PRESENTACIÓN DEL INFORME EDUCATIVO 2004 Fundación Hogar del Empleado ANÁLISIS Y SITUACIÓN DE LAS COMUNIDADES AUTÓNOMAS Madrid, 29 de noviembre de 2004 Al margen de la representación institucional de FUHEM, para la presentación pública del Informe se quiso contar con los tres ponentes citados dado que representan los tres ejes principales sobre los que deberían girar los cambios que se hagan en materia educativa: un acuerdo entre el Estado y las Comunidades Autónomas, la convivencia entre la enseñanza pública y la concertada, y la necesidad de reforzar el profesorado. A la luz de los datos que recoge el Informe y ante la perspectiva de una nueva ley educativa, Roberto Rey defendió la necesidad de establecer un pacto educativo entre las diferentes autonomías, ya que, en su opinión, el “pacto es un síntoma de madurez política de un país, porque ayuda a la cohesión social”. El Director del CIE-FUHEM expresó las principales líneas que dicho pacto debería seguir: - - - - El binomio calidad-equidad debe ser uno de los acuerdos del pacto. El pacto educativo sólo tiene sentido si pretende y consigue una educación mejor para todos. La nueva ley debe ser flexible y de mínimos, de modo que perdure más allá de la alternancia política. Los decretos pueden ser tan importantes como las leyes. La nueva legislación debe partir de la realidad actual, marcada por un elevado índice de fracaso escolar (25,6%). Las diferencias autonómicas que nos llevan a este porcentaje ofrecen una variación de 21,4 puntos, y van desde el fracaso mínimo (en Asturias, con el 14,4%), al máximo (en Canarias, del 35,8), sin contar con la situación de Ceuta y Melilla que ofrecen realidades sangrantes, (en torno al 50%). Los cambios educativos se deben pensar desde el futuro, en función de las capacidades que adquirirán hoy los alumnos para desempeñar su vida laboral, social y personal dentro de veinte años. Las Comunidades Autónomas tienen en sus manos la gestión de los centros y el Estado tiene la obligación de establecer un pacto que compense las desigualdades regionales. Debe existir un acuerdo entre el sector público y el concertado basado en una financiación en condiciones de igualdad. El pacto con el profesorado y los centros debe partir del reconocimiento profesional de los docentes, fomentando su autoestima y el trabajo en equipo, en el marco de la autonomía de los centros. Presentación del INFORME EDUCATIVO 2004 Intervención de Roberto Rey Mantilla, Director del Centro de Innovación Educativa (CIE-FUHEM) y Coordinador del Informe El pacto es un síntoma de madurez política porque ayuda a la cohesión social Últimamente se pide pacto para todo. Pero en Educación, esta petición está cargada de razón porque salimos a una Ley cada cinco años, lo que acaba por agotar a los profesores. El artículo 27 de la Constitución marcó un camino para la convivencia política entre los españoles, pero dejó su concreción en manos de los gobiernos. Desde entonces, hemos tenido cinco leyes y ya vamos camino de la sexta: la LOECE (1982), la LODE (1985), la LOPEGE (1995), la LOGSE (2000), la LOCE (2001) y la que esperamos para 2006. Y no hay nada que objetar porque es una Ley obligada. Es verdad que en las sucesivas modificaciones se han ido conservando aspectos fundamentales de las leyes anteriores. Pero se han abierto nuevos frentes, que ponen en entredicho un modelo que habíamos pensado que era asumido por todos. Sin embargo, ni estaba asumido por una parte amplia de la sociedad, ni por un amplio sector del profesorado. El binomio calidad-equidad debe ser uno de los acuerdos educativos Todos reconocemos la parte de razón que asiste al otro: los que pretenden la excelencia saben que no pueden excluir a la gran mayoría y, por su parte, quienes defienden la equidad, saben también que ésta no se puede conseguir a costa de la calidad. No se trata, por tanto, de mantenerse firme en las convicciones o ceder. Hay que establecer puntos de aproximación que hagan posible la convivencia entre ambas partes. Si es necesario, deben buscarse mediadores que hagan posible el encuentro. El pacto tiene sentido si pretende y consigue una educación mejor para todos Para conseguir un pacto hay que partir de unos principios y de unos objetivos que den respuestas a los problemas que tendrán nuestros alumnos en el futuro. Los principios siempre son una cuestión delicada. Los ajenos son tan importantes como los propios, lo que significa conocerlos y también reconocerlos. No se trata de tolerarlos, que va de suyo con la democracia y la libertad, sino de reconocerlos. Encontrar puntos de acuerdo es la parte más difícil, porque no se trata de ceder hasta la desvirtuación de las creencias de ninguna de las partes. Pero tampoco se trata de enrocarse en las posiciones de uno, entre otras cosas