“USTED EN EL PAÍS DE NUNCA JAMÁS” (Obra en tres actos) ACTO I: Usted Antes que nada quisiera dedicar unos minutos a hablarles de ustedes. Y de mí, por supuesto. No es que yo les conozca. Pero si consigo hablarles algo que ustedes hayan experimentado y que, además, les sea útil quizás recuerden mejor esta pequeña charla. Porque seguro que acierto si les digo que ustedes han vivido, o están viviendo, o alguna vez vivirán una situación difícil, una adversidad. Simplemente porque la vida no es fácil. A veces la vida nos hace la puñeta. La adversidad a veces se nos presenta de golpe y nos deja KO. Un ser querido que se va; un trabajo que se esfuma; una enfermedad inesperada… Otras veces la adversidad es más suave pero pertinaz y nos agota, nos consume. No es que la vida nos tumbe sino que no podemos con ella. El desencuentro con alguien importante para nosotros; un excesivo estrés; la precariedad económica… Pero también es seguro que hemos tenido y tendremos la capacidad de rehacernos de los golpes de la vida y de retomar nuestro camino…”a pesar de los pesares”. A esta capacidad los expertos le llaman resiliencia. Resiliencia es un “palabro” (no será palabra hasta que la Real Academia de la Lengua la acepte como tal) que pueden ustedes traducir por algo así como “resistir y rehacerse”. Es la capacidad del ser humano de reponerse y retomar su desarrollo a pesar de sufrir o haber sufrido una situación adversa. Pero es más fácil entenderlo con un ejemplo sacado de la naturaleza. Cuando una ostra no puede expulsar alguna sustancia extraña que se ha introducido en su interior acaba envolviéndola en capas de nácar que ella misma produce para suavizar su roce. Pues bien, los estudios dicen que nuestra (la de los seres humanos) resiliencia a la adversidad depende básicamente de tres cosas. La primera, y no muy difícil de adivinar, es de que dispongamos de una serie de RECURSOS EXTERNOS o apoyos. Necesitamos, por ejemplo, un sustento mínimo. Un mínimo descanso, una alimentación suficiente, un sitio donde vivir,… Las organizaciones que rehabilitan “niños soldados” saben que la primera fase de la recuperación consiste en permitir que el niño o niña duerman, descansen, se alimenten… Pero llevado a un ámbito más normal y de nuestra cotidianidad… casi seguro que alguna vez alguien nos han prestado dinero; o nos han dejado un coche; o nos han cuidado a los niños simplemente para que podamos descansar. O incluso hemos sido acogidos por alguien. Necesitamos también experiencias y modelos para afrontar la adversidad. ¿Qué habría hecho mi padre en mi situación?¿Qué harías tú? ¿Qué hice yo en situaciones parecidas? Y cuando estamos bloqueados, paralizados, necesitamos oportunidades, ocasiones, coyunturas. En uno de sus libros el psicoterapeuta norteamericano Bill O´Halon cuenta en 1970 decidió suicidarse. Era un joven hippy que soñaba con dedicarse a la poesía. Estaba deprimido y sin oriente. Decidió compartirlo con sus escasos amigos y despedirse. Los dos primeros le escucharon, le comprendieron e incluso le reconocieron que ellos también lo harían si tuvieran valor. Su tercer y última amiga sin embargo le escucho y luego le hizo una propuesta. Tenía dos tías ancianas que tenían una granja que no podían mantener. Cuando murieran ella la heredaría. Le ofreció que fuera a vivir a la misma. Podría escribir, aislarse del mundo y vivir de lo que cultivara. El acepto. Aguantaría hasta que las ancianas muriesen. Durante los años que pasaron hasta ese momento Bill se interesó por el sufrimiento humano y ahí decidió estudiar psicología o psicoterapia. No le ayudó ni ser comprendido ni un profesional. Le salvó una oportunidad. Pero sobre todo necesitamos algo más que tampoco depende exactamente de nosotros. Necesitamos que alguien nos mire de forma especial. Importarle a alguien. Porque si no le importamos a nadie ¿para qué resistir? Necesitamos sentirnos conectados o vinculados a alguien. La segunda cosa que nos ha ayudado, ayuda y ayudará a resistir y rehacernos es disponer de una serie de RECURSOS INTERNOS. ¿Cuáles son estos recursos? En primer lugar, la capacidad y habilidad de pedir ayuda. Parece fácil pero no lo es. Se necesitan grandes dosis de humildad para pedir ayuda. Y la humildad es una virtud poco de moda en los tiempos que corren. Me encanta cuando los niños más pequeños que viven en el centro de menores donde trabajo se acercan y me dicen casi sin saber hablar: ¿Me llevas a tu casa? No se “cortan ni un duro”. Pero no ofenden. La capacidad de reír. No hay nada más liberador como el sentido del humor. ¿Quién no se ha descubierto compartiendo recuerdos