El agravio moral y los marcos de acción colectiva

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EL AGRAVIO MORAL Y LOS MARCOS DE ACCIÓN COLECTIVA
El agravio moral y los marcos de acción colectiva
Reyna Sánchez Estévez
RESUMEN.
Este trabajo forma parte del primer capítulo de la tesis en Antropología Social
titulada: “Los símbolos y las representaciones colectivas en el Movimiento Urbano Popular en
la Ciudad de México. El caso de Superbarrio Gómez”. En esta primera parte se pretende dar
cuenta de algunos de los elementos que generan una acción de carácter colectivo en las urbes
y cómo este tipo de elementos son resultado de la interrelación de complejos procesos
económicos, políticos y simbólicos.
Cuando yo era niño, dos veces
fui lanzado aquí en la ciudad.
SUPERBARRIO
EL PROBLEMA DE LA FALTA DE VIVIENDA en las grandes ciudades no es reciente; aunque no
existe un acuerdo entre los investigadores que atienden los asuntos urbanos, se habla de
luchas inquilinarias prácticamente en todas las décadas en lo que va de este siglo.
Según Barrington Moore:
La incapacidad de satisfacer ciertos requerimientos físicos es muy perjudicial. En
orden de importancia estos son el aire, el agua, el alimento, el sueño, el techo en el
sentido de protección contra los extremos del frío y el calor, y la gratificación sexual.
La imposibilidad de satisfacer estas necesidades provoca sufrimiento en cualquier
ser humano (1989:19 y s.).
Sin embargo,
hay demasiados mecanismos sociales y psicológicos potentes que pueden reprimir a
los seres humanos para que expresen agravio moral por su situación, y muchas veces
incluso para que lo sientan. No hay garantía de que la explotación o el simple
sufrimiento humano vayan a producir de alguna manera su propio antídoto (ibid.:432).
Con esto quiero decir que aunque haya escasez de vivienda, aumentos indiscriminados a las rentas, viviendas ruinosas, hacinamiento, desalojos o juicios inquilinarios
ANUARIO 2001 • UAM-X • MÉXICO • 2002 • PP. 285-292
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siempre con sentencias favorables a los propietarios, no necesariamente se va a producir
de manera inmediata, la acción social.
Empecé a participar después del sismo en una organización vecinal, con los
damnificados, y cuando surgió la Asamblea de Barrios nos incorporamos a la
organización. En las reuniones que teníamos —las primeras— escuchaba que mucha
gente planteaba esta misma necesidad de una ayuda, una orientación, alguien que
les echara la mano con problemas inquilinarios: abusos de los caseros, lanzamientos
que ya estaban próximos a efectuarse; y empecé a tener una inquietud de cómo
poder ayudar a esta gente, cómo aportar un granito de arena para que no volvieran
a sufrir lo que uno ya ha sufrido cuando lo lanzan de su vivienda... con esta inquietud,
con esa impresión, yo empecé a tener como una preocupación: una idea que no se
quita en todo el día y estás pensando en cómo hacer algo para que ya no haya
lanzamientos [Entrevista a Superbarrio en Asamblea de Barrios, 1991, V:25].
Para que un agravio moral sea políticamente efectivo:
La gente debe percibir y definir su situación como consecuencia de la injusticia
humana: como una situación que no debe, no puede y no necesita soportar [Moore,
1989:433].
Esto está claro en el testimonio de Manuela:
Me lastima tanto ver a una familia —de por sí somos pobres— con sus cosas
rotas, destruidas, hijos llorando, la abuelita llorando por acá, la mamá y el papá
desesperados; todos son hechos que a mí me molestan, me enardecen, quisiera
poder tener en ese momento al mismo gobierno en mis manos, para poder
entregárselos a quien verdaderamente lo pueda llevar con rectitud [Asamblea de
Barrios, 1991, V:17].
Así, una acción social no se debe exclusivamente a causas estructurales o a la
correlación de fuerzas políticas, mucho menos a la aparición de algún líder iluminado,
sino a que las personas perciban en sus propias condiciones de vida el agravio moral,
que el sentimiento de injusticia sea patente y que se tome la decisión de no soportar
más esa situación.
