cap 6

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Señor, no tengo hombre que me meta en la piscina cuando el agua
fuere revuelta; porque entre tanto que yo voy otro entra antes que yo.
Jesús le dijo: Levántate, toma tu lecho, y anda. Y al punto fue sano
aquel hombre, y tomó su camilla y se puso a andar. Aquel d1́a era
Sábado es. . .
VI
EL ENFERMO EN LA PISCINA DE LOS CINCO
PÓRTICOS
14 de noviembre de 1947.
Calle Saint-Paul.
H EMOS comentado la última vez el milagro del o"cial del rey.
Y la enseñanza que se desprend1́a de él era la necesidad de
la fe. Hemos de ver que el milagro siguiente no es una mera
repetición, mas contiene una nueva enseñanza. Juan V, 1:
Después de estas cosas, era el d1́a de "esta de los jud1́os, y subió Jesús a Jerusalén. Y en Jerusalén, junto a la puerta de las ovejas,
hay una piscina que en hebreo se llama Bethsaida, la cual tiene cinco
pórticos. En éstos yac1́a grande muchedumbre de enfermos, ciegos,
cojos paral1́ticos, esperando el movimiento del agua. Porque un ángel
del Señor descend1́a en cierto tiempo a la piscina, y se mov1́a el agua.
Y el primero que entraba en la piscina después del movimiento del
agua, quedaba sano de cualquier enfermedad que tuviese. Y estaba
all1́ un hombre, que ten1́a treinta y ocho años, que estaba enfermo. Y
cuando Jesús vió que yac1́a aquel hombre, y conoció que estaba ya de
mucho tiempo, le dijo: ¿Quieres sanarte? El enfermo le respondió:
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Como podéis observar esta vez no se trata de fe. Y Jesús no
dice al enfermo, como al o"cial del rey: « Si no veis milagros y
prodigios no creéis ». Esta vez le dice: “¿Quieres sanarte?”. Y
con su respuesta el enfermo da muestra que ni siquiera tiene
idea de que Jesús puede curarlo. En efecto, más tarde responderá a los jud1́os: “Aquel que me sanó me dijo: Toma tu camilla, y anda”. “Y el que hab1́a sanado —continúa el texto— no
sab1́a quién era; porque Jesús hab1́a desaparecido (declinaverat) del tropel de gente, que hab1́a en aquel lugar”. Por consiguiente, Jesús no supone que el hombre que va a ser curado
cree en él, y hasta lo rehuye para evitar que el reconocimiento
de esta cura regrese a él.
En el relato abundan los detalles, los nombres y los números. Indaguemos qué s1́mbolos encubren La piscina de las ovejas era un estanque donde se lavaban las v1́ctimas de los sacri"cios antes de ofrendarlas, ya que toda v1́ctima deb1́a ser perfecta e inmaculada. Qué piscina puede ser ésta, con sus cinco
pórticos y sus aguas que se hacen milagrosas cuando pasa un
ángel y las agita: milagrosas para el primero que se precipita
en ella. La piscina de las ovejas, la fuente del pueblo de Dios
rodeada de cinco pórticos para proteger a los que aguardan.
Toda la antigua Ley de Israel está representada en ella. Para
justi"carse de acuerdo a la Ley eran preciso cinco condiciones:
ser descendiente de Abraham y miembro del pueblo elegido,
Primer Pórtico; ser circunciso, Segundo Pórtico; conocer y se-
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guir la Ley, Tercer Pórtico; conocer las Escrituras y examinarlas, Cuarto Pórtico; sacri"car en el templo de Jerusalén y en
ninguna otra parte, Quinto Pórtico. El ángel que de cuando
en cuando revuelve el agua de la fuente, el agua que sin ello
es tan sólo agua, que sin ello abreva la sed del cuerpo y lava
sus manchas, sus pringues y costras, pero no quita las impurezas del alma ni puri"ca las enfermedades; el ángel que agita
el agua y le comunica una virtud puri"cadora y curativa es el
profeta que de cuando en cuando pasa y agita las aguas: y el
primero que se precipita en ellas recoge el bene"cio de este paso del Esp1́ritu, pues el primero es el que acude por s1́ solo, es
el que para comprender que ha soplado el Esp1́ritu no aguarda que todo el mundo lo haya comprendido y se encamine en
rebaño hacia el lugar milagroso o sagrado, o hacia el hombre
consagrado por el reconocimiento o"cial, por el reconocimiento de todo el mundo. Y los enfermos, y los cojos, los ciegos y
los paral1́ticos se echan bajo los pórticos porque la fuerza de la
Ley nos conserva tal como somos, pero no nos hace revivir ni
corrige nuestras #aquezas naturales, sea cual fuere su origen:
para ello es necesario que el Esp1́ritu turbe el liso mantel de las
aguas.
planos”. Pero faltan dos para la última decena, porque faltan
dos cosas al cumplidor de la Ley para ser curado: sin duda las
dos cosas que serán resumidas y reveladas en el mandamiento
de Jesús: “Toma tu camilla, y anda”.
