PALABRAS DEL SENADOR EN EL ACTO POSTUMO DEL

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PALABRAS DEL DR. JOSE RAFAEL VARGAS, SENADOR DE LA REPUBLICA, EN EL ACTO DE RECONOCIMIENTO POSTUMO QUE EL SENADO DE LA REPUBLICA LE TRIBUTA A ORLANDO MARTINEZ HOWLEY, AL CONMEMORARSE EL 39 ANIVERSARIO DEL ASESINATO DEL DESTACADO PERIODISTA Y SIMBOLO DE LA LIBERTAD DE EXPRESION EN LA REPUBLICA DOMINICANA.
Señoras, Señores:
Hace 39 años, que el país fue estremecido con la infausta noticia del cobarde asesinato del brillante periodista Orlando Martínez Howley. Fue un asesinato muy bien planificado, diseñado y mejor ejecutado, y el objetivo era apagar la voz de un joven desafiante, inclaudicable, incapaz de rendirse ante la intolerancia y el abuso. Con apenas 31 años, Orlando se convirtió en un problema para la caverna política de la época, que se resistía a aceptar las verdades que cada tarde publicaba el periódico El Nacional, en su columna Microscopio, bajo la firma de quien al mismo tiempo, era el director de la revista Ahora. Orlando no era un periodista cualquiera. Era un militante de izquierda, miembro del Partido Comunista Dominicano, un revolucionario que asumía compromisos sociales y que enfrentaba con gallardía los abusos, la injusticia y la política de la sombra, en la que los militares jugaban papeles estelares, junto a empresas de capital extranjero, con intereses bastardos que se movían en la oscuridad. Con su valiente pluma les hizo frente, y su nombre hoy es parte de la historia de los mártires de la prensa en América Latina. Los asesinos materiales del hecho fueron encausados. Los intelectuales aun no pagan su culpa, y la sociedad seguirá pendiente de que la justicia no deje oscuro un hecho perpetrado casi a plena luz del día, planificado en las Fuerzas Armadas y ya con relatos entregados a los jueces por los autores materiales. Por eso decimos hoy, que este es un asesinato no resuelto en el país, y no debemos descansar, hasta que la justicia no se ponga los pantalones largos. Orlando cayó en una emboscada criminal, en la calle José Contreras, de la zona universitaria, en 1975. Su nombre será un grito permanente a la conciencia nacional. Porque Orlando, como un Montesinos del Siglo XX, asumió desde la pluma y el compromiso político, la defensa de la justicia y la libertad de expresión.
Como columnista diario era una luz que hacía ver el lado oscuro de la
política; y por eso hoy, con Bertolt Brecht, tenemos que decir que “el
periodismo no es un espejo para reflejar la realidad, sino un martillo para
darle forma”. Y la pluma de Orlando fue un verdadero martillo que fue
dando forma y enfrentando los remanentes negativos que arrastraba la
sociedad.
Orlando vino al mundo en Las Matas de Farfán, provincia de San Juan, colindando con El Cercado, la tierra donde cayó abatido Francisco del Rosario Sánchez y vecino del mítico paraje de Palma Sola, testigo contestatario a través del tiempo de una resistencia y una identidad que no se deja vencer. He pensado que los antecedentes históricos de El Cercado y de Palma Sola, de alguna forma conformaron el arquetipo inconsciente de aquella voz insobornable, indomable y contestataria que fue Orlando.
Pese a su juventud, se convirtió en el observador crítico de la realidad dominicana de aquella difícil década de los años setenta, cuando su ya legendaria columna Microscopio, le tomaba el pulso al acontecer nacional, gritando al país todo aquello que subvertía el derecho y la dignidad humana. No fue fortuito el nombre que dio a su columna. Todos sabemos que un microscopio nos permite ver aquello que no se puede ver a simple vista. Eso hizo Orlando de su columna: un instrumento de comunicación, una lupa social que nos permitía ver aquello que no se puede ver o que no nos dejaban ver.
Y su columna se convirtió rápidamente en un grito de esperanza, porque fue el portavoz de la denuncia responsable, sin medir cálculos que le hicieran sentir el miedo de las consecuencias de “hablar claro en tiempos oscuros”, de sacar a la luz lo que se tejía al interior de las cavernas; en vociferar aquello que se quiere callar o que pocos se atreven a decir en voz alta.
Orlando, fue, sencillamente, el grito de la nación. Y por eso su pluma no se apagara jamás. Hoy más que nunca es necesario que despertemos al grito de Orlando, frente a la realidad de tantos sueños olvidados, de tantas utopías arrinconadas, a una conciencia aletargada y a una prensa adormecida. Hacen falta hoy verdaderos microscopios de la prensa, que no se levanten para defender los intereses particulares, sino para permitirnos ver los pasos oscuros del mal, que se amparan en la misma sombra del ayer, para sojuzgar y convertirnos en país alienado. En 31 años, Orlando no pudo ver el crecimiento de una democracia real. Su niñez, adolescencia y primera juventud la desarrollo durante el régimen de Trujillo. Tenía apenas 16 años cuando mataron al sátrapa. Los otros 14 años lo vivió en una sociedad que ensayaba y se abría caminos hacia una democracia todavía incierta y vacilante.
Estudiante brillante, periodista agudo, excelente comunicador social, siempre ligado a la Universidad Autónoma de Santo Domingo, en la cual se forjó como profesional del periodismo y la sociología y que mantuvo un lazo estrecho con ella hasta la hora de su muerte, acaecida en sus propios alrededores. El país espera que un día podamos cerrar definitivamente la herida abierta que todavía hace sentir su dolor en el corazón de la Patria. La muerte de Luis Orlando Martínez Howley, el hijo de don Luis Mariano Martínez y de doña Adriana Howley Ogando; el hermano de Edmundo, que corrió su misma suerte; de Sergio Augusto, Bélgica y Nilson Martínez, no enluta solamente a la familia Martínez Howley, sino a todo el pueblo dominicano que como decía el patricio Duarte “tiene hambre y sed de justicia a largo tiempo”.