En alguna ocasión, en junio de 1987, cuando la cosa empezó a agarrar más forma,
tuvimos un abuso de un subarrendador en la zona de la Merced, en lo que eran
las bodegas. Una de las compañeras de la Asamblea había sufrido un robo por parte
de un tipo que subarrendaba las bodegas y ahí alguna gente comentaba la necesidad
de parar los abusos de estas personas; algunos comentaban, en un son más festivo, de la
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necesidad de que tuviéramos alguien que defendiera a los compañeros que sufren
agresiones en esos momentos, que hiciera acto de presencia al momento de la
injusticia y que castigara a los que abusan —en este caso a los caseros. El 12 de junio
de 1987, con toda esta situación, con todas estas ideas y el deseo de hacer algo, yo
salí a trabajar temprano de la casa donde vivo en el Centro y cuando abrí la puerta
para salir, entró una luz roja y amarilla muy intensa, una luz muy resplandeciente,
que te cegaba, acompañada de un viento muy fuerte que empezó a descomponer
todo el pequeño cuarto donde vivo. Cuando el viento dejó de soplar y la luz empezó
a desaparecer, aparecí vestido con mi equipo de luchador: con una máscara roja y
amarilla, un escudo con una S y una B. Yo no sabía qué estaba pasando y una voz me
dijo: Tú eres Superbarrio, defensor de los inquilinos pobres y azote de los caseros voraces
y autoridades corruptas. Entonces comprendí que quizá ésta era la forma que había
estado pensando de cómo ponerme al servicio de la gente que sufre los abusos y las
injusticias, y de cómo empezar a poner las cosas en su lugar [ibid.:25 y s.].
En este sentido, las convicciones morales se convierten en un elemento igual de
necesario para cambiar el orden social, junto con las alteraciones de la estructura
económica.
Sin los fuertes sentimientos morales de indignación, los seres humanos no actuarían
en contra del orden social [Moore, 1989:443].
Así se explica en parte, por qué hay periodos en que las luchas sociales por
problemas como el de la vivienda parecen más visibles, se presentan con mayor
fuerza, tienen resonancia en otros ámbitos de la sociedad, son más productivas o sus
resultados aparecen como más evidentes, mientras que, en otras épocas, parece que
estos movimientos se encuentran reprimidos, apagados, replegados o no se consiguen
avances sustantivos o simplemente no encuentran eco en los otros sectores sociales.
Lo no pensado, lo impensable y lo legítimo en el sentido que utiliza Bourdieu
adquieren variadas significaciones, tienen trayectorias que están fuera de los caminos
antes conocidos, lo que antes formaba parte del terreno de lo impensable se vuelve
necesario e imprescindible, por ejemplo, el papel del Estado frente a la desgracia es
puesto en tela de juicio, las acciones gubernamentales frente a la emergencia se cuestionan, los grupos sociales sin partido, sin membrete, sin militancia, se organizan y hacen
frente al interregno, al vacío de poder. Se asumen responsabilidades y se ejercen derechos
ciudadanos muchas veces olvidados o nunca puestos en funcionamiento.
Podemos decir que este tipo de agravio moral y el sentimiento de injusticia y de inevitabilidad son evidentes en el movimiento social que se desata a partir de los sismos
de 1985. En esos momentos y sobre todo con las actitudes adoptadas por los
funcionarios gubernamentales se produce una ruptura entre las expectativas que
sla gente tiene con respecto a los roles que el gobierno debe cumplir y lo que en
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realidad lleva a cabo. Es decir, para el caso de los sismos o de cualquier otra catástrofe
natural se espera que el gobierno se apreste a atender a los damnificados, que brinde
apoyo incondicional, efectivo y rápido a las víctimas, que muestre solidaridad y que
proteja los intereses de los más débiles, que no lucre con las desgracias ni que se aproveche de las circunstancias para cometer más injusticias, sin embargo nada de esto
sucedió después de los terremotos, por el contrario, el gobierno demostró ineficacia,
corrupción, y en el menor de los casos falta de coordinación, además de que apenas
recuperado de la sorpresa, instrumentó medidas por completo contrarias a las
necesidades e intereses de la población, como querer dinamitar los edificios donde
todavía se encontraban personas con vida o tratar de impedir que los grupos
organizados atendieran a los damnificados; más aún, cuando se comenzaron a dar a
conocer los primeros programas para la reconstrucción, el interés primordial era el
desalojo del centro de la ciudad.
