la enfermedad mental y sus metáforas

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ción que, a menudo, manifiesta el propio enfermo, que coadyuva a definir el estigma, la marca
que lo aísla. De modo que el estigma es fruto de
la incomprensión y del repliegue del propio enfermo, que al ser visto, dentro del grupo, como
monstruo, no le queda más remedio que aceptar
o resignarse al papel que le viene dado por las
metáforas que lo designan, para así protegerse
mejor del propio grupo que lo piensa y lo expresa de ese modo; y el resto es ya cuento viejo.
Mañana, al ir a trabajar, me tendré que enfrentar al estigma de la metáfora, soy un psicótico, un mosntruo, sometido al régimen de lo espectral, frente a lo objetivo, etcétera, etcétera. Algo
así como un leproso, en las sociedades antiguas.
Y no es así; son los cuerdos los que tienen el
problema, es la sociedad −cuerda−, o los poetas,
en todo caso, los que tienen un problema que
deben resolver ya, la estigmatización, sutilmente metafórica o directamente excluyente, de la
enfermedad mental y del enfermo mental.
Desmitifiquemos estas dolencias, de una vez
por todas, porque son sólo eso, enfermedades
que tienen muy poco de romántico, la antigua
melancolía del famoso grabado de Durero es
pura y cruda depresión, una enfermedad que
puede llegar a ser espeluznante, una de cada
cuatro personas sufrirá una depresión a lo largo
de su vida. Es decir, será, en mayor o menor
medida, ¿un psicótico?
No existe, pues, un dualismo tan marcado
entre locos y cuerdos como se afirma comúnmente; de hecho, muchas de las acciones perpetradas por los llamados cuerdos son auténticas locuras (¿objetivas?). Todos conocemos, desgraciadamente, más de un ejemplo de esas delirantes locuras cometidas por los dueños de la cordura precisamente.
Desde el punto de vista de la percepción del
mundo interior, es verdad, un enfermo tiene
que realizar un mayor esfuerzo para ordenar y
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Muchos artistas, cineastas, intelectuales y escritores consideran, como expresaba el escritor
Martín Garzo, hace tiempo, en un artículo titulado El anacoreta y el psicótico, publicado en el
diario El País, el 20 de febrero del 2011, que «el
psicótico ve sólo con los ojos interiores, su mundo es espectral. El cuerdo con los ojos exteriores, su mundo es pura objetividad. Es el poeta
quien concilia a los dos. El poeta lleva el fantasma a la vida, quiere que lo bello sea útil, que cada par de ojos se alimente de la visión del otro.»
Yo soy un enfermo bipolar, y por lo tanto,
padezco una enfermedad mental, ahora bien,
considerarme como un psicótico me parece demasiado fuerte, no porque no sea consciente de
que, según la literatura médica, sí lo soy, pero
me gusta más cómo nos llaman quienes cuidan
de nuestra salud: “enfermos mentales” o “pacientes psiquiátricos”; psicótico, a pesar de las
buenas intenciones de quienes hablan de nosotros, crea equívocos al ser un término confuso
y metafórico, y en el tema de las enfermedades,
como opinaba Susan Sontag, en su brillante ensayo La enfermedad y sus metáforas. El sida y sus
metáforas, las metáforas pueden llegar a ser como las armas, que, a veces, las carga el diablo.
Las enfermedades del psiquismo están atravesadas por múltiples metáforas y equívocos,
eso se debe a la propia naturaleza del campo de
investigación, tan amplio e inabarcable; también se debe, quizás, al tipo de sufrimiento que
generan en la psique y en el cuerpo este tipo de
enfermedades; un sufrimiento crudo y muy difícil de compartir con los demás, un sufrimiento con el cual no es fácil empatizar desde fuera,
pues al enfermo se le percibe como algo que no
es, como una metáfora de lo que en realidad no
es, es decir, como un monstruo (en su “mundo
espectral”). Y a partir de ahí, no es posible establecer ninguna conexión.
Además, están las dificultades de comunica-
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por Miguel Ángel Sánchez García
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racionalizar sus pensamientos, y que, en determinados momentos, su cerebro está realizando
más conexiones que el de una persona “no enferma” (en la depresión profunda, se realizan
muchas menos obviamente). Una persona no
enferma vive en un mundo sin sobresaltos, o al
menos aparentemente, y muchas de las cosas
que hace, las hace porque sí, le salen así, no las
tiene que pensar previamente, no tiene que realizar ningún ejercicio de análisis previo, no tiene conocimiento del “mundo fantástico”, ni falta que le hace; es decir, los espectros, las fantasmagorías, productos de la imaginación, de la
reelaboración de los recuerdos que surgen de
las tinieblas de la noche o de los rincones más
recónditos de la memoria; y que hay que conciliar, asentar y aflorar a la superficie, con un esfuerzo suplementario de racionalidad, pasándolos del subconsciente al mundo de lo consciente.