graciosos y anécdotas en un tanatorio o un cementerio? El humor nos conecta y nos permite ver la realidad de otra forma. Viktor Frankl escribió. “No hay prácticamente nada como el humor en la existencia humana que le permita a una persona mantener la distancia de manera tan clara” Y también necesitamos en los malos momentos contar, narrar, nuestros problemas, nuestras penas, nuestras vidas. Quizá no nos solucione mucho pero nos sentimos mejor cuando contamos nuestra vida. Otro recurso que nos ayuda es la comprensión de lo que nos ocurre. Conocer el porqué no evita el sufrimiento pero lo hace más llevadero. Porque si a la adversidad se le añade la ignorancia y la incertidumbre el sufrimiento se multiplica. Mucha gente aguanta también transformando su sufrimiento. A veces no conseguimos entenderlo, a veces no conseguimos expresarlo. Pero lo podemos elaborar, transformarlo. ¿En qué? En arte. Escribiendo, pintando, componiendo… Muchos artistas tienen historias personales y familiares difíciles. Porque no todo se puede expresar abiertamente, directamente. A veces necesitamos vías indirectas para expresar nuestro sufrimiento. Y finalmente muchas veces hemos superado la adversidad saliéndonos de nosotros mismos, es decir, trascendiéndonos. Me olvido de mi y me centro en ti o en él. Si la adversidad viene a por mi y yo no estoy en mi sino fuera de mi, la adversidad me atenaza menos. Y acabaré con la tercera y última fuente de resiliencia: el SENTIDO, o mejor dicho, el sentido desde una perspectiva histórica. Lo que me pasa no solo me pasa POR algo. Lo que me pasa me pasa PARA algo. Puedo pasarme horas y horas pensando “¿Por qué está enfermedad?” pero probablemente me ayude más plantearme ¿Para qué esta enfermedad? Conociendo el porqué puedo sobrellevar mejor la adversidad pero conociendo el para qué puedo elevarme por encima de la misma adversidad. Porque lo más importante que tenemos los que estamos aquí no es nuestro dinero, ni nuestra inteligencia, ni nuestro prestigio. Lo más importante es nuestra historia. Personal. Intransferible. Única. De nuevo Frankl… “La novela que todos vivimos sigue siendo un logro creativo incomparablemente mayor que la que alguien haya podido escribir”. ACTO II: Ellos, los Niños Perdidos Ahora que ya hemos hablado de nosotros estamos en mejores condiciones para que les hable de ellos. De “los niños perdidos”. Si leen “Peter Pan” de J.M. Barrie encontraran este diálogo entre Wendy y Peter Pan: - ¿Pero dónde vives ahora? - Con los niños perdidos. - ¿Quiénes son ésos? - Son los niños que se caen de sus cochecitos cuando la niñera no está mirando. Si al cabo de siete días nadie los reclama se los envía al País de Nunca Jamás para sufragar gastos. Yo soy su capitán. - ¡Qué divertido debe de ser! - Sí -dijo el astuto Peter-, pero nos sentimos bastantes solos. Es que no tenemos compañía femenina. - ¿Es que no hay niñas? - Oh, no, ya sabes, las niñas son demasiado listas para caerse de sus cochecitos. Porque en realidad yo sólo quería a informarles que no sólo existen “niños perdidos” en el País de Nunca Jamás. Aquí, en Valencia, en Alicante y en Castellón también tenemos “niños perdidos”. Se han caído del carrito, de su familia y tienen que vivir en pequeñas islas de Nunca Jamás. Son niños que en la partida de ajedrez de su vida no ha habido una buena apertura. La primeros movimientos no han sido los más afortunados. Básicamente su infortunio consiste en que sus padres no saben, no pueden o no quiere atender sus necesidades. ¿Les parece poco adversidad? ¿Qué necesitan entonces? ¿Se acuerdan? ¡Lo mismo que ustedes y que yo! No son marcianos. Porque mientras no se demuestre lo contrario los niños son seres humanos. Incluso los y las adolescentes son seres humanos, aunque a veces dudemos de ello. ¿O no? Por tanto necesitan lo mismo que usted cuando se enfrenta al infortunio: disponibilidad de recursos externos; adquisición de recursos internos y encontrar el sentido de su historia. Podemos intentar ofrecerle todo esto llevándoles al País de Nunca Jamás, pues si lo recuerdan allí los Niños Perdidos se le pasaban estupendo. Los niños de los centros de protección también tienen muy buenos momentos, se lo pasan bien, juegan, estudian… Pero además los Niños Perdidos se sentían solos, ya que nadie los reclamaba, y además necesitaban… cuentos. Los Niños Perdidos no saben contar cuentos. Peter Pan se acercó a casa de Wendy para escuchar cuentos que contar a sus compañeros. Por eso cuando un niño de un centro comienza a salir con una familia dice “hoy viene MI familia”. O lo que es lo mismo. Esa es la familia que viene a por MI (y no