full text - Josep E. Corbí

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Azafea, v. 7, 2005, pp. 47-64
Emociones morales y la flecha del tiempo1
Josep E. Corbí (Universidad de Valencia)
josepcorbi.googlepages.com
Resumen
La experiencia del daño tiene, a primera vista, dos polos: el polo de quien
causa el daño (el verdugo) y el polo de quien lo sufre (la víctima). Existe, no obstante,
una tercera perspectiva: la de quien no causa daño ni lo sufre, pero al verdugo
hiriendo a la víctima.
El verdugo puede hacer sentir su voz, insistir en su representación de los
hechos. En cambio, la víctima permanece indefensa y la verdad de su daño queda
soterrada bajo la palabra del verdugo. Quien tiene noticia acaba aceptando el discurso
legitimador del verdugo, acaba convencido de que el daño causado estaba justificado
por un bien ulterior.
En este escrito, examino el papel de la vergüenza, la culpa y el resentimiento
en la recuperación de la voz de la víctima. Esta recuperación no consistirá simplemente
en reconstruir lo que dice la víctima, sino en reivindicar su autoridad epistémica. Esta
reivindicación de la autoridad de la víctima involucra, en cada caso, la descripción de
los mecanismos mediante los que el verdugo (y quien se ve como mero espectador)
distorsiona la verdad que algunas víctimas sienten la imperiosa necesidad de revelar.
Palabras clave: daño, víctima, verdugo, vergüenza, culpa
Quiero expresar mi agradecimiento a Julián Marrades y a Marta Moreno por las
numerosas y cálidas discusiones que hemos mantenido sobre cuestiones estrechamente
relacionadas con este trabajo y, especialmente, por sus comentarios sobre varias versiones
del mismo.
Utilicé una versión preliminar de este escrito como guión del curso de verano
"Identitat i Memòria" (Palma de Mallorca, julio 2002). No sin cierta inquietud y a
sugerencia del compilador de este monográfico, he decidido conservar el estilo
esquemático del mismo, en la confianza de que, a pesar de sus limitaciones expresivas a la
hora de perfilar los argumentos y consideraciones, quede compensada por la desnudez
con la que aparecen algunas afirmaciones así como por la mayor facilidad para reconocer
la estructura de la discusión.
En el apartado I, hago uso de algunos materiales provenientes de mi artículo 'Lo
real y lo imaginario en la experiencia del soldado', que aparecerá en un monográfico sobre
la guerra compilado por Nicolas Sánchez y publicado por la editorial Pre-textos, Valencia.
Señalar, finalmente, que este trabajo forma parte del proyecto de investigación
‘Creencia Motivación y Verdad’, parcialmente subvencionado por la Generalitat
Valenciana (GV04B-251 y GRUPOS04/48) y por el Ministerio de Ciencia y Tecnología
(BFF2003-08335-C03-01).
1
Abstract
The experience of harm involves, at first sight, two poles: that of the person
who causes the harm (the torturer) and that of the one who suffers it (the victim).
There is, however, a third perspective: that of third agents. They neither inflict harm
nor suffer it, but see how the torturer hurts his victim.
The torturer can make his voice to be heard. He can insist on his representation
of the facts, while the victim remains defenceless and silent, with his truth buried
under the torturer’s voice. I will show how third agents tend to assume the legitimating
discourse of the torturer. They may end up that the harm caused was justified by a
further good.
In this paper, I will examine the role that shame, guilt and resentment play in
rescuing the voice of the victim. This rescue will not simply consist in reconstructing
what the victim says, but in vindicating his epistemic authority. The vindication of the
victim’s authority involves the description, in each case, of the mechanisms by which
the torturer (and third agents) distorts the truth that some victims feel an imperative
need to unveil.
Keywords: harm, victim, torturer, shame, guilt
I
El daño y la flecha del tiempo
1. La estructura tripolar del daño.
1.1 'Cada arma tiene dos puntas'.2 La daga tiene un mango y una
hoja. Quien coge la daga por el mango puede herir, quien se encuentra
frente la hoja afilada no puede herir, sino sólo ser herido. La forma
misma de la daga revela una estructura de poder. Quien empuña la
daga puede convertirse en verdugo, quien percibe el acero es ya víctima
de quien le amenaza.3
Scarry (1985), p. 59, traducción del autor.
La amenaza misma quiebra ciertas expectativas de protección que son constitutivas de
nuestra confianza en el mundo y cuya pérdida juega, como veremos, un papel central en la
caracterización de la experiencia de la víctima.
2
3
En la imagen de una daga empuñada por una mano y dirigida
contra el cuerpo de otro, podemos percibir la experiencia del daño, que
es el punto de partida de la experiencia moral.
1.2 La experiencia del daño tiene al menos dos polos: el polo de
quien causa el daño, el verdugo, y el polo de quien lo sufre, la víctima.
Esta dualidad metafísica está íntimamente asociada con una dualidad
epistémica: mientras que el daño es una verdad evidente e innegable
para la víctima, el verdugo puede negar la existencia del daño que él
mismo está causando. El verdugo tiene a su alcance numerosos
recursos para infligir daño intencionadamente y, sin embargo, no
representárselo; pues, si se lo representase, le resultaría mucho más
difícil seguir infligiéndolo. Vemos aquí una conexión entre conocimiento
y moralidad, entre representarse el daño que sufre la víctima y la
capacidad de infligirlo.
1.3 Existe, no obstante, una tercera perspectiva: la de quien no
empuña la daga ni es amenazado por ella, pero ve a alguien empuñando
una daga contra otro. Es la perspectiva de quien ve o, más
habitualmente, tiene noticia de lo que está sucediendo.
¿Cómo se representa la situación quien simplemente tiene noticia?
