REFLEXIONES LA ILUSION DEL PROGRESO SEGÚN LESTER R. BROWN* La publicación anual “Estado del mundo”, editada por el Worldwatch Institute, constituye, desde principios de la década de los ochenta, una fuente de consulta primordial en materia de problemas ambientales. En su séptima edición, correspondiente a 1990, sus colaboradores han puesto énfasis en la necesidad de implementar políticas que propicien la estabilidad del clima, que mejoren la calidad del aire y que reduzcan la pobreza. Para ello sugieren el reordenamiento de prioridades gubernamentales. Lester R. Brown es el presidente del Worldwatch Institute, y por ello el responsable del artículo central de su anuario, que en este número desarrolló bajo el titulo “La ilusión del progreso”. La tesis del articulo afirma que el progreso estadístico, reflejado sobre todo en que la producción económica mundial de las últimas cuatro décadas, igualó en cada una a la producción acumulada desde el principio de la civilización hasta 1950, así como que la producción de alimentos, durante ese mismo periodo, superó todo récord de crecimiento, constituyen, cuando menos, una ilusión exagerada, ya que no se ha considerado la disminución de lo que Brown llama “el capital natural”. Si ese capital natural se tomara en cuenta, habría que señalar que se ha perdido casi una quinta parte de los suelos agrícolas, una quinta parte de los bosques del trópico- húmedo y miles de decenas de especies animales y vegetales. También habría que considerar que se incrementaron trece veces los niveles atmosféricos de bióxido de carbono y se perdió el dos por ciento de la capa protectora de ozono. Por todo lo anterior, señala que estamos empezando una era en que las condiciones ambientales afectan la economía mundial: así se resienten las cosechas por la disminución de suelos, por la contaminación del aire, e incluso, por un posible efecto de invernadero que hace más tórridos los veranos. La producción mundial de granos aumentó 2.6 veces, de 1959 a 1984, pero de entonces a la fecha se ha estabilizado, lo que es muy grave si tomamos en cuenta que la humanidad continúa creciendo; por lo que se puede apreciar que la producción de granos per capita, disminuyó un siete por ciento. Para compensar esta baja se han consumido granos almacenados y se ha reducido el consumo. En África la situación se ha vuelto critica, pues con relación a 1967 ha habido una baja de veinte por ciento en la producción, lo que ha derivado en una importación creciente de granos a costa de incrementar la deuda externa, pero dejando aún a millones de africanos hambrientos y debilitados. En África, lo mismo que en América Latina, ha disminuido el consumo de alimento per capita con respecto al principio de la década y se han incrementado las tasas de mortalidad infantil. El deterioro del medio ambiente lo está convirtiendo en elemento de valor político. Así, en 1989 los ecologistas obtuvieron importantes victorias legislativas en Europa Occidental, y los asuntos del medio ambiente se incorporaron al debate político en países tan disímbolos como Polonia, la Unión Soviética, Japón y Australia. Si bien en la carrera por salvar al planeta se ha perdido terreno, algún progreso se ha logrado al bajar la tasa de natalidad desde 1980, pero ha sido disminución tan gradual, que el incremento anual es mayor cada año. Durante los ochenta la población mundial se incrementó en 842 millones y se estima que en los próximos diez años habrá un crecimiento de 959 millones, el más alto aumento en una década. * Versión resumida a cargo del Departamento de Publicaciones de la CGEP. También es desilusionante el avance para estabilizar el clima, pues se ha revertido la tendencia, que durante algunos años prevaleció, de reducirse las emisiones de carbono por la quema de combustible fósil, como resultados de fuertes inversiones en medidas de eficiencia energética. Las economías industriales lideres, como las de Estados Unidos y Japón, son las primeras en contribuir a esta situación. En 1987 las emisiones totales de carbono provenientes de combustibles fósiles, aumentaron 1.5 por ciento y en 1988, 3.7 por ciento. No son pues los indicadores económicos tales como el producto nacional