Savall o la decantación del barroco

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Por Juan Arturo Brennan
Savall o la decantación del barroco
El hecho de que la Sala Nezahualcóyotl se haya llenado hasta el tope para un concierto
estelarizado por la viola da gamba, me lleva a dos reflexiones:
1. Jordi Savall ha logrado el milagro de convertir en un hit la faceta más delicada y
austera de la música barroca, lo cual es muy meritorio.
2. Esa asistencia multitudinaria para esta clase de concierto pareciera indicar que, como
comunidad melómana, quizá tengamos salvación todavía.
Con miembros de su grupo Le Concert des Nations, ese músico impar que es Jordi
Savall ofreció una deliciosa colección de piezas de estilo y estado de ánimo diverso,
unidas todas por una singular expresividad, emanada más de su contenido profundo que
de sus elementos externos. Para comenzar, música de Jean-Baptiste Lully, su Marcha
para la ceremonia de los turcos, acaso recordada por los melómanos-cinéfilos que la
ubican como el primer corte del espléndido soundtrack urdido por Savall para el filme
Todas las mañanas del mundo. Energía, pompa, circunstancia y gallardía (sin excesos
dinámicos) fueron las cualidades de esta pieza inicial del programa. Durante el resto de
la velada, Savall y sus cómplices transitaron por la música de Inglaterra, España,
Francia e Italia, en un atractivo e ilustrativo recorrido por variados estilos y modos de
expresión. Al interior de un repertorio tocado de manera experta y con un gran
refinamiento, destacaron varios momentos de gran altura. El propio Jordi Savall,
haciendo gala de esa severidad de monje medieval que es el sello de su temperamento,
tocó en su viola da gamba algunas piezas de los Musicall Humours de Tobias Hume,
perfilando de manera deliciosa los recursos instrumentales (que por entonces eran
novedosos) utilizados por el compositor inglés para afianzar un discurso lúdico e
imaginativo, abundante en efectos sonoros militares. En la ejecución de estos humores
musicales, Savall dio cuenta cabal de que esa severidad de intención que lo caracteriza
no está reñida, ni mucho menos, con una aproximación lúdica y flexible a las piezas que
lo requieren.
Otro momento particularmente luminoso del concierto fue la interpretación de Jácaras
y Canarios de Gaspar Sanz, a cargo del guitarrista Enrique Solinís. En su versión de las
Jácaras fue posible percibir, inesperadamente, ciertos fugaces gestos guitarrísticos que,
en el contexto perfectamente asumido del estilo de los vihuelistas del XVII, parecían
apuntar tangencialmente a un guitarrismo posterior, a la manera de Carulli o Giuliani.
Para los Canarios, una de las piezas más atractivas de todo ese repertorio español de
cuerdas punteadas, Solinís inició con la propiedad y el recato propios de un concierto
formal y, de pronto, abandonó la formalidad para interpretar el resto de la pieza de pie,
en ánimo danzante, insertando en su ejecución un poco de fandango aquí, un poco de
zapateado allá, para no dejarnos olvidar que esos Canarios de Sanz no son sino una
brillante estilización de bailes populares. Formidable, y muy divertido.
Más tarde, Le Concert des Nations interpretó Les couplets des Folies d’Espagne, que no
son sino las muy famosas variaciones del gambista Marin Marais (sin duda, el espíritu
tutelar de Jordi Savall) sobre el muy famoso patrón armónico que ha sido explorado y
explotado por numerosos compositores a lo largo del tiempo.
Savall y sus músicos, sensibles e intuitivos como son, entienden que las variaciones
implican, entre otras cosas, el despliegue del virtuosismo instrumental, pero también
entienden que Marais no era Paganini; así, la ejecución de estas diferencias sobre las
Folías de España fueron realizadas con una pulcra atención al estilo, y con la dosis
exacta de extroversión en algunas de las variaciones, y de introspección en otras. Una
versión como esta permite sentir al oyente que sería perfectamente posible pasarse
varias horas seguidas escuchando variaciones sobre este hipnótico círculo de acordes,
dada la riqueza con la que Savall y sus colaboradores las interpretaron.
Para finalizar, una soberbia ejecución de varias piezas de la música de la ópera Alcyone,
del propio Marais, en la que al interior de un balance instrumental exquisito, destacó el
trabajo conjunto de Marc Hantaï en la flauta traversa y Riccardo Minasi en el violín,
quienes establecieron un refinadísimo dúo en el interior del ensamble. En suma, una
portentosa exhibición de musicalidad a cargo del grupo comandado por Jordi Savall, un
músico genial cuyo ascetismo interiorizado se vuelca, siempre, en ejecuciones de una
riqueza sonora incomparable, y de una rara expresividad.
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