porque la firmeza de las creencias también se mide por su flexibilidad. La futura ley debe ser flexible y de mínimos, de modo que perdure más allá de la alternancia política. Los decretos pueden ser tan importantes como las leyes Si finalmente no se consigue el acuerdo, hay que dejar abiertos los canales de diálogo para que en algún momento pueda alcanzarse. Debemos partir de la realidad actual y pretender un futuro digno para nuestro alumnado Desde la realidad actual, debemos tener como punto de referencia el elevado índice de fracaso escolar, que afecta al 25,6% de la población. Si analizamos el fracaso desde la perspectiva autonómica, nos encontramos con una variación de 21,4 puntos entre el mínimo de Asturias (14,4%) y el máximo de Canarias (35,8%), sin contar Ceuta y Melilla que ofrecen realidades sangrantes (en torno al 50%). Si precisamos una exigencia de pacto para el presente, es probable que todos nos conformaríamos con el 15% de fracaso escolar, o un 85% de éxito, como propone el catedrático Álvaro Marchesi en su libro “Qué será de nosotros los malos alumnos”. Debemos tener visión de futuro Los alumnos que ahora tienen diez años, dentro de veinte o veinticinco años, habrán olvidado muchos de los conocimientos actuales (como les ha pasado a sus mayores), pero tendrán que tener una formación suficiente para: a) saber leer un periódico o interpretar una noticia; b) aprender nuevas competencias o, como suele decirse, aprender a aprender para adquirir en el campo de su competencia la formación que precisen; c) ser capaces de acceder a las tecnologías de la información y la comunicación y, además, saber procesar la información; d) dominar una lengua extrajera; e) aprender a convivir en una sociedad multicultural con valores distintos. Tratándose del futuro, es posible que nos equivoquemos, porque el futuro es cada vez más impredecible. Pero, como mínimo, se trataría de preparar al alumno actual para una sociedad cambiante y convertirlo en dueño de esos cambios. Sin duda, uno de los aspectos que debe ser revidado urgentemente, es el currículo porque es lo que más dudas suscita y lo que, posiblemente, genera el alto índice de fracaso escolar. Hay que huir de la pretensión de que el sistema educativo debe enseñarlo todo. El mejor currículo no es el que abarca todo, si no el que sabe definir lo básico y fundamental, que sirva de motivación y base para aprendizajes posteriores, más personales. Hay que insistir en lo que las escuelas de calidad denominan técnicas instrumentales básicas. El pacto con las comunidades autónomas debe partir de un hecho innegable: las Comunidades tienen en sus manos la gestión de los centros El Estado de las Autonomías es el modelo de Estado que hemos elegido, “que ha obtenido un razonable éxito, pudiendo decirse que incluso ha superado con creces a modelos federales actualmente en vigor” (Puelles, pág. 25). En Educación, es una buena expresión de pluralismo político, porque las Comunidades están gobernadas por los partidos más representativos. En este sentido, cualquier pacto que se pretenda debe, por tanto, fraguarse a través de la Conferencia Sectorial de Consejeros. En primer lugar, la Conferencia, para convertirse en algo útil, es decir, en un instrumento de cooperación y coordinación, debe elaborar “un proyecto común sobre el que se debata” (Puelles, pág. 26) y debe dejar de convocarse “para que las Comunidades Autónomas sean informadas de las intenciones y decisiones del Ministerio” (Blasi, pág. 68). La discusión de una nueva Ley es un buen momento para manifestar un talante distinto. También pueden utilizarse las distintas comisiones para analizar e intercambiar información sobre las experiencias más gratificantes de cada Comunidad, algunas de las cuales se exponen en el presente Informe, con el fin de que sean aprovechadas por todos: la Formación Profesional en el País Vasco (Alfonso Unceta y Jorge Arévalo), el portal de la Comunidad Catalana o la inversión en TIC de Extremadura (Carlos Orozco, pág. 312). En segundo lugar, también parece claro que si contamos con un órgano de representación estatal, como es el Consejo Escolar del Estado, se le debe dar una mayor relevancia, para lo cual urge que se incluya una representación de las distintas comunidades autónomas (Puelles, pág. 30 y Blasi, pág. 69). Una tercera línea de consenso, comienza a demandarse desde los ayuntamientos, cada vez con mayor insistencia, exigiendo una mayor capacidad de gestión e incluso la asunción de competencias educativas. Muchas Comunidades Autónomas estarían dispuestas a avanzar en esa línea y creo que sería una buena idea abrir dicha posibilidad, o al menos no cerrarla. Considerando que se han agudizado las diferencias regionales, el Estado tiene la obligación de establecer un pacto que