LA CONVERSION DE SAN IGNACIO:

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LA CONVERSIÓN DE IGNACIO: UN MODO DE COMPRENDER SU CARISMA.
La vida cristiana está marcada desde sus inicios por un llamado a la conversión. La predicación
de Jesús se abre por una invitación a convertirse, porque el Reino de Dios está cerca. En el
Evangelio, el que se acerca al Señor escucha inmediatamente ese llamado: conviértete.
Ahora, la conversión no es un momento; es un proceso. Es a menudo, un largo tránsito que va
produciendo una intimidad creciente con Dios y una coherencia cada vez más total de la
acción del espíritu.
La experiencia de San Ignacio de Loyola permite admirablemente tomar conciencia del
carácter dinámico de una conversión. El fue haciéndose consciente de las etapas de su
proceso interior, y expresó este desarrollo en la autobiografía que dictó a uno de sus
colaboradores.
La conversión es, por así decirlo, una estructura del ser cristiano. La conversión es una vocación
cotidiana, es un llamado que resuena cada día en el corazón del creyente, abriéndole cada
vez más a Dios y a los demás hombres. En el proceso interior de San Ignacio nos puede ayudar
hoy a comprender los pasos que el Señor nos invita a dar. Es cierto que cada creyente tiene un
sendero único irrepetible y personal. Puede, con todo, la experiencia de San Ignacio hacernos
sensibles a la hora de la gracia y alentarnos a ponernos en camino hacia un contacto íntimo
con Cristo; esta experiencia nos muestra con claridad, que la conversión es algo dinámico, que
debe abarcar dimensiones muy variadas de la vida.
ETAPAS DE LA CONVERSIÓN
En San Ignacio, la marcha de una fe inmadura e inconsecuencia a una total entrega al
Señor se desarrolla en siete etapas. Abarcan ellas muchos años de la vida del Santo.
Primera etapa: LOYOLA, El deseo de hacer grandes cosas por el Señor
Iñigo de Loyola es un soldado de la corte de España. Su padre y cuatro de sus hermanos
habían seguido la carrera de las armas. En este tiempo es la milicia el medio más adecuado
para conseguir honra y sustento.
Estando en la defensa de la ciudad de Pamplona contra los franceses, cae herido gravemente
por una bala de cañón que le quiebra una rodilla y le deja maltrecha la otra. Iñigo tiene
apenas 31 años de edad, quedando con esto terminada bruscamente la carrera militar y todos
sus deseos de hacer grandes cosas “por la mujer de sus sueños”.
Llevado a la casa de Loyola es operado tres veces sin mostrar “otra señal de dolor que apretar
mucho los puños”. Estando casi moribundo, recibe los últimos sacramentos. Pero en la víspera
de la fiesta de San Pedro y San Pablo comienza su recuperación. Aburrido de su larga
convalecencia, pide a su cuñada algunos libros de caballería según su afición a la gloria de las
gestas militares. Pero lo único que había eran “Vidas” de algunos Santos y la Vida de Cristo.
Comenzó a leerlas y, de vez en cuando, las dejaba de lado para “soñar despierto”. Iñigo fue
descubriendo que en él se alternaban dos tipos de ensueños: en uno estaba allá en la Corte
española realizando grandes proezas caballerescas para la dama de sus amores; y en otro,
quería ser como San Francisco y Santo Domingo y hacer grandes obras por Cristo. Siendo quien
era, comenzó a investigar estos ensueños y descubrió que, después de soñar con la corte, la
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dama de sus amores y todas las grandes proezas que por ella iba a hacer, quedaba
interiormente bastante inquieto y perturbado. En cambio, cuando soñaba despierto en
Francisco y Domingo y anhelaba hacer como ellos grandes cosas por Dios, quedaba
interiormente muy a gusto y en paz.
Por las circunstancias de la vida, Iñigo sale de su modorra espiritual y se encuentra con el Señor
que es capaz de llenar en plenitud su vida. Sus experiencias mundanas del hombre de corte y
de hombre de armas quedan reducidas a algo muy pequeño comparadas con la aventura
caballeresca de encontrarse con nuestro Señor. Así llegó Iñigo a conocer la diversidad de los
espíritus que lo agitaban. Fue el comienzo del “discernimiento de espíritus” y el de su
conversión.
