Leyendas y conjeturas sobre el origen de las Olimpiadas y otras curiosidades No es extraño que después de tanto tiempo, todavía hoy no nos pongamos de acuerdo sobre el origen de las Olimpiadas. La leyenda dice que Hércules una vez terminados sus doce trabajos construyó el primer estadio en Olimpia. Otra dice que fue Zeus quien instituyó los Juegos para celebrar su victoria sobre su padre Cronos. A partir de aquí tenemos versiones para todos los gustos. Los hay que aseguran que los primeros en celebrar unas Olimpiadas fueron los Pisates, los pobladores del Valle de Alfeo; otros en cambio afirman que fueron los cretenses y otros que fue Pios, fundador de Pisa. Por su parte, Píndaro nos habla en sus poemas de un caballerizo del rey Augias de Elis, un tal Heracles, el cual se apostó con el rey que podía limpiar sus cuadras (al parecer bastante apestosas) en un sólo día. A cambio recibiría en pago una décima parte de los caballos del rey. El mañoso caballerizo desvió el curso de los ríos Alfeo y Cladeo para hacer que sus aguas pasaran por las caballerizas y las limpió en un periquete, pero el taimado rey no cumplió lo prometido, intentó asesinarle y después instauró los juegos para celebrarlo. ¿Raro, eh?, un gobernante que no cumple su palabra. Esta misma historia también hay quien la cuenta con un final totalmente opuesto y dando el protagonismo al héroe mitológico Hércules. Otra leyenda totalmente distinta atribuye el origen a Pélope, hijo del rey de Frigia, que estaba enamorado de Hipodamia, hija del rey de Pisa, el cual había prometido la mano de su hija al vencedor de una carrera de cuádrigas. Cuentan que Poseidón le regaló un carro de oro con el que Pélope derrotó al rey, se casó con su hija y fue proclamado rey. Esto no debió de sentar demasiado bien al orgulloso suegro ya que se quitó la vida. Curiosamente, su yerno, en lugar de simplemente vestirse de luto como hacemos hoy en día, organizó la celebración de unos solemnes juegos funerarios en Olimpia. ¿Pero se trata realmente de leyendas? Sí y no, porque sabemos que en aquel valle mítico donde confluyen los ríos Alfeo y Cladeo, tenía lugar algo muy especial desde tiempos inmemorables: una fiesta religiosa, unos Juegos, unas competiciones que se llevaban a cabo en un contexto festivo aunque oficialmente funerario. Tenemos constancia de la existencia de un templo antiquísimo y a pesar de que la ciudad no se fundaría hasta siglos más tarde, las competiciones ya poseían una identidad propia: para ver quién era el más valiente, el más veloz, el que daba saltos más largos, el que tenía los caballos más veloces... Lo que sí sabemos con seguridad es que los Juegos siempre se celebraban en el mismo lugar: Olimpia. Las leyendas cuenta que las primeras olimpiadas oficiales fueron instauradas por el rey Óxilo fundador de Elida alrededor del 1.100 A.C. Si bien se cree que el verdadero comienzo de las ceremonias de los Juegos tuvo lugar en el 776 A.C. existen indicios que nos llevan a pensar en una prehistoria de los Juegos como nos cuenta Homero en el canto XXIII de la Iliada: Juegos en honor de Patroclo1 durante la 1 Véase artículo de N. Cordero en esta misma sección. 1 Guerra de Troya y mucho antes, como demuestran las pinturas descubiertas en la isla de Santorini2. Impresiona pensar que unos ochocientos años antes del comienzo oficial de los juegos olímpicos ya existían personas pudientes que ejercían de mecenas de grandes pintores para que pintaran jóvenes boxeando con guantes, y que además tengamos la suerte de que podamos verlo en nuestros días. Y no es menos asombroso la precisión con la que Homero detalla (con sus reglas y valoraciones sobre los participantes) varios deportes y competiciones que se llevaban a cabo para honrar al héroe caído. Pero retornemos a los primero juegos olímpicos (776 A.C.): podían participar todos los griegos nacidos libres siempre que lo solicitaran con un año de antelación y pasaran al menos un mes en la ciudad de Elida preparándose espiritualmente antes de las Olimpiadas. Llegaban de todas partes del mundo antiguo, sobretodo