compense las desigualdades Por los datos que aporta el Informe, creemos que hay que ir más lejos. Desde que se transfirieron todas las competencias de Educación en el año 2001, han surgido diferencias que afectan a la equidad. En términos globales, podría resumirse el pacto con un objetivo, que afecta al Estado y a las autonomías: incrementar el gasto público educativo hasta alcanzar el 5,2 % del PIB (media de la OCDE). Es un reto para España que, en vez de crecer, ha pasado del 4,9 % del PIB en 1993 al 4,5% en el 2002. El Ministerio debe hacer frente a las desigualdades que se han ido produciendo, impulsando una política compensatoria (hoy resulta muy necesaria, dada la presencia de hijos de inmigrantes en nuestras aulas). Las Comunidades Autónomas, a cambio, deben colaborar, incrementando el porcentaje de Educación con respecto a los presupuestos de su Comunidad, fijando, como objetivo a corto plazo, que todas las comunidades alcancen la media actual de gasto por alumno. Redistribuir la riqueza, invirtiendo en las comunidades más pobres, siempre es una obligación de los gobiernos, pero tratándose de un gobierno progresista la obligación se acentúa: la media española del PIB per cápita es de 16.225 €, pero la comunidad más rica, que es Madrid, cuya renta asciende a 21.880 €, duplica a la renta de la comunidad más pobre, que es Extremadura, con 10.326 € per cápita. Sin embargo, la comunidad más rica es la que menos invierte por alumno: 2.270 € por alumno y año, frente a los 4.440 € del País Vasco (que es la comunidad que más invierte), o la propia Extremadura que realiza un esfuerzo considerable, alcanzando los 2.944 € por alumno. Un acuerdo entre el sector público y el concertado Tal y como expone Hernández Guarch en su capítulo: “Mantener un sistema dual respecto a la titularidad no debe suponer mantener dos tipos de centros con ventajas de escolarización para unos y con déficit de financiación, para otros” (Hernández Guarch, pág. 155). A muchos de la enseñanza concertada no les gusta que se diga que algunos centros concertados seleccionan al alumnado, pero los datos hablan por sí solos. En el presente curso 2003-04, se había matriculado a 322.432 alumnos en los centros públicos (lo que representa el 81% del total), frente a 43.429 (un 19%) en los centros privados. De los inmigrantes que van a los centros públicos, el 14% son de la Unión Europea, mientras que en los centros concertados estos alumnos suponen el 26%, aproximadamente. Además, los inmigrantes matriculados en los centros concertados se concentran en pocos centros. No se trata de reprochar nada a nadie, porque me consta que no es una cuestión de xenofobia o discriminación y porque, además, la selección no es exclusiva de los centros concertados: también se da en algunos centros públicos que consideran que deben competir en condiciones de igualdad con los centros concertados. Las Administraciones deben establecer líneas de colaboración y no de competencia entre los centros, y mandar mensajes claros de que la calidad de los centros se manifiesta en los procesos, antes que en los resultados Todos los que nos dedicamos a la Educación sabemos que con grupos homogéneos hay un factor multiplicador en la mejora de los resultados. Si lo que se demanda socialmente son los resultados, el centro que puede creará grupos homogéneos, lo que significa que otros centros se convertirán en guetos. La Administración es la responsable de evitarlo y los pasos que debe dar deben ir en una línea de colaboración y no de competencia. En Educación decimos que se aprende más colaborando que compitiendo, y ello es válido también para las dos redes. Debe haber leyes claras que no dejen resquicio por donde se pueda recurrir a los tribunales en lo que se refiere a la admisión del alumnado. Pero también hay que mandar mensajes claros desde las administraciones, diciendo que la calidad no se reduce a los resultados, sino que se manifiesta en los procesos que se siguen en los centros. Si se pone el acento en los resultados, se manda un mensaje de selección de los mejores alumnos, o de exclusión a lo largo del proceso. Para poder comprometer a los centros concertados en la escolarización, a cambio, hay que igualar los gastos reales y las condiciones de estos centros, para que puedan afrontar la diversificación. El no afrontar los gastos de amortización e intereses de capital propio, hace difícil que se puedan crear cooperativas o gestionarlas y, en términos generales, supone una descapitalización evidente para los centros concertados. El menor costo de los centros privados, de lo que a veces presumen algunos, es a costa de un profesorado que trabaja más horas y gana menos, hasta un 20% menos, dependiendo de las comunidades (Lezcano y Gordillo, pág. 114; Hernández Guarch, pág. 