son raras y, sin embargo, hemos de admitir que son mucho m á s frecuentes de lo que generalmente se piensa. Si en poco m á s de los últimos sesenta años, en los que se han desencadenado dos grandes guerras mundiales, varias nacionales e internacionales y espantosas revoluciones, sólo han sido publicados poco m á s de los 1.000 casos, no ha sido porque no haya habido muchas m á s heridas de corazón, sino porque es muy limitado el n ú m e r o de los que las sufren, que pueden llegar vivos a manos del cirujano. A ello hay que a ñ a d i r que no todos los casos que se operan se publican, pues los fracasos, tan frecuentes en estas lesiones, se dan a conocer con menos prodigalidad que los éxitos. !Por otra parte, a esto hay que sumar que muchas pasan desapercibidas, no sólo a la exploración clínica, sino incluso en la intervención quirúrgica. Ya decía L. R E H N que se salvaría un mayor número de heridos, si en la revisión quirúrgica de las heridas pleuropulmonares se pensase en la posibilidad de una herida concomitante del corazón. En efecto, el corazón está completamente rodeado por visceras muy importantes, cuyas lesiones, por sí solas, son capaces de ocasionar la muerte y dan s í n t o m a s mucho m á s llamativos que las heridas cardíacas. Es muy rara la herida de c o r a z ó n que no va a c o m p a ñ a d a de otras de pleura y pulmón, mediastino, porción baja del cuello o superior del abdomen. La herida de estos ó r g a n o s es lo que llama la atención y muchos de los que las padecen mueren a las pocas horas o a los pocos días, sin que se haya dado cuenta el quirurgo de que también está herido el corazón. ¡Para diagnosticar una lesión es menester pensar en ella y, generalmente, no nos damos cuenta de que el c o r a z ó n es tan vulnerable y, a veces, tan resistente, como otro ó r g a n o cualquiera. Si tuviéramos presente en cada herida de cuello, tórax o abdomen, que podía estar herido el corazón, creemos nosotros que serían muchas m á s las heridas car- 12 F E R N A N D O C U A D R A D O díacas que se diagnosticarían y se tratarían como tales. No se explica, de otro modo, que nosotros, que hemos vivido siempre en poblaciones de reducido número de habitantes, hayamos podido observar diez heridas de corazón o pericardio, mientras que otros cirujanos mucho m á s experimentados, mucho mejores observadores y que han tratado a un mayor número de heridos, no hayan observado o, al menos, no hayan publicado ninguna. Atribuímos esta diferencia a que nosotros, hace ya m á s de veinticinco a ñ o s , t u vimos ocasión de ver y operar una que era muy fácil de diagnosticar y que, desde entonces, siempre que vemos una herida de tórax, o sus cercanías, pensamos que puede estar herido el corazón. Y, en efecto, en diez ocasiones, unas veces m á s pronto y otras m á s tarde, hemos encontrado esta lesión. Aunque sea obvio decir que en época de guerra las heridas de corazón son mucho m á s numerosas que en época de paz, la verdad es que, en general, el cirujano y sobre todo el de urgencia, suele observar m á s heridas c a r d í a c a s en la paz que en la guerra. Es natural que asi sea por muchos motivos, entre los cuales destaca la mayor mortalidad inmediata de las heridas bélicas. A d e m á s , durante la época de paz, sobre todo en las grandes ciudades, el herido suele ser transportado m á s pronto a un centro quirúrgico que en tiempos de guerra. El proyectil bélico tiene mayor poder destructor que el de las pequeñas armas cortas que se suelen utilizar en la paz; las heridas en las guerras modernas, casi todas, son por arma de fuego o metralla, mientras que en las de paz, muchas son por arma blanca, con las cuales hay mayor facilidad y, muchas veces, m á s tiempo para elegir el sitio donde herir. T a l ocurre en los suicidios y asesinatos a sangre fría. Las heridas por arma blanca destruyen poco y separan m á s , pocas veces perforan el c o r a z ó n ; las armas de fuego destruyen, perforan y, a veces, hacen estallar el corazón. Nosotros, durante la guerra, en cerca de cinco m i l heridos que pasaron por nuestro equipo quirúrgico, observamos tres heridos de c o r a z ó n ; y en nuestra práctica de paz, con muchísimo m á s reducido número de heridos, que no podemos calcular, hemos visto siete. Esto mismo ha sido observado por diferentes autores. Las heridas de corazón se han clasificado según el agente etiológico que las originó. Las producidas por grandes contusiones y estallidos, son de tan extraordinaria gravedad que apenas se han visto m á s que t n las autopsias. Las heridas por arma blanca son las m á s frecuentes y las que, corrientemente, tienen m á s posibilidades de llegar al cirujano, sobre todo si son punzantes, producidas por estoques, estiletes, pun- H E R I D A S D E L C O R A Z O N 13 tas de lezna o, simplemente, por agujas. Estas últimas pueden llegar al corazón a través de la pared torácica, pero también R E H N y D A U B E han observado casos de agujas que, d e s p u é s de ser deglutidas, han penetrado en el pericardio o en el corazón a través de la pared esofágica. Las heridas por arma de fuego son muy graves y producen gran mortalidad. Los efectos de los proyectiles sobre el corazón dependen de su naturaleza, fuerza viva de que van animados y estado de replección c a r d í a c a . Durante el diástole, los ventrículos repletos de sangre sufren lesiones m á s intensas que durante el sístole, por la acción explosiva del proyectil. Cuando el proyectil va animado de poca fuerza viva no produce efectos explosivos y perfora el c o r a z ó n o queda enclavado en el músculo c a r d í a c o ; esto explica el que sean m á s favorables las circunstancias en el caso de proyectiles enclavados y de cascos de granada ( F R A N Z ) . Son muy numerosos los casos observados, a veces fortuitamente de proyectiles alojados, ya en el pericardio, ya en el espesor del músculo cardíaco o ya en el interior de sus cavidades. STEFIFENS en 1936 y L E F O R T en 1938, se han ocupado particularmente de este problema. Los proyectiles o cascos de metralla que quedan enclavados en el pericardio en contacto con la pared c a r d í a c a , aunque primariamente no lesionen ésta, pueden ulcerarla m á s tarde por frotamiento o por presión. Los intramurales, empotrados en la pared del miocardio, pueden primariamente servir de " t a p ó n " y evitar la hemorragia, y m á s tarde ser expulsados, quedando una brecha miocárdica o abiertas las cavidades. Los alojados en el interior de las cavidades, pueden quedar fijos entre los pilares y columnas valvulares, o libres y emigrar en forma embólica por el árbol arterial. T a m b i é n se han dado casos de proyectiles que han llegado ai corazón desde la periferia, por vía venosa, arrastrados por la comente circulatoria. Las heridas c a r d í a c a s se han estudiado igualmente s e g ú n su localización. Dada la disposición del corazón en relación con la pared torácica anterior y el t a m a ñ o de sus cavidades, son mucho m á s frecuentes las que asientan en los ventrículos que las que asientan en las aurículas. No están de acuerdo los autores sobre la frecuencia de las heridas en cada ventrículo. En la estadística de FISCHER y en otras basadas únicamente en autopsias aparece el ventrículo derecho herido con m á s frecuencia que el izquierdo. En cambio en 14 F E R N A N D O C U A D R A D O otras m á s modernas, que recogen casos operados, se encuentra el ventrículo izquierdo m á s frecuentemente herido que el derecho. De esto se sacó como consecuencia, que si los cirujanos veían m á s heridas del ventrículo izquierdo es porque son menos graves que las del derecho y los que las sufren pueden sobrevivir m á s tiempo. Sin embargo, tampoco entre los cirujanos existe unanimidad a este respecto. Para L O I S O N , G U I B A L y T E R R I E R el m á s frecuentemente afectado es el ventrículo derecho, en cambio para L. R E H N y E. HESSE lo es el vetrículo izquierdo. Según D U B O S T , un 55 por ciento de las veces estaría herido el ventrículo derecho, un 35 por ciento el izquierdo, y un 10 por ciento ambos ventrículos. Las heridas de la aurícula derecha son mucho m á s frecuentes que las de la izquierda, la cual, prácticamente, sólo puede ser a l canzada por vía posterior. No es raro encontrar heridas c a r d í a c a s que afectan a varias cavidades. En cuanto a la profundidad alcanzada por estas heridas en el espesor del corazón, pueden ser tangenciales y parietales si sólo afectan a la pared, penetrantes en una o en varias cavidades y perforantes o transfixiantes, como suelen ser las de arma de fuego que penetran por una pared y salen por la opuesta. T a m b i é n puede atravesar el proyectil una pared y la cavidad ventricular, quedando enclavado en la pared opuesta (heridas subtransfíxiantes de V A I N O - S E I R O ) . Como ya hemos dicho, es muy rara la herida c a r d í a c a que no va asociada a la de otras visceras. El corazón, envuelto completamente por el pericardio, está rodeado también, en casi toda su extensión, por la pleura, los pulmones, los ó r g a n o s del mediastino y los abdominales superiores por intermedio del diafragma. El pericardio, al envolver al corazón, se adapta a su superficie por lo que sus heridas suelen ser simultáneas. Sin embargo, son relativamente frecuentes las heridas aisladas del pericardio. Más raras son las heridas de corazón estando intacto el pericardio, como se han observado algunas veces. T a l ocurre en las de arma de fuego cuando el proyectil está ya ufrío", con poco poder de penetración, cuando no perfora el pericardio, pero contunde el corazón lesionándolo. lOtro tanto puede ocurrir en las de arma blanca de punta roma. Tan solamente en una pequeña extensión se pone el pericardio en contacto con la pared torácica a nivel de la extremidad esternal de los quinto y sexto cartílagos costales izquierdos en el espacio que V O I N I T denominó "triángulo de seguridad" para efectuar las punciones de pericardio. Todo agente traumático que llegue al corazón por fuera de esta vía, forzosamente, tiene que atravesar otros ó r g a n o s . Las heridas concomitantes de la pleura son muy H E R I D A S D E L C O R A Z O N 15 frecuentes: el 92 por ciento s e g ú n R E H N y HESSE, el 82 por ciento según S I M O N , el 89 por ciento según GU1BAL, y el 77 por ciento según H O F F M A N N . Las heridas del pulmón también coexisten el 30 por ciento de las veces, según HESSE. El higado, e s t ó m a g o , esófago, diafragma, grandes vasos y otros ó r g a n o s han sido también lesionados al mismo tiempo que el corazón. Nosotros vamos a clasificar las heridas en el corazón, en atención a su gravedad y a las posibilidades de tratamiento de que son tributarias, en cuatro grandes grupos: 1. ° Heridas que producen la muerte i n s t a n t á n e a m e n t e o a los pocos minutos. Estas no llegan al cirujano por cercano que esté y no nos interesan quirúrgicamente. Son, sin duda, las m á s numerosas. 2.° Heridas de gravedad extrema, pero que dan tiempo a ser atendidas en un servicio quirúrgico y a que allí se les someta a un tratamiento apropiado. Estas son las m á s interesantes desde el punto de vista quirúrgico. 3. ° Heridas con síntomas inmediatos de corazón o pericardio tan poco acusados que cursan d í a s o semanas como cualquier otra herida torácica, hasta que los efectos de un derrame copioso en el pericardio, por hemorragia o por infección, las revelan. 4. ° Heridas que ni en los primeros momentos ni en mucho tiempo d e s p u é s presentan s í n t o m a s que hagan sospechar que está herido el corazón y que, m á s tarde —a veces transcurridos meses o a ñ o s — , proporcionan sorpresas al clínico y al radiólogo que tratan de descubrir otro proceso, o al a n a t o m o p a t ó l o g o en la mesa de autopsias. Es el caso de los proyectiles enclavados en el corazón o de procesos cicatrizales que han quedado como secuelas. FIS10PAT0L0GIA Hemos de reconocer que la m a y o r í a de los conocimientos que tenemos de la fisiopatología de las heridas c a r d í a c a s se los debemos a M O R G A G N I , BLOC, D E L V E C H I O , S A L O M O N , R E H N y otros muchos cirujanos y experimentadores de fines del último siglo y comienzos del presente, cuyos estudios fueron recogidos por SPANGARO, en 1907, quien a su vez hizo pruebas experimentales con la mayor escrupulosidad. Tres son los factores que, desde entonces, se consideran que influyen m á s directamente sobre el herido de c o r a z ó n : 1.° E s t í mulo o irritación mecánica directa del agente traumático sobre el músculo c a r d í a c o . 2.° Deplección de sangre en el árbol circulatorio, que conduce a la anemia aguda. 3.