LA CONVERSIÓN

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LA CONVERSIÓN
D. Emilio Delgado
I. CONVERTIRSE ES RESPONDER
Marco: El proceso de la virgen María. A lo largo de su vida, fue descubriendo el misterio
de Dios y respondiendo a sus llamadas. El “fiat” inicial fue ratificado muchas veces.
La “totalidad” del ser se tiene sólo al final. Hasta que llega el final y se tiene la
totalidad, la vida es un hacerse respondiendo a las llamadas de Dios.
Es un hecho que se dan nuevas llamadas; de aceptarlas o no, depende lo que
vamos siendo. Por otra parte, somos llamados en la medida en que aceptamos con
docilidad nuevas llamadas.
Un texto entrañable y significativo: Ahora, como veis, forzado por el Espíritu, voy a
Jerusalén, sin saber qué es lo que me espera allí. Eso sí, el Espíritu Santo me asegura en
todas las ciudades por las que paso, que me esperan prisiones y tribulaciones. Pero nada
me importa mi vida, ni es para mí estimable, con tal de llevar a buen término mi carrera y
el ministerio que he recibido de Jesús, el Señor: dar testimonio del evangelio de la gracia
de Dios. (Hch 20, 22-24: Despedida de Pablo de los responsables de Éfeso).
La vocación es don de Dios, y Él lo reaviva; no se desprende de él para que
hagamos nosotros lo que nos parezca. (Cf. la de Moisés en Hch 7,20-40).
Jesús hizo una primera llamada a los discípulos, pero después fue llamándolos a
valores, a opciones diversas.
II. EL MONTE (CAMINO DE CONVERSIÓN)
Es lugar de encuentro con Dios y permite ver las cosas con perspectiva, dando a
cada una su justo valor.
Elí as (1Re 19,9 ss.)
Después del episodio del monte Carmelo con los profetas de Baal, Elías es
perseguido por Jezabel. Huyendo, llega a desearse la muerte. La solución que se le ocurre
es meterse en una cueva.
Dios le manda salir y ponerse en el monte ante Yahvé, no le quita problemas y
dificultades. Después de estar con Dios, vuelve a la misión.
Todos tenemos nuestra cueva: mentalidad, modo de ser, cualidades y carencias,
estilo... En ella estamos seguros, a la defensiva. Hay que salir de la cueva, necesitamos
que Dios nos saque.
También necesitamos subir al monte y ver las cosas a distancia, objetivando, sin
personalizar problemas ni soluciones.
Además, en el monte, el encuentro con Dios hace que nos recuperemos. Después,
la misión. No cambian las cosas, pero cambiamos nosotros, nuestro modo de verlas y
vivirlas.
Jesús (Lc 9,26 ss)
Ante la cercanía de la Pasión, Jesús sube al monte para orar, para encontrarse con
el Padre. Después, al bajar, no ha desaparecido el camino de la cruz ni se ha mitigado.
Pero Jesús “endureció el rostro” para subir a Jerusalén, se reafirmó en su decisión.
Considerad qué amor tan grande nos ha demostrado el Padre. Somos llamados
hijos de Dios, y así es en verdad. El mundo no nos conoce, porque no lo ha conocido a él
(1Jn 3,1).
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A propósito de
MANE NOBISCUM, DOMINE
El mismo título de la Carta Apostólica Mane Nobiscum , Domine (MND), tomado del
pasaje de Emaús (Lc 24,29), es sugerente, y tiene que ver con la hospitalidad. Los
discípulos practicaron la acogida con el forastero para ofrecerle unos servicios materiales y
ahorrarle unos riesgos temporales. Pero fueron introducidos en el ámbito del Reino por el
Resucitado (Cf. MND 19).
La Eucaristía figura en el primer lugar de todas nuestras listas: de los dogmas
sacramentales, de los proyectos de vida comunitaria y personal, de las programaciones
pastorales (al menos, como meta o aspiración...).
Sin embargo, esto no resuelve nuestros problemas con respecto a ella, porque no
suelen ser de carácter teórico.
Por otra parte, como los de Emaús, intentamos fomentar en nosotros las actitudes
de acogida cuando nos preocupamos de participar activa y fructuosamente en ella. En
realidad, es el Señor el que nos acoge en su Reino de salvación a través de la
celebración sacramental, de la “bona gratia”, como le llamaba San Isidoro.
“El icono de los discípulos de Emaús se presta bien a orientar un Año que verá a la
Iglesia particularmente entregada a vivir el misterio de la Santa Eucaristía. Por el camino
de nuestros interrogantes y de nuestras inquietudes -a veces de nuestras amargas
desilusiones-, el divino Viandante sigue haciéndose compañero nuestro para introducirnos,
con la interpretación de las Escrituras, en la comprensión de los misterios de Dios. Cuando
el encuentro llega a su plenitud, a la luz de la Palabra le sucede la que dimana del “pan
de vida”, con el que Cristo cumple, de forma suprema, su promesa de ‘estar con nosotros
todos los días, hasta el fin del mundo’ (cf. Mt 28,20)” (MND 2).
Esta frase del Papa recoge los dos momentos de la Eucaristía: Palabra y banquete.
EL RITMO DE LA CELEBRACIÓN EUCARÍSTICA
1. La mesa Palabra
“Una vez que las mentes están iluminadas y los corazones reconfortados, los signos
‘hablan’” (MND 14). La Palabra ilumina las mentes y reconforta los corazones.
- Meditarla y acogerla con cariño, también en la vida ordinaria;
- no sustituirla por otras palabras, sino servirnos de ellas para llegar a la Palabra;
- estructura dialogal (o dialógica) de la fe, alteridad: Dios habla primero; nosotros
escuchamos y respondemos (salmo responsorial, silencio, oración de fieles). Evitar
el monólogo en la oración.
- la Palabra interpreta el sentido de lo que somos, de lo que hacemos y de lo que nos
ocurre; no lo interpretan las opiniones de los demás, ni nuestros gustos o
preferencias, ni el resultado de nuestras acciones...
2. La mesa del pan
2. 1. Nos preparamos con el pan y el vino para ofrecernos con Jesucristo
En la presentación de las ofrendas, se trata de preparar lo que será toda la ofrenda:
el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo (pan y vino) y su pueblo, que se ofrecerá con la
Cabeza.
¿Cómo prepararnos bien?
·
quererse lo justo. Somos “fruto de la tierra y del trabajo del hombre”.
·
intentamos vivir el espíritu de entrega, de ofrenda: a Dios por los hermanos, como
Jesús;
·
agradecemos el significado de la mezcla del agua y el vino, y sentimos la
responsabilidad de presentar a la Eucaristía una vida digna;
·
Tenemos actitud de alabanza por la creación y la re-creación: “Bendito seas,
Señor...”.
2. 2. Una forma de entender la vida: la gratitud
“... es nuestro deber y salvación darte gracias siempre...” (Cf. MND 26, que
desarrolla la idea de “dar gracias”).
Entender la fe como un don, la consagración como el mejor regalo. Dar gracias a
Dios con frecuencia y con realismo, en concreto.
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