la sexualidad...frigidez e impotencia

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LA SEXUALIDAD...FRIGIDEZ E IMPOTENCIA
Escrito por DETHLEFSEN y DAHLKE
Tomado del Libro La Enfermedad Como Camino
La sexualidad es el ámbito más amplio en el que los humanos dirimen, practicando, el tema
de la polaridad. El ser humano experimenta su carencia y busca aquello que le falta. En la
unión corporal con su polo opuesto alcanza un nuevo estado de conciencia al que llama
orgasmo. Este estado lo asimila el individuo a la felicidad. Sólo tiene un inconveniente: no
puede mantenerse en el tiempo. El ser humano trata de compensar este inconveniente por
medio de la reiteración. Por muy breve que sea este momento, indica al individuo que hay
estados de conciencia cualitativamente muy superiores al «normal». Esta sensación de
felicidad es también lo que, en definitiva, impide que el ser humano descanse, lo que le hace
estar siempre buscando algo.
La sexualidad revela ya la mitad del secreto: cuando se unen dos polos formando una unidad
se produce una sensación de felicidad. Por lo tanto, la felicidad es «unidad». Ahora queda la
segunda mitad del secreto, la que nos revele cómo se puede prolongar indefinidamente este
estado. Muy sencillo: mientras la unión de los opuestos se realice sólo en el plano corporal
(sexualidad), el estado de la conciencia (orgasmo) resultante está limitada en el tiempo, ya que
este plano del cuerpo está sometido a la ley del tiempo. Sólo se libera uno del tiempo
realizando la unión de los opuestos también en la mente: si consigo alcanzar la unidad en este
plano, habré encontrado la felicidad eterna, es decir, fuera del tiempo.
Con este reconocimiento empieza el camino esotérico, que en Oriente se llama camino del
yoga. Yoga es una palabra sánscrita que significa yugo. El yugo siempre forma unidad de una
dualidad: dos bueyes, dos cubos, etc. Yoga es el arte de unir la dualidad. Dado que la
sexualidad contiene en sí el esquema básico del camino y, al mismo tiempo, lo expone en un
plano accesible a todos los seres humanos, la sexualidad ha sido utilizada en todos los tiempos
para la representación analógica del camino. Aún hoy el turista contempla con asombro y
perplejidad en los templos orientales las —a su modo de ver— pornográficas imágenes. No
obstante, aquí la unión sexual de dos divinidades se utiliza para exponer simbólicamente el
gran secreto de la conjunctio oppositorum.
Una de las peculiaridades de la teología cristiana es la de haber demostado de tal manera el
cuerpo y la sexualidad que nosotros, hijos de una cultura de raíz cristiana, tratamos de
construir un antagonismo irreconciliable entre el sexo y la senda espiritual (...desde luego, el
simbolismo sexual no siempre ha sido ajeno a los cristianos, como demuestran, por ejemplo,
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las «doctrinas de la esposa de Cristo»). En muchos grupos que se consideran a sí mismos
«esotéricos» se cultiva todavía activamente esta oposición entre carne y espíritu. En estos
círculos se confunde básicamente la transmutación con la represión. También aquí bastaría
comprender el fundamento esotérico «así arriba como abajo» para darse cuenta de que lo que
el ser humano no consiga abajo nunca podrá realizarlo arriba. Es decir, el que tenga problemas
sexuales deberá resolverlos en el aspecto corporal, en lugar de buscar la salvación en la huida:
la unión de los opuestos es aún mucho más difícil en los planos «superiores».
FRIGIDEZ E IMPOTENCIA. Detrás de todos los trastornos sexuales está el miedo. El
orgasmo amenaza nuestro Yo, ya que libera una fuerza que no podemos dominar, que no
podemos controlar con nuestro ego. Todos los estados de éxtasis o delirio —tanto de índole
sexual como religioso— desencadenan en las personas fascinación y temor. El temor se
acrecienta en la medida en que una persona está acostumbrada a controlarse. El éxtasis es
pérdida del control.
El autodominio es una cualidad que nuestra sociedad valora de forma muy positiva y, que, por
lo tanto, inculca activamente en los niños («¡Ya basta de llanto!»). La afirmación de que un
riguroso autodominio facilita la convivencia social es también muestra de la increíble falsedad
de esta sociedad. En definitiva, el autodominio no es sino la represión al inconsciente de todos
los impulsos no deseados por una comunidad. Con ello, el impulso desaparece de la vista, sí,
pero tenemos que preguntarnos qué pasará con él. Por naturaleza, el impulso tiene que
manifestarse, es decir que pugnará por volver a salir a la superficie, y el ser humano tendrá que
seguir gastando energía para seguir reprimiéndolo y controlándolo.