° Acumulación de sangre en el pericardio que, aumentando la presión en su cavidad, impide la normal replección y contracción del corazón. I.0 INiFLUENCIA D E L E S T I M U L O O I R R I T A C I O N M E C A N I C A D E O R I G E N T R A U M A T I C O . — D e s d e M O R G A G N I se conoce que toda irritación mecánica sobre el corazón produce una detención m o m e n t á n e a de éste, seguida, si es poco intensa o de corta duración, de contracciones m á s fuertes de tipo compensador. Desde entonces también sabemos que cuanto m á s intenso y prolongado sea el estímulo, tanto m á s p e r t u r b a r á la motilidad c a r d í a c a , manifestándose por contracciones irregulares, pulso retardado, arritmias y descenso de la presión arterial. Cuando el estímulo es tan intenso que produce destrucciones del músculo cardíaco, lesiones muy extensas que abren sus cavidades, transtornan el juego valvular, seccionan los pilares ventriculares o anulan su nutrición por lesiones de los vasos coronarios, el paro cardíaco es inmediato y se produce la muerte. Particular importancia en el origen de la muerte rápida, tienen las lesiones de los vasos coronarios; se las considera de las m á s peligrosas. Según O R O N W A L Ü la herida del tronco de la coronaria izquierda es la m á s grave y determina siempre la muerte inmediata. En cambio, la herida ele las colaterales, en especial de la lg F E R N A N D O C U A D R A D O rama anterior descendente, que está afectada con frecuencia, es menos peligrosa de momento, aunque después sobrevienen infartos de la pared anterior del corazón con esperanzas de curación, si se hace un buen tratamiento vascular y no hay lesiones arterioesclerósicas ( K L E I N S C H M I D ) . lOcurre, a veces, que también sobreviene la muerte instantánea en heridas c a r d í a c a s , al parecer de poca importancia, por simples punturas en las que ni existe gran hemorragia ni la extensión del traumatismo bastaba para explicar la muerte súbita. Esto dió lugar a la creencia de que h a b í a algunas zonas en el corazón, cuya simple irritación d a r í a lugar a la detención de éste. T a l sería, por ejemplo, el llamado centro de K R O N E C K E R - S M E Y , descrito por estos autores en 1874, el cual estaría situado en la región atrioventricular izquierda e interventricular superior. Estudios posteriores han demostrado que todas tas regiones c a r d í a c a s responden de igual modo a los traumatismos, aunque, como es natural, a q u é llas, como las antes dichas, donde radican los centros que regulan la contractibilidad y conductibilidad de los movimientos cardíacos (nodulos de K E I T H - i F L A C K , fascículo de W E N K E B A K , haz de H í S S , nódulo de TAWA\RA) den origen a alteraciones mayores, m á s r á p i d a s e irreparables cuando son traumatizadas. Es sabido que la simple comprensión o inhibición del haz de HISS produce la disociación aurículo-ventricular o bloqueo cardíaco, con f i b r i lación ventricular y muerte. Una herida que lesione gravemente el aparato a u t ó n o m o coordinador y regulador de los movimientos cardíacos, es natural que produzca la muerte inmediata. La muerte i n s t a n t á n e a en las heridas c a r d í a c a s se ha querido explicar también por acción refleja. Es indudable que el pericardio inervado por el vago, el simpático y, en parte, por el frénico, según los estudios de H O L M U T H y KLOSE, constituye una fuente de reflejos que se originan ante cualquier estímulo y que influirían sobre la mecánica cardíaca. Según dichos autores, las lesiones del pericardio pueden provocar el paro cardíaco por vía refleja. HEIEER y D ' A Q A T A también señalaron este peligro y fueron los primeros en recomendar la cocainización del pericardio para evitarlo ( R E H N ) . M á s modernamente, W . F E L I X asegura que la hoja externa del pericardio no tiene ninguna influencia sobre la irritabilidad cardíaca y que tal vez tenga alguna el epicardio, aunque no se pueda asegurar. Lo cierto es que en las operaciones c a r d í a c a s experimentales y humanas se ha visto que, a veces, el corazón se para súbitamente en sístole de modo inexplicable, para evitar lo cual se toma como norma la novocainización de la bolsa pericárdica para anular reflejos. Es natural que, de igual modo que puede so- H E R I D A S D E L C O R A Z O N IQ brevenir la muerte instantánea por paro c a r d í a c o a consecuencia de irritaciones bruscas o intensas sobre testículos, laringe, epigastrio, etcétera, puede sobrevenir por una irritación t r a u m á t i c a sobre el corazón. 2:° D E P L E C C I O N D E L S I S T E M A V A S C U L A R . — L a hemon a g i a es constante en las heridas de corazón y, por lo general, lo suficientemente copiosa para poder producir la muerte rápida por anemia aguda, aunque únicamente esté seccionado el epicardio o la pared cardíaca. En las que se abren las cavidades, o se lesionan los grandes vasos o las coronarias, aumenta esta posibilidad. No obstante, también se han publicado casos en los que la hemorragia era prácticamente nula, se cohibió rápidamente o fué muy discreta. Esto suele suceder cuando la herida del miocardio es muy pequeña, cuando el proyectil ha quedado fijo en la pared c a r d í a c a actuando de " t a p ó n " y cuando únicamente existe herida de pericardio (DUBOST). La hemorragia es externa si existe fácil comunicación entre la herida visceral y la parietal, o interna cuando la salida de sangre está dificultada, a c u m u l á n d o s e en el pericardio, en la pleura, en el mediastino o en la cavidad abdominal. La salida de sangre hace descender la presión arterial tanto m á s cuanto m á s sangre se pierda, y, cuando llega a cierto límite, se contrae el corazón en vacío, anulando los esfuerzos cardíacos compensadores para llenar el árbol circulatorio. Pronto sobreviene la muerte por anoxia de los centros nerviosos y del propio miocardio. A igualdad de extensión, sangran m á s las heridas del ventrículo derecho que las del izquierdo, si son perpendiculares que si son oblicuas, cuando se han producido durante el sístole que cuando lo han sido durante el diástole. Las heridas de las aurículas sangran continuamente con independencia de los movimientos c a r d í a c o s . Las de los ventrículos, si son grandes, continuamente, con e x a g e r a c i ó n durante el sístole y, sí son p e q u e ñ a s , puede detenerse la hemorragia durante el sístole por cierre de la herida al contraerse el miocardio. Las hemorragias del ventrículo izquierdo son menos graves que las del derecho, porque sus paredes son m á s gruesas y porque los numerosos pilares y columnas forman recovecos que favorecen la hemostasia. Las producidas por heridas de las aurículas son m á s graves que las de los ventrículos, por delgadez y falta de contractilidad de sus paredes, lo cual hace difícil la formación de trombos hemostáticos ( M A T A S ) . La formación de estos trombos hemostáticos, a nivel de la herí- ¿O Í É R N A N D Ó C U A D R A D O da, a veces salvadores, es favorecida, según L A N G , por las s i guientes circunstancias: en las heridas ventriculares por el espesor de las paredes y las propiedades hemostáticas que, como todo músculo, tiene el miocardio; por el descenso de la tensión que a c o m p a ñ a al schok y a ¡a hemorragia; por no corresponderse las heridas de pericardio y miocardio y porque una hernia muscular tapone el orificio. No se puede tener seguridad en la hemostasia producida por este mecanismo; con frecuencia se disgregan o se desprenden los trombos dando lugar a hemorragias secundarias. Las hemorragias secundarias pueden sobrevenir también, s e g ú n D U B O S T , por caída de un cuerpo e x t r a ñ o que taponaba la herida; por lesión primariamente parcial de la pared c a r d í a c a que m á s tarde se completa a causa de la presión intracavitaria y por ulceración progresiva contra un proyectil y u s t a c a r d í a c o . Las heridas de los grandes vasos de la base del corazón, generalmente producen la muerte de modo fulminante. El estudio de estos dos factores señalados —acción directa del traumatismo y hemorragia— ya nos explica el por qué la m a y o r í a de los heridos de corazón mueran inmediatamente o poco d e s p u é s de haber sufrido su lesión. Recapacitando sobre ello podría llegarse a pensar que sólo pueden sobrevivir el tiempo suficiente para ser operados aquellos que presentan heridas muy p e q u e ñ a s con lesiones m í n i m a s de miocardio y escasa hemorragia. Justo es reconocer que muchas de las heridas operadas presentaban estas características, pero que esto no siempre ocurra así nos loi demuestra bien palpablemente el caso de un herido (publicado en la Revista de Cirugía de Barcelona, febrero 1934), en el que nosotros hicimos nuestra primera sutura c a r d í a c a , el cual, con un cuadro clínico aparatoso en extremo, entre cuyos síntomas predominaban los de hemorragia y anemia aguda, presentaba las siguientes lesiones cuyas características fueron descritas por el profesor C O S T E RO que estudió la viscera herida, tomada en autopsia, y dió el siguiente informe: " L a pieza a n a t ó m i c a f u é enviada a l Laboratorio sin abrir y fijada en alcohol. Por este motivo no se e s t u d i ó el ó r g a n o siguiendo las reglas habituales, sino que se c o r t ó transversalmente en fragmentos separados entre sí, a l r e dedor de 1,5 cm. L a superficie de corte de mayor i n t e r é s , correspondía a la que pasaba por el sitio de la herida c a r d í a c a . E l aspecto exterior de esta herida c o r r e s p o n d í a a una cicatriz lineal, de 2,7 cm. de longitud, situada p r ó x i m a a l surco medio anterior y dirigida oblicuamente de abajo a arriba y de derecha a izquierda. Toda ella estaba recubierta con un delicado depósito de fibrina. (Fig. 1.a). H E R I D A S D E L C O R A Z O N 2l E l estudio del corte correspondiente (Fig. 2.a), demuestra que el cuchillo atravesó el miocardio cerca del tabique i n terventricular, siguiendo una d i r e c c i ó n de arriba a abajo y de derecha a izquierda, de tal modo, que p e n e t r ó en a m bos v e n t r í c u l o s y considerablemente en el izquierdo. A consecuencia del poco tiempo transcurrido entre la produc- Fig. 1.a c i ó n de l a herida y el óbito, esta herida e s t á sin cicatrizar y solamente obstruida por fibrina Consecuencia de la p e n e t r a c i ó n del arma en los v e n t r í culos y de lesión e n d o c a r d í a c a concomitante f u é la prod u c c i ó n de un trombo blanco, adherido principalmente al sitio de la lesión, y, sobre todo, a las valvas de la mitral s e g ú n se demuestra en la figura 3.a, que representa un corte paralelo a l de la figura anterior y alejado hacia arriba alrededor de 1,5 cm. Obsérvese que en el v e n t r í c u l o izquierdo existe t a m b i é n sangre, coagulada "postmortem" y por la a c c i ó n del alcohol pero completamente desligada de las paredes ventriculares. E l estudio m i c r o s c ó p i c o de l a pared ventricular. realizado a nivel de l a herida, dlemuestra que la superficie de la l e s i ó n se h a l l a recubierta por un d e p ó s i t o fresco de fibrina, ocupado por considerable cantidad de h e m a t í e s y por algunos leucocitos. Estos h e m a t í e s proceden de a l gunos vasos alterados por la l e s i ó n como se comprueba en la fig. 4.a. E n torno a l a l e s i ó n no se encuentran alteraciones degenerativas apreciables en la fibra muscular c a r d í a c a y otros f e n ó m e n o s de reacción inflamatoria m á s que los naturales de l a hemorragia y d e s t r u c c i ó n de tejidos producidos por la p u ñ a l a d a (Fig 5.a). E l estudio m i c r o s c ó p i c o de fragmentos de p u l m ó n , per- 22 F E R N A N D O C U A D R A D O tenecientes ai mismo sujeto, demostraron la existencia de u n proceso inflamatorio agudo, localizado preferentemente en torno a los bronquios finos y cuyos caracteres no demuestran ninguna particularidad importante". Como se puede apreciar en el anterior informe, las lesiones eran tan intensas que las podemos considerar como extraordinarias, mucho m á s yendo asociadas a heridas de pleura y pulmón. Fig. 2.a Pues bien, a pesar de ello dió tiempo a ser suturado y vivió 68 horas después de operado, al cabo de las cuales el herido murió de una bronconeumonía. Claro es que hay que decir que el paciente llegó al hospital unos veinte minutos d e s p u é s de ser herido y la operación fué practicada otros veinte minutos m á s tarde, es decir, que soportó su herida durante los cuarenta minutos que t a r d ó en ser operado. Pero es que, a d e m á s , es necesario consignar que muchos heridos cardíacos no sólo no mueren súbitamente, sino que llegan a curar de forma espontánea, pues a nivel de la herida, sobre todo si es de los ventrículos y principalmente del izquierdo, se forma un coágulo que tapona la herida y, m á s tarde, se organiza formando una cicatriz. Claro es que el coágulo puede desprenderse o disgregarse dando lugar a una hemorragia secundaria y la cicatriz, muchas veces, es incompleta, epicardial y sólo se forma en la superfi- H E R I D A S D E L C O R A Z O N 23 cié, distendiéndose m á s tarde, originando un aneurisma o rompiéndose, dando lugar a una hemorragia fulminante. Estos casos de curación espontánea son raros en las grandes heridas, las cuales no sólo no tienden a cerrarse e s p o n t á n e a m e n t e , sino que, según B O D E , suelen aumentar de t a m a ñ o . Fig. 3/ En cambio son relativamente frecuentes en las heridas pequeñ a s , principalmente las que han sido producidas por instrumentos punzantes. 3.° COMiPRESION D E C O R A Z O N . — Según ya demostró M O R G A G N I y m á s tarde confirmó BLOCK, la muerte en las heridas c a r d í a c a s no sólo es producida por la acción directa del agente traumático y por la deplección del sistema circulatorio, sino que, con mucha frecuencia, son debidas a la compresión que ejerce sobre el corazón la sangre acumulada en el pericardio, que procedente del miocardio, cavidades cardíacas, grandes vasos o vasos coronarios y aún del propio pericardio, no tiene fácil salida y se va acumulando en la bolsa pericardiaca. El pericardio, que según R E H N es muy elástico, se distiende en todos los sentidos donde no encuentra una resistencia que se le oponga (peto esternocostal por delante, columna vertebral por det r á s ) . Por lo tanto el abombamiento del pericardio se hace princi- 24 F E R N A N D O C U A D R A D O pálmente hacia los lados en sus partes posterolaterales y hacia abajo, por lo que los derrames pericardíacos tienen forma de un odre o de una tienda de c a m p a ñ a , como se puede apreciar radiológicamente. El corazón, que está fijo por su base, es empujado hacia delante, girando alrededor de un eje formado por la línea de unión i Fie. 4 / de ambas venas cavas, quedando la punta m á s cerca del peto esternocostal. A medida que se va llenando la cavidad pericardíaca y alcanzando el límite de la elasticidad del pericardio, se va produciendo un aumento de presión intrapericárdica que dificulta el aflujo de sangre por las cavas y pulmonares, la replección de las aurículas, de los vasos coronarios y hasta de los mismos ventrículos, lo cual trae como consecuencia el descenso de la presión arterial y el aumento de la presión venosa, en la circulación general, y de la presión arterial y venosa en la pulmonar, quedando el corazón como aprisionado dentro del pericardio, sin posibilidad de llenarse ni de contraerse, con la consiguiente disminución del volumen minuto y anoxía cerebral, lo que, si no se remedia con urgencia, conduce a la muerte r á p i d a m e n t e . Todos estos hechos dan lugar a un síndrome, que primero estudió M O R O A O N l y fué descrito m á s tarde por ROSE con el nombre de "taponamiento c a r d í a c o " o H E R I D A S D E L C O R A Z O N 25 "bloqueo c a r d í a c o " y, m á s tarde, fué denominado por R E H N como " s í n d r o m e de compresión del c o r a z ó n " . Es difícil valorar la cantidad de sangre que necesita acumularse en el pericardio para bloquear el corazón. Según R E H N son suficientes de 150 a 300 ce. de sangre, aunque mucho depende de Fig. 5.a la rapidez de la hemorragia, de la elasticidad del pericardio y del estado del miocardio. Según R E I S I N G E R , los efectos de la compresión del corazón pasan por tres fases: 1.a.