Segunda etapa: MANRESA, La construcción del hombre de Dios
Iñigo sale de Loyola a cumplir sus propósitos. El primero de ellos es emprender una
peregrinación a Jerusalén. Para ello, debe llegar a Barcelona, puerto de embarque para Roma.
En la ciudad eterna es necesario solicitar y obtener una autorización de la Santa Sede para
viajar y ser admitido en Jerusalén. El segundo de ellos es un corte radical de vida. Emprenderá
una vida de rigurosa penitencia, a ejemplo de los santos, en reparación de su vida pecadora.
Cambia su ropa fina de noble por el sayal pobre del peregrino de su época, se deja crecer el
pelo y las uñas. Camina cual pobre por la calle en busca de Aquel de quien sin tener mucho
conocimiento y experiencia siente que le quiere y le lleva para hacer algo grande con él y con
su vida.
Por el camino visita un Santuario Mariano y consagra su vida a Dios. En el monasterio de
Monserrat, decide hacer su “vela de armas”, donde, despojándose de sus vestiduras mundanas,
se hace peregrino por el Señor. Sin embargo, pronto tuvo que medir la distancia que separa el
sueño de la realidad. Le vuelve constantemente a su memoria un pasado de pecado en un
mundo de pecado. para enmendarse, decide vestir las armas de su nueva milicia espiritual, a
la manera de los caballeros medievales: purifica el alma mediante una confesión general de
toda la vida.
Al amanecer, deja el monasterio y, tranquilamente, vuelve a descender la montaña rumbo a
Manresa. Varios meses pasará Iñigo en este santuario dedicado a la oración, el ayuno y la
penitencia. Dios va allí enseñándole como un verdadero maestro a este hombre maduro y
generoso. Dios se convierte realmente en su Señor. Aunque es sorprendente constatar la
generosidad, el desprecio de sí mismo y el deseo de hacer grandes cosas por el Señor, se
percibe inmediatamente que ahí hay todavía mucha inmadurez, demasiada exterioridad y
falta de temple puramente evangélico.
En este período, sin embargo, Iñigo recibe como un don muchas gracias espirituales y luces
interiores que solidificarán mucho su fe. Hay un período de paz y de gran tranquilidad. Hay otro
de durísima lucha interior, con dudas y escrúpulos. Y por fin un tercero, con grandes
ilustraciones: gran devoción por la Santísima Trinidad, a la presencia de Jesús en la Eucaristía, a
la humanidad de Cristo y a la Virgen y una percepción espiritual de mundo como creación
íntimamente ligado al Señor.
En medio de sus ayunos y penitencias, donde Iñigo, en cierta manera hace su primera semana
de Ejercicios, descubre que él puede hacer bien a las almas. Comienza a tratar con personas
espirituales, en primer lugar, para ayudarse de ellas y, poco a poco, va descubriendo que él
puede ayudar a los demás. El camino de servicio es fundamental en la experiencia espiritual
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evangélica de Iñigo. El le enseña la verdadera discreción. Descubre que es más importante
que la apariencia, el olvido de sí mismo en la entrega a los otros.
A partir de esta experiencia de trato espiritual con los otros, Ignacio va suprimiendo los excesos
de su generosidad mal entendida y va descubriendo una normalidad evangélica: se corta la
uñas y se arregla el pelo.
Entre el rey temporal y el Rey Eternal, entre el servicio a una noble señora o a Nuestra Señora,
entre el mundo y Dios, Iñigo había hecho ya una opción de preferir la alegría a la tristeza.
Tercera etapa: JERUSALÉN, La visión universal
Impulsado por los ejemplos de los santos y por su amor profundo a la humanidad de Cristo, viaja
a tierra Santa. Hay aquí una excepción entre los santos españoles de su época. Ignacio deja su
Patria y comienza, desde entonces, en cierta manera, a mirar el mundo como una totalidad.
Será desde entonces un gran viajero y echará así las raíces para su visión apostólica universal.
El proceso de conversión en Ignacio lleva consigo una apertura sobre la vastedad del mundo.
Quedará eso definitivamente incorporado en el carisma que él legará más tarde a la
Compañía de Jesús.