bruto, las tasas de interés o las cotizaciones de bolsa, las llaves del futuro; una nueva civilización será el resultado de los cambios en el producto biológico. Son los cambios en el producto fotosintético los que determinaran a cuantos de nosotros podrá mantener la tierra y a que nivel de consumo. Una vez planteado el problema global, Lester R. Brown, pasa a desarrollar los aspectos del descenso de la productividad terrestre, señalando que tres sistemas biológicos sostienen a la economía mundial: las tierras agrícolas, los bosques y los pastizales. Ellos proveen de todas las materias primas para la industria, con excepción de los combustibles fósiles y los minerales, y así mismo abastecen todos nuestros alimentos con excepción de los marinos. En todo sistema biológico tiene lugar el proceso de fotosíntesis, que es la habilidad de las plantas para utilizar la energía solar y combinar agua y bióxido de carbono, para producir carbohidratos. Tres quintas partes de la actividad fotosintética ocurre en tierra y ella mantiene la economía mundial; el deterioro ambiental está provocando la pérdida del proceso fotosintético y en consecuencia socavando la economía de muchos países. Tan sólo una tercera parte de la superficie terrestre, que es la tierra de cultivo suministra la mayor parte de nuestros alimentos y materias primas. La porción de tierra cultivada fue aumentando desde los inicios de la agricultura hasta 1985, pero desde entonces la ampliación de tierra de cultivo se ha visto neutralizada por las que se han perdido por deterioro o por estar convertidas en usos no agrícolas. Los pastizales, por exceso de uso, lentamente se convierten en desiertos; los bosques se han venido contrayendo por siglos, pero su pérdida se ha acelerado desde mediados de siglo y aún más a partir de 1980. Mientras estos tres sistemas biológicos productivos se reducen, las tierras improductivas y los asentamientos humanos se están expandiendo. Ya resulta evidente que en los países industrializados no sólo se ha reducido la tierra biológicamente productiva, sino que su misma productividad está decreciendo. Mediciones cuidadosas han permitido detectar a lo largo del tiempo cómo han afectado los contaminantes a los árboles. Un análisis del inventario forestal de los Estados Unidos reporta que el crecimiento anual de pinos amarillos, una de las mayores especies que cubren el sureste de este país, ha declinado entre un 30 y 50 por ciento entre 1955 y 1985. Desde 1975 hasta 1985, la muerte de pinos se incrementa del 9 al 15 por ciento; los selvicultores soviéticos han reportado una disminución de árboles similar en Siberia Central. La contaminación de aire y la lluvia ácida son las responsables de la disminución en la producción de los bosques, mientras que en los pastizales el origen está en la sobre explotación; su degradación se aprecia en todos los continentes, pero en África es muy evidente, pues las cabezas de ganado se han expandido casi tan rápido como la población humana. En un estudio estadístico sobre los pastizales de nueve países de África del Sur, se encontró que la capacidad para alimentar al ganado está disminuyendo, lo cual es critico pues ahí el ganado es vital para la economía. Como los pastizales se deterioran, se acelera la erosión del suelo, se reduce aún más su capacidad de alimentar ganado y se pone en marcha un ciclo autorreforzado de deterioro ecológico que hace más aguda la pobreza humana. Las necesidades de pastura del ganado en casi todos los países en vías de desarrollo, exceden los rendimientos sostenibles de los pastizales y de otros recursos forrajeros. La India reporta que en los estados con deterioro más serio, los abastecimientos de forraje sólo satisfacen del 50 al 80 por ciento de sus necesidades, lo que se traduce en un ganado enflaquecido. Cuando llegue la sequía, cientos de miles de estos animales morirán. El pastoreo excesivo no está limitado al tercer mundo. En los Estados Unidos es común, y un estudio efectuado en 1987 mostró que sólo un 33 por ciento de la tierra para forrajes estaba en buenas condiciones, mientras que un 58 por ciento estaba entre mediana y pobre (el estado de 9 por ciento de la tierra no fue reportado). Lo anterior