Hay ciertamente una primera respuesta, la respuesta de la compasión
por la víctima, pero esa respuesta instintiva puede ser fácilmente
contrarrestada por el discurso del verdugo. El verdugo es, al fin y al
cabo, quien tiene el poder, quien empuña la daga; es el único que puede
hacer sentir su voz, que puede insistir en su representación de los
hechos. La víctima permanece indefensa, callada, su verdad está
soterrada bajo la palabra del verdugo. Quien tiene noticia acaba
pensando que el daño causado, si existe, estaba justificado por un bien
ulterior y, en muchos casos, que la víctima se lo merecía. Es importante
preguntarse, ¿por qué las terceras personas conceden autoridad
epistémica al verdugo, a pesar de saber que la perspectiva de este
último es interesada? Las terceras personas tienen miedo de que la
acción del verdugo sea arbitraria, pues, en tal caso, el filo de la daga
podría en cualquier momento dirigirse contra ellas. Prefieren creer, por
ello, que su ataque es legítimo, que su actitud es una maniobra de
defensa del orden que las terceras personas supuestamente comparten
con el verdugo y que, en el fondo, es la propia víctima quien representa
una verdadera amenaza para ese orden.
2. La voz de la víctima y la flecha del tiempo.
2.1 El propósito fundamental de este texto es rescatar la voz de la
víctima. Este rescate no consistirá simplemente en reconstruir lo que
dice la víctima, sino en reivindicar su autoridad epistémica. Defenderé
que quien ha sufrido en sus carnes ciertas formas de daño, ciertas
atrocidades, se encuentra en una situación epistémicamente privilegiada
para conocer la realidad moral de ese daño y de otros semejantes.
Con esto no quiero decir que la mirada de la víctima sea
necesariamente lúcida o perspicaz, pues el daño sufrido puede impedirle
distanciarse suficientemente, puede enturbiar su alma con la nube del
resentimiento, si bien, como veremos, no toda forma de resentimiento
es distorsionadora.
2.2 Esta reivindicación de la autoridad de la víctima involucra, en
cada caso, la descripción de los mecanismos mediante los que el
verdugo (y quien se ve como mero espectador) distorsiona la verdad
que algunas víctimas sienten la imperiosa necesidad de revelar.
Sólo mediante la identificación de los mecanismos de distorsión
que, en cada circunstancia, afectan al verdugo, al espectador y a la
víctima, podremos discriminar las voces que ofrecen un testimonio
verídico de las que mienten o se auto-engañan. La víctima de la que, a
partir de hora hablaremos, será la víctima que ha evitado la distorsión,
que ha sido capaz de hacer frente a su experiencia sin desviar la
mirada.
2.3 La voz de la víctima es inevitablemente retrospectiva, sólo así
puede dar testimonio del daño que le causaron. Difícilmente su voz
podrá no sólo ser escuchada sino simplemente articulada mientras el
daño está siendo causado. En el momento del daño, la voz de la víctima
queda reducida a un chillido o un gemido.
Rescatar la voz de la víctima no nos conduce a una mera
recuperación de la memoria, sino más bien a su transformación; pues,
mientras la voz de la víctima no se escucha, la representación que
tenemos de lo ocurrido es la del verdugo, la de quien empuñaba la
daga. Y, si tengo razón al defender que esta representación tiende a
hacer uso de los más variados mecanismos de distorsión, entonces la
representación de la víctima, no sólo será radicalmente diferente de la
del verdugo, sino que nos dará acceso a la realidad moral de la historia,
que el verdugo estaba tratando de ocultar.
Siguiendo a Jean Améry, podemos decir que un mundo humano
es un mundo en el que se satisfacen ciertas expectativas, es decir, la
expectativa de que
(a) nadie me agredirá,4
".... Estoy seguro de que ya con el primer golpe que se le asesta pierde algo que tal vez
podríamos denominar provisionalmente confianza en el mundo.... el supuesto más
importante de esta confianza... es la certeza de que los otros, sobre la base de contratos
sociales escritos o no, cuidarán de mí, o mejor dicho, respetarán mi ser físico y, por lo
tanto, también metafísico. Las fronteras de mi cuerpo son las fronteras de mi yo. La
epidermis me protege del mundo externo: si he de conservar la confianza, sólo puedo
sentir sobre la piel aquello que quiero sentir." (Améry (2001), pp. 91-2)
4
y la expectativa de que
(b) si alguien me agrede (o me encuentro en estado de
necesidad), otros acudirán en mi auxilio y me protegerán.5
Es difícil especificar la naturaleza de estas expectativas. No son
expectativas que uno cancele simplemente porque sepa que no se
cumplen, es necesario sentir en las propias carnes (o en las de alguien
muy cercano) cómo efectivamente se frustran. La víctima abandona la
primera de esas expectativas al recibir el primer golpe, y la segunda al
comprender que ese golpe permanece oculto ante el mundo, que está
aislada del mismo. Este aislamiento es inicialmente sólo físico (la tortura
se practica en lugares escondidos) y encuentra consuelo en la idea de
que, tras la liberación (si se produce), los demás acudirán en su auxilio
y tratarán de reparar el daño. Al abandonar la celda de castigo, al tratar
de incorporarse a la vida cotidiana, de regresar al mundo del hogar, la
víctima comprende que su aislamiento es mucho más profundo, que los
demás no quieren o no pueden escuchar su historia y, en ese punto, se
ve truncada la segunda expectativa.
"La esperanza de socorro, la certeza de ayuda forman parte, en efecto, de las experiencias
fundamentales del ser humano y sin duda también animal... La expectativa de ayuda
pertenece a los elementos constitutivos de nuestra psique tanto como la lucha por la
existencia. Ten paciencia, dice la madre al niño que gime de dolor, enseguida te llevo el
biberón calentito, una taza de té, ¡no te vamos a dejar que sufras! Le receto un
medicamento, asegura el médico, que le será de gran ayuda. Incluso en el campo de
batalla las ambulancias de la Cruz Roja llegan hasta los heridos. En casi todas las
situaciones de la vida el daño físico se experimenta al par que la expectativa de auxilio: la
segunda compensa la primera. Con el primer golpe, empero, el puño del policía, que
excluye toda defensa y al que no ataja ninguna mano auxiliadora, acaba con una parte de
nuestra vida que jamás vuelve a despertar." (Améry (2001), pp. 91-2)
5
2.5 Ahora bien, aunque la voz de la víctima habla del daño sufrido,
de experiencias del pasado, su mirada está orientada hacia al futuro,
pues el daño causado en el pasado pervive en el presente como una
herida que nunca cicatriza y está permanentemente a la búsqueda de
alguna forma de reparación que le permita abrirse al futuro,
reconciliarse con el mundo.
