Sobre la conversión por la fe y

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Catequesis de Cuaresma 2012 –
sobre la conversión por la fe y la iniciación cristiana.
Catequesis I: La iniciación cristiana: iniciación en el misterio de Cristo y de la Iglesia.
1) La situación del hombre.
En las cinco catequesis de esta Santa Cuaresma – que irán siendo publicadas en
la página de la Diócesis – quisiera ayudar a profundizar en el proceso de ser cristiano y,
al mismo tiempo, en el crecimiento de la vida cristiana de acuerdo con ese proceso.
No se nace cristiano. Se nace hombre, ser humano, imagen de Dios, afeada por
el pecado universal, original. Como imagen de Dios, se nace con la capacidad de poder
recibir el don de Dios, la gracia, la vida eterna, pero sin ella. En cuanto afectado por la
humanidad sujeta al pecado se necesita la salvación: el don que restaure lo que el
pecado – y su hermana la muerte - han afectado.
Así, el ser humano nace bueno, con una gran potencialidad, pero también herido,
dañado. Necesita ser curado, sanado. Además, si bien es capaz de recibir la vida de Dios
– cosa de lo que el animal no es capaz – sin embargo, no tiene por sí mismo esa vida.
Esta visión completa del hombre, que nos enseña la Revelación, es
imprescindible para saber quiénes somos, cuál nuestra situación, y la necesidad que
tenemos de ser iluminados, ser rescatados y – si Dios lo quiere – ser divinizados.
Con esta mirada resumida al hombre, cualquiera puede comprenderse a sí
mismo, a los demás, a la sociedad. La observación de la realidad puede ser a distintos
niveles, por ejemplo, cuántos son de una raza o cuántos de otra, cuántos ganan tanta
plata y cuántos otra cantidad. Esto es verdadero. Pero no enfoca la situación profunda
del hombre y de la humanidad en la historia, como sí lo indican la creación, el pecado y
la muerte, la necesidad de ser salvados, los esfuerzos para salir de esa situación.
2) El anuncio de Cristo.
Ante ello la proclamación del Evangelio dice: Jesucristo es nuestro Salvador.
Murió por nuestros pecados, de modo que hay perdón. Resucitó glorioso, de modo que
hay un estado nuevo de inmortalidad. Está vencedor junto al Padre y obra en y por su
Iglesia con el dinamismo del Espíritu Santo. Nos ofrece ya la vida divina, la vida eterna,
la vida nueva de hijos de Dios, de la que participaremos plenamente con todas sus
consecuencias en su segunda y gloriosa venida.
Dicho más brevemente: Dios por su Hijo se ha acercado a Reinar salvándonos y
dándonos vida eterna por su Espíritu.
3) La conversión a Cristo: la respuesta de la fe.
Ante este anuncio, podemos dejarlo pasar. Contestarle como los atenienses a San
Pablo: te escucharemos otro día. O podemos, con la gracia del Espíritu abrirnos a la fe,
entregarnos a este amor transformador de Dios.
Por eso Jesús decía en Galilea y nos dice hoy por su Iglesia: conviértete y cree
en el Evangelio.
Conversión es darse vuelta, cambiar de mente, poner el corazón en otra realidad.
En el caso cristiano es convertirse a Jesús, abrirse a Él, dejarse llevar por él. Ante el que
murió por mí, se trata de ponerme totalmente en sus manos.
La conversión es por una fe que se deja poseer, por eso es también obediencia,
entrega, volverse discípulo, poner como centro del corazón y de la vida no el propio yo,
sino Jesús.
4) las dimensiones de la conversión por la fe en Cristo.
Demos un paso más. Como el ser humano es complejo, la conversión a Cristo
por la fe también es compleja. Podemos comprenderla en tres dimensiones:
La dimensión propiamente religiosa: es el dejarse tocar por el amor de Cristo,
porque el Padre entregó a su propio hijo. Es de alguna forma dejarse enamorar de Jesús,
por la gracia del Espíritu Santo. Es la dimensión más personal. Un dejarse enamorar que
supone dejarse robar el corazón.
La conversión cristiana tiene también una dimensión intelectual. Jesús es la luz
del mundo. Su palabra, sus hechos, su persona son propias de quien es camino, verdad y
vida. No se trata sólo de un sentimiento religioso, sino de la adhesión a la verdad, que es
Cristo. Por eso, la fe es también entrega de la mente, pide aprender, conocer, y cambiar
los pensamientos en obediencia a la Palabra de Dios.
La tercera dimensión de la conversión cristiana es moral, pide ordenar los
pensamientos, los deseos, las acciones, la vida, de acuerdo a los mandamientos de la ley
de Dios. La vida cristiana es ser discípulo tras de Cristo. Es unirse a la obediencia de
Cristo hasta la muerte. Es tomar la cruz y seguirlo.