Cuarta Etapa: PARÍS, Las mediaciones humanas y en particular el estudio
Vuelto de Tierra Santa, después de innumerables peripecias, el hombre generoso decide
emprender un camino extraordinariamente lento de preparación humana; ha descubierto que
su amor a Dios, su deseo de hacer bien a los hombres y su visión universal necesitan, como
mediación, una profunda preparación intelectual. Emprende, contra toda lógica humana, un
largo período de formación que se hará muy difícil por lo avanzado de su edad.
Diversas etapas deberá cruzar en este período de formación: el maestro de escuela, la
Universidad española y, por último, la Universidad de París. A pesar de la dificultades y
contratiempos, no dudará en emprender los estudios más serios de su época hasta adquirir un
título universitario.
Surge también la necesidad de crear un equipo apostólico. Ya en España, en su período de
estudiante, comienza Ignacio a descubrir la necesidad de trabajar con otros y compartir con
otros su experiencia apostólica. Los fracasos no lo desaniman en esta materia. Después de
diversas experiencias, logra finalmente en París crear un grupo de “amigos en el Señor” para
trabajar con ellos por el Reino de Dios.
Es importante para comprender la conversión de Ignacio este proceso que lo lleva desde la
formación seria de la persona a la capacidad y la necesidad de trabajar con otros en equipo,
en compañía.
Con una paciencia y una visión sobrenatural va formando a sus compañeros y templándolos en
el espíritu de generosidad y de discreción.
Quinta etapa: ROMA, Servir en la Iglesia bajo el Romano Pontífice
La última etapa del proceso de conversión de Ignacio que lo lleva a su verdadera madurez
consiste en la aceptación radical de la Iglesia. Su amor personal a Jesucristo, su deseo
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apostólico, su sueño de universalidad deben concretarse en un servicio orgánico a la Iglesia
Jerárquica.
Este paso de conversión es tanto más notable cuando más decadente era la Iglesia en su
tiempo. A San Ignacio le toca vivir en pleno período de la Reforma y conoció mejor que nadie
la corrupción de las estructuras eclesiales. Tal vez por la experiencia propia de pecado no se
escandalizó de la Iglesia ni se apartó de ella sino que comprendió su propia conversión en el
seno de una Iglesia que debía ser interiormente reformada. Fruto de esta experiencia es el voto
especial de obediencia al Papa, que fue le primer fundamento de la Compañía. Del Vicario de
Cristo esperaron los primeros compañeros formados por Ignacio las misiones para ser esparcidos
por la tierra.
Estas seis etapas, en cierta manera, expresan el carisma ignaciano que la Compañía trata de
vivir. La conversión de Ignacio se fue paulatinamente cristalizando hasta llegar a su plena
madurez en los últimos años de Roma. La discreta caridad, fórmula tan querida por San Ignacio,
pasó de las exterioridades, de lo aparente y vistoso a un servicio humilde y universal, hecho con
otros compañeros para servir a las almas por amor profundo a nuestro Señor Jesucristo.
En este largo camino Dios tomó el tejido de Ignacio y con él hizo su obra sin destruirlo. San
Ignacio cambió el sentido de muchas de sus grandes actitudes, pero su naturaleza íntima
permaneció en el soldado de Pamplona, en el Fundador y en el Superior de la Compañía. La
gracia, la conversión dejará intactos ciertos rasgos de carácter. Hay aquí un aspecto
importante para la sicología de la conversión: ser santo, seguir a Cristo no significa dejar de ser
uno mismo u olvidar sus raíces, su temperamento y su historia. Si en el primer momento hubo una
ruptura, en cierta manera más adelante Ignacio se recuperó; San Ignacio era un caballero
como el Quijote y continuará siéndolo hasta el fin de sus días, pero habiendo cambiado el
objeto de sus sueños y de sus luchas. En el momento de su herida, en Pamplona, se nos muestra
como un hombre con muchas condiciones de jefe: con una gran capacidad de tener
opiniones propias y con autoridad moral para defenderlas. Además, será un hombre lleno de
valentía para hacer cosas grandes. No se quiere quedar en pequeñeces en el servicio de sus
ideales; inmensamente sufrido ante el dolor y el fracaso, enfrenta los tratamientos médicos verdaderas carnicerías- sin hacer la menor señal de dolor. Es eso propio de un hombre sólido,
capaz de enfrentar dificultades y de no desanimarse por ellas. Eso permanecerá en el Ignacio
maduro, pero orientado hacia mejores causas.
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