ha venido intensificando la competencia entre humanos y animales por un abastecimiento escaso de alimentos, pues ante la insuficiencia de forrajes, un creciente porcentaje de cosechas de granos se destinan al sostenimiento de ganado. Investigadores de la Universidad de Stanford estiman que hoy los humanos se han apropiado de cerca del 40 por ciento del producto biológico primario neto de la tierra, para satisfacer sus propias necesidades. En otras palabras casi el 40 por ciento de la fotosíntesis realizada en las tierras del mundo, o se dedica a satisfacer necesidades humanas o se ha perdido como resultado de la degradación humana de los sistemas naturales y como esta porción continúa incrementándose, cada vez será más difícil la supervivencia para otras especies. En resumen, en un momento en que aumenta la demanda de diversos productos biológicos, éstos están disminuyendo. El crecimiento de la población mundial previsto para los noventa, reducirá aún más la capacidad de la tierra para abastecernos de alimentos y materias primas. Estas dos tendencias no pueden continuar indefinidamente; en algún momento la continua baja de productos fotosintéticos se traducirá en una baja del producto económico. El siguiente tema abordado por Lester R. Brown, se refiere a recalcular el progreso económico y principia preguntándose ¿cómo pueden los indicadores biológicos básicos están a la baja mientras los indicadores económicos están simultáneamente a la alza? Su respuesta es que estos últimos están fragmentados de tal manera que no distinguen entre el uso de los recursos que sostiene el progreso y el que los socaba. El producto interno bruto −PIB− es un indicador que totaliza el valor de todas las mercancías y servicio producidos y resta la depreciación de los bienes de capital, pero no toma en cuenta la depreciación del “capital natural”, que incluye los recursos no renovables como el petróleo, o los renovables como los bosques. Aquí radica el sentido ilusorio de una economía saludable, pues un país que realice tales inmoderadas puede, en el corto plazo, tener más utilidades que otro en el que se racionalice el aprovechamiento de los bosques; en este ejemplo, la tala inmoderada eventualmente destruirá la base del recurso, llevando a un colapso a la industria forestal. Entre 1971 y 1984, Indonesia reportó un crecimiento del PIB de un 7 por ciento, que fue recalculado considerando el agotamiento del petróleo, la erosión del suelo y la deforestación, bajando a un 4 por ciento. El sistema convencional no solamente exagera el progreso, sino que puede aparentarlo cuando en realidad hay una contracción. Incluir los cambios en las existencias de capital natural en términos semejantes a la depreciación de planta y maquinaria, es una aportación del economista Robert Repetto y representa un gran avance en la contabilidad económica nacional, aunque no es suficiente, pues resta por incorporar los efectos de la actividad económica en el medio ambiente. Siguiendo el ejemplo de Indonesia, su deforestación contribuyó a incrementar el bióxido de carbono alrededor del mundo, provocando de esta manera un cambio climático mundial. ¿Cuánto nos costará hacer frente a dicho cambio mundial debido a la deforestación de Indonesia? o ¿de qué manera el uso del petróleo de Indonesia en los Países Bajos está contribuyendo a la lluvia ácida que destruye lagos en Escandinavia y bosques en Alemania?. Tales consideraciones deben ser cuantificadas e incorporadas a las cuentas nacionales, dada su importancia. También se puede analizar la depreciación del capital natural por sectores de la economía, como los alimentos, restando de las cuentas nacionales el valor de la producción inapropiada (por ejemplo cultivos que eventualmente tornarán improductiva a la tierra). En los Estados Unidos aproximadamente 13 millones de hectáreas de cosechas estaban consumiendo tierra fértil tan rápidamente, que el Congreso proporcionó ayuda para su conversión a pastizal o a bosque antes de que se volvieran tierras improductivas. Con el sistema de contabilidad actual, aquellas economías que explotan en exceso los suelos y que bombean agua en exceso, parecen estar haciéndolo bien a corto plazo, pero en realidad