El Perdón y lo Real - Universidad Kennedy

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NO SE PUEDE HACER UNA TORTILLA SIN ROMPER LOS HUEVOS: EL
PERDÓN Y LO REAL
* Jairo Gallo Acosta
Resumen
Diferente al amor (Eros) que se sitúa en una tradición grecorromana, a la cual Freud se
adscribe, existe otra dimensión del amor diferente a esa tradición, la cual se refiere al amor
cristiano (ágape). Esta dimensión del amor que nos propone amar a nuestros enemigos
introduce un elemento que se llama perdón, elemento que se ofrece como un don y que es
imprescindible para que el prójimo advenga y repare la falla estructural de cada sujeto. En este
lugar el perdón, vía amor (ágape) puede intervenir en lo real, deteniendo el circuito mortífero
del odio y la venganza y reparando esa falla en lo real de cada sujeto.
“Pero yo os digo: No resistáis al que es malo; antes, a cualquiera que te hiera en la mejilla
derecha, vuélvele también la otra; y al que quiera ponerte a pleito y quitarte la túnica, déjale
también la capa…oíste que fue dicho: amarás a tu prójimo, y aborrecerás a tu enemigo. Pero
yo os digo: amad a vuestros enemigos, bendecid a los que te maldicen, haced bien a los que
os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen…Porque si amáis a los que os
aman, ¿qué recompensa tendréis? ¿No hacen también lo mismo los republicanos?”
Mateos 5, 39 – 46.
Dos mil años después todavía estas palabras nos pueden sonar raras, extrañas, ilógicas para
nuestro entender, sobretodo cuando se habla de un amor que no se basa en los méritos del
otro, sino de un amor que se debe brindar sin esperar reciprocidad, un amor inmotivado.
El amor inmotivado aunque nos puede parece extraño, esto no indica que el amor reciproco no
sea un problema, de eso precisamente se queja el neurótico, que el otro no responda al
llamado de su amor “¡yo que le di todo mi amor, y me paga de esa manera!” olvidando que
entre los sujetos siempre hay una imposibilidad a priori que no permite que se complementen,
para describir mejor esta situación Lacan trae a colación los siguientes versos:
Entre el hombre y el amor,
Hay la mujer.
Entre el hombre y la mujer,
Hay un mundo.
Entre el hombre y el mundo,
Hay un muro.
Antoine Tudal en París en el año 2000
Es por eso que el amor en el psicoanálisis siempre ha sido sospechoso, en fácil leer en Freud
sobre todas las suspicacias que traía consigo el amor, trayendo algunos recortes de sus
artículos introducción al narcisismo y aportaciones a la psicología de la vida erótica se
verificaría de inmediato a que tradición se inscribía el creador del psicoanálisis con respecto al
amor, a la tradición greco romana, en donde amor y deseo coinciden en muchos aspectos,
situándose el sujeto en aquello de lo que carece, deseándolo y amándolo, es ahí donde el
sujeto se constituye, en la falta que es fundada en la ley. De ahí la suspicacia que le traía a
Freud El mandamiento de “amarás a tú prójimo como a ti mismo”, y con razón, ya que si se
hace equivaler el sí mismo al yo, esto trae consecuencias funestas para el prójimo, pero el
amor (ágape) cristiano va más allá de ese yo, ya que necesita del desprendimiento yoico para
que el ágape se posibilite.
Ante lo anterior surge una pregunta ¿el amor cristiano también coincide con el deseo, se funda
en esa falta, en esa ley? La respuesta es no, porque el amor cristiano (ágape) es diferente a
nuestro amor (Eros) del cual Freud y casi todos nosotros somos sus representantes, y es por
eso que ese amor no puede entrar en nuestra lógica, ya que va más allá de esa ley, la excede.
El psicoanalista argentino Isidoro Vegh nos comenta sobre la relación del amor cristiano y el
psicoanálisis: “El amor cristiano se ofrece como un amor que no puede resolverse, como no
sea gracias un deslizamiento fallido en la perspectiva a la que nosotros, como psicoanalistas,
estamos más habituados: la del amor que reconocía en el Eros, el amor que se funda en la
falta” (1)
Si bien Freud sólo alcanzó a fundamentar el amor fálico (la ecuación niño - falo) Lacan alcanzó
a ir más allá, llegando a teorizar algo del otro goce, es decir aquello que no entra en la lógica
fálica, el goce místico fue una manera de ejemplarizarlo.
El orden fálico, al cual casi todos estamos inscritos, y en donde todos nos movemos, es un
orden que permite el intercambio, ya que es un orden que nos incluye, por aquello de la
castración y la ley, pero esos intercambio no siempre son satisfactorios, siempre hay
malentendidos, Lacan lo explica por aquello de ser sujetos atravesados por la palabra, por el
lenguaje, y entre aquello que se dice, y lo que se sabe, siempre hay una diferencia, de ahí los
sufrimientos, las quejas, apareciendo el síntoma.
El amor cristiano. El ágape, nos saca de ese circuito, el asunto no se dirige a los intercambios
con el otro, no es la justa medida, ya que nos propone amar a nuestros enemigos, a aquellos
que nos han herido o nos han hecho daño, es en este momento que se introduce un elemento
en ese amor (ágape) que se llama perdón.
Ya en otro trabajo se habló de la importancia del perdón para el psicoanálisis *. Aquí lo que se
trata es fundamentar el perdón como necesario para el amor cristiano (ágape) que a su vez es
imprescindible para que el prójimo advenga.