El daño que permanece en la víctima requiere que, en contra de la
tendencia natural, la flecha del tiempo se oriente hacia el pasado y
rescate la verdad que quedó sepultada, pues sólo así hay un futuro para
la víctima, sólo así la flecha del tiempo puede recuperar su orientación
natural hacia el futuro y abrir para la víctima -pero no sólo para ella - la
posibilidad de vivir en un mundo identificable como humano.
2.4 Parte este escrito del testimonio de seres humanos que han
sufrido en sus carnes el impacto del extremo afilado de la daga y han
hecho un esfuerzo por no desviar la mirada, aunque esa lucidez tuviese
un significativo coste para sus vidas. En concreto, la reflexión caminará
de la mano de tres testigos: Primo Levi, Claude Eatherly y Jean Améry.
El propósito de la reflexión es desvelar, a partir de sus escritos, un
esquema de la estructura del daño que nos permita mejorar nuestra
comprensión de los mecanismos que hacen posible las masacres, la
presencia de lo monstruoso.
Primo Levi y Jean Améry son supervivientes de Auschwitz,
mientras que Claude Eatherly es el piloto que realizó el vuelo de
reconocimiento previo al lanzamiento de la bomba atómica sobre
Hiroshima. Su voz es ciertamente la voz de un verdugo, pero de un
verdugo que, a pesar de la insistencia de la opinión pública americana
en tratarlo como un héroe, tuvo una percepción desgarradora de la
atrocidad que había cometido y esta circunstancia le sitúa en una
relación privilegiada con las víctimas de su acción, pues Eatherly se
atrevió a cumplir la condición que permite a la víctima abrirse al futuro,
a saber: reconocer la verdad moral del daño que había causado.
II
Primo Levi: La vergüenza
4. La genuina memoria vs. la imagen estereotipada (e idílica) de la
liberación.
La imagen idílica (y estereotipada) de la liberación como un
estallido de alegría y de hermandad es lo que mantiene vivo al
prisionero mientras se encuentra en el Lager, es la meta a la que el
prisionero teme no llegar porque la guadaña de la muerte siegue antes
su vida. No duda, en cambio, de que su liberación, en el caso de
producirse, será inevitablemente un momento de intensa alegría y
reencuentro.
Tras un esfuerzo de la memoria, Levi descubre que el sentimiento
que realmente acompañó a su liberación no fue -y eso mismo les
ocurrió a muchos otros prisioneros- ni la alegría ni el reencuentro, sino
la vergüenza y la culpa.
El peso de la imagen estereotipada es tan reconfortante que uno
tiende a sepultar la experiencia real bajo esa imagen: "... La convención
prevalece sobre la genuina memoria: 'quien es liberado de la esclavitud
se regocija por ello, yo he sido liberado, por consiguiente también yo me
regocijo.'"6
5. Un dilema interesado
6
Levi (1989), p. 62.
5.1 Es un hecho que Primo Levi, como muchos prisioneros,
sintieron vergüenza, pero vergüenza, ¿de qué? Vergüenza de haber sido
envilecidos (a) al haber aceptado las más terribles humillaciones
simplemente por seguir vivos,7 (b) al no acudir en auxilio de un
compañero, faltando al deber de socorro;8 (c) al comprender que sin la
participación de los prisioneros, los campos no habrían podido funcionar:
al fin y al cabo, los judíos eran parte de la máquina nazi de exterminio,
colaboraban en la construcción de los campos, en la producción
industrial, en la eliminación de los cuerpos de los judíos gaseados.
Vergüenza (d) al darse cuenta de que si uno ha sobrevivido es a costa
de los mejores, de los que se negaron a colaborar, de los verdaderos
testigos9 y también (e) la vergüenza del mundo, la vergüenza de lo que
un ser humano es capaz de hacer a otro, a pesar de que uno no esté
directamente implicado en esa acción.10
"A la salida de la oscuridad se sufría por la conciencia recobrada de haber sido
envilecidos. Habíamos estado viviendo durante meses y años de aquella manera animal,
no por propia voluntad, ni por indolencia ni por nuestra culpa.... Nos habíamos olvidado
no sólo de nuestro país y de nuestra cultura sino también de nuestra familia, del pasado,
del futuro que habíamos esperado, porque, como los animales, estábamos reducidos al
momento presente." (Levi (1989), p. 65)
8
"Más realista es la autoacusación, o la acusación, de haber fallado en el plano de la
solidaridad humana. Pocos sobrevivientes se sienten culpables de haber perjudicado,
robado o golpeado deliberadamente a un compañero: quien lo ha hecho rechaza el
recuerdo; por el contrario, casi todos se sienten culpables de omisión en el socorro. La
presencia a tu lado de un compañero más débil, o más indefenso, o más viejo, o demasiado
joven, que te obsesiona con sus peticiones es una constante de la vida en el Lager."(Levi
(1989), p. 67-8)
9
"Esa opinión me pareció monstruosa. Me dolió como cuando se toca un nervio al
descubierto, y resucitó la duda de que hablaba antes: podría ser que estuviese vivo en
lugar de otro, a costa de otro; podría haber suplantado a alguien, es decir, en realidad
matado a alguien. Los 'salvados' de Auschwitz no eran los mejores.... Preferentemente
sobrevivían los peores, los egoístas, los violentos, los insensibles, los colaboradores de 'la
zona gris', los espías."(Levi (1989), p. 71-2)
10
"Y hay otra vergüenza más grande aún, la vergüenza del mundo.... No nos ha sido
posible, ni lo hemos querido, ser islas; los justos de entre nosotros, ni más ni menos
numerosos que en cualquier otro grupo humano, han experimentado remordimiento,
vergüenza, dolor en resumen, por culpas que otros y no ellos han cometido...." (Levi
7
La vergüenza nace de la percepción de que uno no ha hecho nada
por evitar ese envilecimiento, aunque este se produzca en circunstancias
en las que a nadie se le pueda exigir razonablemente que lo haga.