—Al aumentarse ligeramente la presión en el pericardio se produce un aumento de la presión arterial, de tipo compensador. En la 2.a fase, cuando la presión intrapericardíaca llega a cierta altura, disminuye la llegada de sangre al corazón y si el bloqueo dura poco puede ser compensada sin repercutir sobre el resto del organismo. Pero si el bloqueo se prolonga se producen trastornos en el aparato de conducción intracardiaco que determina el bloqueo parcial del corazón. La 3.a fase se produce cuando la presión intrapericardíaca es mayor que la que existe dentro de las venas y de las aurículas. E l corazón, en estas condiciones, sólo puede contraerse durante segundos o pocos m i nutos y, si no se remedia en seguida, se producen trastornos en la nutrición del músculo cardíaco que conducen a la muerte por disociación auriculoventricular o fibrilación. 26 F E R N A N D O C U A D R A D O El aumento de la presión intrapericardíaca favorece la hemostasia a nivel de la herida cardíaca. Muchos de los casos de curación e s p o n t á n e a son resultado de este efecto favorable, que permite la formación de un coágulo que obstruye la herida. Sin embargo, no se puede confiar mucho en tal acontecimiento. Algunas veces el coágulo hemostático es desprendido por la presión intracavitaria, se reproduce la hemorragia y el enfermo muere por compresión c a r d í a c a de no ser socorrido pronto por el arte ( M A T A S ) . Una vez hecho el diagnóstico F A R R I N G E R y CARR, aconsejan despreciar el beneficio que puede reportar la hemostasia espontánea, para evitar males mayores. En los casos favorables la sangre acumulada en el pericardio puede reabsorberse sin dejar secuelas, pero con frecuencia quedan depositados coágulos en los fondos de saco que m á s tarde se organizan, originando sinequias y pericarditis constrictivas. SAT I N S K I ha descrito en un hemopericardias la organización de un depósito fibrinoso en ambos fondos de saco del pericardio, que dió lugar a una pericarditis constrictiva que necesitó una decorticación ( B A I L E Y ) . La sangre se coagula en el pericardio, según MAQU1RE, mucho m á s r á p i d a m e n t e que en la pleura y los coágulos se hacen m á s firmes en menos tiempo. T a m b i é n ha señalado que al abrir el tórax siempre ha encontrado coágulos abundantes en el saco pericardíaco, aunque la intervención se llevase a cabo dentro de la primera hora de la herida. Para SBROR y A Z O U L A Y la coagulación intrapericardíaca presenta tres fases: 1.a De falta de coagulación. 2.a De completa coagulación, y 3.a de retracción del coágulo y licuefacción. D u rante la segunda fase la aspiración del pericardio sería inútil. SINTOMAS Y DIAGNOSTICO Ya hemos dejado consignado cómo no es nada fácil hacer con seguridad el diagnóstico de las heridas cardiacas. P o d r í a m o s decir que entre los numerosos s í n t o m a s que pueden presentarse no hay uno sólo que nos permita asegurar dichas lesiones, pues todos ellos se pueden observar en heridas de visceras p a r a c a r d í a c a s , que, como ya hemos dicho, suelen ir asociadas a ellas. Para llegar al diagnóstico tenemos que valorar todos los s í n tomas en conjunto y aisladamente, tanto los generales como los que nos proporciona la observación de la herida, sobre su situación, dirección, profundidad, etc., así como los datos que nos proporciona el conocimiento del agente traumatizante y de la posición en que estaba el herido al recibir su lesión. Por lo regular el herido cardíaco está intensamente schocado, a consecuencia de la acción del traumatismo, de la hemorragia y aun del estado anímico, sobrevenido al verse herido en una región tan peligrosa. Presenta palidez intensa, sudores profusos y fríos, vértigos, oscurecimiento de la vista con la mirada fija y pupilas dilatadas, pulso débil, apenas incontable y perceptible; la respiración es fatigosa. A veces está obnubilado y con frecuencia i n quieto, tratando de incorporarse e intensamente cianótico. Se queja de dolores retroexternales, irradiados a la espalda y hombros, sobre todo al izquierdo. La intensidad de estos s í n t o m a s depende a menudo de la posición del enfermo, siendo m á s acusados cuando está en decúbito horizontal y menos cuando está semisentado. (Signo de M O N O O R . ) Generalmente el herido de c o r a z ó n cae al suelai en el momento de recibir su lesión y muchos pierden el conocimiento en aquel momento, habiéndose citado casos de haberlo recuperado al cabo de cierto tiempo y haber podido dirigirse por su pie a un puesto de socorro (IFRANZ). Otros, en cambio, después de recibir su herida, pueden seguir andando y hasta haciendo esfuerzos, hasta que llega un momento en que se caen, a veces como fulminados por un rayo. Uno de los que nosotros hemos podido observar recibió una p u ñ a l a d a en la región xifoidea, a la que no dió gran 28 F E R N A N D O C U A D R A D O importancia; siguió andando como unos 500 metros y después tuvo que ser transportado por sus compañeros hasta la Casa de Socorro. M á s tarde fué hospitalizado. Su herida cursó como otra cualquiera de tórax y se le pudo comprobar clínica y radiológicamente un hemopericardias. No se le operó, se curó y las lesiones que padecía quedaron desconocidas. Foié en el a ñ o 1928. Todos los autores afirman que algunas veces la herida es tan grande, que permite ver en el fondo brotUr la sangre del miocardio. En efecto, esto es posible y esta circunstancia se daba en el herido en que nosotros hicimos la primera sutura c a r d í a c a . Se trataba de un joven de dieciocho años, que en enero de 1933, con ánimo suicida, se clavó un cuchillo en la región precordial. Presentaba una herida a 1,5 centímetros del borde izquierdo del esternón, que seccionaba el tercer cartílago costal y se e x t e n d í a por el segundo y tercer espacio intercostales. Por ella salía sangre en abundancia, aparentemente de modo continuo, pero que, observada atentamente, se podía ver que tenía intermitencias muy rápidas, y era tan grande su abertura que permitía distinguir que la sangre procedía de la parte central del mediastino, y que en gran parte se vaciaba en la cavidad pleura! izquierda, que estaba interesada. Procedimos en seguida a operarle y comprobamos que el corazón estaba herido. Es el caso del que hemos hecho antes algunas consideraciones y al que corresponden las cinco pnmeras figuras: en la 2.a se aprecia que el cuchillo había penetrado en los dos ventrículos. Esta serie de circunstancias, que nos permitieron ver las lesiones de una manera tan ostensible, se da pocas veces. En este caso se comprobó nuestro diagnóstico, pero muchas veces hemos pensado que en una herida aparentemente similar, la sangre p o d r í a venir de una arteria intercostal herida, de la mamaria interna, del pulmón, etc., etc. Otro síntoma que todos los autores dan como p a t o g n o m ó n i c o de herida cardíaca, es que el agente punzante quede clavado y el mango se mueva a l c o m p á s de los movimientos c a r d í a c o s . Es tan antiguo el conocimiento de esta manifestación, que ya fué descrita por Homero ( P A O E T , citado por M A T A S ) : "Capó, clavándose la punta de la espada en su corazón, ]El cual, con movimientos convulsivos) sacudía la e m p u ñ a d u r a " . Sin embargo, nosotros hemos podido observar este síntoma, bien evidente, en un caso en que después se demostró que no estaba perforado el pericardio. (Publicado en la Revista de Cirugía de Guerra. Enero, 1939). Se trataba de un hombre de la provincia de Burgos, de cua- H E R I D A S D E L C O R A Z O N 29 renta y cinco años, que en junio de 1936 intentó suicidarse clav á n d o s e una navaja en el corazón. Le vimos a los quince minutos y encontramos que tenía clavada una navaja en la misma tetilla izquierda, cuyo mango, que sobresalía unos cinco centímetros, se movía rítmicamente con cada sístole cardíaco. Era el clásico experimento de fisiología. Pues bien, al operar a este enfermo nos encontramos con unos pequeños surcos en pericardio, producidos por la punta de la navaja, que no llegaban a perforarle. Siete días m á s tarde murió. En la autopsia pudimos comprobar que el corazón y la cavidad pericardíaca estaban ilesos. Bastaba que la punta de la navaja estuviese en contacto con el pericardio para que los latidos c a r d í a c o s se transmitieran al mango. He aquí una demostración bien patente de que ni siquiera cuando vemos moverse el mango del agente traumático, al compás de los movimientos cardíacos, podemos asegurar que exista herida c a r d í a c a . La situación de la herida externa sobre el á r e a c a r d í a c a es el síntoma que tal vez nos haga pensar m á s en heridas de corazón. Es indudable que cuando vemos una herida sobre el peto esternocostal (zona elocuente de M O N D O R ) o sobre el borde izquierdo del esternón a la altura del 4.° ó 5.° espacios intercostales (zona peligrosa de ZEIBOLER), nuestro pensamiento se dirija en seguida a la posibilidad de que esté herido el corazón. Por ello se considera a este síntoma como el m á s útil para el diagnóstico; nosotros le hemos encontrado en nueve de los diez casos que hemos visto. 'Pero no hay que olvidar que una herida en la espalda, en el cuello o en la parte superior del vientre, no excluye la herida c a r d í a c a . Según S I M O N y H O F F M A N , en el 33 por 100 de las heridas de corazón se ha podido observar que la lesión cutánea estaba fuera del á r e a cardíaca. Nosotros hemos observado también un caso muy demostrativo. (Publicado en la Revista de Cirugía de Guerra. Mayo, 1939). Se trataba de un herido de guerra que llegó al Equipo Quirúrgico en julio de 1938, con el diagnóstico de herida por arma de fuego en región lateral derecha del cuello, sin orificio de salida. El orificio de entrada, puntíforme, estaba situado sobre el esternocleidomastoideo derecho, a la altura de la 5.a v é r t e b r a cervical. Nos dijo que recibió la herida estando cuerpo a tierra. Se queja de no poder respirar y está i n quieto, disnéico y tratando de incorporarse. Se le complace y se le inyecta morfina, sin que logre calmar su sufrimiento. Late bien la temporal superficial y no hay hematoma, ni enfisema, ni disfagia, ni síntoma de estar interesados ó r g a n o s del cuello. El pulso 30 F E R N A N D O C U A D R A D O es arrítmico, con 105 pulsaciones. Explorado en radioscopia no encontramos ningún proyectil ni en cuello ni en tórax. Ante la insistencia con que acusaba dolores retroesternales, principalmente durante la exploración, dirigimos nuestra atención al corazón: latido de la punta en sitio de costumbre, ligero aumento de la macidez c a r d í a c a , tonos c a r d í a c o s apagados y ruidos anor- Fig. 6.a males (de chapoteo, de batido) en pericardio. Venas del cuello no aparentes y ligera contractura en las paredes abdominales. Explorado de nuevo por radioscopia pudimos apreciar una sombra m á s intensa dentro de la cardiaca, sin que se pudiera precisar su forma, ni si se mueve con los movimientos cardíacos y respiratorios. En proyección anteroposteríor parece situada cerca de la punta y en la lateral en un plano anterior. Por radiografía se apreció el proyectil en posición vertical invertida, a la derecha del esternón y un poco por fuera de la sexta y séptima articulación costotransversas. ( F i g . 