el pecho, y sentir cómo va trepando por la garganta y vuelve y baja, Doctor? ¡Eso es lo peor! Es peor que el efecto que me producen los puntos suspensivos, Doctor... Ahora mismo, ahora mismo lo siento… aquí viene… párelo, Doctor, esto es horrible. ¡Se me va a salir la exclamación! ¡Se me va a salir la exclamación, Doctor! ¡No la deje! ¡No la deje! —No se preocupe… tómelo con calma. Lo mejor es que ella salga para que podamos hablar mejor. Ella va a ir saliendo despacio… despacio. Déjela… Eso, muy bien… —Ya siento el puntico aquí, Doctor. —Lentamente... lentamente. El hombre abrió la boca de par en par. El Doctor lo miraba impasible, incrédulo, siempre iluminado por el rayo de luz que se colaba en su consultorio y debajo del cual le gustaba ubicarse. —Despacio… –dijo mientras tocaba el hombro de su paciente. La arcada fue estrepitosa. El hombre vomitó sobre el suelo del consultorio un signo de exclamación brillante y grueso que se revolvía ahora ferozmente como una lombriz bajo el sol. Pero el Lenguaje es cruel. El hombre vio con pavor cómo un signo de interrogación se metía por debajo de la puerta del consultorio, justo detrás del médico; avanzaba con la actitud soberbia que se puede permitir el que pone todo en cuestión. —Doctor… Doctor, voltéese… ahí viene otro… Doctor… El hombre supo que no había nada que hacer. Pero para sorpresa 44