Estas tres dimensiones la conversión religiosa, intelectual y moral, están
íntimamente relacionadas. Si uno se enamora de Cristo, ha de querer conocerlo y
dejarse iluminar por él, y debe vivir según su palabra y ejemplos.
Sin embargo, dada las incoherencias de los mortales, estas dimensiones pueden
estar concretamente más o menos separadas. Se puede conocer bien, y no vivir, o no
amar. Se puede amar a Jesús y no conocerlo bien, o no obedecer alguno de sus
mandatos. Y podemos seguir las combinaciones.
Por esto, aún si la primera conversión fue auténtica, se pide una conversión
permanente, renovada, paso a paso a lo largo de la vida.
La aceptación del amor de Cristo y su salvación, por la conversión en la fe, en cierto
sentido es instantánea. Se puede ir preparando, debe ir creciendo. Pero en cuanto tal o se
acepta que Cristo me ha creado, me amó y murió por mí: y entonces se quiere ser de él.
O no se acepta y se rechaza ese amor. Por eso digo, en cuanto tal la conversión, la
aceptación de la fe cristiana – no de cualquier fe o sentimiento religioso – es total
siempre. Si creo que Dios me creó por amor: debo seguirlo. Si creo que Cristo es el Hijo
de Dios, él es la verdad – no una opinión más – y tengo que aceptarlo sin condiciones.
Si creo que murió por mí y acepto creerlo, tengo que dejar que robe mi corazón – si no,
no creo.
Ahora bien, aunque eso es verdadero, también es verdad que el ser humano es
complejo, es incoherente, no saca todas las conclusiones, es inconstante. Por eso se
requiere una conversión permanente: sea para permanecer en la fidelidad y la
perseverancia; sea para crecer, ahondar en la conversión, sea para que vaya dando sus
resultados, vaya calando más.
5) la iniciación cristiana.
Por lo dicho, también se necesitan procesos, pasos, transformaciones. Por eso,
desde antiguo se habla de ‘la iniciación cristiana’.
Iniciarse es introducirse, o más bien, ser introducido en algo, o en la relación con
alguien o con un grupo de personas. De hecho la educación en el sentido más amplio es
una introducción a la vida humana. Comienza por cierto por la familia, que nos
introduce en los afectos, en las relaciones, en el habla, en la vida social, nos da poco a
poco habilidades para la convivencia, etc. Lentamente vamos siendo iniciados en la
humanidad por la iniciación en un grupo humano más grande, el barrio, el país. Más
adelante acompañando el proceso de crecimiento seguirán otras iniciaciones hasta la
introducción en el mundo adulto.
La fe y la vida cristiana necesita de una iniciación, porque es introducirnos en el
mundo de Dios, que Él ha ido revelando en la creación, en la historia de la salvación y
definitivamente enviando a su Hijo en carne, nacido de María.
Necesitamos ser iniciados en el conocimiento de Dios, que se ha revelado.
Necesitamos ser iniciados en las habilidades que permiten la relación con Dios que se
ha revelado como Padre de nuestro Señor Jesucristo. Por ejemplo, hay una historia que
conocer, pero no sólo como una historia extraña – historia de los mayas para nosotros,
sino para entrar en esa historia. Es necesario aprender un vocabulario, un modo de
comunicarnos, un modo de hablar con Dios, como él mismo nos ha enseñado. Nosotros
no sabemos qué es ser hijos de Dios, como vivir filialmente: precisamos que el Hijo
Único nos revele al Padre y nos inicie, nos introduzca en su relación filial.
Más aún esta iniciación cristiana es obra de Dios: sólo Él puede perdonar los
pecados, sólo Él puede hacernos sus hijos, Él solo puede hacer santos con su santidad,
sólo Él puede darnos la inmortalidad y la vida eterna. Es decir, esta iniciación es antes
que nada obra de Dios, de la Santísima Trinidad. Al mismo tiempo pide que nosotros
nos abramos a esa obra, colaboremos, la vayamos asumiendo, con ayuda de la misma
gracia de Dios.
6) Iniciación en el misterio de Cristo por obra del Espíritu Santo.
Es tan original la iniciación cristiana que es una iniciación en el misterio de
Cristo es decir una participación en Cristo. Por eso se nos dice que es una comunión con
su muerte y resurrección. San Pablo afirma que Dios nos conresucitó con Cristo y nos
consentó con Cristo en el cielo. También afirma que Cristo habita por la fe en nuestros
corazones.