La ruptura de la organización social, como dice Barrington Moore,
es probablemente más significativa en sus consecuencias políticas que las privaciones
materiales directas, por dolorosas que éstas puedan ser. Para el individuo, esta
ruptura significa el colapso, o por lo menos la desorganización de las rutinas
diarias que le son conocidas [1989:444].
Así, podemos decir que la relación entre ciudadanía y gobierno queda visiblemente
rota, sobre todo porque los habitantes de la ciudad de México y en especial los
damnificados sienten un vacío de poder, una nula, pobre, deficiente o insatisfactoria
actuación del gobierno frente a la tragedia y las múltiples y apremiantes necesidades.
Efectivamente, no se le culpa de los terremotos, pero sí de la corrupción, que se
hace patente cuando innumerables edificios públicos se derrumban por la mala
calidad de los materiales o por no acatar las normas de construcción o incluso por la
deficiencia en esos reglamentos. Se le acusa por la evidente falta de coordinación, la
confusión y la ineficacia que muestran las distintas instancias de decisión desde el
presidente de la República, hasta los funcionarios menores de las delegaciones, no se
atiende a las víctimas e incluso se muestra deshumanización cuando se pretende
dinamitar en lugares donde aún se encuentran personas atrapadas. A todas estas
atrocidades, se agrega el robo y el despojo que se hace con la ayuda que llega del
exterior y del mismo país, que con el transcurso de los días se vuelven inocultables.
Además el sismo deja al descubierto inmoralidades, corruptelas y fraudes en los
presupuestos públicos, sistemas de semi-esclavitud en las condiciones de trabajo de
gremios como las costureras, condiciones de vida infrahumanas en muchos barrios
de la ciudad, vicios y corrupción en los sistemas judiciales al descubrirse cárceles
clandestinas, en fin cada uno de los nuevos hallazgos aumenta la rabia, la indignación,
el sentimiento de injusticia y por lo tanto el descontento social.
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Asimismo, se advierte la “ausencia de reciprocidad” en cuanto a que el Estado no
cumplió, como debiera, con sus tareas de defensa y auxilio de la población y coordinación de las acciones.
La ira en contra del gobierno no fue automática, es más, al principio no existía el
ánimo de culpar al gobierno del desastre, el descontento popular se lo ganaron casi
todos los funcionarios... por la descoordinación, la irresponsabilidad, la impopularidad de las medidas que tomaban y sobre todo por las pugnas por el poder que
las labores de rescate desataron entre los que se creían contendientes a la candidatura
presidencial [Briseño, 1987:12].
Este movimiento avasallador que se produce a raíz de los movimientos telúricos de
1985, tiene como uno de sus detonadores ese sentimiento de injusticia y de agravio
moral, pero también, tiene que ver con la forma como fueron planteadas las necesidades,
las demandas, es decir con la existencia de marcos de acción colectiva; de acuerdo con
Snow y Benford, esos marcos de acción colectiva se derivan de los llamados Marcos
Maestros, que funcionan de una manera análoga a los códigos de la lengua en tanto
que proveen de una gramática, una puntuación y una sintaxis a los movimientos
sociales dentro de un determinado ciclo de protesta. Este ciclo de protesta a su vez, está
constituido por secuencias encadenadas de acciones colectivas que proporcionan sentido
e identidad a un determinado movimiento; estas secuencias de acción colectiva son
más grandes, frecuentes e intensas de lo normal y además relacionan a diversos sectores
sociales, pueden presentar nuevas estrategias y técnicas de la protesta, así como rasgos
diferentes en cuanto a la organización, combinados con formas tradicionales. De ello
dependerá el impacto y la dinámica del ciclo (Morris, 1992:133 y ss.).
