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La fiesta del “Inti-Raymi” en Perú
Por Dr. M. Acosta Solís
Revista El Rosacruz A.M.O.R.C.
El indígena habitante de nuestros Andes, el descendientes de los Incas o quechuas, sigue
manteniendo todavía su helilatría, pese a la gran influencia cristiana de la conquista y de la
iglesia del presente, y es por ello que no es de extrañar que el 24 de junio se reunieran en la
antigua fortaleza de Sacsayhuamán más de ciento cincuenta mil indígenas, descendientes de
los quechuas y aymarás que conquistaron el Imperio más grande de América.
La fiesta del Sol o Inti-Raymi es la misma entre los descendientes de Bolivia, Perú y Ecuador;
pero de lugar a lugar o de país a país existen algunas modalidades, como la que se describe
en este artículo.
La fortaleza de Sacsayhuamán con sus tres largos y grandes muros escalonados, con sus
ángulos entrantes y salientes y sus peñones gigantescos, se cubrió de nativos vestidos con
sus mejores galas, riendo y charlando con una vivacidad fuera de lo normal.
En la mañana del día 24 de junio empieza la fiesta. En este día hay misas solemnes en todas
las iglesias del Cuzco, que pasan de cuarenta. En torno a la Plaza de Armas (antiguo
"Huacay-pata") se levantan cinco templos llamados La Catedral, con torres macizas y la
sugestión de la campana ("María Ángela"), que pesa once toneladas; La Compañía de Jesús;
El Triunfo donde se venera la Cruz que el fraile Valverde presentó al Inca Atahualpa; San
Juan de Dios y Jesús y María.
Los lugares y los visitantes serranos que ya comenzaron a bajar de las alturas, se apretaban
en torno a la plaza. Las distintas comunidades se presentan disfrazadas con trajes del
pasado, luciendo largas chaquetas hispanas con profusión de bordados, calzas hasta las
rodillas y sombreros de factura moderna. Algunos de esos conjuntos traen instrumentos y
tocan aires típicos.
Entendidos y estudiosos me daban referencias sobre el lugar de donde llegaba esa gente, los
que conocen e identifican por la ropa y por los distintos tonos que usan los ponchos.
El cromatismo más avasallador estaba presente y los alcaldes o jefes, "hombres de vara y
mando", pasaban orgullosos llevando el signo de su jerarquía, un grueso bastón de madera
dura y negra a la que han aplicado tantos adornos de oro y plata que muchas veces no es
posible averiguar el nombre de la madera o el del árbol.
Al mediodía del 24 de junio, se forman en el Cuzco caravanas interminables. El aire se llena
de música y los petardos estallan por doquier; el mestizo es muy efecto al ruido y se desvive
por los fuegos artificiales.
La fiesta dedicada al Sol (Intí-Raymí) se efectúa en el Cuzco a media tarde, en la gran
explanada que existe junto a los muros de la fortaleza, que según los cronistas e
historiadores fue restaurada en el Siglo XII de nuestra era.
Entre la fortaleza y los cerritos donde se encuentra tallado el tronco del Inca, tomaron lugar
las comunidades indias. Más de cincuenta mil personas se agolpaban en las alturas,
cuajando de color hiriente para la vista los muros de Sacsayhuamán. El "Inca" llegó en su
palanquín o trono, acompañado de las princesas de su Corte, del Gran Sacerdote que en su
tiempo se tituló "Uillac-Uma" (Cabeza Sagrada), del gran capitán de los ejércitos incaicos y
numerosos séquito que simulaba ser los "curacas" del vasto imperio. Para que el
espectáculo fuera completo, el Inca bajó del cerro. Todos querían verle de cerca, y por lo
tanto se extrañará el lector que me acercara al "Emperador".
El trono estaba cubierto de plumas y el quitasol de paja de "cortadería", aunque sin las
antiguas galas que lucieran desde Manco Cápac a Manco II El Inca vestía un traje de la
época y originales eran también los atuendos de las princesas. Habló con voz potente y en
un quechua sonoro y tan puro que no es posible oír en nuestros días entre los indios del
centro interandino norteño.
