EL CORRESPONSAL DE GUERRA El corresponsal de guerra es

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Inés Barrado Conde
COMUNICACIÓN INTERNA EN: EL CORRESPONSAL DE GUERRA
El corresponsal de guerra es aquel periodista que informa a un medio de
comunicación desde otro país sobre el desarrollo de una guerra.
Por un lado ha de existir una buena comunicación entre los periodistas y sus
medios de comunicación, con tal de que la información llegue de forma
correcta y veraz a la opinión pública.
Antes de los avances tecnológicos, las comunicaciones en estos casos se
realizaban por palomas mensajeras o por cartas. Pero esto tenía un
inconveniente: la lentitud del proceso.
Con la invención de la telegrafía eléctrica la comunicación entre los
corresponsales de guerra y las empresas editoras dio todo un vuelco. El
telégrafo eléctrico fue el primer medio de comunicación que permitió que la
velocidad de un mensaje superara a la del cuerpo humano, es decir, eliminó
el tiempo y el espacio como dimensiones determinantes de la comunicación
humana y rompió la conexión histórica entre transporte y comunicación. Otro
invento que favoreció el acceso a una información lejana en poco tiempo fue
la fotografía. Ahora, el desarrollo de Internet y las redes sociales han facilitado
mucho la comunicación desde diferentes partes del mundo.
Así, los periodistas se comunican con sus medios a través de telegramas,
correos, dispositivos móviles... dependiendo de sus posibilidades.
Ahora existe un gran problema en la relación entre los medios de
comunicación y los corresponsales, y es que a estos últimos no les
proporcionan las atenciones que deberían. El corresponsal durante veinte
años Eric Frattini aseguró que “los medios de comunicación maltratan a sus
propios corresponsales”. Para el periodista, no es sólo jugarse la vida, es sobre
todo el trato que reciben desde los despachos de sus medios. Frattini denuncia
situaciones como tener que pagar de su bolsillo el chaleco antibalas o el
seguro de vida; o que las agencias de información tengan más credibilidad
para el redactor jefe: "Mi redactor jefe cómodamente sentado en su
despacho de la Gran Vía no se creía que donde yo estaba había un
bombardeo (a pesar de escuchar por el teléfono las explosiones) porque EFE y
France Presse informaban de un alto el fuego".
Hay que tener en cuenta que en los Estatutos del Corresponsal de Guerra de
2005 se detallan cuestiones como que lo más importante para la empresa
periodística debe ser la seguridad del informador, o que “la empresa editora
dotará al reportero de los medios y recursos recomendables para su
protección personal como chaleco antibalas, casco, botiquín preparado por
los servicios médicos, etc.; teléfono por satélite o el instrumento que se
considere más efectivo para comunicarse y los medios adecuados para
realizar su trabajo con garantías..”.
Frattini relaciona la situación actual de abandono de la profesión de
corresponsal a la crisis económica de los medios, pero también a su crisis de
identidad. Aunque augura grandes posibilidades de futuro gracias a Internet,
que constituye nuevos modos de cubrir conflictos.
Pero para lograr difundir la máxima información no basta con una buena
comunicación entre los medios y sus corresponsales, también ha de haber una
estrecha relación entre estos periodistas y los soldados que participan en las
batallas, puesto que ellos son los que mejor conocen las guerras desde dentro.
El punto de partida de las relaciones entre el periodista y el militar se puede
situar en la figura del periodista británico William Howard Russell, considerado
como el padre del periodismo de guerra. También es en su figura (por su
actuación en la Guerra de Crimea) donde nace el concepto de censura
militar sobre el trabajo del periodista corresponsal.
La relación entre Russell y los militares fue tensa desde el principio. Hasta tal
punto que Lord Raglan, uno de los máximos responsables del ejército británico
durante la Guerra de Crimea (1853-1856), decidió no reconocer a los
corresponsales y no ofrecerles asistencia.
Ante esto, el periodista mantuvo su actitud crítica respecto al trabajo de los
soldados. Finalmente, sus denuncias por la precaria situación de los militares
tuvieron represalias: Russell fue acusado de poner en peligro la seguridad de
las tropas y de ofrecer asistencia al enemigo.
Lord Raglan fue sustituido por Sir William Codrington, quien prohibió en 1956 la
publicación de cualquier información considerada de valor para el enemigo y
autorizó la expulsión de aquel corresponsal que publicase informaciones de
estas características. Esto puede considerarse como el origen de la censura
militar.
De esta manera, la tensión ha marcado desde un principio las relaciones entre
estos dos colectivos. Como describen el periodista Frank Aukofer y el militar
William P. Lawrence: “La prensa quiere libertad, y el ejército quiere control. Esas
son las diferencias fundamentales que nunca van a cambiar”.