El advenimiento del prójimo se presenta cuando es el otro es invocado como prójimo: “El mozo
del bar que me ofrece café, en efecto puede funcionar como prójimo en la medida en que lo
invoque como tal. También puede ocurrir que me sirva café y sea sólo el otro, ese otro a cuyo
lado paso sin enterarme (…) Cuando decimos invocar al otro, nos referimos al otro real, ese
que acude con sus tres registros, y al que convocamos al lugar de nuestra falla, desde nuestra
falla para que responda como remedio y reparación. Precisamente allí reside la diferencia: no
lo convoco desde mi falta, sino desde mi falla” (2) Prójimo que adviene cuando ese otro es
invocado por lo que no es (bueno, complaciente, hermoso) para ofrecerle lo que no se tiene: el
perdón.
El perdón no es objeto intercambiable, no entra en la lógica del mercado, por eso es algo inútil
dentro de esa lógica, además que el perdón se ofrece como un don, no para obtener nada a
cambio, ni para que ese otro nos de eso que nos hace falta, sino para que nos repare como
nos dice Vegh, nuestra falla estructural. El prójimo nos ayuda a buscar algo inherente a nuestro
ser, a nuestra existencia, a lo real de nuestra existencia.
El perdón apunta a ese real de la existencia, ya que invoca al otro que nos ofende o lastima
como prójimo, anudando nuestra existencia, la vida (lo real) a lo simbólico de la muerte y a lo
imaginario del cuerpo, anudándose estas tres instancias en el nudo, lo real del ser humano
Cuando el otro nos maltrata, nos lastima o nos ofende, lo real de la vida afectado a tal punto
que la vida se puede desanudar de lo imaginario del cuerpo y de lo simbólico de la muerte.
“Como nos enseñara Heráclito y lo subrayaba Lacan, cuando la vida se afirma sin el límite de lo
simbólico, conduce rápidamente a la muerte” (3)
Pero así como el odio afecta a lo real (la vida) también el amor puede afectar a ese real. Y es
ahí donde el amor puede reparar por intermedio del perdón, La psicoanalista Julia Kristeva
trata de fundamentar este perdón desde el psicoanálisis de la siguiente manera:
“El perdón es ahistórico. Rompe el encadenamiento de los efectos y de las causas, de los
castigos y de los crímenes, suspende el tiempo de los actos…Tiene pues en cuenta dos
registros de la subjetividad: el registro inconsciente que detiene el tiempo con el deseo y la
muerte y el registro del amor que suspende el inconsciente antiguo y la historia antigua,
iniciando una reconstrucción de la personalidad en una nueva relación. Mi inconsciente se
puede reinscribir más allá de ese don de no juzgar mis actos que el otro me hace” (4)
Al suspender el tiempo de los actos de rencor y venganza y reconstruir una nueva relación, el
perdón puede detener el ciclo repetitivo de la ofensa, rencor, venganza, que al final sólo
mantienen un vinculo mortífero con el otro. Las marcas en el cuerpo, la culpa, el rencor, incluso
el trauma, colocan al sujeto como objeto de goce a merced del otro, (que es colocado como
Otro) y el síntoma como el retorno de lo reprimido o como compulsión a la repetición nos
muestra como el sujeto goza sin poder evitarlo, y en ese gozar, el sujeto se convierte en objeto
de goce del Otro. El perdón se puede colocar (no en todos los casos, ya que es de lo particular)
en el lugar de esa “Intervención en lo real que se dirige a un efecto de la estructura en la
intersección de lo imaginario y lo real, allí donde el analizante se ofrece como objeto para su
goce” (5)
El perdón es el fundamento de ese “Amor inmotivado fundado en lo Real del Otro primordial se
transmite en lo Real al sujeto. Con una eficacia determinada experimenta el gusto del
encuentro con el otro (…) propicia la afirmación del ser” (6)
El otro reconocido como prójimo es una afirmación de mi ser, así que no podré eliminarlo ni
atacarlo, ya que haciéndolo, lo hago conmigo mismo (no con mi yo sino con mi ser, con lo real
de mi ser), y en esto consistía la máxima cristiana de “Amarás a tú prójimo como a ti mismo”
Si bien ese otro no puede causar lo peor (como bien lo creía Freud) ese otro invocado como
Otro, también nos puede causar lo mejor, ya que desde cierto lugar nos puede ubicar como su
objeto de goce, también desde otro lugar nos puede proponer la distribución de nuestros
goces, sin la cual nuestra estructura no se puede anudar.
El perdón repara, reparación que no se puede dar sin una falla, que es de lo real, así que el
perdón opera sobre esa falla, si bien el perdón es una decisión que el sujeto puede tomar o no
(incluso para unos está atravesada por lo imposible) para otros surge como aquello que no
puede no ser, posibilitando la reparación de la falla, es decir, haciendo existir la falla. Porque lo
real existe independientemente que creamos o no, así como la tortilla, está en nosotros si nos
queremos lamentar por los huevos que tenemos que romper, porque no se puede hacer una
tortilla sin romper los huevos.
Notas
∗
Psicólogo Fundación para la Reconciliación y Fundación Héctor Bolívar López. Estudios de
Maestría en Psicoanálisis Universidad Argentina John F. Kennedy.
1. Isidoro Vegh. El prójimo. Enlaces y desenlaces del goce. Buenos Aires, Paidos, 2001.
Página 153.
∗
Gallo, Jairo. El perdón difícil: ni fácil ni imposible. Revista de Psicoanálisis y Cultura Acheronta
No 20. www.acheronta.org
2. Op Cit. Página 43.
3. Ibíd. Página 148
4. Entrevista con Julia Kristeva. Dostoievski, una poética del perdón en El perdón. Quebrar la
deuda y el olvido. Madrid. Ediciones Cátedra, 1992, Página 83.
5. Vegh, Isidoro. Las intervenciones del analista. Buenos Aires, Acme - Agalma, 1997. Página
97.
6. Vegh. Op Cit. Página 178
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