6.) H E R I D A S D E L C O R A Z O N 31 Operado este enfermo nos encontramos con la cara externa del pericardio de aspecto completamente normal. A la palpación da la impresión de onda líquida en el momento "del sístole cardiaco. Se abre el pericardio y salen sangre y coágulos (unos 150 c. c. de sangre negruzca). Vaciada y limpia de sangre la cavidad pericardíaca no se ve hemorragia alguna. Revisado el corazón, en toda su superficie asequible, no se encuentra ninguna lesión, ni tampoco se palpa la bala en su espesor. A l explorar nuevamente el corazón por su cara posterior se encuentra el proyectil alojado en el fondo de saco posterior del pericardio y libre en su cavidad. Después de extraer la bala se revisa cuidadosamente el pericardio y la superficie cardíaca accesible, sin encontrar el orificio por donde h a b í a penetrado. Es extraordinario en este herido lo alejado que estaba el o r i ficio de entrada de la bala de la región c a r d í a c a . Esto hizo que en principio no p e n s á s e m o s en la posibilidad de que estuviera herido el corazón o el pericardio. Era la situación del proyectil o su orificio de salida, junto con las lesiones de los ó r g a n o s del cuello, lo que nosotros t r a t á b a m o s de descubrir. El herido estaba angustiado, disnéico, con "sed de aire", y todos estos trastornos queríamos nosotros atribuirlos a una lesión de las vías a é r e a s ; tal vez a que en una de ellas estuviese incluido el proyectil. Faltaban s í n t o m a s de lesión vascular, faltaban también trastornos disfágicos y enfisema, y ni aun sabiendo la posición en que se encontraba cuando fué herido, s o s p e c h á b a m o s que la bala hubiese llegado al pericardio. Le llevamos a la pantalla radioscópica y ni en el cuello, ni en el tórax, encontramos el proyectil, debiendo quedar consignado que no insistimos, por esta vez, en su busca dentro de la sombra cardíaca. Fué después, cuando la inquietud creciente del herido y los dolores retroesternales que aquejaba, que no se calmaron con la inyección de morfina, y la dificultad respiratoria, que hacía que el enfermo no tuviese un momento de reposo y tranquilidad, cuando pensamos en la posibilidad de que estuviese herido el corazón. La hemorragia externa es un dato de poco valor para hacer el d i a g n ó s t i c o ; muchas veces no se presenta y pocas tiene c a r a c t e r í s ticas que permitan identificar su origen. Como es natural, la hemorragia externa es mayor y m á s frecuente en las heridas por arma blanca que en las producidas por arma de fuego, y tanto m á s abundante cuanto mayor sea la abertura parietal y m á s directo el trayecto entre ésta y la herida c a r d í a c a . En muchas heridas de corazón la hemorragia externa carece de importancia: de los cuarenta y ocho casos de HESSE sólo once sangraban abundantemente; en los d e m á s la hemorragia era p e q u e ñ a 32 F E R N A N D O C U A D R A D O o no existía; de los nueve de H O P F M A N , en cinco era muy poco intensa. La hemorragia externa, como ya hemos dicho, no tiene características propias. Una hemorragia abundante y con refuerzos s i s t ó licos puede proceder también de las arterias intercostales o de las mamarias internas. Una hemorragia que se exacerba con los m o v i mientos respiratorios o golpes de tos, solamente afirma la existencia de sangre en el tórax, que lo mismo puede proceder de una herida de corazón, que de los grandes vasos, que del pulmón, que de los vasos parietales. La formación de remolinos espumosos en la puerta de salida no indica m á s que mezcla de sangre con aire, síntoma común a todas las grandes heridas intraparietales que sangran. La sangre que no encuentra camino hacia el exterior se acumula en el pericardio o se vacía en la pleura, dando lugar a s í n t o m a s de hemopericardias o de h e m o t ó r a x , juntos, a veces, a los de anemia aguda por hemorragia interna, La sangre acumulada, a gran tensión, en el pericardio, da lugar al s í n d r o m e de compresión de R E H N , o de taponamiento c a r d í a c o de ROSSE, al cual ya nos hemos referido en la fisiopatología. Se manifiesta dicho síndrome por sensación de angustia, opresión retroesternal, cianosis, disnea intensa, distensión de las venas del cuello, que se hacen muy turgentes (lo que tiene gran importancia para el d i a g n ó s t i c o ) , pulso débil y rápido, aumento del área de macidez c a r d í a c a , tonos c a r d í a c o s apagados o alejados, algunas veces, ruidos anormales en el pericardio, descenso de la presión arterial, aumento de la venosa y aumento del á r e a de macidez hepática. Este síndrome tiene gran valor en el diagnóstico de las heridas cardíacas, por el cual han sido diagnosticadas en la m a y o r í a de los casos. BOiRCHARDT considera la triada sintomática "compresión de corazón, ruidos anormales, síntoma de hemorragia interna" como p a t o g n o m ó n i c a de la lesión cardíaca en todos los heridos sospechosos. El síndrome de compresión de corazón se presenta en el 44 % de los casos según H O F F M A N N 38% " " " " HESSE 71 % " " " " RYCHLIK 43 % " " " " SACKEN 69 % " " " " DSHANELIDZE El síntoma de aumento del área de la macidez cardiaca hay que recogerle con muchas reservas, ya que no se presenta mientras el pericardio no contiene m á s de 150 c. c. de sangre y que en los ca- H E R I D A S D E L C O R A Z O N 33 sos en que se establece el neumotorax o neumopericardias, la macidez puede estar disminuida o hasta haber desaparecido. Las heridas de los grandes vasos, de las coronarias y del pericardio producen, también, h e m o p e r i c a r d í a s . La compresión cardiaca puede establecerse rápidamente y matar ai enfermo en pocos minutos o, por el contrario, evolucionar de manera muy lenta. Nosotros hemos observado un herido que puede tomarse como ejemplo de rapidez en la presentación del bloqueo c a r d í a c o : > Legionario herido por arma de fuego en tórax hace unas dos horas. (Abril de 1938. Publicado en la Revista de Cirugía de Guerra. Mayo de 1939). Se queja de dolores retroesternales, sensación de angustia, "como si le apretasen el t ó r a x " , dice. E x p l o r a c i ó n . — C a r a cianótica. Venas del cuello ingurgitadas y muy aparentes. Respiración difícil y muy superficial. Pulso irregular, 120 pulsaciones por minuto. Mal estado general. Se le aprecia un orificio p e q u e ñ o , como de bala, ligeramente alargado hacia adentro en el tercer espacio intercostal izquierdo, a unos tres centímetros del borde del esternón. No se nota latido de la punta, hay aumento del área de macidez c a r d í a c a y los ruidos c a r d í a c o s son, apenas, perceptibles. Hay ruidos anormales en el pericardio (de chapoteo, de batido), que se oyen claramente por auscultación. En el hemitórax izquierdo aumento de la sonoridad a la percusión y abolición del murmullo vesicular a la auscultación en sus dos tercios inferiores. En hemitórax derecho percusión y auscultación normales. Contractura abdominal muy marcada. Macidez hepática conservada. Se le opera inmediatamente y se encuentra un gran hemopericardías a mucha tensión, la herida del pericardio estaba cerrada por un coágulo y una herida perforante del ventrículo derecho con orificio de entrada a un centímetro a la derecha del surco interventricular y de salida en la cara posterior del mismo ventrículo. Hem o t ó r a x izquierdo. He aquí un caso en que, como ya hemos dicho, lo que m á s nos llama la atención es la multiplicidad y claridad de síntomas que presentaba de lesión intrapericardíaca, por lo que pudo hacerse su diagnóstico fácilmente, con precisión y con rapidez. Ya el aspecto de gravedad del herido junto con la situación de la herida externa en la región precordial eran suficientes para sospecharla, pero lo que, realmente, nos hizo llegar con seguridad al diagnóstico, fué le presencia de los s í n t o m a s de "compresión de c o r a z ó n " , que eran típicos sin dudarlo. Otras veces, el síndrome de compresión de corazón se presenta •34 F E R N A N D O C U A D R A D O o se diagnostica tardiamente. No nos olvidemos de que el primer caso operado por R E H N tardó m á s de dos días en ser diagnosticado; cuatro, uno de P O D R E Z ; cuatro, otro de S U L T A N ; seis, uno de V B R N U I L ; nueve, uno de M O N Q U O T y C O N S T A N T I N l . Pero tal vez sea de todos el m á s tardíamente diagnosticado, uno qtre nosotros tratamos, hace tres años, en nuestra clínica universitaria. Varón de veintiún años, de esta provincia,, herido en abril de 1956 por arma blanca a la altura del cuarto espacio intercostal, dos traveses de dedo por dentro de la línea mamilar. Como sangraba la herida, fué trasladado a un hospital próximo, donde le trataron suturándole la herida con un punto. Ya — s e g ú n nos dv:e el herido— en dicho hospital manifestaba dolor torácico de tipo compresivo, con gran disnea, desasosiego, insomnio y sudores profusos. Le fueron realizadas también dos punciones evacuadoras por región torácica posterior, aspirándole bastante cantidad de sangre, con lo cual mejoró. A los nueve días fué dado de alta provisional, marchando a su casa, donde g u a r d ó reposo en cama, por consejo médico, durante una semana, sin que notase ningún síntoma anormal, salvo una gran astenia. Pasado este tiempo, regresó al mismo hospital, donde en vista de lo bien que lo encontraron, fué dado de alta definitiva como curado. Regresó a su casa para hacer vida de relativo reposo durante quince d í a s , sin sentir nada anormal, pasados los cuales se reintegró a su trabajo, haciéndolo normalmente durante un período de ocho días, comenzando entonces a sentir un dolor en región epigástrica sin irradiación. Unos días m á s tarde este dolor se fijó en región precordial, y, a la vez, notó que se le inflamaba la cara, se le dilataban las venas del cuello, sentía opresión torácica, gran disnea, sudores y — s e g ú n nos dice también el enfermo— el h í g a d o lo tenía grande. Volvió otra vez al mismo hospital y —sigue hablando el herido^— en el viaje se le hincharon las piernas y le desapareció la inflamación de la cara. Fué entonces tratado con diuréticos y le desaparecieron los edemas, persistiendo los d e m á s síntomas. En el mes de junio, a los dos meses y catorce días de producida su lesión, fué trasladado a nuestro Hospital Provincial y Clínico, ingresando en nuestro servicio, donde fué diagnosticado de hemopericardias, bien claro y ostensible, como se puede demostrar en la figura 7. Se le hacen punciones evacuadoras y diez días m á s tarde se puede apreciar la disminución de la sombra pericárdica en la figura 8. Posterio,mente el hemopericardias llegó, prácticamente a desaparecer, como lo revela la figura 9. El enfermo fué dado de alta por curación, aconsejándole nos visitara periódicamente para controlar la posibilidad de que le sobreviniera algún transtorno. Así lo ha hecho; la H E R I D A S D E L C O R A Z O N 35 última vez que le vimos fué hace un año, e n c o n t r á n d o s e perfectamente, dedicado a sus trabajos habituales. Naturalmente que cuando la sangre tiene fácil salida, aunque, en parte se acumule en el pericardio, no se presenta el síndrome de compresión de c o r a z ó n ; pero, a veces, ocurre que se ocluye Fig. 7.£ temporalmente el orificio pericardíaco y, m á s tarde, por un esfuerzo, por la presión intrapericardíaca o por la disgregación del c o á gulo, el orificio se vuelve a hacer permeable, vaciándose, en gran parte, en la pleura el derrame pericardíaco, con lo cual disminuye la presión y el herido mejora, a no ser que ello dé lugar a que el descenso de la presión pueda provocar una hemorragia c a r d í a c a de tipo cataclísmico y, entonces, se presente la muerte muy r á p i d a . La auscultación del corazón nos muestra datos de algún valor que, en ciertos casos, pueden ser decisivos. Los tonos c a r d í a c o s pueden ser normales, no perceptibles o, lo que es m á s frecuente (77 por ciento de las veces, según H E S S E ) , estar debilitados y obscurecidos, sobre todo el ruido sistólico. A veces se oyen ruidos e x t r a ñ o s en el pericardio (de chapoteo, de batido, de molino, de soplo o met á l i c o s ) . Estos han sido considerados de gran valor por unos auto- 36 F E R N A N D O C U A D R A D O res y de escaso por otros, ya que es imposible diferenciarlos de los que presentan algunas heridas de pleura y pulmón, al mismo tiempo que muchas veces faltan. En efecto, únicamente se presentaron cinco veces en los cuarenta y ocho heridos de HESSE y no se encontraron en ninguna de las quince de SACKEN y de las nueve de H O F F M A N N . Por lo tanto es raro que se presenten estos ruidos Fig. 8.a anormales, que según S A U E R B R Ü C H , sólo se apreciarían cuando la pared cardiaca estuviera desgarrada extensamente o cuando existiesen heridas de los tabiques intracardiacos. Nosotros no los hemos percibido en el caso que operamos, que tenía herido el tabique interventricular, y, en cambio, existían claramente en dos de nuestros heridos que tenían hemopericardias, sin que saliese libremente la sangre desde el pericardio a la cavidad pleural. Por lo tanto, no podemos aceptar la hipótesis de N1ETER para explicar estos ruidos, según la cual serían producidos al caer la sangre en la pleura desde el pericardio y no se producirían cuando el pericardio estuviera cerrado. A nosotros nos da la impresión de que dichos ruidos son producidos por los movimientos cardíacos que baten HERIDA S bEt CORAZÓN 37 r á p i d a m e n t e la masa de sangre acumulada en el pericardio. En cambio, en otros hemopericardias no los hemos encontrado. Como h a b í a m o s dicho, las heridas de pleura y pulmón coexisten muy frecuentemente con las cardíacas. Esto hace necesario Fig. 9.a buscar los síntomas de neumotórax y h e m o t ó r a x en las heridas de corazón, HESSE y H O F F M A N N han estudiado esta cuestión en todos los casos que han publicado y nos dan las siguientes cifras: AUTORES HESSE HOFFMANN Númefo de casos 48 9 Pleura herida 44 Neumo+ora> Hemotórax Hemotórax y Neumotórax Ni n e motóra: Ni he l o t o r a x to 24 16 5 2 0 Como se ve, son muchos los casos de lesión pleural que no presentan ni neumotórax ni h e m o t ó r a x ; se presenta, con mucha fre- 38 F E R N A N D O C Ü A D R A D O cuencia, el hemotórax, ya aislado o ya asociado al neumotorax, y es bastante raro que se presente el neumotorax aislado. El h í g a d o , el e s t ó m a g o , el esófago, diafragma y otros ó r g a n o s han sido frecuentemente lesionados al mismo tiempo que el corazón, y, como es natural, dan los s í n t o m a s correspondientes. Hay que hacer notar que es frecuente encontrar en los heridos cardíacos contractura abdominal interna, sin que esto pueda interpretarse, muchas veces, como síntoma de existencia de heridas abdominales. Dicho síntoma se manifiesta igualmente si e s t á n i r r i t a dos los intercostales o el diafragma por su cara superior o por la inferior, de modo, que aparece no sólo en las heridas c a r d í a c a s , sino que es común a la mayoría de los traumatismos torácicos. En los heridos del corazón el pulso es frecuente y débil, a menudo irregular y, exceptuando los casos de anemia aguda extrema y los de compresión c a r d í a c a intensa, pocas veces imperceptible. La respiración está generalmente acelerada, muchas veces angustiosa y es muy superficial, aunque se han visto casos de ser normal y aun m á s , lenta. Las sensaciones que experimenta el paciente son muy variadas y poco características. Como ya hemos visto, sobre todo en los casos de hemopericardias, sienten también dolores y sensación de opresión en la región precordial, exagerados con la respiración, y presión sobre el tórax, dolores irradiados a hombro y brazo i z quierdos, al abdomen, a los lomos, etc. E l empeoramiento progresivo del estado general merece tenerse en cuenta para el diagnóstico y para decidir la intervención. La utilización] de los métodos auxiliares de exploración como la radiografía, la electrocardiografía y la determinación de la presión venosa pueden sernos muy vtí//osos. Generalmente, la aplicación de estos medios exploratorios queda limitada en