5.2 Un dilema interesado: Es fácil pensar que el sentimiento de
vergüenza (o de culpa) de Levi es o bien irracional y, por tanto, ha de
ser tratado como una patología o bien racional y, por tanto, la víctima
es responsable y debe ser condenada.
6. La primera opción: Si el sentimiento de vergüenza (o de culpa) es
irracional, debe ser tratado como una patología.
6.1. Se podría pensar que el sentimiento de vergüenza de Levi es
irracional, dado que, en las condiciones de vida del campo, el margen de
maniobra del prisionero era muy reducido; que más bien deberíamos
considerar héroes a los que se resistieron, en lugar de acusar a los
quien no fueron capaces de actuar. Es irracional, se podría decir, porque
hay una desproporción entre las condiciones del campo y las condiciones
en las que estaría justificado que alguien se avergonzase de sus propias
actuaciones o negligencias.
Ahora bien, si este sentimiento es irracional, parece que
deberíamos tratarlo como una obsesión, como una patología, ante la
cual la respuesta más adecuada es tratar de sanar la herida, de
cicatrizarla, borrando en algún grado la huella del pasado. Este tipo de
respuesta abre el futuro de la víctima borrando el pasado como un lastre
y niega que la víctima sea depositaria de una verdad de la que su
vergüenza sea algo más que un síntoma.
(1989), p. 73-4)
6.2 El problema no es que haya un comportamiento patológico, es
que ese comportamiento patológico se considere totalmente irracional,
que se excluya la posibilidad de que ese comportamiento responda a
una verdad. ¿Cuál es el estándar de racionalidad desde el que podemos
decir que la respuesta a una acción monstruosa puede ser
desmesurada?
6.3 Levi (como Eatherly y Améry) goza de una profunda salud
moral, pero la salud moral no siempre es compatible con el bienestar
psicológico.
La terapia psicológica pretende ser axiológicamente neutra, pero
de hecho trata el bienestar psicológico como valor máximo. De este
modo, la terapia psicológica se pone del lado de verdugo, pues
desacredita la legitimidad de una disciplina científica que tenga en
consideración la verdad moral de la agresión y presenta la voz de la
víctima como enfermiza.
Vemos, pues, que la neutralidad axiológica no es posible en una
disciplina terapéutica, pues hacer caso omiso de la significación moral
de ciertos actos no es moralmente neutro. Una noción de terapia más
sofisticada debería reconocer que, en el caso de Levi, no hay nada que
sanar, que, en ocasiones, la única respuesta humana involucra una
renuncia al bienestar psicológico.
6.3 Es cierto que el psicoanálisis parece descansar en una
recuperación del pasado, pero no está interesado en la verdad, sino en
la fantasía que esclaviza el paciente. En la recuperación psicoanalítica
del pasado no existe la necesidad del reconocimiento por parte del otro
de una verdad sepultada. Por eso da igual que sea una fantasía.
7. La segunda opción: Si el sentimiento de vergüenza es racional,
entonces la víctima es responsable y debe ser condenada.
7.1 Produce escalofríos pensar que, quien así argumente, lo haga
desde el mundo cálido del hogar, sin haberse enfrentado a una situación
límite como la que sufrió en sus carnes Primo Levi y todos los
supervivientes de los campos de exterminio nazis. El juicio que así se
realiza es, en primer lugar, frívolo y, en segundo término, injustificado.
7.2 Injustificado porque, si hay algún sentido en el que la víctima
es responsable, es el sentido en el que uno puede ser responsable de
sus acciones incluso en situaciones que no caen bajo su control, en las
que su margen de maniobra es casi inexistente (entre otras cosas
porque es parte de la situación que sus capacidades deliberativas estén
significativamente disminuidas).
Ahora bien, en tales casos, aún cuando el sentimiento de culpa o
de vergüenza sea legítimo y podamos reconocerlo como una respuesta
apropiada a la situación, aunque podamos admirar esa respuesta
emocional por parte de Levi, no por ello es algo que las terceras
personas puedan exigirle a los supervivientes.
No es que Levi haya hecho algo por lo que nosotros podamos o
debamos condenarle, sino que Levi ha hecho (o dejado de hacer) algo
de lo que se siente culpable y lo más que nosotros podemos hacer es
reconocer la legitimidad de ese sentimiento y admirar su valentía para
no ocultarlo y tratar de ser fiel al mismo en su comportamiento ulterior.
7.3 Es más, la estrategia de condenar a la víctima, aunque
aparentemente pretende subrayar la importancia de que cada uno
asuma sus propias responsabilidades, suele servir al interés opuesto, a
saber: el de exculpar a quien acusa. 'Si las víctimas del genocidio no
fueron capaces de asumir sus responsabilidades, ¿cómo se nos puede
exigir a nosotros, a las terceras personas, que hiciésemos algo?'.
Vemos, pues, que esta segunda opción no sólo es frívola e
injustificada, sino que constituye una sutil maniobra de las terceras
personas para distanciarse de la experiencia de la víctima y evitar
asumir el grado de responsabilidad que a cada uno le corresponde.
8. El verdugo y las terceras personas se sitúan fácilmente en la
perspectiva de quien examina cuidadosamente, de quien determina la
racionalidad de las emociones ajenas, y, sin embargo, su proceder
responde a una maniobra de ocultamiento, que, por tanto, se aleja de la
autoridad epistémica que ellos mismos se atribuyen. Tanto cuando,
desde la neutralidad teórica de la ciencia, se presenta como patológica
la experiencia de Levi como cuando se le acusa tácitamente de no haber
asumido sus responsabilidades, estamos tratando de secuestrar la voz
de la víctima, de enterrar la verdad moral que reivindica con el fin, entre
otras cosas, de seguir manteniendo nuestra confianza en el mundo.