Es tan original la iniciación cristiana que toda ella, desde la preparación, la
primera atracción, el primer paso, todo es obra del Espíritu Santo, según la elección del
Padre. Nadie puede creer en Jesús – comienzo de la conversión e iniciación – si el Padre
no lo atrae por la acción del Espíritu. Nadie puede dar un paso si no es por el Espíritu.
La conversión en sus dimensiones religiosa, intelectual y moral, son fruto del Espíritu
Santo.
7) la iniciación cristiana es participación del misterio de la Iglesia.
La proclamación del Evangelio, con la gracia del Espíritu, la inserción en Cristo
por la conversión, la iniciación en el misterio de Cristo, la obra la Trinidad por medio de
la Iglesia y en la Iglesia.
No se trata solamente de que se necesite un instrumento. Es más que eso. El
designio del Padre, realizado en Cristo, la obra de Cristo glorioso desde el cielo, la
operación del Espíritu es uniendo consigo a la Iglesia.
Cuando Jesús mandó a los apóstoles predicar el Evangelio con poder salvador,
para convertir los corazones, darles el perdón y llamarlos a la gracia, él mismo se
mostró que actuaría en esa predicación. Así en San Mateo, junto con enviarlos a
predicar y enseñar a todas las naciones, les aseguró: Yo estaré con ustedes todos los días
hasta el fin del mundo. Y San Marcos describe: Ellos salieron a predicar por todas
partes, colaborando el Señor con ellos y confirmando la Palabra con las señales que la
acompañaban.
Lo mismo podríamos decir del mandato de bautizar o de celebrar el sacrificio
pascual: siempre obra Cristo, por el Espíritu en su Iglesia.
Pero más aún. La Iglesia no es sólo un instrumento. No. La Iglesia es el ámbito,
la realidad de la vida nueva de Cristo. La Iglesia es el Pueblo llamado por Dios,
separado como propiedad del Padre. La Iglesia es el cuerpo de Cristo, es la Esposa
unida a Él, el templo del Espíritu.
Por esto, la iniciación al misterio de Cristo es iniciación al misterio de la Iglesia.
Es una gran anormalidad – contra todo el Nuevo Testamento – que se separe a Cristo de
su Iglesia, la salvación de la participación e iniciación en ella.
Ser iniciado en Cristo, es ser hecho Iglesia. La Iglesia es santa, la Iglesia es la
que proclama el Evangelio hoy – por cierto guiada por las Sagradas Escrituras y la
Tradición Apostólica.
Dicho de otra forma. Cristo nos proclama su Evangelio, con poder y señales de
santidad, en y por la Iglesia, para que unidos a Ella creamos, nos convirtamos, seamos
iniciados, introducidos en el misterio de Cristo y de la Iglesia, en el plan amoroso del
Padre y recibamos la efusión del Espíritu.
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Pongamos tres ejemplos de esta realidad eclesial:
La conversión religiosa, es por la gracia del Espíritu Santo, participar del
enamoramiento de la Iglesia que se une a su salvador, cabeza, pastor, esposo.
La conversión intelectual, es participar de la fe incontaminada de la Iglesia, para
creerle a Cristo, participar de su obediencia, dejarse iluminar por la luz de la
verdad.
La conversión moral es participar de la santidad que el Espíritu Santo da a su
Iglesia, recibiendo primero el perdón, y luego la luz y gracia para vivir según los
mandamientos, haciendo lo que al Padre le agrada.
Catecismo de la Iglesia Católica 771:
"Cristo, el único Mediador, estableció en este mundo su Iglesia santa, comunidad de fe,
esperanza y amor, como un organismo visible. La mantiene aún sin cesar para
comunicar por medio de ella a todos la verdad y la gracia". La Iglesia es a la vez:
— «sociedad [...] dotada de órganos jerárquicos y el Cuerpo Místico de Cristo;
— el grupo visible y la comunidad espiritual;
— la Iglesia de la tierra y la Iglesia llena de bienes del cielo».
Estas dimensiones juntas constituyen "una realidad compleja, en la que están unidos el
elemento divino y el humano" (LG 8):
Es propio de la Iglesia «ser a la vez humana y divina, visible y dotada de elementos
invisibles, entregada a la acción y dada a la contemplación, presente en el mundo y, sin
embargo, peregrina. De modo que en ella lo humano esté ordenado y subordinado a lo
divino, lo visible a lo invisible, la acción a la contemplación y lo presente a la ciudad
futura que buscamos» (SC 2).
Es imprescindible retomar esta visión de la Iglesia, para no verla desde afuera, como
quien no cree – creer en la Iglesia es parte del Credo – y para no confundirse con los
pecados y aún escándalos de los cristianos – que distorsionan el testimonio de la
Iglesia – pero son parte de la condición de la comunidad cristiana en el tiempo.