los casos de extrema gravedad, porque corrientemente, exige el traslado del herido y suponen pérdida de tiempo que puede ser muy útil para terminar la operación. Por ello HESSE dice que todo individuo que presente una herida reciente, sospechosa de lesionar el corazón, pertenece m á s a la mesa de operaciones que al gabinete de radiología. F A R R I N G E R y CARR creen que retrasar el tratamiento para hacer una exploración radiológica, buscando la ausencia del latido de la silueta cardíaca, puede ser fatal para estos pacientes, y OR1SWOLD y DR1GE, quienes vieron que sus primeros heridos se les morían incluso antes de iniciar la operación, mientras se les practicaban radiografías, radioscopias y otras exploraciones, posteriormente las omiten y consideran suficientes datos, para hacer la toracotomía, los que le proporciona la clínica. De este modo ha aumentado la operabilidad del 60 por ciento entre H E R I D A S D E L C O R A Z Ó N 39 1933 y 1941, hasta el 85'5 por ciento entre 1941-1953. N A C L E RIO, M E Y N A R D y C O R D I C E insisten en que el diagnóstico hay que hacerlo por los síntomas clínicos, mientras que la radiografía, electrocardiografía y determinación de la presión venosa no son m á s que métodos que pueden coadyuvar al diagnóstico. . Sin embargo, hemos de convenir en que en la mayoría de los casos no podemos prescindir de estos métodos exploratorios que nos pueden ser muy valiosos. La exploración radiológica presenta su mayor utilidad en ,los casos de hemopericardias y en los que el proyectil o punta ,del agente vulnerante quedan alojados en el corazón. En el hemopericardias vemos ensanchada el área cardíaca, que toma forma triangular de vértice superior y en los casos de derrame abundante suele asemejarse a una gran bolsa que descansa por su fondo en el diafragma (forma en bolsa de tabaco de LOREY, forma de calabaza de D I E T L E M ) . A veces, el diámetro transversal es igual o mayor que el longitudinal y tanto m á s aumenta la cantidad de derrame cuanto m á s se aproxima a la forma esferoidal. La banda vascular que corona la sombra c a r d í a c a es corta y ancha, ya que el pericardio e s t á dilatado también en los fondos de saco que forma junto a los grandes vasos y la vena cava superior se dilata, a su vez, por efecto del éxtasis. El ángulo mediastinodíafragmátíco es agudo, generalmente, en contraposición a la disposición de la silueta cardíaca obtenida por percusión, en la que se manifiesta con un ángulo obtuso. En radioscopia se aprecia falta de latido en la sombra c a r d í a c a . Los cuerpos e x t r a ñ o s , como ya hemos dicho, pueden estar alojados en el pericardio, en el espesor del músculo cardíaco o en el interior de las cavidades. Cuando el proyectil queda alojado en la cavidad pericardíaca, se le ve dentro de la sombra cardíaca y cambia de situación al cambiar de posición al paciente, y con una incidencia adecuada de los rayos suele lograrse hacerle aparecer fuera del área c a r d í a c a . A veces se comunican al cuerpo e x t r a ñ o los movimientos c a r d í a c o s y, a d e m á s , éste se mueve ligeramente con la respiración. Cuando el proyectil o cuerpo extraño se encuentra en el espesor del miocardio, aparece siempre en todas las incidencias en el interior de la sombra cardíaca. Generalmente se mueve con cada sístole cardíaco. Los proyectiles intracavitarios presentan movimientos en barrena dentro de la sombra c a r d í a c a , como consecuencia de las evoluciones comunicadas al proyectil por la corriente s a n g u í n e a (SCHINZ). Hemos de tener en cuenta que, a veces, no es nada fácil ver .40 F E R N A N D O C U A D R A D O por radioscopia el proyectil o casco de metralla alojado en el corazón, sobre todo si es pequeño o está situado en el espesor de las paredes o en las cavidades ventriculares. En el caso correspondiente a la figura 6 a nosotros nos fué difícil encontrarlo. Sólo d e s p u é s de un examen muy detenido y de nuestra insistencia, por los datos que nos había proporcionado la auscultación, pudimos, al cabo de varios minutos ante la pantalla, descubrir el proyectil, muy difusamente, en proyección anteroposterior. En cambio, en proyección lateral le vimos fácilmente. Esto es lo natural, porque en proyección anteroposterior se superponen las sombras del corazón, ó r g a n o s del mediastino posterior, esternón y de la columna vertebral, y, en cambio, en proyección lateral, el pericardio y el corazón se encuentran entre dos c á m a r a s de aire y, por lo tanto, un cuerpo extravío cualquiera resalta m á s y se hace m á s fácilmente visible. El que pasen desapercibidos proyectiles dentro de la sombra c a r d í a c a es frecuente, no sólo, como cuando en nuestro caso, se utiliza un aparato portátil poco potente y con un voltaje deficiente, sino que también puede suceder en condiciones mucho m á s favorables, como señala SCHINZ, cuando existe una acumulación líquida en el pericardio o se trata de cascos de granada pequeños. El electrocardiograma puede suministrar también datos útiles, según G R A S T N O P O L , G O L B E R G E R , MARCUS y otros autores, sobre las lesiones de corazón y pericardio en las heridas de tórax. Varios autores, y entre ellos M E N E G A U X , hablan de las alteraciones de la onda T . y espacio S. T . en los traumatismos c a r d í a cos. F R I E D B E R G dice que "la presencia de las anomalías en S. T . y en onda T . d e s p u é s de una herida torácica penetrante, indica lesión del c o r a z ó n " . W O O D insiste en la importancia de las anomalías de la onda T . y espacio S. T. en contusiones c a r d í a c a s a consecuencia de contusión torácica o herida no penetrante de corazón. B U R S T E I N y M A R S H A K citan dos casos de contusión torácica y en uno de ellos hacen el diagnóstico de contusión cardíaca por depresión e inversión de la onda T . del electrocardiograma, hecho que comprobaron posteriormente. M E N E G A U X dice que las i m á genes de lesiones del pericardio consisten, sobre todo, en una desnivelación neta del segmento S. T., el cual persiste tres o cuatro semanas; las alteraciones miocárdicas se manifiestan, sea por i m á genes de trastornos de conducción (bloqueo de las ramas), sea por i m á g e n e s de necrosis, lesión de isquemia (onda Q., desnivel en S. T., inversión de T . ) . Nosotros pudimos hacer electrocardiogramas al primer herido que operamos. En el primero ( F i g . 10), practicado a las tres horas de ser operado, se aprecia: Ritmo sinusal taquicárdico; en primera derivación hay un aplanamiento de la onda P. y un aplanamiento e H E R I D A S D E L C O R A Z O N 41 inversión de la onda T . En segunda derivación aparece el espacio S. T . descendido y cóncavo hacia arriba y discreto aplanamiento de la onda T . En tercera derivación se aprecia, igualmente, descenso del espacio S. T. y onda T . aplanada, aunque menos marcadamente que en la segunda derivación. Fig. 10 En el segundo electrocardiograma ( F i g . 11), practicado veintiocho horas m á s tarde, se ve cómo en primera derivación la onda T . se ha hecho positiva, aunque continúa aplanada. En tercera derivación se ha normalizado la desviación del S. T., quedando únicamente el aplanamiento de la onda T . La determinación de la tensión venosa nos es útil, sobre todo en los casos de hemopericardias, ya que e s t á aumentada a consecuencia de la dificultad de reflujo de la sangre al corazón. Vemos que de todos los síntomas enumerados, ninguno, aisladamente considerado, es capaz de darnos seguridades d i a g n ó s t i c a s en las heridas c a r d í a c a s . Es de su asociación y valoración de lo que tenemos que valemos para hacer el diagnóstico. Y no nos olvidemos de lo que decíamos al principio: es preciso pensar en ellas y buscarlas para diagnosticarlas. Así y todo, alguna vez no llega a conseguirse, como a nostros nos p a s ó en una herida de corazón cuyos datos vamos a resumir a q u í : 42 F E R N A N D O C U A D R A D O Mujer de cuarenta y dos años, herida en junio de 1936 por arma de fuego, con orificio de entrada en la región esternal. Nosotros la vimos doce horas después y nos dice que en el momento de recibir el disparo cayó al suelo y echó sangre por la boca. Presentaba una herida por arma de fuego, situada medio centímetro a la derecha de la línea medioesternal y a la altura del Fig. 11 tercer espacio intercostal y dolor espontáneo y provocado por la presión sobre la novena costilla derecha, a nivel de la línea axilar anterior, en cuyo lugar existía enfisema subcutáneo poco extenso. Area de macidez cardíaca normal, tonos cardíacos normales; ningún ruido anormal a la auscultación c a r d í a c a : s í n t o m a s de hemot ó r a x derecho. Suponemos que el proyectil ha quedado alojado en la pared torácica, donde la duele a nivel de la novena costilla y aparece el enfisema s u b c u t á n e o . Cuatro días m á s tarde fallece y se le hace la autopsia y aparece una herida en pericardio y unos 100 c. c. de sangre en su cavidad y una herida en cara anterior de aurícula derecha, cerca de su borde anteroexterno, en forma de surco, que sólo comunica con la cavidad auricular por un pequeño orificio situado en su centro y también ligeramente alargado. He aquí un caso en el que el único síntoma clínico que presentaba la herida de corazón era el de la situación de la herida en región precordial. N i a la inspección, ni a la auscultación, ni a la H E R I D A S D E L C O R A Z O N 43 percusión encontramos m á s signos que los de herida penetrante en tórax con lesión de pulmón y fractura costal. Pensando, desde el primer momento, en herida de corazón, la buscamos con insistencia, durante los cuatro días que vivió. Para asegurarnos, requerimos la colaboración de un internista de gran prestigio científico y profesional, el cual, después de exploraciones repetidas, nos aseguraba que no existía ningún síntoma anoíüial ni de corazón ni de pericardio. La situación del orificio de entrada y el trayecto que siguió el proyectil, a juzgar por la situación de la fractura costal y del enfisema, nos hizo suponer que h a b í a pasado cerca, pero que no había lesionado la masa c a r d i o p e r i c a r d í a c a . E l h e m o t ó r a x y la herida de pulmón, a juzgar por los s í n t o m a s , eran indudables. (Pero la herida c a r d í a c a , aun pensando en ella desde el primer momento, nos pasó desapercibida. Sólo en la autopsia pudimos descubrirla, quedando sorprendidos al comprobar sangre en el pericardio y la herida en la aurícula derecha, Aun d e s p u é s de la autopsia, todavía nos quedaron dudas de si la herida cardíaca fué penetrante desde el primer momento o sólo parietal, que luego se completó secundariamente. Esto último nos lo hacían sospechar los caracteres de la herida v lo apoyaba la escasa cantidad de sangre, que se había acumulado en el pericardio. El examen histopatológico de la pared auricular herida demostró lo contrario: que la lesión c a r d í a c a fué penetrante siempre y que, sin duda, la sangre cayó directamente a la cavidad pleural, a c u m u l á n d o s e sólo en pequeña cantidad en el pericardio, como está descrito que ocurre en muchas heridas c a r d í a c a s . Por todo lo que antecede, vemos la gran dificultad aue puede presentarse para diagnosticar una herida cardíaca antes de la operación. En los casos de HOF'FMANN, el diagnóstico seguro fué hecho cuatro veces, probable dos v en los otros tres el único diagnóstico era el de anemia aguda. En los de HESSE. 27 con seguridad, 11 con probabilidad y 10 sin diagnóstico. Nótese que esto ha ocurrido en las clínicas que mayor número de casos han operado y, acaso, donde m á s escrupulosamente hayan sido estudiados. R E H N propone para los casos dudosos hacer una pericadiotomia extrapleural exploradora, que, según él, tiene pocos peligros. Esto no cabe duda que es lo m á s seguro, pero a condición de que la apertura del pericardio sea amplia, ya que se han publicado casos (de F I N K E S T E I N , STERN, D E S T E R M A N N ) de haber abierto pericardio y no haber encontrado la herida cardíaca, que m á s tarde apareció en la autopsia. TRATAMIENTO El tratamiento de las heridas de corazón ha seguido las vicisitudes del conocimiento de su fisiopatologia y, como es natural, de las adquisiciones de la técnica quirúrgica. Hasta el siglo X V I I I a "estos pacientes se les cerraba la herida externa, se les envolvía el t ó r a x en una coraza de hielo y se les m a n t e n í a en una habitación que estuviera bajo cero y, si era en verano, se les bajaba a la bodega" ( B O R C H A R D T . Tomado de M A T A S ) . Es curioso comprobar que entonces ya se hacía hibernación artificial. M á s tarde, cuando M O R G A G N I y ROSE demostraron la i n fluencia del hemopericardias, se utilizan la s a n g r í a , sanguijuelas y ventosas sobre la región precordial, como derivativos y opio. iPosteriormente, se punciona el pericardio y se hace la pericardiotomia, practicada, por primera vez con éxito, por un médico español, de Barcelona, ROMERO, para tratar una pericarditis serofibrinosa. Desde que R E H N , en 1896, logra la primera curación por sutura cardíaca, se amplían las indicaciones quirúrgicas y, generalmente, se considera obligado operar y suturar toda herida de corazón diagnosticada. No obstante, como también se obtienen algunas curaciones con los métodos abstencionistas, t o d a v í a quedan algunos cirujanos que no son partidarios de la intervención. Así H I L D E B R A N D , H E U H A U S , F R A N K E y otros son opuestos a la operación sistemática en todas las heridas de corazón y preconizan la punción de pericardio con aspiración y otros medios coadyuvantes, para el tratamiento de muchas de ellas. Sin embargo, la operación se impone, como norma general, para tratar toda herida c a r d í a c a , hasta que, en 1943, B L A L O K y R A V I T C H presentan una comunicación sobre el tratamiento por aspiración del hemopericardias resultante de una herida cardíaca, llegando a la conclusión de que este era el tratamiento de elección y que la apertura operatoria y sutura de la herida c a r d í a c a debe- 46 