a por ti). Y también… ¡¡Yupi!! ¡Alguien me reclama! Y me contará cuentos, me llevará a la ferieta; jugaré a la videoconsola… Y esto les transforma. Se lo aseguro. No es que los centros de menores no sean un buen recurso de protección. Admiro a mis compañeros educadores y educadoras que hacen todo lo que pueden y más, pero cada cosa es lo que es y no lo que quisiera ser. Un centro intentará aproximarse a una experiencia familiar pero nunca será una familia. Por tanto, además de centros de menores necesitamos familias. Familias normales. Como las suyas o la mía. Con sus defectos y sus virtudes. En definitiva: ¿Por qué acoger a un niño? Pues simplemente porque están ahí. Aunque no nos guste reconocerlo existen y están ahí. A veces parece como si las familias educadoras hayan inventado al niño acogido. “Se aburría y se ha buscado un niño para entretenerse”. No es así. Ni son héroes ni son villanos. Son familias que descubrieron que no lejos de aquí había una isla de Nunca Jamás y se brindaron, al menos, a contarles cuentos a un o unos Niños Perdidos. Pero ¿para qué acoger a un niño? Pues ya se pueden imaginar. Para que se sienta digno de ser querido. Para darle oportunidades. Para que tenga experiencias normales, como cualquiera de nuestros hijos. Para darle modelos distintos a los que tuvieron. Para enseñarles a reír y a reírSE. Para ayudarle a entender su situación y entenderSE. Para ayudarle a ayudar a otros. Para que descubra que la vida tiene sentido. En definitiva para darle la oportunidad de retomar el desarrollo que tenían que haber tenido y no tuvieron. O de otra manera: para enderezar la partida de ajedrez de la vida. Y una más: para ayudarle a envolver de nácar la dureza de su vida y construir una hermosa perla. Alguno se preguntará ¿Y por qué una familia con la que vivir y no unos papás CON TODAS LAS DE LA LEY? Pues por dos cosas. La primera porque precisamente no en todos los casos de niños separados de sus padres se cumplen todas las condiciones que la ley marca para la adopción. Y en segundo lugar porque estos niños (como usted y como yo) no quieren unos padres distintos. Simplemente quieren que sus padres sean distintos, es decir que se comporten de manera diferente. ACTO III: Usted y ellos A estas alturas ustedes ya estarán temiendo que les pida que acojan a niños en su familia. Nada más lejos de mi intención. Siempre he mantenido que el acogimiento familiar no es una solución. El acogimiento familiar es un problema gordo con el que intentamos solucionar un problema más gordo. Pero no les negaré que es un problema. Hay momentos duros. Difíciles. Por lo tanto el acogimiento de un menor para usted es una perfecta oportunidad para… ¡complicarse la vida! Por eso esta historia sólo tiene tres finales posibles: Primer final Ustedes deciden no hacerme caso, y piensan ofrecerse a acoger a un menor o menores. Yo ya les he avisado. Pero al menos entonces acuérdese de esta charla y repasen lo que necesitarán para resistir y rehacerse. ¿Se acuerdan?. Yo en particular les recomiendo especialmente mucho sentido del humor, mucha perspectiva y muchas orejas de confianza a su alrededor dispuestas a escuchar durante horas y horas sus historias. Segundo final Muy probablemente no es su momento para acoger pero ¿puede acercarse al País de Nunca Jamás de vez en cuando a contarles cuentos a los Niños Perdidos? Si tiene algunos ratillos averigüe dónde está la isla más cercana y pregunte si necesitan algo. Llevar a un niño de un centro a ver una peli y a tomar un helado es un miniacogimiento que puede ser autorizado por el director del mismo (si lo considera oportuno). Le aseguro que tiene sentido facilitar a un niño o niña experiencias normales gratificantes. Sólo debe tener cuidado. Es posible que el niño o niño acaben metiéndosele en el corazoncito. Tercer final Si su vida es tan complicada en estos momentos que no puede hacer ni lo primero ni lo segundo, no se preocupe. También puede ayudar. Y mucho más de lo que usted se cree. Si lo que ha oído o leído le ha parecido interesante… ¡cuéntelo! Ayúdenos a transmitir a la sociedad que estos niños existen. Y viven entre nosotros. ¿Le parece poco? Y para que vea que se lo queremos poner muy fácil… si la superioridad no lo desestima esta charla estará a su disposición en Internet o me la pide ([email protected]). Bájela y mándesela a todo aquel que usted piense que le puede interesar. O porque quizá quiera acoger o simplemente porque está pasando una situación difícil. Muchas gracias. Valencia, Burriana y Elche – Junio de 2009 F.Javier Romeu Soriano Conselleria de Bienestar Social Familia Educadora