La respuesta de los americanos ante los sentimientos de culpa de
Claude Eatherly refuerzan nuestra percepción de las dificultades a las
que debemos enfrentarnos para recuperar la verdad moral del daño
causado. En el próximo apartado veremos, primero, cómo los
americanos escogieron la primera opción del dilema interesado ante los
sentimientos de Eartherly y, en segundo término, describiremos los
mecanismos de ocultamiento que hicieron posible la acción misma.
III
Claude Eatherly: La culpa
9. La historia de Claude Eatherly.
9.1 Claude Eatherly pilotaba el avión que hizo un vuelo de
reconocimiento previo al lanzamiento de la bomba atómica sobre
Hiroshima. A su regreso a EEUU, fue aclamado como un héroe. Pronto
empezó a sentir terrores nocturnos, se le aparecían los rostros de sus
víctimas, intentaba apaciguar sus depresiones con alcohol, el 1950 trató
de suicidarse con barbitúricos. Después se sometió voluntariamente a
un tratamiento de seis semanas en el hospital militar de Waco.
A comienzos del 1953, empezó a cometer pequeños delitos. Entre
otras cosas, atraca un banco sin llevarse el dinero. Lo internan de
nuevo en el hospital militar de Waco, cuyo director describía del
siguiente modo el estado mental de Eatherly: "Evidente cambio de
personalidad. Paciente completamente apartado de la realidad. Miedo,
excitación mental, sentimientos embotados e ideas fijas."
11
9.2 El contacto con Gunther Anders le permite a Claude Eatherly
interpretar la naturaleza de su sufrimiento, reconocer que sus pesadillas
y sus comportamientos neuróticos son un indicio de su salud moral, son
la única respuesta proporcionada a la monstruosidad de sus actos.
10. La carta de Günther Anders y la respuesta de Eatherly.
10.1 Günther Anders envía una primera carta a Eatherly en la que
le advierte de que su malestar no tiene consuelo posible: "Usted tiene la
desgracia de haber dejado tras de sí doscientos mil muertos ¿y cómo
podría aliviarse un dolor que abarca doscientas mil vidas humanas?
11
Eatherly y Anders (1962), p. 12.
¿Cómo puede uno sentir remordimientos por los doscientos mil? Esto no
puede usted conseguirlo, no podemos nosotros, no puede nadie."12 Y,
ante esta carta, Eatherly responde: "Tengo la impresión de que usted
me comprende mejor que nadie, con excepción quizá de mi médico y
amigo... Günther, me alegra escribirle. Quizá a través de nuestra
correspondencia podamos establecer una amistad basada en la
confianza y en el entendimiento."13
10.2 ¿Por qué se alegra Eatherly? Los textos que he extraído de la
carta de Anders tienen en un contexto que hace que Eatherly en lugar
de sentirse desconsolado o herido por las palabras de Anders, descubra
en él a un hermano, alguien que le comprende. Lo que Anders
comprende, y el resto no (a excepción del médico de Eatherly, quien se
siente obligado por su condición a tomar decisiones en contra de su
percepción), es la verdad moral de la acción de Eatherly y que la única
respuesta humana ante esa verdad es el pesar, el remordimiento, y la
acción con el fin de tratar de reparar lo irreparable, de acompañar a las
víctimas y de tratar de evitar que se vuelva a producir.14
10.3. Eatherly estaba rodeado de personas que interpretaban su
desasosiego como una patología que debía ser tratada por la psiquiatría
o la psicología. En cambio, Anders le muestra que toda la actividad
clínica está dirigida a escamotear lo que realmente le angustia: la
verdad moral del daño causado.
Eatherly y Anders (1962), p. 22.
Eatherly y Anders (1962), p. 25.
14
Así la carta de Anders dice: "Para nosotros es consolador el hecho de que usted no pueda
superar lo sucedido. Porque nos demuestra que intenta hacer frente a los efectos de su
acción y este intento, aunque se malogre, es prueba de que usted ha podido mantener
alerta su conciencia, a pesar de que fue acoplado como una pieza más a una máquina y
utilizado con éxito. Si su conciencia no ha muerto, tampoco la nuestra morirá, ni debe
morir. Y saber esto -este conocimiento se lo debemos a usted- es para nosotros
consolador." (Eatherly y Anders (1962), p. 22)
12
13
Los médicos se toman en serio su reacción (búsqueda del
bienestar psicológico) ante su acción en lugar de tomarse en serio la
acción misma (la verdad moral). Quieren enseñarle a enfrentarse a su
reacción, evitar que le paralice, que le impida funcionar adecuadamente,
en lugar de colaborar en la elaboración de una respuesta humana a la
acción.15
10.4 La respuesta habitual ante la desgracia es tratar de borrar el
pasado y seguir viviendo como antes (tal es el caso de Joe Stiborik,
quien también participó en el lanzamiento de la bomba sobre
Hiroshima). Cuando eso no funciona y alguien, como Eatherly, tiene
disfunciones en su comportamiento, lo que hay que lograr con el
concurso de la medicina y de la psicología es lo que Joe consiguió
espontáneamente: borrar y continuar. Quien no actúa así, es
literalmente tratado como un demente, pues, en caso contrario, los
americanos deberían aceptar que el sentimiento de culpa de Eatherly
responde a la realidad moral de su acción y, por tanto, deberían aceptar
también su propia culpabilidad, pues ellos también participaron en el
complejo engranaje que condujo al lanzamiento de la bomba. Si
Eatherly como simple pieza de un inmenso mecanismo es culpable,
entonces, en mayor o menor grado, el resto de las piezas también lo
son. Los americanos optaron, como vemos, por la primera opción del
dilema interesado: presentar los sentimientos de culpa y los
remordimientos de Eatherly como una respuesta patológica y, por tanto,
irracional. Examinemos, seguidamente, los mecanismos de ocultamiento
que hicieron posible la acción misma, es decir, la colaboración de
Eatherly en el lanzamiento de la bomba de Hiroshima
"La moralidad del hecho, que usted con razón considera reprobable, es la que ellos en
cualquier circunstancia deben defender. Por eso afirman sus médicos: "Lo de Hiroshima
no fue tan malo". Y, en consecuencia, en lugar de criticar el hecho mismo... se limitan a
condenar su reacción ante el hecho."( Eatherly y Anders (1962), p. 21)
15
11. La mecanización del ser.
11.1. Al colaborar en el lanzamiento de la bomba de Hiroshima,
Eatherly actuó como la penúltima pieza de la inmensa maquinaria de
guerra norteamericana. Además de él, estaban los físicos que trabajaron
intensamente para construir la bomba antes de que acabase la guerra,
Truman que tomó la decisión de lanzarla, la sociedad norteamericana
que no quería saber y cuya reacción Truman no temía.