F E R N A N D O C U A D R A D O rían ser realizadas, únicamente, cuando, a pesar de la aspiración, la hemorragia continúa. Posteriormente, en 1949, comunican once casos, de los cuales siete fueron tratados con aspiración. B L A V , A N D E R S O N y STAlRBUCK aportan seguidamente los resultados satisfactorios con el tratamiento no operatorio. C R A S N O P O L , O O L B E R G E R , MARCUS y S T R O V E , en 1948, se muestran tam^bién partidarios de este procedimiento. F A R R I N G E R y CARR, en 1955, se muestran tan seguros de este método que, si una vez hecha la aspiración del pericardio, permanecen los heridos afebriles, durante setenta y dos horas, la herida externa tiene buen aspecto y el hemopericardias ha sido evacuado satisfactoriamente, los pacientes abandonan el hospital a los cinco d í a s , con la recomendación de que limiten sus actividades durante tres o cuatro semanas. Si se presentan nuevos síntomas de compresión, vuelven a aspirar. Estos autores se muestran partidarios de que los pacientes con taponamiento cardíaco deben ser tratados por aspiración, reservando la toracotomia para los que manifiesten una tendencia repetida a recaer y afirman también que aun los que requieren la toracotomia y cardiorrafia, tienen m á s probabilidades de sobrevivir si antes la tensión arterial ha sido restaurada por la aspiración del pericardio y la adecuada terapéutica intravenosa de sostén. En contra de esta tendencia abstencionista de los partidarios de la aspiración, bien pronto aparecen otros contradictores. En 1953, NACLEiRIÜ, M A I N A R D y CORDIOE, se muestran entusiastas del tratamiento quirúrgico y presentan diez casos tratados por toracotomia y curados, de los cuales dicen que tres eran moribundos y cinco estaban intensamente schokados. Reconocen, sin embargo, que la punción hay que practicarla cuando hay hemopericardias puros y que, cuando hay síntomas de taponamiento c a r d í a c o , puede salvarse la vida del herido hasta dar tiempo a operarle. En 1954, G R I S W O L D y D R I G E reaccionan contra el método de la aspiración, aunque consideran que está indicado en algunos casos de taponamiento c a r d í a c o que se desenvuelve lentamente. Son muchos los autores que creen preferible la toracotomia y sutura de la herida, a la aspiración, porque aquélla: 1. ° Precisa exactamente la situación y extensión de la herida cardíaca. 2. ° Permite descubrir la existencia de otras heridas torácicas o abdominales. 3. ° Asegura m á s la hemostasia y la cicatrización. A d e m á s de carecer de estas ventajas atribuyen a la punción y aspiración los siguientes inconvenientes: H E R I D A S D E L C O R A Z O N 47 1. ° Puede fracasar, en absoluto, por la frecuente coagulación del derrame. 2. ° Los coágulos pueden detener la aspiración. 3. ° No es inocua y puede ser peligrosa. 4. ° Una herida ventricular no suturada, aunque cicatrice, puede dar lugar a un aneurisma o a una hemorragia secundaria. 5.9 Posibilidad de organización de los coágulos, originando pericarditis constructiva. En resumen, vemos que actualmente disponemos de dos m é t o dos: primero, punción del pericardio con aspiración del contenido, y s e g ü n d o , toracotomia seguida de cardiorrafia, para el tratamiento de las heridas c a r d í a c a s , los cuales no se excluyen y en muchos casos se complementan. Los mismos B L A L O K y RA-VITCH, que resucitaron la aspiración como método de elección, al hacer ésta, llevan al herido al quirófano y tienen todo preparado para operar inmediatamente si el herido lo requiere. Y los partidarios de la operación reconocen que la punción del pericardio puede salvar al herido y darle tiempo a ser operado. Es innegable que los progresos de la cirugía c a r d í a c a han hecho variar también las indicaciones operatorias de las heridas de corazón y que si en un tiempo se consideraba, por la m a y o r í a de los cirujanos, obligado operar toda herida c a r d í a c a diagnosticada o aun sospechada, hoy día, como dice M E N E G A U X a este respecto, este problema terapéutico debe ser enfocado con mucha menos precipitación, ya que muchos de los heridos que llegan al cirujano presentan únicamente lesiones superficiales o mínimas, que son susceptibles de cicatrización e s p o n t á n e a . Y los que se presentan con heridas m á s ostensiblemente peligrosas no se prestan a la i m provisación y al ambiente de confusión en que, muchas veces, es necesario practicar la intervención en los servicios de urgencia (DUBIOST). Nuestro criterio sobre la conducta a seguir con los heridos cardiacos, siguiendo la clasificación en la que les hemos encuadrado en cuatro grupos, según las posibilidades quirúrgicas que presentaban, es el siguiente: Primer grupo.—Heridos que mueren al recibir la lesión o momentos d e s p u é s . Ya hemos dicho que no tienen interés quirúrgico. De estas víctimas es de las que dice RIED1NGER: "no mueren, están muertas antes de que se pueda apelar a ningún tratamiento". (MATAS). Segundo grupo.—Heridos de gravedad extrema, pero que dan tiempo a ser tratados quirúrgicamente. Estos se nos pueden presentar de dos maneras: a) Heridos intensamente pálidos, con hemorragia externa, tórax 48 F E R N A N D O C U A D R A D O abierto y s í n t o m a s de anemia aguda. En estos casos la intervención inmediata se impone si se quiere hacer algo por el herido. Aquí no cabe esperar ni se logra nada con intentar la punción; los minutos de vida del herido, tal vez alguna hora, están contados. Si estamos en condiciones de hacer una toracotomía, aun con las m í nimas disponibilidades, no debemos retrasarla. La misma conducta se debe seguir cuando exista asociación de heridas de visceras abdominales. b) Heridos cianóticos que no sangran al exterior, en los que se desarrolla r á p i d a m e n t e un hemopericardias intenso, con s í n t o mas de compresión aguda de corazón que ponen en peligro la vida del herido. Punción y aspiración para descomprimir, pero estando preparados para intervenir inmediatamente en cuanto nos demos cuenta de que la hemorragia no se ha cohibido y los s í n t o m a s de compresión persistan o se agudicen. Esta punción y aspiración deben hacerse en el quirófano, porque dada la rapidez y la intensidad con que se ha producido el bloqueo cardíaco, no podemos esperar que sea curativa y únicamente la haremos para mejorar las condiciones hemodinámicas del corazón y operar con mayores posibilidades. Tercer grupo.—Heridos de hemopericardias de evolución lenta y con pocos s í n t o m a s de gravedad extrema. En estos casos la punción-aspiración está indicada y puede proporcionar la curación del herido. Si con la punción se obtiene mejoría y persiste ésta, no hay m á s que repetir las punciones hasta que desaparezcan los síntomas. Si la herida c a r d í a c a sigue sangrando y se repite la compresión, es preciso toracotomizar al herido y suturar sus lesiones. Cuarto grupo.—'Casos en que, semanas, meses o años d e s p u é s de la herida aparecen cuerpos extraños, cascos de metralla o proyectiles alojados en el corazón. Estos les estudiaremos algo m á s al detalle. Los proyectiles y cuerpos e x t r a ñ o s alojados en el corazón o en el pericardio, pueden ocasionar graves trastornos de irritación o de infección, pero es asombrosa, muchas veces, la benignidad con que se toleran, por lo cual ha sido y sigue siendo muy debatido el p r o blema de sus indicaciones operatorias. Naturalmente que las i n d i caciones de extirpación o de eliminación se han hecho, últimamente mucho m á s extensas por la seguridad que proporciona la reanimación, la anestesia moderna, el auge de la cirugía torácica y la colaboración que pueden aportar en las "operaciones en frío" los cardiólogos y radiólogos. Para tratar este problema hay que tener en cuenta dos elementos: el volumen y la situación. En cuanto al volumen, \os cirujanos americanos han puesto H E R I D A S D E L C O R A Z O N 49 como regla que todo cuerpo extraño que mida m á s de un centímetro debe ser extirpado. En cuanto a la situación hay que tener en cuenta si el proyectil o metralla está dentro del pericardio, si es intramural o si es i n tracavitario. Los proyectiles intrapericardíacos pueden ulcerar los vasos o la misma pared cardíaca, pero, por lo general, rápidamente son envueltos en un tejido conjuntivo que no solamente protege los vasos, sino que facilita su exéresis. La indicación operatoria es clara, pero no hay que olvidar el peligro de que al eliminar el proyectil se produzca una hemorragia cataclística con todas sus consecuencias. Cuando el proyectil es intramural, está indicado extirparle si ocupa la cara anterior del corazón. En cambio, si ocupa la pared posterior, que es de acceso m á s difícil, la indicación operatoria q u e d a r á condicionada a las dificultades que pueda presentar. Cuando el proyectil es intracavitario, si está libre, nadie discute la necesidad de extraerle. En cambio, las opiniones son opuestas y discutidas cuando el proyectil está fijo. Los no intervencionistas se apoyan en que, generalmente, los proyectiles fijos son bien tolerados por el corazón y la operación es muy difícil. Los intervencionistas fundamentan su actitud en los siguientes hechos de observación: 1.°, que, a pesar de que dichos cuerpos e x t r a ñ o s son generalmente bien tolerados, 'la literatura médica publica numerosos casos de muerte; 2.°, muchos de estos cuerpos e x t r a ñ o s se asocian a endocarditis bacterianas; 3.°, pueden ser liberados y embolizados, y 4.°, la herida miocárdica puede ser el asiento de una ruptura o de un aneurisma. D U B O S T , a quien seguimos en la exposición de estas indicaciones, a ñ a d e que la operación es posible, casi siempre fácil y que los casos publicados indican su benignidad. OONSIDERACIONES TECNICAS Como hemos dicho, actualmente disponemos de dos métodos para el tratamiento de las heridas de corazón, de los cuales hemos sentado las principales indicaciones. Haremos unas consideraciones brevísimas sobre la manera de llevar a cabo estos dos procederes. P U N C I O N Y ASlPIRACIiON D E PERICARDIiO.—La punción del pericardio, para vaciar el hemopericardias, en nada se diferencia de la utilizada para vaciar otros derrames pericardíacos, pudiendo usarse todas las vias que para los mismos se han propuesto. La vía paraesternal izquierda, sobre el cuarto o quinto espacio intercostales, es preferida por BLAUOCK y R A V I T C H , practicando la punción con agujas de calibre 16 ó 18. La vía infraxifoidea de M A R F A N es preferida por muchos y la que nosotros hemos utilizado. FARiRINGER y CARR hacen la punción tan pronto como se establece el diagnóstico, inyectando, simultáneamente, por vía i n travenosa, una solución de glucosa en suero salino al 5 por ciento, con objeto de aumentar la presión arterial y compensar la presión a que se ve sometida la aurícula. T a m b i é n administran oxígeno, por vía nasal, y todo esto lo hacen en el quirófano y con un anestesista al lado, para el caso en que se produzca una parada cardíaca, como le ocurrió en una ocasión. Según dichos autores, basta la aspiración de 30 ó 50 c. c. de sangre para que la presión arterial se eleve y descienda la frecuencia del pulso. La aspiración se continúa mientras siga saliendo sangre y raramente se obtienen m á s de 150 c. c. en la primera aspiración. La observación del enfermo debe continuar, determinando pulso y presión arterial cada quince minutos, por lo menos, durante las primeras doce horas. Si la presión vuelve a descender se repite la aspiración, y si tiene una continua tendencia a bajar, entonces hay que toracotomizar al enfermo y suturarle la herida cardíaca. Es conveniente, según D U B O S T . inyectar 5 ó 10 c. c. de novocaína a l 1 % al final de la punción. £2 F E R N A N D O C U A D R A D O T O R A C O T O M I A Y C A R D I O R R A F I A . — E l incremento que actualmente ha tomado la cirugía torácica y, especialmente la c a r d í a ca, ha hecho que hayan perdido interés detalles de técnica, a los que antes se daba mucha importancia, para llegar al corazón herido y reparar sus lesiones. Anestesia. — Aunque se citan casos de heridos en coma y en schok muy acentuados que se pudieron intervenir sin anestesia, como los dieciséis recogidos por G U I B A L , de los cuales dos (casos de M 1 G N O N y S I E M ) hubo necesidad de cloroformizarles una vez abierto el pericardio, y HESSE y S A U E R B R U C H operaron a l gunos heridos con anestesia local,, desde hace m á s de treinta a ñ o s todos los autores están de acuerdo en que es preferible la anestesia general, utilizando el cloroformo o el éter indistintamente. Actualmente la anestesia de estos heridos requiere las mismas normas que se exigen en todas las operaciones de corazón y que cualquiera que sea la afección por la que se haya de intervenir, se fundamentan en ciertos principios básicos que deben ser respetados, los cuales, según D U B O S T , son: 1." asegurar una oxigenación perfecta. 2. ° Elección de un anestésico lo menos tóxico posible y de fácil eliminación. 3. ° 'Realizar una inducción muy suave y, sin embargo, todo lo m á s rápida posible. 4. ° Administrar un relajante que facilite la intubación y provoque el silencio torácico para facilitar la labor del cirujano. 5. ° Proteger el miocardio y el sistema de conducción, poniendo al corazón al abrigo de estímulos vagosimpáticos. 6. ° Establecer, desde el primer momento, el control de la respiración. A P E R T U R A D E LA (PARED TORACICA.