2c domingo 1 DE marzo DE 2015 El sombrero vueltiao: sudor, trabajo y amor a la cultura zenú En Sampués, uno de los municipios que vive del trabajo con caña flecha, los sombreros vueltiaos esperan a los amantes de esta pieza ancestral de la cultura zenú. Por Marcela Palencia Narváez A cinco minutos en moto, desde la cabecera de Sampués, está el caserío El Paqui. La vía es destapada y a lado y lado la naturaleza ha ido pasando de verde a opaca, pues el verano acaba con la vegetación en esta época del año. Al llegar a El Paqui, un caserío de descendientes zenúes que viven del cultivo de la caña flecha y del tejido de la misma, se observa la materia prima: las hojas de caña flecha colgadas en las cercas de las casas y extendidas en el piso para que el inclemente sol las seque. A 6 casas de la plaza, en una vivienda de bahareque, techo de palma y piso de tierra con frescos "amazados", vive Arnulfo Polo. Observa un mazo de caña flecha. En la pierna y mano derechas tiene un pedazo de cuero de vaca que utiliza para no cortarse mientras raspa la hoja. "Para conseguir la hoja de caña flecha caminamos por los montes y el que tiene su tierrita siembra. Después, así verde, se saca la media hoja y se raspa", explica Polo mientras desliza por su mano y pierna una hoja de caña. Según Polo, para que una planta de caña flecha esté lista para cortar se deben esperar 3 años. Mientras este tiempo pasa se le van cortando las hojas que están más largas y así no se demora tanto en sacarle provecho. Maricel Basilios, que desde los 7 años teje las hebras de la caña flecha, explica que estas salen de poner las delgadas láminas al sol hasta que se sequen y luego se "ripian" (dividir en hebras). Para que queden blancas se sumergen varias horas en agua con peróxido. Para teñirlas de negro se sumergen por 2 o 3 días en agua de barro negro y hojas de cotorrera, rabo de zorra, caracolí, jagua y concha de coco viche. "Al sacarlas del barro se cocinan con hojas de limpiadiente por 2 horas, se secan, nuevamente se echan al barro por 3 días más y nuevamente se cocinan con limpiadiente", dijo Maricel. Acto seguido se ponen a secar y quedan listas para el tejido de las trenzas. "Hay trenzas de 3, 7, 11, 15, 19, 21, 23 y 27 hebras. Entre más tenga es más difícil de tejer", explica Maricel. El número de hebras le da el nombre a la clase de trenza y por tanto a la del som- brero. Son impares porque siempre hay una hebra que debe quedar de referencia o patrón. E l trabajo con la caña flecha Con barro negro y algunas plantas se le da el color negro a la caña flecha. es una herencia de generación en generación y Wadel Basilios dice que toda su vida se ha dedicado a esto. Precisa que hay varias clases de caña. Una de ellas es la criolla, que se encuentra en Sampués y alrededores y se usa para elaborar las trenzas de los sombreros finos. La hoja es pequeña. Otra es la larga o maltinera que traen de Cerro Matoso, Córdoba, pero el sombrero elaborado con esta no es tan fino. Para cubrirse del sol César Martínez, que trabaja con la trenza y la diversidad de la caña flecha, explica que el uso del sombrero se motivó en sus inicios en la necesidad de cubrirse del inclemente sol para las labores del campo en zona de los resguardos. "Cuando los indígenas iban a cultivar el maíz tenían que cubrirse con algo y por ello se inventaron un sombrero. De ahí el origen de esa prenda, la cual posteriormente fue confeccionada o perfeccionada con fibras blandas como la caña flecha", precisa Martínez. El sombrero de hoy no es como el de los ancestros, de palma y bejucos rústicos. Antes, las tiras para elaborar los sombreros se cosían con aguja de lata, pero con el tiempo se pasó a la aguja plateada y luego a la máquina de coser. La calidad del trenzado depende de la habilidad de los trenzadores. Pueden ser niños, mujeres y hasta algunos hombres adultos, pero los primeros no tienen tanta habilidad manual ni creatividad por lo que se les asigna la elaboración de trenzas de 7 y 11 pies. Las trenzas del quinceano (15), 19, 21 y hasta más las elaboran los indígenas más adultos por la experiencia en el oficio. A la trenza se le agregan las pintas que son figuras que los ancestros utilizaban como sello de identificación de las familias zenúes y nadie más la podía usar. "Ellos escogían las pintas de animales, plantas o cualquier cosas que vieran", relata Martínez. Hay pintas más difíciles de elaborar que otras y algunas ya no se plasman en los sombreros, pues no las pagan como deberían. Entre las pintas están el limón partido, los ojos de Santa Lucía, la casa, el pescado, el morrocoy, pata de rana, la costilla de la vaca, la marucha, el lucero y otras más. Armar el sombrero El sombrero se arma a partir del 'botón' que está formado por un lazo de 8 quiebres de 45 grados cada uno. Está en el centro de la plantilla que es la que cubre la parte superior de la copa. El diá- metro de la plantilla oscila entre 15 y17 centímetros y puede tener 5 o 7 vueltas, de acuerdo con la talla, acabado y calidad, explica Martínez. Según Raúl Velilla Aldana, director del Centro Educativo Indígena de Escobar Arriba (Ceinesar) de Sampués, donde se enseña la técnica, concluida la plantilla se procede a elaborar la copa, que los indígenas llaman encopadura. La trenza se cose en un ángulo de 90 grados con relación a la plantilla. Para armar el ala la trenza la doblan hacia arriba y así se cose para darle el acabado curvo. El ala se lleva en promedio, para un sombrero de adulto, de 7 a 9 vueltas y el borde se remata con una trenza negra. Finalmente está la correa, que es del ancho de una trenza, hecha en charol y fondo negro con vivos blancos entrelazados y termina con una hebilla. Los metros de trenza se les vende a productores de sombreros, que los cosen hasta formarlos, y los demás objetos que se elaboran con la misma. En la foto César Martínez que toda su vida ha trabajado con la caña flecha, una herencia de familia. En la actualidad el proceso se ha modernizado un poco y utilizan peróxido para que la hoja quede blanca. Desde muy pequeños los niños son entrenados para aprender a trenzar.