144), y si tenemos en cuenta los conceptos de formación permanente. La ratio de profesores por aula en los centros concertados no permite afrontar en condiciones dignas la diversificación ya que “en casi todas las comunidades autónomas, los centros públicos pueden poner en marcha distintos programas de atención a la diversidad y otros que suponen aumentos de plantilla. Esto no está al alcance de los centros concertados” (Hernández Guarch, pág. 145). Y, sin embargo, muchos centros concertados afrontan responsablemente la escolarización de inmigrantes, aunque sea a costa de un deterioro considerable de la calidad, lo que no parece justo. No sé si la doble vía de financiación es la adecuada. Pero si sé que los centros que trabajen en condiciones más desventajosas, con población desfavorecida, sean centros públicos o centros concertados, deben contar con los medios y financiación adecuada. Si no es así, no podremos hablar nunca de educación de calidad. Es probable que quieran meter en el pacto aspectos ideológicos, como la religión. Soy partidario de llegar a todos los acuerdos posibles, porque nuestro sistema educativo necesita estabilidad. Lo único que se trata es saber hasta dónde están dispuestos a ceder, para llegar a un acuerdo y qué duración se quiere dar al acuerdo. El pacto con el profesorado y los centros debe basarse en su reconocimiento profesional, fomentando su autoestima y el trabajo en equipo, en un marco de autonomía de los centros. Jaume Carbonell termina su capítulo con un canto a la esperanza, y me gustaría hacer lo propio. “Si bien es cierto que en el clima se percibe un cierto malestar docente, también se aprecian signos palpables y esperanzadores para instalarse en el bienestar docente que buscan su razón de ser en el compromiso con la infancia y la sociedad” (Carbonell, pág. 219). Quiero sumarme a su optimismo y pensar que hay motivos para el bienestar docente. Pero una nueva Ley no es el mejor camino, aun sabiendo que es obligada, por el carácter selectivo de la LOCE. Sin embargo, pongo el acento en los cambios, porque lo que peor llevan los profesores son los cambios legislativos y la necesidad de adaptarse a ellos. No obstante, no es lo único, ni lo fundamental. Tampoco es su salario, con ser importante. La mayor parte de los profesores (un 54% según una encuesta de CC.OO, 2002) considera que su trabajo profesional no está siendo suficientemente valorado. A cambio, se le exige cada vez más, en ámbitos que superan lo instructivo, que es para lo que está preparados, lo que lo convierte en psicólogo, tutor afectivo, controlador, colega, etc. Ante las dificultades con los alumnos, se aísla y se siente solo y, en no pocos casos, puede sentirse amenazado físicamente. Todo esto “genera depresión, agotamiento psíquico y síndrome del quemado” (Lezcano y Gordillo, pág. 120). Está claro que el pacto con los profesores es urgente. Debe ser un pacto que salga del propio Ministerio y puede girar en torno a la propuesta de Estatuto docente que formulan los autores del capítulo dedicado al profesorado. Hay que ayudarles a trabajar, hay que cambiar la formación inicial que reciben, hay que ayudarles a jubilarse anticipadamente o reducir su horario, hay que defenderlos ante cualquier agresión o falta de respeto y consideración, etc. Llama la atención que hasta para establecer incentivos de jubilación se establezcan diferencias tan enormes en las Comunidades, que van desde los 7.941€ que da Murcia a los catedráticos que se jubilan, a los 45.172 €, que da el País Vasco. Sin los profesores no hay reforma educativa posible. A veces, incluso, puede resultar conveniente dejar que sean los profesores, a través de sus centros, quienes decidan aspectos tan cruciales como los itinerarios y el difícil problema de la diversidad. Es preciso dar mayor autonomía a los centros para que solucionen sus problemas reales, naturalmente en el marco de unos principios inclusivos comunes. Los pactos nunca son fáciles, pero son necesarios Sé que nada de lo que he propuesto es fácil. Desgraciadamente, conozco lo suficiente la realidad, para saber las dificultades que suponen los cambios que se pretenden hacer y un pacto de estas dimensiones. Pero en el aniversario de la publicación de la primera parte del Quijote bien puede servir lo que leí no hace mucho, donde D. Quijote le decía a Sancho: “Porque has de saber que en los reinos y provincias nuevamente conquistados nunca están quietos los ánimos de sus naturales, ni tan de parte del nuevo señor que no se tengan temor de que han de hacer alguna novedad para alterar de nuevo las cosas; y así es menester que el nuevo posesor tenga entendimiento para saberse gobernar, y valor para defenderse en cualquier acontecimiento”. 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