Hoy, el Senado de la República, en este homenaje póstumo 39 años después de su muerte, entrega un reconocimiento a los familiares aquí presentes, pues con su sangre y el sacrificio de su vida, la Patria agradecida siente la necesidad de expresar con mayor fuerza y hacer valer aquella frase hermosa y tan acertada de Duarte: “el crimen no prescribe ni queda jamás impune”.
Este homenaje tributado a la memoria de Orlando es una llamada de conciencia a la sociedad dominicana:
Ø A las familias, para que sepan ser caldo de cultivo de hombres con madera ética y fortaleza de espíritu como la que sembraron en Orlando sus padres, don Mariano y doña Adriana.
Ø A los estudiantes dominicanos, especialmente los que cursan sus carreras en la Universidad Autónoma de Santo Domingo, para que aprovechemos el tiempo, forjándonos en los caminos del saber que nos compromete a ser ciudadanos críticos y comprometidos con nuestro pueblo;
Ø A la misma Universidad Autónoma de Santo Domingo, que fue alma nutricia de Orlando, para que profundice en su identidad académica y social, logrando ser caja de resonancia donde se le pueda dar seguimiento desde el saber académico y el compromiso universitario, a las grandes necesidades y urgencias que demanda nuestra sociedad;
Ø A todos los estudiantes de comunicación social, a los periodistas y los que por encima de cualquier otra función tenemos la delicada misión de informar, orientar y formar a la ciudadanía; no perdamos el norte de un periodismo comprometido con la verdad, la libertad, la justicia social y los derechos humanos.
Ø A la izquierda en la que militó Orlando Martínez, siendo como dice la lápida erigida en el lugar donde cayó: “un revolucionario ejemplar”. Eso nos recuerda las palabras hermosas del Che Guevara a su hija, estando él en Bolivia, cuando ella le preguntaba: “Querido papá, todos dicen que tú eres un revolucionario. ¿Qué significa ser revolucionario? A lo que el Che le respondió: “Un revolucionario es una persona que le duele cualquier injusticia, que se cometa contra cualquier hombre en cualquier parte del mundo”. Creo que a este perfil de revolucionario perteneció Orlando. Por eso es siempre tan acertada la frase de Terencio refiriéndola a él: “Nada humano me es ajeno”. Ø La clase política, empresarial, sindical, debemos mirarnos en el espejo desafiante de Orlando, para que nunca sucumbamos ante la patología del poder que oprime y reprime, siguiendo el precepto duartiano de que “todo poder dominicano esta y deberá estar siempre limitado por la ley y está por la justicia, la cual consiste en dar a cada uno lo que en derecho le pertenezca”. Ø No podemos dejar de mencionar el protagonismo periodístico que desempeño en aquel momento, tanto el vespertino El Nacional, como la emblemática Revista Ahora, de los cuales Orlando llego a ser el director ejecutivo de la segunda y columnista de amplia lectura por parte de la ciudadanía en el primero. Es propicio recordar que dos años antes de la muerte de Orlando, fue asesinado en la calle Mercedes de esta ciudad de Santo Domingo, el 28 de marzo de 1973, a los 37 años de edad, el reconocido periodista dominicano Gregorio García Castro (Goyito), quien era Jefe de Redacción del diario Ultima Hora, donde mantenía una columna titulada En un tris, que se caracterizó por minuciosos análisis políticos. Infeliz coincidencia: tanto Goyito como Orlando caen abatidos en un mes de marzo, apenas con dos años de diferencia. Es de todos conocido que la primera amenaza escrita que recibió Orlando Martínez fue en ocasión de su posición enérgica sobre los motivos que desencadenaron la muerte de Goyito.
A Orlando Martínez se le puso ante la disyuntiva radical de: o la autocensura o el exilio. Ninguna de las dos acepto. Por eso, ese gran legado social que constituyen los tres tomos que recogen sus artículos escritos en la columna Microscopio desde 1972 al 1975, deben ser conocidos por las nuevas generaciones, para tener a mano una radiografía de la sociedad dominicana labrada desde un periodismo éticamente comprometido y que convierten a Orlando en un gigante de la pluma, que fue capaz de cuestionar una época. La muerte de ORLANDO, no hay duda, ayudó a derrumbar esa época. Porque ese asesinato quedó grabado en la impronta colectiva de la población como una deuda de sangre pendiente que había que saldar. Vale recordar aquí la expresión de escritor ecuatoriano Juan Montalvo, quien inmediatamente después de la muerte del dictador Gabriel García Moreno, exclamo: Mi pluma lo mató. Con Orlando podríamos decir lo mismo: su pluma y su muerte iluminaron el camino, porque hay muertes que generan una primavera de vida y hacer lucir y brillar más que nunca el color esperanza. A Orlando lo mataron casi de noche, pero su muerte, hace levantar la mañana. Porque como expresara muy hermosamente nuestro gran poeta Manuel del Cabral, “hay muertos que entregan sus huesos a la tierra, pero jamás su libertad”, pues, y agrega: “Es que nada terrestre tiene la dimensión, la profundidad hacia arriba de aquellos que cerraron sus párpados como puertas futuras”.
En la República Dominicana, la libertad de prensa, la libertad de expresión, tiene un nombre escrito con sangre y con una vida ejemplar: ORLANDO MARTINEZ. Muchas gracias Jueves 20 de marzo de 2014
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