Eatherly es un símbolo de un nuevo modo de culpabilidad propio
de las sociedades tecnológicamente desarrolladas. Lo que Anders
denomina 'la culpabilidad inocente', es decir, la culpabilidad de personas
que, a pesar de participar en la producción de lo monstruoso, se sienten
limpias, inocentes.16
11.2 En una sociedad mecanizada, esta tipo de culpabilidad se ve
favorecido por la creciente desproporción entre nuestra capacidad de
producción y nuestra capacidad de representación. La primera se ve
incrementada por dos factores: (a) el desarrollo tecnológico facilita que
un pequeño esfuerzo por parte de un individuo, apretar un botón, cause
la muerte y el sufrimiento de cientos de miles de personas como ocurrió
en Hiroshima; y (b) la división social del trabajo refuerza esa situación
permitiendo que contribuciones nimias por parte de cada uno de los
individuos implicados puedan poner en marcha maquinarias de
"Y deseamos fervorosamente saber, sea cualquiera el lugar donde nos encontremos,
Nueva York, Viena o Tokio, de qué modo logra usted superar su desgracia. Este deseo
nuestro no es debido a simple curiosidad o a que su 'caso' nos interese desde un punto de
vista clínico. No, no somos ni médicos ni sicólogos. Nos ocupamos, llenos de angustia, de
aclarar aquellos problemas morales que a todos nosotros, hoy, nos cierran el camino. He
aquí uno de ellos: la mecanización del ser... La técnica ha traído consigo que, en cierto
aspecto, podamos llegar a convertirnos en 'culpables inocentes', lo cual, antes, en tiempo
de nuestros padres, cuando la técnica no estaba tan adelantada, no hubiera sido posible."
(Eatherly y Anders (1962), p. 19)
16
destrucción extremadamente eficientes. En un mundo mecanizado, no
hay diferencia esencial entre la mano y la daga, ambas son piezas de un
inmenso mecanismo.
El desarrollo tecnológico y la división del trabajo no sólo
contribuyen a incrementar la capacidad de producción, sino a disminuir
la capacidad de representarnos el verdadero alcance de nuestros actos,
a perder de vista el producto final de la cadena de trabajo en la que
participamos. Podemos de esta manera contribuir a realizar acciones
atroces con la conciencia totalmente tranquila, gracias precisamente a
esa desproporción entre nuestra capacidad de producción y nuestra
capacidad de representación.
Primo Levi alude, como vimos, a otro tipo de desproporción
cuando dice de los que, como él, sobrevivieron al campo de exterminio
que “... en el plano racional no se podría encontrar nada de lo que
avergonzarse, pero a pesar de ello sentía la vergüenza.”17 No era
racional, sugiere Levi, avergonzarse por estar vivos y que otros
hubiesen muerto, sentirse culpable por no haber acudido en ayuda de
otro en esas condiciones extremas en las que la propia vida estaba
amenazada, porque son circunstancias en las que los códigos normales
de responsabilidad no pueden aplicarse o, dicho de otro modo, porque
no está claro lo que se le puede exigir a una persona en esas
circunstancias de hambre, frío, agotamiento y humillación. Y, no
obstante, siente vergüenza, una vergüenza desproporcionada con
respecto a su capacidad de respuesta y, por ello, aparentemente
irracional.
Me pregunto si en esta segunda desproporción no estará la clave
para contrarrestar la primera, a si lo racional no sería cultivar ese
sentimiento inicialmente desproporcionado de culpabilidad de que habla
Levi para evitar precisamente que la otra desproporción, la que deriva
17
Levi (1989), p. 67.
de nuestra mecanización, nos haga insensibles al daño que
genuinamente causamos. La maquinaria de un universo mecanizado, del
que el nazismo es una expresión escalofriante, funciona precisamente
porque uno sólo puede sentirse culpable si se siente
desproporcionadamente culpable, porque, al fin y al cabo, uno no es
más que una pequeña pieza de una maquinaria inmensa, su capacidad
de respuesta es muy limitada, insignificante desde el punto de vista de
la máquina social. Parece, por lo tanto, que en una situación como la
nuestra la única respuesta que permite albergar la idea de un mundo
humano es el cultivo de una sensibilidad moral desproporcionada.
11.3. Esta noción de desproporción está relacionada con la idea de
inmediatez, con la urgencia de articular criterios de inmediatez moral
que no se atengan a la inmediatez espacial. Dada nuestra sensibilidad
moral, algunas piezas pueden representarse con más claridad (o es
posible, incluso, que no puedan dejar de representarse) el daño
monstruoso que causan como parte de la maquinaria, ¿debemos decir,
por eso, que el piloto es más responsable que Truman o que los que
trabajaban afanosamente en el laboratorio para construir la bomba
antes de que terminase la guerra?
Hay, no cabe duda, una conexión entre responsabilidad e
inmediatez; el problema es que, en un mundo altamente mecanizado,
esta noción de inmediatez no se puede determinar en función
exclusivamente de la facilidad con la que el daño causado puede herir la
sensibilidad del verdugo; pues muchos instrumentos de destrucción
están diseñados precisamente para causar el daño sin herir la
sensibilidad ni del ejecutor directo ni de los masas adormecidas.
10.4 El doble oscurecimiento. Todos estos elementos conducen a
un mundo no sólo oscuro, sino que nos oculta su oscurecimiento: "....