—Sobre el modo de abordar el corazón se han descrito infinidad de métodos y procedimientos: toracotomías, con o sin resección costal, en colgajo a la izquierda o a la derecha, transesternales verticales o transversales, transdiafragmáticas, etc., etc. T E R R I E R , en el año 1900, ya decía que en once heridos operados se h a b í a n empleado diez procederes diferentes. R E H N puso de manifiesto que la vía a seguir en cada herido d e p e n d í a de una serie de circunstancias de las cuales s o b r e s a l í a n : el peligro de muerte inminente en que se encuentra el lesionado; la localización de la herida cutánea y el que estén o no lesionados otros ó r g a n o s , dejando para último lugar el procurar conservar al corazón una cubierta ósea que le proteja. La cuestión m á s interesante era si, para llegar al corazón, ha- H E R I D A S D E L C O R A Z O N 53 bía que respetar o no la pleura y durante mucho tiempo estuvo establecido que si la pleura estaba herida, como ocurre casi siempre, no había por q u é hacer resecciones subperiósticas y esforzarse por no abrirla; en cambio, cuando la pleura estaba íntegra, todos los autores aconsejaban hacer todo lo posible por respetarla. Hoy día este problema está simplificado, ya que con la posibilidad de controlar la respiración, se puede abrir sin los peligros que antes existían. La mayoría de los cirujanos, y entre ellos GR1SWOL, DR1GE y DUBiOST, prefieren la toracotomía lateral, partiendo de la línea medio-esternal que sigue, lateralmente, sobre la costilla o espacio intercostal m á s p r ó x i m o a la herida. Esta vía de acceso tiene las ventajas de ser fácil, que se puede cerrar r á p i d a m e n t e , que el trastorno respiratorio que provoca es mínimo, que permite descubrir toda la cara anterior del corazón y, aún, que fácilmente se puede agrandar por esternotomía transversal cuando sea necesario. Tiene el inconveniente, en cambio, de que con ella se llega mal a la cara posterior de las orejuelas, sobre todo de la derecha. Sin embargo, como dice D U B O S T , ninguna otra vía de acceso, salvo la esternotomía media, es m á s favorable. En los casos de heridas abdominales asociadas se h a r á una toracofrenolaparotomía. PERICAiRD[OTOMIA Y E X P O S I C I O N D E LA H E R I D A CARDIACA. — Una vez descubierta la herida en el pericardio, se ampliará en la dirección del eje del corazón, desde la base hasta la punta. Sí la herida pericárdica no asienta en el lugar adecuado, se abrirá el pericardio en sentido longitudinal, sobre la línea media, sin tener en cuenta la herida m á s que para resecar sus bordes. Una vez abierto el pericardio encontraremos el campo operatorio invadido por sangre mezclada con coágulos, a veces, en gran cantidad. No debemos preocuparnos de limpiar ésta, m á s que en la cantidad necesaria para poner al descubierto la herida cardíaca, a la cual debemos dedicar nuestra mayor atención. La hemorragia de la herida cardíaca puede ser pequeña o no existir, pero generalmente es tan grande que dificulta reconocer detalladamente la situación y extensión de la misma. En estos casos no hay que perder tiempo en secar la sangre y hay que esforzarse por detener pronto la hemorragia y exteriorizar el corazón hacia el campo operatorio, para hacer la sutura. La hemorragia cardíaca se detiene por lo general fácilmente, aplicando el pulpejo de un dedo sobre la herida y mejor si entre el pulpejo y el corazón se interpone un "parche" de esponja de fibrina. El dedo debe quedar sobre la herida y sobre sus bordes; nunca debe ser introducido en la misma. 54 F E R N A N D O C U A D R A D O La exteriorización del corazón, que facilita la sutura, se hace por las maniobras ya clásicas de R E H N y de S A U E R B R U C H , que impiden el aflujo venoso a las aurículas por medio de la presión digital de los últimos dedos sobre las aurículas y sobre las cavas, mientras que el resto de la mano atrae el corazón hacia el campo operatorio. Cuando la herida sienta en la cara anterior de los ventrículos D U B O S T , introduce r á p i d a m e n t e los últimos dedos de la mano izquierda d e t r á s del corazón, mientras que con el pulgar tapona la herida en la cara anterior, quedando la punta del corazón situada en el hueco de la mano. Entonces, por encima de la extremidad del dedo pulgar, pasa un punto de hilo, perpendicular a la herida, cuyos cabos pone tensos el ayudante, con lo que disminuye la hemorragia mientras se hace la sutura, que progresivamente va efectuando, de arriba a abajo, retirando el dedo pulgar a medida que da los puntos. SPANGARO ya utilizó un método que posteriormente ha sido difundido por BEGK, que consiste en pasar una asa de hilo de seda a través del vértice c a r d í a c o y tirando de sus cabos traccionar o torsionar el corazón, según convenga, para facilitar la sutura. Este método tiene el inconveniente de producir otras heridas en el miocardio, sobre las que en alguna ocasión ha sido necesario dar puntos, y la ventaja de no manosear y comprimir la masa cardíaca. Puede ser muy útil cuando la herida asienta en la cara ventricular posterior, pues fraccionando del asa hacia arriba se expone fácilmente, al mismo tiempo que se detiene la hemorragia por acodamiento de los vasos en la base c a r d í a c a . Todos los métodos que detienen la hemorragia, impidiendo el aflujo de sangre al corazón o a los ventrículos, deben interrumpirse cada dos o tres minutos, aunque no se haya terminado la sutura c a r d í a c a , para evitar los efectos perniciosos de la anoxia del propio miocardio y de los d e m á s tejidos, principalmente del nervioso, que es el m á s sensible de todos. S U T U R A C A R D I A C A . — T o d a herida c a r d í a c a descubierta debe ser suturada, aun las muy p e q u e ñ a s , no penetrantes y que no sangren, ya que está demostrada la posibilidad de que la presión i n t r a c a r d í a c a provoque una perforación secundaria. En los ventrículos R E H N ha aconsejado pasar los puntos d u rante el diástole, puesto que en este momento de la revolución c a r d í a c a el miocardio se deja perforar m á s fácilmente. Para B O D E N sería mejor pasarlos durante el sístole, cuando se sutura el ventrículo izquierdo, y durante el diástole cuando se sutura el derecho. La m a y o r í a de los autores están de acuerdo en admitir que hay que pasarlos cuando se pueda, ya que con frecuencia los movimientos cardíacos son tan rápidos que hacen imposible otra H E R I D A S D E L C O R A Z O N 55 conducta. Los puntos, que lian de comprender suficiente masa cardíaca para que la sutura sea sólida, no deben ser perforantes, para evitar el contacto del hilo con la sangre y la formación de coágulos en el interior de las cavidades c a r d í a c a s , origen de posibles embolias; así como que, a través de los hilos, se produzcan hemorragias molestas y peligrosas. T e ó r i c a m e n t e deben profundizar hasta el borde del endocardio, pero sin atravesarlo. Por lo que hemos visto en nuestros casos y en experiencias posteriores practicadas en perros, podernos asegurar, como ya dejamos consignado en 1934, que los ventrículos tienen paredes muy gruesas para que el cirujano, en el momento de praticar la sutura, se dé cuenta de si la aguja llega 0 no al endocardio. Actualmente esta opinión es compartida por todos los autores. La colocación del primer punto es el tiempo m á s importante de la sutura c a r d í a c a y ya actúa cohibiendo la hemorragia, de tal modo que la colocación de los restantes ofrece menos dificultades; por lo general son suficientes dos o tres puntos para quedar perfectamente obliterada la herida. Cuando la herida asienta sobre las aurículas es preferible coger los labios de la herida con una pinza ovalada o triangular y ligar en la base con un sólido hilo de lino o de seda. L a sutura en estas heridas es difícil y peligrosa porque los hilos desgarran los tejidos que son muy frágiles. Como hilos de sutura se han empleado la seda, el lino y el catgut; unos y otros tienen defensores y contradictores. El catgut tiene el peligro de que se reabsorba antes de que la herida esté fuertemente cicatrizada y que, por esto, se produzcan, en el sitio de la cicatriz, una dilatación aneurismática o una rotura secundaria. No obstante esto, G U I B A L afirma que la observación y la experiencia han demostrado que el catgut tarda mucho m á s en reabsorberse que en cicatrizar la herida cardíaca. A la seda se la acusa de provocar adherencias c a r d i o p e r i c á r d i c a s . Contra esto KLOSE dice haber encontrado experiinentaliuente que la seda provoca menos reacción inflamatoria que el catgut. Como agujas se han empleado todas las conocidas y todas, aparentemente, con el mismo resultado. Las preferidas son las atrauináticas, redondas, curvas y de punta poco afilada, que son menos traumatizantes, con lo que una vez efectuada la sutura la hemorragia queda completamente cohibida y no sangran los puntos de sutura, como se ha observado en muchos casos, cuando no se emplea este proceder. El desgarro del miocardio al anudar los hilos es una complicación desagradable y peligrosa, que ha hecho que algunos heridos hayan muerto en la mesa de operaciones por la imposibilidad de cerrarles su herida. Este desgarro del miocardio al anudar los hilos CG F E R N A N D O C U A D R A D O nos ocurrió en la segunda sutura cardíaca que hicimos, y según HESSE, se presentaren el 16 % de los casos en individuos a l c o h ó licos, esclerósicos, sifilíticos, etc. ¡Para vencer la dificultad que ello representa, G I O R D A N O , en un herido ha suturado el pericardio junto con el corazón; HESSE recomienda reforzar la sutura fijando un trozo de aponeurosis o de epiplon encima de la herida. L A B E N y Y U R A C Z utilizan para esto mismo un trozo de pectoral mayor. Y SANSON emplea fragmentos de pericardio para obliterar la herida c a r d í a c a . J E N K I N S , O W E N , SENZ y J A M B O L I S han hecho experimentos en perros, buscando la posibilidad de utilizar la esponja de gelatina por la técnica del "parche" sobre las heridas de corazón y han llegado a la conclusión de que puede servir como complemento de la sutura. En la mayoría de los casos publicados, la sutura se ha hecho con puntos separados. La sutura continua ha sido defendida por F O N T A N y L A U N A Y , ya que, según ellos, es m á s rápida y efectiva. M I G N O N ha utilizado la llamada "en bolsa de tabaco". T E JERINA prefiere la de puntos en equis. BECK la de puntos en U paralelos a los bordes de la herida para cruzar m á s tarde los hilos y que hagan provisionalmente la hemostasia, mientras se anudan los d e m á s . Según E L S B E R G , del modo como se haga la sutura d e p e n d e r á la formación de la cicatriz. La sutura continua mortificaría las fibras interpuestas en las asas y la cicatrización se haría por tejido f i broso, poco resistente y expuesto a la dilatación consecutiva y a la rotura, mientras que con la sutura por puntos separados la reparación sería fibrosa únicamente a nivel de los puntos y muscular en el intervalo que los separa. KLOSE y NISSEN, en cambio, afirman no haber visto nunca regeneración de la fibra muscular. Una vez terminada la sutura y comprobado que no existe ninguna otra herida, se limpiará el pericardio de sangre y coágulos y se volverá a su sitio el corazón. Si el proyectil ha quedado incluido y es fácilmente accesible, se le extirpará, pero no se debe perder tiempo buscándole. Cuando la pleura haya sido abierta, debe revisarse el pulmón, tratarle si está herido y vaciar aquélla de sangre y coágulos. SOBRE E L DRENAJE D E LA PLEURA Y PERICARDIO.— La frecuencia con que d e s p u é s de estas intervenciones se presentaban supuraciones pericárdicas y pleurales, hizo que en un p r i n cipio se considerara necesario drenar siempre estas cavidades. Los resultados obtenidos con el drenaje dieron pronto lugar a una discusión sobre si se debía o no drenar la pleura y sobre la manera de hacerlo. Actualmente este problema está resuelto, suturando el pericardio a puntos entrecortados y muy separados, de tal H E R I D A S D E L C O R A Z O N 57 modo que por el intervalo de ellos puedan vaciarse los líquidos pericardíacos en la pleura y en esta, a su vez, se deja un drenaje con aspiración en sitio alejado de la herida, generalmente a nivel de la linea axilar anterior. La oxigenación para evitar la anoxia, la utilización de transfusiones de sangre, plasma, sueros, cardiotónicos y hormonas de acción vascular según las necesidades, así como la aplicación de antibióticos, es obligada en estos heridos. LA E V O L U C I O N D E LA H E R I D A CARDIACA S U T U R A D A . — Y a hemos dicho antes que en las heridas que curan espont á n e a m e n t e la abertura se cierra únicamente por tejido conjuntivo cicatrizal. Esta cicatriz es relativamente delgada, obtura únicamente la parte superficial o epicárdica, mientras que la parte m á s profunda está en contacto con la saqgre que llena las cavidades y, generalmente, se tapiza de un endotelio de origen endocárdico. Esta cicatrización, únicamente superficial, es seguida de una distensión del tejido conjuntivo no elástico que, por la acción de la tensión s a n g u í n e a cede y se transforma en un falso aneurisma del corazón, el cual, a veces, se rompe y ocasiona r á p i d a m e n t e la muerte. Otras veces se refuerza dicha endeble cicatriz por adherencias con el pericardio que evita la rotura secundaria de la herida. Por lo tanto, la cicatriz de una herida curada e s p o n t á n e a m e n t e persiste como un locas minore resistentiae que constituye siempre un peligro para la vida ulterior del paciente. B O N O M I , M A R I O T T I y E L S B E R G afirmaron, basados en hechos experimentales, que las heridas de corazón, cuando están bien coaptadas por la sutura curan con verdadera regeneración del miocardio y con el mínimo de proliferación del tejido conectivo. De aquí la ventaja de suturarlas ( M A T A S ) . NISSEN ha estudiado esta cuestión y afirma que sus trabajos han demostrado que la musculatura del c o r a z ó n no toma parte a l guna en el proceso de cicatrización, la cual se verifica únicamente a expensas del tejido conjuntivo, en cantidad mayor o menor, según la extensión de la lesión muscular ( R E H N ) . H Ü B S C H M A N N en el estudio anatómico de un c o r a z ó n en el que R E H N h a b í a practicado la sutura de una herida seis años antes, y D S H A N E L I D Z E en el de dos corazones de individuos que h a b í a n sobrevivido dos y tres años, respectivamente, a la sutura c a r d í a c a , han demostrado que en todos ellos la cicatriz era únicamente de naturaleza conjuntiva, aunque no producía el menor trastorno funcional. C O M P L I C A C I O N E S . — U n