de la Magna Grecia (sur de Italia). ¿Y qué pasaba con las mujeres? Pues resulta que no sólo no podían participar sino que si estaban casadas ni siquiera podían asistir como espectadoras a no ser que tuvieran tendencias suicidas ya que si eran descubiertas se les condenaba a muerte. Al menos podían inscribir sus carros o caballos en las carreras ecuestres, eso sí, siempre que éstos fueran conducidos por hombres. Una diferencia notable con los Juegos actuales era que el objetivo de los atletas no era establecer récords sino quedar los primeros en todas las categorías en las que participaban (claro, que todavía no se había inventado el cronómetro). En cuanto a los premios, nada de medallistas de oro, plata o bronce, ni siquiera un mísero diploma: una coronita echa con una ramita de olivo y santas pascuas. Eso sí, aquel que pudiera permitírselo podían hacer esculpir una estatua suya en el santuario y de ese modo su nombre quedaba registrado para la eternidad en el templo de Hestia. La fama y reputación que alcanzaban también beneficiaba a sus familias y ciudades. Y una vez en casa recibían privilegios tales como comidas gratuitas, puestos de honor en teatros y celebraciones públicas. Incluso hubo una ciudad que construyó un gimnasio para que su campeón olímpico pudiera entrenar en él. Interesante también es la parte cultural de los Juegos. Existió un poeta llamado Jenofonte que compuso un poema alrededor del año 500 A.C. protestando por las locuras que se llevaban a cabo en las ciudades para honrar a sus campeones olímpicos, mientras que los intelectuales apenas recibían unas migajas a pesar de que sus aportes culturales poseían un valor mucho mayor para la ciudad. Otro aspecto interesante es lo que sabemos acerca de la figura de los helanódicas: los jueces elegidos por los eleos para supervisar los Juegos. El cargo solía ser hereditario y de por vida. Al principio eran solo dos, pero su número se elevó hasta diez en paralelo al crecimiento de los Juegos. Concedían los premios y podían imponer multas monetarias o corporales a aquellos que transgredieran las normas (en este caso el dinero era destinado a la construcción de estatuas en honor a Zeus). Su trabajo comenzaba meses antes de que dieran comienzo los Juegos evaluando no sólo las habilidades 2 Véase artículo de Cristiana Caserta en esta misma sección. 2 atléticas de los participantes sino también su carácter, su moralidad y su resistencia. Juraban públicamente ser justos tanto a la hora de vigilar que no se hicieran trampas como al otorgar los premios. Hay que añadir que si un atleta pensaba que los jueces habían cometido un error podía acudir a un tribunal superior. Sin embargo, estos jueces deportivos no sólo tenían fama de justos sino que en toda la historia de las olimpiadas antiguas, sólo en una ocasión se dio un posible caso de corrupción al vencer dos veces uno de los jueces en las carreras ecuestres (a partir de entonces no se les volvió a permitir competir en los Juegos). Sobre este mismo tema nos habla el sofista Antifonte de Atenas (contemporáneo de Sócrates) en su segunda tetralogía. En uno de sus escritos describe una batalla judicial ficticia centrada en el debate sobre la responsabilidad por un accidente mortal acaecido durante el lanzamiento de jabalina en una palestra de Atenas. ¿Ésta debe recaer sobre la persona que había lanzado la jabalina? ¿en la persona fallecida por cruzar el estadio en un momento inoportuno? ¿o por el contrario en la figura del paidotriba3? María del Carmen Navarro Agulló En los próximos artículos que se publicarán en esta sección, podréis leer historias y anécdotas que hablan sobre los atletas y su entorno en aquella época tan lejana pero al mismo tiempo tan presente en nuestros días. Ahora os propongo que os hagáis las siguientes preguntas: ¿Los juegos olímpicos de nuestro tiempo conservan aún el espíritu olímpico de la antigüedad? ¿Qué cosas han cambiado? ¿Cuáles no? Os invitamos a escribir unas líneas dejando vuestra opinión. M.N.A. 3 Entrenadores de las categorías juveniles de la época. 3