De esos hombres oscuros de la época técnica cuyo máximo interés es
mantenernos en la oscuridad en relación con la realidad del
oscurecimiento de nuestro mundo... Si ayer la táctica consistía en
excluir de toda ilustración a quienes carecían de poder, hoy consiste en
hacer creer que tienen luces quienes no ven que no ven."18
Sin embargo, la víctima sólo puede reconciliarse con el mundo,
abrirse al futuro, si el verdugo y sus cómplices más o menos silenciosos
reconocen la verdad moral del daño causado, si esos mecanismos de
distorsión son, de algún modo, desactivados. Jean Améry cultiva, como
seguidamente veremos, sus resentimientos precisamente para mantener
vivo en él la necesidad de esa denuncia, de ese reconocimiento.
IV
Jean Améry
El valor moral del resentimiento
11. La condición subjetiva de la víctima.
11.1 "Describir la condición subjetiva de la víctima"19 es un de los
objetivos centrales del libro de Jean Améry Más allá de la culpa y la
expiación. Tentativas de superación de una víctima de la violencia. Y,
como destaca en el capítulo 'Resentimientos', uno de los ingredientes de
su condición de víctima es el resentimiento.
El resentimiento nace cuando el sentimiento de venganza o de
envidia viene acompañado de una conciencia de la propia impotencia
para expresar o para descargar esos sentimientos con acciones que
18
19
Anders (2001), p. 29.
Améry (2001), p. 141.
satisfagan la sed de venganza o permitan obtener los bienes que se
envidian.
Esta emoción está mal vista tanto por los moralistas como por los
psicólogos. Para los primeros, el resentimiento es una mácula, algo
reprochable: la víctima debe asumir su sufrimiento pasado como el
verdugo su culpa.
Para los psicólogos, el resentimiento de la víctima (como la culpa
de Eatherly) forma parte de un síndrome que hay que tratar
convenientemente con el fin de liberar a la víctima, de lograr que su
vida se oriente hacia al futuro y no sea esclava del pasado.
11.2 Este descrédito del resentimiento viene acentuado por la
lectura que hace Nietzsche20 (y que posteriormente recoge Max
Scheler)21 del resentimiento como una pasión que distorsiona, falsea,
hasta el punto de generar una transmutación del valores.
El resentimiento tiende a descargarse mediante la negación de los
valores que el sujeto percibe y que fueron el origen del sentimiento de
venganza o de envidia reprimidos. Esta transformación puede
manifestarse de diversas formas: o bien negando todo valor a la
persona que envidiamos o bien menospreciando los aspectos del mundo
que nos atraen.
Sin embargo, como mostró Nietzsche, la forma más eficiente de
distorsión propia del resentimiento es la que genera una transmutación
de los valores, es decir, afirmar como valores las cualidades opuestas a
las que uno envidiaba inicialmente.
Para llevar a cabo esta transmutación es necesario que, de algún
modo, los valores iniciales se transparenten con el fin de que la persona
resentida pueda negarlos y, posteriormente, invertirlos. Parece, pues,
20
21
cfr. Nietzsche (1981).
cfr. Scheler (1998).
que un elemento constitutivo del resentimiento es su tendencia a
distorsionar, a negar los valores que de algún modo se perciben.
Sin embargo, esto no es más que una tendencia, el resentimiento
puede vivirse sin distorsión, aunque, en tal caso, resulte más doloroso.
Uno puede confesar su resentimiento por los bienes que otros no sólo
poseen inmerecidamente, sino, incluso, a costa de uno mismo. Améry
defiende que, en determinadas condiciones históricas, el cultivo del
resentimiento hacia los verdugos y hacia quienes se consideran meros
espectadores es el único modo en el que la víctima puede conservar su
humanidad, pues el resentimiento actúa como una espuela constante
por sacar a la luz la verdad moral del daño causado:"Mis resentimientos
existen con el objeto de que el delito adquiera realidad moral para el
criminal"22.
11.3 El resentimiento de Améry no nace mientras se encuentra en
el campo de exterminio, ni de manera inmediatamente posterior a su
liberación; en ese momento, confiesa Améry, que se sintió por primera
vez reconciliado con el mundo, en armonía con el curso de la historia.
El resentimiento surge a la vista de la representación que se hace
en la Alemania de la posguerra del pasado nazi: "Bastaban
conversaciones como la que mantuve con un comerciante del Sur de
Alemania mientras desayunaba en cierto hotel. Aquel hombre intentaba
convencerme, no sin antes informarse cortésmente de si era judío, de
que en su país no existía odio racial. Aseguraba que el pueblo alemán
no guardaba rencor al judío; como prueba aludía a la generosa política
de reparación promovida por el gobierno, como, por lo demás, reconocía
el joven Estado de Israel....”23 Ante actitudes como las del comerciante,
así como la de moralistas y psicólogos que invitan a una superación del
22
23
Améry (2001), p. 151.
Améry (2001), p. 146, la cursiva es mía.
pasado que consiste más bien en borrarlo, Améry se encuentra a sí
mismo reprochándole"...tercamente a Alemania sus doce años de
régimen hitleriano, me reconcomían en mi interior el idilio industrial de
la nueva Europa y los salones majestuosos de Occidente."24
A Améry le molestan, como vemos, elementos y situaciones que él
mismo considera valiosas: se resiente de esos éxitos. Sin embargo, en
contra de moralistas y psicólogos, considera que debe cultivar este
resentimiento con el fin recuperar la verdad moral que permanece
soterrada y de la que se siente depositario: "Sólo yo estaba, y estoy en
posesión de la verdad moral de los golpes que aún hoy me resuenan en
el cráneo y, por tanto, me siento más legitimado a juzgar, no sólo
respecto a los ejecutores, sino también a la sociedad que sólo piensa en
su supervivencia."25
12. El resentimiento y la flecha del tiempo.
12.1 La persona resentida tiene ciertamente alterado, dislocado, el
sentido natural del tiempo, que se orienta hacia el futuro, e insiste en
volver al pasado por revertir algo que es irreversible.