A veces, sí, es la magia, el arte, uno de los mecanismos de objetivación y afloración; pues mediante la magia del arte, y de lo poético, en sentido estricto, una persona enferma puede descubrir y expresar esas zonas del subconsciente a
las cuales no tiene acceso una persona sana; es
obvio que cualquier enfermo quiere curarse definitivamente, pero, cuando eso no es posible,
hay que adaptarse y ampliar las vías de la comunicación con los demás es la mejor de las alternativas.
Una persona enferma es frágil, se siente mal,
pero eso es porque nota en su cuerpo los efectos
de la enfermedad... la enfermedad le ha arrebatado algo que no volverá a recuperar, y ese algo no
es exactamente algo psíquico especialmente...los
problemas psíquicos hacen que la mente se reorganice de otra forma... la mente llega a doler, y
mucho... pero físicamente el organismo está agotado, consumido, castigado... la enfermedad se
somatiza convirtiéndose en algo de implicaciones metabólicas, es como si en unos pocos años
por un lado estuvieras envejeciendo y simultáneamente rejuveneciendo... el resto se ha perdido
por el camino, al encontrar una situación de
equilibrio lo perdido se asume y deja de doler,
porque aparecen otras sensaciones, emociones,
vivencias, sugestiones completamente nuevas
que introducen nueva savia, vitalidad, que en
parte te hacen sentir como que has renacido.
Un psiquiatra no es un anacoreta, ni un enfermo es el monstruo de Frankenstein que per-
seguido por la sociedad se va a refugiar a la
consulta del doctor, si esto fuera así, el psiquiatra sería también un psicótico, un brujo o un
chamán; pero el psiquiatra es un médico, sólo
eso, su especialidad es el neuropsiquismo; afortunadamente, ahora se están empezando a conocer cuáles son las bases biológicas de estas
dolencias, y resulta que son como el resto de
dolencias, y claro, al igual que el resto de pacientes, el enfermo mental tiene que ser un sujeto responsable, si no quiere empeorar y agravar
su dolencia. Llegado a este punto, la metáfora
de Martín Garzo, y de otros muchos que la han
utilizado, es un poco equívoca, incluso
desafortunada. Con los psicólogos y neurólogos pasa lo mismo, son sólo lo que son: especialistas en la salud mental. Con la salud no se juega, y más cuando hay mucho sufrimiento humano de por medio.
No se puede hablar del arte de los enfermos
mentales como algo aparte que sólo puede ser
interpretado por el chamán sanitario, ese anacoreta de marras, a caballo entre la cábala, la psiquiatría, la psicología, la teosofía y el psicoanálisis; y, por supuesto, también por sus hermeneutas paraliterarios (creadores de opinión, escritores y poetas). Personalidades como los poetas
Rimbaud, Baudelaire, Lautreamont, Juan
Ramón Jiménez, Edgar Allan Poe, músicos como
Brahms, Eric Satie, dramaturgos como Alfred
Jarry, escritores y escritoras como Virginia
Woolf; Lovercraft, Truman Capote, Henri Miller,
Jack Kerouack; estrellas del rock como Kurt
Cobain, del jazz, como Jacko Pastorius o Charlie
Parker; pintores como Van Goh, Egon Schiele,
Mogdiliani, Jackson Pollock, Rohtko, Francis
Bacon, Lucien Freud, artistas inclasificables como Antonin Artaud, Hans Bellmer, Joseph
Beuys, Jean Michael Basquiat, cineastas como
Ingmar Bergman, quien sufría una bipolaridad
que le tenía encamado durante meses, y que dirigía desde la cama las representaciones en el teatro de Estocolmo, etcétera; todos ellos padecían
algún tipo de trastorno mental, algunos en grado
muy grave. Creo que habría que separar las creaciones, es decir, los resultados de las patologías
mentales, de sus creadores, nadie en su sano juicio consideraría las creaciones de Virginia Woolf
como el arte de una enferma mental, como una
expresión de dicha enfermedad, por el hecho de
que Virginia padeciese un trastorno bipolar, en
esa época, sin tratamiento médico posible, y más
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Así, pues, meros pacientes psiquiátricos, mucho mejor que psicóticos, aunque psicótico sea un
término más fuerte, o más literario. Una de cada cuatro personas, según la OMS, tendrán a lo
largo de su vida algún trastorno mental, ya sea
depresiones, trastornos de personalidad, bipolaridades o esquizofrenias, eso quiere decir que
se trata de dolencias muy comunes, una baja
por depresión es hoy ya algo normal. El uso de
la palabra psicótico es, así, equívoca; como es
equívoco considerar al psiquiatra un anacoreta,
pues esto nos sitúa fuera de la realidad.
