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El hombre afortunado
Un cuento español
Por Kelly Espana
Había una vez un artesano con mucho talento que fue contratado para construir una
pequeña iglesia en una pequeña aldea. El hombre tenía un mes de plazo para completar su
obra y él aseguró a la gente de la aldea que la haría tal y como lo había prometido y
construiría una iglesia preciosa de la podrían estar muy orgullosos.
El artesano pidió a la gente de la aldea que le pagaran antes de empezar a trabajar, de
forma que pudiese así comprar comida y materiales. La buena gente de la aldea confió en
el artesano y le pagaron su dinero, creyendo que el haría lo que había prometido.
Pero el artesano no se puso manos a la obra inmediatamente; en lugar de eso se gastó el
dinero en juegos y en vino. Dormía a menudo hasta bien entrada la tarde y raramente se
sentía con ganas de trabajar bajo el ardiente sol. Y así, antes de que se diese cuenta, había
pasado todo un mes y solo había colocado algunos ladrillos en el suelo.
El artesano se puso muy nervioso cuando se dio cuenta de que tenía una sola noche para
terminar de construir la iglesia. Sabía que no sería posible terminar el trabajo en tan poco
tiempo y estaba seguro de que los aldeanos se enfadarían mucho y le pedirían que
devolviese el dinero que le habían dado. De forma que el artesano, desesperado, decidió
hacer un pacto con el diablo.
“Por favor, diablo”, dijo el artesano puesto de rodillas, “construye esta iglesia por mí en solo
una noche de para que los aldeanos no me castiguen”.
El diablo apareció en una nube de humo negro y le dijo al artesano: “Construiré esta iglesia
en tu lugar en una sola noche, pero a cambio de mi trabajo debes prometerme tu alma”.
“Prometo entregarte mi alma”, dijo el dubitativo artesano, “pero la iglesia debe estar
terminada al amanecer y debe ser absolutamente perfecta en cada detalle o nuestro pacto
no será válido y no obtendrás mi alma”.
El diablo accedió y sin perder un momento llamó a sus trabajadores de las llamas y los puso
a construir la iglesia.
El artesano se sentó y se puso a observar con gran tristeza cómo el diablo y sus
trabajadores construían el suelo y los muros y el tejado de la iglesia. El pobre hombre se
puso cada vez más y más nervioso cuanto más se acercaba el amanecer, porque parecía
seguro que el diablo habría acabado de construir la iglesia para entonces y que sería
perfecta en cada detalle.
Según el oscuro cielo se empezó a teñir de azul pálido, el artesano empezó a rezar a Dios
porque se arrepentía de verdad de haber prometido su alma al diablo.
“Debería haber construido yo mismo la iglesia” murmuró el pobre hombre. “Tengo talento y
soy fuerte y puedo trabajar duro. ¿Por qué no empecé a trabajar cuando prometí que lo
haría? Y ahora voy a perder mi alma”.
El artesano rezó y rezó para que el diablo no pudiese completar el trabajo o para que la
iglesia no fuese perfecta, de forma que el pacto se rompiese. Pero según apareció el sol en
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el lejano horizonte, el pobre hombre estaba seguro de que sus oraciones no habían sido
escuchadas.
Entonces el diablo salió de la iglesia e invitó al artesano a inspeccionar su trabajo. “Es el
amanecer y he hecho lo que me pediste”, dijo el diablo. “Ahora tu alma es mía y debes
seguirme a las llamas por toda la eternidad”.
El pobre artesano miró por todo el exterior de la iglesia y no pudo encontrar ningún error en
absoluto. Luego entró en la iglesia y empezó a inspeccionar desesperadamente el trabajo
del diablo con la esperanza de encontrar algo mal y no tener que entregar su alma. Pero en
el interior, tal y como había ocurrido en el exterior, no pudo encontrar nada mal.
Justo cuando parecía que su destino estaba sellado completamente, el artesano descubrió
un pequeño rayo de sol deslizándose por el suelo y allí, en la parte inferior del muro más
lejano, encontró que faltaba un solo ladrillo.
“¡Te has olvidado de un ladrillo justo aquí!”, exclamó el artesano. “Mis oraciones han sido
escuchadas porque no has terminado el trabajo en cada detalle y nuestro pacto ya no es
válido y no obtendrás mi alma”.
El diablo no terminaba de entender cómo podía haber cometido tal error. Estaba muy, muy
enfadado, pero desde luego no podía negar que faltaba un ladrillo en el muro. Y justo
cuando el sol empezó a elevarse en el cielo y los excitados aldeanos empezaron a
congregarse en la puerta de la iglesia, el diablo desapareció en una nube de humo negro
enfadado.
Antes de que el artesano saliese a recibir a los aldeanos decidió que intentaría poner un
ladrillo en el agujero, de forma que la iglesia fuese perfecta en cada detalle. Pero cuando
puso el ladrillo en agujero, la iglesia empezó a retumbar y a vibrar y a temblar, de forma que
quitó de nuevo el ladrillo y decidió que el agujero permanecería allí como un recuerdo
perenne de lo cerca que había estado de perder su alma.
“Nunca cometeré de nuevo el error de prometer lo que no puedo cumplir”, pensó el artesano
mientras salía de la iglesia. “Debo comprometerme con mi trabajo y mantener siempre mi
palabra”
Los aldeanos estaban todos encantados con su nueva iglesia y el cura estaba muy
satisfecho cuando vio la obra. De ese día en adelante la pequeña iglesia estuvo siempre
llena de gente y el artesano la visitaba a menudo para recordar su promesa.
Y ahí sigue aún hoy la pequeña iglesia, y si alguna vez vas a visitarla debes caminar al
muro más lejano y allí encontrarás un agujero donde falta un sólo ladrillo y es allí, cada
mañana, donde un pequeño rayo de sol se desliza por el suelo y sirve de recordatorio para
todos de que debemos mantener siempre nuestras promesas y terminar los trabajos que
decimos vamos a terminar.
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