Aquí se ve por qué el ser humano tiene miedo a la pérdida de control. Un estado de éxtasis o
embriaguez «destapa» el inconsciente y enseña todo lo que hasta ahora fuera
cuidadosamente ocultado. Y el ser humano practica una sinceridad que habitualmente le
resulta dolorosa. «In veno veritas», decían ya los romanos. En la embriaguez, de un manso
cordero brotan accesos de furiosa agresividad, mientras que un «tipo duro» puede echarse a
llorar. La reacción es auténtica, pero socialmente indecorosa: por eso, «uno tiene que
dominarse». En estos casos, el hospital nos hace sinceros.
La persona que, por miedo a perder el control, constantemente se ejercita en el autodominio,
encuentra muy difícil renunciar al control del Yo sólo en la sexualidad y dejar libre curso a los
acontecimientos. En el orgasmo, ese pequeño Yo del que siempre estamos tan orgullosos,
tiene que desaparecer. En el orgasmo, el Yo muere (¡...por desgracia, sólo momentáneamente,
ya que, si no, la iluminación sería mucho más fácil!). Pero el que se aferra al Yo bloquea el
orgasmo. Cuanto más pretende el Yo forzar el orgasmo, menos lo consigue. Esta ley, aunque
conocida, se olvida con frecuencia. Mientras el Yo desea algo, es imposible alcanzarlo. En
última instancia, el deseo se traduce en todo lo contrario: desear dormir produce insomnio,
desear potencia hace impotente. ¡Mientras el Yo ansíe la iluminación no la conseguirá! El
orgasmo es la renuncia al Yo: sólo así se consigue la «unificación», porque, mientras exista un
Yo existirá también un «los otros» y viviremos en la dualidad. Si quieren experimentar el
orgasmo, tanto el hombre como la mujer tienen que relajarse, dejar que las cosas sigan su
curso. Pero, para que haya armonía en la relación sexual, además de este requisito común,
hombre y mujer tienen que cumplir otros específicos de su sexo.
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Escrito por DETHLEFSEN y DAHLKE
Ya hemos hablado extensamente de la capacidad de entrega como principio de la feminidad.
La frigidez indica no que una mujer no quiera entregarse plenamente sino que quiere hacer de
hombre. No desea supeditarse, no quiere estar «abajo», quiere mandar. Estas ansias de
dominio y de poder son expresión del principio masculino e impiden que la mujer se identifique
plenamente con el principio de la feminidad. Estas alteraciones, naturalmente, tienen que
perturbar un proceso polar tan sensible como la sexualidad. Esta observación se confirma por
el hecho de que las mujeres frígidas pueden experimentar el orgasmo por medio del onanismo.
En el onanismo desaparece el problema del dominio y la entrega: una se siente sola y no
necesita acoger a nadie, sólo las propias fantasías. Un Yo que no se ve amenazado por un Tú
se retira voluntariamente. En la frigidez se manifiestan también los temores de las mujeres a
sus propios instintos, especialmente cuando se valoran tópicos tales como mujer decente,
golfa, etcétera. La mujer frígida no quiere relajarse ni abrirse, sino mantenerse fría.
El principio masculino es hacer, crear y realizar. El hombre (Yang) es activo y, por lo tanto,
agresivo. La potencia sexual es expresión y símbolo de poder, la impotencia es debilidad.
Detrás de la impotencia está el temor a la propia masculinidad y a la propia agresividad. Uno
tiene miedo a tener que demostrar su hombría. La impotencia es también expresión de temor a
la feminidad en sí. Lo femenino se ve como una amenaza que quiere engullirnos. Lo femenino
se manifiesta aquí en el aspecto de la vieja que se come a los niños, la bruja. Uno no quiere ir
a la «guarida de la bruja». Ello demuestra también poca identificación con la masculinidad y por
lo tanto, con los atributos de poder y agresividad. El impotente se identifica más con el polo
pasivo y el papel del subordinado. Tiene miedo a la acción. Y, una vez más, se entra en el
círculo vicioso de tratar de conseguir la potencia con la voluntad y el esfuerzo. Cuanto mayor
es la presión, más inalcanzable la erección. La impotencia debería ser el acicate para averiguar
la propia actitud frente a los temas de poder, fuerza y agresividad y las fobias relacionadas con
ellos.
Al examinar los problemas sexuales en general no hay que olvidar que en el alma del ser
humano hay un aspecto femenino y un aspecto masculino y que, en definitiva, cada cual, sea
hombre o mujer, tiene que desarrollar totalmente ambos aspectos. Pero este difícil camino
empieza por la total identificación con la propia sexualidad corporal. Una vez asumido este
polo, se podrá despertar e integrar conscientemente la parte del alma correspondiente al otro
polo, a través del encuentro con el otro sexo.
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