Aunque el retorno material al pasado para deshacer lo que allí
ocurrió no tiene sentido, eso no excluye la posibilidad de un regreso
moral al pasado. Este regreso al pasado no sólo es posible sino que,
para la víctima, es imprescindible porque sólo si el verdugo, y el que se
ve a sí mismo como mero espectador, reconoce la verdad moral del
daño causado podrá la víctima reconciliarse con el mundo: "El hombre
moral exige la suspensión del tiempo; en nuestro caso,
responsabilizando al criminal de su crimen. De esta guisa, este último
podrá, consumada la reversión moral del tiempo, relacionarse con la
24
25
Améry (2001), p. 146.
Améry (2001), p. 151.
víctima como un semejante."26
12.2 Hemos descrito algunos de los mecanismos que dificultan que
esa reversión moral del tiempo tenga lugar. En el caso de la vergüenza
de Levi, el dilema interesado revela cómo el verdugo y las terceras
personas pueden refugiarse en la noción de racionalidad para
desacreditar su voz, ya sea presentando sus sentimientos como
patológicos ya sea degradando moralmente a la víctima. El examen de
la respuesta de los americanos ante el sentimiento de culpa de Eatherly,
nos ha conducido a un lugar semejante. Y el examen de las condiciones
que hicieron posible su colaboración en el lanzamiento de la bomba
sobre Hiroshima, es decir, la creciente desproporción entre nuestra
capacidad de producir daño y nuestra capacidad de percibirlo, nos ha
permitido descubrir el doble oscurecimiento del mundo en las
sociedades tecnológicamente avanzadas. Pero todos estos mecanismos
descansan en uno más básico, a saber: el miedo a la arbitrariedad del
verdugo y la necesidad de habitar un mundo humano.
Si las terceras personas se dejan convencer por el discurso del
verdugo, si quedan atrapadas en el dilema interesado, si no tratan de
ver más allá de su pequeña contribución en un inmenso mecanismo, es
en gran medida porque les aterroriza la idea de descubrir que la acción
del verdugo es genuinamente arbitraria, que no se puede confiar en la
autoridad y, por tanto, que las expectativas que constituyen el mundo
humano están injustificadas.27
Améry (2001), p. 153.
El protagonista de la novela de Márai (2004), al comprobar que su amigo más íntimo ha
estado a punto de asesinarle, reflexiona del siguiente modo: "Una persona que forma parte
de mi vida ha enloquecido, me repetía con terquedad, casi con desesperación, durante
toda la mañana y durante toda la tarde, y con esta idea te recibía por la noche, cuando
llegaste para cenar. Quería salvar la dignidad humana con esta suposición, la dignidad
humana en general y en particular, porque si hubieras estado cuerdo, y hubieras tenido
alguna razón, no importaba qué clase de razón, para levantar un arma contra mí, entonces
todos habríamos perdido nuestra dignidad de seres humanos, todos los que vivíamos en
26
27
12 .2 Un mundo humano es un mundo donde puedo esperar (a)
que sólo toque mi piel quien yo desee y (b) que, si me encontrase en
estado de necesidad o alguien me causase daño (violentando, por tanto,
la condición (a)), los demás acudirían en mi auxilio.
Por el mero hecho de haber sufrido daño, la víctima sabe que la
condición (a) ha sido irreversiblemente vulnerada. La única manera de
recuperar la confianza en el mundo es a través de la condición (b), es
decir, que los demás acudan en su auxilio por reparar simbólicamente el
daño. Esta reparación simbólica requiere: (1) el reconocimiento de que
el daño ha sido causado y (2) la condena del verdugo. Sin el ejercicio de
la memoria no se posible satisfacer (1) y, por lo tanto, tampoco (2).
Podemos decir, en consecuencia, que sin la recuperación del pasado la
víctima no puede confiar en la posibilidad de vivir en un mundo humano,
pues tanto (a) como (b) serían necesariamente violentadas.
Una cuestión importante es: ¿por qué sólo la víctima? ¿Ese no
'poder confiar' expresa solamente un hecho crudo (el hecho de que la
víctima, a causa de su dolencia, no puede confiar) o, más bien, un
hecho normativo (si confiamos, nuestra confianza no está justificada: no
podemos confiar justificadamente)? En este último caso es la víctima
quien está más cerca de la verdad. No es su desconfianza la que es
irracional, sino, por el contrario, la confianza de los que se ven como
meros espectadores la que está injustificada.28
Si los que se ven como meros espectadores, no descubren la
necesidad de responder al daño causado, demuestran que están ciegos
al papel que un mundo humano reclama de ellos, es decir, socorrer a la
víctima, contribuir a recobrar la orden moral, tal como se especifica en
la condición (b). Se sigue de esta condición, que uno no puede
esta casa, Krisztina también y yo también."(133-4)
28
Cfr. Corbí (en prensa).
coherentemente permanecer como un mero espectador ante el daño y
pretender al mismo tiempo que vive en un mundo humano. Hemos visto
que, además, una de las razones más poderosas por la que las terceras
personas evitan satisfacer (b), es precisamente porque necesitan
mantener su confianza en el mundo y atender a la víctima conlleva
habitualmente el reconocimiento de que esa confianza está injustificada.
Dicho de otro modo, nuestra necesidad de confiar en el mundo nos lleva
a desatender las exigencias de un mundo humano y, por tanto, a
socavar las condiciones en las que tal confianza estaría justificada.
Referencias bibliográficas
-Améry, J. (2001), Más allá de la culpa y de la expiación, Valencia, Pretextos.
-Anders, G. (2001), Nosotros, los hijos de Eichmann, Barcelona, Paidós.
-Corbí, J. E. (en prensa), 'The loss of confidence in the world: the victim,
the torturer, and the third person', Kluwer Publishing Company.
-Eatherly, C. y Anders, G., Más allá de la conciencia. El peso de los
muertos sobre el piloto de Hiroshima, Barcelona, Argos, 1962.
-Levi, P. (1989), Los hundidos y los salvados, Madrid, Muchnik Editores.
-Márai, S. (2004), El último encuentro, Madrid, Ediciones Salamandra.
-Nietzsche, F. (1981), La genealogía de la moral, Barcelona, Laia, 1981.
-Scarry, E. (1985), The Body in Pain, Oxford, Oxford University Press.
-Scheler, M. (1998), El resentimiento en la moral, Madrid, Caparrós.
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