Las secuencias de acción colectiva que se generan a partir de los sismos en la Ciudad
de México en 1985, adquieren en pocos días vitalidad y resonancia debido a un
conjunto de elementos. Como señalan Snow y Benford, para conformar los marcos de
acción colectiva que potencien el ciclo de protesta, se identifica el problema y se atribuye
la culpa o causalidad, es decir se hace un diagnóstico de la situación, después se elabora
un código y una serie de discursos que sirven para organizar, presentar, entender y
difundir la problemática social. Dependiendo de la resonancia que este código adquiera
se potencia la movilización y se logra credibilidad por parte de los diferentes sectores
involucrados en el problema y de aquellos que son espectadores.
Se produce así una reacción en cadena y se establece una relación dialéctica entre
los marcos de acción colectiva y el ciclo de protesta.
Snow y Benford hacen las siguientes proposiciones con respecto a esta relación:
1. Asociado con la emergencia de un ciclo de protesta está el desarrollo o construcción
de un marco maestro innovador.
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2. Las movilizaciones masivas pueden fallar en parte por la ausencia de un marco
que produzca resonancias.
3. Las innovaciones tácticas se deben en parte a la emergencia de estos marcos.
4. Estos marcos a su vez sí logran anclarse, proponer innovaciones tácticas y ampliar
su campo de acción, potenciar a los ciclos de protesta (1992:143 y ss.).
En el análisis que acertadamente hacen Juan Briseño y Ludka De Gortari, es
evidente esta formación inicial del ciclo de protesta:
El efecto más amplio de los sismos en la sociedad lo constituyó la movilización
social observada durante la primera semana, como su fase más intensa... La
heterogeneidad de la población involucrada determinó que la participación no
fuera homogénea y tuviera diferente duración... Podríamos hablar de la creación
de una efímera identidad citadina, como fenómeno más amplio, y de la reafirmación
del arraigo en los barrios populares, como fenómenos parciales alimentados primero
por las desgracias y después por la expropiación... Esta movilización espontánea
estuvo limitada; no hubo una organización estructurada que dirigiera o tuviera
conocimiento de todas las acciones que se realizaban... Conforme pasaban los
días se crearon organizaciones locales y se reforzaron algunas preexistentes en las
zonas afectadas... Ciertos sectores de la población empezaron a hablar de una
reconstrucción democrática, se quería participar en la elaboración de planes y en el
control de los recursos... Durante los primeros días se hablaba con indignación de la
ineficacia de los aparatos gubernamentales para resolver los problemas de rescate
y abastecimiento, pero conforme el problema de vivienda y el de trabajo quedaban
como los permanentes y se multiplicaban las marchas a Los Pinos, se identificaba
al gobierno como responsable de algunos problemas y como interlocutor adecuado
para la solución de otros. Tras varios intentos de coordinación auspiciados por las
organizaciones surgidas a raíz del sismo y las ya existentes, entre las que destacan
la de los habitantes de Tlatelolco, Morelos y Centro, se formó la Coordinadora
Única de Damnificados. De esta manera se conformó un frente que aglutinaba a
la mayoría de los afectados, aun cuando las demandas relacionadas con la vivienda
eran diferentes en atención a la diversidad de los problemas. Ellos mismos en el
interior de la coordinadora distinguían los problemas de las unidades habitacionales
de los barrios populares y los de las colonias de clases medias. Otras demandas
eran las de las costureras y las de los médicos y enfermeras, que giraban en torno
a la destrucción de sus lugares de trabajo [1987:53 y ss.].1
Se encuentran en estas primeras secuencias de acción colectiva grandes diferencias
con los movimientos previos a los sismos. Antes de 1985 se podía identificar a la base
priista, organizada de forma clientelar, vertical, burocrática y mediada, donde el
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Cursivas de la autora.
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afectado o solicitante de algún servicio, se acercaba al funcionario, diputado, secretario
o al amigo, compadre que estaba “bien parado” o a quien tenía “influencias” y mediante la consabida “mordida”, el regalito o el favorcito, se obtenía la dádiva solicitada.