8) Esta iniciación en el misterio de Cristo y de la Iglesia: tiene su centro en los
santos misterios de la Sagrada Liturgia.
La iniciación no es sólo por la Liturgia y en la Liturgia. Es clarísimo. La
predicación del Evangelio es en todas partes e incluye el testimonio de vida de los
creyentes. La oración, la catequesis, los esfuerzos de conversión en distintas
dimensiones de la vida, forman parte de la conversión.
Pero es sobre todo por medio de la Liturgia, obra de Cristo, que asocia consigo a
la Iglesia, que se nos predica, que obra el Espíritu, que somos iniciados.
Más aún es en la Liturgia, en las acciones humano-divinas de Cristo y su Iglesia
que somos iniciados en el misterio de Cristo y de la Iglesia, particularísimamente en la
celebración de los sacramentos.
Con razón, pues, se considera la Liturgia como el ejercicio del sacerdocio de
Jesucristo. En ella los signos sensibles significan y, cada uno a su manera, realizan la
santificación del hombre, y así el Cuerpo Místico de Jesucristo, es decir, la Cabeza y sus
miembros, ejerce el culto público íntegro. En consecuencia, toda celebración litúrgica,
por ser obra de Cristo sacerdotes y de su Cuerpo, que es la Iglesia, es acción sagrada por
excelencia, cuya eficacia, con el mismo título y en el mismo grado, no la iguala ninguna
otra acción de la Iglesia (SC 7).
Esta iniciación, de algún modo polifacética,
La iniciación debe ser una introducción de todo el hombre: alma y cuerpo;
pensar, sentir y actuar; como persona y como ser social; su relación con el mundo, los
hombres y con Dios. Por eso la iniciación cristiana tiene varias dimensiones, diferentes
e interrelacionadas, en fin comunión con el Padre, en Cristo, por el Espíritu en la
Iglesia.
 La escucha de la Palabra de Dios, recibida de la predicación de la Iglesia,
que lleva a la obediencia de la fe.
 La oración, como súplica, acción de gracias, ofrenda.
 El descubrimiento del amor de Dios, el dejarse amar por él, hasta querer
vivir para él.
 La renovación de las conductas y costumbres de toda la vida, para que sean
respuesta al plan amoroso del Padre, participación de Cristo, santificación en
el Espíritu. Todo ello unificado en el amor a Dios sobre todas las cosas y el
amor al prójimo.
 La inserción en Cristo mismo por la Sagrada Liturgia, las acciones de
Jesucristo, que asocia a su Iglesia consigo, para obrar en nosotros la
iniciación en la vida de Dios.
 Especialmente los sacramentos de la iniciación cristiana: el bautismo, la
unción de la confirmación, la Eucaristía.
Pero estos mismos sacramentos de la iniciación cristiana, no deben
comprenderse aislados, sino dentro del camino catecumenal y de crecimiento de
los iniciados.
Por ser iniciación al misterio de Cristo y de la Iglesia, es el mismo Cristo que en
y por la Iglesia nos inicia.
Por los sacramentos de la iniciación cristiana, los hombres, "libres del poder de las
tinieblas, muertos, sepultados y resucitados con Cristo, reciben el Espíritu de los hijos
de adopción y celebran con todo el pueblo de Dios el memorial de la Muerte y
Resurrección del Señor"[1]
2.
En efecto, incorporados a Cristo por el Bautismo, constituyen el pueblo de
Dios, reciben el perdón de todos sus pecados, y pasan de la condición humana en que
nacen como hijos del primer Adán al estado de hijos adoptivos[2], convertidos en una
nueva criatura por el agua y el Espíritu Santo. Por esto se llaman y son hijos de Dios[3].
Marcados
luego
en la
Confirmación por el
don del Espíritu, son más
perfectamente configurados al Señor y llenos del Espíritu Santo, a fin de que, dando
testimonio de él ante el mundo, "cooperen a la expansión y dilatación del Cuerpo de
Cristo para llevarlo cuanto antes a su plenitud"[4].
Finalmente, participando en la asamblea eucarística, comen la carne del hijo del
hombre y beben su sangre, a fin de recibir la vida eterna[5] y expresar la unidad del
pueblo de Dios; y ofreciéndose a sí mismos con Cristo, contribuyen al sacrificio universal
en el cual se ofrece a Dios, a través del Sumo Sacerdote, toda la Ciudad misma
redimida[6]; y piden que, por una efusión más plena del Espíritu Santo, "llegue todo el
género humano a la unidad de la familia de Dios"[7].
Por tanto, los tres sacramentos de la iniciación cristiana se ordenan entre sí para
llevar a su pleno desarrollo a los fieles, que ejercen la misión de todo el pueblo cristiano
en la Iglesia y en el mundo[8]
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