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Entre los enfermos hay uno que espera su curación desde
hace treinta y ocho años. De él no recibimos una lección de fe
pero si una lección de paciencia: durante treinta y ocho años,
durante cuarenta años menos dos, aguarda la cura junto a la
fuente de las curaciones, bajo el amparo de los cinco pórticos.
Es el hombre que trata de cumplir la Ley con paciencia inconmovible. Cuarenta años, cuatro veces diez años: las decenas
de años expresan el cumplimiento de la Ley, del Decálogo. Y
el número cuatro signi"ca “en todos los sentidos y en todos los
Es de otra Parte, es del estanque de donde aguarda el hombre su salvación. De otra parte, y no del hombre que está junto
a él y a quien llama Señor. Por eso espera al que le llevará al
estanque para precipitarse en él antes que nadie. “Señor, no
tengo hombre que me meta en la piscina cuando el agua fuere
revuelta”. No sospecha que la curación está a su lado, tras él y,
más aún, como ha de enseñarle Jesús, con tres palabras fulgurantes: en él mismo. Cuántos hombres están enfermos porque
no saben que en ellos mismos existe el médico y la medicina;
cuántos son desdichados porque no encontraron la mujer de
su vida o el amigo que los comprenda; cuántos son ignorantes
y perversos porque no han dado con el maestro que los gu1́e, y
ninguno de ellos sospecha que todo lo tienen ya en s1́ mismos.
“¿Quieres sanarte?”, pregunta Jesús. No dice: p1́deme que
te sane, porque ya he sanado a otros hombres; bastará con que
creas en m1́ para que yo te sane. Tampoco le revela quién es.
“Levántate, toma tu camilla y anda”. Af1́rmate sobre tus propios pies, no aguardes que otro hombre te empuje al estanque,
no esperes que haya un estanque cuando el agua viva existe
en t1́. Y el mandamiento es tan imperioso, tan irresistible, tan
revelador en su brevedad que el paral1́tico camina: no puede
dejar de creer que es capaz de caminar, que sabe tenerse en
pie, que sabe levantarse por s1́ solo. Entre las dos fuentes de
milagros: la del estanque en que hab1́a puesto sus esperanzas,
y la del Señor a quien ignoraba y que estaba junto a él, el milagro se produce entre las dos, en el centro mismo del hombre:
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“Toma tu camilla”, no te quedes echado sobre las cuatro patas
de madera de ese hecho fabricado por mano de hombre, entre
esas prescripciones dictadas por el hombre. Mantente en pie
sobre tus propias piernas vivas, sobre las dos piernas que te
pertenecen y que no has utilizado hasta este momento. Y las
cosas que hasta ahora te hab1́an sostenido, las prescripciones
de los hombres, póntelas bajo el brazo y sostenlas a tu vez, sin
esperar de ellas apoyo. Esa ayuda de los hombres que aguardaste hasta ahora y que ha fallado, puesto que no encontraste
siquiera un hombre que te empujara al estanque, olv1́dala y
deja de contar con ella. Pero ayuda a los hombres, ayúdate a
t1́ mismo y ayuda a los demás, y el milagro se hará. Ésta es la
enseñanza del Señor en esta página. Y después se retira.
VII
LA VIOLACIÓN DEL SÁBADO
21 de noviembre de 1947.
Calle Saint-Paul.
R ETOMEMOS el texto de Juan V, 10: Era sábado aquel d1́a. Dijeron
entonces los jud1́os al hombre que hab1́a sido sanado: Sábado es, y no
te es l1́cito llevar tu camilla. Les respondió: Aquel, que me sanó, me
dijo: Toma tu camilla y anda. Entonces le preguntaron: ¿quién es
aquel hombre, que te dijo: Toma tu camilla y anda? Y el que hab1́a
sanado, no sab1́a quién era; porque Jesús se hab1́a retirado del tropel de
gente, que hab1́a en aquel lugar. Después le halló Jesús en el templo,
y le dijo: Mira, que ya estás sano; no peques más, para que no te
acontezca alguna cosa peor. Fue aquel hombre y dijo a los jud1́os que
Jesús era el que le hab1́a sanado. Por esta causa los jud1́os persegu1́an
a Jesús, porque hac1́a estas cosas en sábado.
En nuestra última reunión hemos hablado del enfermo tendido junto al estanque de los cinco pórticos, del sano que ahora
encuentra a Jesús en el templo. Y hemos tratado de comprender quién era ese hombre. Ese hombre que hab1́a aguardado
pacientemente su curación durante cuarenta años menos dos
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