a vez practicada la sutura c a r d í a c a y salvados los peligros que llevan consigo la anestesia y la operación, los heridos de corazón todavía están expuestos a múltiples 58 F E R N A N D O C U A D R A D O contingencias, entre las cuales destacan las ocasionadas por la i n fección, que actualmente pueden ser vencidas, muchas veces, por los antibióticos. Las pericarditis, neumonías, bronconeumonías, pleuresías purulentas y hemorragias secundarias han ocasionado la muerte de muchos heridos a los que se practicó la sutura cardíaca, en época anterior a la utilización de dichos medicamentos. Las embolias se han observado pocas veces en estos heridos. RESULTADOS Son muy variables, según una serie de circunstancias, no siempre fáciles de establecer, ya que, en la mayoría de los casos, han sido operados por diferentes cirujanos, en distintos centros hospitalarios y en muy diversas circunstancias o condiciones. Por otro lado, las heridas son muy diferentes unas de otras según el agente que las produzca, la situación, la penetración, los destrozos que haya ocasionado, las heridas viscerales o vasculares de que vayan a c o m p a ñ a d a s , etc., etc. En números globales la curabilidad operatoria hasta el advenimiento de la anestesia moderna, oscilaba entre el 40 y el 60 por ciento. La estadística global de todos los casos operados hasta 1924, recogidos por D i S H A N E L I D Z E , arroja el 57'7 por ciento de mortalidad en las heridas por punción y el 50 por ciento en las producidas por arma de fuego. Los 191 casos recogidos por ERE Y en la literatura mundial entre 1929 y 1939, incluyendo lesiones producidas por agujas y extracción de cuerpos e x t r a ñ o s , da el 37 por ciento de mortalidad. De los 108 casos observados por G R I S W O L D y D R I G E de 1933 a 1953, no operaron a 26, 18 por morir antes de poder intervenir, dos por falta de diagnóstico y uno que rechaza la operación. En los operados la mortalidad total fué de un veinticinco por ciento. De los 75 casos comunicados por SANSION, en 18 la herida era únicamente de pericardio, en 16 presentaban contusión de miocardio, arrojando entre todos ellos un total de 27 fallecimientos N A C L E R I O y MAYNAiRD operaron 10 casos que curaron y, en el mismo tiempo, murieron 20 antes de llegar a la mesa de operaciones. E A R R I N G E R y CARR dicen que en el periodo de 1934 a 1943 ingresaron con vida 35 pacientes, a los que se practicó t o r a c o t o m í a inmediata, con una mortalidad de 37'3 por ciento. Entre 1943 y 1953 observaron 30, de los cuales ocho fueron tratados por aspiración, tres por aspiración y cardiorrafia y 13 por operación. En seis no se sospechó herida cardíaca, de los cuales fallecieron cinco. De los d e m á s fallecieron 11. De los 13 pacientes tratados por toracotomia y cardiorrafia, murieron únicamente tres. PECK, en 160 casos, tiene un 64 por ciento de mortalidad y E L K I N y ROY, en 61 casos, tiene un 34 por ciento. 60 F E R N A N D O C U A D R A D O Las estadísticas aisladas de un solo cirujano, que ha operado muy limitado r ú m e r o de casos, carecen de importancia y de ellas no se pueden sacar conclusiones. Nosotros hemos visto 10 heridos de corazón o pericardio, de los cuales dos murieron a los pocos momentos de recibir la herida. De los ocho restantes, cinco fueron operados y tres no. De los cinco operados las características fundamentales fueron las siguientes: 1 .a Herido por arma blanca que penetraba en ambos ventrículos, asociada a heridas de pleura y pulmón. Sobrevivió sesenta y ocho horas a la operación y falleció de bronconeumonia. 2. a Herido por arma blanca en pericardio con asociación de heridas de pleura y pulmón. Sobrevivió siete d í a s a la operación. En estos días persistió en su ánimo suicida, n e g á n d o s e a comer, a r r a n c á n d o s e las curas, tirándose de la cama, etc. En autopsia, focos de hepatización pulmonar. 3. a Poliherido de metralla con múltiples heridas p e q u e ñ a s en t ó r a x y abdomen. Le vimos cinco días d e s p u é s de ser herido, en estado gravísimo por sepsis pericárdica y pleuropulmonar. Nos limitamos a hacerle pericardiotomía y pleurotomía evacuadoras. Comprobamos que múltiples casquillos de metralla habían atravesado el pericardio. Sobrevivió un día a la operación. 4. a Herido por arma de fuego con perforación del ventrículo derecho y proyectil perdido en mediastino, asociada a herida pleural. Falleció poco después de terminar la intervención. 5. a Herido por arma de fuego con orificio de entrada en cuello y proyectil en pericardio. Sobrevivió cinco días y murió de mediastinitis. Todos fueron operados entre 1933 y 1938. Los tres que no fueron operados: 1 > Herido por arma blanca con hemopericardias de intensidad mediana, que cursó como otra herida de tórax cualquiera. C u r ó . 2. a Herida por arma de fuego en aurícula derecha, que p a s ó desapercibida, asociada a heridas de pleura y pulmón. Sobrevivió cuatro días a su herida, y en la autopsia se confirmaron las lesiones. 3. a Herido por arma blanca con síntomas graves de bloqueo c a r d í a c o , tratado con punciones, aspiraciones y antibióticos. C u r ó . He aquí un breve resumen del estado actual de los conocimientos sobre las heridas del corazón; de esta viscera que durante tantos siglos se consideró inaccesible para el cirujano y que, actualmente, el tratamiento de gran número de sus afecciones, ha entrado de lleno en la práctica quirúrgica, con el apoyo que le H E R I D A S D E L C O R A Z O N Ql prestan la anestesia con respiración controlada, los métodos de reanimación y los antibióticos. La cirugía, siguiendo la pauta que siempre ha seguido en su evolución histórica, para el dominio quirúrgico de todos, los ó r g a nos, empezó, también en el corazón, por conocer y tratar sus heridas, para m á s tarde adentrarse m á s y m á s en la terapéutica de muchas de sus afecciones, ya sean de origen congénito, inflamatorio o tumoral. Si repasamos las cifras que anteriormente quedan consignadas, aunque sean muy incompletas, de las heridas c a r d í a c a s operadas y las comparamos con las que nos dan las estadísticas actuales de las operaciones practicadas sobre el corazón para tratar afecciones congénitas o valvulares, nos daremos cuenta en seguida de que si la cirugía en sus albores "ha tardado veinticuatro siglos en recorrer los dos o tres centímetros que hay desde la superficie corporal al corazón, para operar en él", como dijo HARRY SCHERMAN, una vez que ha encontrado la ayuda que le prestan los métodos auxiliares a que antes nos hemos referido, la han bastado unos años de balbuceos e inseguridades, para que ese camino tan corto, tan difícil y tan peligroso de recorrer, hasta hace bien poco, se haya hecho practicable para el cirujano. No se quiere decir, con esto, que de aquí en adelante se operen en mucha mayor proporción las heridas del corazón. Estas siempre e s t a r á n limitadas en su número, para el cirujano, por la gravedad que en sí encierran, por su accidentalidad, por su dificultad de diagnóstico y hasta por la sorpresa que frecuentemente proporcionan y la rapidez con que, en ocasiones, hay que actuar sobre ellas, si se quiere llegar a realizar su tratamiento. Lo que sí ocurrirá, y ya se vislumbra en los resultados, es que se o p e r a r á sobre ellas con m á s seguridad y con m á s eficacia. Tampoco se crea que, en el porvenir, las operaciones sobre las heridas de corazón van a perder el carácter de gravedad que siempre han tenido. La Cirugía de las heridas de corazón siempre pertenecerá a los servicios de Cirugía de Urgencia y e n t r a r á de lleno en ese capítulo que se ha llamado " C i r u g í a heroica", en la que tantas cosas hay que improvisar y tantas dificultades hay que allanar. Nunca se p o d r á n parangonar ni el ambiente, ni la emotividad, rti la capacidad de improvisación necesaria para operar las heridas de c o r a z ó n — s i e m p r e imprevistas, siempre sorprendentes, casi siempre tributarias de una terapéutica inmediata que no da tiempo a una preparación preoperatoria, diagnóstica o técnica—, con las circunstancias de serenidad y seguridad en que se operan las malformaciones congénitas y los vicios valvulares. Antes de hacer estas intervenciones, a pesar de los grandes peligros que en sí $2 F E R N A N D O C U A D R A D O entrañan, se ha podido hacer un estudio detenido y detallado del enfermo, con la colaboración de cardiólogos, hematólogos y radiólogos, determinar las alteraciones de sus constantes biológicas y corregirlas, prever el riesgo en lo posible y haber marcado una pauta a seguir para evitar grandes sorpresas, con la preparación necesaria para resolver las que puedan surgir. La herida accidental del corazón es completamente desconocida para el que la va a operar, en su situación, en su t a m a ñ o y en todas sus características, y corrientemente va asociada a heridas de otros ó r g a n o s que, por sí solas, pueden producir la muerte. En las operaciones previstas sobre el corazón, llegamos a éste de una forma reglada, respetando todos los ó r g a n o s , poniendo la lesión al descubierto por el camino que mejor la aborde y por el método que mejor la exponga. Una vez ya ante ella, si bien es verdad que hay que producir una herida en el corazón, es en circunstancias en que el cirujano sabe d ó n d e y cómo hacerla y habiendo tomado todas las medidas y preparado todos los recursos necesarios para que sea fácilmente reparable. En los conocimientos adquiridos al tratar las heridas de corazón se fundamentó la Cirugía Cardíaca, ya que al lograr R E H N la curación de una herida suturada, quedó demostrado plenamente que el c o r a z ó n era abordable quirúrgicamente, se p o d í a manipular operatoriamente sobre él y sus heridas eran capaces de c i catrizar. Estas, bien pronto se vió que no sólo cicatrizaban, sino que lo hacían antes que las de los d e m á s ó r g a n o s . A la vista de estas posibilidades quirúrgicas, inmediatamente los cirujanos se lanzaron al estudio experimental del tratamiento de las alteraciones de las válvulas c a r d í a c a s . Así vemos que B.RUNTON, en 1902, admite que es posible corregir quirúrgicamente la estrechez mitral, aunque sea a costa de una insuficiencia. M á s tarde ROSEMBAGH, HAECKER, CUSH1NG, B R A U C H , S C H E P E L M A N N y otros muchos estudian en animales la manera de operar las lesiones orificiales. F u é D O Y E N . en 1913, quien primero hizo una valvulotomía en el hombre, la cual fué seguida de muerte, y T U F F I E R , en 1914, el que primero obtuvo una mejoría en un enfermo después de haberle practicado la dilatación digital de una estenosis aórtica. Posteriormente siguen otros intentos ( C U T L E R y B E C K ; A L L E N , PR1BRAN), pero los resultados obtenidos son mediocres y las operaciones c a r d í a c a s no ganan partidarios. El corazón e s t á rodeado, como las antiguas fortalezas, de un foso representado por la cavidad pleural, cuyo paso es muy peligroso. Es preciso que entre en la práctica la anestesia con intubación traqueal, para salvar este riesgo con facilidad. En efecto, una vez logrado evitar los peligros que lleva aparejados el abrir la pleura. H E R I D A S D E L C O R A Z O N 53 la cirugía cardíaca, como toda la torácica, toma gran impulso. A l principio actuando únicamente sobre la superficie c a r d í a c a : pericarditis constrictiva y malformaciones vasculares. Así vemos que, en 1939, GROSS y H U B B A R D interrumpen la circulación por el ductus arteriosus o conducto de Botal; en 1944, CRAAFORD y N Y L I N practican la primera resección por coartación de la aorta; en 1945, B L A L O C K y T A N S S I G publican sus resultados operatorios sobre la tetralogía de Fallot. Por este tiempo se desarrolla la cirugía i n t r a c a r d í a c a y, en 1945, B A I L E Y lleva a cabo la dilatación digital, a través de la aurícula izquierda, de la comisura m i tral estrechada y BÍROGK la de la estenosis pulmonar. Desde entonces, la Cirugía c a r d í a c a se generaliza y se extiende por todo el mundo y el tratamiento de ciertas afecciones c a r d í a c a s , como las valvulopatías nútrales, entran en la práctica diaria de muchas escuelas q u i r ú r g i c a s , c o n t á n d o s e por muchos millares los casos operados y curados. Sin embargo, esta cirugía i n t r a c a r d í a c a no satisface plenamente a los cirujanos, ya que es preciso hacerla sin el control de la vista, "a ciegas", g u i á n d o s e únicamente por el tacto, a d e m á s de que sobre muchas lesiones endocavitarias es imposible o extraordinariamente difícil actuar. Entonces se buscan medios de operar con el corazón e x a n g ü e , ideando un dispositivo que suministre sangre oxigenada a los tejidos mientras se pueda abrir el corazón "a seco" y tratar a cielo abierto sus lesiones. Esto, al fin, puede lograrse con el llamado c o r a z ó n - p u l m ó n artificial, mecanismo complejo, que continuamente se está perfeccionando y que ya permite en muchos centros especializados practicar operaciones "a corazón abierto", con mejores resultados cada día. Y así, se d i latan estenosis orificiales, se cierran orificios septales, se reparan insuficiencias valvulares y hasta se reponen válvulas con sustancias plásticas---, portento quirúrgico que hace unos años no podía imaginar la mente humana. ¡Qué triunfo para la Medicina y qué gloria para la Ciencia, que con el esfuerzo de todos los que la cultivan — m é d i c o s , biólogos, físicos, q u í m i c o s — logra ampliar las posibilidades q u i r ú r g i c a s y con ello la prolongación de la vida humana! ¡Qué victoria para la Cirugía que ve, de d í a en día, ensancharse sus dominios y multiplicarse sus recursos! ¡Qué éxito para los que con su inteligencia, su ingenio y su habilidad superan dificultades para lograr curaciones de enfermos que hasta hace muy poco tiempo se consideraban irremisiblemente perdidos! ¡Qué mérito para todos los cirujanos que a costa de sacrificios, preocupaciones y desvelos gastan aceleradamente su vida en beneficio de la Humanidad' HE D I C H O UNIVERSIDAD^SALAMANCA ll ll lll lll ll 640423648X