Un escritor, que no tiene por qué ser un especialista en la materia, como creador de opinión que es, adquiere por ello mismo una responsabilidad especial al exponerla públicamente. Si un autor quiere jugar con las metáforas sobre la enfermedad mental para eso está la ficción, la narración de historias donde entra todo
el mundo de la fantasía del autor. Como paciente tengo una experiencia directa de la enfermedad; y como artista, a veces, yo también utilizo
metáforas para expresar mi dolor, y mi propia
experiencia, o para interpretar la obra de otros
artistas, como en este caso hago con el relato titulado Un día de Charles Bukowski (como podrán apreciar a continuación). Pero la propia
opinión expresada de un modo no literario tiene que marcarse otros objetivos, y, entre ellos,
dado lo delicado del caso, es mejor prescindir
de las metáforas.
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tratándose de uno de los escritores más relevantes del siglo XX; en todo caso, habría que estudiar las conexiones arte y patología mental dentro de un ámbito estrictamente científico (neuropsiquiátrico y psicológico), con dos objetivos:
uno, promover terapias de tipo regenerativo y
con carácter complementario a la medicación y a
la psicoterapia, desarrollando, hasta sus últimas
consecuencias, la terapia artística. Y, otro, buscar
claves sobre el funcionamiento del cerebro a través de las conductas seguidas durante la creación artística y el desarrollo del fenómeno intuitivo de la creatividad.
Se da el caso, no obstante, de artistas como
David Nebreda, que se sitúan en la frontera de
lo que puede considerarse como arte y lo que
no lo es. El poeta, ya esté cuerdo o esté loco,
siempre está un poco loco; la inspiración del poeta necesita de unas dosis de irracionalidad y de
locura, sin las cuales es imposible escupir la realidad tal cual es, cruda y fantasmal.
Los músicos también tienen un punto de locura, es el talento o duende, llámese como se quiera, es posible que sin esa chispa la creación artística fuese imposible. Tal vez, fue Nietzsche
quien mejor entendió el fenómeno del arte, en
El origen de la Tragedia, su tesis doctoral, habla
de los dos polos de la creación: Apolo y
Dionisos, es posible que en esa oscilación, en
esa metáfora se encuentre la clave. Es la locura,
la hybris quien cataliza la reacción creativa,
cuando brota la poesía.
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UNA INTERPRETACIÓN GRÁFICA DE UN DÍA,
DE CHARLES BUKOWSKI
(apuntes sobre la interpretación del relato intercambiados con el editor)
Tom se derrumba al no encajar lo que le dice el jefe en plan muy puñetero,
sale todo el trasfondo de su insatisfacción familiar hablando con su colega
Ramón, después el cambio de puesto junto a Ramón y ese final tan desangelado al llegar a casa con los niños y su mujer… Después está el contexto
del mismo Bukowski, trabajador subcontratado en la América bélica y de
postguerra, va pasando por una innumerable serie de trabajos y ninguno le
satisface, y en este relato se desnuda, el personaje de Tom quiere, a pesar de
que no está cómodo con el trabajo, pero el problema es Block y su propio
trabajo, y ese inframundo de trabajadores negros y chicanos, y los turnos difíciles de soportar, con esas idas a la cantina no para comer en esos treinta
minutos, sino para beber y así soportar la tarde de un tirón… Años cuarenta, inicios de los cincuenta, Estados Unidos, hombres embrutecidos y jefes
insensibles… Sí, hay que explicar el contexto previamente, porque UN DÍA,
aunque pueda recordar a condiciones laborales actuales, es evidentemente
fruto de otra época, y la escritura de Bukowski, su voz, refleja esos años en
esta especie de ficción autobiográfica… Lo más interesante es cómo se explican las razones por las que esos hombres son así y tienen esos horizontes tan
limitados, y sus relaciones familiares se ven afectadas en gran parte por esas
condiciones laborales, de ahí su brutalidad… Un Bukowski para los que han
leído mal o solo parcialmente a Bukowski…
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