enfrentaran un colapso a largo plazo. Si todas las consecuencias ambientales de la actividad económica fueran incluidas, el progreso económico real seria mucho menor que el señalado por indicadores económicos convencionales. El desafío para los gobiernos es el de revisar sus sistemas de cuentas nacionales para reflejar con mayor precisión los cambios reales en la producción, aplicando una deflactación económica para medir el progreso real. Sin esto continuaremos engañándonos pensando que progresamos, cuando esto no es cierto. Algunos gobiernos y organizaciones internacionales se empiezan a mover en esta dirección; tal es el caso de que el Congreso de los Estados Unidos haya aprobado leyes en 1989 que obligan al gobierno federal a calcular una “productividad bruta sostenida” para ese país, conjuntamente con las cifras del producto interno bruto, así como trabajar con organismos y agencias internacionales para revisar los sistemas de cuentas nacionales. Por otra parte, las Naciones Unidas están considerando una revisión de su propio sistema. La penúltima parte del ensayo, se refiere a que el daño ocasionado a los sistemas que sostienen nuestra vida, está tocando fondo: ¿aumentará la incidencia de cáncer debido a severos carcinógenos en el medio ambiente?, ¿aumentará la temperatura haciendo inhabitables algunas regiones del planeta?, ¿cuál sería el precio del daño causado?. Sabemos que no es posible agregar 88 millones de personas al planeta cada doce meses sin meternos en problemas. ¿Qué forma tendrán esos problemas y qué tan inminentes son? La más profunda e inmediata consecuencia del deterioro ambiental global, es la escasez de alimentos en los países en desarrollo, la cual ya afecta el bienestar de millones. Los principales cambios en la condición física de la tierra −la erosión del suelo, el desgaste de los bosques, el deterioro de las tierras de cultivo, la expansión de los desiertos, la lluvia ácida, la disminución de la capa de ozono de la estratósfera, la conducción del efecto invernadero, la contaminación del aire, y la pérdida de variedades biológicas− están afectando negativamente la producción de alimentos. Un avance de los problemas que se enfrentaran más tarde, son el deterioro de la alimentación en África y América Latina durante los ochenta, la caída en la producción mundial de granos desde 1984, y el aumento mundial de los precios de trigo y arroz en los últimos dos años. Las existencias almacenadas de granos son hoy día sólo un pequeño colchón que cubriría malas cosechas en el futuro, pero dichas existencias no se han podido incrementar, a pesar de que se han invertido billones de dólares para expandir la producción y de que el uso de fertilizantes se ha incrementado un 14 por ciento. Se aprecian tres tendencias que convergen para hacer más difícil una mayor producción de alimentos: la primera es la escasez creciente de nuevas tierras de cultivo y de agua de riego; esta situación afecta a casi todo el mundo. La segunda es la ausencia de nuevas tecnologías, tales como un maíz híbrido o fertilizantes químicos. La tercera son los efectos negativos del deterioro ambiental. Cualquiera de estas tendencias puede por si misma retardar el crecimiento de la producción de alimentos, pero la interacción de las tres puede alterar las proyecciones para los noventa, de una manera tal que el mundo no está preparado para ello. El primer indicador económico concreto del amplio deterioro ambiental parece ser el aumento de los precios de los granos. Después de haber alcanzado una baja sin procedentes de 224 dólares por tonelada en 1986, los precios del arroz aumentaron un 38 por ciento en 1989; por su parte el trigo bajó en 1987 a 117 dólares por tonelada y aumentó 48 por ciento en 1989. Si aumentara repentinamente la producción mundial de granos, ese ritmo de crecimiento de precios se mantendría, pero si se presentan dificultades para expandir la producción a los 28 millones de toneladas anuales requeridos para mantener los actuales niveles de consumo per capita, los precios podrían aumentar dramáticamente como ha ocurrido en décadas anteriores. La combinación de la caída de salarios en la mayor parte de África y América Latina, con el incremento