Theme 10 Days 3-4 Theme Text Collection: La primera media hora

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Fragmento adaptado de Alrededor de la Luna de Julio Verne
Los viajeros abrieron uno de los paneles que cubrían los agujeros donde
estaba el proyectil. Había dos a los lados y uno cerca de la parte superior
de la punta del proyectil. Miraron la Tierra y la Luna a tracés de uno de los
agujeros laterales.
—¡No, amigos! —exclamó Barbicane a sus dos compañeros—. No
hemos caído de vuelta en la Tierra, ni estamos en el fondo del golfo de
México. ¡No! ¡Estamos viajando por el espacio! ¡Miren las estrellas que
brillan a nuestro alrededor! Más brillantes y más pequeñas que nunca.
¡Hemos dejado la atmósfera de la Tierra a nuestras espaldas!
—¡Hurrah! ¡Hurrah! —gritaron el capitán Nicholl y Ardan con
la sensación de que los atravesaba una corriente eléctrica, solo veían
oscuridad.
Barbicane convenció al capitán y a Ardan de que la oscuridad probaba
que no estaban, ni podían estar, en la superficie de la Tierra. Estaba seguro
de que habían atravesado varias capas de la atmósfera y que aún se movían.
Ya no había lugar para dudas.
—¡Es un hecho! —observó el capitán, ya bastante convencido.
Durante unos minutos, los tres observaron maravillados el cielo estrellado.
—¿Dónde está la Luna? —preguntó Ardan—. ¿Por qué no la vemos?
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—El hecho de que no podamos verla —respondió Barbicane—, me da
una gran satisfacción porque significa que nuestro proyectil fue lanzado
con tanta velocidad por el cañón en la Tierra, que no está rotando. Esto es
muy bueno para nosotros. En cuanto a la Luna, no podemos verla desde este
lado. Abran la ventana del lado este.
Justo en ese momento, los tres viajeros miraron hacia el oeste y vieron
un objeto brillante que se acercaba rápidamente. Era un disco enorme, tan
gigante que no podían estimar su tamaño. A la distancia parecía una luna,
pero el lado que miraba a la Tierra desprendía una luz brillante que se
intensificaba a cada momento.
—¡Miren ! ¿Qué es esto? —dijo Barbicane.
El objeto venía hacia ellos a una velocidad feroz y se movía directamente
hacia la trayectoria del proyectil. A medida que avanzaba, de este a oeste,
pudieron ver que rotaba sobre su eje, como todos los cuerpos celestes.
—¿Qué es eso? —dijo Ardan emocionado—. ¿Será otro proyectil?
El capitán Nicholl limpió sus gafas y volvió a mirar pero no contestó.
Barbicane se hurgaba la barba confundido e inquieto. Era muy posible que
hubiera una colisión con resultados desastrozos. Su proyectil, si no estallaba
en mil pedazos, sería desviado de su trayectoria y arrastrado a una nueva
por este furioso asteroide.
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Barbicane sabía que en cualquier caso significaría el fracaso de su
misión. Él y el capitán miraban al espacio en silencio, pero Ardan no podía
dejar de hablar.
—¡Miren, miren a qué velocidad se nos acerca esa maldita cosa! —
exclamó Ardan—. ¡Y duplica su tamaño a cada segundo! Viene directo hacia
nosotros como una flecha. ¿Qué podemos hacer? Contra un monstruo como
ese estamos tan indefensos como tres hombres en un bote pequeño que se
acerca al borde de las cataratas del Niágara.
Cada vez, se acercaba más pero sin hacer ruido, sin chispas ni estela.
Y cuanto más se acercaba, más inminente parecía la colisión. Imagina que
estás en un puente angosto de un ferrocarril a medianoche y un tren expreso
se acerca a toda velocidad, sus luces te encandilan, el rugir de los vagones
aturde tus oídos. Esa era la sensación que vivían los viajeros.
Al final, estaba tan cerca que los viajeros se apartaron asustados. Sus
ojos cerrados y los cabellos erizados. Creían seriamente que les había
llegado la hora final y que no podían hacer nada más.
Luego, en un instante más tarde todo acabó. El asteroide pasó a varios
cientos de yardas del proyectil y desapareció.
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—¡Adiós, y ojalá no vuelvas nunca! —gritó Ardan, casi sin poder
respirar—. Es completamente ridículo. ¿No hay suficiente lugar, en el
espacio infinito para permitir que un proyectil como el nuestro se pasee
sin riesgo de ser destruido por un monstruo como ese? ¿Y qué era, por
cierto? ¿Lo sabes, Barbicane?
—Sí —contestó Barbicane.
—Claro que lo sabes, ¿hay algo que no sepas? ¿Eh, capitán?
—Es un simple meteorito pero es tan enorme que la
atracción de la gravedad de la Tierra lo ha convertido en satélite.
—¡Qué! —gritó Ardan—. ¿Otro satélite
aparte de la Luna? ¡Espero que no
haya más!
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