El otro movimiento es aquel que se generó en la periferia de la ciudad, en donde la
lucha fundamental era por la regularización en la tenencia de la tierra y por la introducción
de servicios públicos. En este caso, grupos de migrantes que habían llegado a la ciudad,
pasaban un tiempo ya sea en casa de amigos, familiares o paisanos, para después iniciar
su propio camino rentando alguna vivienda. Después de este proceso de adaptación a
la vida citadina eran expulsados a la periferia de la ciudad, donde algunos de ellos,
unidos a compañeros de trabajo que vivían arrimados, a parejas recién casadas o a otras
personas en las mismas circunstancias de carencia de vivienda, tomaban la decisión
de invadir algún terreno, en muchas ocasiones a instancias de algún funcionario o de
algún líder del mismo PRI, la mayoría de las veces ese terreno era de propiedad ejidal o
federal. El siguiente paso era organizarse para conseguir que la delegación instalara los
servicios más elementales y para obtener sus escrituras.
Con los sismos las demandas se presentan de manera radicalmente distinta, la
gente lucha por quedarse en su barrio, por no ser expulsada de la ciudad, ni de sus
colonias. Señala Marco Rascón, fundador de la Coordinadora Única de Damnificados
y posteriormente de la Asamblea de Barrios de la Ciudad de México:
La gente prefería vivir en el Centro en las condiciones que fuera, a salirse, porque
sus centros de trabajo estaban ahí, la mayoría de los que habitaban en los cuartos
de servicio de Tlatelolco eran trabajadoras domésticas o de talleres y no podían
irse a vivir a Huehuetoca, como proponía el gobierno [Entrevistas a Marco Rascón,
junio-diciembre, 1997].
La demanda por el arraigo en el Centro de la ciudad y de permanecer en los
barrios fue una de las primeras que engarzó a la perfección con el tipo de vida,
citadina-urbana, de la gente que habitaba vecindades ruinosas, pero que a cambio
tenía a unas cuadras, si no es que ahí mismo, su trabajo, el abasto y los servicios, la
lógica era completamente distinta a la que había en la periferia.
Otra de las modificaciones es la relación que se establece con los “activistas” que
llegan a organizar a los diferentes grupos como dice Rascón:
A la gente del Centro no les enseñabas nada, ellos tenían una relación muy refinada
con el PRI, ya habían votado, si les hablabas de democracia, no les interesaba, ellos
querían saber qué les ibas a dar [Entrevistas a Marco Rascón, junio-diciembre,
1997].
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Podemos señalar como componentes básicos de ese nuevo marco de acción colectiva
que se comienza a gestar en 1985:
a) La obligación gubernamental de proporcionar auxilio a las víctimas hasta el último
momento.
b) La solidaridad como un valor fundamental de la sociedad.
c) La urgencia de la reconstrucción con transparencia en el uso de los recursos y con
la vigilancia de la sociedad.
d) El derecho a mantenerse en el barrio y por lo tanto la necesidad de la expropiación.
e) El derecho a una vivienda digna.
Siguiendo las propuestas de Snow y Benford, considero que la dramática situación
generada con los sismos de 1985 aunada a un conjunto de condiciones estructurales
previas que analizaré en el apartado siguiente, dan como resultado la emergencia de
un ciclo de protesta y la construcción de un marco maestro innovador, que va a ser el
detonador de un conjunto de movilizaciones sociales que van desde septiembre de
1985 hasta por los menos diciembre de 1994.
En este periodo es posible observar un conjunto de innovaciones tácticas y la
conformación de una “nueva cultura de la protesta” que es patente con el comportamiento de la Asamblea de Barrios de 1987 a 1990.
También es posible señalar que la acción social, la organización colectiva que
busca resolver algún problema y los movimientos sociales, no se producen de manera
inmediata y como simple reflejo de condiciones adversas, causas estructurales o por
una determinada correlación de fuerzas políticas.
Bibliografía
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organización popular, Cuadernos de la Casa Chata, n. 156, CIESAS, México.
Moore, Barrington (1989), La injusticia: Bases sociales de la obediencia y la rebelión, Instituto
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Aldon, D. y McClug Mueller, Carol (1992), Frontiers in Social Movement Theory New
Haven, Yale Univerity Press, pp. 133-135.
Asamblea de Barrios/COOSLA (1991), Carpeta informativa de la Asamblea de Barrios,
Asamblea de Barrios, ya nada nos detiene, I-VI, México.
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