de precio de los granos en los últimos años, ha llevado el nivel de consumo por debajo de los niveles de supervivencia de millones de personas. Se estima que 40 mil niños mueren cada día en el Tercer Mundo, como resultado de una severa desnutrición y de enfermedades infecciosas. Los mismos precios altos redujeron la ayuda en alimentos por parte de los países desarrollados. Si antes de que las existencias mundiales de grano sean reabastecidas, los Estados Unidos experimentan una baja cosecha debida a sequías, sus exportaciones actuales a 100 países, se reducirán dramáticamente y la competencia por los excedentes de Argentina, Australia y Francia llevaron a duplicar o triplicar los precios de los granos. En un caso extremo, los gobiernos del Tercer Mundo tratarían desesperadamente de importar granos, aún a precio elevado, con tal de evitar la expansión de la hambruna, en ello emplearían sus limitadas divisas y pondrían en riesgo los pagos de su deuda externa, en este caso se enfrentaría un alza en las tasas de interés que amenazaría la integridad de las más importantes instituciones financieras. Esta situación haría evidente la relación entre degradación ambiental y perspectiva económica. Revertir la expansión del hambre dependerá de un esfuerzo masivo para disminuir la tasa mundial de crecimiento de población y restaurar la salud del planeta. Ya no es posible separar nuestra salud de la de nuestro país; y si la salud del planeta continúa deteriorándose, lo mismo ocurrirá con la de sus habitantes. El mejor indicador de mejoría será el de incrementar la producción de granos por persona; por el contrario, si ésta baja, la batalla se estará perdiendo. El capitulo final del articulo, al que nos hemos venido refiriendo, se titula “El despertar político” y en él se analiza el creciente peso de los problemas del medio ambiente en la sociedad, la que finalmente le ha otorgado un valor político. Esto ocurre desde niveles municipales, hasta la Asamblea General de las Naciones Unidas. Inicialmente los problemas ambientales internacionales se referían a aspectos locales como la lluvia ácida entre Canadá y Estados Unidos, o la contaminación del Río Rhin, pero más recientemente han aparecido asuntos globales como la disminución de la capa de ozono, los cambios climáticos y la preservación de la diversidad biológica. Una primera consecuencia ha sido la firma por 66 países, del protocolo de Montreal, por el cual se reduce a la mitad el uso del clorofluorocarbono, familia de químicos responsables del daño a la capa de ozono. La primer ministro Margaret Tacher fue una de las impulsoras de esta medida. Poco después los gobiernos de Francia, Holanda y Noruega consideraron en otra reunión los problemas del sobrecalentamiento de la tierra y el agotamiento del ozono; en esta reunión se produjo la declaración de La Haya que comienza diciendo: “El derecho a vivir es el derecho de donde brotan los demás derechos. Garantizar este derecho es el deber principal de aquéllos a cargo de los estados del mundo. Hoy, las condiciones de vida de nuestro planeta están amenazadas por los severos ataques a que está sujeta la atmósfera terrestre”. Se espera que una amplia gama de reformas institucionales figure destacadamente en la Conferencia Mundial de Medio Ambiente y el Desarrollo, que se realizará en 1991. Entre las propuestas anunciadas destaca una británica que daría al Consejo de Seguridad de la ONU, competencia en materia del medio ambiente; una propuesta soviética para el establecimiento de un Consejo Ecológico, diferente del Consejo de Seguridad, pero con igual jerarquía; y la ampliación y fortalecimiento del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente. En marzo de 1989, 116 países se reunieron en Basilea para negociar un tratado sobre transporte internacional y la disposición de desechos tóxicos; el resultado fue un compromiso entre naciones industrializadas, que deseaban mantener el derecho de exportar materiales tóxicos bajo medidas de control y algunos países en desarrollo que deseaban prohibir la circulación de este tipo de materiales. Estas medidas, unidas al protocolo de Montreal sobre reducción de cloroflurocarbonos, subrayan la creciente importancia