Pero la ruptura definitiva de la confianza entre soldados y corresponsales no
tuvo lugar hasta la Guerra de Vietnam, tras varias etapas evolutivas.
Durante la Guerra Civil Estadounidense o Guerra de Secesión (1861-1865) hubo
cerca de 150 periodistas en el campo de batalla (de los 500 que cubrieron la
guerra), según Lawrence y Aukofer. El desarrollo de la tecnología permitió a los
fotógrafos perseguir a las tropas en sus carromatos tirados por caballos, que
utilizaban a modo de cuarto oscuro.
Pero el ejército no estaba de su lado. Estos autores presentan el caso del
General William Tecumseh Sherman, quien entendía que la prensa no debía
tener derechos en tiempo de guerra, porque establecía una relación directa
entre la censura y la victoria militar.
La Primera Guerra Mundial se caracterizó por la censura. Aunque el telégrafo
había permitido el nacimiento de los diarios y había facilitado el envío de la
información, los militares no permitieron que los reporteros estuvieran en el
campo de batalla.
En esta guerra agentes británicos cortaron el cable telegráfico que
comunicaba a Alemania con América. El cable londinense quedó como único
vínculo entre Europa y América. De esa manera, todas las noticias
procedentes de Alemania tuvieron fiscalización británica.
Durante la Segunda Guerra Mundial la relación entre militares y periodistas
mejoró. Mantenían una convivencia, ya se comenzó a controlar quién asistía al
campo de batalla. Este constituye el origen del sistema de acreditaciones.
Pero este sistema supuso una medida más de control, sumada a la ya existente
censura militar.
Durante esta etapa, los corresponsales necesitaban un pase de prensa del
Departamento de Guerra y un pasaporte del Departamento de Estado de
Estados Unidos. Al abrir camino al frente, se les asignaban “campos de
prensa”, cada uno con 50 corresponsales. Eran reporteros que seguían a los
militares durante las guerras. Un ejemplo es Ernie Pyle, quien cubrió las primeras
líneas de batalla durante la Segunda Guerra Mundial. Este es un precedente
del sistema de empotrados que se creó posteriormente para Irak.
Los autores Aukofer y Lauwrence consideran que fue durante la Segunda
Guerra Mundial cuando se alcanzó el nivel máximo de relación entre militares
y periodistas: "Los periodistas llevaban uniformes y viajaban con unidades
militares, y los editores aceptaban el campo de batalla y la censura en el
frente local como el precio de la seguridad nacional".
Pero también fue en este conflicto cuando se crearon oficinas específicas
para censurar la cobertura mediática (como la que creó el Presidente de
Estados Unidos Franklin Roosvelt y que controlaba las piezas informativas que
salían de su país).
El Comité para la Protección de Periodistas apunta: “Desde la Guerra Civil de
Estados Unidos pasando por las dos guerras mundiales, los periodistas que
acompañaron a los combatientes solo pudieron entregar sus informes a través
de los censores militares”.
Pero a pesar de todo, los propios profesionales aceptaban la censura con tal
de mantener el sistema cooperativo con las fuerzas militares, y los soldados
comenzaron a ver a los periodistas como una herramienta positiva a la hora
de lograr el apoyo de la opinión pública.
Pero el conflicto bélico más significativo fue la Guerra de Vietnam (1964-1975).
Muchos autores la señalan como un punto de inflexión en la historia de la
relación entre los medios y los militares. Fue un boom televisivo, pero instauró
una gran desconfianza entre ambos colectivos.
Manu Leguineche, reportero de guerra español, declaró: “La libertad de que
gozamos en Vietnam no volvería a repetirse”.
La anterior Guerra de Corea (1950-1953) no había dejado buenos
precedentes, y es que la competitividad entre los medios, los fallos en la
aplicación de la censura y la nula cooperación causaron que se
proporcionara información importante al enemigo.
De esta manera, los periodistas habían perdido la confianza en los soldados, y
éstos veían a los periodistas como rebeldes y antipatriotas. Además, las
acusaciones de que los informadores habían contribuido a la derrota militar se
mantuvieron durante años. El General John Shalikashvili declaró sobre el tema:
“Ya sabes, los hombres reales no hablan con la prensa...”
Pero a pesar de la mala relación entre estos dos grupos, el Comité para la
Protección de Periodistas apunta también a Vietnam como claro punto de
inflexión en la libertad informativa de los periodistas en situaciones de conflicto:
“Los periodistas gozaron de mayor autonomía durante la Guerra de Corea,
pero no fue hasta la Guerra de Vietnam que muchos corresponsales pudieron
informar sin censura”.
Posteriormente se puso en marcha el “embedded press” o sistema de
empotrados, una forma de trabajo entre militares y periodistas donde el
reportero convive con el militar.