Luego venía el acto del sacrificio de una llama, espectáculo que nos tuvo en suspenso a los
espectadores blancos. Por un momento creí que iban a llevar el realismo hasta el final, pero.
.
Entre ocho muchachos de la comitiva incaica alzaron al animal y lo trasladaron ante el
estrado; allí se agruparon obstruyendo la visual del público y uno de ellos se irguió,
presentando al emperador una víscera roja que me pareció humeante.
Con la curiosidad que tenía me acerqué a los conductores de la llama que regresaban hacía
donde un grupo de llamingos permanecían quietos, y respiré tranquilo al ver que todo
había sido una simulación. De todas maneras, el folklore reverdeció hasta la emoción. Luego
del "acto del sacrifico", el Inca volvió a subir al trono portátil y se alejó con el mismo
aparato que llegara.
Cientos de hombres ocuparon el centro del inmenso escenario, y por el micrófono se explicó
el significado de las danzas o espectáculos. Hubo simulacro de guerrillas, en medio del
bullicio y la alegría de toda aquella indiada, que sólo volvería a reunirse en tal cantidad para
la misma fecha del año siguiente.
La Fiesta del Inti-Raymi, la más importante en su género, representa o recuerda aquella
época dorada del incanato fastuoso. Es conocida por los relatos de los cronistas que
vinieron con los conquistadores, pero ninguno hizo de ella una descripción más precisa
como Gracilazo de la Vega, el mestizo de sangre real, que nació y vivió en el Cuzco durante
veinte años; la relación la obtuvo de su madre y de su tío (por la misma rama) Sayri-Tupac,
noble descendiente de los Incas orgullosos.
En los escritos de Gracilazo de la Vega se lee que los indios se preparaban varios días antes
para la celebración del lnti-Raymí o “Pascua Solemne del Sol” o simplemente Fiesta del Sol, y
para ello sufrían ayunos rigurosos, comiendo solamente un poco del maíz crudo y algunas
yerbas nativas, no encendían fuego durante tres días y pasaban ese tiempo separados de
sus mujeres.
En la víspera de su festividad preparaban grandes cantidades de un pan que llamaban
“zancu”, del tamaño de una manzana común. "La harina de este pan (dice Gracilazo) era
especialmente aquella que el Inca y los de su sangre real habían de comer, la molían y
amasaban las vírgenes escogidas, mujeres del Sol, y estas mismas guisaban toda la demás
vianda de aquella fiesta Porque el banquete más parecía que la hacía el Sol a sus hijos, que
sus hijos a él; y por lo tanto guisaban las vírgenes como mujeres que eran del Sol".
Según el mismo cronista, el día del Inti-Raymi celebraban sacrificios de "ovejas o carneros",
que no eran otros animales que las llamas a las que en España llegaron a motejar como
"camellos de América", aunque no tuvieran joroba. Los sacrificios se hacían siempre antes
de acometer empresa alguna, y también para saber con anticipación el resultado de una
conquista o cosecha. Para ello preferían un animal totalmente negro, diciendo que uno
blanco, por más blanco que fuera, tenía el hocico negro y por lo tanto era "de dos colores".
A la gran cita llegaban los jefes del incario, caminando desde largas distancias, y sentían
gran honor de estar presentes"; ellos traían sus más ricos vestidos, sus escudos y sus armas.
En los escudos pintaban las hazañas realizadas en beneficio del Sol y del imperio. Llegaban
con anuncios de timbales y trompetas, tratando cada grupo de primar sobre los otros en
riqueza y poderío, por medio de la exhibición y la ostentación.
En resumen, la Fiesta del Sol (Inti-Raijmí), la fiesta celebrada en el Cuzco, no puede
describirse fácilmente con palabras; solamente la cámara en colores podría dar al público
una idea más clara y exacta de la realidad. Los quechuas, descendientes de los Incas que
dominaron el mas vasto Imperio americano, al celebrar estas fiestas, reviven su gran
momento, y al sumirse después en la vida triste y simple de todos los días, pensarán y
recordarán con orgullo "lo que fue su raza", valiente, pujante y heliolátrica.
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