de las cuestiones ambientales en los asuntos internacionales. En el mismo año de 1989, tuvo lugar la cumbre anual del Grupo de los Siete. Estas reuniones se iniciaron en 1976 cuando el mundo se encontraba en agitación por la duplicación de los precios de los granos y la cuadruplicación de los del petróleo; en cambio, durante 1989 gran parte de la reunión fue dedicada a asuntos del medio ambiente, como el cambio climático, la deforestación y el agotamiento de la capa de ozono. Por otra parte, en 1989 los llamados partidos verdes obtuvieron diecinueve asientos en el Parlamento Europeo, llegando a un total de treinta y nueve de los 518 asientos en asamblea. Sin embargo, a nivel nacional, los verdes alcanzaron resultados aún más espectaculares, como en el caso de Francia donde alcanzaron el 11 por ciento de los votos, que contrasta con el tres por ciento obtenido en las elecciones de 1984. En Gran Bretaña pasaron, en el mismo periodo, del uno al quince por ciento. Los verdes representan asimismo una fuerza importante en Suecia, Alemania y Australia. Diversos países han puesto en marcha en 1989 planes nacionales, reconociendo que dichos asuntos inciden, tanto a nivel local como global. Así tenemos que el plan holandés señala un deterioro motivado por una alta densidad de población y un incontrolado uso del automóvil; así se proponen incentivos disuasivos y regulaciones para promover el uso de bicicletas en viajes de cinco a diez kilómetros. Para viajes más largos se promoverá el uso de trenes. Se planea igualmente instalar controles de emisiones en plantas de energía, a fin de reducir las descargas de bióxido de sulfuro y óxido de nitrógeno. Junto a otras medidas, la meta pretende detener el crecimiento de las emisiones de bióxido de carbono para finales de los noventa. El plan noruego busca alcanzar metas semejantes, aunque se pone como limite al año 2000 como fecha última para estabilizar las emisiones de bióxido de carbono. Por su parte, el gobierno australiano anunció un plan que comprende plantar mil millones de árboles durante los noventa, lo que reemplazaría en forma aproximada a la mitad de los árboles talados en ese territorio, desde que comenzaron los asentamientos europeos hace 200 años. También reconoce que dichos asentamientos ocasionaron la extinción de dieciocho especies de mamíferos y cien de plantas, por lo que contempla un programa especifico para el cuidado de 3,300 plantas raras o en peligro. Otras medidas nacionales incluyeron la decisión de Tailandia de prohibir la tala de bosques, en tanto que Brasil retiró incentivos fiscales a granjeros que eran responsables de la quema de bosques en el Amazonas. Por su parte, en los Estados Unidos se han aprobado leyes estatales y municipales en favor del medio ambiente. Cada vez se percibe más la actividad de grupos civiles que en numerosos países se organizan para bloquear la construcción de plantas nucleares, la limpieza de sitios de desechos tóxicos, el reciclaje y protección de los bosques, etc. Encuestas de opinión pública mostraran un aumento en la preocupación por el deterioro ambiental en todo el mundo. Desgraciadamente aún no son suficientes las partidas presupuestales que destinan los gobiernos para la protección del medio ambiente. Por ejemplo, la proporción de gastos que los Estados Unidos destinan a este fin es de uno, en relación a veintidós para gastos de defensa. Estas son comunes en numerosos países. Entre las acciones urgentes que fueron insuficientemente atendidas en 1989, destacan las relativas a una seguridad alimenticia, al crecimiento de población, el cambio climático y la erosión del suelo. Mientras tanto sigue en aumento el bióxido de carbono, que es la principal trampa de calor en la atmósfera, sin que ningún gobierno adoptara en el año señalado, medidas para reducir esas emisiones. Puede concluirse que 1989 trajo la promesa del cambio, pero un muy pequeño cambio real. Abundaron los anuncios y declaraciones de preocupación, pero se dieron pocos pasos para restaurar la salud del planeta. Si el mundo no aprovecha las oportunidades ofrecidas por las promesas de cambio, el continuo deterioro del medio ambiente del planeta, conducirá a una declinación económica.