Los primeros ejemplos de periodistas empotrados aparecieron en 1995, durante
las operaciones en Bosnia de la OTAN. Los corresponsales se incorporaban a
las unidades alemanas y viajaban hasta Bosnia para permanecer entre dos y
seis semanas. El resultado fue “una información más positiva y una mejor
actitud hacia los medios”, según el periodista Alfonso Balauz. Lo que ocurría
en el caso de la Guerra de Bosnia (1992-1995) es que los avances tecnológicos
exigían una rápida respuesta por parte de la estructura militar para adaptarse
a la necesidad de información. El Teniente Coronel Suevos Barrero aseguró:
“La estructura clásica de la Oficina de Información Pública no lograba
mantener una adecuada fluidez. La noticia de prensa era más veloz que la
red de información militar, de modo que hubo que flexibilizar la cadena de
mando y adaptarla al flujo de la prensa, para evitar que el Jefe de la Fuerza se
enterase de algunos eventos por la CNN o la BBC, antes que por sus propios
órganos”.
El sistema de empotrados se instauró también en 2003 durante la Guerra de
Irak. En este caso el procedimiento fue más formal: el reportero era asignado a
una unidad con la que debía permanecer, con una serie de condiciones.
En guerras posteriores, como la de Afganistán vuelven las restricciones para la
prensa y las presiones para permitir el acceso a las operaciones.
REFLEXIÓN FINAL
Uno de los principales problemas del periodismo de guerra, que toca
directamente con la actualidad, es el secuestro, abuso o asesinato de los
corresponsales. Desgraciadamente, la primera víctima de la guerra es la
verdad, y los informadores suelen constituir una molestia para las partes
implicadas. Así, la desaparición o el secuestro de corresponsales de guerra
están a la orden del día.
Pero esto constituye un problema grave, y es que no sólo se está vulnerando la
integridad de los periodistas, sino que además se está atentando contra la
libertad de información, derecho fundamental reconocido por la Constitución.
La solución no debe ser dejar de informar, pero está claro que la situación
actual debe cambiar.
Hay que tener en cuenta que los primeros contadores de las historias de guerra
fueron los propios militares que combatían. Se trataba de soldados narradores
(como Jenofonte -discípulo de Sócrates, militar e historiador- o Julio César).
Ellos estaban realmente preparados para la guerra, aunque quizás no tanto
para la labor periodística.
Ahora nos encontramos en el otro extremo. Los que cubren las guerras son
periodistas que en ocasiones no reciben ni el equipo adecuado, como en el
caso del corresponsal Eric Frattini. Es cierto que en los Estatutos de la profesión
se menciona que la empresa editora debe proporcionar el equipamiento
necesario a sus corresponsales, además de proporcionarles cursos de
entrenamiento especializados cuando se considere necesario por el tipo de
conflicto al que vaya a acudir.
Aunque también señala el Estatuto que el medio “debe agotar los recursos
para saber en todo momento en que sitio se encuentra el reportero, a dónde
se dirige en sus desplazamientos y cuáles son los horarios aproximados de
regreso a su sitio base”. Y recordemos el caso de Marc Marginedas, la
desaparición del cual no se hizo pública hasta un mes después de que
ocurriera, y del que parece que ya se han olvidado.
Por lo tanto, con lo que diga el Estatuto no es suficiente. Hay que hacer algo
más. Una posible solución podría ser crear una academia de periodistas
militares. De esta manera, adquirirían los conocimientos periodísticos y
asumirían su papel social, pero recibirían también un entrenamiento para tener
la capacidad de defenderse en caso de que sea necesario, se le podría
enseñar el uso de armas y se les podría equipar de cámaras y dispositivos más
sofisticados y discretos.
La relación entre periodistas y militares no ha sido satisfactoria nunca, pero eso
es porque sus fines no son los mismos. No se trata de crear militares que sepan
periodismo, se trata de preparar militarmente a los periodistas.
Y esto no queda tan lejos de la realidad, y el corresponsal Óscar Mijallo así lo
explica en referencia a la guerra de Secesión: “Los periodistas estadounidenses
se integraban durante largas temporadas y llevaban equipo y uniforme
militar”. Aunque advierte que “murieron tres de cada diez, un porcentaje
similar al de la infantería”, a pesar del entrenamiento militar al que fueron
sometidos.
Aukofer y Lawrence mencionan otra alternativa: los “combat correspondent”,
un tipo especial de corresponsales (generalmente escritores o periodistas) que
se alistaban voluntariamente en la marina, e incluso llegaban a participar en
sus acciones, para luego extraer sus propias historias o imágenes (censuradas o
no), que distribuía el Navy Department.
Lo que hay que hacer es llegar a un punto medio en el que el informador esté
preparado y dispuesto a ejercer su función, de forma imparcial pero con la
preparación física y mental suficiente.
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